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Inicio > Antiglobalización y socialismo* (primera parte)
25/05/2009
Por Bonefeld Werner , ,
I
La globalización es un concepto muy esponjoso, poco preciso o diluido. Usado como un mote pegadizo y de propósitos múltiples estaría demostrando que la critica de la ideología se ha convertido a su vez en una ideología. En un principio, la crítica de la ideología intentaba revelar la necesaria perversión de prácticas sociales humanas en su forma capitalista real. Parecería ahora que es una teoría "realista" sobre la verdadera índole de la relación entre el Estado y la economía. El debate sobre la globalización se basa en la aparente dicotomía entre el Estado y el mercado y la globalización se toma, ya sea como el Estado contra el mercado o como el mercado contra el Estado. La circunstancia de que el capitalismo haya sido global desde sus inicios y de que el mercado mundial y el Estado nacional hayan siempre estado juntos desde que comenzó el capitalismo, es algo que se olvida tranquilamente o se acepta como una advertencia útil de que el capitalismo es un sistema dinámico de periódicos e irresistibles cambios, donde el orden es la condición fundamental del progreso.
El capitalismo es, sin duda, un sistema muy dinámico. Sin embargo, la pretensión de que el progreso y la consolidación del orden vayan juntas, presupone que el cambio dinámico sea un estancamiento, haciendo que la noción de cambio periódico se vuelva ideológico.
La antiglobalización a menudo se deriva tan sólo de estructuras hipostasiadas de la globalización, por lo que el significado es tan impreciso como el de la globalización misma. Se lee mucho sobre la necesidad de una democracia cosmopolita para reafirmar lo político haciendo abstracción de los estados nacionales y el ejercicio del poder imperial a nivel global. Además, existe una demanda por fortalecer la sociedad civil, para reafirmar las necesidades sociales y el interés público por encima de lo económico. Algunos ven en la globalización sólo el poder de las grandes corporaciones y pretenden que las organizaciones estatales e internacionales creen condiciones de acceso justo a los mercados mundiales. Otros quieren domesticar lo global para restituir relaciones competitivas sanas entre los productores locales en el ámbito local y nacional. Hay quienes proponen la antiglobalización como la localización, descentralización o nacionalización de la economía mundial. Otros exigen la democratización de los responsables de las políticas globales con sectores específicos del comercio y de la industria, así como también controles nacionales del flujo de capitales. También hay quienes piden una toma de decisiones democráticas a nivel internacional, proponiendo revitalizar instituciones internacionales como las Naciones Unidas. Por último, están aquellos que sostienen muy adecuadamente que el Estado nacional es crucial para el desarrollo económico y que, por lo tanto, el Estado debe seguir siendo un instrumento potencialmente útil y contrario a la globalización. Lo que podríamos preguntarnos es cuál es el propósito del capital y cuál el del Estado. ¿Es cierto que el objetivo del Estado y de las instituciones estatales es hacer al capital más responsable del bien común? ¿Cuál es el bien común de la reproducción social capitalista? El objetivo del capital es conseguir ganancias y el Estado es la expresión política de este propósito. ¿Y la sociedad civil? ¿Es realmente una sociedad, como lo pretende el conservadurismo moral? ¿Es decir, una sociedad orgánica, una sociedad sin clases?
No hay necesidad en este momento de entrar críticamente en el debate de la globalización. Nuestro tema es la antiglobalización y la posibilidad del socialismo. En la próxima sección resumiré las perspectivas antiglobales convencionales que se focalizan más sobre los temas que sobre las visiones antagónicas. A continuación haré un examen de la relación necesaria entre capital y Estado seguido por una evaluación del carácter permanentemente en crisis de la globalización. Las últimas dos secciones se referirán a la antiglobalización.
