Ediciones Luxemburg: Buenos Aires, 2011, 272 págs.
Una pequeña-gran enciclopedia de la teoría del imperialismo.
[1] En la tradición del pensamiento emancipatorio, que se extiende desde las revoluciones de 1948 hasta la década de 1980, se construyeron una serie de categorías de análisis histórico y social de indudable alcance, tanto para clarificar problemas fundamentales del desenvolvimiento del capitalismo y de la lucha de las clases subalternas, como para proporcionar instrumentos que permitieran delinear de manera más clara la táctica y estrategia de los movimientos anticapitalistas. Entre esas categorías sobresalen las de capitalismo, capital, clases, lucha de clase, clase obrera y/o trabajadores, explotación, plusvalía, Estado e Imperialismo, dentro de las más importantes. Estas categorías se diseñaron no como artefactos conceptuales de tipo académico –aunque desde luego también se utilizaran en este ámbito– sino como instrumentos de análisis relacionados con movimientos reales.
Como parte de las múltiples derrotas experimentadas por los movimientos antisistémicos desde la década de 1970, la terminología clásica que hemos mencionado empezó a ser sustituida por una nueva lengua, que durante las últimas dos décadas se ha expandido por todo el mundo. Esta nueva lengua, como lo señalara Pierre Bourdieu en uno de sus últimos escritos, se ha convertido en una vulgata planetaria, que introdujo otra terminología, desprovista en la mayor parte de los casos del contenido crítico anticapitalista. Por ejemplo, términos como capital y “capitalismo” –si se quiere los conceptos matrices de la crítica de la economía política– siempre han sido rechazados por las clases dominantes de los Estados Unidos por su pretendido tono peyorativo. Eso se sostuvo durante la Guerra Fría, pero no se crea que ahora las cosas han cambiado. Por ejemplo, en marzo del 2010 el Departamento de Educación del Estado de Texas, en los Estados Unidos, proponía que en los libros de texto se usase de forma generalizada la noción “sistema de libre empresa”, porque consideraba que el vocablo “capitalismo” tiene connotaciones negativas (Noticia que aparece en el New York Times del 12 de marzo del 2010, citada en Josep Fontana, Por el bien del Imperio. Ediciones Pasado y Presente: Barcelona, 2011, pág. 11).
Si capitalismo es un vocablo peyorativo, aún más lo es el término imperialismo. En efecto, desde el mismo momento en que éste concepto empezó a utilizarse de manera reflexiva para hacer alusión a una característica nueva del mundo capitalista, por allá en 1902 en el libro de John Hobson, Estudio del Imperialismo, siempre ha generado rechazo por los propios países imperialistas, por portar un implícito carácter de denuncia. Así las cosas, en los Estados Unidos, algunos de sus principales historiadores liberales llegan incluso a decir que ese país nunca ha sido imperialista, como lo habían sido los europeos, porque éstos si habían tenido un sistema colonial.
En estas condiciones, el término imperialismo, cuya construcción como categoría crítica se realizó en el contexto de la expansión del imperialismo clásico (1870-1914), se convirtió en un concepto central del pensamiento anticapitalista durante buena parte del siglo XX, hasta que, en sintonía con la desaparición de la URSS y la derrota de diversos procesos anticapitalistas y antimperialistas, se abandonó su utilización y se empezaron a emplear otros vocablos de consumo coyuntural, entre los cuales el más sonado de todos ha sido el de globalización. Incluso, este término adquirió tal dominio conceptual –un buen ejemplo de lo que es el imperialismo cultural y académico– que hasta la mayoría de la izquierda lo empezó a usar sin muchas reservas ni circunspección. Obviamente, esto estaba inscrito en el marco de la derrota teórica e ideológica que acompañó la destrucción de procesos revolucionarios en las décadas de 1980 y 1990 o de procesos que se reclamaban como tales, aunque ya no lo fueran. Con la derrota se empezó a señalar que se habían presentando tal avalancha de cambios que en el ámbito de la economía y del comercio internacional habíamos entrado a una nueva época, en la cual se construía un Nuevo Orden Mundial, en el que predominaría la paz perpetúa y la concordia entre los Estados nacionales. Ese nuevo orden no tendría nada que ver, se argumentaba, con los viejos tiempos del militarismo, el saqueo, la ocupación territorial y la expoliación de materias primas, sino con una nueva realidad de armonía y pacifismo.
