V Coloquio Internacional
“Teoría Crítica y Marxismo Occidental”
Alienación y Extrañamiento: Reflexiones Teóricas y Críticas
Buenos Aires, Agosto de 2012
Alienación: la dignidad negada. En busca de caminos para cambiar el mundo
El pensamiento es un pájaro extraño
que se alimenta de sus propios yerros.
Toda filosofía guarda algo de los sofismas
frente a los cuales se erige como verdad.
De residuos de teoría construimos el martillo
para demoler lo viejo.
Mario Payeras (Poemas de la Zona Reina, Guatemala, 2000)
El trabajo alienado genera la propiedad privada. No al revés
“NO AVANZAR. PROPIEDAD PRIVADA” se lee en un cartel atado al cerco de alambre que rodea a la fábrica y nos preguntamos si al cartel no está ocultando que es el trabajo, el trabajo asalariado, el trabajo alienado, el que genera la propiedad privada.
La propiedad privada se nos aparece como lo que está primero, como la generadora del trabajo alienado, aparece como creadora, lo dicen los burgueses todos los días: “el país necesita capitales para generar trabajo”, sin embargo, no es así: es el trabajo, el trabajo alienado, el trabajo vivo quien genera la propiedad privada y al capital.
En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 Marx (2004: 117) sostiene que:
La propiedad privada, aparececomo razón, como causa del trabajo enajenado, [sin embargo] es, antes bien, una consecuencia de él, así como los dioses no son originariamente la causa, sino el efecto del extravío del entendimiento humano. Posteriormente esta relación se convierte en una relación recíproca. [Y luego insiste:] La propiedad privada es, pues, el producto, el resultado, la consecuencia necesaria del trabajo enajenado […]. La propiedad privada se deduce, pues, a través del análisis, del concepto del trabajo enajenado, del hombre enajenado, del trabajo alienado, de la vida alienada, del hombre alienado. (Destacados nuestros)
Hay una cadena cuyo primer estabón es el trabajo alienado, que genera tanto la propiedad privada como el salario y que sólo, con posterioridad, se convierte en una relación recíproca, con lo que termina ocultándose su génesis.
Trabajo alienado y dominio abstracto
En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 Marx usa también la palabra enajenación: lo que el obrero produce no le pertenece, le es ajeno y hostil. También en el esclavismo y en el feudalismo lo que producía el esclavo y el siervo les era ajeno, pertenecía a otro, al amo o al señor feudal. ¿Cuál es, entonces, la diferencia con el nuevo señor capitalista? Una de las diferencias específicas es la forma que adquiere el dominio bajo el capitalismo donde su rasgo preponderante es un dominio abstracto generalizado que incluye como elemento central un autodominio ya que es el trabajador mismo quien se impone ir a trabajar bajo las órdenes del patrón, es una libertad retaceada que logra el trabajador de las revoluciones democráticas antifeudales de los siglos XVIII y XIX.
En aquellas sociedades ni el esclavo ni el siervo podían decirle al patrón: “Estimado señor Mengano desde el lunes voy a laborar al predio del amo Fulanito porque la comida que me da es mejor que la suya”; tampoco el siervo tenía la libertad de decidir sobre sí y comunicarle al señor feudal: “Señor duque de Avignon, le doy el preaviso ya que me mudo al ducado de Amboise donde no se ejerce el derecho de pernada ya que no me gusta que mis hijas debuten con otro que no sea la persona con la que ellas deciden. Au revoir”. Tal atrevimiento sería seguramente castigado con pena de muerte tanto por el amo esclavista como por el duque ya que también ambos ejercían el poder judicial.
En las sociedades precapitalistas el dominio –aunque fuera más brutal – era fundamentalmente un dominio manifiesto (véase Postone, 2006) y claro, el explotador era el amo esclavista, el señor feudal, el rey. Bajo el capitalismo esta personificación del explotador se va diluyendo y se desarrolla y cobra preeminencia el dominio abstracto, que incluye como central el autodominio. Marx (1989: 92) dice que bajo el capitalismo “los individuos son ahora dominados por abstracciones, mientras que antes dependían unos de otros”. Pero, como en el caso de la propiedad privada y el trabajo, el dominio institucional (fuerzas de represión) aparece como central y oculta el dominio abstracto.
Bajo el capitalismo el asalariado es libre de cambiar de trabajo e irse a trabajar a otra fábrica, taller u oficina (siempre que no lo pongan en la lista negra) también es libre para cambiar de ciudad o de país ( siempre que el poder del Estado le de la visa), o de comprar y vender (siempre que tenga dinero obvio), o libre para ir a depositar el voto cada cuatro años entre los candidatos que le ofrece el sistema, pero no es libre de escapar del sistema de trabajo alienado generador de la propiedad privada y del salario, no es libre para tener control sobre lo qué se produce, ni sobre cómo se produce ni para qué, tampoco puede ejercer la democracia directa salvo cuando su lucha alcanza potencia y aparecen las asambleas populares o las fábricas recuperadas, o los movimientos sociales donde se practica la autodeterminación . Por eso Marx también llama al trabajador asalariado esclavo. Es esclavo del modo de producción, es esclavo de un dominio abstracto en donde es el mismo trabajador quien golpea la puerta de la fábrica, pide permiso, entra a la propiedad privada y vende su fuerza de trabajo, y allí se encuentra inmerso en la producción capitalista donde no hay autodeterminación de ninguna especie, no hay libertad, debe hacer lo que le dicen y cómo le dicen, no sabe si el tornillo que fabrica es para cerrar el circuito de una bomba atómica o para la paila de una productora de remedios, no importa qué utilidad presta a la humanidad ya que todo se realiza por y para la ganancia capitalista.
