22/12/2024
Por , , Osorio Urbina Jaime Sebatián
Introducción
Los análisis sobre América Latina formulados por el pensamiento académico prevaleciente y por organismos internacionales se basan por lo general en el denominador común de una supuesta falta de madurez de la región respecto a las formas que el capitalismo presenta en naciones o en regiones del llamado mundo central. Por ello, en su intento por explicar lo que ocurre en la región, son comunes las afirmaciones que hablan de reformas económicas insuficientes, instituciones políticas que no se han consolidado o culturas políticas que no terminan de alcanzar niveles adecuados. Subyace una brecha no cubierta con respecto a lo que acontece en algún modelo predominantemente europeo o en Estados Unidos.
Constituimos ‑en esas versiones‑ una región inmadura, que necesita acelerar su marcha para ingresar al desarrollo, a la democracia, a la conformación de ciudadanías responsables, y con ello dejar atrás el lastre de la falta de crecimiento o de crecimiento con desigualdad, el populismo o la fácil seducción de las masas por líderes tropicales.
En este trabajo partimos de un supuesto radicalmente distinto. La historia regional se hace inteligible en el marco de las relaciones establecidas en el seno del capitalismo como un sistema mundial, las que de manera simultánea propician distintas formas de despliegue capitalista ‑centros y periferias, economías desarrolladas y subdesarrolladas, entre algunos de sus nombres más comunes‑ las cuales ‑bajo lógicas generales y comunes‑ presentan particularidades. El problema del análisis sobre América Latina no es por tanto ofrecer un listado de supuestas tareas pendientes, sino de dar cuenta ‑en el seno de aquellas relaciones‑ de las formas particulares como la región se constituye. Desde esta posición es de donde podremos buscar explicaciones sobre lo que la región es y no sobre lo que debería ser.
Si pensamos en la actualidad regional: ¿hay algo más estructural o sólo simple simultaneidad y contingencia en el malestar común y generalizado de sectores populares a las políticas neoliberales en América Latina? Ante la exhuberancia de la coyuntura parece pertinente tomar alguna distancia para reflexionar sobre el aquí y el ahora. Para ello comenzaremos jalando el hilo que propicia en América Latina la urgencia de explicar la originalidad de la región. Quizás allí encontremos razones de su continuo caminar por derroteros en donde la tragedia se muestra como un rasgo permanente, pero también donde otra historia, en pos de una vida digna, emerge de manera recurrente como una utopía posible.
I Actualidad de la revolución y explotación redoblada
Iniciar esta reflexión desde el tema de la actualidad de la revolución se fundamenta en un hecho nada despreciable: tras la puesta en marcha en América Latina de operaciones militares de exterminio sobre una amplia franja de dirigentes sociales y políticos y de sectores sociales politizados y de una guerra de terror sobre el conjunto de la población, seguido del impulso de políticas económicas ‑las neoliberales‑ que rebasaban esa condición, instalándose como verdaderos ejercicios de biopoder, en un plazo muy corto, considerando el peso de los elementos antes mencionados, asistimos a una amplia reorganización popular y la retoma de la iniciativa política, planteando nuevos problemas al dominio y al poder del capital.
El tema de la actualidad de la revolución puede ser pensado desde dos perspectivas, imbricadas, pero lógicamente separadas. Una, sobre el porqué en ciertas sociedades y regiones se gestan de manera recurrente rebeliones sociales. Otra, que subsume la anterior: porqué dichas rebeliones desarrollan la potencia de modificar el cuadro de las relaciones de poder vigentes. En lo que sigue enfatizaremos la primera perspectiva, aunque debamos recurrir a debates y argumentos que abordaron centralmente la segunda.
En aras de encontrar elementos que permitieran pensar la actualidad de la revolución en Rusia, a comienzos del siglo XX[1], Lenin postuló una tesis que hacía girar180 grados la lectura, desde el marxismo, sobre las posibilidades de la revolución prevaleciente en la época: considerando el capitalismo como un sistema que se despliega planetariamente, la tensión revolucionaria que le es inherente no alcanza su potencia superadora en las regiones en donde el desarrollo tecnológico y productivo es más avanzado, sino en aquellas en donde las contradicciones del capitalismo, en tanto sistema, se condensan y encuentran puntos de saturación temprana, propiciando que su fuerza civilizatoria pase rápidamente a segundo plano frente a la barbarie desatada. En la tesis leninista, los eslabones débiles de la cadena imperialista se ubican particularmente ‑diríamos hoy‑ en la periferia y no en el centro, en el mundo dependiente y no en el campo, inmediato o cercano, del mundo imperial.[2]
Los procesos de la región no son entonces expresión o resultado de un insuficiente desarrollo capitalista. Por el contrario, lo que tenemos aquí es un "exceso" en dicho desarrollo, en tanto espacio particular de condensación de contradicciones del sistema, las que operan en la lógica del modo de ser del capitalismo local. De allí la original forma dependiente y su derivación política: formamos parte del sistema que establece el capital en una región en donde el conflicto social en general y su potencialidad de ruptura es mayor. Las tempranas revoluciones en México y más tarde en Rusia, que inauguraron el nuevo territorio de las revoluciones en el capitalismo, terminaron por otorgar credenciales a la tesis leninista.
Si la formulación anterior implicó llenar de nuevos significados los postulados marxistas referidos a la ruptura, quedaban aún un sinnúmero de temas pendientes. Entre la actualidad (o madurez) de la revolución y su factibilidad son muchos los factores que deben jugar para que ella sea posible. Las condiciones de la revolución reclaman algo ‑o mucho‑ más que la simple adición evolutiva de elementos.[3] Porque la revolución, en tanto utopía de lo imposible, implica el "impulso del momento" y emerge siempre como proceso inmaduro: el poder siempre se conquista "prematuramente".[4] Su campo de posibilidades no se despliega en el chronos, en la temporalidad homogénea marcada por el reloj o el calendario ‑"la revolución no tiene un ‘debido tiempo`"[5]‑, sino en el tiempo condensado, en el tiempo heterogéneo, en el kairós, lo que implica necesariamente saltos (al vacío de la lógica de lo posible) y rupturas. El conjunto de las tesis leninista en relación a la madurez y factibilidad de la revolución[6] implicaron romper el sentido común del realismo político prevaleciente y sostener que "aquellos que esperan a que lleguen las condiciones objetivas de la revolución, esperarán siempre".[7] Las revoluciones son una intervención social y política que ‑desde la negación‑ acelera tiempos y condiciones. El factor organizativo y la voluntad de poder tienen así un papel relevante en la madurez y en la posibilidad de los cambios societales.
