23/04/2024

Acerca de la crítica de la teoría del capitalismo monopolista de estado

Por Revista Herramienta

 Margaret Wirth

 
I. Introducción: niveles del análisis del capital
Cuando se trata de definir el papel del estado en el capitalismo de nuestra época se distinguen dos puntos de vista en el debate marxista. La teoría del capitalismo monopolista de estado intenta extraer de las crecientes contradicciones y tendencia hacia la crisis de la producción capitalista (acrecentamiento de la dependencia entre sí de los diversos sectores de la producción a través del mercado en tanto regulador de la proporcionalidad de la producción, creciente papel de la infraestructura necesaria para la producción, etc.) la necesidad de una regulación del conjunto de la sociedad y de justificar la intervención creciente del estado en la economía a partir de esta necesidad.
A partir del muy voluminosos material empírico que se reunió en apoyo de esta tesis resulta imposible, empero, responder a las preguntas que deben plantearse previamente: ¿por qué el estado debe asumir ciertas funciones y hasta qué punto?, ¿qué es lo que, dado su papel objetivo en el proceso de producción capitalista y sus estructuras propias, lo predispone a llenar ciertas funciones en el proceso de reproducción del capital y cuáles son los medios de cuales puede disponer? Por eso es que la teoría del capitalismo monopolista de estado tampoco logra mostrar las condiciones y los límites de esa “intervención del estado” ni dar indicaciones sobre las tendencias de la evolución de tal intervencionismo.
En oposición a este enfoque -que puede calificarse de histórico-fenomenológico, aunque esté lleno de lugares comunes de resonancia marxista tales como la “acentuación de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción”- se encuentra la tentativa de deducir a partir de la forma específica del estado burgués y de su función en la sociedad capitalista sus tareas generales en la conservación del modo de producción capitalista, para estudiar a continuación el aspecto histórico concreto del estado y de sus funciones. Este paso debe permitir hacer la distinción entre las tendencias generales de la evolución del papel del estado en el capitalismo y las particularidades que presentan esas tendencias en diversas épocas y en diversos países capitalistas. Aunque  este acercamiento sea justo desde el punto de vista del método, apenas ha producido hasta aquí más que la categoría “condiciones generales de producción”, seguida de una enumeración de las tareas del estado que, de una manera u otra, abarca dicha categoría.
En la segunda parte de mi exposición me gustaría formular algunas preguntas que, pienso, pueden llevarnos más adelante por este camino. Pero antes voy a intentar explicar por qué la teoría del capitalismo monopolista de estado me parece insuficiente para determinar las posibilidades y los límites de la intervención del estado.
Las reflexiones que siguen serán con frecuencia de naturaleza metateórica, pues por una parte hay que definir claramente los conceptos que utilizamos antes de entrar en la discusión y por lo tanto intentar contribuir a ese esclarecimiento de los conceptos; por la otra, es el objeto mismo de nuestro estudio lo que lo exige; la teoría del capitalismo monopolista de Estado no es un bloque monolítico. En los numerosos escritos que se le han consagrado, se encuentran afirmaciones totalmente contradictorias: si uno se refiere a tal texto, se le opondrá otro. Esto lleva no solamente a la vivacidad del debate científico, sino también a que las evaluaciones más diversas puedan aparentemente ser hechas a partir de las premisas de esta teoría. Se comprueba, pues, que es necesario comenzar por plantearse preguntas no sobre las explicaciones históricas concretas proporcionadas por la teoría, sino sobre sus premisas teóricas, con el fin de conocer las razones de tales divergencias. Por ejemplo, Lenin explica el bloqueo de las fuerzas productivas y lo inevitable de las guerras por la tendencia de los monopolios a la descomposición y a la violencia, en tanto que la teoría del capitalismo monopolista de Estado saca hoy en día de las mismas tendencias el progreso técnico y la coexistencia pacífica. Es, pues, necesario preguntarse cuál es la validez de tales análisis de las tendencias.[1]
La tesis fundamental sobre la que se apoya esta teoría es que el capitalismo monopolista de estado representa una nueva fase del desarrollo del capitalismo cuyos aspectos esenciales conviene elaborar de nuevo, aunque a partir de la teoría leninista del imperialismo. Ahora bien, si una teoría marxista -y la teoría del capitalismo monopolista se pretende como tal- quiere dar cuenta de los aspectos específicos de una “nueva fase” de desarrollo del capitalismo, debe poder explicar en qué forma aparecen en la actualidad las características generales del capital tal como Marx las desarrolló en El capital. En otros términos, hay que distinguir, por una parte, esas características generales y, por la otra, la forma en la que aparecen en un momento dado y en circunstancias dadas.
Esas condiciones generales, en tanto que condiciones de la reproducción del capital, son antes que nada cualitativas.
Reproducción del capital significa reproducción de los elementos materiales que entran en la producción, es decir reproducción del capital constante, reproducción de las condiciones de subsistencia de la clase obrera y reproducción de la plusvalía en una forma material que puede ser nuevamente utilizable para la acumulación. Esas condiciones de la reproducción aparecen empero como puramente cuantitativas. Dado que el capital no puede relacionarse consigo mismo sino en tanto valor, es decir, en tanto cantidad, no puede tampoco relacionarse con su propio producto sino en tanto valor relacionado con al valor antes existente, es decir, en tanto ganancia respecto del capital avanzado.
De la aspiración del capital a una valorización igual deriva lógicamente la categoría de ganancia media. A cada capital -considerado como cantidad- debe regresar, en relación con el conjunto de la reproducción, una parte de la riqueza social igual en porcentaje: “[cada capitalista] ve también en su capital, frente a la clase capitalista, la fuente de una ganancia igual que la que arroja cualquier otro capital de la misma magnitud”.[2]
La forma de manifestación cuantitativa del valor y los presupuestos cualitativos de su reproducción son mediatizados por la competencia, en la cual se revela para cada capital si lo que ha producido por sí mismo desde un punto de vista cuantitativo corresponde igualmente a las exigencias cualitativas de ganancia para la sociedad. La competencia no hace sino expresar lo que está contenido en el concepto mismo del capital: por una parte -en tanto valor- el capital es indiferente al valor de uso de las mercancías producidas por él; por la otra -en tanto productor de bienes concretos- debe ser reenviado por la fuerza y desde el exterior a las relaciones materiales de la producción y la reproducción de la sociedad en su conjunto.
La reproducción material, la valoración tendencialmente igual de los capitales individuales y la competencia como mediación entre esas dos exigencias son, por lo tanto, lógicamente, las formas resultantes de la reproducción del capital social en un plano general.
En un segundo plano, puede a continuación estudiarse cómo aparecen las características inherentes al concepto de capital en diversas condiciones concretas. Como se sabe, Marx no lo hizo: no se encuentran en su obra más que algunas alusiones sueltas respecto de la manera en que las características desarrolladas lógicamente por él aparecen concretamente y de las formas que pueden asumir. Es ahí donde interviene el concepto central de la teoría del capitalismo monopolista de estado, el concepto de monopolio: como forma de la competencia específica, como forma en la cual los propios capitales individuales intentan permanecer al margen del proceso general de nivelación de la tasa de ganancia. Ese proceso es sin embargo el presupuesto lógico de tal comportamiento: si no hubiera una tendencia necesaria a la nivelación de la tasa de ganancia, los capitalistas no tendrían necesidad de hacer tantos esfuerzos para desembarazarse de ella. La distinción entre “libre” competencia y monopolio se establece en este plano -en tanto que designación de las condiciones diferentes en las que se efectúa la nivelación de la tasa de beneficio-, y no tiene significado en el plano cualitativo, sino solamente en tanto que distinción gradual, pues la tasa de ganancia nunca puede imponerse realmente “sin traba”. Queda por saberse qué medios puede movilizar un capitalista individual para obstaculizar esto; queda por saberse también si con tales medios experimenta efectivamente él mismo los efectos de la caída de la tasa de ganancia.
Llegamos al tercer plano, que de nuevo debe distinguirse del de la “realización” de las determinaciones generales del capital: el plano de las acciones efectivas de los individuos en tanto que sujetos. El capitalista como “capital dotado de voluntad y de conciencia” parece a primera vista un sujeto que tiene una voluntad libre, pero en los actos de los sujetos libres se imponen las exigencias objetivas de la valorización del capital. Para que el capitalista pueda disfrazarse con la máscara del capital conforme su determinación, tener la libertad de decisión, debe poder decidir en función de las diversas condiciones de la competencia.
Esto vale igualmente para el obrero en tanto que máscara del “trabajo asalariado libre”. La “libertad del sujeto” es así un componente necesario de la reproducción del capital.
Ahora bien, el análisis de la sociedad capitalista no puede partir sino de ese movimiento aparente -el único visible-; su tarea consiste en encontrar en los actos de los sujetos el movimiento real. La verdadera dificultad del análisis histórico concreto comienza cuando se trata de intentar descifrar, a partir de los fenómenos reales que aparecen, el “desarrollo objetivo” de la relación capitalista que se encuentra detrás de éstos. Sin embargo, por ahora parece que no puede alcanzarse más que la distinción entre la apariencia y la realidad, en el análisis de los procesos reales, ante una simple enumeración de los fenómenos.
Mi hipótesis es, pues, que en la teoría del capitalismo monopolista de estado desaparece la distinción entre las características generales del capital, las formas de realización reales y sus modos de aparición. La teoría se vuelve incapaz así de hacer más que relevar empíricamente todos los fenómenos y ordenarlos después mediante categorías marxistas en el plano más general. Esto entraña una tautología para la teoría marxista, que debe explicar todo lo que existe como necesariamente deducible del concepto, pero corre el riesgo de elevar fenómenos que se presentan en ciertos momentos a características generales de etapas.
 
II. Teoremas centrales de la teoría del capitalismo monopolista de estado
La teoría del capitalismo monopolista de estado parte de dos teoremas centrales:
1. El capitalismo ya no se desarrolla conforme a su antigua lógica, es un capitalismo moribundo, en putrefacción, un capitalismo que alcanzó la última forma que podía adoptar y que por lo tanto muy pronto debe “ceder su lugar”. El Dr. Katzenstein lo formuló de otra manera: el capitalismo “se encuentra en el estadio de su relevo”; “las relaciones capitalistas se convierten directa e inmediatamente en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas”.[3]
2. El “papel creciente del estado” que se observa actualmente es una señal de ello, es decir, las intervenciones del estado ponen de manifiesto el hecho de que el capitalismo debe admitir la presencia de elementos ajenos, a saber, las funciones económicas del estado: “el estado se inmiscuye en la distribución del ingreso nacional realizada por el mecanismo interno del capitalismo”. El estado debe intervenir porque “las relaciones capitalistas muestran ser un obstáculo absoluto para el desarrollo de las fuerzas productivas”.
