A modo de introducción
Con el presente escrito abordamos la temática del Poder Obrero y Popular. Lejos de pretender una definición acabada y precisa de este concepto, intentaremos concatenarlo con un conjunto de temáticas y algunos autores de la vasta tradición revolucionaria (Marx, Gramsci, Guevara, Luxemburgo, Freire, etc.). Deseamos aportar al debate y a la discusión honesta y franca con las tendencias del campo popular que cotidianamente bregan y construyen Poder Popular en vistas a que este mundo sea, de una vez por todas, realmente nuevo, es decir, socialista.
El trabajo está organizado en dos apartados. En el primero intentamos delimitar a la categoría Poder Popular. Luego de puntualizar dimensiones consideradas nodales en torno a dicha categoría, marcamos algunas de las tensiones principales que suscitan en su construcción. A lo largo de esta sección, planteamos un debate en torno a la conceptualización del Poder Popular que se encuentra en el libro Reflexiones sobre el Poder Popular editado por el Frente Popular Darío Santillán (FPDS) y Cimientos. En el segundo, vinculamos el Poder Obrero y Popular con las temáticas del Estado y con los Consejos de Fábrica. Establecemos distintos niveles de análisis y líneas de articulación. Con todo, desplegamos a la categoría Poder Obrero y Popular en diferentes planos y, bajo este despliegue, intentamos su comprensión y problematización.
Poder Obrero y Popular: Esbozos para su delimitación y tensiones en su construcción
Es conocida la metáfora geográfica que establece Gramsci entre Oriente y Occidente y las consecuentes tareas revolucionarias que se desprendían de ella. Para el autor italiano en Oriente la Sociedad Civil era primitiva y gelatinosa, el Estado lo era todo (Gramsci, 2004). El modelo Jacobino de “toma del poder” resultaba adecuado para esa conformación societal. Se debía llevar adelante entonces, una guerra de movimiento que suponía el enfrentamiento directo con los aparatos coercitivos del Estado a través de explosiones violentas concentradas en un breve periodo de tiempo (Coutinho, 1986).
Por su parte, en Occidente para Gramsci existía una justa relación entre Estado y la Sociedad Civil: “bajo el temblor del Estado había una robusta estructura de la sociedad civil” (Gramsci, 2003b:194). Se estaba en presencia de un Estado ampliado, es decir, de un Estado que se convertía en masivo, complejo a través de creación de una red articulada de instancias que sostenía y promovía la hegemonía. Así, la dominación de la burguesía descansaba en la dirección intelectual y moral de la sociedad, aunque claro está también con la amenaza y ejecución de la coerción. Para estos países, Gramsci proponía la guerra de posición que suponía que lo esencial del combate se da en el seno de la Sociedad Civil, es decir, en la disputa por la hegemonía, en vistas a la toma del poder. El autor italiano caracterizaba a esta guerra como “comprimida, difícil, en la cual se requieren cualidades excepcionales de paciencia y espíritu de invención” (2004:292). Desde luego, es sustancial no concebir a los dos tácticas gramscianas (Guerra de posición y de movimiento) como excluyentes y opuestas, ya que demandan articulación específica.
La diferenciación que se puede realizar entre países a partir de la metáfora geográfica gramsciana no hay que comprenderla de un modo estanco, sino más bien histórico. La “occidentalidad” de una formación social es para Gramsci el resultado de un proceso socio-histórico. En palabras de Coutinho: “Gramsci no se limita a registrar la presencia sincrónica de formaciones de tipo ‘oriental’ o bien ‘occidental’ sino que indica también los procesos histórico-sociales, diacrónicos, que hacen que una formación social se convierta en occidental” (1986:31). A su vez, del planteo gramsciano no se deriva que algunos países presenten rasgos completamente occidentales u orientales, sino que una misma formación social puede expresar (en mayor o menor medida) a ambos. En las últimas décadas muchas sociedades, sin dejar de ser “atrasadas”, han experimentado un nítido desarrollo y complejidad de su Sociedad Civil, convirtiendo al elemento movimiento (confrontación directa) como un componente parcial de un todo más amplio (Campione, 2006).
Si concebimos que varias formaciones societales en América Latina dan cuenta de una primacía de rasgos occidentales, abordar la problemática del Poder Obrero y Popular adquiere centralidad
[1]. Es decir, entendemos que las posibilidades de la revolución, se juega en gran medida en torno a lo que sucede, en términos gramscianos, en el seno de la Sociedad Civil y, por tanto, en la lucha por la hegemonía. Esto, obviamente, sin perder de vista, la faceta represiva del Estado (sociedad política o Estado restringido en Gramsci) que también es constitutiva de la lucha por la hegemonía por parte de los trabajadores y el Pueblo.
Intentar definir a la categoría Poder Popular es siempre una tarea compleja. Citaremos algunas apreciaciones teóricas que se presentan en Reflexiones sobre el poder Popular para avanzar en su delimitación:
El poder popular es el proceso a través del cual los lugares de vida (de trabajo, de estudio, etc.) de las clases subalternas se transmutan en célula constituyente de una poder social alternativo y liberador que les permite ganar posiciones y modificar la disposición del poder y las relaciones de fuerza y, claro está, avanzar en la consolidación de un campo contra hegemónico. Se trata de espacios de anticipación social y política, donde se habita lo real posible. […] El poder popular es también asumir el potencial liberador de la propia fuerza. El poder popular es la potencia latente de las clases subalternas (Mazzeo, 2007:12).
