16/04/2024

Automatización flexible: ¿nuevo paradigma tecnológico y organizacional?.

  4.1. Introducción

 
Junto al mito de la pérdida de centralidad del trabajo asalariado, muchos autores encuentran en la “rigidez” y en las regulaciones gubernamentales del Estado capitalista keynesiano las “fuentes” del aumento del desempleo (segundo mito en importancia levantado por los economistas y sociólogos neoclásicos).
Lo curioso es que la mayoría de los críticos de la economía keynesiana no reconozcan que ésta constituyó un invaluable instrumento de desarrollo del capitalismo en el mundo, independientemente de que la palanca haya sido el Estado o el mercado, porque lo que estratégicamente importa no es tanto el medio, sino el fin: ¡reproducción del capitalismo!
En el presente artículo nos interesa discutir los conceptos “rigidez” y “flexibilidad”, en la medida en que generalmente se identifica al primero con el Estado, achacándole el origen de la crisis y de todos los males sociales mientras que, al segundo, se le asocia asombrosamente con el mercado y sus “virtudes” para “garantizar” bienestar social, desarrollo y justicia social, categorías que se van mancomunando con la flexibilidad.
Estos conceptos se desdoblan en dos estrategias: mientras que la rigidez “produce” proteccionismos e ineficiencias que inhabilitan al sistema para generar crecimiento y desarrollo; la flexibilidad garantiza la competencia, la liberalización económica y el surgimiento de una economía privada basada en las “fuerzas del mercado”, que se convierten, según sus ideólogos, en el motor de las estrategias de desarrollo económico y social. 
 
4.2. ¿Rigidez proteccionista vs. flexibilidad neoliberal?
 
En relación con esta discusión, se plantea que: “Las mayores tasas de desempleo observadas en Europa (en comparación con Estados Unidos) han encontrado una fuente de explicación en los mayores costos no-laborales y las regulaciones del mercado de trabajo que enfrentan estas economías. Surge, entonces, la posición de quienes ven en la ‘flexibilización’ del mercado de trabajo, entendida como una desregulación que permita un ajuste[1] de los salarios y del empleo a las condiciones de mercado, una alternativa de política para disminuir el desempleo”.[2] Lo que en el largo plazo resulta tautológico, puesto que las políticas auspiciadas por el “mercado”, o sean, por las políticas empresariales o pro-empresariales que promueven los gobiernos en el contexto del patrón neoliberal de acumulación, son generadoras de desempleo y de pobreza, como constatamos en el capítulo cinco. 
Muchos autores, entre ellos Pilar Romaguera, no diferencian entre la situación de los mercados de trabajo en Europa, por una lado y la de los Estados Unidos por el otro. En cuánto a los primeros, resultados de una investigación aclaran que: “En las economías donde hubo mayor avance en los programas neoliberales (Estados Unidos e Inglaterra), la degradación en las condiciones de vida de los desempleados fue significativa, debido al recorte en los planes sociales y al estímulo a la flexibilización en el mercado de trabajo. En los países que mantuvieron los programas de atención a las medidas de protección y a la garantía del ingreso a los desempleados (Suecia y Alemania), la caída en el patrón de vida fue atenuada”.[3]
En términos generales, Perry Anderson demuestra que el objetivo histórico del neoliberalismo, el de la reanimación del capitalismo mundial, no sólo se alcanzó sino que fue francamente decepcionante, debido a la caída sistemática de las inversiones en las industria de equipos productivos que: “...no sólo creció durante los años ochenta, sino que cayó en relación a sus niveles medios de los años setenta. En el conjunto de los países del capitalismo avanzado las cifras son de un incremento anual de 5,5% en los años sesenta, de 3,6% en los años setenta y nada más que de 2,9% en los años ochenta. Una curva absolutamente descendente”,[4] mientras que las experiencias más exitosas las exhiben las regiones y países “menos neoliberales” como las del extremo oriente (Japón, Corea, Formosa, Singapur y Malasia). 
Por eso afirmaciones como la siguiente se deben matizar: “El desafío parece ser cómo lograr un funcionamiento del mercado laboral acorde con las exigencias de flexibilidad impuestas por la competencia internacional y, a la vez, mantener criterios de equidad y protección de los trabajadores”.[5]
Lógicamente que esta situación de los mercados laborales se desarrolla en un ambiente neoliberal que, desde la perspectiva del proceso productivo, supone la flexibilidad y la desreglamentación del trabajo. Y si bien el mundo del trabajo debería adaptarse a sus normas y condiciones (uso de la fuerza de trabajo), lo debería hacer preservando en lo esencial sus derechos, la “...equidad y protección de los trabajadores”. Pero esto, en las condiciones actuales, representa más bien un “ideal” a alcanzar por los trabajadores sencillamente porque, de acuerdo con las características y dinámica del patrón de acumulación neoliberal que apuntamos en el capítulo 2 (empobrecedor y excluyente), una de sus premisas es justamente el deterioro del trabajo y la distribución regresiva del ingreso a favor de las capas intermedias y superiores de la burguesía, como acreditan todos los indicadores oficiales en la materia.
Nuestra tesis es, por el contrario, que hoy en día, debido a las características que está asumiendo la mundialización del sistema capitalista –(declive del sector industrial, desorganización de los trabajadores, debilitamiento de los sindicatos y de la intervención estatal en la economía, irrupción de métodos japoneses de organización del trabajo, automatización, etcétera.)–, existe una tendencia a homogeneizar las condiciones de explotación y organización del trabajo en las economías avanzadas y que se expresa en el desempleo, el deterioro de los mercados laborales y la exclusión social. Esta tendencia está encaminada a elevar la intensidad del trabajo y, en algunos casos, a extender la jornada laboral más allá de su límite normal; a rebajar los salarios con ayuda de un incremento de la competencia entre los propios trabajadores (aumento de la oferta sobre la demanda en los mercados laborales) y a incurrir en el pago del salario por debajo de su valor. Por último, a aumentar la productividad del trabajo y la cuota de ganancia.
De tal manera, que no es tanto en la “rigidez” (identificada con el Estado interventor), o la “flexibilidad” (que se asemeja mecánicamente con el mercado), donde radica el núcleo de los problemas del desempleo estructural. Porque se puede demostrar que justamente en aquéllas experiencias donde más avanzó el neoliberalismo promoviendo la economía de mercado en las relaciones laborales, incluyendo, aquí, el empleo y la contratación, los salarios y las calificaciones, es donde más se registró deterioro de los mercados de trabajo, de la calidad de los empleos y las remuneraciones, tanto en Estados Unidos, como en América Latina y en algunos países europeos.[6]
Si bien se puede sostener que la economía global se va abriendo paso mediante la “...transformación en profundidad del modo predominante de organización del trabajo”,[7] ¿significa esto una nueva revolución científico-técnica”?[8]
 
