Desde hace varios años Venezuela es el principal laboratorio latinoamericano de transformaciones políticas y sociales. En toda la región se observa con gran expectativa que sucederá con el chavismo sin Chávez. Es indudable que el país ingresará en etapas muy diferentes si el proceso se radicaliza o estanca.
Variedad de conspiraciones
La derecha intentó desconocer un acto comicial realizado con el “mejor sistema electoral del mundo”. Esta calificación pertenece al ex presidente norteamericano Carter, que ponderó las virtudes del voto electrónico, la fiscalización internacional, el poder electoral independiente y las auditorías incorporadas. Esta transparencia fue confirmada en la reciente elección por comités de expertos y observadores de organismos mundiales. Capriles no aportó ninguna prueba de fraude, exigió verificaciones que ya fueron realizadas y propuso formas de conteos que recrearían las anomalías del viejo sistema manual.
La reducida diferencia a favor de Maduro (50,75 % frente 48,98%) no es tan inusual. Se registró en otras elecciones venezolanas (1968, 1978) y en varias norteamericanas (Kennedy triunfó sobre Nixon por 49.7 % a 49.6 % en 1960). Numerosos comicios recientes (por ejemplos italianos) se han definido por algunos miles de votos.
Lo que no perpetró Maduro fue el fraude realizado por George Bush en el 2000, para apropiarse de la victoria de su rival Gore (48,4 % frente 47,9%), mediante una maniobra del colegio electoral de la Florida. Cuando Chávez perdió por escaso margen en el 2007 reconoció de inmediato la derrota. Maduro había anticipado que con un solo voto de diferencia en su contra entregaba el gobierno y con el mismo margen a su favor asumiría de inmediato. Conocidos los resultados definitivos se limitó a cumplir su promesa.
El intento golpista irrumpió de inmediato con 8 asesinatos, decenas de heridos, incendios en las sedes chavistas y asedios al Poder electoral. Este operativo fascista fue ensayado durante una campaña electoral que incluyó sabotajes de usinas, jaqueos de computadoras, desabastecimiento de alimentos, encarecimiento de productos básicos y gran despegue del dólar paralelo. También ingresaron desde Colombia grupos paramilitares para ultimar militantes del oficialismo.
Capriles intentó crear el escenario de des-gobierno requerido para repetir los derrocamientos de Lugo (Paraguay) y Zelaya (Nicaragua). Contó con el aval de la embajada estadounidense y el sostén de la diplomacia española. Los dos países demoran el reconocimiento del nuevo presidente y fueron instigadores directos del fracasado golpe de Carmona, en abril del 2002.
Pero no resulta fácil repetir esa asonada frente a la gran experiencia de resistencia que acumula el pueblo venezolano. La derecha ha perdido el soporte financiero que les aseguraba el manejo indirecto de la petrolera estatal (PDVSA) y enfrenta el rechazo mayoritario de los gobiernos sudamericanos.
Pero lo más importante fue la contundente reacción de Maduro que denunció el pacto a escondidas propuesto por Capriles. La oposición a ese contubernio fue acompañada de una explícita caracterización de clase de su adversario, como exponente de la burguesía venezolana. Los medios de comunicación presentaron este retrato como un cliché propagandístico, sin advertir que esclarece el contenido social de la disputa en curso.
La derecha se ha envalentonado y unificado en torno a un líder. Apostará al asedio, al desgaste y a la provocación. Incentivará el caos económico, la desestabilización política y la presión armada. Tiene un libreto que habría aplicado con la misma intensidad, si la victoria de Maduro hubiera sido más amplia.
Este boicot empalmará con un metódico trabajo para imponer el llamado a una elección revocatoria dentro tres años. Harán funcionar a pleno los medios de comunicación, para demostrar cuán autoritario es un gobierno que supera todos los récords de elecciones cristalinas. Difundirán las terribles persecuciones que sufren los opositores con mayor libertad de insulto del planeta.
La derecha seguirá tanteando a los militares que se encuentran en la mitad del sándwich creado al interior de las Fuerzas Armadas. La jerarquía y la oficialidad inferior que sostienen al chavismo están cortadas por viejas capas de uniformados, con privilegios y negocios de todo tipo. Ellos conforman el sustento más peligroso de la “boli-burguesía”.
