06/11/2024

Notas críticas a la Teoría General de la Explotación y de las Clases, de John Roemer.

Por ,

Introducción 

A finales de los años ’90 el marxismo en general y el materialismo histórico en particular atraviesan una profunda crisis. Luego del auge de las décadas del ’60 y ’70, el marxismo ha dejado de ser el inspirador casi exclusivo de los mas importantes movimientos sociales, especialmente del movimiento obrero. En el terreno estrictamente académico este retroceso también ha sido notorio, aunque menos significativo.
Sin embargo, en el mundo universitario subsisten fuertes reductos de pensamiento marxista o inspirado en Marx. Uno de estos reductos lo constituye el llamado “marxismo analítico”.[1]
Los marxistas analíticos se proponen hacer inteligible el pensamiento de Marx liberándolo de todo vestigio teleológico y traduciéndolo al lenguaje de la sociología académica. Los esfuerzos de estos autores -un tanto paradójicamente y a diferencia de las preocupaciones filosóficas del llamado “marxismo occidental”[2]- se han encaminado hacia el estudio de las fuerzas productivas, las relaciones de producción, las clases sociales y la explotación. Siguiendo este sendero, y a pesar de no poseer los marxistas analíticos ninguna militancia política significativa, han abordado importantes problemas de la actualidad. Pese a todo, las elaboraciones de estos autores suelen conducirlos a posiciones que muy difícilmente podríamos considerar de filiación marxista.
Un ejemplo de lo que decimos lo constituye la obra de John Roemer. Este autor, preocupado por el problema práctico de catalogar a las sociedades del llamado “socialismo real” dentro de la taxonomía del materialismo histórico, ha elaborado una “teoría general de la explotación y de las clases” inspirada en la obra de Marx, pero que termina alejándose sensiblemente de las concepciones de el autor de El Capital.
Estamos convencidos de la necesidad del reencuentro de la teoría con la práctica, vale decir, del marxismo revolucionario con el movimiento obrero en la perspectiva de construir un movimiento socialista con incidencia real en la vida social. Creemos, en este sentido, que una tarea fundamental de nuestros días la constituye el análisis sin prejuicios ni dogmatismos de la realidad. No debemos temer a ninguna “revisión”: Ni la revisión de las categorías teóricas, ni a la revisión de la práctica política. Sin embargo, tampoco debemos ceder a la cómoda tentación de arrojar el niño junto al agua sucia. Es evidente que algo hay que cambiar; pero no es cuestión ni de cambiar todo ni de cambiar por cambiar. Defender los valiosos aportes del pensamiento de Marx de las críticas descaminadas ( provengan éstas de la academia o de la militancia) es una tarea que no podemos ni debemos eludir.
 
Primeras aproximaciones críticas
 
John Roemer ha construido una Teoría General de la Explotación y de las Clases que incluye en su seno, como un caso particular, a la teoría marxista de la explotación basada en la transferencia de “plustrabajo”, aunque redefiniéndola en un lenguaje enteramente independiente de la teoría del trabajo como sustancia del valor.
El argumento para considerar a la apropiación de trabajo ajeno no retribuido como un caso especial, y no como la esencia misma de la explotación, parte de la constatación de que en las sociedades en las que sus miembros poseen dotaciones cualitativamente diferentes de fuerza de trabajo (el trabajo es heterogéneo), puede fallar la correlación entre explotación y riqueza, y en consecuencia entre posición de clase y riqueza. Dicho en otras palabras, es posible que algunos productores ricos sean explotados (por ejemplo un ejecutivo asalariado de una gran empresa) y que algunos productores pobres sean explotadores (un subcontratista de la construcción que trabaja con dos o tres empleados)[3].
Esta argumentación presenta algunos inconvenientes para justificar su validez. Por ejemplo, desde una perspectiva marxista no es del todo claro que un ejecutivo sea un explotado. Para que lo sea es necesario que su ingreso salarial resulte inferior al valor creado por su actividad productiva. Desde luego que esto último es muy difícil de determinar, puesto que en la producción industrial desarrollada las mercancías son el resultado de la labor del “obrero colectivo”, desapareciendo toda relación directa entre el obrero o el empleado individual y los resultados de su producción. Pero en todo caso sí es posible establecer aproximadamente la parte proporcional que a cada individuo le corresponde. En consecuencia, un ejecutivo es explotado siempre y cuando su salario represente una suma de valor inferior a la de la parte proporcional de riquezas que él ayudó a crear.
Sin embargo, podemos aceptar el argumento de que en sociedades muy complejas ciertos grupos técnicamente explotados pueden poseer ingresos superiores a los de ciertos grupos explotadores. Pero justamente se trata de sociedades muy complejas, en las que existen múltiples redes de interacción, directa e indirecta, y sectores de la economía con muy desparejos niveles de productividad. Los “explotados ricos” no son explotados por los “explotadores pobres”. Se trata, en realidad, de grupos sociales que no mantienen relaciones directas entre sí, y que trabajan a unos niveles de productividad completamente distintos.
Esto nos recuerda que la preocupación central de Marx no era establecer un parámetro descriptivo de la estratificación social, sino analizar a las relaciones de producción y sus implicancias sociales. La diferencia fundamental entre un tendero y un obrero radica en la manera en que se relacionan con los medios de producción y con los frutos del trabajo, y no en supuestos ingresos cuantitativamente distintos (que inclusive pudieran ser iguales).
Por lo tanto, la teoría marxista puede aceptar que en las sociedades complejas existen casos de sujetos técnicamente explotados que poseen ingresos superiores a los de ciertos explotadores, aunque en líneas generales los ricos sean los explotadores y los pobres los explotados.
 