4.3. Revolución tecnológica
 
En Maquinaria y Gran industria, Marx demostró cómo la maquinaria aprisionó y amoldó la fuerza de trabajo del obrero. Estudió en detalle esta génesis y concluyó con la tesis de que el modo de producción capitalista es esencialmente un dispositivo encaminado a sustituir fuerza de trabajo con el fin supremo de elevar la cuota de ganancia en detrimento de la plusvalía.
El taylorismo y más tarde el fordismo, que cubren los finales del siglo pasado y se extienden hasta el período posterior a la segunda guerra mundial, contribuyeron a elevar la productividad del trabajo, la plusvalía y la ganancia con la racionalización del trabajo asalariado y la incorporación del obrero masa al proceso de consumo. Este modelo alcanzó su límite en la década de los sesenta.
Mientras que la producción convencional se basaba en la producción masiva y uniforme, o sea, en un tipo que era esencialmente intensivo en trabajo y habilidades, en cambio, la automatización se aplica en lotes pequeños y medianos de producción. De esta forma este nuevo paradigma tecnológico[9] basado en la microelectrónica y la informática sustituye al anterior, al fordismo que, de acuerdo con Robert Boyer, “...entra en crisis, oculta a fines de los años sesenta y abierta después de los dos ‘shocks petroleros’ ”[10] fundado en la energía barata y abundante, y en otros elementos materiales intensivos en energía, petróleo y gas.
Se está afianzando en el mundo una transición dialéctica del sistema capitalista, cuya locomotora era el Estado, al dispositivo neoliberal del mercado, como motor del nuevo paradigma industrial.
 Ante el agotamiento del ford-taylorismo, como paradigma de las relaciones industriales y de la organización del trabajo, se fue imponiendo el “modelo japonés” en el mundo. A este respecto, un autor dice que: “Si esas experiencias de la acumulación flexible, a partir de la experiencia de la 'Tercera Italia' y de otras regiones como Suecia, han traído tantas consecuencias, en tantas direcciones, fue, sin embargo, el toyotismo o el modelo japonés el que mayor impacto ha causado, tanto por la revolución técnica que ha operado en la industria japonesa, como por la potencialidad de propagación que algunos de los puntos básicos del toyotismo han demostrado, expansión que hoy llega a una escala mundial”.[11] Y si ha llegado a esta escala universal ha sido justamente por la conveniencia del capital en la medida en que le representa una alta rentabilidad. ¿Ha cambiado este objetivo? Desde nuestra perspectiva, no.
Los nuevos métodos de organización del trabajo entramados en el paradigma toyotista, constituyen un instrumento para elevar la productividad y la cuota de ganancia y reorganizar el proceso de trabajo sobre otras bases, a partir de la descomposición del “obrero masa”. Por lo menos esta es la dirección a que apunta el toyotismo, como paradigma que tiende a asumir un carácter universal, frente a la irreversibilidad del incremento de la precarización del trabajo, de la disminución cuantitativa y cualitativa del trabajo industrial, del crecimiento de los servicios y del “sector informal” en el seno de la larga onda depresiva de la economía capitalista mundial.[12]
 
4.3.1. Reestructuración y reconversión productiva
 
La necesidad de realizar “ahorros” en fuerza de trabajo, el uso cada vez más frecuente de tecnología en la producción y la propensión del capital a concentrar sus recursos en la esfera financiera, explican por qué la reconversión del trabajo se da en la dirección de someterlo a regímenes de superexplotación y pobreza.
En los países industrializados la revolución (capital y trabajo), se llevó a cabo simultáneamente en los procesos de trabajo y en las relaciones industriales, hasta coincidir con la liquidación del Walfare State y de sus dispositivos encarnados en los procesos productivos y en las relaciones de gestión empresarial del fordismo y el taylorismo posbélicos.[13]
A partir de ahí se abrió un debate interesante relacionado con la siguiente pregunta: ¿qué es lo que reemplaza al Estado keynesiano? Y como respuesta se abrieron dos escenarios:
a) Para unos, una “economía de libre empresa” dinamizada por las fuerzas del mercado.[14]
b) Para otros, una “economía mixta”, con círculo virtuoso que combina intervencionismo estatal con libertad de mercado, como en el capitalismo asiático.
Desde otra perspectiva, así como el ford-taylorismo fue la “infraestructura” del Estado keynesiano del bienestar, la “automatización flexible y programada” tiende a configurarse como la “infraestructura” del Estado mínimo neoliberal de la economía de mercado.
 