Subrayamos dos aspectos que se desprenden de esta afirmación en torno al Poder Popular: a) Su carácter de anticipación político y social de la nueva sociedad y, por extensión, su papel contra hegemónico; b) Su inmersión en la historia de la lucha de clases. Consideramos importante esto último en tanto las construcciones de Poder Popular están atravesadas por los retrocesos, avances y contramarchas de las correlaciones de fuerzas.
Para continuar avanzado en la discusión y delimitación del concepto Poder Popular abordaremos, de manera escueta, ciertas nociones de poder que se haya en algunas de las tradiciones o corrientes de izquierda. Dri, en Reflexiones sobre el Poder Popular, distingue tres nociones, a saber: a) Toma del poder; b) Huida del poder; c) Construcción de poder. Vale remarcar que, por un lado, el autor enfatiza el carácter de “tipos ideales” que le otorga a estas construcciones teóricas y, por otro, que no todas estas nociones de poder están en concatenación con la temática del Poder Popular.
En la primera concepción, el poder adquiere dos dimensiones centrales. En primer lugar, es pensado como si fuese un objeto: “Así como se puede tomar, asir, agarrar un objeto, también se puede tomar o agarrar el poder. De esta manera, se piensa que no se tiene el poder, no se lo ejerce, hasta que no se lo ha tomado” (Dri, 2007:70). En segundo lugar, se concibe al poder como situado en un lugar determinado y, por tanto, hay que trasladarse para tomarlo. El instrumento principal es el Partido Político ya que, siguiendo a Lenin, (citado en Dri, ob.cit) es una organización de ‘revolucionarios profesionales’ capaz de dar a la lucha política energía, firmeza y continuidad. Dri subraya que en esta concepción se salta directamente del micro poder al macro poder (a la toma del poder) para a partir de allí comenzar a construir el Socialismo
[2].
La segunda concepción, sostiene que el salto del micropoder al macro poder resulta imposible. Deleuze y Negri consideran que ese paso no puede darse en tanto no hay manera de conocer la totalidad. Para Negri “Ni la realidad ni la historia son dialécticas y ninguna gimnasia retórica idealista puede hacerlas entrar en un orden dialéctico” (Negri, citado en Dri, 2007:75). A través del éxodo, la deserción, el nomadismo, se crearía el vacío para el imperio, el cual finalmente se encontrará enfrentado masivamente a la compacta multitud que lo vencerá. En cambio, Holloway no niega la dialéctica pero ésta no puede ir más allá de la primera negación. Es una dialéctica negativa. Así, no es posible pasar a la construcción. Hay que detenerse en el “no”, en la repulsa, en la contestación, en el reclamo. En consecuencia: “sólo podemos pensar en una política de eventos que son destellos contra el fetichismo, festivales de los no subordinados, carnavales de los oprimidos, explosiones del principio del placer” (Dri, 2007:75)
[3].
En la tercera concepción, el poder es abordado como relación social, intersubjetiva y no como un objeto. Dri articular la noción de poder con la constitución del sujeto: “El poder se hace, se construye de la misma manera que se construye el sujeto. Constituirse como sujeto es construir poder” (Dri, 2007:77). A diferencia del planteo de Negri, Holloway o Deleuze, en esta tercera concepción el poder asume un momento de construcción. Concatenando el concepto gramsciano de hegemonía y la construcción del poder popular, Dri sostiene que ambos se realizan desde abajo hacia arriba, en la dirección de la plena horizontalidad. Aldo Casas resume esta tercera posición de la siguiente manera: “Ni ‘toma del poder’, ni renuncia a toda forma de poder; prepararnos sí, teórica y políticamente para ayudar a construir poder popular” (2007:140). Esta última concepción de poder presenta algunas relaciones con el sentido de la revolución que Gramsci concebía para los países con rasgos occidentales. Lejos de un momento abrupto, la revolución presuponía, siguiendo a Campione, un
trabajo prolongado y denso de organización de las propias masas y paralela desorganización del enemigo, de configuración y expansión de una visión del mundo acompasada con la formación de los intelectuales orgánicos de las clases que aspiran a refundar la sociedad (2007:87).
Como se observa existe una clara articulación entre esta última concepción de poder esbozada por Dri y la definición de Poder Popular postulada al principio de este apartado. Si bien los planteos de los autores de Reflexiones sobre el Poder Popular dan cuenta de elementos interesantes para abordar la categoría en cuestión, entendemos necesario problematizar algunos de sus aspectos.
En primer lugar, en términos generales, la asimilación del legado gramsciano se hace de un modo parcial. Por un lado, no se repara en el concepto de Partido Político del autor, ni se lo tiene presente cuando se considera a la
Guerra de posición[4]. A su vez, la noción de Partido Político (revolucionario) es homologada a tradición Leninista, sin siquiera realizar un trabajo crítico de esta tradición que permita rastrear sus elementos positivos. Por otro lado, se establece una nítida demarcación entre dimensiones que en el planteo de Gramsci se articulan. Cuando se aborda de la
Construcción del Poder Popular la presencia de Gramsci es nítida (por ejemplo, a través de considerar las categorías de Hegemonía, Sociedad Civil, etc.) y cuando se considera la temática de la
Toma del poder, impera la tradición Leninista y el autor italiano es olvidado. Pero sabemos que uno de los horizontes del cuerpo político - teórico gramsciano era la toma del poder por parte de la clase subalterna, que no es posible comprender los planteos del autor italiano sin tener en cuenta las teorizaciones de Lenin y que la
Guerra de posición no está planteada de un modo opuesto o disociada a la
Guerra de Movimiento.
