22/12/2024
“¡Una compañía de infantería de los Estados Unidos acaba de llegar!
Si tu hubieras sido vietnamita: Podíamos haber quemado tu casa. Podríamos haber matado a tu perro.
Podríamos haberte matado a ti. Podríamos haber violado a tu mujer y a tu hija.
Podríamos haberte entregado a tu gobierno para que te torturasen.
Podríamos habernos llevado recuerdos de tu propiedad. Podríamos haber acribillado a tiros todas tus cosas.
Podríamos haberos hecho TODAS esas cosas a ti y a toda tu CIUDAD.
Si no te molesta que los soldados estadounidenses hagan estas cosas cada día a los vietnamitas simplemente porque son gooks (inferiores, infrahumanos), entonces imagínate a ti mismo como una de las VICTIMAS silenciosas”.
Folleto de 1981, Citado en Nick Turse, Dispara a todo lo que se mueva. La verdadera guerra norteamericana en Vietnam, Editorial Sexto Piso, Madrid, 2014, p. 282.
58.193 es la cifra oficial de muertos estadounidenses en la guerra de Vietnam, llamada la Guerra de los diez mil días, en la cual Estados Unidos sufrió una derrota estrepitosa, pero dejó una huella imborrable de horror y barbarie que debería avergonzar a cualquier habitante de ese país. Esa cifra de muertos acaba de ser alcanzada en el interior del imperio el 28 de abril, pero no por una guerra sino por la acción del coronavirus.
Mientras la primera cifra de muertos se presentó durante veinte años, la de la pandemia ha ocurrido en 90 días. Es emblemática la coincidencia casi perfecta con la fecha en que se selló la derrota de Estados Unidos en Vietnam, el 30 de abril de 1975. 45 años después de la huida de Saigón de los representantes diplomáticos y militares de Estados Unidos, como momento imborrable de la debacle política y militar en territorio vietnamita, es bueno revivir esa atroz guerra de agresión imperialista contra un pueblo de campesinos y compararlo con lo que está sucediendo en las entrañas del imperio.
Estos dos símbolos, el número de muertos y la coincidencia cronológica, nos sirven para reflexionar sobre las dos guerras que perdió Estados Unidos: la de Vietnam y la del coronavirus.
LOS CRIMENES DE ESTADOS UNIDOS EN EL SUDESTE ASIÁTICO (1945-1975)
En 1955 el escritor inglés Graham Greene publicó su novela El Americano impasible, en la cual se relata el comienzo de la intervención militar de Estados Unidos en Vietnam, que intentaría sustituir al moribundo imperio colonial de Francia, mediante una prolongada guerra que se extendería hasta el 30 de abril de 1975. En forma premonitoria G. Greene muestra la crueldad de los estadounidenses en su intento de impedir la construcción de un país independiente y soberano, luego de la derrota de los franceses.
La sevicia y criminalidad acompañan desde el principio la presencia estadounidense en Indochina, como lo relata el escritor inglés a pequeña escala, a partir del ejemplo de un agente secreto (de la CIA) que actúa para sabotear los intentos de independencia de Vietnam. En los 20 años siguientes a la publicación de libro de Greene, esa sevicia y criminalidad alcanzó unas cotas de deshumanización que mostraron la podredumbre moral del imperialismo estadounidense. Durante ese conflicto, Estados Unidos violó las normas básicas de la guerra e incurrió en crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. 2 Para empezar, Estados Unidos envió a miles de soldados a Vietnam, los cuales ni siquiera sabían localizar a ese país en un mapa. Esa ignorancia arrogante se basaba en el supuesto que ese lejano territorio era un “pequeño país de mierda y sería una victoria fácil, pan comido. Pero ellos sabían cómo luchar y nosotros no”1 .