4.3.2. La automatización flexible
 
El capital se esmera por romper las incómodas regularidades y rigideces del mundo del trabajo, de la vida cotidiana y de los negocios por medio de dispositivos y tecnologías flexibles fundados en la microelectrónica y la informática, como vimos en el capítulo I.
De hecho a esto apuntan las tesis regulacionistas y neoshumpeterianas respecto a la flexibilidad y el debate que en referencia a la “rigidez” estructural del capitalismo se viene desarrollando desde diferentes perspectivas en los últimos años.
En efecto, a diferencia de la economía clásica y de los teóricos neoclásicos, los autores enmarcados en la escuela de la regulación indagan las causas de la crisis a través de un método que busca “...descubrir las for­mas mediante las cuales el sistema económico encuen­tra la mejor manera de re­producirse. Estas formas entre­laza­das y articuladas conforman la reproducción y son llamadas por ellos la regulación”.[15]
Dentro de esta perspectiva, para Michel Aglietta, el “neofordismo” es la respuesta global del capital frente a las crisis del ford-taylorismo y constituye “...una evolución de las relaciones de producción capitalistas, que se encuentra todavía en gestación, y que tiene por objeto responder a la crisis de reproducción de la relación salarial a fin de salvaguardar esa relación fundamental, es decir, para perpetuar el capitalismo”.[16]
Para Gerard de Bernis, la crisis constituye una ruptura de la estabilidad estructural del modo de regulación capitalista.[17]
Benjamín Coriat, encuentra las causas de la crisis en el agotamiento de los métodos de producción fordistas y tayloristas, a partir de la incompatibilidad entre tasas decrecientes de productividad y de ganancia en el contexto del ascenso de los salarios reales, fenómeno que se va a expresar en “...la crisis de la organización científica del trabajo, el agotamiento de los métodos taylorianos y fordianos de organización del trabajo y la ausencia de un relevo significativo en el soporte de la valorización del valor”.[18]
Michel J. Piore y Charles F. Sabel, encuentran un sistema sociotécnico (“especialización flexible”), en tanto sistema de crecimiento económico y de relaciones sociales opuesto al ford-taylorista.[19]
Según Robert Boyer,[20] este nuevo sistema de relaciones sociales y de producción está encaminado a estimular la variedad y la diferenciación de mercados caracterizados por su inestabilidad y crecimiento raquítico y, por eso mismo, el sistema de “especialización flexible”, más que un mecanismo estructural de superación de la crisis del fordismo, constituye un auténtico mecanismo de defensa frente a ella.[21]
Para los motivos de la presente investigación, más interesante resulta el concepto de “automatización flexible” acuñado por Robert Boyer como un sendero tecnológico y productivo distinto de la nueva fase de acumulación posfordista. Este concepto tiene el mérito de integrar creativamente el fordismo y el taylorismo en una suerte de mixtura productiva, o flex-fordismo, que se interpone creativamente entre la “rigidez” de la cadena del fordismo clásico y la “especialización flexible” de corte defensivo de Piore.
En cuánto dispositivo socio-técnico, que afecta a los procesos productivos y de trabajo, la automatización flexible reclama la presencia institucional del Estado y la promoción de legislaciones ad hoc (privatización, desarrollo de la economía de mercado,[22]disminución del intervencionismo estatal, apertura externa, desarrollo tecnológico, etcétera.).
El capitalismo viene desarrollando, desde la década de los cuarenta, los dispositivos de la “automatización flexible” que, en cuánto acto de incorporación y de difusión tecnológica, no es un acto técnico o de “selección natural”, sino que depende de factores sociales y políticos y de las “...estrategias de las grandes corporaciones, de entendimientos institucionales y sociales y de la intervención estatal”.[23]
De entre estas estrategias surge una tipología como la que nos presenta Jean Jaques Silvestre y tiene utilidad metodológica para comprender la lógica de las transformaciones estructurales en curso. Así, en el plano de las mutaciones sociales se estarían sucediendo tres tipos de cambios: mecánicos, orgánicos y estructurales. Los dos primeros coexisten en el tiempo y en el espacio, y no implican una modificación de las bases estructurales del patrón de acumulación; en cambio, el tercer nivel de los cambios identificado, el nivel estructural, sí tiende a modificar las bases y principios del patrón de reproducción capitalista, por ejemplo, modificando drásticamente la organización del trabajo.
Estos cambios se proyectan desde las bases del sistema productivo hasta las relaciones sociales: los sistemas educativos y la calificación de la fuerza de trabajo, tal y como, por ejemplo, ocurre con el sistema onhista. En otras palabras, transforman más o menos rápidamente, según el grado de desarrollo de la economía en cuestión, los elementos que los regulacionistas identifican como “relación salarial”: el proceso de trabajo, la calificación, el empleo y los salarios.
Entonces se entiende que estos elementos existen de manera “externa” para configurar un cambio mecánico que no altera en sustancia el régimen de relaciones vigente; puesto que opera en la periferia de la estructura. Sin embargo, un cambio orgánico, interioriza la lógica de los cambios, pero sin afectar la estructura del patrón de acumulación. Pero el “cambio estructural”, que estimula la “automatización flexible”, corresponde al nuevo patrón de acumulación y a su configuración jurídico-legal que le da sustento y tiende a legitimarlo, tal y como sucede con el secundario-exportador en América latina. 
De lo anterior surge la problemática de la “flexibilidad interna y externa”.
La teoría de la regulación distingue dos tipos de flexibilidad laboral: la flexibilidad interna al interior de las fábricas, en las empresas y en toda la economía (como forma dominante de producción y organización) y que corresponde a los cambios de tipo estructural (automatización flexible), y la flexibilidad externa, que es aquélla forma que asume el uso de la fuerza de trabajo por el capital dentro del proceso productivo y que, sin modificar los principios constitutivos del proceso de trabajo del patrón capitalista anterior, posibilita adaptarla a las constantes variaciones de la producción y de los mercados, aunque para ello tenga que incurrir en violaciones a las normas y leyes ju­rídico-laborales vigentes, como veremos más adelante.