En segundo lugar, al no tenerse presente nítidamente la temática del Partido Político, o de la organización política en la construcción del Poder Obrero y Popular, se suscita el problema de confundir a un núcleo político (y sus definiciones) con el conjunto de la organización de base en el que está inscripto
[5]. De este modo, el rol de la organización política en la lucha de clases no es tenido en cuenta como así tampoco sus tareas específicas para impulsar la construcción de Poder Popular.
En tercer lugar, la cuestión del sujeto vertebra la construcción del Poder Obrero y Popular. En vastas ocasiones la delimitación del mismo se hace de un modo amorfo por parte de estos autores
[6], dificultando así establecer los diferentes pesos que el conjunto de los oprimidos ostentan para la transformación radical de la sociedad. Por nuestra parte, subrayamos el peso nodal de los trabajadores (y dentro ellos, los obreros industriales) para el cambio social. Desde luego, el pueblo tiene un papel importante en las disputas, en las alianzas con los trabajadores y es sustancial trabajar con él, pero consideramos un error político y práctico dotarlo de un conjunto de potencialidades disruptivas que, por su posición social, carece. De este modo, enfatizamos el carácter clasista en nuestra conceptualización y construcción de Poder Obrero y Popular que pregonamos.
En cuarto lugar, y esto no alcanza a todas las posturas que se encuentran en Reflexiones sobre el Poder Popular, la organización político – militar de los trabajadores y el pueblo en vistas a enfrentar al orden burgués y, en particular, a su aparato represivo, no es tematizado cuando se alude al Poder Popular. Por nuestra parte, entendemos que su desarrollo es sustancial para ensanchar los límites de las construcciones de Poder Obrero y Popular y estar en condiciones de una victoria sobre la burguesía.
En suma, coincidimos en términos genéricos con la concepción de Poder Popular que plantean estos autores (y otros que no fueron citados pero que comparten el núcleo duro que se buscó describir) en el libro
Reflexiones sobre el Poder Popular: el carácter de anticipación política y social de la nueva sociedad; su inmersión en la historia de la lucha de clases; la concepción de poder como susceptible de construcción; y las transformaciones subjetivas que se producen en los espacios sociales contra hegemónicos
[7]. Pero, consideramos necesario cuando se aborda la temática del poder popular, enfatizar, por un lado, su carácter clasista y, por otro, la relevancia de los elementos de direccionalidad, del Partido Político
[8], de la toma del poder y de la organización político – militar de los trabajadores y el pueblo.
Para continuar delimitando el concepto de Poder Obrero y Popular, nos adentraremos en dos planos: los horizontes o utopías políticas que se presuponen en la construcción del Poder Popular (el para qué) y la concatenación de dicho norte con los problemas específicos de la clase subalterna (el cómo). Desde luego, ambos planos están en estrecha relación, no siendo su separación más que analítica.
Mazzeo y Stratta distinguen dos modos de intervención política popular: la populista y la Socialista. Ambas presuponen futuros políticos hacia donde caminar. En el primer caso, la construcción de Poder Popular por parte de los trabajadores y el pueblo presenta claros límites en su horizonte. Bajo esta perspectiva la clases dominantes continúan hegemonizando, preservándose así “la armonía de fondo y la reproducción del sistema” (Mazzeo y Stratta, 2007:8). En la segunda, se rechaza la afinidad entre la burguesía y la clase dominada, presentando el norte características de emancipación real. A su vez, se busca articular el plano político con fundamentos sociales a través de construir experiencias de “socialismo práctico” anticipatorios de la nueva sociedad.
Con lo dicho anteriormente comenzamos a introducirnos en el segundo plano: cómo realizar mediaciones entre lo político y lo social; cómo concatenar los problemas de la clase subalterna (vivienda, salario, trabajo, etc.) con los de la Revolución. O en palabras de Gramsci: cómo “conciliar las exigencias del momento actual con las exigencias del futuro, el problema del ‘pan, la manteca’ con el problema de la Revolución, convencidos de que en el uno está el otro, que en el más está el menos” (Gramsci citado en Lobbe, 2006: 252). He aquí, nuevamente, la necesidad de abordar el Poder Obrero y Popular atendiendo a su vertebración política.
Una de las vías adoptadas para responder a esta problemática se encuentra concatenada con la segunda concepción de poder esbozada algunas páginas más arriba: la
Toma del Poder. Para Dri, en esta concepción el Partido asume la forma de un aparato que se asemeja a un universal abstracto que no se dialectiza con los particulares, sino que los aplasta, los objetualiza: “La organización revolucionaria es política y va directamente a lo político” (Dri, 2007:73)
[9]. La especificidad que presenta la clase subalterna en sus diferentes ámbitos (el barrio, la fábrica, etc.) es prácticamente dejada a un lado. En términos gramscianos los elementos de espontaneidad son despreciados o descuidados, no colocados bajo un trabajo pedagógico de crítica (Gramsci, 2004).
Para continuar indagando acerca de la problemática de las mediaciones entre lo político y social en la construcción del Poder Popular tomamos el concepto de espontaneidad de Gramsci. Él aborda el carácter espontáneo de la masas en el sentido de praxis que fueron formadas no por una actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente consciente, sino “a través de la experiencia cotidiana iluminada por el sentido común, o sea, por la concepción tradicional popular del mundo, cosa que muy pedestremente se llama instinto y no es sino una adquisición histórica también él, sólo que primitiva y elemental” (2004:311).