Quisiera oponer a estos dos teoremas dos tesis:
1. Lógicamente, a partir del concepto de capital, no existe un límite “absoluto” del capitalismo, no hay punto en el que pueda decirse que el capitalismo ya no puede desarrollarse. El “límite objetivo del capital” es el capital mismo en tanto que dominación del trabajo muerto sobre el trabajo vivo. Pero ésta es una afirmación que siempre tiene un valor abstracto: este límite no puede volverse concreto más que en la acción  revolucionaria de la clase obrera. En tanto que esta acción revolucionaria no tenga lugar, el capitalismo continúa desarrollándose, aun si las formas de su evolución se modifican. Si se quiere encontrar otro límite histórico del capital, se cae forzosamente en la contradicción en la que se encuentra también la teoría del capitalismo monopolista de estado: por una parte, debe comprobar el carácter caduco del capital; por la otra, reconocer que la clase obrera no lo comprende suficientemente en la actualidad. La teoría se encuentra obligada así a introducir un deux ex machina que impida la superación realmente necesaria y posible de las relaciones capitalistas. En cambio, si se entiende a la conciencia de la clase obrera en tanto ella misma integrante de las relaciones de producción, se impone la necesidad de estudiar siempre las condiciones concretas del derrumbe del capitalismo en lugar de referirse al postulado de “carácter objetivamente caduco”.
2. Las funciones económicas del estado no son elementos “ajenos” al capitalismo sino, en condiciones históricas determinadas, formas necesarias de la realización de las relaciones capitalistas que, por lo tanto, son parte integrante de esas relaciones capitalistas. Considerar que las funciones del estado se encuentran de alguna manera “en el exterior” del “verdadero” proceso de valorización del capital implica entender al estado como una organización de dominación política separada de la “economía”. Pero el estado, en tanto que estado burgués, es parte integrante de las relaciones capitalistas; ésta es la única razón por la que también puede “intervenir” en el plano económico. Esta forma del estado en sí misma y las relaciones que emanan de ella con la economía, por lo tanto, deben ser bien aclaradas antes de analizar las formas histórico-concretas de aparición de la intervención del estado.
A propósito del punto 1, la tesis según la cual el capital se encontraría en su estadio último y ya no podría sostenerse sino mediante la violencia extra económica -“el sistema ya no puede apoyarse sino en la violencia política y por lo tanto se requiere la acción política para vencerlo”-[4] nos remite al análisis leninista del imperialismo. Dado que la estructura fundamental del argumento, basado en el concepto de monopolio, no cambió desde Lenin -aunque las conclusiones que se saquen de ello sean diferentes actualmente-, las exposiciones que siguen se apoyan en su análisis.[5]
Lenin determina al imperialismo como fase del capitalismo según las siguientes características: “1) la concentración de la producción y del capital llega hasta un grado tan elevado de desarrollo, que crea los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) fusión del capital bancario con el industrial y la creación […] de la oligarquía financiera; 3) la exportación de los capitales […]adquiere una importancia particularmente grande; 4) se forman asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas […] y 5) ha terminado el reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes”.[6]
El monopolio es una consecuencia y una forma de la concentración del capital, la reunión de grandes masas de capital en las manos de un pequeño número de capitalistas que tienen así la posibilidad de dominar el mercado y de dictar sus precios.
“[A]hora es  una verdad evidente para la opinión pública que grandes sectores de la vida económica son, por regla general, sustraídos a la libre competencia”.[7] “En las manos de los carteles y trusts se concentran a menudo las siete u ocho décimas partes de toda la producción de una rama industrial determinada (…). El monopolio así constituido garantiza beneficios gigantescos (…)”.[8] “la estrangulación por los monopolistas de todos los que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad”.[9] “Las relaciones de dominación y la violencia ligada a dicha dominación: he ahí lo típico en la ´fase contemporánea del  desarrollo del capitalismo´”. [10] “(…)el monopolio que se crea en varias ramas de la  industria aumenta y agrava el caos propio de todo el sistema de la producción capitalista en su conjunto”.[11]
De este análisis pueden desprenderse dos características del monopolio: a) el monopolio es entendido como lo contrario de la libre competencia, aun si no la suprime; y b) el monopolio es definido como una relación de dominación, que permite suprimir parcialmente la acción ciega de la ley de valor.
Ahora se plantea la pregunta acerca del nivel de la lógica del capital en el que se sitúa el concepto de “monopolio”.  En tanto que antítesis de la competencia, Lenin parece utilizarlo como una categoría general del análisis económico. En tanto que designación de una relación de dominación, ese concepto no puede situarse más que en el nivel en el que efectivamente aparecen las máscaras del capital como sujetos del proceso económico, es decir, en la superficie de la sociedad burguesa.
 
a) El monopolio como categoría económica
En el libro III de El capital, el monopolio aparece siempre como una excepción a la realización de las “formas puras” a través de las cuales se aplica la ley del valor, siempre bajo el supuesto adoptado por Marx para su análisis de El capital: “Suponemos siempre en este examen general que las relaciones económicas reales corresponden a su concepto”.[12] Ahora bien, esta forma pura en la que se impone la ley del valor es efectivamente la “libre competencia” en tanto que concepto que hace abstracción de todos los obstáculos que podrían impedir la formación de la tasa media de ganancia. En otros términos, para mostrar el significado de la “competencia” en general, es decir, para mostrar cómo, en la hipótesis de que existen numerosos capitales, estos realizan la reproducción global del capital a través de su movimiento, Marx debe partir de la hipótesis de que en realidad esos capitales pueden moverse “libremente” unos con relación a los otros. La “libre competencia” es, pues, una abstracción: la forma pura del movimiento de los capitales. Pero, en general, el concepto de competencias designa ese movimiento mismo, a saber, la necesidad del capital de valorizarse, su dependencia con respecto a la reproducción en su conjunto y la forma en la que cada capital se relaciona con esa reproducción global: al tratar de obtener lo más posible para sí mismo, se encuentra limitado por los otros capitales.
La competencia significa pues, por una parte, la forma en la cual los capitales individuales actúan unos sobre otros, pero al mismo tiempo la formación de la tasa media de ganancia supone que esos capitales individuales actúan en efecto “libremente”. Dentro de ese proceso, hay siempre monopolios “circunstanciales”, a saber, el monopolio “que surge, para el comprador o el vendedor, a partir de la situación casual de la oferta y la demanda”.[13]
El concepto de “libre competencia” designa, pues, un modo específico de esa interacción, el modo en el que la ganancia realizada por cada capital es efectivamente la ganancia media. Ahora bien, la formación de la tasa media de ganancia no es más que una tendencia cuya manifestación no puede aparecer realmente sino en la representación pura -y, por lo tanto, haciendo abstracción de eventuales desarrollos anormales. Pero esta tendencia resulta ya del concepto de capital en tanto que valor que se valoriza a sí mismo y no solamente de la competencia en tanto naturaleza exterior del capital. Pues el capital como valor no puede ser aprehendido más que cuantitativamente: de la relación del capital consigo mismo como valor se sigue que cada capital pretenda valorizarse por lo menos en la misma medida que cualquiera otra parte del valor social. Lo que se modifica históricamente son las formas en las cuales cada capital intenta alcanzar la ganancia media o evitar que su ganancia sea menor a la ganancia media; subjetivamente, la tendencia a una valorización igual se manifiesta siempre por la tentativa de obtener más ganancia que los demás.
El monopolio es una forma de esa tentativa, una forma de manifestación de la competencia, y no puede explicarse sino a través de la competencia.
La afirmación según la cual el monopolio constituye el relevo de la “libre competencia”, que está en contradicción con ella, es por lo menos engañosa; implica que la “libre competencia” no es una abstracción lógica, sino una verdadera fase histórica del desarrollo del capitalismo, y que, en consecuencia, Marx en el libro III no analizó las características generales del capital en tanto capital, sino que analizó concretamente una fase del capitalismo, de manera que dicho análisis debe completarse ahora mediante nuevas características en el nivel general.
Si se equipara la competencia como expresión de la ley del valor con la competencia como los modos de acción reales de los capitalistas individuales en el mercado  y se confunde además la “forma ideal” de aplicación de la ley del valor con una fase del capitalismo, el monopolio se encuentra efectivamente “al lado y afuera” de la libre competencia. Puede entonces afirmarse con Lenin: “[l]a propiedad privada fundada en el trabajo del pequeño patrono, la libre competencia, la democracia (…) pertenecen a un pasado lejano”.[14]
 
b) El monopolio como relación de dominación
 
Lenin fundamenta la “transformación de la competencia en monopolio”[15] en el hecho de que el número de las grandes empresas aumenta; y esto “puede extenderse fácilmente”[16]. La supresión de la competencia es concebida así como dependiente de la voluntad de los sujetos y no como una forma de aplicación de la ley del valor. El monopolio aparece como el resultado de una organización consciente de la producción -aunque “en virtud del interés privado”. Detrás de esta concepción se oculta aparentemente la idea de que la razón del “funcionamiento ciego de la ley del valor” no reside en el dominio del valor de cambio sobre el valor de uso, sino en el hecho de que, en la producción dispersa por parte de pequeños capitalistas, es imposible tener una perspectiva de conjunto del “mercado”. El fundamento esencial de las crisis del capitalismo es, pues, la “anarquía del mercado”; según Lenin, “las crisis no provienen pues, contrariamente a Marx, de la caída tendencial de la tasa de ganancia (…) sino de la anarquía de la producción”[17]: “hay que partir del hecho de que Lenin, en su análisis del imperialismo, considera el monopolio y el capital financiero como un signo del carácter caduco del capitalismo y como la base del pasaje hacia una nueva formación social, puesto que cree ver en esas formas del capital momentos decisivos de la supresión del carácter anárquico de la producción y de la circulación de las mercancías”.[18]
¿Cómo considera Lenin entonces el desarrollo capitalista?