II
A principios del decenio de 1990, sobre los fundamentos de una fuerte recesión y justo después de la crisis financieras de 1992-1993, el Financial Times proclama con gran satisfacción que la globalización es el sistema más efectivo de creación de riqueza que la humanidad jamás haya conocido. Sin embargo, admitía que la globalización sigue siendo una fuerza incompleta dado que "aproximadamente dos tercios de la población mundial ha ganado pocas o ninguna ventaja substancial de este rápido crecimiento económico. "En el mundo desarrollado, el porcentaje más bajo de los asalariados ha visto un goteo hacia arriba, más que un goteo hacia abajo" (Financial Times, 24/12/93). Este sector se ha expandido tanto que ahora incluye más o menos a la mitad de la población. ¿Y que pasa con el mundo subdesarrollado? ¿Dónde estaba en 1993 y dónde está en 2004? Sin más globalización, dice Martin Wolf, la brecha ha aumentado en una tasa que era de 10 a 1 hace un siglo y que ahora es de 75 a 1. Bajo las actuales condiciones de una globalización trabada "podría llegar fácilmente a 150 a 1" en menos de medio siglo (Wolf, 2004). Según su opinión, la globalización depende del apoyo del Estado y se la está trabando porque los estados ya no están dando más este apoyo. Lo que él pide, son mejores estados. Sin más globalización, el peligro de colapso económico es grave e incluye el peligro de una fricción creciente entre los países del mundo. La simpatía sin límites que tiene Wolf por la potencial creación de riquezas de la globalización, contrasta con aquellos que dicen que la globalización neoliberal podría corroer la estabilidad política. Soros, Stiglitz y Camdessus se han distanciado del neoliberalismo diciendo que a fin de prevenir perturbaciones del capitalismo global, habría que encontrar alternativas al capitalismo de libre mercado (cf. Veltmeyer, 2004). En la opinión de ellos, la tendencia del capitalismo de libre mercado está provocando desigualdades excesivas que llevarían al descontento social y que tienden a desestabilizar los regímenes democráticos y al sistema en su totalidad. Estos autores, incluyendo a Wolf, sostienen que la globalización no sólo depende de la estabilidad políticas de los estados nacionales, sino también del Estado, que es indispensable para el funcionamiento del libre mercado.
Estas evaluaciones contrastan con la de pensadores de prestigio de la izquierda, como Baudrillard, Jameson y Anderson. Por encima de la infame expresión de Fukuyama y anticipándose en términos afirmativos a la ficción de la nueva economía, Baudrillard (1993: 11-13, 33) decía:
Marx simplemente no pudo prever que, frente a una amenaza inminente a su existencia, sería posible para el capital transpolitizarse, es decir, lanzarse hacia una órbita más allá de las relaciones de producción y las contradicciones políticas, para lograr su autonomía con libre flotación, con éxtasis y en forma azarosa, de manera de totalizar al mundo en su propia imagen. El capital (si es que todavía podemos llamarlo así) ha obstruido el camino de la economía política y la ley del valor. Es en este sentido que ha escapado exitosamente a su propio fin. De ahora en más, podrá funcionar independientemente de sus propios objetivos pasados y absolutamente sin referencia a ningún objetivo […] El dinero es ahora el verdadero satélite artificial. Un artefacto puro, que goza de una verdadera movilidad astral. Además, es convertible en forma instantánea. Ahora el dinero ha encontrado su lugar válido, un lugar mucho más maravilloso que la bolsa: la órbita por la cual asciende y se pone como cualquier sol artificial.
De acuerdo con Jameson (1998) el capital se ha desterritorializado y desmaterializado a la vez. Por tanto, caracteriza la globalización como una especie de ciberespacio definido por el capital desmaterializado. Según Anderson, el decenio de 1990 puede definirse como la consolidación virtual y sin competencia, así como la difusión universal del neoliberalismo (Anderson, 2000: 10). Asimismo, "ningún organismo colectivo capaz de emparejar el poder del capital puede avizorarse en el horizonte" (ídem, op. cit.: 15) y, además, "la derecha nos ha proporcionado una visión fluida sobre hacia donde está yendo el mundo o dónde se ha detenido". Esta comprensión "no encuentra equivalentes en la izquierda" (ídem, op. cit.: 16). "El neoliberalismo es un conjunto de principios que gobierna sin divisiones a toda la Tierra [e incluso] las últimas acciones de una continua emancipación de las naciones [que constituye] el verdadero proceso de democratización a escala mundial [no puede equipararse] a la asfixia del debate público y a la diferencia política del capital (desde) arriba" (ídem, op. cit.: 9-10). Dejando de lado su identificación de la emancipación humana con la emancipación nacional, Anderson, al igual que Jameson y que Baudrillard, confirma la globalización como la realización del sueño imposible del capitalismo de acumular en abstracto, sin el conflictivo terreno de la producción (desmaterialización) y desperdigando y sacando ventaja a la resistencia por medio de una desterritorialización transpolítica.