El apoderarse del saber hacer como parte esencial del dominio bajo el capital
Marx señala que la diferencia con la abeja es que el albañil tiene en su cabeza el diseño de la celdilla antes de proceder a hacerla. La capacidad de proyectar y la posesión del saber hacer refiere a la unidad del trabajo intelectual y del trabajo manual (unidad de mano y mente), este saber hacer fue y es también un arma que le posibilitaba al trabajador luchar contra la explotación y la alienación regulando el tiempo de trabajo.
El control y, consecuentemente, el dominio del tiempo de producción es central en la obtención de la ganancia ya que quien producen más rápido más abarata el producto, más vende y mejor está para vencer al competidor (también esto es relativo ya que existen monopolios y otras variantes, pero el tema supera el objetivo de este artículo). Apoderarse del tiempo de producción fue una larga lucha (véase Coriat, 2003) de la patronal contra los trabajadores que conocían y defendían su secreto de fabricación heredado de la producción artesanal. Lucha que se libró también en el campo del desarrollo tecnológico e industrial, en los procesos de trabajo llamados pomposamente organización científica del trabajo. Las diferentes etapas de la organización de la producción se conocen como: taylorismo, fordismo, toyotismo, etcétera. Procesos que enmascarados en el llamado avance científico y tecnológico, en el criterio de progreso industrial, de hecho, constituyen modelos de dominación de los trabajadores.
Ahora vienen por el saber pensar
En los años sesenta el modo de dominación en el interior de la fábrica que Carlitos Chaplin tan bien denunciara en la película Tiempos modernos, en donde predomina el fuerte disciplinamiento impuesto por la patronal, en un régimen ultraverticalista, comienza a ser interpelado y sufre una fuerte derrota por la insumisión de los trabajadores y de los estudiantes en el mayo francés, un movimiento que repercutió en todo el mundo, y que en nuestro país tuvo su máxima expresión en el Cordobazo de mayo de 1969 que tiró abajo la dictadura militar del general Onganía. La insumisión contra los patrones de dominación desestabilizó a las instituciones que las protegían. La crisis fue calmada por un tiempo buscando nuevos patronos basado en: por un lado, desarrollando técnicas de involucramiento de los trabajadores, rompiendo la unidad de clase y desarrollando la responsabilidad de cada quien con el trabajo. Y, por otro, achatar la pirámide de mando. Ahora la patronal desarrolla a fondo en todos los ámbitos y, especialmente, en los trabajos de servicio, la individualidad, la pertenencia a la empresa con técnicas discursivas, y otras para lograr el autodisciplinamiento y obligaciones autoimpuestas (véase Zangaro, 2011), en busca de una nueva cultura del trabajo en donde el trabajador se aísle de sus pares y piense que sus intereses no están unidos al resto de sus compañeros sino en defender los intereses de la empresa, y es obligado a adoptar normas de competitividad con sus propios compañeros. La empresa es todo. El trabajador nada.
El nuevo management empresarial buscó el romper la unidad de los trabajadores que partía de la unidad de la línea de montaje y de las cláusulas del convenio colectivo de trabajo. Ya éstas no se discuten en las actuales paritarias, todo se reduce al aspecto salarial, y la patronal tiene las manos libres para exigir a los trabajadores una actitud de involucramiento individual. Las innovaciones tecnológicas generan una nueva aristocracia obrera que son los que investigan, desarrollan y llevan a cabo esas innovaciones que por un lado son beneficiados con altos ingresos y un reconocimiento que está más cerca de una palmada en la espalda que de toda fraternidad. Esos beneficios y reconocimientos no liquidan a la alienación, es más las acentúan en una competitividad entre pares más que estresante. La patronal trata de impedir todo pensamiento clasista, busca manejar el saber pensar, el saber que lleva a los trabajadores a reconocer sus propios intereses y mediante el consumismo buscan aplacar las ansias de libertad y dignidad.
La nueva cultura del trabajo que intentan imponer considera que la insumisión, la rebeldía, la resistencia, el malestar en el trabajo, son enfermedades individuales, de los débiles, y deben curarse como tales. La psicología laboral fomentada por la empresa trata estos temas como una anomalía individual y la explotación y la alienación propias del modo capitalista de producción no entra en consideración como causas a considerar. Pero el solo hecho de considerarlas como enfermedades demuestra que la lucha y la resistencia contra la alienación existe también en este sector.
La alienación nace en el proceso de trabajo, su génesis está en el modo de producción capitalista, en el dominio específico, en el mando patronal, en el verticalista intrínseco, pero no se reduce a él, sino que se extiende a diferentes ámbitos de la sociedad, una sociedad fetichizada, cosificada, encantada en donde las formas de alienación se han extendido a todos los campos de producción y servicios. Muchas veces la alienación en el proceso productivo no se la ve emparentada a la de la joven empleada que debe vender su sonrisa todo el tiempo, o a las del oficinista que se lleva los problemas del trabajo a su casa, o la depresión por verse atrapado y sin salida aparente, formas alienantes que derivan en verdaderos pesares y enfermedades psicológicas laborales, que aparecen ocultando que su génesis está el trabajo alienado. Aislar estas manifestaciones de la alienación de la que destaca Marx es un error y nos llevará a un callejón sin salida porque no habremos liquidado lo que las genera.