Resultados sorpresivos y confirmatarios
Maduro consiguió 7.575.506 votos y Capriles 7.302.641. Sufrió una pérdida aproximada de 685.000 sufragios en comparación a los obtenidos por Chávez en octubre pasado, mientras que su contrincante sumó una tanda de 670.000 papeletas. El 50,75% logrado se sitúa lejos de la primera victoria presidencial chavista (56,2%) y también por debajo de la última elección (54,4%).
El retroceso fue impactante porque todos esperaban una holgada diferencia de 8-12 puntos a favor del oficialismo. Estos pronósticos eran compartidos por la derecha y las encuestadoras. Pero si se evalúa lo ocurrido con cierta distancia de esa expectativa, lo llamativo es la vitalidad del chavismo, que ha ganado 17 de las 18 elecciones realizadas en los últimos 14 años. Se ha votado a un ritmo inédito. Con un régimen de concurrencia no obligatorio, la participación en las últimos dos llamados se aproximó al 80% de la ciudadanía.
No hay que perder de vista que se logró una victoria muy especial por la ausencia de Chávez. El fantasma de la derrota padecida por el sandinismo en 1989 quedó despejado. Cualquier político del mundo envidaría al partido que obtiene el triunfo número 17, sin su figura dominante.
Hay dos lecturas posibles de los cómputos finales, dada la leve caída registrada en el número de concurrentes (80 a 78%). La primera destaca que el chavismo no logró arrastrar a las urnas al segmento popular que lo acompañó en octubre pasado, mientras que la derecha sí pudo incrementar su propia afluencia. La mayor abstención porcentual en los barrios humildes corroboraría esta evaluación. La segunda visión atribuye los resultados a un desplazamiento de votos del oficialismo hacia la oposición. En cualquier caso hay un repunte de derecha y una caída del chavismo.
Este viraje indica que se leyó mal las consecuencias electorales del fallecimiento de Chávez. El respaldo emotivo arrollador se daba por descontado, sin que la pérdida del comandante podía provocar también desanimo y desamparo. Aprovechando este clima Capriles recurrió a una increíble usurpación y se presentó como un sustituto confiable del proceso bolivariano.
Pero el simple registro del vaivén electoral (fuerte recuperación en octubre y simétrica caída en abril) no debe oscurecer, la declinación general del voto chavista desde el 2007. Esa caída obedece a causas muy conocidas y detalladamente enunciadas por Maduro en el acto de cierre. Inflación ascendente, estampida del dólar, carencia de los productos no provistos por la red oficial (MERCAL), enriquecimiento de los banqueros y enormes ganancias de los intermediarios importadores.
La visible corrupción perdura con el amparo de los burócratas que manejan gran parte de la estructura oficialista. El mal endémico de la ineficiencia persiste en todos los niveles de la administración pública y la explosión de delincuencia abruma a la población.
En este escenario de dificultades el chavismo cuenta con un significativo margen para remontar la cuesta, antes de la confrontación que impondría un eventual revocatorio. Mantiene una sólida mayoría en la Asamblea Nacional (95 sobre 165 integrantes) y comanda 20 de las 23 gobernaciones.
El escenario económico no presenta, además, las aristas catastróficas que difunden los economistas neoliberales. Chávez demostró una y otra vez como se pueden recuperar los votos perdidos en este tipo de circunstancias. El punto de partida es revisar los errores sin flagelarse. La necesidad de introducir correcciones es obvia, pero el sentido de estos cambios es mucho más polémico.
Dos actitudes, dos perspectivas
Radicalizar el camino abierto hace 14 años o contemporizar con la derecha son las dos opciones contrapuestas que enfrenta el chavismo. El mismo dilema afrontaron muchos antecesores latinoamericanos del proceso venezolano. Debieron definir la profundización o disolución de proyectos revolucionarios, nacionalistas, antiimperialistas o reformistas.
Chávez siempre se inclinó por el primer camino, confrontando con los partidarios del status quo. La radicalización permitiría renovar las energías de una transformación que ya agotó su primera etapa. La alternativa conservadora desmoralizaría en cambio a la masa chavista, sin atraer a la derecha.
El primer rumbo exige dialogar con todos sin pactar con la burguesía. El segundo curso conduce a un acuerdo con los enemigos a costa de los propios seguidores. La audacia que demostró la revolución cubana es un antecedente de rupturas que abren horizontes. El vergonzoso final del MNR boliviano o del APRA peruano ilustra, por el contrario, el desmoronamiento que sucede a la capitulación.