Desigualdad y explotación
 
Pero si bien es cierto que la teoría marxista no se derrumba al tener que dar cuenta de estos casos singulares en los que ciertos explotados viven mejor que ciertos explotadores, podría parecer, empero, que una teoría como la que propone Roemer -en la que en todos los casos los explotadores son más ricos que los explotados- sería superior.
Sin embargo esto no es más que una apariencia, puesto que lo que hace la teoría de Roemer es prácticamente liquidar la diferencia entre desigualdad y explotación. El mismo se pregunta, al finalizar el libro, si su “terminología no reemplaza simplemente «desigualdad» por «explotación», suprimiendo así lo que sería una distinción lingüística importante”.[4]
Su respuesta a este interrogante no nos parece para nada convincente.
 
La respuesta que he tratado de ofrecer aquí -escribe Roemer- es que la gente de una sociedad llega a considerar ciertas formas de desigualdad como explotadoras cuando surge la posibilidad, y finalmente la necesidad, de eliminarlas. Esto se produce antes de que tales formas de desigualdad se hagan socialmente innecesarias. La decisión de describir las desigualdades del capitalismo primitivo como explotadoras, se toma sobre la base de las incipientes creencias morales de los proletarios, que llegan a considerar tales desigualdades como explotadoras.[5]
 
Para comprender este párrafo se hacen necesarias algunas aclaraciones. Roemer define a la explotación socialmente necesaria como toda forma de desigualdad cuya desaparición provoque que el conjunto de la sociedad, pero especialmente los explotados, se encuentren en una situación peor. Desde este punto de vista la explotación capitalista fue socialmente necesaria en el capitalismo primitivo porque “sin las relaciones de propiedad capitalista, la innovación y el desarrollo de la productividad laboral se habrían estancado y los trabajadores habrían terminado por encontrarse en peor situación”.[6] Desde el momento en que tales relaciones de propiedad dejan de ser indispensables para mantener la estructura de incentivos que garantiza la innovación y el desarrollo de la productividad, la explotación capitalista se convierte en socialmente innecesaria.
Ahora bien, si comparamos estas aclaraciones con el texto de Roemer antes citado veremos que la diferencia entre desigualdad y explotación es sumamente vaga. Parecería ser que la desigualdad se convierte en explotación cuando llega a ser socialmente innecesaria, aunque Roemer prefiere llamar “explotación” a ciertas formas de desigualdad socialmente necesaria en atención a las creencias morales de los trabajadores. Esta distinción, por lo demás, no se corresponde totalmente con una consideración básica de la argumentación de Roemer, quien sostiene, en el capítulo siete de su obra, que cualquier desigualdad debe ser considerada explotadora siempre y cuando exista alguna alternativa de distribución de los bienes productivos, concebible hipotéticamente (aunque no necesariamente practicable de facto), en la cual los pobres mejoren su situación y los ricos empeoren la suya. Con este último argumento Roemer puede considerar que no toda forma de desigualdad es explotación. Si dos agricultores poseen tierras en calidad y cantidad similares, pero el uno es esforzado y laborioso y el otro prefiere echarse a descansar el mayor tiempo posible, es indudable que entre los mismos existirá una desigualdad en sus ingresos monetarios, pero la misma no se subsanaría con ninguna redistribución de la tierra. En este caso existe desigualdad, más no explotación.
Con respecto a todo esto se pueden hacer las consideraciones que se quiera, pero subsiste el hecho de que desigualdad no puede ser un término equivalente a explotación (socialmente necesaria o no). Ni tampoco puede haber entre ambos términos una diferencia tan pequeña como la que permite señalar la teoría de Roemer. Desde una perspectiva rigurosamente marxista la desigualdad implica una cierta diferencia en los bienes o ingresos, mientras que la explotación supone que esta desigualdad se debe a que un sujeto trabaja para otro. Es cierto que, con este presupuesto, la situación de los dos campesinos anteriormente imaginada y utilizada como ejemplo tampoco puede ser considerada una situación de explotación; pero se podrían exponer algunos casos en los que esta correspondencia no se mantiene. Por ejemplo, si tenemos dos campesinos que trabajan personalmente la tierra que poseen, pero uno posee tierras en mayor abundancia o de mejor calidad que el otro, para Roemer estaríamos ante un caso de explotación, mientras que para Marx se trataría de una forma de desigualdad, puesto que no existe transferencia de plustrabajo de un sujeto a otro. Mientras que para Marx la explotación es una forma plenamente específica de desigualdad -basada en la apropiación de trabajo ajeno impago- que debe ser diferenciada tajantemente de la desigualdad “en general”, para Roemer prácticamente toda forma de desigualdad es explotación.[7]
A decir verdad, Roemer tiene que aniquilar la distinción marxista clásica entre desigualdad y explotación porque su “teoría general de la explotación y de las clases” no se basa en la apropiación de plustrabajo (por lo que para ser fieles a la terminología de Marx se trataría, en realidad, de una teoría general de la desigualdad económica).
La distinción entre desigualdad y explotación resulta fundamental puesto que toda gran desigualdad debe tener necesariamente por base a alguna forma de explotación. La desigualdad en la propiedad, si no posee algún mecanismo de extracción y apropiación del trabajo ajeno, sólo puede dar lugar a diferencias pequeñas, porque cada uno vive de su propia fuerza de trabajo. Perdiendo de vista este punto esencial la teoría de Roemer disminuye involuntariamente la diferencia cualitativa que existe entre las sociedades relativa, aunque no absolutamente igualitarias, y las sociedades explotadoras o sociedades de clase.
 