Horizontalidad, una palabra clave
En todas las fábricas, talleres, oficinas o empresas de servicio, o aún en las empresas nacionalizadas y estatales que se produce para el mercado impera el mando, el poder y el dominio basado en la posesión de la propiedad privada de los medios de producción, y este poder implica una organización vertical, piramidal. La parte visible de la verticalidad se sostiene en base a instituciones de disciplinamiento y dominio social cuyo centro es el Estado, la parte no visible es el dominio abstracto o autodominio, sin el cual no podría mantenerse el dominio institucional. Dominio que se nos aparece como muy sólido hasta que como decía Marx : “Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”. Solidez basada en relaciones socialesdonde predomina el autodominio hasta que estallan cuando los de abajo no aceptan más el autodominio, como vimos, tanto en la insumisión argentina de diciembre de 2001 como en la implosión de los “sólidos” estado socialistas burocráticos de la URSS.
La verticalidad en mayor o menor medida impera en todas las instituciones que emanan de la forma de producción que genera plusvalía. Esto se ve claro en las instituciones funcionales al sistema capitalistas, instituciones del Estado, o vinculadas a éste, partidarias, religiosas, educativas, de Justicia, fuerzas represivas etcétera, lo curioso y trágico es que también la verticalidad impera en partidos que se dicen anticapitalistas y revolucionarios, en los sindicatos y hasta en los gobiernos que se dicen obreros, socialdemócratas o progresistas. Parecería que nada puede escapar a este mando vertical. Pero esta situación no se da sin generar una resistencia permanente por parte de los trabajadores, resistencia que en determinado llega a poner en crisis existencial a los diferentes modelos de dominación.
En las antípodas de esto, cuando los trabajadores están desarrollando actividades que no buscan una ganancia material, como por ejemplo, una cooperadora escolar al pintar las aulas del establecimiento, o cuando los socios de una sociedad de fomento o del club del barrio se dedican a mejorar la cancha de básquet, o cuando se forma un Comité de Huelga, no se organizan verticalmente sino en su antítesis, en forma horizontal. En estas actividades sin fines de lucro hay coordinación y organización de saberes, pero nadie dice “vos hacé esto porque lo digo yo”, ya que el poder de mando no tendría sentido. Esto no quiere decir que no haya algún tipo de autoridad en una organización horizontal, pero es de otro tipo. No nace de la posesión de la propiedad privada ni del afán de ganancia, sino de un acuerdo entre todos por diferentes motivos: más experiencia, más saberes, o capacidad de organización. Es decir, se trata de una autoridad acordada, consensuada, no devenida de la posesión del capital u otorgada por los “cuerpos orgánicos” de la burocracia sindical. La horizontalidad, y no el mando, guían estos haceres humanos.
La horizontalidad implica el reconocimiento mutuo que es negado en la verticalidad capitalista, somos nosotros quienes nos reconocemos, quienes nos respetamos y queremos.
Lo mismo ocurre cuando hay lucha. Generalmente se recurre desde las bases a una organización realmente democrática, como un comité de huelga, o consejo (sóviets en ruso) o piquete o como se los denomine. Las asambleas horizontales en completa democracia y libertad son centrales para el funcionamiento de la lucha. En asamblea se toman las decisiones más importantes y la pregunta que debe responder a cada acción acordada es ¿por qué debemos hacer tal cosa? Cada acción generalmente primero es proyectada en común y luego ejecutada, o si lo amerita ejecuta ad referéndum de la aprobación general. Diseño y ejecución encuentran así un espacio de unidad. Dejamos de ser un objeto para pasar a ser un sujeto. Un funcionamiento horizontal al que los dirigentes sindicales burocráticos se oponen, tratando de imponer las resoluciones de los denominados cuerpos orgánicos, que son completamente verticalistas. Ambas estructuras son antagónicas.
Algo similar podemos decir del trabajo alienado (verticalista) con otras formas de producir llámese autogestionado, o acordado o consensuado donde lo que se hace es determinado entre todos, considerando qué, cómo, para qué hacer en beneficio de satisfacer necesidades genuinas de toda la comunidad.
Esa falta de libertad y de autodeterminación intrínseca al proceso de producción capitalista curiosamente no es reclamada como demanda por la izquierda ni en el capitalismo ni mucho menos que menos en el llamado socialismo real. Ambos regimenes comparten la verticalidad, pero esta opresión no es considerada como tal en los llamados procesos de transición (¿hacia dónde?) no se la reconoce como un proceso alienante de producción por la teoría clásica del cambio social. Tampoco la lucha contra la alienación es considerada como fuerza inicial que impulsa a los hombres a luchar por la dignidad y la autodeterminación y los lleva a plantearse cambiar el mundo y no solamente a tener mejor salario. Es más, el taylorismo, fordismo fue considerado el paradigma del trabajador en la Unión Soviética, el héroe productivo se llamó Stajanov, y el estajanovismo no es otra cosa que el fordismo extremo, un sistema de producción que fuera alentado por el propio Lenin en su célebre folleto Las tareas inmediatas del poder soviético de marzo de 1918. Lenin (1986).
Si se cae un lado, debe caer también el otro
Si el trabajo enajenado es el generador de la propiedad privada hay que poner el foco ahí, en el trabajo alienado. No hay trabajo enajenado sin dominio y no hay plusvalía sin trabajo alienado. El trabajo enajenado está en el inicio y la propiedad privada en el final.
Sin embargo en la teoría clásica del cambio social el foco se coloca centralmente en la plusvalía y se relega el tratamiento de la alienación a planos secundarios, generalmente muy alejados del plano de la producción. Veremos más adelante qué consecuencias tiene esta mirada así focalizada.
