20/04/2024

A propósito de un exceso de plusvalía

Por Bihr Alain , ,

(Version française)

En el artículo “La recesión mundial: el momento, las interpretaciones y lo que se juega en la crisis”, aparecido en el número 39 de Carré Rouge, François Chesnais discute los elementos de análisis de la reciente crisis financiera y bancaria mundial, que no es más que la última fase en la evolución de la crisis estructural en la que el capitalismo entró en el curso de los años 1970; análisis que tuve la ocasión de desarrollar en el número 199 de À Contre-Courant bajo el título de “Sur la crise (1): Le triomphe catastrophique du néolibéralisme” [“Sobre la crisis (1): El triunfo catastrófico del neoliberalismo”]. Chesnais apunta especialmente contra la tesis según la cual esta crisis tendría su fuente en un exceso de plusvalía. Por una parte, esta tesis le parece claramente herética desde un punto de vista marxista; y, por otra, ella no es, a su entender, capaz de dar cuenta del proceso que condujo a la reciente crisis financiera. Es sobre estos dos puntos que yo quisiera responderle aquí.

¿Exceso o falta de plusvalía? ¡Los dos, mi capitán!

Según François Chesnais, al plantear la tesis de un exceso posible de plusvalía en el curso del ciclo de reproducción del capital, yo estaría proponiendo nada menos que una inversión del paradigma, una ruptura con los cánones del análisis marxiano. Lo cito: A. Bihr nos propone una alteración considerable de la comprensión del capitalismo que heredamos de Marx. Uno de los hilos conductores centrales del análisis presentado en los Manuscritos de 1857-58 y en El capital es la noción de un sistema en el que el capital, implicado en un movimiento de valorización sin fin, se choca con una insuficiencia crónica de plusvalía, cuya raíz se encuentra en las relaciones de producción capitalistas mismas. La tendencia recurrente a la baja de la tasa de ganancia es una de sus manifestaciones. Alain Bihr nos invita en este artículo a operar una inversión completa. Ya no considerar al sistema como sediento de plusvalía, sino como disponiendo de ella en exceso, y en cantidades tales que no sabría qué hacer con ella. Se trataría de tomar como referencia analítica ya no la escasez de plusvalía, sino su exceso. (pág. 11).

Es concederme demasiado… y al mismo tiempo olvidar lo que precisamente nos enseñó Marx. Pues es en Marx mismo donde se hallan motivos para defender mi tesis. Para demostrarlo, necesito recordar los principales elementos de su análisis del proceso de valorización del capital y de las contradicciones con las que él se choca. Me disculpo ante aquellas y aquellos que ya los conocen; pero, visiblemente, ciertas revisiones no son inútiles… Me disculpo también ante aquellos y aquellas que no los conocen y que, sin duda, encontrarán las líneas siguientes un poco arduas.

Para Marx, el valor V de toda mercancía se mide por la cantidad de trabajo social necesario para su producción. Esta producción consume ella misma una cierta masa de medios de producción (materias primas, materias auxiliares, energía, medios de trabajo diversos : herramientas, máquinas, locales, etcétera) –así como trabajo muerto, pasado, materializado en estos medios de producción–, cuyo valor no hace más que transmitirse a la mercancía creada y reaparece, pues, como tal en V. Por esta razón, Marx llama, a la fracción del capital adelantado bajo la forma de estos medios, su parte constante o capital constante; y la denomina c. Al mismo tiempo, esta transformación de los medios de producción en un producto nuevo corresponde a un gasto suplementario de trabajo vivo y, por lo tanto, a la formación de un valor nuevo, que en mi artículo denominé ‘valor agregado’, desviando así esta expresión del sentido en el que es habitualmente empleada en economía y contabilidad (razón por la cual le añadí comillas). En este ‘valor agregado’, una parte no hace más que restituir otra fracción del capital que debió ser adelantado para apropiarse de la fuerza de trabajo; esto es lo que Marx llama la parte variable del capital y que denomina v ; ella es, por definición, igual al valor de la fuerza de trabajo, puesto que Marx presupone que esta última se intercambia por su valor, como cualquier otra mercancía; y, como el de cualquier otra mercancía, este valor es medido por la cantidad de trabajo necesaria para su reproducción –lo que Marx llama trabajo necesario–. En tanto la otra parte del ‘valor agregado’ corresponde al trabajo excedente que el empleo productivo de la fuerza de trabajo proporciona gratuitamente al capital: por la duración, la intensidad y la productividad de su empleo, la fuerza de trabajo proporciona de esta manera más trabajo del que se necesita para su propia reproducción: tal es, como se sabe, el origen de la plusvalía, que Marx denomina pl.