Problemas y debates similares se encuentran en el interrogante que desde el marxismo se formularon intelectuales latinoamericanos en los años sesenta del siglo pasado, sorprendidos en términos políticos y teóricos por la gesta encabezada por Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio en Cuba: ¿qué hace posible que emerja y triunfe una revolución en el Caribe ‑y no en los países de mayor desarrollo relativo en la región, como Brasil, México o Argentina‑ y que, además, a poco andar, se reclame socialista?
Sus respuestas ‑no siempre suficientemente fundamentadas‑ caminaron en dirección contraria a las formuladas por quienes habían compaginado sin mayores problemas el marxismo con el etapismo desarrollista de la madurez de las condiciones objetivas. Una nueva lectura al menos de Marx y de Lenin se hizo necesaria. Desde allí surgieron planteamientos que orientaron las explicaciones sobre lo que acontecía en la región:
- Retomando las tesis leninistas se señaló que América Latina y el Caribe constituyen una región madura para la revolución. Ésta, por tanto, es una tarea actual y no para etapas posteriores de desarrollo capitalista.
- Ello es resultado de una forma particular de estructuración y despliegue del capitalismo en la zona. América Latina es capitalista, al menos desde mediados del siglo XIX, y no una región precapitalista, feudal, semifeudal, o con un capitalismo atrasado o inmaduro.
- En contra de la idea de que América Latina requiere de más desarrollo del capitalismo, bajo el supuesto que ello le permitiría acercarse a las formas del capitalismo en el mundo central, además de aproximarla a las posibilidades de la revolución, se señalará que el capitalismo en América Latina sólo puede caminar propiciando "el desarrollo del subdesarrollo".[8] Así, la intensificación del capitalismo en la región tenderá no a acercarla sino, por el contrario, a alejarla de los pretendidos modelos del mundo desarrollado y a acentuar las contradicciones del capital.
Sobre estas premisas, la cuestión teórico-política por excelencia se centró en definir las modalidades de reproducción que hacen a la originalidad y específica madurez de este capitalismo, calificado en general como dependiente, que fundamentara a su vez el quehacer de las organizaciones políticas que asumían la tarea de la actualidad de la revolución.[9] En medio de una producción que se multiplicó en los más diversos rincones académicos y políticos de la región, fue el sociólogo brasileño Ruy Mauro Marini quien ofreció las respuestas teóricas más acabadas al problema anterior.[10]
El hecho de producir para mercados ya existentes en otras regiones, tras su reinserción en el capitalismo mundial luego de los procesos de independencia, particularmente Europa y más tarde Estados Unidos, propició que el capital latinoamericano, al no reclamar del consumo de los trabajadores locales para resolver en lo fundamental la realización de la plusvalía, pudo establecer modalidades de explotación en donde se viola de manera permanente y estructural el valor de la fuerza de trabajo, favoreciendo la apropiación por el capital de parte del fondo de consumo del obrero para convertirlo en fondo de la acumulación. Así se agudiza al máximo la contradicción del capital frente al poseedor de la fuerza de trabajo: en tanto productor trata de exprimirlo al máximo, y en tanto consumidor lo reclama con un elevado poder de realización (o consumo).
En el capitalismo del mundo central esta contradicción encontró límites por la necesidad del capital de crear y ensanchar mercados internos (ante la débil demanda de las periferias y las colonias), debiendo incorporar masivamente a los trabajadores al consumo y, de manera simultánea, incrementar la plusvalía. La fórmula para equilibrar esta ecuación la encontró en la elevación permanente de la productividad, en particular en las ramas generadoras de bienes salarios y en la de los bienes de capital que allí intervienen, acortando el tiempo real de trabajo necesario, a pesar del aumento de productos incorporados a los bienes-salarios.
La tendencia del capital en la región a apropiarse de parte del fondo de consumo de los obreros ‑azuzada por la apropiación de valor desde las economías centrales por múltiples y diversos mecanismos y favorecida por la alianza del capital local con el capital extranjero‑ se reproduce como un denominador permanente en la historia del capitalismo regional, más allá de las morigeraciones que se han podido presentar en algunos momentos históricos acotados.[11] Esta modalidad capitalista propicia débiles procesos de acumulación debido a la descapitalización, sea por los mecanismos del intercambio desigual, repatriación de ganancias por parte del capital extranjero, inversiones externas que rápidamente vuelven a salir para la adquisición de equipos y tecnologías en el extranjero, pago de intereses, etcétera, y a la temprana monopolización en todos los sectores económicos. Así, en un círculo vicioso, la débil acumulación alienta la demanda recurrente de capital extranjero, lo que alienta a su vez la débil acumulación.
La reproducción dependiente propicia una aguda polarización social, al exacerbarse la ley general de la acumulación capitalista que opera particularmente a nivel del sistema capitalista.[12] No es casual que actualmente América Latina sea la región con los mayores niveles de desigualdad social en todo el planeta, en un cuadro de cuantiosas fortunas y, al mismo tiempo, elevados niveles de pobreza.
Un capitalismo de esta naturaleza, que desarrolla las clases sociales y los conflictos que le son constitutivos al capitalismo en general, redefinidos en la condición de dependencia, sólo puede funcionar sobre la base de agudos conflictos sociales y políticos. El Estado, en estas condiciones, cuenta con pocos espacios para alcanzar pactos y acuerdos sociales más o menos estables. La democracia, incluso en sus versiones más burdamente procedimentales, tendrá serias dificultades de asentarse y convertirse en una forma regular de gobierno. La coerción y el autoritarismo, bajo formas diversas, se constituirán en la cara predominante del dominio.