El racismo y supuesta superioridad por parte de los Estados Unidos los llevaba a despreciar a los vietnamitas, quienes eran considerados como subhumanos y casi animales que debían ser exterminados, máxime que eran comunistas, hasta el punto de que el presidente Lyndon B. Jonson llegó a afirmar que “Vietnam no era más que un pequeño país de cuarta”. Entre 1962 y 1971 Estados Unidos destinó tres millones de soldados a la guerra de Vietnam y gasto durante toda la confrontación 200 mil millones de dólares. Las atrocidades llevadas a cabo por las tropas de ocupación de los Estados Unidos y planeadas por los altos mandos civiles, militares y corporativos de la primera potencia mundial, alcanzaron un nivel de perversión y sadismo pocas veces alcanzado, tanto por su frecuencia como por utilización consciente y planificada, ya que se utilizaban para producir el mayor daño y dolor que fuera posible.
Un ligero inventario es apenas ilustrativo de esa sevicia criminal:
➢Entre 1962 y 1973, Estados Unidos arrojó sobre Indochina ocho millones de toneladas de bombas, una cantidad tres veces superior a las bombas usadas en la II Guerra Mundial. ➢Roció a Vietnam del Sur con 86 millones de litros de defoliantes (entre ellos Napalm y Agente Naranja), con el objetivo de quitarle al Vietcong comida y escondites en la selva
.Fotografía de niños de Vietnam que huyen de los bombardeos con napalm realizados desde aviones de los Estados Unidos. Los niños lloran por las quemaduras producidas. Esta foto fue tomada por el fotógrafo Nick Ut el 8 de junio de 1972. La niña de la foto es Kim Phuc de nueve años, la cual corría desnuda y aterrorizada.
➢Dos tercios de las aldeas del sur fueron destruidas y fueron arrasadas cinco millones de hectáreas de selva.
➢La cantidad de munición disparada por cada soldado de Estados Unidos en Vietnam fue 20 veces mayor que la empleada por los soldados en la segunda guerra mundial.
➢Vietnam es el país más bombardeado en la historia, solo entre 1965 y 1968 cada hora se lanzaron dos toneladas de explosivos en el norte del territorio.
➢400 mil toneladas de Napalm fueron arrojadas en el sudeste asiático y de una variedad modificada para causar más daño, elaborado para pegarse a la piel, a la ropa, ardiera más intensamente y durante más tiempo.
➢La fuerza aérea de los Estados Unidos utilizó tres millones de cohetes de fosforo blanco durante toda la guerra.
➢Un solo bombardero B-52 que llevaba bombas-guayaba (bautizada así porque alojaban en su interior centenares de bombas pequeñas de dispersión), en cada acción regaba en un radio de dos kilómetros cuadrados siete millones y medio de mortíferas bolitas de acero.
➢En el curso de la guerra los estadounidenses utilizaron seis mil millones de kilos de proyectiles de artillería.
➢En 1970, los Estados Unidos utilizaron 128.400 toneladas de municiones al mes.
➢Los defoliantes tóxicos fueron vertidos sobre cinco millones de seres humanos.
➢Los buldóceres utilizados por el ejército estadounidense arrasaron con el 2% de la vegetación del suelo de Vietnam.
➢La tasa de mortalidad infantil en Saigón, a mediados de la década de 1960, era de 36:2%, la mayor del todo el mundo en ese momento.
➢En la actualidad, en Vietnam un millón de personas sufren algún tipo de cáncer causado por el Agente Naranja y cien mil personas padecen malformaciones de nacimiento.
➢Entre los miembros del ejército de Vietnam del Sur, organizado y financiado por los Estados Unidos, hubo 224.000 muertos y un millón de heridos. Mientras que de las fuerzas de liberación de Vietnam del Norte y del Vietcong murieron 1.100.000 personas y fueron heridas 600.000. Entre los civiles perecieron dos millones de personas.