Sin embargo, la realidad ha sido bien diferente, en contra de los supuestos de la globalística, porque las invasiones, las guerras, la militarización e incluso el nuevo racismo han sido el pan diario del pretendido nuevo orden. Eso lleva a pensar que el concepto de imperialismo no está tan muerto como se nos viene diciendo hace un cuarto de siglo, sino que como bien lo dijo Harry Magdoff, la naturaleza de la bestia se mantiene. Por ello, y para contrarrestar en el plano teórico al discurso de la globalización, en algunos sectores políticos y académicos se siguió utilizando el concepto de imperialismo, lo que ha dado pie a numerosos debates sobre la persistencia o modificación del imperialismo, tal y como lo analizó Lenin en su pequeño libro de 1916.
Y en tal contexto, justamente, se inscribe el libro de Claudio Katz, Bajo el imperio del capital. Este texto de 250 páginas consta de quince sustanciales capítulos en los cuales se resumen de manera sintética y magistral un siglo de aportes, debates y controversias en torno al Imperialismo capitalista.
Para incentivar a las personas interesadas a que lean esta magistral obra, en las siguientes páginas trataré de mostrar algunos de sus aportes principales. Para empezar, hay que hablar de la parte formal, que generalmente no se menciona cuando se comenta un libro. Bajo el imperio del capital es un texto claro, directo, con una prosa comprensible, pero a la vez es profundo, sistemático, riguroso, exhaustivo y coherente. No parece ser un libro escrito por un economista, porque quienes alguna vez estudiamos economía, lo sabemos en carne propia, se nos ha acostumbrado a un tipo de escritura árida, especializada, innecesariamente farragosa, con cuadros, estadísticas, gráficas y otros instrumentos que ahuyentan a los lectores. La sencillez es una virtud en una época en la que cada vez se lee menos. Es un reto para los escritores de ciencias sociales, escribir cada vez mejor desde el punto de vista literario, pero sin perder seriedad ni profundidad. Y esto es lo que hace Claudio Katz en sus libros, como puede observarse en sus dos obras anteriores (El porvenir del socialismo y Las disyuntivas de la izquierda) y como se ratifica en esta obra que comentamos.
Otro elemento, ya no formal, está referido al método que el autor emplea en su investigación. Aquí también existen unas ventajas apreciables con relación a gran parte de la literatura referida al asunto del imperialismo o temas coetáneos, que son innecesariamente pesados en la mayor parte de los casos, porque suelen presentarnos complicados marcos teóricos, previos al mismo análisis, y que a veces se pierden en el estudio de los procesos específicos. No es el caso de Claudio Katz, porque realiza una breve introducción en la cual señala los objetivos básicos de su trabajo, pero lo más importante es que la metodología está, por así decirlo, aplicada. Me refiero a cosas como las siguientes. La caracterización misma del imperialismo como un fenómeno relacionado directamente con el capitalismo, lo que permite diferenciarlo claramente de los imperios coloniales, por ejemplo. La periodización que se propone, en la cual se señalan y se sustentan tres momentos diferenciados, a saber: el imperialismo clásico, el imperialismo de posguerra y el imperialismo neoliberal. El sentido contradictorio y dialéctico de los procesos relacionados con el imperialismo, a partir de lo cual se efectúan análisis muy lúcidos en los cuales se indica la complejidad de los fenómenos en curso. Una perspectiva histórica que permite relacionar tanto las obras y sus autores (como el caso de Lenin y su Imperialismo, fase superior del capitalismo), con el momento preciso en el que viven, lo que determina el alcance y sentido de la obra misma y de lo que allí se pudiera decir y proponer. La categoría de totalidad como horizonte analítico que permite estudiar las múltiples dimensiones del imperialismo, y no reducirlas a un plano puramente económico, territorial o político, sino relacionar todos los diversos aspectos que entran en juego en el funcionamiento real del imperialismo. El análisis de procesos estructurales, antes que de elementos episódicos y coyunturales que posibilita determinar tanto las modificaciones como las permanencias de los rasgos centrales del imperialismo.