La tesis de la madurez de la revolución implicó asumir que son las contradicciones del capitalismo las que explican el conflicto y las disputas sociales que aquí se producen, y son las particularidades del despliegue del capital recién bosquejadas las que permiten fundamentar la condición de eslabón débil del capitalismo latinoamericano y los problemas de dominación que lo atraviesan. En el marco de la gran transformación llevada a cabo por el capital en la región en las décadas previas, tanto en las esfera económica como política, y sus derivaciones contradictorias, estos problemas volverán a actualizarse hacia fines de los años noventa del siglo XX y a comienzos del siglo XXI, abriendo paso a la recomposición del campo popular y a una significativa capacidad de respuesta.
II La refundación societal
Las políticas contrainsurgentes aplicadas en América Latina desde los años sesenta hasta los ochenta fueron mucho más que medidas para hacer frente a la emergencia de brotes guerrilleros o de movimientos y gobiernos populares. Implicó la puesta en marcha de políticas de disciplinamiento y control social que hicieran factible la construcción de nuevas modalidades de reproducción del capital y de un nuevo Estado, neooligárquico, botín de unos cuantos grupos económicos crecientemente poderosos. Las sociedades latinoamericanas fueron objeto desde esas décadas de una verdadera refundación.
Si los cambios económicos no alcanzaron expresión en los primeros años,[13] pronto se hicieron manifiestos tras el golpe militar en Chile en 1973 y el arribo de los Chicago boys ‑discípulos locales de los monetaristas Arnold Harberger y Milton Friedman en la Universidad de Chicago‑ a los principales cargos económicos, y el establecimiento de políticas económicas de corte neoliberal, las que se extenderán con posterioridad a todos los rincones de la región y alcanzarán posiciones hegemónicas en el sistema cuando fueron avaladas ‑que no aplicadas‑ por el gobierno de Ronald Reagan en los Estados Unidos, e implementadas por Margaret Thatcher en Gran Bretaña.
1. Políticas neoliberales y nuevo patrón exportador
El neoliberalismo, en tanto política económica, permitió en América Latina la conformación de algo más profundo y de largo aliento: un nuevo patrón de reproducción del capital, asunto vital ante los signos de agotamiento a esas fechas de la etapa avanzada del patrón de industrialización en la región, y la expansión de una fase recesiva en el capitalismo del mundo central. Estos eran los prolegómenos de la reestructuración mundial del capitalismo y sus manifestaciones locales, que proseguiría en los años posteriores, proceso que terminó vulgarizándose bajo el terminó globalización.
Establecer la distinción entre política económica y patrón de reproducción permite sortear los equívocos que provoca la confusión entre ambos elementos, como ocurre por ejemplo en nociones como "modelo neoliberal", un territorio conceptualmente equivocado que no permite comprender los cambios (mayores o menores) que puede sufrir la política económica (en este caso neoliberal) y, sin embargo, mantener la continuidad del patrón de reproducción.[14]
Entre mediados de los años setentas, teniendo a la economía chilena como punta de lanza, y fines de los años noventas, América Latina asiste, con significativos avances y no pocos retrocesos, a la puesta en marcha de un nuevo patrón de reproducción del capital: el exportador de especialización productiva. Este nuevo patrón volverá a actualizar ‑acentuado por la crisis de la tasa de ganancia en el plano local y mundial y los afanes de su recuperación‑ bajo nuevas condiciones, los nudos estructurales constitutivos a la condición dependiente, tales como la violación del valor de la fuerza de trabajo y la ruptura del ciclo del capital,[15] los que acentúan la conflictiva relación que establece el capital frente al trabajador en tanto productor y en tanto potencial consumidor.
De manera breve señalemos algunas características del nuevo patrón de reproducción cuyo camino fue allanado por las políticas neoliberales:
a) Se abandona la idea de una industrialización extensa y diversificada, presente en el proyecto que guió el proceso de industrialización en la zona,[16] para privilegiarse por el contrario la acumulación en sólo algunas ramas o rubros especializados, propiciando un relegamiento del sector secundario (calificado este proceso como desindustrialización) frente al auge de nuevos rubros, particularmente agrícolas o agroindustriales, de la minería, aunque ahora redimensionados, de productos energéticos (como el tradicional petróleo, gas y ahora etanol), y de diversas actividades del sector servicios.
b) Estos movimientos van de la mano con la segmentación y dislocación de los procesos productivos en la actual etapa de mundialización, favorecida por los importantes avances en materia de comunicaciones y también en transporte. Si tomamos como ejemplo lo que acontece con la industria automotriz, ahora se tiende a privilegiar la producción sólo de alguna etapa del proceso total, o bien el ensamblaje del producto final con piezas provenientes de los más diversos rincones del planeta.
c) Los principales ejes de la acumulación orientan su producción a los mercados mundiales, lo que supone una reedición, bajo nuevas condiciones, de la tendencia del antiguo patrón agro-minero exportador prevaleciente en la región en el siglo XIX e inicios del siglo XX.
d) Ante la preeminencia que alcanzan los mercados externos como campo de realización de la plusvalía, el mercado interno conformado por los salarios sufre un violento deterioro, lo que se pone de manifiesto en la abrupta caída real de los salarios.
e) Esta caída salarial indica que partes que corresponden al fondo de consumo de los trabajadores han sido depredadas, pasando a formar parte del fondo de acumulación del capital. Las condiciones laborales y de vida de los trabajadores en general han sufrido un violento deterioro en las últimas décadas. La tasa de explotación y de superexplotación se han incrementando; crece el empleo precario y la informalidad; se multiplica el desempleo y el subempleo. La pobreza, en fin, se dispara, y alcanza no sólo a la enorme masa de desempleados. Hoy se puede tener empleo en América Latina y ubicarse en la franja de la pobreza.
f) Esta cara del mundo del trabajo va asociada al crecimiento de la riqueza en pequeñas pero poderosas franjas sociales del capital, particularmente de aquellas ligadas a las actividades exportadoras privilegiadas por el nuevo patrón de reproducción.