1 . Cristian G. Appy, La guerra de Vietnam. Una historia oral, Crítica, Barcelona, 2008, p. 117. 3
Lostestimonios sobre el genocidio realizado por los Estados Unidos son elocuentes, y basta recordar algunos de ellos: Asesinato de niños: “Un teniente capturó a dos varones vietnamitas desarmados y sin identificar, de edades estimadas entre los dos y tres años y los siete y ocho años (…) y los mató sin razón alguna”.
Los oficiales les decían a los soldados que “enemigo es todo lo que tenga ojos rasgados que viva en el poblado. No hay ninguna diferencia que sea mujer o niño (…) todos ellos son vietcongs o al menos los ayudan (…). No podéis convertirlos, sólo matarlos”2 . Fotografía de niños de Vietnam que huyen de los bombardeos con napalm realizados desde aviones de los Estados Unidos. Los niños lloran por las quemaduras producidas. Esta foto fue tomada por el fotógrafo Nick Ut el 8 de junio de 1972. La niña de la foto es Kim Phuc de nueve años, la cual corría desnuda y aterrorizada.
Trato a los prisioneros: “Cuando traían prisioneros del Vietcong heridos, un policía militar los vigilaba y no se les atendía hasta el final si era que lograban sobrevivir. En una ocasión (…) nos trajeron un miembro del Vietcong. Pusimos la camilla sobre el caballete para examinarlo, pero el medico agarró un bisturí y se lo hundió en el pecho. Luego lo sacó y se largó (…) Diez minutos más tarde aquel medico charlaba con sus colegas como si nada hubiera pasado”3 . 2 . Nick Turse, Dispara a todo lo que se mueva. La verdadera guerra norteamericana en Vietnam, Editorial Sexto Piso, Madrid, 2014, Pp. 28 y 41. En adelante, salvo que se indique lo contrario, las páginas citadas entre paréntesis corresponden a este libro. 3 . Cristian G. Appy, op. cit., 220. 4 Ejecución de un guerrillero de Vietcong a la luz publica por el jefe de Policía de Vietnam del sur, en 1968, siguiendo las enseñanzas de sus amos estadounidenses.
Deshumanización y racismo: Un veterano que participó en la guerra recordaba lo que le enseñaban acerca de la forma de comportarse con los vietnamitas, quienes no eran considerados como seres humanos, sino animales, “nos decían que no debían ser tratados con ningún tipo de misericordia (…). Eso es lo que gravaban en ti. Ese instinto asesino”. (p. 40). Uso del Napalm y defoliantes químicos: Si algo fue evidente en la guerra de Vietnam fue la utilización por parte de los Estados Unidos del Napalm, Agente Naranja y otros productos químicos que eran vertidos contra la población. Cada explosión, y fueron miles las que efectuaron en territorio vietnamita, arrasaba con el equivalente al área de diez campos de futbol y destruía todo lo que se encontraba en el camino, seres humanos, biodiversidad y dejaba cráteres y tierra arrasada. Era tan común su empleo que hasta las canciones de guerra de los soldados agresores lo expresaban, como una pieza musical compuesta por La Primera División de Caballería que decía así: Disparamos al enfermo, al joven, al cojo, hacemos cuanto podemos para matar y mutilar, porque todos los muertos cuentan lo mismo El napalm se pega a los críos. El carro de bueyes avanza por el camino, campesinos con una carga pesada todos son vietcongs cuando estallan las bombas El Napalm se pega a los críos. (p. 65).
Expulsión indiscriminada de los campesinos de sus aldeas: Un general del Ejército de los Estados Unidos expresaba su doctrina militar de esta forma: “Hay que sacar el mar en el que nadan los guerrilleros ‒es decir, los campesinos‒ y la mejor manera de conseguirlo es convertir sus pueblos en un infierno, de manera que se vayan a nuestros campamentos de refugiados”. (p. 84).