En cuanto al contenido es tal la diversidad de tópicos que Claudio Katz retoma en su libro, que resulta injusto señalar algunos, porque necesariamente se quedan en el tintero muchas de sus valiosas contribuciones. Sin embargo, tratemos de presentar algunos de esos aportes, de manera esquemática.
•Recoger, leer y sistematizar una vasta literatura sobre el imperialismo, cuyo análisis es presentado de una forma coherente y dinámica, a lo largo de los capítulos, que casi no deja ningún tema pendiente. Incluso, se estudia literatura contrapuesta al imperialismo, como la procedente de autores neoconservadores de los Estados Unidos, con la finalidad de mostrar sus limitaciones y su carácter apologético de la dominación imperialista, para resaltar a su turno la fortaleza de las perspectivas marxistas más críticas y renovadoras.
•Presentar la naturaleza de las diversas contribuciones, su alcance y sentido en cada contexto, y la manera cómo, en la medida en que cambia el contexto y el mismo imperialismo, se hace necesario considerar los elementos diferenciadores del imperialismo actual con el imperialismo clásico. En concreto tres serían las características sustanciales de la fase actual: primero, es un imperialismo colectivo en términos de gestión (retomando el término de Samir Amin), pero bajo la dirección de los Estados Unidos; segundo, existe una asociación económica entre los países imperialistas; tercero, las contradicciones interimperialistas ya no conducen a enfrentamientos militares entre los miembros de ese imperialismo colectivo.
•Examinar algunos de los asuntos más álgidos y polémicos de la geopolítica mundial de hoy, entre los que sobresalen dos: de una parte, la crisis de los Estados Unidos y de otra parte, la emergencia de China. En cuanto al primer tópico, de forma meticulosa y con gran cuidado se examinan una a una las principales apreciaciones que existen sobre la crisis de la hegemonía de los Estados Unidos, en particular las provenientes de los teóricos del Sistema-Mundo, como Immanuel Wallerstein. El autor demuestra que, en general, esas apreciaciones sobre la inminente caída de los Estados Unidos son muy unilaterales y en gran medida son producto de los buenos deseos, antes que un análisis sistemático de lo que acontece en la actualidad. Para el caso valga recordar la fuerte debilidad en el análisis de Wallerstein, cuando se atreve a realizar proyecciones con fechas precisas del momento en que sobrevendrá otro sistema-mundo. En cuanto a la emergencia de China, también se centra en la crítica a uno de los principales difusores del incontenible ascenso del nuevo tigre asiático, como es el caso de Giovanny Arriegui. Con detalle muestra las inconsistencias teóricas y políticas de la interpretación de este último autor, e indica que no existen suficientes elementos como para suponer que ya sea un hecho la consolidación de China como nuevo hegemón en una fecha inmediata y previsible.
•Recordar el carácter agresivo y criminal del imperialismo actual, tanto como el clásico, que utiliza, en otro contexto y con sus nuevas características, instrumentos similares de agresión como los relacionados con las incursiones militares, el saqueo de recursos naturales, la explotación intensiva de trabajadores y la imposición de una ideología imperial, el americanismo, que ha sido aceptada por los otros países imperialistas y por las clases dominantes de todo el mundo. Este proceso es conducido por los Estados Unidos, pero goza de la complacencia y el acuerdo de los otros imperialismos.