Volvamos a Marx (2004: 118), quien escribe:
El salario es una consecuencia inmediata del trabajo alienado, y éste es la causa inmediata de la propiedad privada. En consecuencia, si se cae un lado, debe caer también el otro. (Destacados nuestros)
¿A qué se refiere Marx con esto?Obviamente, se trata de que, si desaparece la propiedad privada debe desaparecer lo que la genera, que no es otra cosa que el trabajo alienado, el trabajo asalariado.
En Rusia, en Cuba, en China y en los países del socialismo real se expropió la propiedad privada de los medios de producción, se transformaron en países sin patrones, pero… no desapareció el trabajo alienado, el trabajo enajenado propio del capitalismo siguió produciendo un plusproducto controlado y acumulando por la burocracia estatal, hasta que estalló y parte importante de esa misma burocracia se transformó en propietaria formal o sea en capitalistas.
La experiencias de la Revolución Rusa de 1917, la de China, de Cuba y otras nos interrogan si mantener el trabajo asalariado como forma universal de producción, no generó un magma de propiedad privada negada, que en un momento hizo erupción volcánica y llegó a la paradoja de que el socialismo real, (que en setenta años de absolutismo verticalista no terminó con el trabajo alienado), resultara un camino terrorífico para llegar a… un nuevo reinado de la propiedad privada.
Trabajo y dignidad
¿Qué es un trabajo digno? ¿Cuál es la dignidad que hay en el trabajo? Creemos que éstas son las preguntas que deberíamos hacernos, porque “trabajar” en el modo de producción capitalista significa vender nuestra fuerza de trabajo como una mercancía más, acatar las directivas de la empresa sin derecho a cuestionar y decidir qué hacer, para qué hacerlo y cómo organizarnos para hacerlo. O sea aceptar una institución verticalista.
Obviamente que una persona que trabaja en una fábrica de armas, no es un asesino, pero esas armas se utilizan para matar y quizás también se utilicen contra sus pares y si es conciente de ello y además pacifista está viviendo un antagonismo grave, en contradicción consigo mismo. Este antagonismo, que nace del dominio que genera el trabajo enajenado nos impulsa a la rebelión, a la indignación, a la insumisión que no pasa solamente por si le pagan mayor o menor salario y nos impulsa luchar contra esta forma de producir intrínseca del capitalismo.
Por eso no coincidimos con quienes piensan que la dignidad en el trabajo estaría en trabajar la cantidad de horas que indica la ley, estar cubierto por las leyes laborales, tener un salario que alcance para mantener al trabajador y a su familia, o en un mejor reparto de la plusvalía, etc. Pensar así nos llevaría a poner todo el acento en lo monetario y nos puede llevar a pensar que, por ejemplo, un trabajador petrolero cuyo sueldo básico de convenio es seis veces superior al salario mínimo vital y móvil sería más digno que el que cobra el básico. Esto ¿es así? Obviamente que no. En varios programas y en consignas de partidos de izquierda se coloca como demanda el reclamo de trabajo digno o trabajo genuino; creemos que hay que especificar qué se quiere decir con estos términos, porque si no llegaríamos a la contradicción que si en una sociedad (digamos la sueca) se trabaja con salarios buenos y en condiciones higiénicas se habría alcanzado las metas del socialismo y no se cuestiona que aun el mejor salario, por ejemplo el de los técnicos en empresas tecnológicas, sufren la alienación que denuncia Marx y queremos resaltar aquí. Al respecto, Marx asimila dignidad con autodeterminación, tanto del trabajo como del trabajador:
Una violenta alza de los salarios (dejando de lado todas las otras dificultades; dejando de lado que, como una anomalía, sólo podría sostenerse por medios violentos), no sería, pues, un mejor salario para los esclavos, y no habría conquistado ni para el trabajador ni para el trabajo la [auto] determinación y la dignidad humanas. Marx (2004: 118)
Hoy en este sistema capitalista nuestra dignidad es una dignidad parcializada, es un esfuerzo y lucha por lograrla y esta dignidad y autodeterminación alcanza su desarrollo máximo cuando se es consciente de que se lucha contra la indignidad a que nos quiere someter el capital. Es cierto que fuera del ámbito laboral haciendo lo mejor para su familia, compañeros, amigos, o simplemente para la comunidad somos más dignos. Pero con esto sólo la libertad no se logra ya que al otro día volvemos a trabajar bajo el mando imperativo del patrón o de un representante de éste. Quienes separan la esfera laboral de la vida civil, sin ver que el fondo de la cuestión es la forma de producir bajo el yugo capitalista nos condenan a una escisión, a una separación, a un círculo cerrado sin salida de fondo.
Es decir, el problema que se encuentra encubierto es que el trabajador continúa siendo una parte más de la producción, un objeto, un engranaje más de la maquinaria que comanda el capital por más que cuando salga del trabajo logre espacios de dignidad. Sea en una línea de montaje o en un equipo de trabajo en una empresa de servicios, en la escuela o la universidad, en el capitalismo o en el socialismo real, el verticalismo denota que la opresión y la alienación está atentando contra nuestra dignidad. Esto nos impulsa a luchar, en el capitalismo (en la medida de nuestras fuerzas y posibilidades) contra el capitalismo, tanto como en el llamado socialismo real contra el verticalismo burocrático. Proyectar este impulso es pensar en como superar la estructura del capitalismo cambiando el mundo vertical. Esta resistencia y lucha, sucede tanto en momentos en donde el capitalismo es más benévolo y hay mejor distribución del ingreso como cuando su explotación es extrema. Y esta aversión a esta forma de producir, esta aversión al trabajo asalariado no cesa porque los gobiernos sean populares, antiimperialistas o revolucionarios. La opresión no depende de quién sea el otro que te oprime, el verticalismo no es bueno o malo según gobierne Roosevelt o Lenin, por eso encontramos ejemplos de resistencia y lucha en situaciones revolucionarias y de cambio, como en la revolución española o en la revolución rusa.