Resulta interesante sostener que el concepto de espontaneidad gramsciano además de encerrar aspectos regresivos, supone características progresivas. Sabemos que Gramsci aborda al sentido común como una concepción disgregada e incongruente del mundo social, que se encuentra cargado con la hegemonía de la clase dominante. Pero, la propia experiencia de las luchas de las masas conlleva, como señala el autor, el surgimiento del núcleo del buen sentido. Entendemos adecuado abordar a la cultura popular bajo esta doble dimensión en que Gramsci comprende al sentido común, es decir, con presencia de elementos predominantes de dominación, pero también (aunque en menor medida) de emancipación. Así buscamos negar y superar tanto a los abordajes auténticos y románticos de la cultura popular como así también a las miradas cerradas o estructuralistas que le niegan toda posibilidad de expresiones creativas y productivas (Giroux y Simon, op.cit.). Entendemos que esto es de suma importancia para abordar la temática del Poder Obrero y Popular ya que, entre otros asuntos, remite a la necesidad de tener en cuenta los aspectos de emancipación presentes en la clase subalterna para profundizarlos y potenciarlos.
Destacar aspectos de emancipación en la cultura popular, no resuelve, claro esta, la problemática de la direccionalidad de los elementos de espontaneidad
[10]. Gramsci (2004) subraya que es en la unidad de la “espontaneidad” y la “dirección” donde reside precisamente la acción política real de las clases subalternas. Al reflexionar acerca del Movimiento Torinés, el autor italiano, remarcaba que el elemento de espontaneidad se descuido o despreció en tanto “fue educado, orientado, depurado de todo elemento extraño que pudiera corromperlo para hacerlo homogéneo, pero de un modo vivo e históricamente eficaz” (2004:311). Si se enfatiza la importancia de la direccionalidad del elemento espontáneo en la construcción del Poder Popular, también hay que prevenirse del error iluminista de pensar que una idea clara difundida por un centro homogéneo se insertaría en las distintas conciencias con los mismos efectos organizadores de claridad definida (Gramsci, 1981). He aquí, la importancia no sólo de tener iniciativas múltiples en el seno de la Sociedad Civil sino también de comprender la especificidad de la praxis de los agentes que componen las clases subalternas en sus diferentes espacios y tiempos históricos.
Al abordar los elementos de política, Gramsci (2003a) sostiene que los primeros en ser olvidados son los básicos, estos son, los pilares de la política y de cualquier acción colectiva. La existencia de dirigentes y dirigidos es tomada como el primer elemento. De todas maneras, el autor italiano llama la atención en torno a una cuestión nodal, que es necesario tener en cuenta en la construcción del Poder Popular: “¿Se quiere que existan siempre gobernados y gobernantes o, por el contrario, se desea crear las condiciones bajo las cuales desaparezca la necesidad de que exista tal división?” (2003a:26).
En la construcción del Poder Popular es posible tomar esta distinción como un punto de partida, pero, al mismo tiempo, plantear al horizontalismo como una utopía que “ayuda a caminar”. Esta posición estaría en relación con lo que Saviani (1985) denomina “Pedagogía revolucionaría”, es decir una Pedagogía que parte de considerar la desigualad entre docente (dirigente) – alumnos (dirigidos)
[11] como punto de partida de los procesos de enseñanza y aprendizaje, pero que busca el pasaje a la igualdad
[12]. La democracia más que una cuestión dada, se transforma así en una conquista
[13].
La problemática de la direccionalidad de los elementos de espontaneidad que presenta la clase dominada en la construcción del Poder Popular, no debe perder de vista la famosa frase de Marx: “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos” (1875/1977:20). Los trabajadores sólo podrán liberase, parafraseando a Marx, actuando, suprimiendo sus propias condiciones de vida. Así, entendemos que la direccionalidad no debe reemplazar la “autoactividad de las masas” (Casas, 2007). Vale remarcar que en la obra de Gramsci, el Partido Político es concebido como acompañante e impulsor de la experiencia de la clase subalterna, pero nunca su sustituto. Como argumenta Rosa Luxemburgo (1917/2005), toda la masa del pueblo debe formar parte activamente del socialismo y no sólo un puñado de dirigentes. La construcción del Poder Obrero y Popular da cuenta entonces de una dimensión de experiencia, de práctica por parte de la clase subalterna que debe ser orientada hacia una profunda reforma, en términos gramscianos, intelectual y moral.
Hemos desarrollado algunas teorizaciones sobre la categoría de Poder Obrero y Popular y marcado ciertas tensiones que se presentan en su construcción. Pasaremos ahora a desplegar a la categoría en cuestión en relación con la problemática del Estado capitalista. A su vez en vistas a promover reflexiones sobre el Poder Popular, retomáremos las experiencias de los Consejos de fábricas en el bienio rojo a la luz de los escritos de Gramsci.
Poder Obrero y Popular, Estado y Consejismo
Si con anterioridad mencionamos que la problemática del Poder Obrero y Popular no puede ser abordada sin preguntarse por su vertebración política, tampoco es posible concebirla sin tener en cuenta el Estado. Quisiéramos puntualizar entre las varias posibles, tres dimensiones de análisis en torno al Estado y el Poder Popular: a) El Estado como relación social de dominación; b) El Estado como objeto de disputa; c) La conformación de un nuevo Estado (socialista)
[14].