Las dos perspectivas estarán en juego en la forma de encarar las asfixias económicas de corto plazo que imponen la inflación, la devaluación y el déficit fiscal. Estas desventuras son consecuencia de un sabotaje capitalista, que multiplica los beneficios de los grupos enriquecidos al amparo del poder. Si no se penaliza a tiempo a esos sectores habrá que recurrir al ajuste antipopular en forma explícita o encubierta.
Hasta ahora se contrarresta el desabastecimiento con mayor provisión de bienes, en el circuito de comercialización oficial. Pero la tolerancia hacia los especuladores termina neutralizando esa compensación. Los nuevos porcentajes de aumento salarial (35-48%) mantienen el poder de compra de los trabajadores, pero no corrigen el círculo vicioso creado por una inflación desbocada y convalidada con alta emisión. No es necesario enfriar la economía, ni retornar al libre mercado para reducir la carestía. Se puede actuar directamente sobre la formación de precios con medidas de control, fiscalización del beneficio y punición impositiva de los acaudalados.
La definición económica central gira en torno al fondo petrolero y la distribución de sus divisas. Durante un largo tiempo se aceptaron mecanismos de intermediación bancaria que engordaron a los financistas, sin reducir la especulación cambiaria. Ahora se ha introducido un sistema de subastas más transparente, pero los grandes capitalistas continúan lucrando con las divisas. Obtienen dólares al precio oficial y los comercializan en el mercado negro. No sólo hay problemas técnicos con la gestión de la subasta. Es indispensable tornar efectivo el monopolio estatal del comercio exterior para ordenar del manejo del excedente comercial.
Las mejoras del ingreso popular son tan evidentes que la propia derecha ya las reconoce como un mérito del chavismo. Eluden explican por qué sus gobiernos nunca ensayaron algo parecido. Fue el desplazamiento de esas administraciones reaccionarias lo que permitió derramar la renta petrolera hacia abajo. Pero es evidente la fragilidad del aumento actual del consumo sin la correspondiente inversión. La ampliación genuina del poder de compra exige avances significativos en la malograda industrialización de una economía rentista.
En el plano político los dilemas igualmente acuciantes. Existe un generalizado cuestionamiento de la corrupción y el castigo de los que acumulan dinero mal habido, definirá si el proceso recupera sustento popular. Maduro anticipó la creación de un cuerpo especial y secreto para destapar malversaciones. Pero una nueva ética de la honestidad exige la intervención directa de los militantes chavistas y una gran sensibilidad oficial para facilitar las denuncias.
La iniciativa de unificar las misiones en un nuevo sistema puede resultar también muy útil, si al mismo tiempo se fortalece la acción por abajo en las comunas y en los sindicatos. El anuncio de ir a las fábricas y a los barrios para construir legitimidad popular abre un camino de rencuentro con los votantes perdidos.
Hay condiciones favorables para introducir estas correcciones en el apasionado clima de Venezuela. Allí no impera la indiferencia, ni el hartazgo con la política que se observa en tantos países. El nuevo piso forjado en la conciencia popular permite encarar por ejemplo las iniciativas humanistas que Maduro sugiere, para lidiar con el complejo problema de la inseguridad. Ha convocado a la reintegración social de “todos los muchachos que dejen las armas” y se opone a la violenta persecución de los marginados, que instrumentaría la derecha.
No es sencillo tampoco radicalizar el proceso, atrayendo al mismo tiempo a gran parte de la clase media que se alinea con la derecha. La receta clásica de los socialdemócratas es el travestismo. Implementar “lo que la gente quiere” luego de haber absorbido los mensajes de los medios de comunicación. Esa adaptación trasformaría al chavismo en otro caso más de domesticación institucional.
Si se quiere evitar este entierro, no queda otra alternativa que perfeccionar la disputa ideológica iniciada hace 14 años. Persuadir y persuadir con nuevos argumentos es el sendero a recorrer. Demostrar como la derecha empuja a la clase media a actuar contra sus propios intereses persiste como el gran desafío del chavismo.
Legados y convicciones
El proceso bolivariano puede brindar una gran lección a los veteranos de la izquierda latinoamericana que perdieron el espíritu revolucionario. Si se revisan las fallas sin desazón, el lugar vacante que ha dejado Chávez encontrará sustitutos más colectivos.