En su polémica con los naróndnikis, Lenin quería probar que “derivar el fenómeno de las crisis de sobreproducción no debe ser deducido de la dificultad de la realización sino de la falta de planificación del sistema económico capitalista”.[19]Se sirve a este respecto de los esquemas de la reproducción. Pero confunde las condiciones de equilibro abstractas que allí se desarrollan con una representación del proceso real de realización, reduciendo así el problema de la crisis del capitalismo a la desigualdad de desarrollo en tanto desproporción entre diversas ramas capitalistas. Esta desigualdad comprende también la necesidad de limitar el consumo de las masas, que se convierte de esta manera en un caso entre otros de la desproporción. Dado que Lenin concibe los esquemas de la reproducción como la “prueba” de la posibilidad de una evolución proporcional del capitalismo, la razón de la evolución desproporcional en la realidad reside para él en el hecho de que los capitales individuales están organizados aisladamente unos de otros, que son incapaces de tener una visión de conjunto del mercado y que su interés “privado” es realizar la ganancia más alta posible.
Así pues, el límite del capital no reside en el hecho de que el capital está obligado constantemente a aumentar la fuerza productiva del trabajo para valorizarse, mientras que está limitado por el consumo social, sino en la anarquía del mercado. Pero en realidad esta anarquía del mercado no es la causa de las crisis del capitalismo, sino solamente  su expresión; la causa reside en los límites que el capitalismo se fija a sí mismo en tanto que valor que se valoriza a sí mismo: “dado que el objetivo del capital no es la satisfacción de las necesidades sino la realización de los beneficios, y que este objetivo no puede alcanzarse sino mediante métodos que vinculan la masa de la producción a la escala de la producción, y no viceversa, debe generarse constantemente una brecha ahí entre las dimensiones limitadas del consumo sobre una base capitalista y una producción que apunte permanentemente a sobrepasar sus límites inmanentes”.[20]
En Lenin, el “interés” del capital individual por la ganancia ya no aparece como la expresión de ese esfuerzo con miras a sobrepasar los límites inmanentes del capital, sino solamente como un móvil individual, pues la competencia entre los capitales individuales aparece solamente como resultado de su separación exterior y ya no como expresión de la naturaleza intrínseca del capital, que es crear más valor a partir del valor. Siendo la anarquía del mercado la expresión de la fragmentación de la producción, forzosamente es rebasada tendencialmente cuando los capitales individuales pueden conocer mayores partes del mercado. Es ahí donde la categoría de “dominación de los monopolios” reviste toda su importancia. Lenin escribe: “Cuando una gran empresa se convierte en gigantesca y organiza sistemáticamente, apoyándose en un cálculo exacto con multitud de datos, el abastecimiento[…] de las materias primas […], el transporte de dichas materias […], la transformación consecutiva del material[…] y la distribución de dichos productos […]según un plan único […], entonces se advierte con evidencia que nos hallamos ante una  socialización de la producción […], que las relaciones de economía y de propiedad  privadas constituyen una envoltura que no corresponde ya al contenido, que esa envoltura debe necesariamente descomponerse si se aplaza con artificio su supresión”.[21] Esta envoltura no es, empero, la ley de valor, sino la “producción privada”, es decir, las partes todavía “privadas” de una producción ya social.  La contradicción principal se convierte así en la contradicción entre producción social y apropiación privada: “[p]or su contenido, esa distribución de los medios de producción no es ´general´, ni mucho menos, sino privada, esto es, conforme a los intereses del gran capital, y en primer lugar del más grande, del capital monopolista, el cual actúa en unas condiciones en que la masa de la población pasa hambre”.[22]
La forma de manifestación -un número cada vez más restringido de personas posee cada vez más- se convierte en el contenido de la expresión actual del capitalismo; los crímenes del imperialismo se convierten en el resultado de la malicia de los individuos que dominan la producción. El concepto de “propiedad privada” no es ya la expresión subjetiva de la inversión de la finalidad de la producción, sino un elemento constitutivo de las relaciones capitalistas. No domina el capital -aun por medio de los monopolios en el marco de la competencia-, sino que dominan los monopolios.
En esta subjetivación del concepto de capital no hay ya diferencia entre la libertad de decisión, real dentro de ciertos límites, y la posibilidad para el sujeto de alcanzar efectivamente sus objetivos por medio de esas decisiones. Cuando ya no domina el capital, sino los monopolios, y por lo tanto implícitamente los monopolistas, la contradicción inmanente a la libertad de decisión entre las necesidades de la reproducción -como lo hemos expuesto antes- y el interés individual en la maximización dela ganancia desaparece. Debe entonces agregarse a esos monopolios, desde el exterior, la contradicción -general y vacía de todo contenido- entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, o la contradicción entre los monopolios y el pueblo. Ya no proviene pues del capital mismo -en tanto que contradicción conceptual entre trabajo muerto y trabajo vivo-, sino solamente de “tendencias generales de la sociedad”.
Esto se vuelve evidente a la luz de la tesis, ampliamente difundida en la teoría del capitalismo monopolista de estado, según la cual una oligarquía financiera domina a todo el resto del pueblo. La base de la dominación de ese pequeño grupo es el capital portador de interés, es decir, la “última” forma posible del capital desarrollado por Marx.[23]La transformación de los integrantes de la masa de población en asalariados que entonces tiene lugar ofrecería la posibilidad de trastocar el capitalismo, lo que sería facilitado por el hecho de que las funciones económicas concentradas en el aparato de estado contendrían formas embrionarias de planificación social que convendría explotar en interés de la clase obrera.
Ahora bien, el capital portador de interés es por cierto, “lógicamente”, la última forma posible del capital -como la forma más elevada de la abstracción respecto de la base real de la riqueza, la fuerza productiva del trabajo: “El interés expresa en sí precisamente la existencia de las condiciones de trabajo en cuanto capital, en su antagonismo social al trabajo y en su transformación en poderes personales frente al  trabajo y sobre él. Constituye la mera propiedad de capital en cuanto medio para apropiarse de productos del trabajo. Pero representa este carácter del capital en cuanto algo que le corresponde fuera del proceso de producción y que de ninguna manera es el resultado de la determinación específicamente capitalista de este proceso de producción. Lo representa no en oposición directa al trabajo, sino a la inversa, sin relación alguna con el trabajo”.[24]
Pero este hecho de que el capital constituya esa forma más elevada del valor abstracto, es decir, la separación más clara entre el movimiento del valor y el valor de uso, no nos dice nada a priori sobre el momento histórico en que las crisis producidas como consecuencia de esa separación conducen a la expropiación de los expropiadores.
Pues no se trata en absoluto de que con el desarrollo de la contradicción entre valor de uso y valor de cambio, con el desprendimiento del movimiento del valor respecto de su base, la conciencia de esta contradicción aumente necesariamente. Al contrario, cuando más formas del capital se agreguen a su forma lógica original a través del proceso directo de producción, más se encuentra oculta a los actores la base real de la producción de la riqueza social. Esto se encuentra ilustrado de manera ejemplar por Marx cuando muestra los efectos que la separación entre la propiedad del capital y el poder disponer de ella provoca sobre la conciencia de los productores: en su última forma, como capital portador de interés, la relación capitalista produce la apariencia de separación entre el proceso de trabajo, que se desarrolla sobre una base técnica, racional, y los “intereses provenientes de la valorización del capital” recibidos por un puñado de magnates capitalistas; al mismo tiempo, todos los que perciben un ingreso gracias a su actividad en ese proceso de trabajo aparecen en un pie de igualdad como perceptores de ingreso.[25] Se observa entonces que ya no se trata más que de desembarazarse de ese puñado de capitalistas financieros para restablecer el proceso de trabajo en su forma técnica racional. Al concebir el monopolio como una relación de dominación, la teoría del CME reproduce esta última forma de mistificación del capital presentada por Marx.[26] En realidad, esto no hace más que mostrar que el capital se convierte de facto en una potencia anónima que no se reduce ya a personas, puesto que el capitalista que funge como tal se convierte él mismo en asalariado del propietario del capital. Pero, para el capital como valor que se valoriza a sí mismo, la forma más adecuada es aquella en la cual “el capital” ya no se encuentra representado por ninguna persona, sino por la totalidad de las relaciones sociales que se reproducen sobre la base de la dominación del valor sobre el valor de uso. Y es también como totalidad que se trata de abolirlas, no cambiando a sus dirigentes. Incluso la “dominación” del capital financiero no es, pues, más que apariencia -apariencia real, en la medida en que dispone efectivamente de las formas abstractas de la riqueza social, pero apariencia al fin, porque esto no implica que disponga conscientemente de las relaciones del conjunto de la reproducción en las cuales este valor debe valorizarse.
Dado que el desarrollo de las formas invertidas de la competencia entraña una inversión en la representación de las relaciones sociales por parte de los hombres, no puede haber allí una relación lineal entre la “acentuación de las contradicciones” y un proceso de toma de conciencia creciente de la clase obrera; por el contrario, las condiciones de ese proceso de toma de conciencia quedan por estudiarse.
Lógicamente”, el capital engendra con sus “ultimas formas” las representaciones más falsas de sí mismo. Pero, realmente, el capital no aparece jamás completamente bajo esta forma. La realización efectiva de la tasa media de ganancia, el proceso efectivo de acumulación del capital, hacen reaparecer sin cesar las contradicciones que allí se esconden: “ciertas condiciones […] del desenvolvimiento normal de la reproducción sea en escala simple, sea en escala o ampliada[…] se trastuecan en otras tantas condiciones del desenvolvimiento anormal, posibilidades de crisis, ya que el equilibrio mismo dada la configuración espontánea de esta producción es algo casual”.[27]
En el momento de una crisis, se vuelve posible reconocer la falsa apariencia como apariencia. No se puede, pues, establecer de antemano, según un criterio determinista, si se trata de la “última fase” del capitalismo. En tanto que el capitalismo subsista, el marxismo siempre es remitido al análisis histórico-empírico, que debe realizarlo por anticipado más allá de la clasificación de fenómenos según fases determinadas.
Esto no nos conduce pues mucho más allá de comprobar la acentuación general de las contradicciones. Esto no nos exime de investigar qué forma toman esas contradicciones en cada período histórico, cómo son representadas tales condiciones concretas en la conciencia de los productores y por qué es así y no de otra manera. Para afirmar que un acontecimiento era “necesario”, hay que poder precisar por qué otros acontecimientos no podían producirse.
En tal acercamiento al análisis del capitalismo actual se resuelve igualmente una contradicción insuperable para la teoría del CME: aunque se pretenda que el capitalismo haya llegado a su “última” fase histórica, no puede hablarse más que parcialmente, al menos en los países capitalistas europeos, de un acrecentamiento de la conciencia revolucionaria. La referencia a la función manipuladora de las ideologías social-demócratas no responde a la pregunta de por qué esas ideologías encuentran tan amplio eco en la clase obrera.