•Mostrar la manera particular como se desenvuelve la dominación imperialista en diversas áreas estratégicas del mundo, entre las cuales destaca el caso de Irak y del oriente medio, de América Latina y de África. Al respecto, se detallan los brutales procesos de invasión militar, bombardeos sistemáticos, asesinatos masivos, establecimiento de bases militares, por parte de los Estados Unidos, en complicidad con sus socios imperialistas y las clases dominantes a nivel nacional, como se pone de presente en el caso de Colombia.
•Reafirmar que el imperialismo actual no modifica los elementos centrales de funcionamiento del capitalismo, en lo relacionado con la ley del valor, el papel de los Estados nacionales, la centralidad de la explotación del trabajo, la generación de plusvalía, porque precisamente sigue siendo imperialismo capitalista. Al respecto, el autor entrelaza en forma convincente el análisis del proceso de acumulación capitalista con el imperialismo, como una manifestación necesaria que supera los límites de los estados nacionales, para incursionar más allá y establecer una acumulación a escala mundial. Según el autor, esto no significa, y lo reitera constantemente, que el imperialismo de hoy sea igual al de la época de Lenin. Por ello discute cada uno de los postulados del revolucionario ruso, considerando en general que la mayor parte de ellos ya no son aplicables a esta época.
•Enfatizar en contra de buena parte de los analistas –entre ellos una gran parte de autores marxistas– que lo distintivo del imperialismo actual no sería ni el capital financiero ni una mentalidad rentista, sino algo básico para que funcione el capitalismo, como es la explotación y la generación de plusvalía. Esto no quiere decir que en su reparto no participen otras fracciones de las clases dominantes, sino simplemente se recalca que la financiarización no es un proceso que favorezca exclusivamente a los banqueros, sino que “ha sido un instrumento de todos los capitalistas para repartir la tasa de ganancia, mediante generalizados aumentos de explotación” (pág. 141). Este aspecto me parece particularmente crucial, porque sitúa el centro de la discusión no en la pretendida generación de valor por parte del capital financiero y los banqueros (como lo postulan Manuel Castells, Toni Negri, Michael Hardt y todos los portavoces del globalismo light), sino en la renovada y brutal explotación de clase, que se da en todos los ámbitos de la vida laboral, y no sólo en las fábricas de la muerte y las maquilas. En este sentido, el capitalismo y el imperialismo no son unos casinos regidos por el azar y las ganancias provenientes de la nada (o el dinero que crea dinero y se reproduce sobre sí mismo), sino que proceden, y por eso es de capitalismo que hablamos, de la explotación de los trabajadores, es decir, de la plusvalía generada en los procesos productivos.
•Señalar, en contra de posturas fatalistas que indican que el imperialismo se va a caer tarde o temprano, que igual que en el capitalismo lo que determina el destino del imperialismo es la acción política consciente de sujetos concretos, que ven trastocada su vida por esta forma de dominación. En este caso se critica la futurología de caídas anunciadas con anticipación, como en el caso mencionado de Wallerstein, como a la misma noción del imperialismo como etapa final del capitalismo, algo que ha sido demostrado por los procesos históricos de la segunda mitad del siglo XX.