Veamos entonces, ¿qué es el capital? Algunos lo identifican con el poder de las corporaciones, y esto los lleva a exigir una antiglobalización de comercio más justa, relaciones de intercambio globales más justas y en contra de la corrupción. A pesar de programas políticos muy distintos, el tema común es la exigencia de relaciones comerciales justas. En nombre de la justicia global, sus protagonistas piden una mayor democracia en la responsabilidad del poder corporativo y critican a las organizaciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC) por institucionalizar relaciones de intercambio globales en contra de los intereses de productores del "tercer" mundo (Falk, 2000; Klein, 2001). Parecería que el Norte le está robando al Sur y que la distribución de la riqueza es inequitativa e injusta. La justicia global pretende la creación de una "buena gobernabilidad" para que las corporaciones se responsabilicen frente a la "sociedad civil global" (Corpwathe, 2001). La sociedad civil global se desarrolla en movimientos de transmisión social y ONG "centrados en la gente" que abarca un campo de acción y de pensamiento ocupado por iniciativas sin fines de lucro, transnacionales y voluntarias de individuos y ciudadanos. La sociedad civil global refleja no solo el auge del poder corporativo, sino también la declinación del "Estado compasivo" (Falk, 2000). Esta perspectiva antiglobalización se rebela contra la distribución injusta de la riqueza global y acusa a las empresas multinacionales de arrasar el mundo en busca de ganancias, en detrimento de la justicia global. Por cierto que esto es lo que hacen. Cada empresa multinacional es en sí misma un negociado. ¿Cómo lograr que los negociados sean más justos? Más aún, si el capital realmente no es más que un poder corporativo como lo intenta sugerir Boron (2005) con la ayuda de una teoría desacreditada y siempre al borde de la quiebra de un capitalismo monopolizado por el Estado. ¿Qué es lo que constituye un bien? ¿Cómo se puede hacer que la explotación sea justa? Y, además, ¿qué tanto de civil tiene la sociedad civil?
El uso del término sociedad civil es engañoso. Sus adjetivos nos evocan humanismo y decencia, sinceridad y honestidad, es decir, una sociedad en la cual gobierna la bondad y el respeto mutuo. Los grandes filósofos de la sociedad civil la concebían como una sociedad antagonista, egoísta y competitiva de individuos atomizados, donde la gran riqueza era acumulada por unos pocos, condenando así a las masas a la pobreza. Una sociedad civil que, por lo tanto, requería de la autoridad del Estado para impedir que implosionara bajo el peso de sus propias contradicciones. Hegel describía a la sociedad civil en los siguientes términos: el individuo está sujeto a la completa confusión y al azar del todo. Una masa de la población está condenada al trabajo inseguro, insalubre y embrutecedor de las fábricas, los talleres las minas, etcétera. Enormes ramas de la industria, que dan trabajo a una gran parte de la población quiebran de manera súbita, porque cambian los modelos o porque el valor de sus productos desciende debido a nuevas invenciones en otros países, o por otras causas. De este modo, se abandona a grandes masas a una pobreza inmisericorde. Aparece el conflicto entre una inmensa riqueza y una vasta pobreza, una pobreza que es incapaz de mejorar sus condiciones. La riqueza se convierte en un poder predominante (Hegel, 1931: 232) que alimenta el odio y el resentimiento. La integración de la sociedad civil se veía como "el movimiento vivo de los muertos. Este sistema va de aquí para allá de un modo ciego y elemental. Del mismo modo que un animal salvaje, exige un control fuerte y una restricción permanente" (Hegel, 1932: 240), Por lo tanto requiere de un Estado fuerte y capacitado para lograr una conducta civil sobre la base del ejercicio de la ley, garantizando a su vez un orden espontáneo, fundado en las relaciones contractuales entre participantes iguales. Por cierto que la cohesión política de la sociedad civil mejoraba gracias a "guerras exitosas que prevenían los tumultos civiles" (Hegel, 1988: §324). La sustitución que hizo Marx de la sociedad civil por sociedad burguesa es particularmente idónea: el trabajador libre es un sujeto de derechos abstracto al igual que el propietario