Por eso consideramos que e[24]
Como el mundo del trabajo es una relación antagónica con el capital, la dialéctica del conflicto, la lucha y la negociación, entre los representantes de ambos mundos: el Estado y el capital por un lado y el sindicato y el trabajo por el otro, resulta que si la organización social y política de los trabajadores es débil, como ha ocurrido desde los años ochenta, entonces se fortalecen y consolidan las tendencias desestructuradoras y la precarización del trabajo; mientras que, si la situación es la inversa, es posible construir alternativas, relativamente, dentro de los límites del capitalismo, favorables para ellos.[25]
En los países dependientes no sólo se consiguió participar en mínima escala dentro del primer proceso, que implicaba transformaciones importantes en los procesos de producción, de comercialización y en los sistemas financieros, sino que, incluso, se frustraron las posibilidades de su intervención debido, como vimos, al agotamiento de la industrialización sustitutiva de importaciones y a las consecuencias económicas, financieras y tecnológicas que implicó, a partir de la crisis de la década de los ochenta, especializar los aparatos productivos en las actividades exportadoras, lo que de alguna manera redundó en una renuncia, a veces involuntaria, para mantener el proceso de industrialización.[26]
Dentro de este estrecho marco,los países dependientes iniciaron la reestructuración económica en el contexto, tanto de la crisis de la década de los ochenta, como de la dislocación de las relaciones internacionales al final de esa década, debido a la desintegración del “socialismo real” en la Europa del este, provocando que los recursos financieros y el margen de maniobra de la política económica de los Estados se estrecharan todavía más frente al aumento de la demanda de créditos y financiamientos por parte de los nuevos países surgidos de la desintegración de la ex-URSS.[27]
De esta forma, para colocarse como potenciales signatarios del capital dinero mundial, en ese marco de competencia intensificada entre diversos países y regiones del mundo, un numeroso grupo de países, entre los que de manera ejemplar destaca México, se apresuraron a adoptar “modelos económicos neoliberales” funcionales a la economía capitalista de mercado. Sin embargo, el precio a pagar ha sido alto, puesto que esos países se han visto forzados a realizar intensas reformas estructurales (apertura comercial, privatización de empresas públicas, reformas fiscales, laborales y pensionales; retiro de subsidios a la población y creciente disminución del gasto social, etcétera.), desencadenando una descomposición en el tejido social y una crisis política de la legitimidad del Estado que, entre otras cosas, estimuló un evidente debilitamiento de su soberanía, como se advierte en el caso mexicano.[28]
Por ello, en América Latina la reestructuración capitalista tuvo un camino distinto al que experimentó la mayor parte de los países desarrollados. Por un lado, la automatización de los procesos de trabajo se ha venido desarrollando muy lentamente, particularmente, al finalizar los ochenta en los países más grandes de la región. Con excepción de Brasil, que es el más avanzado, en los demás países es apenas una tarea propia de la década de los noventa.
La secuencia de la reestructuración sigue, más o menos, una trayectoria que pondera los cambios en el capital físico, en menor medida en la organización del trabajo y, por último, impulsa la reforma laboral, a través de la modernización. Este comportamiento puede ser ilustrado en el caso de Brasil.
En términos generales, para este país, la periodización del proceso de modernización cubre tres fases diferenciadas.
La primera, que se despliega a inicios de la década de los ochenta, se caracteriza por la introducción de los programas de participación en equipos denominados Círculos de Control de Calidad (CCC) como resultado de los siguientes procesos articulados: de las huelgas obreras que sacuden al período, de los intereses modernizadores de los empresarios y de la burguesía moderna, y como un mecanismo para contrarrestar la organización autónoma de los trabajadores brasileños.
Una segunda fase se caracteriza por una marcada tendencia, a mediados de los ochenta, al desaliento y fracaso de los CCC y al impulso nuevamente de los empresarios a invertir en la compra e instalación de nuevos equipos, particularmente en las ramas más dinámicas de la economía nacional y en la inversión en equipos microelectrónicos que elevarían el parque industrial de máquinas automatizadas. El resultado es una profundización de la heterogeneidad productiva y tecnológica, al observarse un lento y desigual proceso de difusión de la modernización en las ramas productoras de bienes de consumo duradero (textil, calzado, indumentaria) y un enorme crecimiento en las modernas y de punta, sobre todo en las industrias de proceso continuo (celulosa y papel, química y petroquímica), en el complejo metalmecánico (automotriz, aeronáutico, etcétera.) y en la industria de autopartes.
El final de los ochenta y el principio de los noventa, corona la tercera fase del cambio modernizador que se caracteriza por una pronunciada tendencia a desarrollar una “modernización sistémica”, centrada en el flujo de inversiones y en nuevas formas de organización de los procesos de trabajo.
Las causas que conducen a esta última fase del proceso de modernización reciente en Brasil son: a) la profundización de la crisis económica a partir de 1990 y b) la política de apertura oficial del gobierno para estimular la competencia intercapitalista en función de los patrones internacionales de producción y de competitividad.
En esta última fase, de igual forma que en otros países latinoamericanos, va a surgir la necesidad de modificar las leyes laborales con el fin de ajustar su institucionalidad jurídica, con la expedición de leyes, normas y reglamentos internos, a las nuevas condiciones de la economía brasileña, acompañadas de la adopción de métodos y técnicas de origen japonés tales como el Kan-Ban, Kaizer, la Organización Celular, el Control Estadístico de los procesos y de los productos, el Control Total de Calidad, el Cero Error, etcétera. [29]