En definitiva, según Marx, el valor V de toda mercancía (o lote de mercancías) producida de manera capitalista puede de este modo descomponerse en tres elementos (c, v y pl) y escribirse: V = c + v + pl. Todas las dificultades que el capital va a encontrar en el curso de su proceso de reproducción pueden reducirse en definitiva a las evoluciones de las diferentes relaciones entre estos tres elementos que componen el valor de las mercancías, a través de cuya producción y circulación se valoriza. Dos de estas relaciones van a interesarnos particularmente aquí. Conviene, pues, detenerse en ellas.

La primera es lo que Marx llama la tasa de plusvalía. Ella se define por la relación pl/v y Marx la denomina pl’: es la relación entre la parte no pagada (pero apropiada bajo la forma de plusvalía) y la parte pagada (bajo la forma de salario) del ‘valor agregado’. La tasa de plusvalía es la medida en valor de la relación entre el excedente de trabajo y el trabajo necesario. Señalemos que, si se denomina e la relación pl/(v + pl), que mide la parte de la plusvalía en el ‘valor agregado’, puede escribirse e = pl’/(l + pl’). Como pl’, e constituye un índice en valor del grado de explotación de la fuerza de trabajo que relaciona la plusvalía, ya no con el capital variable (el salario) considerado aisladamente, sino con el conjunto del ‘valor agregado’. La segunda relación que nos interesa aquí es lo que Marx llama la composición orgánica del capital. Es la relación c/v que, para una tasa de plusvalía dada, es el índice en valor de la relación entre la cantidad de trabajo muerto empleado (la masa de los medios de producción consumidos) y la cantidad de trabajo vivo (pagado y no pagado) que moviliza a la anterior. Independientemente de la tasa de plusvalía, la medida en valor de esta última relación nos es proporcionada por la relación k = c/(v + pl) que relaciona el capital constante con el ‘valor agregado’.

Cuando Marx pasa al análisis de la dinámica del proceso de reproducción del capital, muestra sucesivamente que una reproducción simple del capital es imposible (se trata de una mera hipótesis escolar): el capital debe necesariamente acumularse por conversión de una parte de la plusvalía en capital adicional; y muestra además que la acumulación del capital no puede ser puramente extensiva: no puede producirse por simple extensión (espacial y social: a otros territorios y otras ramas de la producción) de los modos de producción existentes; le hace falta volverse intensiva, es decir, apuntar a aumentar la productividad del trabajo. En estas condiciones: - Por una parte, la tasa de plusvalía tiende a aumentar, lo que no es en ningún caso más que el índice en valor del aumento del trabajo excedente en relación con el trabajo necesario. Es el mecanismo mismo de producción de lo que Marx denomina la plusvalía relativa. Dicho de otra manera, la parte de la plusvalía en el ‘valor agregado’ aumenta, mientras que la parte de los salarios disminuye: con pl’ en aumento, e aumenta asimismo tendiendo asintóticamente hacia 1.

- Por otra parte, la cantidad de trabajo muerto empleado por el capital tiende a aumentar en relación con la cantidad de trabajo vivo que lo emplea. En consecuencia, tanto la composición orgánica del capital como la relación k tienden, ellos también, a aumentar.