Decir que el capitalismo ya no se desarrolla conforme a su antigua lógica, que declina, que está moribundo, implica que una forma de movimiento del capitalismo “adecuada” a éste ya existió una vez y que esta forma pertenece ahora al pasado. Esto implica identificar al capitalismo “en sí” con la forma del “capitalismo de competencia”, a suponer que las formas puras presentadas por Marx de la repartición equitativa de la tasa de ganancia implican la presentación de una época histórica, es decir, una análisis concreto.[28]
Si, no obstante, como hemos tratado de mostrar, las formas que existen hoy en día de concentración y de centralización del capital pueden explicarse por medio de las categorías generales del análisis del capital, no hay ninguna razón para dividir de manera esquemática la historia del capitalismo en una fase ascendente y una fase de declinación. Pero esto plantea el problema del papel actual del estado en el capitalismo de una manera diferente de la teoría del CME, que lo considera como un síntoma del carácter caduco del sistema.
Llego así a mi segunda tesis: de la misma manera en que el monopolio como forma del capital no puede entenderse como una característica esencialmente nueva de las relaciones actuales de producción, tampoco el modo en que aparece actualmente el estado se debe a una fase cualquiera de transición o de declinación del capitalismo, sino que se explica por la relación capitalista misma.
El Dr. Katzenstein nos propone varias definiciones del papel actual del estado: “el estado es un instrumento centralizado del poder del capital”; “el estado está directamente implicado en el proceso de reproducción y en el proceso de valorización del capital”; “las intervenciones del estado son de naturaleza general […], orientadas en su conjunto hacia el movimiento y la evolución de la producción social”; “[el estado es el] instrumento del capital monopolista”; “toda acción del estado significa una acción en beneficio del capital monopolista”; “desde un punto de vista general, el estado es un instrumento del capital monopolista”; “la monopolización del estado debe también apuntar actualmente a asegurar la existencia del sistema”. Estas definiciones reflejan la dificultad de expresar la contradicción según la cual se define al estado, por una parte, como estado de clase, como representante de los intereses del capital monopolista, aunque uno se dé cuenta inmediatamente de que, por la otra, esos intereses -en tanto que intereses de capitalistas individuales- difieren unos de los otros, igual que se distinguen de las exigencias que la “garantía de la existencia del sistema” plantea al estado. El estado es un estado de clase, pero toma también medidas que están en contradicción con los intereses de unos cuantos monopolios, incluso de todos ellos; el estado es un estado de clase, pero funciona sobre la base de la democracia parlamentaria. Si no se quiere explicar la cuestión del estado en un plano demasiado trivial, que consiste en concebirlo como un engaño organizado (habría entonces que preguntarse por qué los monopolios se afanan tanto cuando tienen el poder),  es necesario esclarecer la relación entre la función objetiva del estado y la manera como se muestra su actividad.
A esto se agrega otra dificultad. Cuando se prueba, como lo hizo el Dr. Katzenstein con la ayuda de un caso concreto, que el estado debía intervenir, aún no se ha explicado por qué podía hacerlo; con qué características, estructuras, mecanismos de decisión específicos puede el estado tomar medidas eficaces para el proceso de reproducción, ni hasta dónde llega la eficacia de esas medidas. Pues el estado no puede ser ni todopoderoso -pues esto suprimiría las contradicciones inherentes a la sociedad capitalista- ni completamente inoperante- pues sería preciso investigar por qué la política económica se convirtió en el curso de los últimos decenios en un elemento importante de la actividad del estado.
Por lo tanto, hay que precisar dónde se sitúan los límites estructurales de la acción del estado y cómo se explican a partir del sistema global de la reproducción. Claro que en esta exposición no puedo sino plantear el problema. Pero quisiera tratar de mostrar a partir de qué reflexiones generales sobre el papel del estado, en mi opinión, podrían desarrollarse esos límites estructurales.
 
III. Premisas para el análisis de la forma y de las funciones del estado burgués
1. Sobre la forma del estado burgués
La teoría del CME sostiene la tesis según la cual es solamente hoy en día, bajo la presión de la competencia, que el estado se encuentra en la contradicción que consiste para él representar tanto los intereses de los monopolios cuanto los del sistema en su conjunto; esta contradicción sería el signo de la caducidad del capitalismo. Esto corresponde a la idea de que, en la fase del capitalismo de competencia, la economía funcionó “por sí misma”, sin “intervención” del estado; esta forma de funcionamiento -y por lo tanto también el papel más bien pasivo del estado, por lo menos con relación a la producción económica-sería “en el fondo” la más adecuada al capitalismo. Esto conduce a admitir implícitamente que la democracia burguesa del siglo XIX ha sido la forma estatal que ha expresado de la manera más pura la “dominación de la burguesía” y, en consecuencia, del capital; la actual incorporación del estado al proceso de reproducción económica se convierte así en un signo de la declinación del capitalismo en su paso al socialismo
Me gustaría oponer a eso la tesis según la cual solamente la asociación formal de todos los “ciudadanos” al proceso político de formación de voluntad, es decir, la instalación formal de la libertad y de la igualdad de todos, es la forma estatal adecuada al capitalismo desarrollado. Pero esto justamente no vale para la mayoría de las democracias del siglo XIX: al asociar el derecho de voto a la propiedad, excluían desde el principio a una gran parte de los obreros de la articulación legal de los intereses y les obligaban a articular sus intereses de manera extra-parlamentaria, en el exterior de las formas organizadas de la formación de la voluntad, incluso cuando esos intereses no eran de naturaleza tal que pusieran el sistema en peligro, sino que eran internos al sistema.
Para fundamentar esta tesis, hay que mostrar en primer lugar por qué la libertad y la igualdad formales de todos en tanto poseedores de mercancías es una condición previa y necesaria de la reproducción del capital; en segundo lugar, por qué esta libertad y esta igualdad formales deben ser protegidas por un poder organizado externo a los capitales, tanto contra los que quieran hacer de ello una libertad y una igualdad reales, es decir, abolir la relación capitalista, como contra los que quieran destruir incluso la igualdad y la libertad formales, lo que conduciría también a abolir la relación capitalista; y en tercer lugar, por qué la contradicción entre la libertad y la igualdad formales de todos los miembros de la sociedad, por una parte, y la relación de clases entre el capital y el trabajo, por la otra, constituyen el límite estructural de las posibilidades de intervención del estado en el proceso de reproducción.[29]
El estado como potencia extra-económica y como estado de clase debe ser fundamentado a partir del capital. En primer lugar, hay que recordar que el estado como tal, como instrumento de dominación de una clase sobre otra, no es específico del capitalismo. Cuando definimos el estado capitalista como un estado de clase, no tenemos un criterio que permita distinguirlo de otras formas de dominación del hombre por el hombre. Pero el problema reside en saber dónde reside el fundamento de esta distinción, por qué el estado burgués se diferencia de otras formas de dominación.
Para aclarar la manera en que se constituyen las características esenciales del estado burgués en el proceso de desarrollo del capitalismo, es necesario preguntarse primero cómo transforma el capital las relaciones sociales sobre cuya base se establecieron formas estatales más antiguas. Al apoderarse de la producción, el capital transforma el trabajo no-libre en trabajo asalariado y la apropiación visible del plusproducto en apropiación invisible de plusvalor.
La separación del productor respecto de los medios de producción engendra al trabajador asalariado doblemente libre: libre de los medios de producción, pero también libre de elegir su puesto de trabajo y de tomar sus decisiones en su calidad de consumidor.
El hecho de que la libertad del trabajador en la elección de su trabajo no es otra cosa  que la forma invertida de la libertad del capital de pasar de una esfera a otra y el hecho de que la libertad del consumidor no es otra cosa que la libertad del capital de realizar sus productos, no cambia en nada el hecho de que esta libertad, necesaria para el individuo en el marco de la reproducción del capital, se manifieste como una libertad de decisión subjetiva y que efectivamente lo sea. El trabajador asalariado es pues, a la vez, libre y no libre: libre como propietario de una mercancía en el mercado, donde encuentra al capitalista con el cual celebra un contrato de igual a igual; no libre en el gasto efectivo de su fuerza de trabajo en la producción.
La circulación capitalista como instancia de mediación de la relación social entre los trabajos privados no se distingue en su forma de la circulación simple de las mercancías; en ambos casos, el carácter social del trabajo se efectúa a espaldas del productor: “Aunque ahora el conjunto de este movimiento se presente como proceso social, y aunque los distintos momentos de este movimiento provienen de la voluntad consciente y de los fines particulares de los individuos, sin embargo, la totalidad del proceso se presenta como un nexo objetivo que nace naturalmente, que es ciertamente el resultado de la interacción recíproca de los individuos conscientes, pero no está[presente] en su conciencia, ni, como totalidad, es subsumido a ella. […] La circulación […] es también la primera forma, en la que […] la relación social […] se presenta como algo independiente de los individuos”.[30]
Esta relación de los individuos entre sí en la circulación simple de las mercancías se convierte, en el capitalismo, en la apariencia que oculta las relaciones reales: “En el conjunto de la sociedad burguesa actual, esta reducción a precios y a su circulación, etc., aparece como el proceso superficial bajo el cual, empero, ocurren en la profundidad procesos completamente diferentes, en los cuales aquella igualdad y libertad aparentes de los individuos se desvanecen”.[31]
Lo que subsiste como determinación necesaria de la circulación simple de las mercancías es la libertad de los individuos de comprar y de vender, la libertad de decisión. El elemento nuevo que se agrega es la distinción entre las clases de los compradores y los vendedores, pero también las condiciones de reproducción necesarias del proceso de producción, que muy bien pueden no ser tomadas en consideración en la circulación simple de las mercancías. Basta aquí con suponer que efectivamente se produce conforme a las necesidades sociales y, cuando no es el caso, que es algo accidental. En la producción capitalista de mercancías, pueden precisarse ciertas características de la reproducción global: por una parte, en tanto que reproducción de las clases; por la otra, en tanto que reproducción de los medios de producción; y, al mismo tiempo, hay límites procedentes  del tipo de producción, respecto de la relación entre la producción y el consumo, en el límite de la capacidad de consumo de la clase obrera.