Casi como norma, han sido los reajustes en el proceso de trabajo y en las plantillas laborales, los que han antecedido la introducción de tecnología para aumentar la productividad del trabajo en las empresas. Esta vía se constata por ejemplo en México y en Chile. Brasil quizás se encuentre en una situación intermedia.[30]
Generalmente los aumentos de productividad se han conseguido en dos etapas:
a) Primero, mediante la aplicación de “tecnologías blandas” –(concepto que esconde la reorganización del proceso de trabajo con cargo en la mayor explotación del obrero)–, es decir, “...en la reorganización de líneas de producción, en la introducción de mejoras en la organización del trabajo, así como en la reducción de tiempos muertos, especialización en tareas de mayor productividad, mayor control de inventarios, etcétera.”[31]
b) En la segunda fase, se incorporan “tecnologías duras”: equipos y maquinaria moderna como resultado del aumento de la inversión en capital fijo. Esta es la vía que podemos considerar como sistémica de la automatización.
Pero, en virtud de las características del patrón neoliberal, esta segunda alternativa representa para el mundo del trabajo, desempleo por incorporación de tecnología o, mejor, desempleo tecnológico. 
En efecto, resultados de distintas investigaciones sobre el tema de la reestructuración del trabajo a partir de nuevas tecnologías,[32] muestran que, si bien por períodos cortos o medios, la tecnología puede generar nuevos empleos productivos, con mejor remuneración y calificación (generalmente para personal especializado, ingenieros y personal técnico), en la industria o en los servicios, sin embargo, el saldo final va en detrimento del empleo. Por ejemplo, existen evidencias de que una Máquina Herramienta de Control Numérico reduce en alrededor de 50% la cantidad de puestos de trabajo requeridos por un equipo tradicional. Un robot reemplaza entre 3 y 5 puestos de trabajo en actividades como pintura, soldadura o almacenamiento en las industrias en serie, como la automotriz.[33]
Generalmente, mientras que las MHCN afectan el trabajo calificado: torneros, mecánicos o fresadores, los robots sustituyen categorías calificadas como soldadores, pintores, hojalateros, montadores, etcétera.
Estudios realizados en la industria del cemento, indican que la tecnología aumenta la producción global y por trabajador (productividad), disminuye el tamaño y la cantidad del equipo de operación y del número de obreros y demanda mayor escolaridad y calificación (por lo menos el nivel técnico) a ciertas categorías de trabajadores ligadas al panel de control.[34]
Pero existe otra estrategia que provoca el mismo resultado sin aplicar tecnología en el proceso de trabajo. Este se consigue simplemente reorganizando y cambiando la composición del trabajo a través de mecanismos como la prolongación de la jornada de trabajo, la intensidad y la remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, además de los despidos masivos de personal.[35]
Esta línea ha sido sistémica en varios períodos de la historia económica latinoamericana y fue teorizada bajo el concepto de superexplotación del trabajo; concepto que de ninguna manera supone, como se ha llegado a afirmar, el estancamiento económico.[36] Por el contrario, desde hace más de dos décadas, planteó lo que iba a ocurrir, y está ocurriendo, en América Latina en materia de reestructuración del trabajo y de su inserción en la actual fase de mundialización. Es así como existen evidencias de que el aumento de la productividad del trabajo en las economías latinoamericanas, sobre todo en la fase más crítica de la década de los ochenta, no ha conseguido disminuir el desempleo, aumentar los salarios reales y reducir jurídicamente la jornada de trabajo, que, en parte, se está consiguiendo en algunos países europeos sobre todo bajo la forma de acuerdos y negociaciones entre empresas y sindicatos.[37]
Los datos disponibles muestran que en América Latina el desarrollo económico reciente se ha sustentado en tasas crecientes de explotación del trabajo, más que en el incremento de la productividad. En efecto, “La industria latinoamericana atraviesa por un profundo proceso de reestructuración que en varios países se ha traducido en una acusado aumento de la productividad laboral, que suele ir acompañado de una reducción del personal”.[38] Fácil: menos trabajadores producen más con mayor esfuerzo intensivo y extensivo, tanto físico, como psico-emocional y con bajos salarios.
En los países desarrollados, acciones como la reducción de la jornada de trabajo, sin reducción salarial, constituyen uno de los principales caminos para la solución del problema del desempleo. “En una sociedad en que el trabajo regular se configura como status de ciudadanía, es necesario que se creen condiciones para garantizar a la población la inserción productiva en el mercado de trabajo en condiciones no precarias”.[39]
En cambio, en América Latina, la aceleración del desempleo obedece a causas estructurales derivadas del desempleo tecnológico que viene provocando la reestructuración económica. En algunos casos, como en México y Brasil, estos cambios han involucrado difusión microelectrónica e informática e innovaciones organizacionales en base a los métodos japoneses de organización y producción en los sectores más dinámicos de la economía, debilitando la capacidad del sistema para crear nuevos empleos. Otra causa, que acelera el desempleo, se encuentra en las políticas neoliberales.
 Son raros los casos en donde se da una combinación virtuosa entre tecnología y empleo, sin que necesariamente implique el detrimento de éste. Pero, seamos justos, generalmente detrás de este fenómeno está la fuerza del sindicato y sus luchas.[40] Sin embargo, esto no es la regla, sino la excepción ya que el sindicalismo, o está coludido con las instituciones oficiales del gobierno o, bien, carece de estructuras y fuerzas suficientes para imponer sus demandas e intereses en la política y en la sociedad.
Es por eso que, más allá de que los cambios en el proceso de trabajo y en las relaciones laborales (en Brasil, en México, en Chile), hayan sido acompañados de incorporación de tecnología, y la fuerza de trabajo relocalizada (en industrias como la automotriz, por ejemplo) cuando es desplazada por la reestructuración; por el contrario, en América latina, los ajustes laborales han estado precedidos de políticas de desregulación de los contratos de trabajo y, en consecuencia, de la precarización del trabajo con repercusiones en todas las esferas de la vida social.
 