de los medios de producción. La separación del trabajo y de los medios de producción asume una forma de libertad que focaliza sobre el contrato de trabajo. Este contrato es la forma fundamental de todas las relaciones en una sociedad civil: en él, se conecta la libertad con la explotación. Resumiendo, y volviendo a nuestro tema, el pedido de la antiglobalización por una justicia global, resalta la real indignidad de las relaciones existentes. Sin embargo, su misma crítica se va desarmando. Exige humanidad de la sociedad civil, abstrayéndose de su composición social. Por eso, la injusticia no se asimila a una condición necesaria de la sociedad civil, sino que parecería depender de ciertos resultados políticos que nos proporcionan, ya sea una gobernabilidad buena o mala.
Korten (1995) lleva la crítica contra las corporaciones un paso más adelante. A él le gusta el localismo y vuelve su mirada hacia la "edad de oro" del "capitalismo local" en el que tanto los pobres como los ricos habían compartido un sentimiento de interés nacional y de comunidad. Se dice, entonces, que la globalización ha socavado (para usar la frase de Reich, 1992), "el sentimiento nacional unívoco" que parece haber caracterizado al capitalismo antes de la globalización. La visión cínica de realidades de la posguerra señala, entonces, que no es el capital per se, sino la globalización del poder corporativo lo que hay que frenar. El poder corporativo parece estar en conflicto con el interés público, incluyendo a la libertad del consumidor, en detrimento de las comunidades locales. Es una corrupción del ideal de mercados competitivos nacionales y delimitados, porque va derecho al monopolio, destruyendo así la empresa local. Esta postura anticorporativa resalta el mito de la libre competencia entre pequeños productores de bienes, como el fin y los medios de la antiglobalización. No es la clase, sino la comunidad primariamente inocente, la que sería la clave contra la globalización en la perspectiva de Korten. Su pedido de proteger los espacios primarios de la comunidad reformula, con el pretexto de la antiglobalización, el mito de la comunidad orgánica, donde la competencia, libre de las presiones del mercado mundial proporciona la riqueza nacional y asegura la armonía de los intereses. Su rechazo de un capitalismo que salta fronteras y que arruina las economías locales, presupone que la falta de armonía local es meramente importada de afuera, destruyendo al sujeto orgánico de la empresa comunal y su modo de vida. El mito de la comunidad original que evoca Korten es francamente pavoroso.
El mito de Korten de una sociedad orgánica, pertenece a la misma concepción neonacionalista de la antiglobalización que ganó las elecciones en Austria (Haider), Francia (Le Pen) e Italia (Fini), para nombrar solo a unos pocos. El sentimiento común de estas fuerzas nacionalistas retrógradas fue definido por Mahathir Mohamad, primer ministro de Malasia. Su evaluación del colapso financiero de este país en 1997 es sintomática:
Yo digo abiertamente que esta gente es racista. No están contentos de vernos prosperar. Dicen que crecemos demasiado rápido y planean hacernos más pobres. Nosotros no queremos ser enemigos de nadie, pero hay quienes se están haciendo enemigos nuestros. ("Malaysia Acts on Market Fall", Financial Times, Londres, 04/09/97)
Dejando de lado la discriminación de los malasios hacia aquellos que tienen antepasados chinos, ¿qué quiere decir "nosotros" y quienes son los "racistas"? Mahathir Mohamad denuncia al capitalismo diciendo que es el capitalismo judío y su visión del desarrollo económico malasio parece haber sido tomada de The International Jew, un libro encargado por Henry Ford en el decenio de 1920 (cf. Financial Times, Londres, 23/10/2003). De manera similar, el sueño ario de Buchanan (2002) de una fortaleza blanca norteamericana que él siente que está en crisis debido a los efectos nefastos de una "teoría crítica" y responsabiliza de ello "a esos judíos comunistas a quienes les gusta hacer disturbios". El nacionalismo ofrece una respuesta bárbara a la globalización (cf. Bonefeld, 2004). Así que la noción de Korten de que la población del mundo debe ser reducida en mil millones de personas, no es de sorprender. No dice cómo, ni tampoco quienes deben desaparecer.
