04/12/2024
Por Schachter Silvio
El siglo XXI fue definido como el periodo histórico de la urbanización definitiva y del dominio de las ciudades globales, las que concentran el mayor nivel de recursos y de personas ricas, sede de las principales corporaciones, asiento de las principales bolsas de valores y centros financieros internacionales. Este urbano centrismo, que se presenta como un fenómeno irreversible, la explicitación física de los postulados posmodernos, es en realidad el espejo invertido de los sueños urbanísticos de la modernidad donde se realizaría el ideario de urbs y civitas, el ejercicio pleno de la ciudadanía y equidad social, junto a la potencialidad creativa, la inventiva y las posibilidades de progreso. Los efectos fulminantes de la pandemia han vuelto a replantear con fuerza una revisión de estos postulados y nos presentan el desafío de pensar entre la continuidad reformada de lo existente, con más vigilancia y control, en un mundo delibery cargado de temor o la posibilidad de crear un nuevo paradigma de lo urbano.
Se puede seguir la historia de las grandes epidemias asociándolas a las condiciones de la vida y la evolución del espacio de las ciudades, sin embargo, más allá de las impactantes imágenes de los inéditos paisajes de calles vacías, la vida social congelada y las múltiples hipótesis sobre la transformación en las relaciones y vínculos interpersonales, poco o nada se lee en estos días ante la evidencia que muestra que la propagación de la pandemia del COVID 19 se despliega y tiene el mayor porcentaje de víctimas por habitantes, en los principales centros urbanos del planeta.
La valoración de los espacios públicos y privados, los límites entre lo individual y lo colectivo, la urdimbre de nodos y nexos espaciales tejida por los lazos metabólicos del comercio y el universo de los negocios, que funcionan a toda velocidad para garantizar la mayor circulación de personas y mercancías, quedó patas arriba. El ritmo de la globalización capitalista se paralizó y puso en crisis la cuota de ganancia basada en el rápido reciclaje del dinero y bienes. A modo de ejemplo basta una mirada sobre dos sitios icónicos que grafican este circuito: shoppings y aeropuertos, consumismo y flujo mundial de pasajeros, ambos quedaron vacíos y enmudecidos. Otro eslabón de esta dinámica es el controversial turismo internacional que satura la geografía de todo el planeta, 1.400 millones de visitantes por año, que reciben el premio que les permite el capitalismo, fugarse transitoriamente de la sociedad que los somete a una alienación cotidiana, se desplomó y puso en terapia a las ciudades que se sostienen, laten y padecen al ritmo de sus multitudes.
No debemos ilusionarnos con las imágenes de animales incursionando en las calles vacías, pensando en una resiliencia de la naturaleza que no pasa por ahí, la ciudad no es el sitio de la fauna salvaje y la tregua del productivismo es un suspiro, el cambio climático sigue su inexorable curso y la pandemia no puede analizarse sin considerarla también como un producto de nuestra negligencia contra el medio ambiente.
Las medidas urbanas que se van adoptando pensando en la pos-pandemia, nos hablan de equipamientos de las ciudades que consolidan el distanciamiento, el control y relaciones sociales más gélidas y mediadas, normas consensuadas a base del miedo y no de la superación positiva de la forma en que hemos organizado el mundo de lo urbano .
Nueva York, Londres, París, Milán, Madrid, una parte de la élite del sistema de ciudades globales, han mostrado su vulnerabilidad, rápidamente toda la riqueza acumulada se mostró impotente para detener el avance de los contagios y las muertes. Nueva York, la urbe paradigma, síntesis y modelo, la más reverenciada y reluciente, a la que Scott Fitzgerald bautizara para siempre como la Gran Manzana, ha sido la más castigada. En ella los más débiles, inmigrantes, latinos, afroamericanos, los sin techo, son las víctimas más numerosas. Ellos no encontraron lugar en las clínicas privadas, que se vieron desbordadas evidenciando lo perverso de un sistema de salud mercantilizado. Ni los fallecidos tuvieron la posibilidad de ser despedidos dignamente. El COVID19 mató en la ciudad seis veces más personas que el atentado terrorista a las torres gemelas, que fuera utilizado para un cambio de estrategia, no solo en el campo militar, sino en los mecanismos de vigilancia y control mundial ¿Servirá la pandemia para un nuevo reajuste en lo ya limitados espacios de libertad?
