28/03/2024

La sustancia de la crisis

Por , , Antunes Ricardo

 

I

Mucho se ha escrito sobre la crisis. Crisis de las subprime, crisis especulativa, crisis bancaria, crisis financiera, crisis global, réplica de las crisis de 1929, etc. Florece una fenomenología de la crisis, donde lo que ayer se dijo se vuelve hoy obsoleto. Los grandes periódicos, empezando por The Economist, hablan de “crisis de confianza” y la máxima se expande. La crisis se resume a un acto volitivo. ¡Fiducia! diría los latinos. He ahí la clave analítica.

Los gobiernos de los países en crisis, en los Estados Unidos, Europa y otras partes del mundo, parecen redescubrir el estatismo todo privatizado como el recetario para eliminar la crisis de “desconfianza”. El remedio neokeynesiano, sepultado en las últimas cuatro décadas, considerado uno de los principales males de las crisis anteriores, resurge como salvación para el verdadero camino de la servidumbre, o sea, la sujeción de la humanidad a los designios de la lógica destructiva del capitalismo y en particular de su polo hegemónico financiero.

Pero, más allá de esa fenomenología de la crisis, podríamos recordar a varios autores críticos, dentro de la izquierda, que intentaron ir más allá de las apariencias y develar los fundamentos estructurales y sistémicos del derretimiento y licuación del sistema del capital.

Robert Kurz, por ejemplo, ha venido alertando desde principios de 1990, que la crisis que llevó a la bancarrota a los países del llamado "socialismo real" (con la URSS al frente), no sin antes haber devastado el “Tercer Mundo”, era expresión de una crisis del modo de producción de mercancías que después migraría en dirección al corazón del sistema capitalista.

François Chesnais apuntó las complejas conexiones existentes entre producción, financierización (“la forma más fetichizada de la acumulación”) y mundialización del capital, enfatizando que la esfera financiera se nutre de la riqueza generada por la inversión y de la explotación de la fuerza de trabajo dotada de múltiples cualificaciones y amplitud global. Y es parte de esa riqueza, canalizada para la esfera financiera, que infla el flácido capital ficticio.

Pero fue István Mészáros quien, desde el final de los años de 1960 viene sistemáticamente develando la crisis que entonces comenzaba a asolar al sistema global del capital: alertaba que las rebeliones de 1968, así como la caída de la tasa de ganancia y el inicio de la monumental reestructuración productiva del capital, que se manifestaba en 1973, ya eran ambas expresiones del cambio substantivo que se diseñaba, tanto en el sistema capitalista, cuando en el propio sistema global del capital.[1]

Indicaba que el sistema de capital (y en particular el capitalismo), tras experimentar la era de los ciclos, se adentraba en una nueva fase, inédita, de crisis estructural, marcada por un continuum depresivo que haría que aquella fase cíclica anterior se volviera historia. Aunque pudiera haber alternancia en su epicentro, la crisis se muestra longeva y duradera, sistémica y estructural.

Y más, demostraba la falencia de los dos más osados sistemas estatales de control y regulación del capital experimentados en el siglo XX. El primero, de talle keynesiano, que estuvo en vigor especialmente en las sociedades capitalistas marcadas por el welfare state. El segundo, de “tipo soviético” (vigente, según Mészáros, en la URSS y en las demás “sociedades post-capitalistas”) que, aunque fuera resultado de una revolución social que buscó destruir el capital, fue por él absorbido. En ambos casos el ente político regulador fuera desregulado, al final de un largo periodo por el propio sistema de metabolismo social del capital.[2] Proceso similar parece ocurrir en China de nuestros días, laboratorio excepcional para la reflexión crítica.

II

El libro A Crise Estrutural do Capital, [3] de István Mészáros, que presento al lector, es la condensación de un conjunto de artículos y entrevistas que presentan las principales tesis y formulaciones de la analítica de István Mészáros, escritos a lo largo de más de tres décadas y que son ahora publicados en un único volumen, condensando algunas de sus formulaciones más fuertes, en un momento decisivo de este siglo XXI, donde todo lo que parecía sólido se desvanece, encontrándose el capitalismo en fuerte proceso de licuación. La sumatoria de recursos, que se contabilizan en billones de dólares que fenecieron en los últimos meses, es por sí sólo contundente. La crisis del sistema financiero global, la retracción de la producción industrial, agrícola y de servicios, también son demasiado evidentes. Desde 1929 que el capitalismo no presenciaba un proceso crítico tan profundo, aflorando incluso en el propio discurso de los detentores del capital, sus gestores y principales gendarmes políticos. Así, István Mészáros ha sido, en las últimas décadas, uno de los críticos más densos, profundos, calificados y radicales. De esta manera, este pequeño libro es una muestra de esa contundencia y fuerza, que se encuentra presente en el enorme y poderoso conjunto de su obra.

Si pudiéramos, en pocas páginas, condensar algunas de las principales tesis que configuran la actual crisis estructural del capital comenzaríamos diciendo que Mészáros hace una crítica desbastadora a los engranajes que caracterizan su sistema socio-metabólico.