En los últimos años, (y en algunos casos desde posiciones que se esgrimen gramscianas) se ha operado, una fetichización de la Sociedad Civil (Follari, 2003), abordándola como escindida del Estado. Sin embargo, la noción de Estado ampliado en Gramsci supone dos componentes que daban cuenta de una unidad dialéctica: “Sociedad Política y Sociedad Civil”. El Estado más que un objeto monolítico o mera herramienta de la clase dominante, co - constituye, en la concepción gramsciana, a la Sociedad Civil, sosteniendo y reproduciendo constantemente la hegemonía de la clase dominante. El Estado soporta las relaciones sociales de dominación (la principal es la que forja entre Capital – Trabajo, pero no es la única) y, por tanto, es constitutivo de la Sociedad Civil. De este modo, los espacios de (auto) organización de la clase subalterna que apuntan a la construcción de Poder Popular, están atravesados por el Estado que busca sostener las relaciones de dominación
[15].
Codatto y Pessinotto (2001) subrayan que en los abordajes políticos (como el 18 Brumario o La Guerra Civil en Francia), Marx conjuga tres niveles de análisis, sólo nombramos dos. Por un lado, en un nivel más general y abstracto, el Estado presenta un carácter reproductivo al ser identificado con el poder de clase. Por otro, en un nivel coyuntural plantea al estado tanto como objeto de disputa como lugar o arena de múltiples conflictos. Resulta interesante concebir al Estado como un objeto de disputa (entre las clases sociales) a la hora de pensar y construir Poder Popular. Mientras exista el Estado habrá que organizar alguna política al respecto para la emancipación de los trabajadores. De este modo, la construcción del Poder Popular supone dar una lucha en torno al Estado que permita avanzar, ganar posiciones, bajo la perspectiva de una confrontación directa por la toma del Estado y su consecuente disolución (Sociedad regulada o absorción de la Sociedad Civil a la Sociedad Política, en términos de Gramsci).
Para pensar la conformación progresiva de un nuevo Estado socialista, entendemos interesante las teorizaciones de Gramsci acerca de los Consejos de Fábrica. Éstos eran considerados por el activista italiano como órganos prefigurativos del futuro Estado socialista. Comenzaremos por abordar algunos asuntos nodales de la concepción gramsciana acerca de los Consejos, para luego vincularlos con la temática de la construcción del nuevo Estado. Entendemos que resulta interesante detenernos y retomar (aunque sea de manera breve) el legado gramsciano respecto de los Consejos en vistas a reflexionar sobre la temática del Poder Obrero y Popular.
Existen dos aspectos de los Consejos de Fábrica en la perspectiva gramsciana que queremos resaltar. En primer lugar, el trabajador se integra al Consejo desde el interior mismo de la fábrica, en función de la unidad de producción de la que forma parte, de su carácter de productor y no por estar bajo contrato salarial, esto es, por su existencia como trabajador – mercancía a partir de ser contratado por la burguesía. En segundo lugar, a diferencia de la afiliación a Partidos y Sindicatos, el trabajador no establece una adhesión voluntaria sino que se integra a partir de su mera pertenencia a la fábrica (sin consideración respecto a su ideología o de su función laboral específica). Gramsci considera necesario realizar una articulación coherente entre los Consejos, los Sindicatos y el Partido, sin despreciar ninguna de ellas. Aunque, claro está, le asigna, en el marco del “bienio rojo” un rol preponderante a los Consejos de fábrica
[16].
Otra de las características de los Consejos de Fábrica es su confrontación directa y profunda con la burguesía. La disputa que llevaban adelante los Consejos no apuntaba al salario o a las condiciones labores sino más bien a la dirección y control del proceso de producción de la fábrica, cuestionando así, a la legalidad burguesa.
Existe una clara la relación entre los Consejos de Fábrica y la conformación de un nuevo Estado en Gramsci
[17]. En el autor italiano el Estado socialista existe potencialmente en las instituciones de vida social características de la clase obrera (como los Consejos). De este modo, la tarea residía en:
Relacionar esos institutos entre ellos, coordinarlos y subordinarlos en una jerarquía de competencias y de poderes, concentrarlos intensamente, aún respetando las necesarias autonomías y articulaciones; crear ya desde ahora una verdadera y propia democracia obrera en contraposición eficiente y activa con el Estado burgués, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgués en todas sus funciones esenciales de gestión y de dominio del patrimonio nacional (Gramsci, 2004: 59).
En este sentido, el sistema de Consejos daría cuenta de una política prefigurativa, esto es, de un conjunto de prácticas que, en el momento presente, anticiparían los gérmenes de la sociedad futura. O, parafraseando a Lobbe, la cuestión sería no sólo destruir el viejo régimen, sino también valerse de las nuevas herramientas de la autonomía obrera para edificar el socialismo.
Si hacia el final del anterior apartado hicimos mención a la relevancia de la dimensión experimental o práctica de la revolución, resulta interesante concatenar esta dimensión con la temática de los Consejos. Gramsci aborda al sistema de los Consejos como una escuela de experiencia política y administrativa que acostumbraría a las masas a “la tenacidad y a la perseverancia, a considerarse como un ejército en el campo de batalla, el cual necesita una cohesión firme si no quiere ser destruido y reducido a esclavitud” (Gramsci, 2004:61).
La experiencia en los Consejos además de promover la autoorganización desata profundos cambios en las capas psíquicas de los trabajadores. Con ella se operaría, parafraseando a Gramsci, una transformación radical de la psicología de la clase subalterna, modificándose la conciencia de un modo concreto y eficaz al haber nacido “espontáneamente de la experiencia viva e histórica” (2004:61). Estas transformaciones subjetivas y el carácter pedagógico de los Consejos encuentran líneas de articulación con el planteo de Ernesto Guevara (1965/1996) acerca de vincular la construcción del Socialismo con la conformación de un nuevo hombre que rompa con las taras del pasado
[18]. Algunos de los planos de este nuevo hombre remiten a la ligazón entre la educación técnica e ideológica, acentuando su participación consciente “en todos los mecanismos de dirección y de producción” (Guevara,
op. cit.:187). Como sostiene Gramsci, siguiendo a Marx, resulta necesario ligar al hombre político –siempre entendido como dirigente, como el gobernante que no produce– con el productor, recuperando la perspectiva unitaria y omnilateral en la formación del hombre (Manacorda, 1981).