Relaciones de propiedad y plustrabajo
 
Roemer sostiene que su enfoque de la explotación se basa en las relaciones de propiedad, y que el mismo es superior al enfoque marxista basado en el plustrabajo. Sin embargo esta afirmación parte de una confusión. Para Marx ambos aspectos son indisociables. El punto de partida son siempre las relaciones de apropiación (o de propiedad, como dice Roemer), pero únicamente existe explotación cuando tales relaciones hacen posible la generación y la apropiación de trabajo ajeno no retribuido. Las relaciones de apropiación (existentes, si bien con muy diversas formas, en todas las comunidades) pueden dar lugar a sociedades relativamente igualitarias, no-igualitarias o directamente explotadoras. Estas últimas, o sociedades clasistas, presuponen un desarrollo bastante complejo tanto de la productividad del trabajo como de las relaciones de apropiación que la hacen posible.
Resulta un tanto paradójico constatar que, mirando bien las cosas, es la teoría de Marx, y no la de Roemer, la que permite una correcta valoración y análisis de las relaciones de apropiación. La teoría marxista pone en primer lugar a las relaciones de apropiación, puesto que define a las distintas formas de explotación según el tipo de relaciones que las hacen posibles. Por el contrario, la propuesta de Roemer no profundiza en el estudio de las relaciones productivas, sino que permanece en el análisis abstracto de la distribución de bienes a escala social, sin indagar qué clase de relaciones mantienen los sujetos entre sí. El enfoque de Marx intenta descubrir las formas de explotación analizando los vínculos específicos que entablan los hombres, y que posibilitan la generación y apropiación de plustrabajo. Es erróneo, por tanto, sostener que el enfoque marxista se basa en el plustrabajo, mientras que el de Roemer lo hace en las relaciones de propiedad. En verdad, el análisis marxista de la explotación parte del estudio minucioso de las relaciones de producción, para luego establecer la existencia o no, así como las formas particulares, de apropiación de trabajo ajeno no retribuido. El enfoque de Roemer, paradójicamente y en contra de lo que él mismo proclama, no se centra en las relaciones de propiedad; más bien parte de una distribución abstracta de la propiedad, puesto que no se interesa por la especificidad de las relaciones, ni por la medida en que los sujetos mantienen vínculos directos o indirectos entre sí.
A continuación trataremos de mostrar que el análisis de Marx, basado en el nexo existente entre las relaciones de apropiación de los medios de producción (y circulación) y la fuerza de trabajo, por un lado, y las formas de apropiación de plustrabajo, por el otro, es superior al propuesto por Roemer. Pero para hacerlo es imprescindible describir brevemente los aspectos sustanciales de la teoría de este último autor.
 
La teoría de Roemer
 
Roemer intenta, según sus propias palabras, reemplazar la definición marxista general de la explotación –cuya esencia es la apropiación de plustrabajo– por una definición basada en la teoría de juegos, cuyo concepto central es el de relaciones de propiedad. Su propuesta sostiene que la explotación implica las siguientes condiciones:
 
Una coalición S, en una sociedad más amplia N, sólo es explotada si:
(1)  Hay una alternativa, que podamos concebir como hipotéticamente factible, en la que S estaría en mejor situación que en la actualidad.
(2)  Para esta alternativa, el complemento de S, la coalición [...] S’, estaría en peor situación que en la actualidad.[8]
 
A estas dos cláusulas nuestro autor cree que hay que agregar una tercera :
 
(3) S’ está en una relación de dominación con respecto a S.
 