Evidentemente, en uno y otro caso, existen tendencias contrarias. En el primero, la principal es… la lucha del proletariado por ampliar y enriquecer la norma de consumo, que define la cantidad de trabajo socialmente necesario para la reproducción de su fuerza de trabajo, y, por lo tanto, por combatir la desvalorización de esta última, por contrarrestar la baja de la parte correspondiente a los salarios en el ‘valor agregado’. En el segundo caso, los progresos de la productividad del trabajo tienden a desvalorizar, tanto los elementos que entran en la composición del capital constante, como aquellos que entran en la del capital variable, limitando otro tanto el alza de la composición orgánica. Pero si estas tendencias contrarias pueden frenar las tendencias anteriores, desacelerar y postergar sus efectos, no pueden bloquearlos y, menos aún, revertirlos. Pues estas tendencias conducen necesariamente a erigir una doble barrera en el camino de la prosecución de la reproducción del capital.

Por una parte, cuando aumenta la productividad del trabajo y, como consecuencia de ello, aumenta también la cantidad de trabajo muerto empleado en relación con el trabajo vivo que lo emplea, la tasa de ganancia tiende necesariamente a disminuir. Esta tasa de ganancia p’ es la relación de la plusvalía con el conjunto del capital adelantado: p’ = pl/(c + v). Si se dividen el numerador y el denominador de esta fracción por v + pl, puede escribirse bajo la forma: p’ = e/(k + l – e). Y se constata que, en las condiciones aquí planteadas, e tendiendo a 1 mientras que k aumenta, p’ disminuye necesariamente: la tasa de ganancia cae debido al aumento del capital constante en relación con el ‘valor agregado’, sea cual sea, por otra parte, el alza de la tasa de la plusvalía, o, dicho de otra manera, de la relación entre las dos partes (pagado y no pagado por el capital) del ‘valor agregado’. Pues la tasa de ganancia mide el grado de valorización del capital y sirve de aguijón a la acumulación de este último; concretamente, constituye el motivo esencial de las decisiones de inversión, de no inversión e incluso de desinversión. Toda baja continua y prolongada de esta tasa conduce a una desaceleración y, finalmente, a un bloqueo de la acumulación del capital.

Pero la otra incidencia del aumento de la productividad del trabajo no deja de dar, por su parte, el mismo resultado, aunque a través de otros rodeos. En efecto, cuando la parte de los salarios en el ‘valor agregado’ disminuye, es una de las fuentes esenciales de la demanda final la que poco a poco se extingue: es una parte cada vez menor del valor V del producto social (que se reducirá aquí, por hipótesis, a una sola y única mercancía y que se podrá, pues, escribir: V = c + v + pl) cuya realización puede obtenerse mediante el cambio por los salarios v, mientras que una parte siempre mayor debe ser cambiada por capital constante c o plusvalía pl (ya sea ésta gastada como renta o convertida en capital adicional). En estas condiciones, es inevitable que los equilibrios entre las dos secciones productivas que Marx distingue en sus célebres esquemas de la circulación y de reproducción del capital social expuestas en la sección III del Libro II del Capital,terminen por hallarse perturbados; más precisamente, la acumulación en la sección II (productora de medios de consumo) no logra seguir el ritmo impuesto por la de la sección I (productora de medios de producción): la acumulación en la sección II se encuentra frenada por la insuficiencia (relativa) de las salidas y esta desaceleración no puede sino repercutir, más o menos rápida y brutalmente, sobre la sección I. La prosecución de la acumulación del capital social tropieza esta vez, ya no con la insuficiencia de la plusvalía en relación con la masa del capital a valorizar, sino con la insuficiencia de la demanda final en relación con la masa del capital-mercancía a realizar debida a la disminución de la parte de los salarios en el ‘valor agregado’. Pero decir que los salarios están en falta (relativa) en la distribución del ‘valor agregado’ entre trabajo y capital equivale implícitamente a decir que la plusvalía está allí en exceso, en tanto la distribución del ‘valor agregado’ se realiza rigurosamente entre los dos. Resumamos. No hay contradicción alguna al hablar de la existencia simultánea de una falta y de un exceso de plusvalía. Por tres razones. Por una parte, en la medida en que los dos constituyen fenómenos relativos, todo depende del término con el que la plusvalía se relaciona y en relación con el cual la falta o el exceso de plusvalía se define y se mide. En un caso, la plusvalía se relaciona con el conjunto del capital bajo la forma de la tasa de ganancia; y se encuentra, entonces, en falta. En el otro caso, se relaciona sólo con el capital variable (el salario) bajo la forma de tasa de plusvalía; o, también, se relaciona con el conjunto del ‘valor agregado’ (capital variable + plusvalía); y entonces está en exceso.