Autores tales como Ruidrok y van Tulder, Hirst y Thompson, Weiss y también Panitch nos ofrecen una perspectiva diferente. A pesar de sus distintos programas políticos, ellos comparten la visión de que la globalización depende del poder del Estado nacional y por ello sostienen un tipo de "nacionalismo progresista" (Radice, 2000) para combatir lo que ellos ven como una globalización neoliberal. Este argumento centrado en el Estado dice, con toda razón que las empresas multinacionales no son tan independientes como pretenden los defensores de la globalización. También dice que la globalización financiera y del comercio, no son globales sino regionales, que el Estado juega un rol importante en la conquista de nuevos mercados y la protección de los propios, que todos los principales acuerdos de intercambio son negociados y puestos en marcha por los estados y sujetos a modificaciones que les imponen esos mismos estados. Es decir que los estados son fundamentales para la estabilidad de la economía mundial y la modernización de las economías nacionales. Sin embargo, de todos ellos, sólo Panitch se pone a favor de una estrategia decididamente socialista. El invita a la izquierda "a reorientar las discusiones estratégicas […] para la transformación del Estado" (Panitch, 1994: 87) para lograr una "redistribución radical de los recursos productivos, del ingreso y de las horas de trabajo" (ídem, op. cit.: 89). Para que esto ocurra, es esencial un cambio en el equilibrio de las fuerzas clasistas (Panitch, 2000) y a fin de proteger la política nacional obrera, se requiere "un cambio hacia economías mejor dirigidas hacia adentro" (Panitch, 1994: 89). Su propuesta incluye pues, una especie de desarrollo económico que combine el proteccionismo nacional con la redistribución y el planeamiento económico de la riqueza, desde el capital hacia el trabajo. Esta versión socialista de un keynesianismo nacional parece seductora. No obstante, las apariencias a menudo engañan y con un examen más detallado, tienden a revelarse como mitos (Radice, 1984).
Con todo, Panitch por lo menos tiene claridad sobre el resultado de lo que exige en la antiglobalización centrada en el Estado. En las obras de Hirst y Thompson y en las de Weiss, el trabajo brilla por su ausencia. Según Weiss, la capacidad del Estado es vital para la modernización económica y es también central para que funcione. La competitividad nacional parecería ser dependiente del Estado, ya sea en la forma, por ejemplo, del Estado neoliberal del capitalismo anglosajón o el Estado corporativista del capitalismo renano. En forma similar, Hirst y Thompson pretenden una estrategia de modernización anclada en la nación y coordinada en las regiones que combata a la globalización neoliberal a favor de una modernización equilibrada de las relaciones económicas, controladas políticamente por el Estado. Estos autores sostienen que la globalización ha obligado al Estado a convertirse en un "Estado competitivo" (Cerny, 1990), lo cual por sí solo, parece ser un concepto poco claro, ya que parecería sugerir que la ocupación primaria del Estado capitalista del pasado, no era la de asegurar la competitividad económica. Weiss sugiere un enfoque distinto: distintos estados adoptan distintas estrategias de modernización y eso depende de sus respectivas estructuras socio-económicas de desarrollo. Hirst y Thompson dicen que la modernización no debería dejarse a merced de las fuerzas autodestructivas del mercado, sino que tienen que ser reguladas por los buenos oficios del Estado, a fin de garantizar su viabilidad y legitimidad democrática. Por eso, Panitch defiende la re-nacionalización de la economía a través de la creación de un keynesianismo nacional y radical que permita una alternativa al neoliberalismo.