EEUU, la más poderosa potencia militar del planeta, la nación que tiene el más sofisticado arsenal acumulado para amenazar y extorsionar a toda la humanidad, la que invierte miles de millones de dólares para investigar cómo matar a distancia, con tecnología de exterminio quirúrgico, no fue capaz de garantizar las condiciones sanitarias necesarias para salvar las vidas de cientos de miles de sus propios habitantes. Las actuales urgencias y flujos financieros que alimentan a distintos laboratorios farmacéuticos, se deben más al intento de recuperar a la mayor brevedad posible la actividad productiva y financiera y a rediseñar una nueva normalidad que permita reducir los daños a futuro, que a la preocupación por la salud de la población mundial.
Villa miseria también es América
El panorama mundial sobre las situación en las grandes metrópolis, es más dramático en la región latinoamericana, pues en pocas décadas sus principales ciudades crecieron exponencialmente en tamaño y población, desbordando sus límites sin planificación alguna, espoleadas por la lógica del mercado, como consecuencia de los actuales modelos de acumulación capitalista, la especulación inmobiliaria y los expulsivos resultados del predador agronegocio y la megaminería, con la consiguiente pauperización de cientos de pueblos, que generan permanentes oleadas migratorias en busca de un nicho de supervivencia en las urbes centrales.
En las megalópolis del continente , a la sinergia de fenómenos negativos, polución y contaminación ambiental, congestión del tránsito, fragmentación socio espacial una violenta profundización de la huella ecológica, enormes distancias a recorrer para acceder a los sitios de trabajo y a las largas horas de viaje, hay que sumar ahora el hecho de que el transporte público se ha convertido en un medio principal de contagio y que por su densidad se han convertido en los principales centros de difusión del virus, con el mayor porcentaje contagios por cantidad de habitantes. Lima, que tiene el 30 % de la población de Perú acumula el 68 % de contagios de todo el país, la misma relación es para Santiago de Chile 40 % con 68 %, México DF 14% con 30 % y San Pablo que junto con Rio de Janeiro, tienen 13 % de la población total de Brasil registran el 27% de infectados. La región metropolitana de Buenos Aires, el AMBA, es el caso más extremo de esta relación, tiene el 30% de la población de todo el país y el 90 % de los casos, si bien Argentina se diferencia por tener el menor porcentaje de contagiados y fallecidos de estos países.
Así como el virus expuso las lacras del sistema socio económico del capitalismo en su actual fase neoliberal, la ciudad invisibilizada cobró dramáticamente presencia en los medios y en las preocupaciones poco creíbles de la clase política. La ciudad de muros, los materiales y los del desprecio, mostró su lado oscuro, miseria, abandono y segregación. Los eufemísticamente llamados barrios populares, o de urbanización informal en la jerga profesional, reciben el golpe más duro de la pandemia. Las consignas y métodos para la ciudad formal, “quedate en casa”, “lavate las manos” y otras semejantes, demostraron su ineficacia allí donde la desidia y la marginación han hecho que la combinación del virus y el hambre se vuelva un letal mecanismo de selección social.
“Villa miseria también es América”, es el título del libro que publicó Bernardo Verbitsky en 1957 y está más vigente que nunca. En América Latina más de 100 millones de personas, el 25% de su población, viven en villas miseria, ranchos, favelas, tugurios, poblaciones callampas, barracones, ciudades perdidas, campamentos, pueblos jóvenes, cantegriles, palomares, distintos nombres para un mismo territorio de pobreza, dolor y rabia.
Italia detecta el primer caso del COVID el 30 de enero de 2020, Brasil da a conocer el 26 de febrero que con su primer contagiado había llegado el virus al continente, en la Argentina el 3 de marzo se registra el primer infectado. Recién el 20 de mayo, cuando ya había más de 500.000 casos, la burocrática OMS declara que América Latina es “el epicentro” mundial de la pandemia por los niveles de pobreza y elevados casos de contagio que se perciben en esta región”.
Nadie, menos aún los especialistas y asesores, pueden alegar que desconocían, que así como en Europa las mayores cantidades de víctimas estaban en las residencias para ancianos, en nuestro continente a los geriátricos, núcleo frágil por edad y falta de supervisión, se le sumarían a gran escala los habitantes de las villas y asentamientos. Todos los diagnósticos sobre su situación existen desde hace décadas, son aportados por organizaciones sociales con presencia en esos territorios, múltiples estudios de investigadores de variadas disciplinas, ONGs nacionales e internacionales y, por supuesto, las instituciones del Estado que han realizado relevamientos y poseen informes y estadísticas, que no dejan lugar para la duda sobre la vulnerabilidad de quienes habitan en esos territorios.