Por una parte, una y otra de ambas relaciones proceden de la misma causa fundamental: tanto la falta de plusvalía en relación con el conjunto del capital en función, como el exceso de plusvalía en relación con el capital variable únicamente (con la masa de salarios distribuidos), no son sino dos maneras propias del modo de producción capitalista (de las relaciones capitalistas de producción) de expresar y medir los progresos de la productividad del trabajo social y, más ampliamente, el desarrollo de las fuerzas productivas. En el régimen capitalista, los progresos de la productividad del trabajo se traducen necesariamente, de manera periódica, en una falta de la plusvalía formada y realizada en relación con la masa del capital a valorizar, tanto como en un exceso de la plusvalía (y por lo tanto, una falta en los salarios) en relación con la masa del capital-mercancía a realizar. Dicho de otra manera, en el régimen capitalista, los progresos de la productividad del trabajo conducen necesaria y periódicamente a una desproporción entre trabajo muerto y trabajo vivo, así como a una desproporción entre trabajo necesario y trabajo excedente. Se trata de dos expresiones diferentes de la misma contradicción fundamental entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción (que son necesariamente relaciones de valor, relaciones entre diferentes fracciones del valor formado y a realizar) en las que el capital pretende ceñir este desarrollo.

Por último, tanto uno como otro de los dos fenómenos aquí estudiados, falta y exceso de plusvalía, conducen en definitiva a la misma consecuencia: la crisis de la producción capitalista, la dificultad de proseguir la reproducción (acumulación) del capital. Crisis que es siempre una crisis de sobreproducción, de la que los dos fenómenos en cuestión no hacen más que representar dos facetas diferentes. Por una parte, la sobreproducción de capital productivo, esto es, la sobreacumulación de capital en relación con la plusvalía destinada a valorizarlo, insuficiente por ello, lo que provoca una baja tendencial de la tasa de ganancia, en suma, una crisis de valorización. Por otra parte, la sobreproducción de capital-mercancía, el exceso de mercancías en los mercados, la obstrucción de los negocios por falta de salida, debida, en definitiva, a la insuficiencia de la demanda final surgida del salario, consecuencia del exceso de la parte de la plusvalía en el ‘valor agregado’. O sea, en definitiva, una no menos clásica crisis de realización.

Agregaría simplemente que, según las fases de la crisis capitalista, es uno u otro de estos dos aspectos (dificultades de valorización o dificultades de realización) el que domina, sin que el otro desaparezca, no obstante, jamás, puesto que, lo repetimos, los dos aspectos expresan siempre conjuntamente la misma contradicción fundamental. Y que la tesis que sostuve en el artículo de À Contre-Courant de la que aquí se trata es que la reciente crisis financiera y bancaria es la expresión de una fase de la crisis capitalista en la que predominan las dificultades de realización.[1]     Una crisis de realización   Si François Chesnais no parece rechazar este último punto, al menos piensa que yo carecería de argumentos para sostener la lectura que de él propongo, centrada en la tesis de un exceso de plusvalía en la distribución del ‘valor agregado’:

De hecho, Bihr simplemente remite sus lectores a Michel Husson y al ‘hecho singular’ que habría establecido: la tasa de acumulación ha pasado a ser inferior a la tasa de ganancia. En suma, las ganancias exceden lo que las empresas necesitan para financiar sus inversiones: más exactamente, lo que ellas pueden invertir dadas las condiciones creadas en la producción por la insuficiencia de salida debida a la contracción de la parte de los salarios en ‘el valor agregado’ (ibídem).