g) Un reducido sector asalariado, estrechamente vinculado a labores de control, conocimiento y valorización del gran capital, sea en la industria, el comercio o los servicios, ve incrementado sus ingresos. Entre el mercado de la plusvalía no acumulada y los altos salarios de este sector se crea un poderoso pero estrecho mercado interno, al cual se dirige parte de la producción de punta local y las importaciones suntuarias. Este mercado se asemeja a los prósperos mercados existentes en el mundo central, con sus derivados acá en núcleos comerciales y de vivienda que operan como verdaderos enclaves en extensas sociedades pauperizadas.[17]
h) Derivado de los elementos anteriores, la polarización social alcanza niveles nunca vistos, siendo América Latina la región en donde la distribución del ingreso muestra las más grandes distancias entre los deciles más ricos frente a los deciles más pobres, haciendo trizas los supuestos monetaristas y neoliberales de la derrama que propiciaría el crecimiento en materia de ingresos.
i) El capital extranjero asume nueva preeminencia, sea bajo la forma de capital productivo, sacando provecho de las múltiples facilidades otorgadas a las inversiones extranjeras y de la subasta de empresas públicas, erigiéndose en uno de los baluartes del modelo exportador,[18] sea como capital financiero en la banca o bien sacando ventaja de la apertura de las actividades bursátiles a sus acciones especulativas.[19]
2. Nuevos subimperialismos
La apertura de barreras comerciales, el auge exportador ‑y el control de mercados que conlleva‑ ha vuelto a potenciar la vocación subimperialista[20] de algunas economías regionales. Grandes capitales brasileños, argentinos y chilenos se expanden por la región sur del continente, en tanto los grandes capitales mexicanos se hacen fuertes en Centroamérica y también alcanzan la parte sur de la región, cuando no incursionan en otras regiones, todos ellos de la mano del Estado, que los potencia y protege. Los acuerdos de libre comercio entre Estados de la zona y los proyectos de mercados regionales se ven así azuzados y mediatizados por los proyectos subimperiales.[21] Hay un nuevo discurso "regionalista" y "nacionalista" que es parte de este proceso.[22]
3. Neooligarquización con coro electoral
La puesta en marcha de este agresivo proyecto de reproducción del capital fue posible luego de una violenta ofensiva que incluyó golpes militares, desarticulación de organizaciones obreras y populares, liquidación de partidos políticos, cierre de parlamentos, asesinatos o desapariciones de dirigentes políticos y sociales, entre sus medidas más conocidas. Toda una máquina de guerra desplegada a lo largo y ancho del subcontinente, con un elevado grado de articulación y coordinación.[23]
Posesionado en el amplio espacio social que tales medidas le otorgaron, el capital pudo dirimir las disputas internas propiciadas por los reajustes que reclamaba la acumulación. En dichas disputas será el sector del gran capital local el que termina imponiendo sus condiciones, en sus diferentes fracciones (financiera, industrial, agrícola, comercial y de servicios) y que, al menos desde los años cincuenta-sesenta, desde la industria, mantenía estrechas alianzas con el capital extranjero. Su poder económico y tecnológico (fortalecido por el redimensionamiento de sus alianzas con el capital externo) le permitió ponerse a la cabeza de un nuevo proyecto modernizador, plenamente articulable a las readecuaciones globalizadoras que operaban en el sistema mundial. Ha sido de la mano de este sector social y de su nuevo proyecto de reproducción abierto al mercado mundial que América Latina reorganizó su economía y las bases de su reinserción a la economía internacional.[24]
Aquel espacio ganado por las medidas contrainsurgentes fue a su vez el que hizo posible que una vez que se reinstalan y multiplican las contiendas electorales, entre los ochentas y noventas, particularmente en los países donde éstas fueron canceladas o relegadas, aquellas no constituyeran una mayor amenaza para los proyectos hegemónicos. Por el contrario, el voto y las elecciones tendieron a constituirse en la forma fundamental de legitimación del nuevo orden estatal. Así, al Estado neooligárquico se sumaba un "coro" electoral, que terminó reemplazando a los regímenes dictatoriales, fueran civiles o militares en la región.
4. El bunker hegemónico
En un movimiento paralelo al auge electoral, en América Latina se producen importantes readecuaciones en el terreno estatal que caminan en una dirección inadvertida para el imaginario que desarrolló la teoría de la transición democrática: asuntos públicos fundamentales quedaron al margen de la decisión ciudadana. En su forma más inmediata, porque muchos de los nuevos titulares del Poder Ejecutivo terminaron impulsando una política económica totalmente alejada de sus ofertas de campaña.
Pero este impasse lo que ocultaba era un asunto más de fondo: la conformación de un espacio condensado de poder dentro del propio Estado, un bunker hegemónico, en donde un reducido número de personeros, concentrados principalmente en los ministerios de Hacienda, Economía y/o Comercio y en la banca central, terminan decidiendo sobre las cuestiones referidas al rumbo de la economía, al modelo de desarrollo, para decirlo en términos de la antigua CEPAL, y sobre las formas de inserción al mercado mundial y de participación en la llamada globalización.
El asunto que queremos destacar no es el primario respecto a la ruptura que el capital establece entre economía y política y a la creación de una esfera política sin capacidad de modificar las bases de sustentación de la esfera económica. Me refiero aquí a cómo, dentro del propio Estado, sobre aquellas bases, la toma de decisiones económicas se ha centralizado, quedando en pocas manos. Esto da cuenta de un nuevo blindaje de quienes hegemonizan el poder, no sólo frente a las clases dominadas y subalternas, sino también frente a otras fracciones y sectores del propio capital.
Las disputas electorales, en una primera etapa, no conmovieron mayormente al bunker hegemónico, como tampoco los vaivenes que dichas disputas propiciaban en el recambio de la clase reinante.[25] Este blindaje permite una primera explicación sobre la persistencia de las políticas neoliberales en la región, más allá del color de las fuerzas políticas que alcanzaran las cúspides del aparato estatal.
Es al interior de ese blindaje que han operado las propuestas económicas neoliberales formuladas por organismos internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Cabría señalar que ‑una vez que se han establecido las bases fundamentales del nuevo patrón de reproducción y que se asiste a una rearticulación y reanimación del campo popular‑, se incrementan las voces que desde los propios organismos internacionales y desde los despachos que gobiernan para el gran capital en la región reclaman atemperar la ortodoxia monetarista.[26] Sin embargo, es importante preguntarse por las razones de la fuerza alcanzada por el ideario neoliberal ‑no sólo en la región‑ en un abanico muy amplio de fuerzas políticas.