La “interdependencia” entre los “simples propietarios de mercancías” se establece solamente en el mercado; dependen unos de otros como oferentes, no como productores.[32] En la producción capitalista de mercancías, esta dependencia se manifiesta en el proceso directo de producción: con su mercancía, el trabajador ya no puede hacer otra cosa que venderla a un capitalista (es decir, no a otro individuo, sino a otra clase de individuos); con su dinero, el capitalista no solamente debe intercambiar con otros capitalistas, sino también con los trabajadores: solamente el intercambio de las clases entre sí garantiza el proceso global de reproducción.
Lo que sucede a espaldas de los productores ya no es abstractamente la “relación social general” sino, concretamente, la reproducción del capital en tanto que reproducción de las clases.
La contradicción entre producción y mercado ya no se genera accidentalmente, sino necesariamente; y lo mismo sucede con sus posibles formas, que adquieren su aspecto completo en el ciclo de las crisis.
El hecho de que el capital se apodere de la reproducción social no significa por lo tanto, por una parte, que la máscara burlona del capital, a saber, los capitalistas, “domine” el proceso de producción -sino lo contrario. En tanto que en las sociedades precapitalistas las catástrofes naturales, las epidemias, las malas cosechas, tenían todavía un lugar central en la imposibilidad de dominar el proceso de producción, el carácter catastrófico del modo de producción capitalista es la consecuencia de la “socialización” siempre creciente de la producción; esto vale también para lo que se refiere a los procesos económicos con relación a la naturaleza, cuya “superación” muestra cada vez más los límites absolutos de la manipulación de los procesos naturales.
Por otra parte, la contradicción arriba planteada entre la libertad formal del trabajador como propietario de mercancías y su no-libertad real como productor de plusvalor en beneficio del capital, tiende a resolverse por sí misma: ya sea por la sujeción total del trabajador, lo que implica la disolución de la relación capitalista, puesto que ésta supone un trabajador (i.e., un no-propietario de los medios de producción) libre (i.e., móvil) asalariado (i.e., propietario de dinero). Si los capitalistas individuales pueden sujetar totalmente a una parte de los trabajadores, el mercado tiende a desaparecer pero también, por la misma razón, la condición de reproducción del capital en tanto tal.
O ya sea, al contrario, por la expropiación de los expropiadores, con la supresión de la relación capitalista mediante la eliminación de la separación entre productores y medios de producción.
La violencia que impide que los trabajadores supriman la relación capitalista no puede, por lo tanto, ser concentrada en las manos de los capitales individuales, pues ellos mismos la suprimirían. La “violencia extra-económica”, es decir, la violencia presupuesta por la economía, debe pues concentrarse en el exterior del capital.
En consecuencia, si se estudia la transformación del estado en un estado de clase burgués a partir del concepto de estado de clase, el estado burgués aparece como un medio para garantizar la modalidad específica de la reproducción de las clases en su mutua relación. El estado es parte así de la relación capitalista, está sometido abstractamente al capital en tanto que condición de su reproducción. La dominación de una clase por otra precede históricamente al capital; en tanto violencia extra-económica, esta dominación es un producto del capital, porque la libertad y la igualdad de los individuos, inherentes a las leyes que rigen el movimiento del capital, pugnan sin cesar por suprimir la contradicción entre esa libertad y esa igualdad, por una parte y, por la otra, los límites estructurales impuestos por la conservación del propio capital. Detrás de la forma de intercambio igualitario se oculta la desigualdad concreta de las mercancías intercambiadas; detrás de la libertad y la igualdad de los agentes del intercambio se ocultan las relaciones de intercambio entre clases. Estas contradicciones permanecen y no dejan de suscitar nuevos conflictos de naturaleza antagónica que no pueden ser reglamentados por los contratantes.
La forma de la actividad estatal debe referirse a la libertad y a la igualdad de los individuos; su contenido debe garantizar la conservación de la relación de clases con la reproducción de las clases en tanto que tales. El estado se transforma, entonces, de haber sido un medio para mantener la dominación de una clase sobre otra, en un medio para mantener la dominación del capital sobre la sociedad.[33]
 
2. Contenido y medios de la acción del estado
 
Al decir que la función del estado es asegurar la reproducción del capital, no se suprimen las contradicciones que fundan su existencia; resurgen bajo una nueva forma, bajo el modo especifico en el cual el estado debe y puede concebir esa tarea. Si la función del estado se determina a partir de la relación capitalista, esto significa que el estado, en tanto que elemento constitutivo de esa relación, está sometido al movimiento del capital y que no puede actuar independientemente de ese movimiento. Conviene aquí caracterizar más precisamente esta dependencia.
Puede plantearse aquí la siguiente pregunta: ¿cómo se manifiesta la contradicción entre la libertad y la igualdad formales, por una parte, y la dominación de una clase por otra, por la otra, al nivel de la forma y del contenido de la acción del estado?
En la forma, el estado se vincula con los poseedores de mercancías como iguales; sus medios de intervención en las relaciones entre ellos, por lo tanto, deben permitir expresar esta igualdad. El primer medio para ello es el derecho en tanto que medio de mantener esta igualdad formal, constantemente amenazada por la arbitrariedad del capital así como por la resistencia de los trabajadores, Marx ilustra esto con el ejemplo de la fijación de la duración legal de la jornada de trabajo.[34] La definición del valor de uso del trabajo que se adopta ahí expresa la igualdad formal entre los compradores y los vendedores al mostrar claramente cuánto trabajo expresado en tiempo equivale al precio de una jornada  de trabajo. El segundo medio es el dinero; las decisiones del estado en materia financiera no se refieren formalmente más que a los individuos en tanto que poseedores de dinero, al aumentar o disminuir la cantidad  de dinero del que disponen. La intervención del estado se limita, pues, al plano de la distribución. Evidentemente, la distribución tiene efectos directos sobre la producción, pero el contenido cualitativo de ese efecto es algo que se sustrae a la voluntad del estado, que se encuentra en la libertad de decisión del sujeto burgués y que está por lo tanto sometido a la competencia. Por ejemplo, el empréstito de estabilidad que acaba de emitirse debe disminuir el volumen del consumo (que lo haga efectivamente o no, es otro asunto). Sin embargo, ¿el consumo de cuáles mercancías se verá limitado? El estado no puede tener ninguna influencia a ese nivel. Subvenciones a la industria, medidas de estímulo a las inversiones, etc., deben impulsar la producción. ¿Qué es aquello que se producirá más, cómo, con qué nuevas técnicas? Esto escapa al campo de acción del estado.
Hemos admitido más arriba, sin embargo, que la tarea del estado era asegurar la reproducción de las clases. Es necesario, pues, por una parte, que en la manifestación superficial de las clases en tanto que poseedoras indistintas de dinero esté ya contenida su desigualdad estructural, a fin de que la referencia del estado pueda asegurar la reproducción de las clases en esta manifestación superficial suya. Por otra parte, se necesitan mecanismos eficaces que permitan al estado asegurar las condiciones cualitativas del proceso de reproducción, aunque no pueda actuar sino a través del dinero, es decir, cuantitativamente, sobre el proceso económico. Hay que preguntarse, pues, en qué medida el estado puede ejercer efectivamente una influencia sobre las relaciones materiales de la producción (cuya inadecuación estructural provoca el restablecimiento, a través de la crisis, de la concordancia entre las proporciones materiales y de valor); y hay que preguntarse de qué manera se produce esto.
Un individuo, en tanto que propietario de dinero, no se distingue cualitativamente de otro; su derecho a la participación en la riqueza socialmente producida no difiere más que cuantitativamente del derecho de otro propietario de dinero. En consecuencia, las fuentes de ese dinero, a saber, el capital y el trabajo, aparecen como equivalentes. Uno percibe su ingreso del capital, el otro del trabajo; desaparece cualquier indicio en cuanto a la verdadera fuente de esta riqueza social. Existe no obstante, aun en ese plano, una diferencia estructural entre el trabajo y el capital en tanto fuentes de ingreso. En la ganancia, en tanto ingreso, la reproducción de la fuente del ingreso, es decir, del capital existente, es siempre presupuesta, mientras que la fuerza de trabajo no se reproduce jamás sino en la misma escala. Y esto debe ser así: “la necesidad de mejorar la producción y de expandir su escala simplemente, sólo como medio para mantenerse [subrayado por M.W.] y so pena de sucumbir”[35] es impuesta al capital individual por la competencia. El obrero conserva el valor preexistente mediante la producción del plusvalor, al transferirlo a la nueva producción. En la superficie, a saber, al nivel de la distribución, esto se manifiesta en el hecho de que es únicamente el nuevo valor creado lo que aparece como ingreso del capital y del trabajo; sólo este producto nuevo -en tanto el producto social neto de la economía burguesa- es objeto de distribución entre los propietarios de las diferentes fuentes de ingreso, objeto de la competencia librada entre las clases por la porción apropiada del nuevo producto, objeto de la “redistribución” por parte del estado y, finalmente, la base del financiamiento del estado.
La reproducción de la relación de clases -en tanto que reproducción del capital ya existente en las manos de los capitalistas- es pues la condición previa a la aparición de los propietarios de dinero en el mercado. El intercambio en el mercado se realiza entre propietarios de mercancías cuyas mercancías contienen de antemano la fuerza de trabajo apropiada gratuitamente y propietarios de mercancías cuya mercancías tienen menos valor del que pueden producir. Además, la condición de la reproducción del capital como fuente de ingreso es el crecimiento, la acumulación del capital, mientras que la reproducción de la fuerza de trabajo no está sometida a esta condición -o bien, cuando lo está, se encuentra sin embargo fuera de ella. La relación del estado con la reproducción  de los individuos implica por lo tanto desde el principio esta desigualdad estructural entre los propietarios de dinero y esta desigualdad constituye al mismo tiempo el límite de las posibilidades de la intervención del estado en favor de una u otra clase.
En este plano general, la necesidad de garantizar la reproducción de las clases no permite determinar, en una primera aproximación, más que dos funciones del estado: por una parte, el estado debe, mediante la sanción de normas jurídicas, impedir que se imponga la tendencia, inherente a la competencia, a la destrucción de la base del sistema, a saber: de un lado, la existencia de una clase de asalariados libres, y del otro, la libertad de circulación del capital; el estado debe garantizar la igualdad formal de todos en tanto participantes en la competencia.