Destrucción de aldeas campesinas: Un soldado recuerda que luego de los bombardeos se buscaban las casas que se mantuvieran en pie y procedían a quemar las cabañas y los arrozales: “En unos días quemamos tanto arroz y tantas cabañas que por la noche se veía la ruta del día marcada por docenas de columnas de humo blanco, que se extendían de un valle silencioso a otro”. (p. 95).
Matanza de animales domésticos y silvestres: entre otra de las criminales tácticas de guerra empleadas por los Estados Unidos se mataba a los animales domésticos que tenían los campesinos, destacándose el de los búfalos de agua, importantes para el cultivo del arroz porque desempeñaban 5 el papel de tractores vivientes, con el objetivo de destruir las economías campesinas ligadas a ese cultivo.
Prostitución y turismo sexual promovido por Estados Unidos: hacia el final de la guerra, medio millón de mujeres habían recurrido a la prostitución como forma de supervivencia y a muchas de ellas no les quedaba más alternativa que servir al aparato sexual de los estadounidenses, la única posibilidad de empleo en una economía destructiva, sirviendo como chicas de compañía y de diversión en los bares que frecuentaban los soldados. Predominaba la explotación y la violencia sexuales, que concordaba directamente con el modelo patriarcal de la guerra (para “machos”) el cual concibe que “las mujeres son malvadas. Son criaturas semejantes a los comunistas y la gente de piel amarilla”. (Citado en p. 200).
Torturas: En 1965 un periodista de Estados Unidos presentaba este cuadro sobre el “humanitario” comportamiento de las tropas de su país, señalando que había visto “las cabezas de los prisioneros mantenidos bajo el agua y las hojas de las bayonetas apretadas contra sus gargantas (…) En casos más extremos, las víctimas tenían astillas de bambú debajo de uñas o cables de teléfono de campaña conectados a los brazos, los pezones o los testículos. Otra técnica de la que se habla es la conocida como el ‘paso largo’. La idea es subir a varios prisioneros a un helicóptero y tirar a uno de ellos para aflojarle la lengua a los otros”. (Citado, p. 209).
Trofeos de guerra humanos: reviviendo la práctica despreciable de las “guerras indias”, “algunos soldados cortaban de un tajo la cabeza de los vietnamitas para guardarla, comerciar con ella o cambiarla por recompensas ofrecidas por los jefes. Muchos más cortaban las orejas de sus víctimas, con la esperanza de que desfigurando a los muertos asustarían al enemigo. Algunos de esos trofeos eran (…) conservados por los soldados que los llevaban en collares o los exhibían de diferentes formas. Aunque las orejas eran el recuerdo más común, también gustaban mucho los cueros cabelludos, penes, narices, pechos, dientes y dedos”. (pp. 194-195). “George Pattonm III, hijo del famoso general de la Segunda Guerra Mundial (…) era conocido por su actitud sanguinaria y los recuerdos macabros que conservaba, incluida la calavera de un vietnamita que tenía colocada en su escritorio” (…). (p. 194). Cráneo humano de un vietnamita en un campamento de soldados estadounidenses.
Impunidad absoluta: Para que toda esta criminalidad operara durante dos décadas era indispensable una dosis de impunidad total, que operaba desde los altos niveles del mando estadounidense (de la presidencia de la República hacia abajo), los comandantes de las Fuerzas Armadas, el aparato judicial y el silencio cómplice de gran parte de gobiernos del mundo y de la prensa y los medios de desinformacion. Esa impunidad posibilitaba que la lógica de la guerra impulsada por Estados Unidos se basara en el supuesto que se iba ganando la contienda a partir de la cantidad de sangre derramada, con el conteo de muertos (body count).