4.4. Conclusión
 
Es indiscutible que la automatización flexible es un dispositivo, no solamente tecnológico, sino económico y político cuya estrategia consiste en romper las rigideces estructurales de una economía posbélica que entró en crisis y ya no asegura condiciones normales de rentabilidad. Para el mundo del trabajo, ello se traduce en una reestructuración de sus condiciones jurídico-laborales para convertirse en una fuerza de trabajo precarizada y polivalente, o sea,en una fuerza de trabajo que está expuesta constantemente a perder sus derechos. Esta vía abre todas las posibilidades al capital para echar mano de la superexplotación del trabajo en los términos en que la definimos anteriormente, asumiendo la forma monumental de la precarización del trabajo a finales del siglo XX.

 
* Capítulo 4 del libro: Globalización y precariedad del trabajo en México, Ediciones El Caballito, México, 1999, 191 páginas.
[1] En el acervo neoliberal, debe entenderse por “ajuste”, una rebaja de los salarios y la entrada del empleo de los trabajadores a las fluctuaciones cíclicas de los negocios de los empresarios: si diminuyen éstos, luego entonces, tienen que disminuir los salarios y no se garantiza que ocurra lo inverso. El mercado es Todo, el ser humano “nada”.
[2] Pilar Romaguera, “Flexibilidad laboral y mercado del trabajo en Chile”, Colección Estudios CIEPLAN, Santiago, septiembre de 1996, pág. 6.
[3] “El desempleo y las políticas de empleo e ingreso”, Pesquisa DIEESE#10, São Paulo, octubre de 1994, pág. 13. Esta tesis encuentra sustento en los trabajos incluidos en Emir Sader (organizador), Pos-neoliberalismo. As políticas socias e o Estado democrático, Sao Paulo, Paz e Terra, 1995, págs. 9-28.
[4] Perry Anderson, “Balanço do neoliberalismo”, en Emir Sader, ob. cit., pág. 16.
[5] Pilar Romaguera, ob. cit., pág. 7.
[6] Debemos distinguir entre aquellos empleos precarios, que no resuelven la calidad de vida y las necesidades de la población, pero sí disminuyen los índices de las estadísticas oficiales del desempleo, de aquellos empleos íntegros, bien remunerados que sí elevan y resuelven las condiciones de vida y las necesidades de la población.
[7] C. Oman, Mondialisation et régionalisation: le défi pour les pays en développement, París, OCDE, Études du Centre de dévelppement, 1994, cit por Francois Chesnais, A Mundializaçao do capital, pág. 27.
[8] Coincidimos con Theotonio Dos Santos cuando afirma que el conocimiento científico desempeña un papel fundamental para entender la naturaleza de las transformaciones estructurales en curso y, aun, las de carácter sociopolítico. Es con el concepto “revolución científico-técnica” como se pueden construir y apreciar dentro de una visión total e integral. Dice, “La naturaleza de las transformaciones que vienen ocurriendo en la fase actual del desarrollo de las civilizaciones y culturas contemporáneas en la dirección de una civilización planetaria, se debe definir a partir del nuevo y radicalmente distinto papel que el conocimiento científico ocupa en la organización de las actividades productivas. El concepto de revolución científico-técnica (RCT) intenta articular esos cambios dentro de una visión integral”, Cf. Theotonio Dos Santos, Economia mundial, pág. 26. El mismo autor contrapone su visión a tres enfoques parciales. Un primer enfoque identifica los cambios en la “sociedad postindustrial”, fundada en el conocimiento y en la sociedad de la información, a partir de la superación de la vieja sociedad industrial”. Otro enfoque, más entrado en la realidad, le atribuye a determinados sectores y ramos productivos de la economía, la responsabilidad de los cambios en el patrón de industrialización, olvidando que dichos cambios son producto combinado de la articulación de todas las ramas y sectores de una economía, en el marco de la reproducción global de la sociedad. Por último, están aquellos otros enfoques que ponderan a la cultura como el elemento central explicativo. Con relación a éste último punto, véase a Lawrence Harrison del Institute of Technology Massachusetts, MIT, The Pan-american Dream (Sueño americano, publicado en Basic Books, New York, 1997) y Sthephen Haber de la Stanfor University, How Latin America Fell Behind (América latina quedó atrás), véase, “Mais” en el Suplemento de Folha de SaoPaulo, 10 de agosto de 1997, donde se entrevista a estos autores y se aprecian sus concepciones.
[9] Un análisis de las características del nuevo paradigma articulado en torno a la microelectrónica y diferente del fordista-taylorista, se encuentra en Carlota Pérez, “Las nuevas tecnologías: una visión de conjunto”, en Carlos Ominami, La tercera revolución industrial, impactos internacionales del actual viraje tecnológico, RIAL-Anuario-Grupo Editorial Latinoamericano, México, págs. 43-89. El “paradigma tecnológico” implica la lógica de la dinámica evolutiva de toda tecnología que, desde el punto de vista técnico, considera que el desarrollo tecnológico se puede prever. Supone una serie orientada y acumulativa de innovaciones tecnológicas que implican la selección de las “mejores” técnicas. Autores neoschumpeterianos como R. Nelson y S. Winter, (“In Search of a Useful Theory of Innovation”, Researchs Policy, Vol. 6, No. 1, 1977, págs. 36-37) identifican el paradigma tecnológico como “trayectoria natural” o, en el caso de G. Dosi, como “paradigma tecnológico”, véase: “Technological Paradigms and Technological Trajectories”, Researchs Policy, Vol. 11, No. 3, 1982. 
[10] Robert Boyer, en Carlos Ominami, ob. cit., pág. 233.
[11] Antunes, ob. cit., pág. 20.
