28/03/2024

A propósito de “El país de los soviets. La revolución y sus contra-tiempos (1917-1924)” de Aldo Casas

En este nuevo volumen de su saga sobre la Revolución Rusa, Aldo Casas sigue reuniendo elementos rescatados del naufragio revolucionario del siglo XX. No deja de sorprendernos su capacidad de disponer esos elementos de un modo que nos sirve para comenzar a resolver la crisis de significantes del socialismo y para delinear una nueva cultura militante. Su destreza nos ayuda a construir nuevos sentidos y nuevos fundamentos del/para el socialismo. Un socialismo que, va de suyo, no tolera contenidos jerárquicos, sectarios y burocráticos. Aldo restituye la antigua potencia de algunas palabras. Aldo posee la paciencia necesaria para sobrevivir en el oscuro presente y la inteligencia y la sensibilidad para imaginar las fulguraciones del futuro. 

En esta oportunidad, Aldo se detiene en el período 1917-1924. Capta una intensidad que, en primera instancia, se presenta inabarcable y abrumadora. El asalto al cielo. La toma del poder compartido inicialmente por varios grupos revolucionarios (bolcheviques, mencheviques, socialistas revolucionarios de izquierda y anarquistas, entre otros) y, en buena medida y, sobre todo, con una parte importante de las clases subalternas y oprimidas. Las primeras medidas del gobierno revolucionario. La fugacidad del control obrero, el carácter leve y efímero de una maravillosa consustancialidad política revolucionaria, la persistencia del hambre. La escasez de todo, pero la ausencia de privilegios.

La Revolución soviética que va mutando en revolución bolchevique. Las inconsistencias de la alianza obrero-campesina: su “olvido” de la economía campesina (de la Obschina y el Mir), las potencialidades malogradas de la revolución agraria, las comunidades reales reemplazadas por artefactos pseudo-comunales. V. I. Lenin revolcándose en la nieve. La revolución europea y mundial con sus deseos, indicios y retrasos. La guerra civil y la militarización de la sociedad. La Checa y la GPU. La “cuestión nacional” y la “opresión colonial”. León Trotsky, el Ejército Rojo y el tren blindado, Cronstadt y los desafíos al monopolio político del Partido Comunista. Los avances en la alfabetización, los logros en materia educativa y cultural. El movimiento del Proletkult. La Internacional Comunista. El comunismo de Guerra. La Nueva Política Económica y un largo etcétera.

El relato de Aldo está atravesado por múltiples tensiones cuyas cadencias responden a la dinámica misma de la lucha de clases. Su mirada está predispuesta a instalarse en esos territorios. Se trata de tensiones entre los horizontes y contextos, entre los objetivos y las limitaciones de la realidad. Tensiones que remiten a la desproporción entre la utopía revolucionaria (la abolición de la sociedad de clases, la abolición de la explotación) y a los medios disponibles para concretarla. Lo viejo, aunque no termina de morir, no sirve para construir lo nuevo y tiende a reponer el pasado.

Aldo muestra a la Revolución (a la rusa, pero vale para todas) peleando contra inercias y automatismos, enfrentada a la exigencia de improvisar, copiar, adaptar, injertar; pero “bien”, es decir: creativamente. También deja en claro que la épica revolucionaria es una épica de la experimentación. Cuando pierde estado experimental, una revolución se queda sin épica y no alcanzan los meros rituales para recrearla. La revolución es incompatible con las agonías diferidas.

Un interrogante clave recorre este relato: ¿por qué la formidable democracia soviética cedió frente al verticalismo del Partido-Estado? El interrogante, como suele ocurrir en toda la obra de Aldo, no solo interpela a los historiadores y otras especies de especialistas, sino a la militancia popular, a todos aquellos y todas aquellas que desarrollan praxis orientadas a construir una democracia radical y sustantiva, una democracia socialista. Porque en mayor o menor medida, desde la Revolución Rusa hasta nuestros días, prácticamente todas las experiencias de autodeterminación popular (y de poder popular) han estado expuestas a un devenir antidemocrático y estatal. Un devenir despolitizador, desmovilizador y centralizador que diluye la esperanza y la mística que alimenta a las revoluciones.

Aldo hace el inventario de todos los choques, emboscadas, pruebas, crisis, defecciones, etc. que la naciente Revolución Rusa debió padecer y enfrentar. Asume la tarea de dilucidar el grado en el que ese devenir fue forzado por elementos propios del proceso histórico, por la acción de la reacción, por la contrarrevolución armada, por atrasos varios, por tareas inconclusas y por condiciones tardías. Por factores que, además, suelen actuar en forma mancomunada a la hora de conjurar procesos radicalmente transformadores. Un aspecto innegable en el que buena parte de la izquierda ha reparado, tal vez de manera excesiva, entre otras cosas como un recurso que apela al formulismo complaciente para intentar explicar (y justificar) momentos jacobinos y para exculpar a las vanguardias, para liberarlas de responsabilidades.