No hay que olvidar cómo el gestor del cambio actual se sobrepuso a varias experiencias fallidas. Y al igual que Fidel después de Moncada siguió adelante luego del fracaso de su alzamiento inicial. Esa firmeza lo convirtió en un líder de masas al cabo de un breve encarcelamiento. Posteriormente supo afrontar el golpe del 2002 con la misma resolución y entregó sus últimas energías vitales a la batalla contra Capriles. Sin ese coraje Maduro no estaría hoy al frente del gobierno.
Chávez mutó siguiendo los vientos de la acción revolucionaria y por eso sus convicciones nacionalistas evolucionaron hacia la izquierda. Desde 1999 se embarcó en un curso radical que lo distanció de las clases dominantes y lo enlazó con las clases oprimidas.
Las confusas relaciones que estableció al principio con los militares derechistas de Argentina (“carapintadas”), indujeron a muchos analistas a observarlo como un golpista más del pelotón latinoamericano. El mismo equívoco suscitó su coqueteo inicial con la Clinton y la Tercera Vía del social-liberalismo. Pero su reacción frente a la embestida derechista despejó rápidamente cualquier duda sobre sus preferencias políticas. Optó por una convergencia con la izquierda que fue acelerada en su encuentro con Fidel.
Chávez se nutrió del patriotismo radical que personificaban Torrijos y Velazco Alvarado. Pero alentó una participación popular antiimperialista muy superior a esos antecesores. Contraviniendo la trayectoria dominante del nacionalismo latinoamericano impulsó la movilización social. Propició la creación de 100.000 círculos bolivarianos, la ocupación de PDVSA, la organización de los reservistas y la expansión de los consejos comunales. Esta confianza en el sujeto popular lo distanció del clásico arbitraje de Perón o Vargas. Dejó de lado el bonapartismo militar e introdujo la mayor democratización de la historia venezolana.
Su vaga aceptación juvenil del socialismo desembocó en un proyecto de reformas avanzadas sin el techo tradicional del nacionalismo burgués. Como tenía muy presente la tragedia de Salvador Allende, no se replegó ante las amenazas fascistas. Al contrario, concibió una estrategia de contragolpe frente a la derecha, junto a ensayos de transformación pacífica con resguardo armado. Su obsesión por el triunfo se gestó evaluando las derrotas sufridas por todos revolucionarios latinoamericanos desde Zapata y Sandino hasta Farabundo Martí.
Esta conducta le permitió a Chávez aguar la fiesta neoliberal, confrontar con el imperialismo y recuperar el proyecto socialista. Incurrió en numerosos errores, como la entrega de dirigentes guerrilleros a Colombia y la reivindicación de varios dictadores del mundo árabe. Pero inauguró el proyecto que ahora pueden culminar sus discípulos, si avanzan hacia la realización del socialismo.
Los dirigentes chavistas consideran que están embarcados en esa construcción y lo demuestran con discursos, proclamas y carteles desplegados por todo el país. Las denominaciones aplicadas a muchos emprendimientos confirman esa expectativa (empresas socialistas, partido socialista, salud socialista). La generalizada utilización de un concepto pos-capitalista es muy familiar al chavismo, que nutre sus filas de militares, intelectuales y activistas formados durante los años 70, bajo el influjo guerrillero y variadas influencias ideológicas comunistas.
Los dogmáticos descalifican este perfil resaltando la distancia que separa a los enunciados socialistas de su concreción. Suponen que ambos parámetros deben marchar al mismo ritmo, sin explicar por qué razón ellos mismos despliegan tanta propaganda marxista sin ningún atisbo de materialización. Proclamar el ideal socialista es un primer mérito, en la medida que define cual es la meta ambicionada y qué distancia habría que recorrer para alcanzarla.
Los sectarios repiten también los sarcasmos cínicos contra el socialismo bolivariano que emiten los críticos derechistas. Nunca se preguntan por qué razón el chavismo rescató el ideal socialista. En el pasado era muy frecuente reivindicar formalmente esa meta, como una cobertura demagógica para cualquier proyecto político. Este disfraz era necesario por el impacto generado por las revoluciones rusa, china, cubana y vietnamita. Todavía subsisten muchos partidos liberales, derechistas e incluso fascistas que preservan su mote socialista inicial. Pero esa moda quedó mayoritariamente sepultada con el desplome de la Unión Soviética.
Ningún movimiento popular reclama hoy a sus dirigentes que adopten definiciones socialistas. Este pronunciamiento no brinda réditos en ningún terreno. El prestigio intelectual y la penetración electoral que suscitaba esa identificación se ha diluido. Sólo cabe por lo tanto una interpretación de las razones que indujeron al chavismo a retomar el socialismo: la convicción. Aunque los descreídos no puedan entenderlo, ese parámetro guía la conducta de los militantes y dirigentes embarcados en la batalla por la emancipación.