[12] En efecto, la reestructuración se desarrolló en el seno de la onda depresiva, con repercusiones graves para los trabajadores: “...cuando pasamos de una onda expansiva a una onda larga depresiva, ya no es posible asegurar el pleno empleo, erradicar la pobreza, ampliar la seguridad social, asegurar un incremento sostenido (aunque modesto) de los ingresos reales para los asalariados. Llegados a este punto, la lucha por restablecer la tasa de ganancia mediante un fuerte ascenso de la tasa de plusvalor (es decir, de la tasa de explotación de la clase obrera) se transforma en la prioridad suprema”, Mandel, Las ondas largas, pág. 87.
[13] Para este tema existe una extensa bibliografía, entre otros, consúltense a Benjamín Coriat, El taller y el cronómetro, Editorial Siglo XXI, Harry Braverman, Trabajo y capital monopolista, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1997. Para una concepción que ve la actualidad del taylorismo y sus virtudes capitalistas en todos los ordenes de la vida del siglo XX, véase: Clemente Nobrega, “Taylor superstar”, en Revista Exame, São Paulo, 24 de septiembre de 1997, págs. 124-128.
[14] El Banco Mundial ha modificado su estrategia respecto al Estado, quizás a raíz de los acontecimientos financieros de los últimos años, desde la crisis mexicana de 1994. Es así como en su Informe sobre el Desarrollo Mundial, 1997, “El Estado en un Mundo en transformación”, dice que el pragmatismo lo lleva a oponer una posición intermedia entre la perspectiva del Estado minimalista y el Estado interventor. Su “solución” es que: “...el desarrollo exige la existencia de un Estado eficaz, que actúe como agente catalizador y promotor, alentando y complementando las actividades de las empresas privadas y los individuos [... Sin un Estado eficaz, es imposible alcanzar un desarrollo sostenible, ni en el plano económico, ni en el social”.
[15] Esthela Gutiérrez Garza, “La crisis laboral y la flexibilidad del trabajo en México” en Documentos y Materiales de Estudio, México, Fundación Freidrich Ebert, febrero de 1989, pág. 15.
[16] Michel Aglietta, Regulación y crisis del capitalismo, Siglo XXI, México, 1979, pág. 99.
[17] Gerard de Bernis, El capitalismo Contemporáneo, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1988, pág. 27.
[18] Benjamín Coriat, El taller y el cronómetro, pág. 152.
[19] Michel J. Piore y Charles F. Sabel, La segunda ruptura industrial, Alianza Editorial, Madrid, 1990.
[20] Robert Boyer, “La informatización de la producción y la polivalencia”, en Esthela Gutiérrez, La ocupación del futuro, Nueva Sociedad-Fundación Friedrich Ebert, Caracas, 1990, pág. 28.
[21] Ibid., pág. 29.
[22] Frente a la “mano invisible” de Adam Smith en el neoliberalismo surge la “mano visible” de la dirección de la empresa de que nos habla Alfred D. Chandler, Jr., como práctica capitalista en los Estados Unidos que vino a sustituir la premisa smithiana de dicha dirección por las fuerzas del mercado. Véase de ese autor, La mano visible, la revolución de la dirección de la empresa norteamericana, Ministerio del Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1987, págs. 719. 
[23] Robet Boyer, en Ominami, La tercera revolución industrial, pág. 245.
[24] Ruy Mauro Marini, “Proceso y tendencias de la globalización capitalista”, pág. 56.
[25] Tenemos, por ejemplo, en los Estados Unidos un caso concreto de esa reversión de la precarización por parte de los trabajadores: “El éxito ejemplar de los 185 mil choferes-mensajeros de mercancías de la compañía United Parcel Services (UPS) al cabo de quince días de huelga en el mes de agosto de 1997, marca quizás un viraje en la historia de las relaciones sociales en Estados Unidos, del mismo modo en que la derrota de los controladores de vuelo había inaugurado en 1981 la ofensiva victoriosa del presidente Ronald Reagan contra el movimiento sindical. Además de los aumentos salariales, los huelguistas obtuvieron la transformación de millares de empleos precarios en puestos estables. Su hazaña se la deben particularmente a la simpatía de la población, pues los estadounidenses se sintieron solidarios con esos trabajadores cuyo trabajo agotador y mal pagado conocían y se transformaron –como sus homólogos franceses en noviembre-diciembre de 1995– en voceros de los excluidos del “milagro económico”. La buena salud de la UPS, que el año pasado tuvo mil 100 millones de dólares de ganancias, legitimaba también una redistribución más equitativa de los frutos del crecimiento. Véase: Alain Gresh, “La sombra de las desigualdades”, Le Monde Diplomatique Edición Mexicana, noviembre de 1997 (cursivas nuestras). En el universo capitalista de hoy, esta experiencia de los trabajadores estadunidenses constituye, sin embargo, una isla en medio del fuego cruzado de precarización que promueven masivamente las empresas por todo el mundo.
[26] La poquedad de los recursos destinados al campo de la investigación, la educación y el desarrollo refuerza la dependencia industrial y tecnológica que impide a México, y a los países de América latina, participar dentro del primer proceso. Estos gastos, fundamentales para desarrollar las innovaciones tecnológicas, desarrollar la calificación en el trabajo, elevar la productividad y garantizar la penetración de los mercados en proceso de globalización, en América latina se restringieron y fueron contrarrestados por las crecientes dificultades financieras, por la dependencia tecnológica y el aumento de las transferencias de valor al exterior. Chesnais, A mundializaçao, pág. 141, muestra por ejemplo, el carácter concentrado de los gastos en investigación y desarrollo en 1989 a favor de los países industrializados. De esta manera, de un gasto total de 285 billones de dólares realizado por los países de la OCDE, correspondió a Estados Unidos el 48. 4% (o 138 billones); a los países de la Comunidad Económica Europea, el 27.7% (o 79 billones) y a Japón el 17.9% de dichos gastos (ó 51 billones de dólares).    