A través de la experiencia en los Consejos –junto con otras instancias y praxis– la clase subalterna operaría un movimiento teórico-práctico denominado por Gramsci como catártico. Éste se define como “paso del momento meramente económico-corporativo (o egoístico-pasional) al momento ético-político. […] paso de lo objetivo a lo subjetivo y de la necesidad a la libertad”
[19] (Gramsci, 2003b:47). Con este movimiento los explotados y oprimidos se convertirían de objetos de la historia en sujetos de la historia, esto es, de agentes enajenados en agentes que forjan su propio destino
[20].
Este movimiento catártico al que hacemos referencia se encuentra en concatenación con otra categoría gramsciana, a saber:
Espíritu de escisión. El mismo consiste, en convertir a las clases subalternas en un “nosotros”, capaz, a su vez, de definir un “ellos” que corporice al enemigo social
[21]. Con todo, en los Consejos, como parte de una experiencia mayor que la clase subalterna va conformando, se desataría el pasaje del plano corporativo al universal y, por tanto, la creación de la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados. He aquí una expresión sustancial del Poder Popular: la independencia de clase de los trabajadores y el pueblo.
En el planteo de Gramsci, el sistema de democracia que la clase subalterna sedimenta, se constituye como la base de la dictadura del proletario. Es importante remarcar que el concepto de dictadura del proletariado no sólo fue poco abordado por Marx, sino que además hacía referencia a que las decisiones estarían en manos de los trabajadores y no a una forma o régimen de gobierno particular. Rosa Luxemburgo (1917/2005) enfatizaba, al reflexionar sobre la experiencia soviética, dos aspectos de la problemática de la dictadura del proletariado que entendemos fecundos: a) dictadura del proletario no significa dictadura de un puñado de dirigentes, sino del conjunto de la clase trabajadora; b) no existe una dicotomía entre dictadura del proletariado y democracia, sino que conforman una unidad. Entendemos que ambas apreciaciones no sólo son idóneas para abordar la dictadura del proletariado, sino además para reflexionar y construir los órganos de poder popular.
Existe otra puntualización que realiza Luxemburgo que nos parece interesante para reflexionar acerca de los Procesos Revolucionarios, en general, y de la construcción del Poder Popular, en particular. Citamos sus palabras dada la riqueza que condensan:
Nosotros sabemos aproximadamente lo que deberemos suprimir en primer término para dejar el camino libre a la economía socialista; sin embargo, de qué naturaleza serán los millares de medidas concretas y prácticas, grandes y pequeñas, apropiadas para introducir los principios socialistas en la economía, en el derecho, en todas las relaciones sociales; sobre esto no hay programa de partido ni manual socialista que pueda enseñarnos algo. Esta no es una falta, sino precisamente una ventaja del socialismo científico sobre el utópico. El sistema social socialista será un producto histórico, nacido de la escuela misma de la experiencia, en la hora de la realización, del devenir de la historia viva. […] Es claro que el socialismo, por su naturaleza, no puede ser objeto de autorización. Tiene como presupuesto una serie de medidas de fuerza contra la propiedad, etcétera. Lo negativo, sí se puede decretar; la construcción, lo positivo NO. Tierra virgen. Miles de problemas. Sólo la experiencia está en condiciones de corregir y de abrir nuevos caminos. Sólo una vida llena de fermentos, sin impedimentos, imagina miles de formas nuevas, improvisa, libera una fuerza creadora (1917/2005:98-99).
En suma, Marx, Luxemburgo, Lenin, Gramsci, Guevara y otros/as
[22] remarcan la relevancia de la experiencia de las masas en la construcción del Socialismo y, por extensión, el carácter de escuela, de aprendizaje, que supone para los trabajadores. Antes que algo definido o claramente a aplicar, el Socialismo (y podríamos agregar, la construcción de Poder Obrero y Popular en tanto práctica prefigurativa de aquél) asume un carácter creativo, novedoso, singular. Esto último nos llama la atención en torno a, por lo menos, dos asuntos. Por un lado, si bien los procesos revolucionarios y los órganos de Poder Popular pueden ser conducidos con cuotas de racionalidad, existen amplios márgenes que remiten a lo impensado. Suponer que un Partido o un núcleo político puede conducir con precisión definida los pasos por venir, es pretender negar, suprimir o bien fijar procesos abiertos, creativos, sorprendentes. Buscar sujetar o adoctrinar en esquemas prefijados (y tranquilizadores) es quitarle vida a los movimientos en gestación y herirlos de muerte. Por otro, la imposibilidad de aplicar recetas. El desenvolvimiento del Socialismo (y su presupuesto, la construcción de Poder Obrero Popular) lejos de ser fórmulas a aplicar, supone tener presente la idiosincrasia de cada tiempo y lugar. Es a partir de las condiciones sociales singulares, de lo concreto que intervenimos, aunque, claro está, teniendo presente y guiando las acciones con los cuerpos teóricos y las enseñanzas que otras experiencias (triunfantes o derrotadas) han dejado.
