Este texto se divide en dos partes. La primera es una mirada general a la filosofía de la liberación en términos de su origen, momentos, desarrollos teóricos y propuesta metodológica. La segunda parte es un acercamiento a las diversas reflexiones que Enrique Dussel, como uno de los más importantes pensadores de la filosofía de la liberación, construyó a partir del hecho histórico Camilo Torres Restrepo.
Filosofía de la liberación
A finales de los años sesenta, filósofos argentinos articulados a movimientos populares y populistas se encontraron para discutir el papel de la filosofía en sus luchas. Eran tiempos de dictaduras y doctrina de seguridad nacional, tiempos de entusiasmo por la Revolución Cubana. Enrique Dussel escribía en 1993 que la filosofía de la liberación emergió como parte de la lucha por la segunda emancipación, inicialmente en su país y paulatinamente en América Latina, luego en el mundo periférico y los países centrales.
Desde una mirada de largo plazo señala que la filosofía de la liberación vivió su primer momento entre 1510 y 1553 como crítica a la conquista; reapareció para fundamentar filosóficamente la primera emancipación entre 1750 y 1830, y, finalmente, en los años sesenta del siglo XX resurgió de manera radical para tomar posición a favor de las luchas revolucionarias contra la dominación, por una segunda y verdadera independencia.
Según su mayor representante, el momento actual de la filosofía de la liberación puede dividirse en las siguientes fases: 1969 a 1973, proceso de constitución; 1973 a 1976, maduración y reconocimiento político y académico; 1976 a 1983, fase de la persecución; 1983 a 1993, proceso de crecimiento; 1993 a la actualidad, consolidación en diversos niveles, autocrítica y nuevos debates.
La filosofía de la liberación surge en un momento de cambio civilizatorio, pues la década de los años sesenta fue fundante de una nueva época en América Latina. Un sector de la Iglesia Católica tomó conciencia de su historia y de su actuar histórico en el continente. La sociedad en movilización se enfrentó en profundas movilizaciones con el pasado colonial, la tradición ilustrada y el tecnicismo norteamericano. Intelectuales y luchadores, mujeres y hombres se levantaron contra el pasado de dominación y levantaron obras e ideas por la revolución.
A partir de la lectura crítica de la filosofía europea, del estudio de la historia de América Latina y del descubrimiento de nuevas categorías va indicando su carácter de filosofía distinta, capaz de dar cuenta de la multiplicidad de orígenes culturales, inicialmente en América, proyectivamente en África, Asia, Europa misma. Es una filosofía no eurocéntrica, lo que en el camino de su constitución la lleva a ser una filosofía anticapitalista y antiproductivista. Al enfrentar las categorías desarrollo–subdesarrollo, evidencia que históricamente el desarrollo y el subdesarrollo son simultáneos e interdependientes y que, por lo tanto, la superación del capitalismo periférico y dependiente exige superar el capitalismo dominante y central.
En 1980 Enrique Dussel, retomando elaboraciones previas, expone que para comprender las relaciones constitutivas de la realidad la filosofía de la liberación establece como categorías centrales la existencia de horizontes: político, erótico, pedagógico, arqueológico.
Como político entiende la relación persona–persona. Idealmente serían relaciones de igualdad, fraternidad–sororidad y solidaridad. La pregunta fundamental para la filosofía es ¿quiénes están en la exterioridad del sistema?
Como erótico concibe la relación de pareja. En los años setenta y ochenta la postura de la filosofía de la liberación fue parcial, por no decir, conservadora, limitando la idea de hogar al constituido por hembra–varón, y la sexualidad a lo heterosexual. En los años noventa corregirá su postura de cierta manera homofóbica y antifeminista. Idealmente este horizonte implica la superación del machismo y el patriarcado. Pese a los avances, se aceptan debates fuertes sobre los cuales continuar reflexionando.
El pedagógico aborda la relación adulto, padre–madre, instituciones, Estado, medios de comunicación ante la niñez, la juventud y el pueblo. Se trata de la relación de tutela de unos sobre otros. Aborda lo cultural como revolución de la cultura popular frente a la cultura del capitalismo central y de las élites periféricas cómplices.
El arqueológico refiere el plano de lo religioso, aspecto esencial en el mundo de América Latina. Dussel lo denomina antifetichismo o reconocimiento de un único Absoluto más allá del sistema: Dios. Cuando una realidad histórica –económica, erótica, pedagógica– se absolutiza, se fetichiza buscando legitimar el imperialismo como divinidad, el machismo como natural, el eurocentrismo como finalidad. Frente al fetichismo histórico, la filosofía de la liberación argumenta en favor del ateísmo ante el sistema y defiende la fe en el Dios de los oprimidos como Dios histórico.