III El éxito ideológico neoliberal
Junto a la fuerza ganada por el gran capital en la etapa contrainsurgente, existen al menos otros tres elementos que valdría la pena destacar para comprender la persistencia neoliberal. El primero refiere al éxito ideológico del neoliberalismo y su constitución en un basamento social en donde nociones y modos de pensar inherentes a su discurso, o derivadas del mismo, como mercado (pero el creado por las políticas neoliberales), equilibrios macroeconómicos, individualismo (como sinónimo de individuo), éxito, consumismo (como sinónimo de consumo), ganadores, perdedores, etcétera, se han convertido en componentes del lenguaje diario y herramientas para una suerte de "interpretación" del sentido común del mundo social.[27] La vida social ha pasado a ser pensada desde una lógica neoliberal casi inmanente.[28]
El segundo habla del peso ganado por la escuela neoclásica en la formación de nuevos economistas, cientistas políticos y administradores, y que en sus fundamentos en torno al individualismo metodológico alcanzan a la sociología y a diversas otros ámbitos disciplinarios y de especialización (innovación tecnológica, educación, psicología social, etc.), sea en los centros universitarios locales o en los programas de posgrado de universidades estadounidenses, donde de manera predominante se han terminado formando un sinnúmero de especialistas latinoamericanos que han pasado a ocupar altas posiciones en las labores de dirección en el Estado en las últimas décadas.
El neoliberalismo y el monetarismo han logrado imponer un régimen de verdad, al decir de Foucault, erigiéndose en el paradigma de cientificidad en el debate económico y ejerciendo su influencia epistémica en las adecuaciones de planes de estudio en el resto de las ciencias sociales de la región.
Los dos elementos antes mencionados han favorecido así que organizaciones que recorren todo el espectro político hayan terminado asumiendo al neoliberalismo como una herramienta necesaria, ajena a toda impronta política, válida por tanto para sustentar cualquier proyecto económico "científico". Por ello, no ha sido extraño ‑no sólo en América Latina‑ que partidos calificados de izquierda admitieran con mayor frecuencia en sus filas y en el gobierno, cuando lo alcanzaron, a "técnicos" monetaristas.
1. El neoliberalismo como ejercicio biopolítico
Las ciencias sociales han destacado al neoliberalismo como elemento de la economía (sea como política económica, o como modelo económico). Sin embargo, es pertinente destacar que el neoliberalismo constituye, prioritariamente, una forma de hacer política. Su extendida y larga aplicación ha constituido la exacerbación de la tendencia del capital a poner la vida en entredicho y, por tanto, un ejercicio de biopoder.[29] El neoliberalismo le ha permitido al capital continuar la ruptura y la atomización social iniciada con la contrainsurgencia, pero ya no sólo sobre los núcleos politizados y activos que privilegiaron las acciones militares contrainsurgentes, sino por la vía del terror sobre el resto de la población. Cumplidas las tareas militares abiertas, ha sido la política neoliberal uno de los instrumentos claves de la guerra del capital para cuando el debate se dirigía a preocuparse por la transición a la democracia o por su consolidación. El universo social de dicha guerra se ha extendido, convirtiendo en objetivo prioritario al conjunto de las clases subordinadas, desde la asepsia del mercado y de medidas técnicas que ocultan el ejercicio de poder aplicado.
El brutal deterioro en las condiciones de vida y de existencia propiciados por esta política, al derrumbar los salarios, precarizar los empleos y desatar todas las fuerzas generadoras de la pobreza, se han convertido en un medio eficaz para la creación de cuerpos y mentes dóciles y para el disciplinamiento de las clases subordinadas por medio del hambre y la inseguridad laboral. Junto a la puesta en marcha del nuevo patrón de reproducción, el neoliberalismo ha permitido continuar la desarticulación social iniciada por medidas armadas, vía la fragmentación sindical, la segmentación de los procesos productivos, rompiendo vínculos sociales (como en las reformas a los sistemas de pensiones, salud y educación), incentivando el individualismo, alentando propuestas "focalizadas" y con un fuerte "clasismo racista" para atemperar la pobreza extrema. Ha sido entonces mucho más que simple política económica: el neoliberalismo constituye una operación propiamente política, la continuación de la política contrainsurgente del capital, por otros medios.
IV Una nueva etapa
1. La rápida rearticulación popular
La historia latinoamericana ha dado un significativo giro en la última década. En un plazo relativamente corto, si se considera la magnitud que alcanzó el Estado de Guerra, civil o militar, entre los sesenta-ochenta, y la puesta en marcha de un patrón de reproducción y de políticas neoliberal, que exacerbaron la capacidad del poder de poner la vida en entredicho, se asiste a la recomposición y reorganización social y política de diversos sectores populares en la región que reactualizan la condición de eslabón débil de la región.
Desde mediados de los años noventa dicha recomposición rompió la barrera del reflujo propiciando una creciente presencia y ensanchando la escena política. Los hitos se multiplican: tomas y movilizaciones del Movimiento de los Sin Tierra en Brasil; alzamiento indígena en Chiapas, México; movilizaciones indígenas en Ecuador y Bolivia que obligan a la renuncia de diversos gobiernos; renuncia del gobierno de Fernando de la Rúa en Argentina ante una verdadera sublevación popular; resistencia popular en Venezuela que impide la asonada mediático-militar que busca derribar el gobierno de Hugo Chávez; triunfo electoral de Evo Morales en Bolivia y grandes movilizaciones para dirimir las atribuciones de la Asamblea Constituyente; conformación de un gran movimiento popular en México en apoyo a la candidatura de Andrés Manuel López Obrador y diversas acciones de resistencia para impedir su desafuero y, posteriormente, de protesta por el fraude electoral; conformación de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), también en México, y una prolongada lucha en reclamo de la renuncia del gobernador del Estado; triunfo de Rafael Correa en Ecuador y movilizaciones y luchas callejeras e institucionales para convocar a una Asamblea Constituyente, refrendado en un exitoso plebiscito.