El enfoque "nacionalista y progresista" nos ofrece, a pesar de sus diferencias, variantes sobre un tema común. Vislumbra las relaciones entre Estado y economía, en términos de dos formas diferentes, en competencia, de la organización social. En vez de decir que la economía se ha desterritorializado con mucho éxito, la aparente autonomía de la economía con respecto al Estado, sólo es una cuestión de grados. La cuestión, entonces, es la de autonomía relativa. ¿Hay que dársela a la economía o queda en el Estado? El nacionalismo progresista se basa en el supuesto de que la determinación de los propósitos del Estado, es dependiente de intereses pluralistas en competencia o bien del equilibrio entre las clases. Por lo tanto, el Estado queda fundamentalmente indeterminado. Se pretende que sea una especie de caja negra con respecto al pluralismo, o bien como Estado de una sociedad capitalista que, dependiendo del equilibrio de las fuerzas clasistas, opera a veces como Estado capitalista y otras como Estado socialista (Panitch). ¿Cuál sería el alcance y el contenido de un Estado socialista dentro de una economía capitalista? Panitch exige una redistribución radical de la riqueza a favor del trabajo y esto hay que demostrarlo. Un trabajo honesto y sincero de reformas, podría muy bien mejorar las condiciones de la clase obrera. Sin embargo, "ser un obrero productivo no es […] tener suerte, sino que es una desgracia" (Marx, 2000). La existencia del trabajador como trabajador no contradice su esencia, sino que la afirma. Podría ser entonces que lo que Panitch propone como el fin último del socialismo, sea aquello que Marx ridiculizaba en las propuestas de un Estado socialista diferente, con las siguientes palabras: "¡Pobres animales! Quieren tratarlos como si fueran seres humanos" (Marx, 1975: 182). Panitch compara al Estado organizado según los intereses del capital con los del Estado organizado según los intereses de la clase obrera. Ambas "formas" operan sobre la base de la "racionalidad". La tarea del Estado capitalista es el de fomentar los intereses burgueses, tratando de minimizar las contradicciones inherentes a la sociedad burguesa, basándose en el gobierno de la ley y subordinando a la clase obrera al orden espontáneo del mercado, aquel en donde los "agentes económicos" llegan a decisiones racionales cuyas consecuencias inesperadas mejorarían el bienestar de las naciones. El Estado socialista en cambio, opera a favor de la clase obrera, organizando la economía y planificando la asignación de los recursos económicos. El Estado se convierte en un agente económico que calcula racionalmente las acciones a tomar y que formaliza las condiciones bajo las cuales se maximiza el bienestar. La diferencia es, pues, entre la racionalidad asumida por el mercado y la racionalidad igualmente asumida por el Estado. Ambos conceptos de racionalidad conciben el capital como un mecanismo económico. Para los neoliberales, la capacidad autorreguladora de este mecanismo esta perjudicada por la imprudente intervención del Estado. En cambio, los "socialistas racionales" sostienen que el potencial de creación de riqueza de este mecanismo necesita del planeamiento del Estado para lograr la óptima satisfacción de sus necesidades. La relación de capital se transforma entonces en una lucha antagónica entre dos formas de racionalidad: el mercado versus el Estado o el Estado versus el mercado. Sin embargo, ambas posturas consideran que el gobernar es el gobierno de la disciplina, ya sea la disciplina del libre mercado, garantizada por un Estado fuerte, o la disciplina del planeamiento racional que realiza el Estado mismo.