En la obra de Enrique Dussel se puede identificar un conjunto amplio de rasgos metodológicos en la filosofía de la liberación. Algunos de ellos son: toma como punto de referencia fundacional el año de 1492 porque su praxis filosófica va a girar en torno a América Latina y el mundo periférico; considera el acontecer histórico como lo esencial de la realidad, anterior a toda idea y abstracción; en la historia es donde se realiza la dominación y donde la liberación puede concretarse; nunca parte de la nada, considera un crimen histórico la idea de la tabula rasa y del espacio vacío, por lo mismo siembra su pensar sobre bases espaciales y temporales sólidas; crítica profunda y estructural a los estereotipos que en particular han calificado a los pueblos del sur como atrasados, débiles, ignorantes y feos, por ello combate decididamente el colonialismo y neocolonialismo de todo orden, incluido el cultural.
Es militante o profética. Por lo mismo su quehacer es de denuncia de los crímenes históricos, de los desastres, sufrimientos e injusticias de la dominación; no se funda en los supuestos de la objetividad y la neutralidad, su trabajo es de rigor, su postura y opinión fundamentada en el trabajo intelectual con archivos, obras de arte, leyes, ritos, símbolos, políticas, ciencias, técnicas, testimonios, luchas, evitando parcializar y manipular las fuentes, rescatando el acontecer histórico del olvido cimentado por las historias oficiales y reivindicando que la validez de su praxis está en la radicalidad de su compromiso con la liberación y contra la dominación. Obviamente recurre a la abstracción –categorías, variables y modelos–, pero, sin pretender que puede abarcar toda la realidad o que su decir es absoluto y definitivo. Cuestiona como errores estratégicos la reivindicación de la autonomía y personalidad nacional porque ha llevado a la fragmentación de las luchas de los excluidos, así como el actuar aislado y autista de cada ciencia, científico y especialista con sus teorías y métodos específicos, porque tal particularismo del pensar ha sido un obstáculo para la revolución y las transformaciones que los pueblos del sur requieren.
La filosofía de la liberación es analéctica, diciendo con ello que su praxis, pensar y actuar parten, desde más allá del sistema porque presta oído desde el silencio atento a la voz del pobre que emite un grito o pronuncia un reclamo desde su lugar metafísico o desde su lugar de exclusión. Por lo mismo el método analéctico es científico, pero no es solo ciencia, ni se llega a él como pensador; previamente el filósofo ha debido comprometerse con la liberación desde la acción por la justicia con el otro. En Dussel el otro es la fuente primaria, su palabra es indicadora de un alguien que está en la historia. Propone lo ana-léctico como un no ser lo mismo ni ir históricamente hacia lo dado por los narradores de la historia occidental dominante, sino un escuchar al otro y jugarse por las víctimas. Es una filosofía militante que se hace ensuciándose en el devenir de la historia, imposible para el filósofo de cubículo y el especialista tecnócrata. Filosofía rigurosa en el método, con posicionamiento ideológico, puesto que no es el distanciamiento lo que consolida su pensar, sino su capacidad profética.
Camilo Torres Restrepo
En general, dentro de los textos de Enrique Dussel se dice que en el proceso de liberación Dios mismo debe ser liberado; en la reflexión sobre la historia y la transformación misma de la historia, la religión debe ser liberada de la manipulación ideológica de la dominación.
La fe y el culto desde la perspectiva de la teología de la liberación, con la cual la filosofía de la liberación está en permanente diálogo, se fundan en lo profético y ello significa ir hasta las últimas consecuencias en la lucha por los derechos de las personas y las comunidades oprimidas, porque la vida que nos ha sido dada como regalo maravilloso y gratuito debe convertirse en praxis de la liberación a través de la construcción histórica del reino.
En tal sentido la fe exige un ateísmo crítico del sistema y de las divinidades que éste propone para la reafirmación legitimante de su obrar victimizante. Ante los ídolos la filosofía de la liberación reafirma, desde el horizonte arqueológico, la divinidad liberadora y la posibilidad escatológica de la justicia. En este proceso el martirio de las mujeres y de los hombres militantes de la revolución se convierte en momento sagrado de la encarnación de Dios, cuerpo y sangre, dador de vida y dador de la vida por las víctimas.