Esta apretada lista constituye la punta del iceberg reorganizativo y movilizador. Todo indica que estamos frente a un nuevo periodo en la historia política regional. Su signo ‑desde sectores sociales diversos‑ es el rechazo al estado de cosas existente, encarnado en el patrón de reproducción del capital en marcha y las políticas neoliberales que lo han impulsado, aunque ello se realice sin una visión abarcadora y sean aspectos parciales los que se destaquen en las protestas. Ese rechazo también se extiende al campo político prevaleciente, que incluye, en grados diversos, instituciones, sean partidos, titulares del Ejecutivo, parlamentos y altas autoridades del poder Judicial, así como a una amplia gama de personeros de la clase política.
A la fecha, sin embargo, salvo las excepciones de los procesos en Venezuela y Bolivia, a los que podría sumarse Ecuador, podría señalarse que, a pesar de la fuerza y extensión de la irrupción social actual, ni el nuevo patrón exportador, ni el Estado neooligárquico con coro electoral, ni el bunker hegemónico han sufrido mayores debilitamientos. Más aún, salvo aquellas excepciones, éstos permanecen y en no pocos casos se han fortalecido.
2. Lo electoral y sus nuevas significaciones
Sería unilateral afirmar que ha sido la lucha electoral la detonadora de esta nueva situación; pero también lo sería desconocer la significación que aquellas disputas han pasado a jugar en los últimos años en este proceso. Ello no deja de ser una paradoja si se considera la magra percepción de la democracia (léase del papel de la lucha electoral y de los recambios así alcanzados) que denotan los estudios realizados por diversos organismos en la región. Dicha percepción tuvo como base ‑en un primer momento‑ la gestación de una enorme brecha entre las esperanzas despertadas por la llamada democratización y los pobres resultados alcanzados en una población sometida a precarias condiciones de existencia.[30] Las disputas y recambios electorales no afectaban el blindaje del Estado neooligárquico, dejando a las elecciones como simple coro que favorecía la legitimación. Los gobiernos de Alberto Fujimori, Carlos Menem y Fernando Henrique Cardoso expresan bien esta situación. Sin embargo, al menos en el terreno del recambio de la clase reinante, han ocurrido fenómenos nuevos en los últimos años.
Varios factores pudieran estar operando en esta dirección. Las entronizaciones de Ricardo Lagos en Chile en 2000, ex funcionario en el gobierno popular de Salvador Allende y connotado antipinochetista, y de Luíz Inácio Lula da Silva en Brasil 2003, dirigente sindical y fundador del Partido de los Trabajadores, fortalecieron el imaginario de que por medio de las elecciones era factible que personeros de "izquierda" ganaran en las urnas y formaran gobierno. Esto otorgó nuevos contenidos y legitimidad a procesos electorales que habían perdido parte importante de su fuerza en la región.
Se establece así un movimiento paralelo, cuando no articulaciones, entre esta nueva tendencia presente en el campo electoral y aquella otra referida a la rearticulación y reanimación de diversos sectores populares, proceso que, no hay que olvidar, ya había logrado la renuncia de mandatarios en Bolivia, Ecuador y Argentina.
También debe considerarse que tanto para los centros imperiales como para el capital local pasar por la experiencia de algunos gobiernos de "izquierda" terminó aminorando las reticencias a los mismos, al constatar que sus gestiones no planteaban mayores retos a sus intereses, a lo que se agregó la urgente concentración que le reclamaron otras regiones a la Casa Blanca.
Es así como se arriba a inicios de 2007 a un nuevo cuadro: de las once elecciones presidenciales realizadas en América Latina entre noviembre de 2005 y 2006, en siete de ellas triunfaron candidatos que a lo menos podrían calificarse ajenos a la derecha.[31] En ese universo cabría distinguir entre aquellos gobiernos que no cuentan con movimientos sociales activos entre su base de apoyo y que su gestión tiende a regirse en lo sustancial por la ortodoxia monetarista, de otros que han arribado a la dirección del Ejecutivo impulsados por organizaciones sociales movilizadas, o que en sus mandatos las han gestado, manteniendo distancias con la ortodoxia monetarista y que impulsan el establecimiento de una nueva relación entre gobernantes y gobernados.
Entre los primeros cabría ubicar a los gobierno de Bachelet en Chile, Tabaré Vazquez en Uruguay y Lula da Silva en Brasil. Entre los segundos se ubicarían los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. En un territorio que es mucho más que los primeros pero también mucho menos que los segundos podría ubicarse el gobierno de Néstor Kirchner en Argentina, en tanto el de Rafael Correa en Ecuador pareciera aproximarse a los segundos.
3. Las redefiniciones en la izquierda
Hablar de gobiernos de izquierda, en los actuales tiempos, tiene el peligro de remitirnos al imaginario de mediados del siglo XX, en donde estas nociones tenían otro contenido. En el universo de izquierda se ha producido en los últimos treinta años una verdadera mutación política e ideológica que tiene referentes en la derrota del mayo francés, la invasión soviética a Checoslovaquia, el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular en Chile y la derrota política y militar de una amplia gama de fuerzas políticas y movimientos guerrilleros desde el cono sur de América hasta Centroamérica, la derrota electoral y la descomposición sandinista en los ochenta y el derrumbe de la Unión Soviética, entre algunos hitos destacados.
Todo ello alentará un giro teórico que propiciará el desplazamiento, en grados diversos, hacia el "realismo político" y el desarrollo de fórmulas que justifiquen la convivencia con un orden social que alguna vez se consideró necesario revolucionar y ahora, a lo sumo, hacerlo menos "salvaje" y/o depredador.