En resumen, “Para los vietnamitas, la guerra norteamericana fue un rosario sin fin de calamidades potenciales. Asesinados por una recompensa o matados a tiros en un basurero, obligadas a la prostitución o violadas por un grupo de soldados, atropellados por diversión en una carretera, o encerrados en prisión para ser torturados sin el beneficio de un juicio, la magnitud de las desdichas era casi interminable”. (p. 229). Por supuesto, la guerra de Vietnam fue impulsada por “tanques pensantes” de los Estados Unidos, como fue el caso del politólogo Samuel Huntington quien decía, en un artículo secreto de 1968 en el que se le proporcionaba orientación a los altos mandos militares, que la urbanización forzada de Vietnam del Sur era un éxito porque se había convertido en el mejor camino para impedir y derrotar a quienes emprendieran guerras de liberación nacional, puesto que al obligar a marchar a los campesinos a las ciudades se les estaba quitando la base social a los guerrilleros. Por eso recomendaba que se siguiera bombardeando en forma inmisericorde a la población campesina de Vietnam.
NO HAY ENEMIGO PEQUEÑO
A pesar de la terrible superioridad militar y tecnológica de los Estados Unidos, Vietnam logró un importante triunfo, que se consumó en 1975. Algunos militares que fueron coparticipes de esa victoria sostienen que esa guerra fue como el enfrentamiento de un mosquito (Vietnam) contra un descomunal elefante (los Estados Unidos), pero finalmente este último fue vencido, por la voluntad, tenacidad y deseo de independencia del pueblo vietnamita. Bien lo dijo Vo Nguyen Giap, el extraordinario estratega militar de Vietnam del Norte, años después del triunfo de 1975: “Ganamos la guerra porque preferimos morir antes que vivir como esclavos. Nuestra historia lo prueba”, y calificó a esta guerra de agresión como la más atroz en la historia de la humanidad4 .
El 30 de abril de 1975, en Saigón huía el último helicóptero de la casa del jefe de la estación de la CIA en Vietnam, quien envió su postrer mensaje en el que se resume lacónicamente lo que aconteció: “…este será el mensaje final desde Saigón… Ha sido una larga y dura lucha y hemos perdido”. Ese día, hace 45 años, se selló la derrota militar y moral de los Estados Unidos, cuyo recuerdo debe ser evocado en medio de la pandemia del Covid-19, por aquello que, como decía William Faulkner, “El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado”. Sabías palabras de gran actualidad, porque el pasado aparentemente ido de los 58.193 soldados estadounidenses que murieron en Vietnam (una cifra menor si se le compara con, por lo menos, tres millones de muertos del país agredido) reaparece 45 años después, en la misma fecha, el 30 de abril, cuando se produjo la debacle de Saigón.
Hoy, el Saigón de Donald Trump es Nueva York, y no por lo que pueda suceder en las elecciones presidenciales de noviembre, sino por la quiebra del “sueño americano”, asolado por una crisis estructural que el Covid-19 ha venido a desnudar en toda su magnitud. 4 . Ibid., p. 70. 7 Sobre el techo de la sede de la CIA en Saigón, se prepara para partir el último helicóptero de los Estados Unidos, con el peso de una terrible derrota. La guerra de Vietnam demostró que no hay enemigo pequeño n al adversario por débil que parezca se le debe subestimar con una pretendida dosis de superioridad racial. Lo del tamaño se confirma ahora con el coronavirus, un “enemigo microscópico” que ya ha causado a Estados Unidos tantos muertos como la guerra de Vietnam. Esta es otra guerra que está perdiendo el decadente imperialismo yanqui. En verdad, y para ser rigurosos, esa no es una guerra y no debería ser asumida como tal, pero en Estados Unidos sus círculos dominantes si suponen que es un enfrentamiento bélico más y por eso aquí hablamos de guerra.