La condición (1) es necesaria por razones evidentes. La condición (2) es necesaria porque “debe darse el caso de que la coalición explotada S sea explotada por otras personas, no por la naturaleza o por la tecnología”. Finalmente, la condición (3) tiene por finalidad descartar algunas situaciones absurdas que deberían ser consideradas “explotadoras” si nos atenemos únicamente a las dos condiciones anteriores: por ejemplo el caso de dos islas que no mantienen relación alguna pero que una posee muchos medios de producción y la otra muy pocos, o el caso de que las personas normalmente capacitadas paguen subsidios a los discapacitados.[9]
La idea básica del enfoque de Roemer consiste en comparar diferentes sistemas de explotación tratando la organización de la producción como si se tratara de un “juego”. Para saber si un grupo social es explotado tenemos que preguntarnos si mejoraría su situación (al tiempo que otro la empeoraría) retirándose de un juego determinado para jugar a otro distinto. Roemer utiliza esta estrategia para definir cuatro tipos distintos de explotación: la feudal, la capitalista, la socialista y la de “status”[10].
La regla de retirada para saber si alguien es explotado en forma feudal consiste en retirarse con los bienes individuales propios. La retirada, de acuerdo con esta regla, equivale a una quiebra de los lazos feudales de servidumbre, y sólo eso. Por el contrario, la regla para determinar si existe explotación capitalista consiste en retirarse con la parte proporcional de los bienes productivos alienables (medios de producción) de la sociedad. La explotación socialista se establece preguntándose qué ocurriría si una coalición se retirara con su parte proporcional de bienes inalienables (cualificaciones). Finalmente, la explotación de “status” -la menos claramente definida por Roemer- se establece cuando una coalición puede mejorar la suerte de sus miembros (mientras que la coalición contraria empeora su situación) retirándose con sus propios bienes pero liberándose de sus deberes con el status, es decir, con las remuneraciones complementarias que se adjudican ciertos agentes en virtud de los puestos que ocupan, y no en virtud de la calificación necesaria para desempeñar las tareas asociadas con los mismos.[11]
Conviene señalar que una falencia de la teoría de Roemer es que no contempla a la explotación basada en la esclavitud. La reformulación que realiza Wright del concepto de explotación feudal no logra llenar este agujero. Según Wright, la explotación feudal resultaría de las desigualdades en la distribución de los bienes en forma de fuerza de trabajo, por lo que la regla de retirada consistiría en abandonar el juego con la parte proporcional que a cada cual le correspondería de los bienes en forma de fuerza de trabajo, es decir, una unidad. De esta manera, la esclavitud debería ser considerada como un caso límite de explotación feudal.[12] Esta salida de compromiso nos muestra las bases irremediablemente abstractas y abusivamente generalizantes que sustentan a esta teoría, y que le impiden percibir la especificidad de las diferentes relaciones de producción.
 