Es en este giro que en Europa Occidental aparecen los primeros modelos de fuerzas de "izquierda" que alcanzan la dirección del gobierno y que terminan convirtiéndose en administradoras eficientes de la nueva etapa de reestructuración y expansión del capital, como ha tendido a ocurrir con los gobiernos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), tanto de Felipe González como el de José Luis Rodríguez Zapatero.[32]
En América Latina muchas fuerzas políticas han sufrido este giro y algunas de ellas son las que se encuentran en la base de los diversos gobiernos de "izquierda", particularmente del primer tipo que hemos mencionado. Una de sus características más relevantes refiere a la mistificación con que han enfrentado "la economía", tanto en lo que se refiere al patrón de reproducción de especialización productiva como a la política económica neoliberal, a los que consideran intocables, con la justificación de mantener ordenadas las variables macroeconómicas, lo cual les deja un reducido espacio para, a lo más, ejercer algunas medidas que atemperen los aspectos más disruptivos de la marcha de la actual economía. En los hechos, han continuado impulsando el nuevo patrón de reproducción sin abandonar la visión monetarista de la política económica.[33]
La situación es distinta en los gobiernos de Chávez y de Morales. A pesar de sus diferencias, el primero propiciando desde el Estado la organización del movimiento popular, en tanto el segundo emerge como resultado de una amplia organización y movilización social previa, ambos postulan medidas (como la convocatoria a una nueva Constituyente y el aliento a la organización y movilización popular, con grados diversos de autonomía) que abren un campo de significativa importancia en términos de la lucha por el poder político. La política neoliberal ha sido la más inmediatamente afectada, como también cimientos del Estado neooligárquico y del bunker hegemónico. Estos gobiernos han llevado a su límite las fronteras establecidas por las llamadas transiciones a la democracia y las han rebasado, ofreciendo otro proyecto ‑ahora sí popular‑ de democratización.[34]
Conclusiones
Este es el contexto que otorga las claves para explicar la forma como se entroniza y la política implementada por el nuevo gobierno mexicano, arropado por el aparato militar, acelerando medidas pendientes requeridas por la reproducción que impulsa el gran capital generando nuevos agravios ante una población que no termina de asimilar los agravios electorales, desplegando el aparato militar por diversos rincones del país bajo la cobertura de la lucha contra el narcotráfico, acentuando la represión contra dirigentes y militantes sociales de diversos movimientos. Todo parece indicar que ha comenzado a tomar forma un nuevo tipo de autoritarismo, el cual busca proyectarse más allá de las fronteras mexicanas.
Llegamos así al término político en América Latina de la llamada transición democrática, marcada tanto por los proyectos de gobiernos de izquierda como de la derecha regional. En estas coordenadas, se agota el espacio para fuerzas y gobiernos que se reclaman de izquierda y que administran las políticas del gran capital.[35] La disputa por la democracia dejó de ser un asunto teórico y se ha trasladado de lleno al terreno político-social, expresándose en proyectos políticos que tenderán a crecientes distanciamientos. La polarización política termina así tomando forma en el espacio propiamente institucional.
Bibliografía
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- Zizek, Slavoj, Repetir Lenin, Madrid, Akal, 2004.
----------------- , Arriesgar lo imposible. Conversaciones con Glyn Daly, Madrid, Trotta, 2006.
* Artículo escrito para Herramienta.
[1] Preocupación articulada en torno a la segunda perspectiva que hemos mencionado.
[2] La idea de la revolución en el mundo dependiente, en particular en Rusia: "el estallido de un levantamiento popular que produciría una reacción en cadena en Europa" no le fue ajena a Marx. Véase de Perry Anderson "Las ideas y la acción política en el cambio histórico", en A. Borón, J. Amadeo y S. González (compiladores), La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas, Buenos Aires, CLACSO, 2006, pág. 385.
[3] Por ello, Bensaid señala que "un acontecimiento (la revolución JO) que se inserta como un eslabón dócil en el encadenamiento ordenado de los trabajos y los días ya no será acontecimiento, sino pura rutina". En "Una mirada a la historia y la lucha de clases", en A. Borón et. al., La teoría marxista hoy, Op. cit., pág. 251.
[4] Zizek, Slavoj, Repetir Lenin, Madrid, Akal, 2004, págs. 9-11.
[5] Zizek, Op, cit,, pág. 13.
[6] Donde se ubican de manera privilegiada también las "Tesis de abril".
[7] Zizek, Op. cit., pág. 12.
[8] En la acertada síntesis formulada por André Gunder Frank en Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, Buenos Aires , Siglo XXI Editores, 1970. Nótese de paso que esta idea no remite a la de estancamiento. Se podrá crecer, pero acentuando el subdesarrollo.
[9] La evaluación de las prácticas de las organizaciones "revolucionarias" en América Latina y de las tesis que orientaron su quehacer en los sesentas y setentas del siglo XX rebasa con mucho los límites de esta exposición. Pero no cabe duda que es un tema de la mayor significación que reclama un análisis pormenorizado.
[10] Véase en particular su libro Dialéctica de la dependencia, México, Serie popular Era, 1973.
[11] Visto desde la larga duración, es muy breve el periodo en donde el capital incorporó a amplias capas asalariadas, de manera significativa, al consumo de bienes producidos por las ramas ejes de la acumulación, proceso conocido como el modelo de industrialización. Este duró poco más, poco menos de dos décadas en los países de relativo mayor desarrollo en la región.
[12] Marx, El Capital, Tomo I, México, Fondo de Cultura Económica, 1973, pág. 546.
[13] La etapa contrainsurgente se inicia con el golpe militar en Brasil, en abril de 1964, y contempla -entre otros hechos- la masacre de octubre de 1968 en México.
[14] Sería como confundir, por ejemplo, el patrón de reproducción industrial con la política keynesiana (o cepalina) que le abrió caminos. Pero en el caso del neoliberalismo así tiende en lo general a ocurrir. Para profundizar en el tema véase de Jaime Osorio Crítica de la economía vulgar. Reproducción del capital y dependencia. México, UAZ-Miguel Angel Porrúa, 2004, en particular el capítulo II.
[15] Marini, R.M., Dialéctica de la dependencia. Op. cit.
[16] El mismo que alcanzó sus formas más avanzadas en las economías más fuertes: Brasil, México y Argentina.
[17] Fenómenos como éste, y el "descubrimiento" del pauperismo en el mundo central ha llevado a Hardt y Negri, entre otros, a señalar el fin de los centros y las periferias, ocultando la permanencia de elementos definitorios, como la transferencia de valores de unas regiones (periféricas) a otras (centrales). Véase de estos autores Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2002, cap. XV, pp.299-319. Una crítica a este punto puede verse en Jaime Osorio, El Estado en el centro de la mundialización. La sociedad civiil y el asunto del poder, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, capítulo VI.