Una comparación también simbólica con la guerra de Vietnam de la forma cómo se está tratando la pandemia en los Estados Unidos está relacionada con las bolsas negras de plástico. Es muy diciente que, a comienzos de abril, el gobierno de Donald Trump alistara cien mil bolsas negras para empacar los cadáveres de sus ciudadanos que se anunciaban iban a morir, y efectivamente están muriendo. Lo de las bolsas negras es una coincidencia simbólica de alto significado, puesto que durante la guerra de Vietnam se guardaban a los cadáveres de los soldados en bolsas negras y desde entonces, en lo que Richard Nixon llamó el Síndrome de Vietnam, los altos jerarcas de los Estados Unidos tienen repulsión instintiva a esas bolsas, es decir, a los muertos estadounidenses que resulten de las permanentes agresiones de la primera potencia mundial a otros países.
Pero no porque le duelan esos muertos, si no por los efectos negativos que tengan ante la opinión pública, que fue lo que aconteció en la década de 1960 cuando la llegada de cadáveres alentó grandes oleadas de protestas en las calles de las ciudades de Estados Unidos. Pero ahora no tienen que esperar a que los muertos vengan de afuera, puesto que vienen de adentro, del mismo corazón del imperio, de Nueva York entre otros lugares. Viéndole con detalle, si bien no es una guerra convencional la del coronavirus, si puede entenderse en el marco de una guerra más amplia y general, que no es coyuntural, sino de larga duración: la que los poderes dominantes libran contra los pobres de Estados Unidos, entre ellos los migrantes.
No por casualidad, la mayor parte de muertos por el Covid-19 son afroamericanos o de origen latino. Y esta guerra contra los pobres se ha cebado especialmente contra los de la tercera edad, cuya muerte fue justificada por el vice-gobernador de Texas, Dan Patrick, con el argumento de que los abuelos deben sacrificarse para garantizar la permanencia del “sueño americano”. Bueno, durante la guerra de Vietnam también se moría por llevarle el “sueño americano” a los irredentos 8 campesinos de un lejano país asiático, como lo denuncia magistralmente Graham Greene en la novela mencionada al empezar este artículo. Como en Vietnam, ahora en Estados Unidos se libra una guerra química contra los pobres, con unos rasgos muy especiales, dado que el propio Donald Trump ha dicho que la mejor forma de enfrentar la pandemia es consumir desinfectantes industriales y cloro y muchos estadounidenses lo han hecho, como buena expresión de la ignorancia, ese otro componente que propicia y facilita las guerras.
Y ya van más de cien estadounidenses intoxicados, doblemente: en forma figurada por las mentiras de Trump y en forma real por los desinfectantes. Y, como en la guerra de Vietnam, cuando los químicos “sanaban” del comunismo a los campesinos matándolos, con la receta de Trump los estadounidenses comprueban que el cloro mata al coronavirus junto con el enfermo. Trump y su entorno han afrontado al coronavirus como si de una guerra se tratara, porque en Estados Unidos no saben hacer otra cosa, y por eso lo han declarado un enemigo al que se va a derrotar, para demostrar la grandeza de ese país.
Ese mismo decían hace medio siglo sobre Vietnam y tuvieron que huir con el rabo entre las piernas. Además, en la lógica dominante en los Estados Unidos las guerras se justifican porque hay que defenderse de enemigos externos, en tiempos de Vietnam, el comunismo internacional, y ahora en tiempos de coronavirus, un agente patógeno que viene de China. Nada de lo acontecido tiene que ver con la privatización de la salud, ni la conversión de la vida en una vulgar mercancía, que beneficia a las grandes corporaciones médicas y farmacéuticas, ni con el individualismo extremo, ni con la terrorífica industria de la producción de carne industrial…, todo lo cual caracteriza al capitalismo en su versión estadounidense.