Evaluación crítica de la teoría de Roemer comparada con la de Marx
 
Veamos ahora los resultados que obtenemos si analizamos, por ejemplo, la explotación en el capitalismo según las teorías de Marx y de Roemer.
Enunciemos, para comenzar, una serie de clases sociales que perfectamente pueden (y algunas de ellas que necesariamente deben) existir en una sociedad capitalista: terratenientes rentistas, capitalistas, pequeños propietarios y productores independientes, arrendatarios no capitalistas, asalariados.
Para Roemer, tanto los pequeños propietarios como los arrendatarios no capitalistas y los asalariados son capitalistamente explotados, puesto que mejorarían su situación con un reparto igualitario de los bienes alienables de la sociedad (mientras que otros la empeorarían). En el mejor de los casos podría suceder que una parte de los pequeños propietarios (e inclusive de los arrendatarios) no sea explotada -porque los medios de producción de que disponen son equivalentes a los que les correspondería en un reparto igualitario-, pero permanece inalterable el hecho de que, desde esta perspectiva, los obreros asalariados y   una parte al menos de los arrendatarios y de los pequeños propietarios son explotados en forma capitalista.[13] Por lo tanto, asalariados, arrendatarios y productores autónomos serían víctimas de la misma explotación, no pudiendo existir entre ellos más que diferencias cuantitativas. ¿Pero, qué sentido tiene un análisis de este tipo? En realidad lo único que hace es disolver diferencias importantes entre distintos sujetos sociales argumentando que todos son explotados de la misma manera.
El análisis marxista, por el contrario, permite una visión menos simplista y más razonable: los asalariados son víctimas de la explotación capitalista, los arrendatarios son explotados rentísticamente (en los marcos de la sociedad mercantil capitalista), mientras que los pequeños propietarios no son (directamente) explotados ni explotadores.[14]
Un abordaje de este tipo nos prepara mejor para analizar las reivindicaciones políticas, sociales y económicas de estos distintos grupos. Desde luego que esto no es más que el punto de partida, quedando una plétora de problemas sin resolver en cada caso concreto: por ejemplo, puede haber diferencias importantes entre los distintos sectores asalariados, puede que los pequeños propietarios simpaticen más con los obreros que con los capitalistas (o que ocurra lo contrario), es posible que dentro de los arrendatarios los haya sumamente pobres o relativamente acomodados, etc. Pero, sea como sea, el análisis marxista es un punto de partida decididamente superior al de Roemer, el cual no puede establecer diferencias cualitativas entre asalariados, pequeños propietarios y arrendatarios.
Con todo, el análisis de Roemer parecería tener una ventaja, cual es identificar inequívocamente a los ricos con los explotadores y a los pobres con los explotados. Ya hemos argumentado, en contra de esto, que los “pobres” explotadores no explotan a los “ricos” explotados, y que la explotación se basa en relaciones directas. Sin embargo, es posible pensar que la ubicación de los que en términos marxistas no son explotados ni explotadores (e inclusive de algunos que son directamente explotadores) en el campo de los explotados favorece a la crítica socialista del capitalismo. Contra este argumento podemos decir que el socialismo no sólo debe luchar contra la explotación, sino que también debe hacerlo contra toda forma de desigualdad, marginación, discriminación, dominación y opresión (económica, racial, sexual, etc.).
Por otra parte, la concepción marxista de la explotación basada en la apropiación de trabajo ajeno impago posee un profundo significado social, político y moral, que desaparece en la teoría de Roemer. La teoría marxista de la explotación demuestra que nadie puede convertirse en capitalista valiéndose únicamente de su fuerza de trabajo y de los medios de producción que la misma es capaz de emplear. Ser capitalista supone apropiarse de trabajo ajeno no retribuido, y supone hacerlo de una forma determinada, distinta a la de los señores feudales o a la de los propietarios de esclavos. El capitalismo no puede desarrollarse por la mera acumulación de bienes productivos en pocas manos; necesita también de la existencia de una circulación mercantil bastante desarrollada y de obreros obligados a vender su fuerza de trabajo por haber sido privados de la posesión de los medios de producción. Entre trabajadores que laboran por cuenta propia, sin utilizar otra mano de obra que la suya, las diferencias económicas no pueden ser demasiado pronunciadas, por más que posean medios de producción en cantidad y calidad diversas. La desigualdad existente entre un burgués y un obrero no se establece en virtud de la mayor capacidad de trabajo del primero con respecto al segundo, sin que haya apropiación de trabajo ajeno no pagado. Lo cierto es lo contrario: el capitalismo se desarrolla por la apropiación de plustrabajo (bajo una forma determinada).
Es verdad que en el capitalismo moderno existen ciertos individuos, como los deportistas o los cantantes más famosos, que obtienen ingresos millonarios que aparentemente provienen con exclusividad de sus propias capacidades personales. Pero estos ingresos sólo son posibles por la existencia misma de la sociedad capitalista basada en la explotación de trabajadores asalariados. Los pocos millonarios que amasan fortunas gracias a alguna virtud excepcional (sin explotar directamente a nadie) son un producto de la sociedad burguesa, y no al contrario: el capitalismo no es el resultado del desarrollo de las capacidades productivas de individuos que recurren única y exclusivamente a su propia fuerza de trabajo.
 
La explotación y otras formas de desigualdad
 
Aunque la explotación es la base originaria y fundamental de las grandes desigualdades sociales, no podemos dejar de señalar que existen formas de desigualdad sólo mediatamente relacionadas con la explotación. La marginación constituye un caso ejemplar. Un individuo o un grupo social se halla marginado cuando no tiene acceso a un determinado modo de producción (ingresando al cual mejoraría su situación económica) o a ciertos puestos dentro del modo de producción (o del Estado o la sociedad en general) en que se halla inserto. Por ejemplo, los desempleados o los paupérrimos “pobres urbanos” (vendedores ambulantes, cuentapropistas, etc.) se encuentran marginados del modo de producción capitalista, aunque vivan en sociedades capitalistas y se vean sometidos a sus aparatos de dominación. Resulta paradójico constatar que muchos desempleados o pobrísimos “trabajadores independientes” desearían poder ser explotados por los capitalistas, porque de esta manera mejorarían su situación. Sin embargo, debemos destacar que la marginación a la que se ven sometidos es originada por el mismo sistema de explotación que extrae plustrabajo de los asalariados (y que no necesita explotarlos directamente).
Otras formas de desigualdad no se relacionan tanto con los ingresos económicos como con la capacidad de mandar y lograr obediencia (poder), vale decir, con la dominación.
Finalmente, una última forma de desigualdad es la originada en la obtención de privilegios (materiales e inmateriales) por la pertenencia a un determinado grupo étnico, religioso, sexual o de clase, y a la que podemos denominar opresión.
La preeminencia analítica de la explotación deriva de que la desigualdad en sentido lato (diferencia en la propiedad de los medios de producción, sin apropiación de plustrabajo) no puede dar lugar a ingresos cuantitativamente muy distintos. Por otra parte, es la explotación la que requiere de la dominación, y la que en muchos casos origina a la opresión y a la marginación.
 