En el AMBA existen 1.800 villas y asentamientos, donde moran casi medio millón de familias, históricamente invisibilizadas, en condiciones de precariedad, carencias de infraestructura básica de agua potable, sistemas cloacales y pluviales, servicios de recolección de residuos y viviendas exiguas donde se apretujan familias enteras. Recién ahora cuando, como era previsible, el eje de la pandemia recorre implacable estos enclaves, los lugares donde se registra el mayor porcentaje de contagio por habitante, se corporizan y toman notoriedad para los medios. En las noticias son solo números para la estadística, deshumanizados, sin rostros ni historias. Las opiniones cargadas de prejuicios y estigmas, muestran la preocupación por ”la bomba nuclear”, según palabras del Ministro de Seguridad Sergio Berni, de munición infectada que si estalla y desborda, afectara a la “sociedad formal”, aquellos que saben cómo cuidarse
Muchos de los que tienen las mejores condiciones para acuarentenarse en sus casas, que ya hace tiempo se han recluido en refugios de auto aislamiento, en las jaulas doradas rodeadas de muros de los barrios cerrados o gated communities, quienes se atribuyen el rol de establecer las categorías de merecimientos en la jerarquía social, reclaman medidas urgentes, flexibilizadad en los countries, pero rigidez y cordones sanitarios para los barrios pobres, con mano dura para quienes los violan; piensan solamente en su propia seguridad, poco importan las vidas de los olvidados. Su solidaridad declamada y aplaudida, llega hasta los de su propia clase, para los otros, los diferentes, los nadies, están los guetos contemporáneos, donde contener las víctimas fruto de la combinación de procesos selectivos que Loic Wacquant caracteriza con el concepto “seclusión urbana”. Acorde con esta posición se despliegan fuerzas policiales con el endeble argumento de cuidarlos, sumando medidas más coercitivas que solidarias. Las deudas históricas del Estado y las promesas incumplidas ya hicieron el resto. Las mejoras siempre fueron producto del esfuerzo propio y de años de reclamos y lucha.
El operativo retorno de decenas de miles de turistas varados en el exterior fue puesto en ejecución inmediatamente, aviones, testeos y alojamientos, respondieron a la demanda de la clases altas y medias, pero las medidas para proteger y cuidar los más pobres y a los ancianos de los geriátricos, son más que insuficientes y tardaron demasiado en llegar.
El crecimiento sostenido de los hábitats frágiles e inhumanos que se pensaron de transición pero que invariablemente se vuelven permanentes, debería tener una respuesta integral, que no niegue, pero que supere los incumplidos planes de urbanización, que además no son aplicables a todas las situaciones. Es necesaria una genuina y viable estrategia a largo plazo. Una política basada en proyectos regionales que aspiren a un distribución racional de la población en el territorio, que confronte con las corporaciones extractivistas y otras prácticas depredadoras del medio ambiente, que deje de considerar el suelo, el urbano incluido, como una mercancía especulativa, es imperioso trabajar sobre un modelo social que garantice el buen vivir en armonía con la naturaleza. Una sociedad en la que cuando se hable de la salud, no sólo se exhiban estadísticas de hospitales, equipamiento y médicos, porque salud, como lo define la propia OMS, no es solo la ausencia de enfermedad, sino el bienestar físico, mental y social. Esto significa que una población saludables es aquella que recibe alimentación acorde a cada etapa de la vida, servicios básicos imprescindibles, como agua potable, luz y recolección de desechos eficiente, viviendas con las medidas y las condiciones de ventilación e iluminación necesarias, asentadas en un espacio amigable, que permita interacciones sociales, con una localización accesible a los equipamientos de salud, educación, recreación y proximidad a los centros de trabajo. Este debería ser el horizonte a tener como objetivo en un proyecto de una sociedad digna e igualitaria, desde y más allá de la pandemia.
“Nada será igual” es la frase repetida en estos días, pero todo indica que la supuesta nueva normalidad que proyecta el actual orden mundial no les reserva a millones de seres humanos un sitio de marginalidad diferente al que vienen padeciendo por generaciones.
29 de mayo de 2020
Silvio Schachter es integrante del consejo de redacción de Herramienta