François Chesnais parece haberme leído mal. Pues, en este punto, además de este argumento, tomado en efecto de Michel Husson, propongo otros cuatro que parecen habérsele escapado, o que en todo caso no menciona. Y es una pena, tanto más cuanto que estos argumentos remiten, todos, a cada uno de los rasgos principales de la evolución socioeconómica del capitalismo en sus últimos decenios, y es mi objetivo mostrar que la tesis del exceso de plusvalía (en el sentido expuesto anteriormente) se halla en condiciones de dar cuenta de estos rasgos. Dado que no fueron puestos a disposición del lector de Carré Rouge por François Chesnais mismo, me veo obligado a retomarlos aquí rápidamente y a desarrollarlos en ciertos puntos.

El primero de estos rasgos es la marcha singular que presentó la acumulación del capital, especialmente en las formaciones centrales, desde mediados de los años 1980; marcha caracterizada por una sucesión de reactivaciones que fracasan rápidamente bajo la forma de recesiones, de estancamientos, incluso de minidepresiones, en suma, una seguidilla de stop and go, como dicen los anglosajones. Recordemos: la recuperación de los años 1985-1987, que finaliza con el crack de Nueva York de octubre de 1987; la recuperación de los años 1988-1991, que desemboca (además de hacerlo en la primera Guerra del Golfo) en el estallido de la burbuja inmobiliaria japonesa, la última gran crisis monetaria europea de 1992 y la recesión de 1993; la tímida recuperación de los años 1994-1997, que se cancela con la crisis financiera asiática (Corea, Indonesia, Malasia, Filipinas) prolongada por las de Rusia, México y Brasil al año siguiente; la viva recuperación de 1998-2001 (la supuesta “nueva economía”) que conducirá al estallido de la burbuja Internet en 2001-2002 y a los escándalos de Enron y de Vivendi-Universal; finalmente, una nueva recuperación en 2003-2004 bajo el efecto de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos, que sabemos adónde ha conducido. Marcha caótica que explico por el hecho de que el obstáculo con el que ha venido chocando cada vez la recuperación de la acumulación no es la insuficiencia de la plusvalía en relación con el capital a valorizar (la propensión a la acumulación es clara en cada caso) sino, más bien, el exceso de plusvalía en la distribución del ‘valor agregado’, lo que conduce a una insuficiencia de las salidas por subconsumo de los asalariados. En este sentido, el éxito de las políticas neoliberales empujó al capital de Caribdis a Escila: si la puesta en competencia sistemática de los trabajadores (a fuerza de la expansión del desempleo y la precariedad y de la ‘liberalización’ del movimiento de capitales), pero también la puesta en marcha de nuevas formas de subordinación del trabajo al capital (“la fábrica fluida, flexible y difusa”) permitieron recuperar la tasa de ganancia, las mismas acumularon, además e inversamente, las condiciones de dificultades estructurales en la realización del valor formado. En este sentido, la trayectoria de la actual crisis estructural nos hizo pasar de una crisis de valorización a una crisis de realización (sabiendo –repitámoslo– que esa es una manera cómoda de expresarse, designando simplemente el aspecto dominante de la misma contradicción que hace que persista siempre también el otro aspecto).[2]