El trabajo es una acción contradictoria, por un lado como hacer, como acto laboral, como poder hacer (véase Holloway, 2002) es un atributo progresivo en cuanto es una relación con la naturaleza que nos permite sobrevivir y crecer humanamente. Por otro, en la forma de trabajo asalariado, este trabajo concreto se escapa del control de los hombres socavando su dignidad, ya que es guiado por la ganancia y crea un mundo fetichizado que aliena las verdaderas relaciones humanas y las subsume por relaciones entre cosas. Genera un mundo cosificado que nos domina y obliga a fabricar bombas y a agredir a la naturaleza a tal punto que lleva a la humanidad al borde de su autodestrucción. En este sentido, la originaria dignidad del acto laboral, bajo un dominio, se torna en su opuesto como escribe Marx (2004: 108) “cuantos más valores crea, tanto más desprovisto de valor, tanto más indigno se torna”. O sea, la dignidad no es ni un atributo ético, ni una cosa, sino un producto de las relaciones humanas, las relaciones cosificadas la niegan, la lucha por relaciones humanas horizontales y fraternales la construye. El hacer la crea y el trabajo alienado la torna en su opuesto. Por eso, la forma trabajo asalariado es una forma perversa del hacer humano y de ninguna manera se lo puede positivizar o simplemente hacerlo neutro, naturalizándolo y haciéndolo ontológico o transhistórico, como muchas veces se lo considera.
La dignidad no es algo que haya existido en el hombre primitivo y hayamos perdido, es una búsqueda, una búsqueda constante. Es una búsqueda hacia la libertad, hacia la autodeterminación, hacia el respeto de las diferencias, hacia un mundo nuevo. Está ligada a la lucha de los propios trabajadores y de la comunidad toda, por el control de a producción. Decidir por nosotros mismos qué producimos, para qué, por qué, en base a qué necesidades sociales y en armonía con la naturaleza, es autodeterminación social, es libertad, es horizontalidad. Quizás la mejor decisión pueda ser, en determinados momentos, por determinadas circunstancia, no producir tal cosa (por ejemplo armas) o producir menos (productos contaminantes), etc. La cuestión es cómo dejamos de ser objetos de la producción, cómo pasamos a ser sujetos. Cómo pasar de un mundo gobernado por las cosas a un mundo gobernado por los hombres, por la humanidad.
La clase obrera desde las primeras épocas realizó innumerables luchas para resistirse al despotismo de la producción, como el ausentismo, la migración interna, así como el relajamiento de la disciplina laboral
[1].
Si la dignidad se remitiera a un mejor reparto de la plusvalía ¿quién decide cuál es el mejor reparto? ¿50 y 50; 60 y 40, u otros? ¿Cuál sería la medida justa? Si liquidáramos la propiedad privada ese 50 por ciento iría al Estado y ¿quién decidiría cómo utilizarlo sino la burocracia? Si hay alguien que tiene que determinar cuál es la justa distribución, siempre deberá existir algo por arriba de nosotros que determine por nosotros, de esta manera nunca desaparecerá el Estado. Además, el reparto de la plusvalía estaría atado al aumento constante y permanente de la productividad, es decir, de la auto explotación a cambio de una “felicidad” basada en un mayor consumo, el hombre –según esta visión – sería más feliz cuanto más cosas tuviera. Nos dicen: “trabajá, trabajá que de esta manera podrás tener el mejor televisor, donde podrás ver las mejores propagandas para consumir más y mejor”. Es una huida hacia el dinero, es una huida hacia el consumo, una huida de la dignidad.
Pero no todo es así. Permanentemente, el trabajador se rebela ante la alienación. Muchas veces esta rebelión es inconsciente, por ejemplo, cuando utiliza un ardid para parar la línea producción, cuando simula estar enfermo para no ir a trabajar, etcétera. El trabajador huye de la relación perversa con el capital (véase Holloway, 2004), de esa relación que lo separa de sí mismo y de los otros. Huye pero muchas veces no lo sabe
[2]. Esto genera jirones de dignidad.
Trabajo alienado y teoría del cambio social
En toda teoría es central el punto de partida. Aristóteles para su teoría del movimiento de los cuerpos tomaba como punto de partida el impulso inicial que se imprimía a un objeto. Cuanto más impulso se le otorgaba a una piedra más lejos llegaba ésta y su trayectoria finalizaba cuando se le acababa ese impulso (parece lógico pero…). Esta teoría presidió todos los estudios físicos durante más de dos mil años. Hasta que Newton vio que no había impulso inicial en la manzana que se caía sola desde su planta, y entonces gritó un nuevo ¡Eureka, Eureka! Así nació otra teoría del movimiento que incluye nuevos conceptos como la inercia, la fuerza de gravedad, etcétera, y que dice: todo cuerpo que ha recibido una fuerza que lo pone en movimiento se mantiene eternamente en una trayectoria rectilínea y uniforme salvo que se le oponga una fuerza de la misma intensidad en la misma dirección y en sentido contrario. Así aparece la fuerza de gravedad la que junto con el rozamiento de las partículas del aire hace que la piedra se vaya frenando describiendo una trayectoria parabólica y que vuelva a la tierra, así se cae la manzana. En base a esta teoría explicamos porque un cohete a la Luna o a Marte no se detiene una vez que, ya en el espacio, se apagan sus motores. Allí sin gravedad ni rozamiento sigue su marcha al infinito.