[27] “Las corporaciones transnacionales, con frecuencia apoyadas por las agencias gubernamentales de los países capitalistas dominantes y también beneficiadas por las directrices de organizaciones multilaterales tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, crearon los más diversos y oprimentes desafíos a las economía socialistas. Además de ofrecer negocios, posibilidades de comercio e intercambio de tecnologías, también ofrecieron mercados, posibilidades de exportación de las economías socialistas a las capitalistas. Al poco tiempo, las economías centralmente planificadas se vieron estimuladas y desafiadas por las oportunidades ofrecidas por las de mercado”, Ianni, Octavio, Teorías de la globalización, Siglo XXI-CIIHUNAM, México, 1996, pág. 36.
[28] En el caso de México podemos afirmar que la rebelión zapatista y de numerosos grupos indígenas de la población, fue el resultado combinado: a) del proceso en marcha de la mundialización histórica del capitalismo que se proyecta destructivamente sobre las comunidades indígenas y campesinas, configurando, entonces, un proceso de desintegración social; b) de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y c) de los efectos lacerantes de la crisis económica mexicana que el país arrastraba desde la década anterior. Es evidente que habría que hacer un estudio particular para determinar cuál de esos factores tiene la primacía y cómo se articulan.
[29] Hemos tomado esta periodización de Marcia de Paula Leite, “Innovación tecnológica, organización del trabajo y relaciones industriales en el Brasil”, Revista Nueva Sociedad No. 124, Caracas, marzo/abril de 1993, pág. 96.
[30] Este tema lo desarrollo en mi artículo, “La reestructuración del trabajo y el capital en América Latina”, en Ruy Mauro Marini y Márgara Millán (Coordinadores), La teoría social latinoamericana, T. IV, Los problemas contemporáneos, Ediciones El Caballito, México 1996, págs. 69-94. Para el caso específico de Brasil, véase a Marisa von Bulow, A difícil concertacão: ensaio as tentativas de reforma trabalhista no Brasil, Ponencia presentada al XXI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), São Paulo Brasil, del 31 de agosto al 5 de septiembre de 1997.
[31] “CEPAL, Reestructuración y desarrollo productivo: desafío y potencial para los años noventa”, Estudios e Informes de la CEPAL Nº 92, Naciones Unidas, Santiago de Chile, septiembre de 1993, págs. 28 y 29.
[32] Véase: DIEESE, Trabalho e reestructuraçao produtiva, 10 años de linha de produção, São Paulo, 1994 que reúne investigaciones de campo sobre los efectos de la reestructuración productiva en los modos de organización del trabajo y de la producción en los últimos diez años en el mundo y en Brasil.
[33] Carlos Ominami, ob. cit., págs. 23-24.
[34] Véase: “A evoluçao tecnologica nas fábricas de cimento”, en DIEESE, Trabalho e reestructuraçao produtiva, 10 años de linha de produção, São Paulo, 1994, pág. 187. Para la relación de la escolaridad y las calificaciones con el patrón de acumulación, véase a Irma Balderas Arrieta, Fuerza de trabajo femenina en dos patrones de acumulación del capital en México, 1935-1994, Tesis de Licenciatura en Economía, UNAM, México, 1996. 
[35] Véase: Ruy Mauro Marini, Dialéctica de la dependencia, Editorial ERA, México, 1973.
[36] Cardoso achaca a la teoría de la dependencia, en particular a la vertiente marxista, ser portadora de “tesis estancacionistas”, véase: F.H. Cardoso y José Serra, “Las desventuras de la dialéctica de la dependencia”, Revista Mexicana de Sociología, Año XL, VOL. XL, Núm. Extraordinario (E), IIS-UNAM, México, 1978, págs. 9-55. Véase también la respuesta de Ruy Mauro Marini, en “Las razones del neodesarrollismo”, Revista Mexicana de Sociología, Año XL, VOL. XL, Núm. Extraordinario (E), IIS-UNAM, México, 1978, págs. 57-106 y nuestra contra-crítica a José Serra y Cardoso en: Carlos Eduardo Martins y Adrián Sotelo Valencia, “La teoría de la dependencia y el pensamiento económico brasileño – (crítica a Luiz Carlos Bresser y a Guido Mantega)”, en Revista Aportes, Facultad de Economía, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, enero-abril de 1998, págs. 73-93. 
[37] Por ejemplo, en Alemania se introdujo en el sector gráfico la jornada de 35 horas sin reducción de los salarios en abril de 1995 y en la industria metalúrgica en octubre del mismo año. En 1996 en general, se firman acuerdos entre sindicatos y empresas para reducir la jornada de trabajo en los países en que legalmente aquélla es fijada en 40 horas: Austria (de 37 a 40 horas); en Bélgica (entre 36 a 38 horas); Islandia (entre 37 a 40 horas); Luxemburgo (entre 36 a 40 horas) y en Portugal (entre 35 a 40). Con excepción de Francia, donde la jornada prevista en la ley es de 39 horas, en países como Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Holanda, Noruega, y Reino Unido, la jornada por negociación con las empresas está por debajo de las cuarenta horas. Véase: “Europa occidental: indicadores socioeconómicos de 1995-1996”, en Boletín del DIEESE Nº 190, São Paulo, enero de 1997, Cuadro Nº 4, pág. 27. 
[38] Panorama Económico de América Latina y el Caribe, 1996-1997, ob. cit., pág. 101.
[39] Boletín del DIEESE Nº 175, octubre de 1995, pág. 9 La ciudadanización del trabajo significa restituirle integralmente sus derechos jurídico sociales deteriorados o, francamente desplazados, por la precarización.
[40] Más adelante discutimos la perspectiva que para las luchas obreras abre el proceso de mundialización capitalista y si las tendencias, en algunos casos ya bien consolidadas, a la precarización del trabajo asumen un carácter estructural dentro de esa nueva fase de mundialización o, bien, se pueden revertir.

 

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