Explotación y clases sociales
 
Como desde la perspectiva marxista la explotación está directamente ligada con la apropiación del plustrabajo generado por los productores directos, podría parecer que no todos los asalariados son explotados, puesto que muchos de ellos no se desempeñan en actividades productivas, sino que laboran en la prestación de servicios o dedicados a la circulación de mercancías. Marx no se cansó de insistir en que el comercio no crea productos, no agrega nuevas riquezas a las ya existentes en la sociedad. Lo más que puede hacer es redistribuir los bienes producidos y la plusvalía contenida en los mismos (esto último en las sociedades burguesas). Los trabajadores asalariados empleados en el comercio, a diferencia de sus compañeros ocupados en actividades industriales, no crean riquezas materiales. Pese a ello, su trabajo es indispensable para que los comerciantes capitalistas puedan obtener su respectiva cuota de ganancia. En palabras de Marx, “así como el trabajo impago del obrero crea directamente plusvalor para el capital productivo, así el trabajo impago de los asalariados comerciales crea para el capital comercial una participación en dicho plusvalor.”[15] Un asalariado mercantil realiza un trabajo productivo (puesto que permite la apropiación de plusvalor) para su empleador capitalista individual, aunque desde la perspectiva del capital global sólo sea productivo el trabajo que incrementa la masa global de plusvalor (el trabajo industrial). Pese a todo, resulta indiscutible que tanto los trabajadores de la industria como los del comercio pertenecen a la misma clase, y que lo mismo ocurre con los asalariados que no venden su fuerza de trabajo al capital, sino que son empleados por el Estado o por particulares con la intención de consumir un ingreso (y no de producir o apropiarse de plusvalor). Por lo tanto, el proletariado no puede ser reducido sencillamente al conjunto de trabajadores industriales.
Según Ernest Mandel, con quien estamos absolutamente de acuerdo en este punto, “la característica estructural que define al proletariado en el análisis marxiano del capitalismo es la obligación socioeconómica de vender su propia fuerza de trabajo. Así, pues, dentro del proletariado se incluyen no sólo los trabajadores industriales manuales, sino todos los asalariados improductivos que están sujetos a las mismas restricciones fundamentales: no propiedad de los medios de producción; falta de acceso directo a los medios de subsistencia (¡la tierra no es de ninguna manera libremente accesible!); dinero insuficiente para comprar los medios de subsistencia sin la venta más o menos continua de la fuerza de trabajo. Así, todos esos estratos cuyos niveles salariales permiten acumulación de capital además de un nivel de vida «normal» están excluidos del proletariado” (subrayado E. M.).[16]
 
Socialismo y explotación de status
 
Puesto que el problema práctico que motivó la elaboración de la teoría general de la explotación y de las clases era “clasificar los estados socialistas modernos dentro de la taxonomía del materialismo histórico”, debemos revisar, finalmente, cómo es afrontada esta problemática.
Nuestra conclusión, digámoslo ya, es que el análisis que Roemer realiza de la explotación en el socialismo redunda en la misma tendencia abstracta y generalizante con la que analiza a las otras formas de explotación, lo cual le impiden una conceptualización precisa de las relaciones de producción y de los mecanismos efectivos de explotación que ellas sustentan.
Según Roemer, “en el socialismo realmente existente se ha detectado la presencia de la explotación socialista y de la explotación de status, pero probablemente no la de explotación capitalista.”[17]
La explotación socialista (en realidad simple desigualdad) no estaría en condiciones de desaparecer (y por otra parte no sería su desaparición el objetivo del socialismo, el cual únicamente se propone acabar con la explotación capitalista). Con respecto a la explotación de status Roemer sostiene que no está del todo claro si la misma es socialmente necesaria o innecesaria (de esto depende que pueda o no ser eliminada) y, en el caso de que sea necesaria, si es preferible a la explotación capitalista.
Estas son preguntas importantes que cualquier científico social o militante socialista debería hacerse e intentar responder. En términos generales podemos considerar que existen tres grandes respuestas:
 
1) La explotación de status es socialmente necesaria pero superior o preferible a la capitalista. Esta respuesta parece ser desechada por el desarrollo social de los últimos años, en los que los llamados “socialismos reales” han avanzado, aunque no sin contradicciones, hacia una reconversión económica de tipo capitalista.
2) La explotación capitalista es socialmente necesaria y mejor que la de status. Es esta la respuesta, triunfalista a veces, desencantada otras, del grueso de los científicos sociales (para no hablar de los apologetas de la burguesía).
3) La explotación de status y la explotación capitalista son socialmente innecesarias, por lo que existen las condiciones mínimas necesarias para construir una sociedad en la que únicamente exista desigualdad (y no ya explotación) basada en el tipo de trabajo realizado (cualificaciones). De la veracidad de esta respuesta depende que el socialismo sea un proyecto de sociedad actualmente factible, y no una simple utopía condenada por la historia.
 