Un segundo rasgo singular del curso socioeconómico reciente del capitalismo –especialmente, pero no de manera exclusiva, en las formaciones centrales– fue el desarrollo considerable que conocieron los sectores de la industria de lujo en el curso de los últimos dos decenios. Signo del enriquecimiento manifiesto de todas las clases y capas sociales que viven de la plusvalía (bajo sus diferentes formas: ‘salarios’ fantasiosos de los dirigentes, stock options, dividendos de los accionistas, intereses de los prestamistas, renta de los propietarios de tierras o de los poseedores de títulos, etcétera), el auge del consumo de lujo fue asimismo el signo más espectacular (en el sentido propio e inmediato del término) de un formidable y dramático agravamiento de las desigualdades sociales: mientras que los que viven de los salarios (directos e indirectos) vieron disminuir de manera significativa su parte en el ‘valor agregado’ (dicho de otra manera, en la riqueza social recientemente producida, en el aumento neto de la riqueza social), aquellos que viven de la plusvalía vieron allí, en contraposición, su crecimiento. Lo que significa que hemos asistido a una pauperización relativa del sector asalariado en su conjunto, acompañada, ciertamente, por fenómenos de pauperización absoluta para algunas de sus capas y categorías.

Ahora bien, esta explosión del consumo de lujo es, también, una manifestación de la crisis latente de realización, en tanto se supone que el consumo de lujo de las capas pudientes toma el relevo, como motor de la demanda solvente, del consumo de productos ordinarios en caída debido a la pauperización relativa de los asalariados. Ella era también, sobre todo, el signo de que una parte cada vez mayor de la plusvalía ya no estaba en condiciones, por falta de un crecimiento suficiente de las salidas, de convertirse en capital adicional, de pasar a financiar la acumulación del capital, de que ya no podía sostenerla última más que convirtiéndose en renta para ser dilapidada bajo la forma de gastos de lujo por las clases poseedoras. Otro índice del carácter ‘rentista’ asumido por una parte creciente de la burguesía y de otras clases que viven de la plusvalía. Pero todavía concedo atención particular a un tercer rasgo del reciente desarrollo socioeconómico del capitalismo, en tanto que efecto e índice de este exceso de plusvalía que diagnostico en el centro de la fase actual de la crisis. Y es muy sorprendente que François Chesnais no lo haya mencionado, dado que concierne a un elemento al que, a justo título, por otra parte, él mismo acuerda gran importancia: se trata de la fantástica acumulación de capital ficticio a la que se ha asistido no menos periódicamente en el curso de los últimos lustros. Pues, por no poder valorizarse bajo la forma de capital real, invirtiéndose (directa o indirectamente) en la industria y el comercio, la parte ‘excedente’ de la plusvalía no absorbida por el consumo de lujo buscó valorizarse bajo la forma de capital ficticio. La misma vino a tentar suerte en el gran casino de unas finanzas dopadas y, sobre todo, engañadas por las medidas de ‘liberalización’ neoliberales: vino a alimentar el juego especulativo consistente en comprar o vender divisas, títulos de crédito o propiedad, derivados de todos estos tipos de activos y “productos financieros” cada vez más sofisticados que sobre ellos se asientan, no tanto por las rentas que en principio garantizan, sino para apostar sobre su variación (al alza o a la baja) a la espera de embolsar, de paso, suntuosas ‘plusvalías’. Y a riesgo de sufrir desastrosas ‘minusvalías’ cuando la apuesta se comprueba perdida.