Debe, por otra parte, asegurar los medios que permitan el desarrollo concreto del proceso de intercambio entre los propietarios de mercancías y garantizar el reconocimiento del dinero como “equivalente general” El problema de la inflación y de las crisis monetarias reside precisamente en la incertidumbre que generan a propósito de si los medios de cambio, al modificarse, seguirán realmente cumpliendo mañana su función, que consiste en ser medios de cambio y, por lo tanto, esta incertidumbre limita tendencialmente la circulación y, a la vez, limita en consecuencia la producción -este efecto es conocido en la economía burguesa con el nombre de “fuga hacia los valores materiales”. Pero sólo la garantía del valor del dinero puede permitir entrelazar procesos de producción mediante compras y ventas sin correr el riesgo de que, entre tanto, las “revoluciones en los valores” tiendan a desvalorizar los productos y de que, en consecuencia, el capital no se valorice sino que se desvalorice.[36]
Las otras tareas que puede encarar el estado deben determinarse, en mi opinión, únicamente de manera histórica y concreta: solo pueden establecerse cuáles son, en ciertas circunstancias concretas dadas, las “condiciones generales de la producción”, en relación con la situación específica.
Sin embargo, es posible resaltar los elementos relativos a las formas en las cuales el estado puede satisfacer tales “condiciones generales de la producción”, es decir, en las que puede garantizar la “existencia del sistema”.
Hemos definido como condiciones de la reproducción del capital en su conjunto, por una parte, una valorización cuantitativa suficiente de los capitales individuales y, por la otra, la observancia de las proporciones materiales que resultan de las necesidades de la reproducción y de la acumulación. En la competencia, el capital tiende a romper todos los límites del valor de uso; la crisis restituye de manera violenta la unidad de las proporciones materiales y de valor y permite así la reanudación. Si se concibe al estado como “garante de la existencia del sistema”, esto significa que se le atribuyen funciones parecidas a las de la crisis, a saber, la de asegurar las condiciones materiales necesarias para la reproducción social de conjunto, al mismo tiempo que la de garantizar una valorización suficiente del capital. Por lo tanto, la contradicción entre las condiciones cuantitativas y cualitativas de la reproducción no es abolida, sino que por el contrario aparece bajo una forma nueva, como exigencias contradictorias frente al estado.
 
3. Los límites de la “intervención del estado”[37]
La tesis según la cual el estado garantiza la reproducción del capital en su conjunto plantea, en primer lugar, la pregunta acerca de cómo “el estado” -a diferencia de los capitales individuales- tendría conocimiento de las condiciones de esa reproducción. La burocracia del estado no “sabe” (no en mayor medida que los capitales individuales) cuáles son las medidas “objetivamente” necesarias para el mantenimiento del sistema en casos concretos dados.
Muy por el contrario, tales “necesidades” no aparecen más que cuando no se satisfacen o, en otros términos, aparecen como crisis; la tarea del estado consiste entonces, en evitar que se acentúe una crisis que comienza a manifestarse. Por otra parte, esas deficiencias no aparecen como deficiencias de la “sociedad en su conjunto”, sino como particulares: atenta contra el interés de una clase o de un grupo y no se convierten en “crisis” manifiesta sino a través de la articulación de intereses. Además, no es fácil ver la causa -inmediata o lejana- de esta crisis; las deficiencias que emergen no indican una falencia específica susceptible de darles origen, y esto no sin razón: la construcción lineal del encadenamiento de causas y efectos no puede aprehender la estructura contradictoria de las causas de la crisis. Este fenómeno ofrece entonces la posibilidad de que cualquier grupo de interés tenga su interpretación propia de las causas de la crisis y adelante su propuesta en cuanto a los medios para remediar las falencias.
La tesis según la cual el estado debe asegurar la reproducción social implica, en segundo lugar, que los medios financieros para esta tarea están en principio a su disposición. Ahora bien, éste no es precisamente el caso. Como el estado debe financiar sus gastos con el nuevo producto, está sometido a una escasez financiera crónica; crónica, por una parte, porque no existe ningún límite lógico para las tareas que pueden exigirse al estado y, por la otra, porque las condiciones de la producción que deben satisfacerse “a largo plazo” representan siempre, para los capitales individuales, una reducción de las ganancias obtenidas individualmente.
El análisis de la actividad del estado debe, en tercer lugar, tener en cuenta el hecho de que no existen condiciones de la producción “generales” más que en un grado de abstracción muy elevado. En realidad, la garantía de tales condiciones “generales” como, por ejemplo, las escuelas, las carreteras, etc., beneficia necesariamente a capitales concretos, a fracciones concretas de la clase obrera. Pues el estado no construye carreteras en general, sino siempre carreteras muy precisas. En ese sentido, ciertamente, es correcto observar que las medidas concretas del estado benefician actualmente en mayor medida al gran capital, pero esto no nos exime de analizar hasta qué punto se expresan o no “necesidades generales” en esas medidas.
Como se desconoce la orientación dada a la reproducción social, las medidas del estado sólo pueden intentar volver a corregir los desequilibrios existentes únicamente de manera reactiva, a posteriori -por medio del método del ensayo y error [trial-and-error-Verfahren]-. Ahora bien, esa vuelta al equilibrio significa, necesariamente, otorgar ventajas a ciertos grupos. Resulta de ello que en cada crisis surgen conflictos en cuanto a la cuestión de determinar en detrimento de quién se trata de superar tal crisis; y esto no solamente entre el capital y el trabajo, sino asimismo entre fracciones del capital, así como en el seno de la clase obrera.
Al afirmar que el estado debe intervenir “en interés de la valorización del capital”, se oculta el hecho de que ese “interés de la valorización del capital” no está definido y  aparece como un conjunto, contradictorio en sí mismo, de intereses individuales. Se necesitaría, pues, poder demostrar de qué manera el estado puede asegurar la reproducción social dentro de los límites de las posibilidades antes citadas, límites relativos a la información, al financiamiento y a la ejecución de las medidas una vez que se adoptan.
Del mismo modo que el empresario puede producir de una manera inadecuada para el mercado porque sus informaciones no fueron bastante precisas o porque las condiciones de venta se modificaron, el estado puede producir sin satisfacer las condiciones de la reproducción necesarias. Así como para los capitales individuales sólo ex post se demuestra si sus productos incluyen el trabajo socialmente necesario, de la misma manera el estado no puede comprobar sino a posteriori si sus medidas fueron efectivamente apropiadas a las exigencias reales.
Así pues, esas comprobaciones suscitan la ardua pregunta: ¿por qué el sistema a pesar de todo funciona -por qué, a pesar de la ausencia de una institución situada por encima de todos los grupos, capaz de intervenir en todos los conflictos y de resolver todas las contradicciones, los problemas de la reproducción social son manifiestamente resueltos hoy día sin demasiados conflictos; en otras palabras, sin que una situación revolucionaria sea una perspectiva inmediata en los países capitalistas industriales?
Hay dos respuestas posibles a esta pregunta. En primer lugar, la pregunta está mal planteada, pues la cuestión de saber por qué el sistema funciona a pesar de una planificación deficiente del estado presupone precisamente lo que debería demostrarse, es decir, que el capitalismo tiene necesidad para funcionar de una regulación de estado que “funcione” de manera adecuada. Puede objetarse, por otra parte, que el desarrollo del capitalismo desde 1945 se debe muy escasamente a la política económica de estado; más aún, el estado desempeña en general un papel mucho más limitado en la reproducción del capital de lo que permiten suponer a primera vista las formas en que se presentan sus actividades.
La segunda respuesta posible -que no es contradictoria con la primera- es que precisamente la forma del método del ensayo y error constituye el modo de intervención del estado adecuado al capitalismo y que cuanto más la burocracia de estado intente dar una forma clara y lógicamente coherente a las intervenciones -cuanto más intente establecer “de antemano” programas de largo plazo y planificar la acción del estado-, tanto más esta acción debe entrar en contradicción con las exigencias reales del proceso de producción y de su evolución natural y espontánea.
Ya hemos mostrado que la concepción de un capitalismo monopolista “moribundo” suscita necesariamente la idea según la cual existen mecanismos, situados “fuera” del capital, que impidieron hasta ahora su muerte. Cuando se pone en duda la tesis del capitalismo moribundo, la conclusión que se sigue es igualmente caduca. En tanto que la revolución no tenga lugar, el capitalismo se desarrollará y las medidas tomadas por el estado no serán sino medios, entre otros, para asegurar ese desarrollo. Esto ciertamente no convierte en superflua la siguiente pregunta: ¿por qué esos medios aparecen en cierto momento de la historia? Pero este aspecto de las cosas relativiza al menos la comprensión teórica de esos fenómenos mediante la idea de la declinación del capitalismo, comprensión que pretende explicar todo pero que, en realidad, no explica nada.
Lo anterior puede ilustrarse mediante el ejemplo de la crisis económica mundial. La interpretación tradicional hace de la crisis económica mundial el caso tipo de la incapacidad del capital para transformar, “por sus propias fuerzas”, esta crisis en un medio susceptible de entablar la reactivación y considera a esta crisis, al mismo tiempo, como un síntoma de la “crisis general del capitalismo”. Ahora bien, siguiendo las reflexiones desarrolladas más arriba, no hay ninguna razón para no considerar las fuerzas del estado como “fuerzas propias” del capital. El modo de la solución que se aplica a la crisis económica mundial es en consecuencia, el mismo con el que el capital intenta resolver sus crisis. No es en  absoluto en sí un indicio de la desintegración y de la declinación del capitalismo, a menos que pueda demostrarse que al mismo tiempo en que se desarrollan esas nuevas formas las condiciones maduran para dar nacimiento a situaciones revolucionarias. Pero esto no es precisamente lo que sostiene la teoría del capitalismo monopolista de estado. Al contrario, entiende a las formas existentes de regulación de las crisis por parte del estado como medios que vuelven más difícil el nacimiento de la conciencia revolucionaria. Solamente así se justifica, por otra parte, la teoría de la democracia antimonopolista como forma de transición al socialismo. Sin embargo, no puede pretenderse, por un lado, que el capitalismo tienda irresistiblemente hacia su fin (por lo menos hacer de ello una afirmación abstracta, válida en general) y comprobar, por el otro, que no sea necesario aguardar una situación revolucionaria.
Parece indispensable, por lo tanto, interpretar de una manera diferente el curso de la historia del capitalismo desde 1929. El punto de partida para hacerlo es determinar la función de la crisis de 1929-33.
La crisis significa para el capital, por una parte, el colapso de la valorización y de la realización “normales”; pero, por la otra, en tanto que crisis de saneamiento, crea las condiciones para una reactivación, para un nuevo desarrollo de la producción.