Dos puntos de partida, dos caminos teóricos
En la teoría del cambio social también es fundamental el punto de partida, el punto de inicio El punto central de partida de la teoría del marxismo ortodoxo es la plusvalía. La plusvalía aparece como el centro de atención, pero no como una crítica hacía ella, no como una crítica que avance centralmente hacia su desaparición mediante la destrucción de lo que la genera, o sea la abolición del trabajo asalariado, del trabajo enajenado, sino como una crítica a lo que, luego de producida, se hace con ella.
Es decir, nos pone en el plano de la crítica al
modo de distribución o de apropiación, que, obviamente, es la forma de producción del capitalismo (y del llamado socialismo real, o el del siglo xxi) conlleva una mayor o menor explotación al productor
[3], pero que al fin y al cabo no termina con la explotación en forma cualitativa.
La plusvalía está afuera del ámbito específico de la producción, es una consecuencia del modo de producción, de la escisión del hacer en trabajo concreto y trabajo abstracto y es considerada con posterioridad del proceso de trabajo, como alejada de la producción, como si fueran dos cosas separadas. Vista de esta manera, nos encontramos deslizándonos por un tobogán que finaliza en pensar al “socialismo” sólo como una diferente manera de distribución. ¿Cómo se la distribuye? Parecería que ésa es la cuestión. Plusvalía es la palabra que aflora y ensombrece el modo de producción, invisibilizando su propia génesis: el trabajo alienado.
Sin embargo, vimos que no existiría la plusvalía sin el trabajo alienado, que la gesta en el proceso de producción, no existiría plusvalía sin el trabajo abstracto ni el dominio abstracto, no existiría sin la alienación que describe Marx en los Manuscritos Económico Filosóficos de 1844. Una de las consecuencias de esta invisibilidad del trabajo alienado y de no reconocerlo como la génesis del capital, es que lleva a ver como neutral al taylorismo-fordismo y demás modos de dominación y explotación capitalista. Y a naturalizar peligrosamente el trabajo asalariado, induciéndonos a considerar su existencia como eterna, como transhistórica, como que siempre existió y siempre existirá, no reconociendo que el trabajo asalariado es la forma de producción alienada propia del capitalismo y por lo tanto ha tenido un origen temporal junto a éste, es histórica y como tal transitoria. No habrá forma alienada de producir en un mundo sin opresión, por eso deberemos diseñar otra forma productiva sin opresión con centro en la horizontalidad y la autodeterminación, o sea en la dignidad. La verticalidad no tendrá ni sentido ni justificación en esta situación.
La concepción ortodoxa entraña una mirada política cerrada y centrada en las luchas por mejoramiento del salario real o de las condiciones de trabajo, sin ver que por más justas e importantes que sean y por más que nos sumemos a apoyarlas con toda la fuerza, si nos quedamos en esto, sin considerar estas luchas como parte de una lucha contra y más allá del capitalismo, “no habremos alcanzado ni la dignidad, ni la [auto] determinación ni para el trabajo ni para el trabajador”. Es decir, no habremos avanzado en la lucha de fondo contra el capitalismo y, lo peor, habremos alejado de nuestro léxico y de nuestro pensamiento la necesidad de la revolución que cambie el mundo.
Esa frase de Marx destaca que los Manuscritos tienen, además de su método de análisis, de su concepción filosófica y ética, un contenido altamente político. Debería estar en el preámbulo de todo sistema de demandas. Nos dice que abordar las luchas sindicales sin plantear su íntima ligazón con la lucha contra el trabajo alienado y por la autodeterminación y la dignidad, es quedarse a mitad de camino o peor aún, es encerrarse dentro del sistema capitalista y con el grave peligro que la lucha termine siendo funcional a él.
Milcíades Peña nos dice que desconocer este ir contra y más allá de capital en el plano del modo de producción, o sea, en la lucha contra la alienación puede llevarnos inconscientemente a lo que no queremos: “ocultar su esencia [del marxismo], esto es, la lucha contra la alienación, la lucha para desalienar al hombre”.
Y, a continuación, saca conclusiones políticas muy importantes ya que liga a las burocracias (tanto políticas como sindicales) con el hecho de negarse a luchar contra la alienación y nos dice:
Claro, los aparatos burocráticos tienen que ocultar esto [
la lucha contra la alienación, la lucha para desalienar al hombre] porque equivale a su propia liquidación
[4]. Si el marxismo fuera sólo luchas por mejoras económicas, o por la reorganización de la economía, los aparatos burocráticos no correrían ningún peligro, y hasta podrían presentarse como fieles ejecutores del marxismo (Peña, 2007: 36).
Esta afirmación de Milcíades Peña es de mayor importancia porque viniendo del troskismo destaca que critica a la burocracia sindical y política no está solamente en el plano de lo subjetivo, por ser “traidora” sino porque señala que la critica hay que buscarla en un plano más profundo, en el plano teórico político que ignora olímpicamente la lucha contra la alienación como central y la lucha por horizontalidad, por la autodeterminación y por la dignidad (agregamos nosotros) como una consecuencia del enfoque de Marx
Hay pocos ensayos y literatura que aborde este enfoque político revolucionario de la alienación como lo señala Milcíades Peña. Después del libro del yerno de Marx, Paul Lafargue, El derecho a la pereza, las obras de Seidman y las recientes publicaciones de John Holloway, Agrietar el capitalismo, El hacer contra el trabajo, y Cambiar el mundo sin tomar el poder: el significado de la revolución hoy.