[18] De las 200 mayores empresas exportadoras entre 1996 y 2000 en América Latina y el Caribe, 98 eran de propiedad extranjera. La inversión extranjera en América Latina y el Caribe. Santiago, CEPAL, 2001, pág. 41.
[19] En México, en 2001, el capital extranjero controlaba el 90 por ciento de los activos en la banca; para el mismo año en Chile lo hacía en un 62 por ciento. La inversión extranjera en América Latina y el Caribe. Op. cit., pág. 19.
[20] El término subimperialismo fue acuñado por Ruy Mauro Marini para dar cuenta de la emergencia de tendencias imperialistas en economías ubicadas en el mundo dependiente, en particular haciendo referencia a Brasil. Véase su Subdesarrollo y revolución, México, Siglo XXI Editores, 1969.
[21] Tal es el caso del Mercosur, en donde los capitales brasileños y argentino mantienen una aguda disputa, subordinando los intereses de los Estados más débiles. También los acuerdos comerciales de México y los países centroamericanos.
[22] Cabría distinguir entre el discurso nacionalista que ha ganado presencia en los últimos años frente a la ofensiva de las grandes potencias imperiales en el cuadro de un sistema mundializado, con una raíz más económica (caso Brasil), que política (Venezuela). El nacionalismo subimperial tiene sus fuentes más cercanas al primero que al segundo.
[23] Convendría recordar que los signos iniciales de los actuales procesos integradores en la zona se establecieron desde los Estados contrainsurgentes, lo que les permitió en los años setenta y ochenta del siglo XX establecer una estrecha coordinación de su maquinaria de inteligencia y de muerte, en aras de detener , trasladar y asesinar o desaparecer "subversivos", por mandatos de otros Estados. La operación Cóndor en el cono sur fue quizá la forma más acabada de esta forma de integración.
[24] Cabría señalar que no es lo mismo crear economías exportadoras sobre la base de un brutal deterioro de las condiciones de consumo y de vida de los trabajadores, como ocurre en el actual patrón en América Latina, de aquellas que al menos sostienen el nivel de vida de éstos.
[25] Aquella franja social que administra el aparato estatal.
[26] Un caso paradigmático en tal sentido es el del economista Joseph Stiglitz, con cargos de dirección en el Banco Mundial en la etapa más monetarista del organismo, Premio Nóbel, quien desde los años noventa se ha convertido en un crítico de la globalización neoliberal.
[27] Tras destacar esta suerte de "hegemonía neoliberal" en los diversos continentes, Perry Anderson afirma que estamos ante "la ideología política más exitosa en la historia mundial". Véase "Las ideas y la acción política en el cambio histórico", en A. Borón, La teoría marxista hoy. Op. cit., pág. 389.
[28] Para Glyn Daly, "la ideología neoliberal persigue naturalizar el capitalismo presentando sus resultados de ganadores y perdedores como si fueran simplemente una cuestión de azar y sano juicio de un mercado neutral". En Slavoj Zizek, Arriesgar lo imposible. Conversaciones con Glyn Daly, Madrid, Trotta, 2006, pág. 22.
[29] El término lo generaliza Michel Foucault en Historia de la sexualidad I. La voluntad de poder. México, Siglo XXI Editores, 1977. Una crítica y reformulación del mismo puede verse en Jaime Osorio, "Biopoder y biocapital. El trabajador como moderno homo sacer". Herramienta nº 33, Buenos Aires, octubre de 2006.
[30] El estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que coordinó Dante Caputo (La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos. Santiago, PNUD, 2004), que se realizó en los primeros años del 2000, da buena cuenta de esta situación, aunque no de la que se inicia con los gobiernos de "izquierda".
[31] Morales en Bolivia, Bachelet en Chile, reelección de Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua y reelección de Chávez en Venezuela. A ellos se agregan los arribos de Arias en Costa Rica, García en Perú, la reelección de Uribe en Colombia, Zelaya en Honduras y Calderón en México.
[32] Una vez terminado su segundo mandato, Felipe González se ha convertido en un intelectual orgánico del gran capital español y latinoamericano. Son frecuentes sus conferencias, por ejemplo, en reuniones y eventos organizados por el multimillonario mexicano Carlos Slim. Las gestiones de los gobiernos del PSOE han sido activas a su vez en el significativo papel que han ganado los capitales españoles en América Latina en las últimas décadas, tanto en la banca como en comunicaciones y energía.
[33] A pesar de ello, el gran capital no siempre ha terminado de confiar en sus gestiones. Aquí parece imperar un instinto de clase que prevalece. Es ese instinto de clase del gran capital (y del capital en general) el que pudiera explicar sus reticencias hacia Lula en la segunda elección, luego de una primera gestión que fortaleció a la gran burguesía; también los desplantes de las grandes cúpulas empresariales contra el gobierno de Bachelet, a la muerte del dictador Pinochet , reclamando funerales presidenciales, y la activa intervención de organizaciones empresariales atacando la moderada candidatura (en términos del programa) de Andrés Manuel López Obrador en México. El temor a nuevos gobiernos de impronta popular, tras los ejemplos de Chávez y Morales, es algo que hoy el capital latinoamericano no está dispuesto a aceptar sin más.
[34] Es difícil predecir en que terminarán los procesos abiertos en Venezuela y Bolivia, que caminan a contrapelo de las tendencias prevalecientes en la región en las últimas décadas, en medio de agudas disputas sociales internas. Esta incertidumbre aumenta ante la creciente preocupación que comienza a mostrar Estados Unidos por lo que acontece en la zona. La visita de Bush a algunos países de la zona, en los primeros meses de 2007, forma parte de esta retoma de la atención desde Washington.
[35] La derecha chilena, por ejemplo, ha terminado de imponer la idea del agotamiento del gobierno de Bachelet. Con ello se multiplican las encuestas sobre los futuros presidenciables, emergiendo el derechista Sebastián Piñera en un amplio primer lugar. Léase esto como signo de polarización , a la luz de la nota 33.