Simultáneamente, la crisis puede ser el punto de partida del nacimiento de la conciencia revolucionaria y, en consecuencia, del rebasamiento del modo de producción capitalista. La crisis siempre encierra, pues, dos momentos: la posibilidad de un nuevo arranque del desarrollo del capital y la posibilidad de su supresión. Independientemente de la cuestión de averiguar si esta alternativa se ha planteado históricamente durante la crisis económica mundial, el hecho de que la revolución no haya tenido lugar abre la posibilidad para el capital de crear las condiciones favorables para un nuevo desarrollo mediante la destrucción de capitales y de hombres en un grado hasta entonces jamás conocido.[38] La crisis y la guerra mundial, aunque la “esfera de influencia” del capital se limitara después, no condujeron primariamente a la declinación del capital sino a una nueva prosperidad del capitalismo. El papel que desempeña el estado en este desarrollo no fue seguramente más que el de uno de los factores de esta nueva prosperidad, factor que por añadidura no es especialmente importante. La necesidad de admitir funciones nuevas del estado que fueran la causa del presente curso de la acumulación capitalista proviene, pues, únicamente de la tesis, en mi opinión absurda, según la cual el capital no puede subsistir “sin” las medidas tomadas por el estado. Esta afirmación también es abstracta y general. Si se parte de la premisa según la cual el capital atravesó, por lo menos hasta 1965, una fase de expansión, sólo puede plantearse la pregunta de la siguiente manera: ¿cuáles son las causas, en las formas hoy existentes de la reproducción del capital, de la constitución de las funciones económicas del estado? No obstante, aun en ese caso, hay que explicar la eficacia de éstas mediante un análisis de la marcha de las crisis cíclicas y no como un elemento agregado “del exterior”. La eficacia de las medidas que toma el estado se determina en primer lugar, entonces, a partir de la fase del ciclo en la cual se encuentra el capital. Así pues, en la República Federal Alemana (RFA), por ejemplo, sin duda quedó demostrado que era correcto afirmar que la política coyuntural del estado, durante una recesión, puede tener un efecto favorable a la reactivación (aunque la vía de salida de la crisis de 1966-1967 haya sido más bien la exportación), pero que, en el momento de una coyuntura de auge, se limita esencialmente a realizar algunas exhortaciones o bien a poner diques a las reivindicaciones salariales.
De este modo, vuelvo a la segunda repuesta posible a la pregunta: ¿por qué el “sistema” funcionó relativamente sin crisis hasta el presente, a pesar de las imperfecciones de la dirección política del estado? La impotencia del estado frente a los procesos económicos naturales y espontáneos de la recesión de 1966-1967 se manifiesta subjetivamente para el aparato de estado como insuficiencia de su capacidad de planificación. La idea de elevar este hecho a la categoría de una “fase nueva” en la que se reforzaría el carácter planificado del capitalismo no puede ser concebida sino por alguien que tome las buenas intenciones por actos. Aun los que habían tratado de desarrollar propuestas relativas a la organización y a la transformación del aparato de estado para acrecentar la capacidad planificadora, comprendieron que las reorganizaciones internas no cambiaban en nada las limitaciones impuestas de hecho a la planificación de estado y se dieron cuenta de que esas limitaciones eran las condiciones mismas del sistema. Así, el objetivo fijado primariamente a la planificación financiera de mediano plazo, orientado a vincular la planificación de las tareas con la planificación financiera, resultó impracticable porque la planificación de las tareas está ligada a su vez, en gran medida, a la cuestión de la recaudación de fondos. Las tareas prioritarias no son las determinadas a partir de un programa político cualquiera sino que, al contrario, son las destinadas a procurar el dinero necesario para el financiamiento de las otras tareas. Este aspecto aparece muy claramente al menos en la política fiscal; la pregunta no se plantea en estos términos: ¿cómo es posible alcanzar una definición cualquiera de la justicia fiscal?, sino en estos otros: ¿dónde puede reunirse el mayor dinero posible con el mínimo de resistencia y sin temor de perderlo de nuevo en otra parte?
Así pues, es fácil verificar que el objetivo de una mayor independencia con respecto a las vicisitudes cotidianas del desarrollo económico, objetivo que estaba en el origen del concepto de la planificación financiera de mediano plazo, fue poco a poco abandonado. El carácter ilusorio de este concepto se revela especialmente en la crisis monetaria actual.
Todavía pueden mostrarse mejor los límites de la planificación de estado comparándola con la planificación practicada en la empresa. Para poder planificar, es necesario que las decisiones alternativas existentes revistan una forma lógica y coherente, dicho de otra manera, es necesario que puedan expresarse en unidades cuantitativas de un tercer término. Para la empresa, el objetivo del plan es la maximización de la ganancia; todas las decisiones se expresan en ganancia o en pérdida de dinero. El dinero como forma cuantitativa del valor permite al capitalista decidir de manera lógica y coherente entre los términos de la alternativa que se plantea cualitativamente; no suprime las contradicciones frente a las cuales debe adoptar una actitud, sino que el proceso de toma de decisión, tal como se desarrolla, es la forma que le permite adoptar una actitud apropiada frente a esas contradicciones.[39]
El estado, por su parte, se encuentra colocado ante un problema similar: necesita dar una forma única a intereses contradictorios, forma que le permita tomar una decisión lógica y coherente a propósito de éstos. Una de las condiciones para ello es, ante todo, que los intereses aparezcan como cuantificables, es decir, como intereses que apunten hacia aumentos de salarios, incrementos de ganancias, etc.
Empero, aún en este caso, los problemas que el estado debe resolver no son mensurables: no existe escala de cuantificación que permita decidir si “vale más” construir una escuela o una autopista. E incluso si, en un cierto sector, la cuantificación y la conmensurabilidad de las tomas de decisión parecen aseguradas (inútil insistir aquí sobre el carácter dudoso del “análisis de “costos- beneficios”  emprendido con este fin), la decisión resultante todavía no dice nada respecto de la posibilidad de su realización política. Las instancias del estado no solamente deben preguntarse, por ejemplo, cuál es la forma menos onerosa de organizar la formación, sino también cuál organización pueden “permitirse” políticamente.
A esto se agrega el hecho de que la exigencia de una planificación por parte del estado siempre aparece en el momento en que la “marcha autónoma” del proceso económico ya no parece cubrir todas las necesidades. En tanto que, por ejemplo, en Alemania Federal la evolución coyuntural permitía conceder más salarios y al mismo tiempo obtener mayores beneficios, el caballito de batalla no era la planificación, sino el laissez faire. Se reivindica pues la intervención del estado en el momento preciso en que los intereses de las clases y de los grupos aparecen como contradictorios; se requiere dicha intervención para subordinar a los intereses de un grupo o clase de manera sistemática los de los demás. En la medida en que el estado interviene de esta manera, sin embargo, debe violar otro imperativo, a saber, el de la “satisfacción” de todo el sistema, es decir, el de mantener la ilusión de la libertad y la igualdad, condición previa para la reproducción del capital.
La idea de “garantía del sistema” como “objetivo supremo” del estado comparable, al nivel de los capitales individuales, a la “maximización de la utilidad”, disimula los límites de la planificación más que esclarecerlos.
Sugiere la idea de un estado que sería una suerte de “cuba” capaz de recoger las contradicciones del proceso de reproducción del capital y cuya intervención “salvaría” efectivamente al sistema; esto agregado, además, a la apariencia superficial según la cual existe una separación entre el sistema económico, dotado de sus propias leyes, y el estado, que interviene “desde afuera”.
Si, por el contrario, se asumen las tomas de decisión del estado como un elemento constitutivo del sistema global de reproducción de la sociedad capitalista, es fácil ver que no forman parte precisamente de un sistema coherente en sí de planificación estatal ni son intervenciones “orientadas” del estado, sino que el proceso de determinación de las decisiones tal como existe, caótico a primera vista -proceso, por otra parte, particularizado en los diferentes ministerios, sin coordinación eficaz, sin información recíproca, signado en parte por un bloqueo mutuo consciente-, solo permite asegurar, en cierta medida, un margen de maniobra suficiente para tener en cuenta intereses contradictorios.
Por otro lado, por supuesto, no es un azar que el estado llegue hoy a una situación que lo obligue a planificar su propia acción: cuantos más sectores sociales sean afectados por la actividad del estado, tanto más el estado dependerá de la planificación si no quiere contrarrestarse constantemente a sí mismo.
Cuanto más amplias y complejas sean las tareas que incumben al estado, más deben referirse no sólo de manera abstracta, sino concretamente, al contexto global de la producción y tanto más necesario será “proteger” ese proceso de toma de decisión contra intereses particulares.
La forma de organización que asegura esa protección es la burocracia: el capital crea, por medio de la burocracia estatal, la instancia que, relativamente autónoma frente a los contradictorios intereses de grupos, debe definir un “interés del sistema”. Ya hemos demostrado los límites estructurales de semejante interés “consciente”; pero aun la limitada posibilidad de articulación y realización de objetivos globales necesita un sistema de organización propio.
Ahora bien, cuanto más trata la burocracia de estado de establecer una jerarquía en las tomas de decisión, de ser la expresión de una “voluntad común” rigurosamente organizada, tanto más debe asegurarse ante las presiones ejercidas por intereses sociales exteriores, pues esos intereses son contradictorios en sí e incluso pueden entrar en contradicción con los “objetivos del sistema” de largo plazo.
Sin embargo, el estado depende de informaciones procedentes “desde afuera” para establecer su planificación y para imponer sus medidas. Sólo el sistema de articulación de intereses a través del parlamento y de las asociaciones permite saber dónde se localizan eventuales focos de conflicto y de crisis. Sin este conocimiento, no es posible ningún manejo de la crisis. En consecuencia, cuanto más actúan los intereses contrarios sobre el proceso de toma de decisiones del estado, tanto más verosímil es que las medidas decididas no sean “racionales” desde el punto de vista de la planificación a largo plazo. En cambio, cuanto menos tales intereses participen en la elaboración de las decisiones, tanto más imposible será realizarlas tendencialmente. Con la introducción de un método de planificación racional en sí, la burocracia se priva a sí misma, pues, de tener en cuenta los intereses existentes en la sociedad. Planifica sin satisfacer a los mismos a quienes atañe la planificación. Tal planificación de estado puede explicar la multiplicación de las iniciativas de los ciudadanos en tanto que reacciones a ésta, en tanto que tentativas de integrar, tardíamente, intereses a los cuales no se ha tenido necesariamente en cuenta en un programa de planificación “coherente”.