Posiblemente ocurra esto porque la alienación es considerada como una categoría cerrada e inerte y no se la ve como una categoría en constante lucha, de la patronal por imponerla, de los trabajadores por liberarse. Por otro lado generalmente se la focaliza alejada del proceso productivo cuando allí está la génesis de la explotación capitalista y de la formación del capital. La alienación generalmente está ausente en la política que se dice revolucionaria, tampoco la óptica ortodoxa considera como políticamente correcta las luchas que se generan a partir de la autodeterminación y la dignidad; como por ejemplo los movimiento que están luchando en Grecia, España, EEUU con Occupy Wall Street (OWS), o los de nuestro país en el 2001 con el Que se vayan todos, no son considerados movimientos políticos anticapitalistas de hecho, o los consideran políticamente incorrectos porque no se proponen apoderarse del verticalista Estado capitalista como lo indica tanto la política del marxismo ortodoxo como el ultraliberalismo, de desde allí “hacer cosas buenas para la gente buena” como dijera Cyril Smith.
Quizás la invisibilidad de la alienación en la política del marxismo ortodoxo también se deba al peso que tuvieron en la política del cambio social el éxito de la toma del poder en Rusia en 1917 eclipsó cualquier otro enfoque. Incluso se persiguió a los que reclamaban la horizontalidad y la vigencia del Soviets como organización horizontal y luego los aparatos burocráticos, los partidos comunistas ligados a la Unión Soviética, monopolizaron la teoría de la “única línea correcta” hasta que el derrumbe del Muro de Berlín y de los países del socialismo real alumbró desde las luchas concretas de los oprimidos otros caminos signados por la autodeterminación y la dignidad, caminos que siguieron transitando las luchas de los explotados en una variedad de campos sociales como las luchas por los derechos de la diversidad de género, de los campesinos, de los estudiantes, de las luchas contra el genocidio, como la de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, la irrupción del zapatismo en enero de 1994 y de allí en más desde América Latina, África, Europa y EEUU con OWS el fantasma de la dignidad y la horizontalidad hoy recorre el planeta.
Pero volviendo al papel de la lucha contra la alienación como la fuerza de la rebeldía, como la rabia que genera la insumisión veamos la diferencia de enfoque que ello produce.
Interior y exterior del proceso productivo
Si la teoría del cambio social tiene su punto de arranque desde el interior del proceso de producción en el sistema capitalista o en el socialismo real o en el socialismo del siglo xxi o en el keynesiano, entonces, el grito de bronca y rabia contra la alienación, contra el mando vertical, contra no saber para qué estamos produciendo, la rebelión contra la falta de libertad en las horas que pasamos en el trabajo es objetivamente una resistencia y lucha ( conciente o no) contra el trabajo alienado y también contra su consecuencia, la plusvalía. Nos lleva al cuestionamiento de la forma de producción bajo la forma de trabajo asalariado, es decir a cuestionar la raíz del capitalismo en su misma generación.
De esto se desprende que nuestro enemigo a eliminar es el trabajo alienado que genera los males de la propiedad privada. Y la lucha por la distribución de la plusvalía, entonces, se torna inseparable de la lucha contra el trabajo alienado. Nos plantea el problema de cómo establecer nuevas relaciones sociales entre los productores como sujetos para construir otra forma de producir los productos que satisfagan necesidades sociales sin agredir a la naturaleza. Nos obliga a pensar en más allá del capitalismo.
Esto lleva a plantear la lucha por la horizontalidad también en el interior del proceso productivo y simultáneamente en el exterior de toda la sociedad. En esto no hay medias tintas, no hay posibilidad de coexistencia pacífica entre una superestructura política, al mando de un Estado que se dice popular o socialista mientras que por abajo en la estructura de producción se mantiene el trabajo alienado. No hay ninguna coexistencia pacífica con el mando verticalista. Si persiste el verticalismo en el seno de la producción, en el afuera habrá también verticalismo, podrá tener diferentes grados de verticalismo, pero será verticalismo al fin.
Las burocracias sindicales y políticas son consecuencia del trabajo alienado
Milcíades Peña (2007: 36) nos dice que
“si el marxismo es –y efectivamente eso es- lucha permanente contra la alienación, es decir, contra todas las potencias materiales y místicas que oprimen al hombre, entonces los aparatos burocráticos están absolutamente condenados, y no hay convivencia posible entre ellos y el marxismo”[5] Peña (2007: 36)
. Podemos deducir que, mientras la distribución de la plusvalía genera los aparatos opresivos burocráticos de toda especie, inclusive el llamado Estado obrero burocrático o el Estado populista, que tienen diferentes grados de verticalismo, la lucha permanente contra la alienación los disuelve, los socava porque liquida la base que los genera. No es cuestión de líderes buenos o malos, de traidores o héroes, sino de qué tipo de relaciones sociales impera en el proceso productivo, si se produce en verticalidad se crea el mando verticalista, si se produce en horizontalidad no hay espacio para mandos verticalistas ni en el hacer, ni en las otras esferas de la sociedad civil.