En este contexto aparece Camilo Torres dentro de las obras de Dussel, sobre todo en relación con la historia de la Iglesia Católica, dando cuenta del contexto de Colombia y de las decisiones que fue tomando Camilo. Reflexiona críticamente sobre el hecho de su muerte y sobre su proceso de vida.
Sobre su vida retoma su origen socioeconómico, la influencia de su pertenencia a una familia tradicional de Colombia y su carácter de sacerdote en el impacto de su figura en la sociedad colombiana. En términos académicos, destaca su formación en universidades europeas, lo que va a dejar huella en sus escritos, algunos de ellos cuestionables por lo eurocéntricos.
Dussel revisa varios textos de Camilo, entre otros: un trabajo para su licenciatura en Ciencias Políticas en la Universidad de Lovaina, «Aproximaciones a la realidad socioeconómica de la ciudad de Bogotá», el texto «El problema de la estructuración de una auténtica sociología latinoamericana» para los Cuadernos Latinoamericanos de Economía Humana de Montevideo, y los artículos «La desintegración social en Colombia» y «La revolución, imperativo cristiano», este último publicado en francés en 1965 en Pro Mundi Vita, donde se manifiesta un querer comprender lo real, lo concreto, lo popular.
Retoma los planteamientos del informe sobre la Violencia realizado por Fals Borda, Guzmán y Umaña y Camilo para la comprensión del periodo en el cual Camilo es actor de primera línea en la historia colombiana. La obra le permite afirmar que un pequeño y poderoso grupo de familias controlan el poder político, económico y cultural. Esa oligarquía actúa de espaldas al pueblo, pero además sistemáticamente recurre a la violencia opresora contra el pueblo.
De una ponencia que envió al «Primer Seminario de Capellanes Universitarios» en 1956, titulada «Los problemas sociales en la universidad actual», reflexiona el quehacer académico de Camilo, quien construye su reflexión sobre la ciencia y la ética, confrontando el mandamiento de la caridad con Dios y con el prójimo con la existencia o ausencia de medios para este amor. Camilo no hablaba de cualquier amor, ni de un sentimiento en abstracto. El amor para Camilo era real y debía ser real, sin idealizaciones, sino resultado de acciones concretas que permitieran su realización. No un amor simbólico y de ideas, de palabras y promesas, sino un amor donde quienes aman toman los medios necesarios para que dicho amor aporte a la dignificación concreta a la persona, a la comunidad y al pueblo amado.
Adicionalmente recoge sobre las causas de la violencia campesina el estudio sobre «La violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas», realizado por Camilo en 1958: falta de división del trabajo, aislamiento social, conflictos con el extra-grupo, sentimiento de inferioridad, ausencia de movilidad vertical ascendente, agresividad latente, sectarismo político.
Dussel participa de la conclusión de Camilo sobre la violencia, quien en un texto de 1963 señalaba que en Colombia la violencia ha provocado intencionalmente diversas transformaciones sin que las mismas hayan contribuido mínimamente al desarrollo económico del país. En otras palabras, fue una violencia absurda que además de eliminar a lo mejor de nuestro pueblo, ni siquiera contribuyó a un proyecto de capitalismo nacionalista.
Dussel critica el texto de Camilo por sus referencias frecuentes a pensadores europeos, pero destaca que el pensador colombiano tiene una “personalidad reflexiva, científica, intelectual” como sacerdote y sociólogo, lo que le permite salir de la mentalidad del colonizador.
Camilo es un sujeto histórico consecuente, un cristiano coherente, un militante radical y un intelectual orgánico, porque tres años después de participar en el Congreso de Sociología donde había cuestionado profundamente la realidad de injustica en Colombia y a la cual invitaba a transformar radicalmente, caía en combate. Si bien en ese momento era derrotada su violencia subversiva por la violencia coercitiva militar, no por ello su carácter histórico se vería disminuido, concluye Dussel.
Para responder a la pregunta ¿cómo pudo llegar a la decisión de vincularse a la guerrilla?, Dussel reivindica los planteamientos de Camilo en su «Proclama al pueblo colombiano», donde escribió: «Cuando el pueblo pedía un jefe y lo encontró en Jorge Eliecer Gaitán, la oligarquía lo mató. Cuando el pueblo pedía paz, la oligarquía sembró el país de violencia. Cuando el pueblo ya no resistía más violencia y organizó las guerrillas para tomarse el poder, la oligarquía inventó el golpe militar para que las guerrillas, engañadas, se entregaran. Cuando el pueblo pedía democracia, se le volvió a engañar con un plebiscito (el de diciembre del 57) y un Frente Nacional que le imponía la dictadura de la oligarquía...» Todo lo cual le lleva a concluir: «El pueblo sabe que no queda sino la vía armada».