Resumamos pues: por un lado, asegurar la reproducción del capital exige la integración, en el proceso de toma de decisiones organizado por el estado, de los intereses de individuos que apuntan a mantener sus fuentes de ingreso. La integración de los intereses de los trabajadores en cuanto a la reproducción de su fuerza de trabajo (integración que data de la introducción del sufragio universal) hace que el terreno de la sociedad en su conjunto se convierta, en principio, en objeto de la política del estado. Todos los conflictos que surgen entre el trabajo y el capital aparecen pues como susceptibles de ser arbitrados por el estado; todos los procesos económicos aparecen como susceptibles de ser determinados por el estado. Hemos tratado de demostrar que todo esto no es más que una apariencia, que las actividades del estado en tanto que elementos constitutivos de la reproducción del capital dependen de su curso natural y espontáneo. Sin embargo, la institucionalización de esos procesos políticos de toma de decisiones constituye la base de la “ilusión del estado social” así como el punto de partida de la tesis sostenida por la teoría del capitalismo monopolista de estado que afirma que la integración del estado en el proceso de reproducción permitiría a la clase obrera ejercer sobre los asuntos del estado una influencia favorable a sus intereses. Esto no es falso, si se entiende por ello la influencia ejercida sobre las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo. Pero esta influencia permanece encerrada dentro de las condiciones de reproducción de la clase, en tanto que clase, en el seno del capitalismo; permanece encerrada en el marco de las condiciones de reproducción tales como aparecen en la superficie.
Con todo, el límite entre tales “intereses inmanentes” y los intereses que tienden a la supresión del propio sistema de explotación siempre es móvil. Es por esta razón que la violencia “extra-económica” del estado sigue siendo indispensable. La articulación de intereses integrada e “inmanente al sistema”, como hemos intentado mostrar, aprehende únicamente la apariencia superficial de las contradicciones realmente existentes. Esta es la razón por la cual no puede suprimir las causas de los conflictos. Por lo tanto, los intereses aparentemente integrados reaparecen sin cesaren la base, y la contradicción entre la reproducción del sistema de conjunto (como reproducción del capital) y los intereses del capital, por un lado, y la clase obrera, por el otro, resurge constantemente. Las otras formas que asumen las contradicciones en las condiciones actuales de la producción social no autorizan de ninguna manera en mi opinión a hablar del “fin del capitalismo”, a menos que pueda demostrarse que esas condiciones tienden no sólo abstractamente a la “superación”-algo que siempre hacen-, sino que este proceso de superación se lleva a cabo de manera histórica concreta.


[1]En la discusión me objetaron que Lenin mismo había ya hablado de las dos tendencias. Ahora bien, si una teoría se formula de una manera tal que sus conclusiones “se apliquen” “no sólo, sino también”, sin contradicciones ni problemas, a todos los fenómenos históricos, está permitido dudar de su validez para análisis concretos: en último análisis, la categoría marxiana de la contradicción se reduce así a un simple “por una parte, por la otra” pluralista.
[2] Marx, K.: Teorías sobre la plusvalía, México, FCE, tomo II, 1980, p.55.
[3] El presente artículo  se publicó originalmente, en Prokla 8/9, a continuación del artículo de Robert Katzenstein “Zur Theorie des staats monopolistisch en Kapitalismus” y a la manera de una crítica de dicho artículo [NdT].
[4] Hess, P.: “Der Kapitalismus und das Problem des gesellschaftlichen Fortschiritts”, en Wirtschaftswissenschaft 6, 1967, p. 999.
[5] Para prevenir un malentendido: no se trata aquí de hacer una presentación e interpretación completas de la teoría del imperialismo de Lenin, sino de poner de relieve algunos puntos en los cuales se basa -con o sin razón- la teoría del capitalismo monopolista de estado.
[6] Lenin, V.: “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, en Obras, Moscú, Progreso, 1973, tomo V, p. 194.
[7]Idem, p. 166.
[8]Idem, p. 167.
[9]Idem, p. 168.
[10]Idem, p. 169.
[11]Ibidem.
[12]Marx, K.:El capital, México, Siglo XXI, tomo III, p. 150-51. La controversia con la teoría del capitalismo monopolista de estado debe partir de la siguiente pregunta: ¿qué entiende Marx aquí por “relaciones reales”? ¿Se refiere a la situación histórica real del “capitalismo de competencia”, a la que corresponde el concepto de la “libre competencia”, de manera que al capitalismo monopolista ya no corresponderíaal “concepto” del capital”; o bien trata de exponer la propia naturaleza “real” del capital de manera general antes de pasar a analizar las particularidades históricas?
[13]Idem, p. 219.
[14] Lenin, V.: “El imperialismo”, ed. cit., p. 162.
[15]Idem, p. 165.
[16]Ibidem.
[17] Neusüss, Ch.: Imperialismus ünd Weltmarktbewergund des Kapitals, Erlangen, 1972, p. 88.
[18]Idem, pp. 90 y ss.
[19]Rosdolsky, R.: Génesis y estructura de ´El Capital´ de Marx, México, Siglo XXI, 1986, p. 520.
[20] [Este párrafo no se encuentra en las Theorien über den Mehrswert (MEW, tomo  XXVI, 2, p. 285, a las que remite Wirth. Pero Marx se refiere efectivamente a este punto en Teorías sobre la plusvalía, ed. cit, tomo II, p. 473 y ss.; NdE.]
[21]Lenin, V.: “El imperialismo…”, ed. cit., p. 209.
[22]Idem, p. 173.
[23] Véase Marx, K.: El capital, México, Siglo XXI, 1990, tomo III, pp. 433 y ss.
[24]Idem, p. 488.
[25]“Pero separado del capital, el proceso de producción es el proceso de trabajo en general. Por ello, el capitalista industrial, en cuanto diferenciado del propietario de capital, no aparece como capital actuante, sino como funcionario incluso con prescindencia del capital, como simple agente del proceso de trabajo en general, como trabajador, y más exactamente como trabajador asalariado”. (Ibidem).
[26] Véase Maüke, M.: Die Klassentheorie von Marx und Engels, Frankfurt, 1971, p. 99.
[27]Marx, K.: El capital, ed. cit., tomo II, p.604.
[28]Para prevenir otro malentendido: no se trata para nosotros de demostrar que “nada ha cambiado en el capitalismo”. Por supuesto, la ley de la tasa media de beneficio se realiza de manera diferente, puesto que el capital crea formas de organización diferentes. Se trata de demostrar que esas modificaciones sólo pueden ser explicadas si se desprenden claramente las implicaciones de la ley del valor, por ejemplo la implicación de la verificación según la cual la categoría de la tasa media de beneficio se relaciona al capital social total.
Los estudios relativos a las formas de realización modificadas de la tasa media de beneficio que se refieren al análisis de Marx deben, en consecuencia, primeramente examinar la cuestión de cuáles son las formas de diferenciación del beneficio individual con relación al beneficio medio desarrolladas por Marx antes de hacer la comprobación de una “cualidad nueva” del monopolio. Hasta donde se puede saber, la teoría del capitalismo monopolista de Estado no ha hecho nada en ese sentido. Por otra parte, las razones que determinan esa “cualidad nueva” del monopolio siguen siendo muy vagas; se reducen esencialmente a la afirmación según la cual la utilidad monopolista no puede ser explicada por la “sola” ley del valor en la medida en que se agregue ahí otro elemento, el del “poder económico” (cualquiera que sea, por otra parte, su definición). Sin embargo, esta posición tiene como consecuencia que no puede ya haber ahí razones generales que determinen el nivel de los beneficios individuales en el promedio de un ciclo. Si esto resultara exacto, uno no podría ya referirse en esos análisis a la ley del valor, y tampoco a Marx. Ciertamente, no se está obligado a referirse a ellos, pero entonces hay que concluir claramente.
[29]Véase para lo que sigue von Flatow, S. y Huisken, F.: “El problema de la derivación del estado burgués” [incluído en este volumen].
[30]Marx, K.: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI, 2007, tomo I, p. 131.
[31]Idem, p. 186.
[32]Es evidente que la “circulación simple de las mercancías”, en tanto que nivel de abstracción de la descripción hecha en El capital, no debe comprenderse como la descripción de un modo de producción realmente existente; por definición, la producción no está tomada en consideraciónahí.
[33]Partiendo de esta derivación del estado burgués, sería necesario examinar en especial las categorías de “infraestructura” y “superestructura” que sirven para designar la relación entre el capital y el estado. Puede afirmarse que estas categorías no aprehenden más que la superficie de las cosas, es decir, la manera como la “economía” y la “política” aparecen como entidades separadas, y no su relación especifica necesaria. La totalidad de la reproducción del capital se presenta a primera vista como la totalidad de los procesos sociales en curso: la relación entre la estructura básica de “nuestra sociedad capitalista” y su aparición en la superficie, por lo tanto, no puede ser asimiladas sin más a las relaciones entre la “infraestructura” y la “superestructura”, entre la “economía” y la “política”, que aparecen en la superficie de las cosas. Esta confusión conduce, por otra parte, a concebir el análisis marxista como si fuera puramente “económico”; análisis que debería, en tanto que “política económica” de un género especial, ser puesto en relación con otras “ciencias sociales”.
[34]Véase Marx, K.: El capital, ed. cit., tomo I, p. 277 y ss.
[35]Idem, p. 314.
[36]No se trata de la cuestión de saber si el estado puede efectivamente desempeñarlas, sino únicamente de saber por qué se le asignan algunas tareas. Esto no implica precisamente que las contradicciones -por ejemplo, las que engendra la inflación- queden así resueltas; esto simplemente precisa la forma específica en la cual pueden moverse: “Es éste, en general, el método por el cual se resuelven las contradicciones reales” (idem, p.127).
[37]Véase para lo que sigue: Ronger, V. y Schmieg, G.: Restriktionen politischer Planung, Munich, mimeo, 1972.
[38]Véase Mandel, E.: El capitalismo tardío, México, ERA, 1979
[39]Es necesario aclarar que nosotros no entendemos que esto “funcione” siempre, ni que esos procesos de decisión en la empresa se presenten realmente así; por otra parte, el éxito alcanzado en el mercado, evidentemente, no siempre es un elemento de juicio suficiente en cuanto a la racionalidad inmanente de los procesos de decisión en el seno de la empresa.

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