Pero a Aldo le preocupa algo mucho más importante: el grado en el que ese devenir latía en las razones invocadas por las organizaciones revolucionarias, en sus formatos y paradigmas que no se apartaban del monólogo de la modernidad eurocéntrica y en sus criterios de eficacia basados en la racionalidad instrumental. ¿Acaso la iniciativa de los soviets no fue minada, entre otras cosas, por los motivos estatales, centralistas y autoritarios de la administración y la contabilidad? ¿Puede pensarse a la dictadura del partido como algo radicalmente diferente a una derivación fatal de la dictadura del proletariado? ¿No existe una contradicción de fondo entre la noción de dictadura del proletariado y la noción de hegemonía? A Aldo le preocupan los desacuerdos que laten en el interior de quienes no abjuran del empeño por cambiar el mundo y la vida. Por eso, alerta sobre la inexactitud de algunos mapas dizque revolucionarios o transformadores. Propone trazos para otras cartografías.

Al comienzo hablamos de naufragio. Aldo le coloca flotadores a las preguntas fundamentales: ¿hasta que punto José Stalin y la burocracia habitaban in pectore en Octubre? ¿Hasta qué punto la confusión entre socialismo y desarrollo de las fuerzas productivas habitaba la cultura política revolucionaria europea, el marxismo en particular? ¿Era compatible el taylorismo (o la abierta militarización del trabajo) con el socialismo? ¿Por qué la “electricidad” (y la planificación macro-económica centralizada) se tornó incompatible con “el poder de los soviets” y con la participación y el control comunal? ¿Por qué la cuestión del poder, al tiempo que se convirtió en eje articulador de la política revolucionaria, se fue vaciando de contenido popular y democrático? ¿Por qué la unidad por abajo fue deshonrada por el sectarismo desde arriba? Aldo pone dedo en la llaga. No niega las porciones de Stalin prefiguradas, alimentadas o, simplemente, compartidas por Lenin y Trotsky. Aquí el ejercicio crítico se torna auto-crítico. La reflexión de Aldo se convierte en pura enseñanza de cara al futuro.

Surgen líneas de reflexión sobre los procesos de transición, sobre las reformas no reformistas, sobre el carácter integral de las estrategias revolucionarias: ¿se puede separar la lucha contra el capital de la lucha contra el trabajo asalariado, de la lucha contra el Estado, de la lucha contra el patriarcado? ¿Se pueden separar las tareas democráticas, socialistas e internacionales? Es muy fácil decir que no, que no se puede, que no se debe. Que lo que importa es la prolongación de la situación excepcional y estar siempre a la altura de los ideales de transformación radical y no inventarse ficciones teóricas al estilo de las “etapas”. Pero lo cierto es que esas luchas presentan temporalidades diferentes y exigen el desarrollo de mediaciones específicas. ¿Cómo dar cuenta de una temporalidad que nunca es homogénea y que tiende conspirar contra los cambios radicales? ¿Cómo articular, por ejemplo, el plano de la auto-actividad de las masas con el plano de lo geopolítica?

Claro está, no existen garantías en materia de procesos de emancipación; ellos poseen una dinámica compleja, nunca lineal ni evolutiva. Aldo no ofrece respuestas definitivas. Pero sí saca a relucir algunas certezas necesarias para no perder norte (“el sur” en nuestro caso), entre otras: no hay ni puede haber ningún tipo de afinidad entre las elites o las tecnocracias “virtuosas” y el socialismo; una organización revolucionaria se convierte en lo que repudia cuando, en aras de la eficacia, apela a los medios del enemigo; más que meras alianzas entre sujetos subalternos se requiere de sólidos bloques históricos capaces de devenir hegemónicos; no hay emancipación genuina que no sea auto-emancipación; ninguna superestructura puede reemplazar al sujeto de la auto-emancipación; no corresponde recargar a las organizaciones revolucionarias de ímprobas tareas, al mismo tiempo es posible pensar para esas organizaciones funciones virtuosas afines con la autodeterminación popular y con el “Estado-comuna”.  

Además del ensayo central, este volumen contiene unas “anotaciones” del autor sobre la revolución en Ucrania; completa el conjunto una “Introducción” del suizo Jean Batou, un texto del portugués Antonio Louçã (“Rusia y Alemania: dos revoluciones hermanas”) y otro de la brasileña María Orlanda Pinassi (“Dilemas de la emancipación femenina en la Revolución Rusa”). 

 

Lanús Oeste, 22 de octubre de 2022

 

Nota: Publicada en Contrahegemonía Web, el 24 de octubre 2022, también enviada por el autor para Herramienta.

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