Claro, las comparaciones con lo acontecido en Vietnam no pueden llevarse muy lejos, puesto que dentro de Estados Unidos su población no ha soportado ni una ínfima parte del sufrimiento causado a los vietnamitas, como lo describimos antes. Adicionalmente, sobre la guerra de Vietnam en los Estados Unidos se impusieron dos virus espirituales: el de la mentira y el de la negación. Al respecto, valga decir que el indecible sufrimiento del pueblo vietnamita es casi inimaginable, “casi tan inimaginable como el hecho de que por alguna razón, en los Estados Unidos, todo ese sufrimiento fue más o menos ignorado cuando se produjo, y posteriormente eliminado de la historia de manera aún más completa en las décadas siguientes”. (p. 229). Pues hoy Vietnam está en casa, lo cual revive parte de las atrocidades de esa guerra, por lo menos en lo que respecta a la emblemática cifra de los 58.191 muertos, récord macabro que ya ha sido superado por la acción de un enemigo microscópico e invisible. Ese registro mortal es un indicador del impacto de la guerra interna librada contra los pobres desde hace décadas, cuyos resultados criminalesse han hecho visibles para el mundo entero en los últimos tres meses.
CONCLUSIÓN
45 años después del fin de la Guerra de Vietnam y de la estrepitosa derrota militar y política de los Estados Unidos, en la misma fecha en que huyeron en helicópteros los representantes diplomáticos y militares de esa potencia, se ha alcanzado una cifra superior de muertos por el Covid-19. Esto indica que el límite de Vietnam ha sido rebasado, como muestra de la decadencia moral del imperialismo estadounidense. Esa decadencia se aprecia más claramente si se compara hoy el impacto del Covid-19 en Estados Unidos y en Vietnam, país en el que hasta el momento no ha habido ni un solo muerto por esa epidemia, pese a que tiene una amplia frontera con China, mientras que, al otro lado del mundo, Estados Unidos cosecha hasta el momento 60 mil muertos.
Eso ha sido producto de una política eficaz y rápida de cerrar las fronteras, prohibir los vuelos comerciales con China y hacer un rastreo 9 de los enfermos, sometidos a un tratamiento sistemático por un sistema de salud pública, en donde no predominan los intereses privados de los negociantes de la vida y de la muerte. Incluso, como otra muestra de dos lógicas diferentes frente a la vida, el gobierno de Vietnam le ha enviado a Estados Unidos, léase bien, medio millón de trajes protectores para los médicos que en la decadente primera potencia mundial enfrentan casi desguarnecidos el coronavirus. ¡Tal es la “venganza vietnamita”, con gran dosis de humanitarismo, contra los agresores que destruyeron sus campos y ciudades y mataron a millones de campesinos! Manifestaciones de esa índole nunca se van a encontrar por parte de los Estados Unidos que, a medida que sufre una grave emergencia sanitaria y laboral, arrecia sus agresiones en varios lugares del mundo, incluyendo a Nuestra América.
Como efecto de demostración, lo sucedido en Vietnam indica que a los países les va bien cuando se liberan de la tutela criminal de Washington, defienden contra viento y marea su independencia y autonomía, y el país asiático es el mejor ejemplo histórico al respecto. Al fin y al cabo, los muertos en Estados Unidos, especialmente en Nueva York, nos están indicando, como lúcidamente lo expreso Federico García Lorca, que “si la realidad de Nueva York es el futuro, no hay un futuro posible” y en tal caso, “el futuro de la humanidad es la muerte”, como resultado directo de un modelo criminal que es el capitalismo, uno de cuyos principales símbolos es Wall Street, donde “llega el oro en ríos de todas partes de la tierra y la muerte llega con él”.
Esa muerte, causada por ese aparato de destrucción que es el capitalismo imperialista de Estados Unidos que tanto dolor ha causado en el mundo entero, ahora está en casa, como hace medio siglo en Vietnam y por eso en Nueva York florecen las fosas comunes, donde se bota a los pobres que mueren de Covid-19. ¡Esa es la linda cara de la “pesadilla americana”, que confirma el rostro cadavérico de la muerte que siempre ha acompañado la historia de los Estados Unidos! Bogotá, abril 28 de 2020, el día en que en Estados Unidos se empezó a rebasar la cifra de sus muertos en Vietnam.
Publicado por Rebelión