La postura antiglobalizacion de Panitch descansa sobre un cambio radical en el balance de fuerzas de clase. Eso presupone una sostenida lucha de clases y por lo tanto la politización de las relaciones sociales. ¿Cómo es posible pasar de la ética de las convicciones a la ética de la responsabilidad y hacia el Estado político? Una vez que el propósito del Estado se ha determinado a favor de la clase obrera, se necesitará de la ley y del orden para contener la politización de las relaciones sociales y permitirle al Estado retener el monopolio de lo político, para hacer a este nuevo orden más efectivo. El Estado, entonces, está separado de la sociedad y es el encargado de asegurar la cohesión de la sociedad. Su poder reside en una autoridad no disputada sobre sus miembros. Haciendo abstracción de si el objetivo de la ley es garantizar la racionalidad del mercado o la racionalidad del planeamiento económico, en ambos casos, su objetivo no es el individuo concreto, sino el individuo abstracto cargado de derechos y deberes, en nombre de una reglamentación liberal de la ley de una "economía del trabajo". En definitiva, Panitch está a favor de un Estado nacional fuerte y capaz, haciendo caso omiso a la composición social de las relaciones sociales capitalistas. Estas relaciones son siempre, por necesidad, relaciones del mercado internacional. La división nacional del trabajo presupone la división internacional del trabajo y el proteccionismo nacional sólo se defiende hacia adentro, pero no contra el mercado mundial.
III
De forma convencional, los conceptos de "Estado" y "sociedad" se entienden en un sentido "doméstico". El Estado se percibe como una soberanía nacional, ejercida sobre un territorio definido y en relación con su gente. La relación entre Estado y sociedad se percibe como la administración del espacio, incluyendo especialmente a la gente que vive en dicho espacio. Esta comprensión de la relación entre Estado y sociedad es "doméstica", dado que la pregunta sobre la composición del "Estado" se basa en la comprensión de la relación entre una determinada sociedad y su Estado. En consecuencia, el estudio de las relaciones internacionales entre estados debe concebirse en términos de diplomacia, comercio, así como también de cooperación entre naciones, conflicto, competencia y guerras.
¿Podría decirse que la economía nacional y el capital realmente coincidieron en el pasado y que cada economía nacional constituyera una formación capitalista específica y auto-sostenida? La ortodoxia de la globalización parecería afirmar que esto es cierto, con el argumento de que la globalización es el final de la historia capitalista, definida por economías nacionales secuestradas (cf. Giddens, 1991). La idea de que la economía nacional haya llegado a su final, se basa en tres premisas falsas. La primera es la idea de que la explotación capitalista del trabajo, dentro de un espacio nacional organizado, sea la metáfora (como lo supone Reich, 1992) de estar en el mismo barco nacional, basado en una especie de armonía nacional de intereses: el interés nacional. En segundo lugar, la premisa de que el rol y la función del Estado es el de regular su economía nacional de acuerdo a ciertos principios democráticos de responsabilidad y de búsqueda de la riqueza nacional. En tercer lugar, está la idea de los límites de la armonía nacional, de la riqueza nacional, que derivan de fuerzas externas que destruyen la integridad de las economías nacionales desde afuera. Estas premisas no resisten el menor análisis. En sus críticas a las ideas económicas nacionalistas de Carey, Marx señala que esta falta de armonía en el mercado mundial es sólo la expresión última de la falta de armonía que se ha fijado sobre las relaciones abstractas dentro de las categorías económicas, o que tiene una existencia local a escala muy pequeña (Marx, 1978). Las relaciones capitalistas de explotación no existen con respecto a dos conjuntos de relaciones, es decir, como relaciones de armonía doméstica y, distintas de ellas, las relaciones globales de falta de armonía. Lo que aclara la cita de Marx, es que la "forma de mercado mundial" es un modo de existencia de las "economías nacionales" e, inversamente, que las economías nacionales subsisten dentro y a través de los mercados mundiales. Esto significa pues, que
si bien el Estado está constituido políticamente sobre una base nacional, su carácter clasista no se define en términos nacionales, ni en la ley capitalista de la propiedad, ni en sistemas legales, ni en contratos que trascienden los sistemas legales nacionales, ni en dinero mundial que trascienda las monedas nacionales. (Clarke, 1991: 136)