Si bien es cierto que la conceptualización, o mejor, la terminología de Roemer permite plantear con claridad esta problemática, vemos, también, que a la hora de resolverla presenta enormes dificultades. Para evaluar, aunque sea especulativamente, si un sistema de explotación es socialmente necesario o innecesario, o para determinar la “superioridad” de uno con respecto a otro, es necesario conocerlos con minuciosidad. Aquí es donde falla Roemer. De la misma manera en que identifica a la explotación capitalista con cualquier forma de desigualdad o explotación asentada en la propiedad sobre los medios de producción (por lo que la explotación capitalista puede existir en las más variadas sociedades, perdiéndose por completo la especificidad del capitalismo), de la misma manera, repetimos, considera explotación de status a toda forma de desigualdad en la que los ingresos del grupo favorecido provengan de los lugares que sus miembros ocupan. De esta manera resulta imposible establecer diferencias sustanciales entre un miembro de la intelligentzia  de la Unión Soviética del siglo XX y, por ejemplo, un burócrata estatal de la China del siglo X, puesto que en ambas sociedades existiría explotación de status.[18] Sin embargo, estas dos sociedades son radicalmente distintas.
La Unión Soviética era una sociedad industrial, el consumo de los productores directos estaba mediatizado por el dinero (el pago en especie no existía o era residual) y los trabajadores eran asalariados. La propiedad de los medios de producción era fundamentalmente estatal, pero los gerentes de las empresas y los planificadores eran los que de hecho los poseían, puesto que los trabajadores no disponían de vías efectivas para el control de sus empresas. No existía la competencia de capitales ni propiamente un mercado de capitales; y asimismo el excedente apropiado por la  intelligentzia  no podía ser capitalizado. La economía estaba centralmente planificada, pero la mediación del dinero para el consumo daba lugar a divergencias entre lo que los planificadores decidían producir y lo que los consumidores decidían comprar. El trabajo en cada una de las unidades productivas estaba fuertemente socializado, en el sentido de que existía una necesaria, ineludible y compleja cooperación entre los trabajadores de una misma empresa, y entre las distintas empresas. Finalmente, la sociedad soviética, sin ser capitalista, estaba inserta en el mercado capitalista mundial, del cual sufría fuertes presiones.
En la China de la dinastía T’ang, por el contrario, la producción era básicamente agrícola y los ingresos de los productores directos eran en especie. En las unidades productivas solo existía la cooperación simple, y en muchos casos el trabajo era sencillamente individual. Los burócratas podían apropiarse de los excedentes en virtud de los puestos que ocupaban, pero de ninguna manera podían planificar la producción como lo hacían los planificadores soviéticos. La China del siglo X no sufría ningún tipo de presiones de un mercado capitalista inexistente.
 
Conclusiones
 
La teoría de Roemer pretende solucionar ciertas supuestas inconsistencias de la teoría marxista de la explotación basada en la apropiación de plustrabajo. Sin embargo, la solución que propone acarrea más inconvenientes de los que aparentemente resuelve, a saber, la posibilidad de que en las sociedades complejas ciertas coaliciones reputadas como “explotadas” sean más pobres que algunas coaliciones reputadas como “explotadoras”.
La base misma de la teoría conduce a un grado tal de abstracción que hace imposible el análisis efectivo de las relaciones de producción. Lejos de estar asentada en las relaciones de propiedad, la teoría de Roemer oscurece la comprensión de las mismas.
De cualquier manera, la defensa que hemos intentado de la concepción de la explotación de Marx no es cerrada. Creemos que la ventaja de la misma consiste en asentarse en la especificidad de las relaciones de producción de que se trate, captadas en toda su complejidad y diversidad de manifestaciones, y sin sucumbir en generalizaciones cómodas pero abusivas. Este camino, empero, no es el que ha seguido, en general, el marxismo. Una muestra de esto es la tendencia a catalogar a las más diversas sociedades bajo los rótulos de los cuatro o cinco modos de producción a los que Marx ha hecho referencia. Por tal motivo, creemos que el desarrollo del materialismo histórico debe pasar por un estudio minucioso de las sociedades que no parecen encajar dentro de la tipología clásica, y por una conceptualización más precisa de la categoría general de relaciones de producción, tendiente a poder dar cuenta de la especificidad de las más variadas relaciones.