Del mismo modo que la expansión del consumo de lujo, este signo aparente de riqueza que han sido las orgías de la especulación financiera, saludadas por todos los grandes sacerdotes y lamentables bedeles de la Iglesia neoliberal como la manifestación de la salud rebosante de una “economía de mercado” liberada de las presiones de la reglamentación estatal, no era, pues, sino el signo de una profunda enfermedad de “la economía real”, refrenada por el estrangulamiento del poder adquisitivo de los asalariados, roída por una crisis solapada de realización. Por un lado, una acumulación de capital real jadeante y caótica por la insuficiencia de las salidas debido a un subconsumo relativo de los asalariados; por el otro, una acumulación de capital ficticio dopado por una plusvalía que se desvía, por la razón precedente, de “la economía real”, para librarse a los juegos y a los tormentos de la especulación financiera, convertida si no en la única vía abierta a su valorización, al menos, aparentemente, en su vía real; y como mediación entre ambas, una sobreproducción de capital-dinero potencial incapaz de invertirse y valorizarse en “la economía real” debido a los límites impuestos a esta última –y es la última forma de sobreproducción del capital la que necesariamente toma lugar al lado de las otras dos anteriormente mencionadas en el curso de la crisis capitalista–. Sin este ‘desvío’ de una plusvalía en exceso en relación con las posibilidades de acumulación del capital real, sea bajo la forma de capital activo (industrial o comercial) o de capital pasivo (capital de préstamo), nunca se habría asistido a una tan fantástica acumulación de capital ficticio. Ésta se nutre esencialmente de este ‘desvío’, y el desarrollo del “ahorro salarial” (especialmente bajo la forma de fondos de pensión) no le sirve sino como coadyuvante.

El último hecho significativo de los años recientes al que presto mi atención, porque me parece que constituye otro índice de este exceso de plusvalía del que aquí se trata, es el desarrollo del crédito al consumo, destinado a paliar una vez más la insuficiencia de la demanda final debida a la participación insuficiente de los salarios en el ‘valor agregado’ y, por ende, a sostener el consumo de los trabajadores asalariados a pesar de su pauperización relativa (e incluso absoluta), permitiéndoles especialmente continuar accediendo a medios de consumo durables (en particular los equipamientos domésticos, el automóvil y la vivienda). Que esta expansión del crédito al consumo haya sido al mismo tiempo un medio de valorización para el capital financiero, bajo su doble forma de capital de préstamo y capital ficticio, es totalmente evidente. Y aquí aparecen de una sola vez los dos ingredientes fundamentales de la crisis actual, en particular, de su detonante, la crisis de los préstamos hipotecarios subprime. Por un lado, modestos asalariados obligados, por la insuficiencia de sus ingresos salariales, a endeudarse en proporciones excesivas para intentar acceder a la propiedad de su vivienda, y una proporción importante de los cuales se encuentra en definitiva incapaz de afrontar las cargas del reembolso de su deuda, como era previsible. Por el otro, capitales financieros a tal punto ávidos de valorización que llegan, unos, a olvidar toda discreción y toda prudencia a la hora de prestar a los anteriores, y otros, a aceptar ser invertidos en títulos oscuros, guiados por creencias también dudosas. Dicho de otra manera, en el corazón de la crisis de los subprime, encontramos una vez más la distorsión en la distribución del ‘valor agregado’: la falta de salario por un lado, y el exceso de plusvalía por el otro. Los lectores y lectoras de Carré Rouge están ahora en condiciones de juzgar si, como escribió François Chesnais en su artículo, dispongo o no “[de] un material empírico importante y [de] un marco analítico muy sólido” (ibídem) para defender mi tesis.


Traducción de María Guadalupe Marando.

[1] Aquellos y aquellas que no se hayan visto expulsados por la aridez de las páginas anteriores encontrarán una exposición metódica de las contradicciones del proceso inmediato de reproducción del capital en La reproduction du capital [La reproducción del capital], Lausanne, Page deux, 2001, tomo II, capítulos XV a XVIII. El análisis aquí resumido se encuentra más ampliamente desarrollado en el capítulo XVI, donde se hallarán especialmente todas las referencias a los textos de Marx en los que me apoyo.

[2] Desarrollé más ampliamente esta tesis en otro artículo: “Sur la crise (2) : A la croisée des chemins “ [“Sobre la crisis (2) : En el cruce de caminos”], en: Á Contre-Courant, n° 200, diciembre de 2008.

 

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