La función del Estado nacional no es la de producir riqueza. En cambio, su propósito es garantizar los derechos de propiedad como base para una acumulación continuada a gran escala. De este modo, el Estado nacional es considerado como "el último refugio de las armonías" (Marx, 1978), es decir, la armonía de la igualdad abstracta, la libertad y Bentham, por medio de los cuales, los antagonismos entre trabajo y capital subsisten bajo la forma de relaciones contractuales, entre socios de intercambio aparentemente iguales y libres de coerción directa. Como socios igualitarios del intercambio, sus relaciones sociales están estructuradas como relaciones contractuales. Sin embargo, la fuerza se halla presente detrás de cualquier contrato, para asegurar su existencia universal en cada caso particular. El contrato es la forma de la libertad burguesa y el Estado es el dueño de la coerción. Las relaciones sociales basadas en un intercambio libre e igualitario, libre de coerción directa, excluye la violencia política en la conducta de las sociedades burguesas y presupone, por lo tanto, no sólo un intercambio despolitizado, sino también una concentración del carácter coercitivo de la sociedad burguesa, en la forma de un Estado. De este modo, el Estado está encargado de garantizar la despolitización de las relaciones sociales sobre la base del imperio de la ley, asegurando la conducta civil de los socios del intercambio dentro de la desigualdad de la propiedad. La sociedad se desdobla en sociedad y Estado. La integración de la sociedad burguesa, es decir, aquella que contiene los antagonismos sociales no se consigue por el imperio de la ley, sino por el dominio del imperio de la ley, que es el Estado. La despolitización de las relaciones sociales y la concentración de lo político en la forma del Estado, son pues, dos caras de las mismas relaciones de producción, constituidas por el libre trabajo, sin objetivos o, lo que es lo mismo, del trabajo divorciado de los medios de producción. Así como el capital es "la forma que asumen las condiciones de trabajo" (Marx, 1972: 492), el Estado es la forma política de este divorcio. Su separación de la sociedad no implica neutralidad, independencia o autonomía. En cambio, es la fuerza política concentrada de la sociedad burguesa. Como dueña del imperio de la ley, se asegura la conducta adecuada de la sociedad civil, cuyo contenido es la "perpetuación del trabajador -según Marx (2000)-, el sine qua non de la existencia del capital".
Adam Smith (1981: 848-849) tenía la certeza de que el capitalismo crea la riqueza de las naciones y señalaba que:
El dueño de la propiedad es definitivamente un ciudadano del mundo y no está atado a ningún país en particular. Tal vez pueda abandonar el país en el cual se le expuso a una inquisición desafortunada, a fin de evadir algún impuesto molesto y llevaría su propiedad a otro país, donde pudiera seguir con sus negocios o disfrutar de su fortuna con más facilidad.
La fuga de capitales es la respuesta a concesiones "imprudentes" al trabajo y en especial, la insubordinación del trabajo acelera la reducción del espacio debido a la velocidad de la fuga. Ricardo concuerda con esto y agrega que "si no se le permite al capital obtener las mayores ganancias netas que le permite el uso de su maquinaria, se ubicará en otro lado", llevando a "un grave desaliento de la demanda de trabajo" (Ricardo, 1995: 39). De acuerdo con Hegel, la acumulación de riquezas provoca inseguridad en aquellos que dependen de la venta de su trabajo para la reproducción social en condiciones de deterioro. Sostiene que a pesar de la acumulación de riquezas, la sociedad burguesa tendrá cada vez mayores dificultades para mantener pacificadas a las masas dependientes. Para él, la forma del Estado es una manera de reconciliar el antagonismo social, que debe frenar a las masas dependientes. Ricardo formuló la necesidad que tienen las relaciones sociales capitalistas de producir "población redundante". Marx (1968) desarrolla esta frase y demuestra que la idea de "derechos iguales" es, en principio, un derecho burgués. En su contenido, es un derecho de desigualdad. Para Marx, el Estado era la concentración coercitiva del Estado burgués. En contra de las relaciones burguesas de igualdad abstracta, el comunismo según él, descansa sobre la igualdad de las necesidades humanas individuales. ¿Cuál sería el significado contemporáneo de este pensamiento?
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