En las luchas que estallan desde abajo, generalmente, la organización que surge es horizontal, es de democracia directa. El núcleo de la organización comunitaria para luchar toma forma de asamblea, que ha tenido diferentes nombres: sóviets, consejos obreros, piquetes y otros. Llámese como se llame, su forma responde a los parámetros de la horizontalidad y allí se despliegan las iniciativas, las ideas, la fuerza, la orientación. Cuando esto ocurre, el Estado y los aparatos tratan de congelarlas cooptándolas e institucionalizándolas. Incluso muchas veces desde el seno de los movimientos sociales se impulsa la institucionalización lo que llevó a Raúl Zibechi a plantear que no hay peor derrota que de devenida de la autointitucionalización de un movimiento horizontal. Esto generalmente ocurre cuando se produce un reflujo de la movilización. La horizontalidad y la democracia directa están en el seno de la praxis de las luchas contra el capital.
Las diferentes combinaciones de horizontalidad y verticalidad aún hechas con la mejor de las voluntades no sirven, son completamente inestables y lo más probable es que resulte un camino hacia la restauración de la vigencia total de la propiedad privada, o sea de la verticalidad. La lucha por la horizontalidad es una lucha contra el trabajo asalariado, contra la alienación, por la libertad y la democracia directa que desarrolla la autodeterminación, que nos transforma de objetos alienados en sujetos forjadores de nuestro propio hacer.
La ausencia de la lucha contra la alienación en el pensamiento y en la acción abre las puertas al nuevo despliegue de capitalismo y a facilitar el salto de burócratas en propietarios (mafia) como ocurrió en la Unión Soviética.
Una teoría de la revolución que no parta de la liquidación del trabajo alienado, y en consecuencia de la terminación de la plusvalía generada, no resulta una teoría anticapitalista, será una política distributivista, pero y para usar palabras de Marx :“no habría conquistado ni para el trabajador ni para el trabajo la [auto] determinación y la dignidad humanas”y agregamos, no habrá ayudado ni a cambiar al mundo, ni a detener la marcha del mundo hacia su propia destrucción.
Nuestra ponencia busca destacar la lucha contra la alienación como base para luchar contra la explotación y contra el sistema capitalista. El fin es colaborar al debate que evite caminos que no nos conducen a la revolución, y que no terminan con el capitalismo ni con lo que lo genera el trabajo alienado.
La abolición del trabajo asalariado como forma de producir será fundamental en un nuevo mundo que haga caer a la propiedad privada por un lado y también al trabajo alienado que lo genera por el otro.
Referencias bibliográficas
Coriat, Benjamin. 2003. El taller y el cronómetro. Buenos Aires, Siglo XXI.
Holloway, John. 2002. Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy. . Buenos Aires, Herramienta-BUAP.
——2004. “El capital huye”, en Keynesianismo esa peligrosa ilusión. Buenos Aires, Herramienta.
——. 2010. Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo. Buenos Aires, Herramienta-BUAP.
Lenin, Vladimir Ilich. 1986 [1918]. “Las tareas inmediatas del poder soviético”, en Obras Completas (tomo 36). Moscú, Progreso.
Marx, Karl. 2004 [1844]. Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Buenos Aires, Colihue.
——. 1989 [1857-1858]. Elementos fundamentales para la Economía Política (Grundrisse) 1857-1858. México, Siglo XXI.
——. 1983 [1867]. El Capital (libro I), México, Siglo XXI.
Peña, Milcíades. 2007. Introducción al pensamiento de Marx.Rosario (Argentina), Colectivo Editorial “Último Recurso”.
Postone, Moishe. 2006. Tiempo, trabajo y dominación social: una reinterpretación de la teoría crítica de Marx. Madrid, Marcial Pons.
Seidman, Michael. 1991. “Hacia una historia de la aversión de los obreros al trabajo: Barcelona durante la revolución española, 1936-38”. Barcelona. Disponible en: [consulta: 17/09/12]. Selección del original inglés: Workers against Work: Labor in Paris and Barcelona during the Popular Fronts. Berkeley, University of California Press, 1991. Disponible en: [consulta: 02/10/12].
Zangaro, Marcela. 2011. Subjetividad y trabajo: una lectura foucaultiana del management, Buenos Aires, Herramienta.
[1] “Nosotros hacíamos como que trabajábamos y ellos hacían como que nos pagaban”, era una frase muy famosa en la Unión Soviética.
[2] “No lo saben pero lo hacen” (Marx, 1983,
El capital, libro I, vol. I: 90).
[3] Lenin, en “Las tareas inmediatas del poder soviético” de marzo de 1918 impulsa aplicar en la Unión Soviética los métodos del taylorismo fordismo aunque ello conlleve un colosal aumento de la plusvalía, pero… sería muy útil para el desarrollo del Estado. O sea, acepta el criterio de progreso que nos ha naturalizado el capital como único y se olvida completamente de las asambleas, de todo atisbo de autodeterminación, es más, obliga a todos los trabajadores a acatar las órdenes de los técnicos en fordismo importados de los Estados Unidos y Alemania y, sobre todo, a acatar las órdenes de los dirigentes del partido.
[4] Esta afirmación de Milcíades Peña es de la mayor importancia porque viniendo del trotskismo destaca que la crítica a la burocracia sindical y política no está solamente en el plano de lo subjetivo, por ser traidora, antidemocrática, por haber transformado los sindicatos en campos de concentración del movimiento obrero (Trotsky en Sobre los sindicatos, 1938), sino en el plano político-teórico que ha borrado del programa la lucha contra la alienación y la lucha por desalienar al hombre.
[5] Es claro que para Peña “aparatos burocráticos” designa a los sindicatos (Trotsky iba más allá, llamaba campos de concentración a lo que se habían convertido los sindicatos) y a los partidos políticos “revolucionarios” en especial a los partidos comunistas estalinistas, pero ¿por qué no al aparato burocrático por excelencia, o sea, el Estado?