No voy a mencionar todos los importantes aportes de este libro. Simplemente quiero plantear, para concluir, dos elementos de discusión con Claudio Katz. Un primero está referido a lo que decía al comienzo de estas palabras, que el libro recoge casi todos los aportes, pero creo que le faltó uno, que en este momento es muy importante, como es el relacionado con el imperialismo ecológico, propuesto por autores como John Bellamy Foster y por mi persona. La importancia de este concepto estriba en que, a mi parecer, ayuda a replantear algunos aspectos de la teoría marxista del imperialismo, como los referidos, por ejemplo, al establecimiento de otros límites que van más allá de los límites económicos, a los que hace referencia Katz. Sin embargo, el imperialismo ecológico plantea el problema de los límites en otra dimensión, recalcando que el agotamiento de los bienes comunes, la destrucción de los ecosistemas, el agotamiento de las fuentes hídricas, el calentamiento global, el descongelamiento de los casquetes polares, la desaparición de especies, las distintas formas de contaminación no son algo secundario sino fundamental, hasta el punto que todos esos asuntos ponen en riesgo la misma reproducción de la acumulación de capital, al considerar el problema del agotamiento de los bienes comunes de tipo natural (lo que Marx denominaba condiciones de producción) como resultado de la lógica misma de crecimiento infinito. Este hecho no se sustenta en futurología especulativa, que con razón le gusta criticar a Katz, sino en la constatación de datos empíricos incontrastables (aunque a menudo ocultados por las clases dominantes de Estados Unidos y sus propagandistas y que gran parte de los economistas no suelen considerar), sobre el agotamiento irreversible de materias primas indispensables para el funcionamiento del capitalismo, empezando por el petróleo. Esto sitúa la discusión en otro plano, en lo relativo por ejemplo al estancamiento. Porque, obviamente, en un planeta de recursos limitados resulta insostenible el crecimiento ilimitado, lo que pone en cuestión el mismo modelo chino, de un crecimiento del 15% anual o tasas semejantes. Y aquí se plantea, de paso, otro asunto que menciona Katz de manera tangencial como es el relativo al modelo energético basado en el petróleo, en el sentido que vale hacerse la pregunta si es posible construir otro patrón energético que tenga la misma efectividad que las energías fósiles y que permita que el capitalismo energívoro siga funcionando tal y como lo conocemos.
En ese contexto, la cuestión del estancamiento alcanza otra dimensión, que ya se ve en algunos lugares del mundo (como Haití), que consistiría en mantener amplios sectores de la población de miseria, hambre y subconsumo de materiales y energía, al tiempo que cada vez se achicarían más los guettos invertidos de sectores minoritarios de la población –formados por las clases dominantes y algunos sectores de las clases medias– que mantendrían su consumo energético despilfarrador, que les permite mantener su estándar de vida al estilo estadounidense. Visto así el asunto, el estancamiento no se vería solamente en la perspectiva que critica Claudio Katz de una especie de regresión y parálisis de las fuerzas productivas, sino como la expresión de un quiebre civilizatorio.
El otro punto que quiero dejar planteado en la discusión y que no me quedó claro es el relativo al ciclo económico, o más exactamente a las ondas largas. Las crisis periódicas indican la permanencia del ciclo, y eso lo enfatiza Katz, pero lo que dice sobre las ondas largas no es del todo claro. A ese respecto cabría preguntar en donde nos encontramos, o en una fase de expansión (similar a la de los treinta gloriosos) o en la misma fase descendente que se inició en 1967-1973. Ésta creo que no es una pregunta formal, de periodización, sino que tendría que ver con el análisis estructural y de larga duración de la crisis actual como una crisis de sobreproducción y no como una cuestión financiera o inmobiliaria meramente coyuntural.
Para concluir, estos últimos comentarios críticos no le restan mérito a una obra bien elaborada, que con toda justicia recibió una mención honorífica en el Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2011, y que se constituye, sin exageración de ninguna índole, en una breve pero auténtica enciclopedia de la teoría marxista del imperialismo. Esperamos que en adelante, este libro sea una lectura indispensable para todos aquellos que estén interesados en entender el funcionamiento del imperialismo actual, de las múltiples formas cómo ha sido estudiado y de encontrar elementos que les permitan adoptar una postura crítica y reflexiva ante el imperialismo contemporáneo.
Palabras leídas por Renán en la presentación del libro de Claudio Katz, en la ciudad de Buenos Aires, y en el mes de noviembre de 2012.