¿A modo de cierre? Para continuar la lucha por un mundo nuevo…
Se ha querido abordar a la categoría Poder Obrero y Popular desplegándola bajo diferentes planos de análisis. El hincapié estuvo puesto en retomar algunos autores que forman parte de la vasta tradición revolucionara no sólo para dar cuenta de su vigencia (en tanto clásicos), sino también y fundamentalmente para reflexionar acerca de la categoría Poder Popular y su construcción, tan en boga en nuestros días. Desde luego, el escrito no ha pretendido asumir un carácter exhaustivo, quedando un sin fin de temáticas teóricas para continuar indagando y profundizando.
Si bien se ha enfatizado las experiencias de los Consejos de fábrica (entre otras, cuestiones por el concepto político que expresan), consideramos que los modos de organización de la clase subalterna han sido vastos a lo largo de su historia y seguramente encuentre nuevos. Por ello, más allá de que las experiencias revolucionarias pasadas sugieren ciertos rumbos a transitar, sería erróneo cerrarse y no aprender (ni promover) de las nuevas experiencias que la clase subalterna va sedimentado. Anhelamos que las teorizaciones elaboradas profundicen las luchas sociales con las que están concatenadas. Lejos de pretender (falsamente) que nuestras reflexiones sean independientes a las disputas interclases, tomamos posición en dicha disputa, bajo el horizonte de construir un orden, una mujer y un hombre nuevo.
Bibliografía
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[1] Remarcamos que la caracterización de los países latinoamericanos bajo el concepto gramsciano de “occidentalidad”, sin dudas, requiere de mediaciones teóricas e históricas como así también el agregado de más elementos para resultar suficiente. Aquí no nos entrometemos en esta discusión, tan sólo buscamos, siguiendo a Gramsci, enfatizar el carácter complejo de la Sociedad Civil latinoamericana para pensar la temática del Poder Obrero y Popular.
[2] Desde nuestro punto de vista en esta construcción teórica que Dri plantea centrada en el
¿Qué hacer?, se dejan de lado otros elementos que forman parte de la tradición leninista acerca del poder y el papel del Partido Político. Por ejemplo en las
Tesis de Abril como en
Estado y Revolución es posible concebir que en Lenin existe una noción de poder que no se reduce a su objetivación en el Estado-institución.
[3] Al igual que en el caso anterior, aquí Dri realiza un pasaje veloz por Negri y Holloway, sin trabajar sobre los elementos progresivos que sus planteos guardan para la tradición revolucionaria.
[4] Si bien aquí no profundizamos la temática del Partido político, destacamos que Gramsci le otorgaba un rol central en tanto “órgano de la educación comunista, de poder supremo que armoniza y conduce a la meta las fuerzas organizadas y disciplinadas de las clases obrera y campesina” (Gramsci, 2004:61). El autor italiano concebía el problema de la disputa por la hegemonía en relación al Partido, ya que éste “debe ser, y no puede dejar se ser, el abanderado y el organizador de una reforma intelectual y moral” (2003a:15). Y en otro pasaje Gramsci afirma: “Sin esta arma (la conciencia teórica y la doctrina revolucionaria) el Partido no existe, y
sin Partido ninguna victoria es posible” (el subrayado no es del original. Gramsci, 2003a:17).
[5] Remarcamos una afirmación gramsciana para alimentar la reflexión en torno a la temática de los partidos políticos: “Los ‘partidos’ pueden presentarse bajo los nombres más diversos, aún con el nombre de anti-partido y de negación de los partidos” (2003a:27).
[6] Sólo a modo de ilustración: “Pensar el poder popular, desde nuestra condición periférica, lleva a pensar en un sujeto plural, multisectorial, un sujeto social múltiple capaz de articular a un conjunto amplio de sectores sociales” (Mazzeo y Stratta, 2007:13).
[7] Si bien este aspecto no fue resaltado en los autores citados, en varios de sus planteos se encuentran la importancia de las transformaciones subjetivas en la construcción del Poder Popular. En el próximo apartado abordaremos, de manera escueta, la temática de los cambios subjetivos y el Poder Popular.
[8] Vale subrayar que aquí colocamos al Partido en un plano general. Pero nos inclinamos por la posición de que en las construcciones propias de poder popular no exista una sola tendencia encabezada por tal o cual Partido sino varias. Por ello preferimos hablar de Partidos y no de o del Partido.
[9] Repárese que aquí Dri no distingue entre ciertas tendencias políticas que comprenden o practican al Partido o a la organización política del modo en que los describe y el concepto de Partido político en sí mismo. Entendemos que los debates acerca del Partido Político en la tradición revolucionaria son vastos y que equipararlo a un inconveniente sin más o a algo desechable a priori, obstaculiza su debate y reflexión sobre una temática harto importante para la construcción de Poder Obrero y Popular y, más aún, para el problema de la revolución.
[10] Como argumenta Mandel: “Se ha visto estallar un gran número de revoluciones espontáneamente, pero no se ha visto una sola que haya triunfado espontáneamente” (1974:46). O en palabras del propio Gramsci: “El elemento de espontaneidad no es suficiente para la lucha revolucionaria: nunca lleva a la clase obrera más allá de los límites de la democracia burguesa existente” (2004:310).
[11] La homologación Docente-Dirigente y Alumno-Dirigido es, claro está, un reduccionismo y, por tanto, corre el riesgo de subsumir la especificidad de los procesos pedagógicos al proyecto político general, no atendiendo a las mediaciones necesarias.