Dussel se ubica frente a la realidad de Colombia y la vida y muerte de Camilo como historiador que más allá de defender busca comprender el hecho Camilo Torres Restrepo. Por ello va a su biografía, pero también a sus escritos, como fuente privilegiada para acercarse al pensamiento de un cristiano transparente en su vida, que sin duda llevó al papel lo que sincera y rigurosamente pensaba.
Indica como para Camilo, desde su lugar como científico, era claro el peligro del “colonialismo cultural latinoamericano”. Desde su ser sacerdote, Camilo estaba en contra de un espiritualismo o una fe que no comprometen. Camilo decía que la caridad nos exige y tiene que pensarse desde la necesidad del prójimo, por lo tanto, como las necesidades del prójimo son reales, el sacerdote debe buscar respuestas históricas concretas. Esa categoría de la caridad en el ámbito de lo cristiano se explicita desde lo académico como amor eficaz. En palabras de Camilo, la revolución debe dar de comer al hambriento, beber al sediento, vestido al desnudo, bienestar para la mayoría.
Dussel comparte la dificultad que se enfrenta al buscar comprender la decisión de Camilo de militar en la guerrilla. Camilo estaba dispuesto a asumir los riesgos que fueran necesarios para hacer la revolución, llevaba muchos años estudiando la realidad y actuando en ella. Por ello su decisión final no puede calificarse apresuradamente porque no fue ilusa. Realmente Camilo pensó con detenimiento su caminar. Él mismo describe sus pasos: el cristianismo era la forma más pura de servir al prójimo, por ello lo escogió; el sacerdocio fue la concreción de una entrega total a los semejantes. Camilo encontraba en el cristianismo el fundamento de su opción revolucionaria, en todo sentido. Por ejemplo, la eucaristía era para Camilo una acción comunitaria de la cual el sacerdote es responsable ante la comunidad, por lo cual debe cuidar de que la acción celebrativa sea legítima, lo cual obliga a realizar la justicia en forma efectiva como amor al prójimo en la cotidianidad donde la gente se encuentra para el culto.
Dussel expone que Camilo conocía las opciones frente a la represión, el golpe de Estado, el statu quo, el reformismo y la insurrección violenta. Y prefirió la revolución pacífica como deseo, previsión y presión social, concibiendo la revolución violenta como un mal. Sin embargo, dadas las circunstancias históricas, Camilo la va a entender como un mal necesario. Intentó evitarla, sus llamados iniciales a las élites en el poder buscaban que los cambios necesarios fuesen resultado de una decisión que evitara toda confrontación violenta. El poder para Camilo, según deduce Dussel, tenía tres sujetos y ninguno de ellos tomó jamás la decisión de dejar de oprimir: ni el poder militar dejó de sostener a las estructuras opresoras, ni el poder eclesiástico se apartó del poder económico y político, ni éstos renunciaron al dominio del Estado y la riqueza.
Dussel destaca desde las mismas palabras de Camilo que su confrontación no fue con los comunistas, con quienes se manifestó dispuesto a sumar esfuerzos, ni con quienes se asumían ateos en sentido crítico. De hecho, Dussel cuestiona el papel de la Iglesia católica colombiana frente a la vida y opciones de Camilo Torres Restrepo. Cuestiona si realmente es cristiana y afirma que es más cristiano un ateo comprometido con la liberación que un creyente unido a las élites opresoras.
Dussel confirma, como se ha hecho en otros análisis, que los señalamientos y los ataques vinieron desde la Iglesia Católica. El Cardenal Concha, cuestionando la intervención en política del sacerdote Camilo Torres, emprendió él mismo una intensa labor de predica política condenando la revolución violenta y defendiendo al gobierno que calificaba como legítimo. Concha va a condenar a Camilo por su opción guerrillera, pero nada dice autocríticamente de su carácter de General de las Fuerzas Militares de Colombia.
Dussel enfatiza en que el cardenal se equivoca al considerar como legítimo al gobierno existente. El cardenal Concha diría el 9 de abril de 1965 que había un peligro comunista, mientras el presidente de la república se sumaba anunciando que la propia iglesia camuflaba comunistas, refiriéndose a Camilo.