[1] Como “marxistas analíticos” pueden ser considerados, entre otros, los siguientes autores: Gerald Cohen, John Roemer, Jon Elster, Erik Olin Wright, Philippe van Parij, Robert Brenner, y Adam Przeworski.
[2] Ver Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, México, Siglo XXI, 1991.
[3] Roemer, John, Teoría general de la explotación y de las clases, México, Siglo XXI, 1989, pág. 191.
[4] Ídem., pág. 319.
[5] Ídem., págs. 319-20.
[6] Ídem., pág. 297.
[7] Percibiendo este inconveniente teórico Erik Olin Wright, Clases, México, Siglo XXl, 1994, pág. 82-87, propone distinguir entre “opresión económica” (simple desigualdad) y “explotación económica” (transferencia de plustrabajo).
[8] Ídem, pág. 213.
[9] Roemer no define en ningún momento qué entiende por dominación. Esto constituye un bache importante en su teoría, cuyo origen no creemos que sea casual. Una definición estricta debería llevarlo a identificar la dominación fundamentalmente, aunque no en forma exclusiva, con las relaciones directas que posibilitan la extracción de plustrabajo. Por el contrario, la indefinición que adopta en este punto le permite sortear anomalías del tipo de las citadas, aunque deja en penumbras a un buen número de cuestiones, como por ejemplo cuál es el criterio de dominación que nos permite sostener que existe explotación en una economía de pequeña propiedad campesina en la que nadie trabaja más que para sí mismo.
[10] Para una reformulación y ampliación de las diferentes formas de explotación consideradas por Roemer véase Wright, Erik Olin, Clases, México, Siglo XXI, 1994.
[11] Roemer John, Teoría General..., págs. 268-9.
[12] Wright, Erik Olin, Clases, pág. 88, nota 25. No está de más recordar que las diferencias entre la esclavitud y la producción asentada en el trabajo de siervos son considerables. La producción esclavista es, por regla general, producción en masa con trabajo en equipos y llevada a cabo en grandes latifundios. Este sistema de producción posee enormes dificultades para la reproducción endógena de la mano de obra, a causa de la escasez de mujeres y las consiguientes dificultades para la constitución de familias y la reproducción sexual. La producción de los siervos, por el contrario, tiene un carácter individual o familiar para el trabajo en la parcela de los campesinos, existiendo producción en masa y trabajo en equipos únicamente en las tierras del señor en las que se llevan a cabo las prestaciones en trabajo. De cualquier manera, las prestaciones en trabajo no existen siempre. Por este motivo Pierre Dockés, en La liberación medieval, México, FCE, 1984, propone distinguir dos modos de explotación feudales : el basado en prestaciones en trabajo, y el asentado en pagos en especie.
[13] Philippe Van Parij indica correctamente que la definición de Roemer “permite que alguien que no trabaja esté explotado”, o que “dos comunidades autárquicas se exploten una a otra a causa de sus desiguales dotaciones, aun cuando ninguna de ellas obtenga un beneficio de la otra o ejerza poder alguno sobre la otra.” Por todo esto considera que usar el término explotación para referirse al concepto de Roemer es engañoso, aunque por razones de comodidad continúe utilizándolo. Ver «Una revolución en la teoría de las clases», Zona Abierta, Nº 59-60, 1992.
[14] Los productores independientes pueden ser explotados por usureros o por el capital mercantil, pero esta forma de explotación debe ser claramente diferenciada de la explotación capitalista propiamente tal, que es la que encarna el capital productivo y cuyas víctimas son los obreros asalariados. La explotación mercantil o usuraria ha existido en las más diversas sociedades, por lo que no es específicamente capitalista, como sí lo es la explotación de trabajadores asalariados. Que en ocasiones los pequeños propietarios sean también explotados por los capitalistas no significa que esta explotación adopte la misma forma que la que sufren los obreros.
[15] Marx, Karl, El Capital, 3/6, pág. 377.
[16] Mandel, Ernest, El Capital: cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx, México, Siglo XXI, 1985, pág. 128.
[17] Roemer, John, Teoría general ..., pág. 287.
[18] El concepto de explotación de status es el más débil de la teoría de Roemer. Según Wright, “en particular, dicho concepto presenta dos problemas, en primer lugar, la categoría «explotación de status» es ajena a la lógica que rige el resto del análisis de Roemer de la explotación. En todos los demás casos, la explotación está anclada en la relación de los individuos o las coaliciones con las fuerzas de producción. Todas las restantes formas de explotación son «materialistas», no sólo en el sentido de que el concepto pretende explicar la distribución material, sino porque se basa en esa relación con las condiciones materiales de producción. La explotación de «status» de ningún modo esta relacionada necesariamente con la producción. En segundo lugar, resulta difícil distinguir de manera rigurosa la explotación de status de la explotación feudal. El «señor» recibe una remuneración en virtud estrictamente de su instalación en una «posición», no por sus cualificaciones ni por la posesión de capital. Sin embargo, difícilmente puede parecer razonable considerar la lógica de la explotación y de las clases en la actual Unión Soviética y la de la Europa feudal del siglo XlV como si fueran en esencia la misma.” Ver Clases, pág. 90.

 

Encontrá lo que buscás