[12] Desde nuestro punto de vista, y más allá de otras divergencias significativas e interpretaciones de Saviani respecto a Freire, entendemos que aquí su planteo no estaría en discordancia con la
Pedagogía del Oprimido. La desigualdad en el punto de partida de los procesos de enseñanza y aprendizaje también es abordada por Freire cuando, por ejemplo, hace mención a la diferencia entre Conciencia Ingenua y Conciencia Crítica. Pero esto no niega la posibilidad de construir un vínculo eminentemente democrático en el proceso educativo, sino más bien lo presupone. Es en el reconocimiento de los saberes y prácticas propias de los educandos/as y, aún más, en la posibilidad de que en el proceso educativo las posiciones de educador/a-educando/a se modifiquen, donde reside una condición necesaria para el pasaje de la desigualdad a la igualdad.
[13] Con vistas a enriquecer la temática de la democracia política entre gobernantes y gobernados, citamos un pasaje de Gramsci: “[…] la tendencia democrática, intrínsicamente, no puede significar tan sólo que un obrero simple se convierta en obrero calificado, sino que cualquier ‘ciudadano’ pueda convertirse en ‘gobernante’ y que la sociedad lo coloque, aunque sea abstractamente, en las condiciones generales para poder llegar a serlo: la democracia política tiende a que coincidan gobernante y gobernados […], asegurando a todo gobernado el aprendizaje gratuito de las capacidades y de la preparación técnica general para ese fin” (1981:151).
[14] Existen otras dimensiones del Estado que no han sido abordadas para pensar el Poder Obrero y Popular, como, por ejemplo, el Estado como arena de la lucha de clases.
[15] Estamos haciendo referencia no sólo al Estado en su momento de intervención o cristalización (por ejemplo, reprimiendo o bien otorgando reivindicaciones), sino fundamentalmente, en un plano más abstracto y general, al carácter constitutivo del Estado capitalista en los órganos de Poder Popular. El Estado al sostener la relación genérica Capital-Trabajo, también sostiene (sin dudas, de modo contradictorio) específicamente la configuración de los propios espacios de poder populares (que los subalternos van abriendo) en tanto no lleguen a agudizar el conflicto social al punto de una disputa final.
[16] Remarcamos que Gramsci además de estas tres modalidades de organización obreras mencionadas, hace alusión a otras, entre ellas el comité o círculos de barrio. Ellos deberían ser, en palabras del autor italiano: “emanación de toda la clase obrera que viva en el barrio, capaz de hacer respetar una disciplina, con el poder […] de ordenar el cese inmediato de todo el trabajo en el barrio entero” (Gramsci, 2004: 61). Este espacio de organización formaba parte del sistema de democracia obrera que para Gramsci era necesario profundizar y coordinar.
[17] Subrayamos que tanto en los planteos de Marx, Engels, Lenin, Gramsci y otros no se sostiene como fin último la conformación de un Estado socialista (dictadura del proletariado), sino más bien, la abolición de todo Estado. Por ello el marxismo no puede ser acusado de estadolatría. Por ejemplo, Lenin en
El Estado y la Revolución, retomando las reflexiones de Marx acerca de la Comuna de París, afirma en un pasaje: “Marx dedujo de toda la historia del socialismo y de las luchas políticas que el Estado deberá desaparecer y que la forma transitoria para su desaparición (la forma de transición del Estado al no-Estado) será el proletariado organizado como clase dominante” (1917 / 1975:72). También resulta erróneo considerar que en la tradición marxista la toma del Estado por parte de la clase subalterna no supondría ningún cambio en el aparato estatal. Marx extrayendo lecciones de la experiencia de la Comuna, precisa: “La comuna ha demostrado que la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines” (1871/1980:59). De manera semejante se expresa Engels en la “Introducción” a
La Guerra Civil en Francia de Marx: “La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no podía seguir gobernando con la vieja máquina del estado; que, para no perder su dominación recién conquistada, la clase obrera tenía, de un parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios disputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento” (
op.cit.: 18). Por su parte Lenin titula uno de los subapartados del
Estado y la Revolución de la siguiente manera: “¿Con qué sustituir la máquina del Estado una vez destruida?” y encuentra fecunda la experiencia de la Comuna de París como pasaje de la democracia burguesa a la proletaria.
[18] De manera semejante Freire (1986:142), realizando reflexiones en torno a la experiencia de
Guinea Bissau, sostiene que una de tareas fundamentales de una sociedad que anhela ser revolucionaria es la formación del hombre nuevo y de la mujer nueva.
[19] Esto encuentra nítidas vinculaciones con el planteo de Guevara (1965/1996) acerca de que en la construcción del socialismo los hombres luchan por salir del reino de la necesidad y entrar al de la libertad.
[20] Ernesto Guevara (
op.cit.) sostiene que la última y más importante ambición revolucionaria es ver al hombre liberado de su enajenación.
[21] Freire, en
Pedagogía del Oprimido, desarrolla el concepto de seres duales que se encontraría cercano a esta categoría gramsciana. Para el autor brasileño, los oprimidos serían seres duales, estos es, “seres inauténticos, que alojan al opresor en sí” (Freire, 2002:35) y, por tanto, no lograrían adquirir una conciencia de sí como personas, ni como conciencia de clase. Con esto, Freire sostiene una concepción cercana a la categoría gramsciana en cuestión, ya que, por un lado, la clase subalterna (en un principio) no se distingue o separa nítidamente del enemigo y, por otro, que está separación o distinción supone un proceso político-pedagógico.
[22] Ver, por ejemplo, Trosky (1977) que comprendía a los Soviets no sólo como una creación propia de las masas, sino además como una instancia que permitía y promovía la actividad de ellas.