Mientras el cardenal Concha promovía un evangelio individualista y privatizante de la fe, limitando al laicado la acción temporal de la Iglesia y prohibiendo a Camilo cualquier actuación política, como jerarca intervenía contradictoriamente en la realidad política de la nación. Dussel denuncia que, según el cardenal, Camilo se había alejado de la doctrina de la Iglesia, mientras él mismo defendía la propiedad privada sin consideración alguna de la propiedad común y natural.
Camilo, ante la imposibilidad de ser escuchado por las autoridades religiosas, se vio obligado a pedir la reducción al estado laical que, contra el debido proceso, se otorga casi de inmediato. Y Camilo, cuentan sus amigos, llora amargamente porque no quiere renunciar al sacerdocio, pero renuncia porque no puede renunciar a su convicción de amor eficaz.
Dussel considera que la persecución legal e ilegal, su vinculación a la guerrilla y su muerte en combate, convirtieron a Camilo Torres Restrepo en símbolo universal. Tras la noticia, el debate se radicalizó, muchos sacerdotes enfrentaron a sus jerarcas y muchos jerarcas sancionaron a sus sacerdotes. Entre quienes buscaron la aplicación de las conclusiones del Concilio y quienes querían eludirlas, limitándonos a una pastoral espiritualista.
Explica Dussel que Camilo había criticado profundamente una acción evangelizadora reduccionista, tranquila en el ámbito de lo cultual y la conservación de las cosas dadas. El cardenal y la parte de la Iglesia que lo respaldaba estaba en defensa de la cristiandad. Camilo y sus seguidores trabajaban decididamente por el cristianismo, por la presencia efectiva de Cristo en la historia.
Dussel reflexiona sobre el por qué Camilo acudió a la violencia subversiva. Y explica que, en términos cristianos, no es santa como la violencia profética, pero que la búsqueda del amor eficaz llevó a Camilo a empuñar los instrumentos de la violencia revolucionaria porque su vida no podría ser vivida de otra manera. Hacerlo era dejar de ser Camilo Torres, el cristiano perfectamente convencido.
Con los años, religiosos, religiosas y laicos han continuado luchando por la unidad de los movimientos populares, algunos al extremo de la izquierda caminaron por los senderos de las guerrillas, otros desde los púlpitos, las universidades, los barrios, siguen construyendo el Reino, como Camilo, vigilados, perseguidos, martirizados por el poder militar y policial, fiel guarda del poder económico, político y eclesial.
Camilo encuentra en la guerrilla la respuesta a la pregunta por la forma de luchar contra el Estado burgués, cuyo poder militar es significativamente superior al del pueblo. Camilo se levanta inicialmente con la violencia subversiva profética, usa sus palabras, su trabajo, su liderazgo, su inteligencia y conocimiento para cuestionar la opresión y la dominación, pero de aquella violencia sin ofensiva ni defensa, no está dispuesto a pasar a la cruz de la lucha no violenta de Jesús; Camilo no renuncia al apoyo de los zelotes en la guerrilla del ELN. Camilo va a morir, pero no en la cruz, va a morir con un fusil en las manos, con un traje de guerrillero, no con su cuerpo desnudo.
Camilo levanta su fuerza revolucionaria para convocar al pueblo oprimido, para despertar la conciencia, se niega a la generosidad del Imperio, se niega al juego de cooptación de las élites nacionales que, al servicio del Imperio, se muestran fieles a los propósitos de la dominación. No está dispuesto a confundir al pueblo con los Pilatos que se presentan como buenos y generosos cuando son los responsables primeros de las condiciones de miseria del pueblo. Camilo se volvió guerrillero porque agotó el camino profético. Se volvió mártir porque fue derrotado y su proyecto no pudo protegerle en el combate.
Dussel tiene una posición compleja frente a la opción de Camilo, porque opta por la violencia subversiva con armas, la cual busca educar desde la práctica de la dominación, es decir, eliminando al dominador para implantar un nuevo dominador, mientras la violencia profética, acudiendo a la pedagogía del oprimido, busca humanizar al opresor, eliminando la condición de opresor y oprimido. La violencia subversiva profética no es pacifista, no es no-violencia, es violenta, pero también es distinta de la violencia armada. La violencia subversiva profética es violenta porque choca con la estructura opresora buscando destruir dicha estructura, eliminando la opresión al humanizar al opresor.