Aprendizajes e innovaciones
Cualquier luchador latinoamericano sabe que una construcción socialista exige lidiar con dos novedades contemporáneas: la URSS ya no existe y las viejas dictaduras regionales han sido reemplazadas por sistemas constitucionales. El proceso revolucionario debe transitar por senderos más complejos que el pasado. La insurrección, el foco o la guerra popular prolongada ya no aportan respuestas a la forma de actuar en el terreno electoral y al desafío de conseguir aliados externos para resistir el acoso imperial. Frente al nuevo escenario hay que innovar con la misma audacia que en su época tuvieron Lenin, Mao y Fidel.
Los sectarios recluidos en su micro-mundo ni siquiera se plantean estos problemas. No perciben los problemas que emergen de cualquier interacción con la realidad. En octubre pasado se opusieron por igual a Chávez y a Capriles, presentando una candidatura insignificante (Chirino). Esta vez optaron por la abstención, argumentando que Maduro y su reaccionario contrincante “son lo mismo”. Minimizan el peligro golpista porque consideran que el chavismo es tan nefasto para el pueblo como su adversario. Con semejante despiste sus planteos solo aportan una graciosa nota de color al panorama venezolano.
Es importante comprender los nuevos rumbos de la lucha por el socialismo. En el siglo pasado los revolucionarios no enfrentaban la problemática intervención en el sistema electoral burgués. Actuaban en un persistente contexto de guerras y dictaduras, sin necesidad de abordar la disputa por los votos. Las dificultades para trabajar por una construcción socialista en este terreno son muy conocidas por cualquier de militante de izquierda, que haya participado en alguna elección. El régimen constitucional otorga a los dueños del poder económico y mediático privilegios siderales, que son potenciados por el predominio de la ideología convencional.
Los méritos del chavismo en este terreno han sido mayúsculos. Le ganó diecisiete votaciones a las clases dominantes. Pero es ilusorio suponer que esa secuencia se repetirá ad infinitum en una elección tras otra, sin padecer cansancio y desgaste.
Está probado que el socialismo no podrá emerger de la simple continuidad de secuencias electorales. Los socialdemócratas que alguna vez creyeron en esa posibilidad, ya no destinan ni un minuto a recordar la justificación de esas creencias. Simplemente actúan aceptando las pautas que fijan las clases opresoras. Si se quiere evitar esa degradación hay concebir como se podría integrar el sufragio periódico actual a una futura democracia socialista. Ese tránsito requeriría alguna modalidad de ruptura revolucionaria.
El instrumento potencial de esa transformación es el poder popular que acompaña al chavismo desde su nacimiento. Estos organismos paralelos y articulados al esquema institucional presentan múltiples modalidades de consejos, comunas, círculos, sindicatos y partidos. Hasta ahora no consolidaron una forma definida y tampoco maduraron un desarrollo autónomo, en gran medida por la tutela impuesta desde arriba. La ausencia de Chávez exige ahora potenciar el protagonismo colectivo.
Las carencias del poder popular pueden ser fatales, puesto que allí se concentran los embriones de la construcción socialista. Ese poder es el gran resguardo de continuidad del proyecto revolucionario, frente a los imprevisibles vaivenes de la disputa electoral. Por esta razón cuando se cierra un acto comicial no sólo hay que contar los votos obtenidos. Se necesita saber cuánto se avanzó en la organización de la estructura popular.
Chávez siempre supo cuán necesario es prepararse para confrontar con clases dominantes decididas a defender sus privilegios por medio de la fuerza. No alcanza con impedir la designación de un Pinochet al frente del ejército para impedir el drama sufrido en Chile en 1973. Las estructuras populares defensivas son indispensables para condicionar el comportamiento de las fuerzas armadas en situaciones críticas. La conducta de esa institución en gran medida depende de la capacidad popular para actuar en forma directa y organizada contra los fascistas.
El sorprendente devenir de la historia ha reintroducido la batalla por el socialismo en un país petrolero. Este escenario era inimaginable para los marxistas del siglo XX, que se acostumbraron a localizar los procesos revolucionarios en países carentes recursos. Venezuela es la contracara de ese modelo. No afronta ninguna de las restricciones que por ejemplo atormentan a Cuba.