Para Dussel se trata de un conflicto profundo entre el santo y el héroe. El santo muere en los principios de la violencia subversiva profética, mientras el héroe muere en la violencia subversiva revolucionaria. Camilo es un héroe por la justicia de su causa y por la entrega de su vida por esa causa, no es un santo, no es un mártir, sino un combatiente aplastado por el poder de la violencia que combate con violencia. Camilo Torres, considerado por algunos un verdadero santo, es cuando menos un héroe jugado por el amor eficaz.
Dussel aclara que Camilo estuvo dispuesto a aniquilar al dominador. Quizá quiso liberar en algún momento al dominador, pero no pudo y decidió ser fiel a su convicción profunda de liberar al dominado al precio que fuera, incluso el de eliminar al dominador. Su opción no era gratuita, correspondía a un momento histórico, la realidad estaba en ese momento indicando el camino de la lucha de liberación desde las guerrillas; Camilo creyó en la hora de la revolución y se jugó pleno por ella. Perdió su vida en batalla, pero jamás perdió sus principios, a ellos y a su fe fue fiel hasta que las balas le crucificaron en la historia de la liberación.
Dussel da cuenta de una característica del profeta que desde la violencia subversiva profética se vuelve santo al ser martirizado. Camilo optó por los pobres pero no fue pobre ni en sus orígenes ni en sus proyectos. Sabía que el Frente Unido necesitaba recursos, como cualquiera de los proyectos que emprendió, sabía que la guerrilla necesitaba financiación y entendía quizá con profundo dolor la necesidad de acciones violentas para la financiación.
Comprendía ampliamente la dimensión del pecado. Era arrojado y lo demostró cuando regresó para recuperar él mismo su arma de combate como lo hacía todo guerrillero por la época. Al caracterizarlo, Dussel refiere que Camilo era vivaz porque nunca renunció a denunciar la opresión y la injusticia de todo tipo de opresores. Nunca estuvo dispuesto a la entrega resignada. No era humilde, era un combatiente valiente que quería enfrentar la muerte como guerrero.
Dussel deja ver en su reflexión que en el cristianismo un núcleo común ha permanecido como columna ética indestructible. Desde los profetas, Jesús y quienes le sucedieron hubo una radical resistencia a emperadores, reyes, jueces, dictadores y presidentes con sus diversos sistemas. El cristianismo ha implicado una profunda negación del fetichismo, contra las idolatrías se levantaron mujeres y hombres que fueron martirizados por la causa del Reino. Dussel cree que Camilo Torres hace parte de esa milenaria historia de fe, no de la religión o las religiones, que comenzando por Moisés, fueron personas religiosas que entregaron su vida en la lucha contra el poder dominador de su época, siempre sentando como fundamento sus motivos religiosos, aunque siguieran tácticas y estrategias diversas.
Según Dussel, Camilo Torres Restrepo fue y es parte de la tradición histórica del cristianismo cuya ética comprende el creer en Dios como único Absoluto, por lo mismo señala que en ello ésta tradición se diferencia de las posturas etnocentristas que sitúan el culto como un momento intelectual previo al saber Absoluto, es decir, distinto a la presencia de Dios en la historia. Para personas de fe como Camilo, el culto era práctico, no podía desentenderse de la acción por la liberación. Lo ritual era un momento articulado a la praxis del liberador que hace aquí y ahora, entre los pueblos oprimidos, la construcción de la justicia trascendental o del Reino que Dios quiere para su pueblo.
En Camilo Torres Restrepo, en su praxis religiosa, académica, política y guerrillera, la filosofía de la liberación encontró a un profeta latinoamericano. Un cristiano profundamente convencido de la necesidad y el deber de entregar la vida en la de lucha por la segunda y definitiva emancipación, por el proceso sagrado de construcción del Reino.
Camilo creyó profundamente en Jesús pero no lo imitó en todo. Hubiese podido. No lo hizo. Estuvo dispuesto a tomar la sangre de sus enemigos. Murió luchando. Lo mataron en combate porque no lo escucharon fuera de él. Jesús vino a servir, Camilo Torres también. Jesús no quiso acudir a la violencia subversiva revolucionaria, Camilo Torres la escogió. Ambos llevaron sus decisiones hasta las últimas consecuencias.
Venceremos…
Amén...
Publicado en Revista CEPA 2016, numero 22
Agradecemos a la redacción de la revista CEPA, Centro Estratégico de Pensamiento, por la autorización para su publicación en la revista Herramienta Web.