La combinación de plan y mercado requerida para una transición socialista en un país exportador de combustible será muy distinta a la exigida en una economía carente de divisas. Hay ciertas medidas comunes a cualquier proyecto anticapitalista (bancos, recursos naturales y comercio exterior nacionalizados).
Pero dada la estatización del petróleo, el mayor desafío que afronta Venezuela es la gestión de ese recurso y no la ampliación ulterior de la propiedad pública. Es vital cambiar la matriz productiva con expansión industrial y reducir las importaciones de bienes de consumo. El éxito económico del chavismo se medirá en este plano.
Movimientos Sociales Del Alba
La victoria de Maduro es un trago amargo para la diplomacia estadounidense, que ansía librarse de la crítica chavista a todas sus tropelías. Esas denuncias empañan el reacomodamiento táctico que promueve Obama para atenuar la imagen belicista de la primera potencia. El triunfo bolivariano obliga a Estados Unidos a perfeccionar el maquillaje de sus invasiones, asesinatos selectivos y torturas en Guantánamo.
La presencia de un continuador de Chávez al frente de una economía petrolera representa, además, un grave problema para el imperio, que siempre computó al crudo venezolano como un insumo propio. Le resulta intolerable que su principal abastecedor latinoamericano maneje cuotas de producción en forma soberana y acuerde contratos de largo plazo con China.
Estados Unidos no ha podido tumbar el proceso bolivariano al cabo de catorce años. Este fracaso obedece también a la capacidad exhibida por América Latina para impedir la repetición del desangre perpetrado en Medio Oriente y África. La enorme trascendencia de este logro no ha sido debidamente valorada. Si la región padeciera masacres étnicas, guerras sectarias o matanzas separatistas, actualmente sólo discutiríamos la forma de emerger de esas tragedias.
El país necesita apoyarse en un bloque geopolítico latinoamericano para contrapesar la presión imperial. Es el respaldo que no tenía Cuba en los años 60. Incluso con varios gobiernos derechistas en su interior, UNASUR, CELAC y otros organismos pueden cumplir ese rol de escudo protector. Pero lo ocurrido con Lugo en Paraguay demuestra que ese resguardo no sustituye la decisión interna de confrontar con el golpismo.
Venezuela no es un integrante más de la alianza sudamericana y su gobierno presenta un perfil diferenciado de cualquier administración de centroizquierda. Esta singularidad reapareció durante la elección del primer sucesor de Chávez.
Maduro es un “presidente obrero” muy distinto a Lula, tanto por su militancia socialista, como por la distancia que ha mantenido de la socialdemocracia. No recurrió hasta ahora al discurso amigable con los poderosos. Al contrario, confrontó con el “burguesito Capriles que desconoce la vida del trabajador”. ¿Persistirá o se diluirá ese mensaje?
El planteo de Maduro también contrasta con la indiferencia hacia la meta socialista, que predomina entre la mayoría de los presidentes progresistas. Algunos mandatarios -como Cristina Kirchner- son incluso abiertamente hostiles a ese ideal. Suelen contraponer la bandera roja con el estandarte celeste y blanco, como si fueran símbolos en conflicto.
El chavismo ha transformado el panorama de la izquierda latinoamericana y rehabilita la batalla por el socialismo continental. Pero no existe hasta ahora un organismo de confluencia para esa acción. La nueva articulación de los movimientos sociales del ALBA, que se está promoviendo para aglutinar organizaciones populares a escala regional, podría cumplir ese papel. Pero debería reunir agrupaciones construidas desde abajo con autonomía de los gobiernos.
Esa confluencia estaría exenta de las restricciones que rodean a la acción gubernamental. Su función no sería consolidar acuerdos geopolíticos, asociaciones estatales, alianzas o convenios económicos. Trabajaría en las prioridades de los movimientos sociales y podría alzar la voz en los temas conflictivos. Desde un ALBA de los pueblos hay espacio para la solidaridad con Haití sin envío de tropas, para cuestionar a las transnacionales de cualquier sub-potencia y para objetar las fantasías del “capitalismo regulado”.
Los movimientos sociales ALBA tienen la oportunidad de cubrir el vacío dejado por el declive del Foro Social de Porto Alegre. Podría avanzar en la superación de esa experiencia adoptando el perfil de lucha que eludió ese precedente. El momento es promisorio y la rendija comienza a abrirse para la gran tarea de convertir el sueño de Bolívar en una emancipación socialista.
21-4-2013
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