Su aguda investigación, indagando profundamente a lo largo de todo el siglo XX, lo lleva a constatar que el sistema de capital, por no tener límites para su expansión, termina por convertirse en una procesualidad incontrolable y profundamente destructiva. Conformada por lo que denomina, en la línea de Marx, como mediaciones de segundo orden –cuando todo pasa a ser controlado por la lógica de la valorización del capital, sin que se tome en cuenta los imperativos humano-societarios vitales– la producción y el consumo superfluos terminan generando la corrosión del trabajo, con la consecuente precarización del trabajo y el desempleo estructural, además de impulsar una destrucción de la naturaleza a escala global jamás vista anteriormente.

Expansionista en la búsqueda creciente y desmedida de plusvalor, destructivo en su procesualidad pautada por lo descartable y la superfluidad, el sistema de capital se vuelve, en el límite, incontrolable. Todo esto, aquí resumido de manera breve, hace con que, después de un largo período dominado por los ciclos, el sistema de capital venga asumiendo, siempre según la formulación de István Mészáros, la forma de una crisis endémica, acumulativa, crónica y permanente, lo que replantea, como imperativo global de nuestros días, dado el espectro de destrucción global, la búsqueda de una alternativa societaria apuntando a la construcción de un nuevo modo de producción y de un nuevo modo de vida cabal y frontalmente contrario a la lógica destructiva del capital hoy dominante.

Al contrario, por tanto, de los ciclos de expansión que conforman el capitalismo a lo largo de su historia, alternando períodos de expansión y crisis, nos encontramos, desde fines de los años de 1960 e inicios de 1970, sumergidos en lo que István Mészáros denomina como depressed continuum que exhibe las características de una crisis estructural.

Su análisis ya anticipaba que, al interior de los países capitalistas centrales, los mecanismos de “administración de las crisis” serían cada vez más recurrentes –y también cada vez más insuficientes– una vez que la disyunción radical entre producción para las necesidades sociales y auto-reproducción del capital cambiaba la tónica del capitalismo contemporáneo de nuestros días, generando consecuencias devastadoras para la humanidad

Dada la nueva forma de ser de la crisis, ingresamos entonces en una nueva fase, sin intervalos cíclicos entre expansión y recesión, pero presenciando la eclosión de precipitaciones cada vez más frecuentes y continuas. Tratándose, por tanto, de una crisis en la propia realización del valor, la lógica destructiva que se acentúa en nuestros días permitió a Mészáros desarrollar otra tesis, central en su análisis, de que el sistema de capital no puede más desarrollarse sin recurrir a la tasa de utilización decreciente del valor de uso de las mercancías como mecanismo que le es intrínseco. Esto porque el capital no considera valor de uso (que remite a la esfera de las necesidades) y valor de cambio (esfera de la valorización del valor) como separados, sino al contrario, subordinando radicalmente el primero al segundo.

Lo que significa, agrega el autor, que una mercancía puede variar de un extremo a otro, es decir, desde tener su valor de uso realizado inmediatamente o, en el otro extremo, jamás ser utilizada, sin dejar de tener, para el capital, su utilidad esencial. Y, en la medida en que la tendencia decreciente del valor de uso reduce drásticamente el tiempo de vida útil de las mercancías –condición sine qua non del funcionamiento de proceso de valorización en su ciclo reproductivo– ella se convierte en uno de los principales mecanismos a través del cual el capital viene realizando su proceso de acumulación por la vía de la destrucción del tiempo de vida útil de las mercancías y de la subordinación de su valor del uso a los imperativos del valor de cambio.

Al profundizar la disyunción entre la producción orientada genuinamente para el atendimiento de las necesidades humanas y aquellas dominantes orientadas para la auto-reproducción del capital, se intensifican las consecuencias destructivas, de las cuales dos anteriormente referidas ponen en riesgo el presente y el futuro de la humanidad: la precarización estructural del trabajo y la destrucción de la naturaleza. La conclusión de Mészáros es fuerte: aunque el 90% del material y de los recursos de trabajo necesarios para la producción y distribución de una dada mercancía comercializada – un producto cosmético, por ejemplo –fuese directamente para el basurero y sólo 10% efectivamente destinados al preparado del producto, buscando los beneficios reales o imaginarios del consumidor, las prácticas obviamente devastadoras aquí envueltas serían plenamente justificadas, desde que estuvieran sintonizadas con los criterios ‘eficiencia’, ‘racionalidad’ y ‘economía’ capitalistas, en virtud de la rentabilidad comprobada de la mercancía en cuestión. Y agrega: ¿qué será de la humanidad cuando menos del 5% de la población mundial (EUA) consuman 25% del total de los recursos energéticos disponibles? Y, ¿si el 95% restante viniera a adoptar el mismo padrón de consumo? La tragedia china actual, con su destrucción ambiental, es emblemática.

Esto acentúa otra contradicción vital en la que el mundo se sumergió en este inicio de siglo: si las tasas de desempleo continúan ampliándose, aumentan explosivamente los niveles de degradación y barbarie social oriunda del desempleo. Si, al contrario, el mundo productivo retomara los niveles de crecimiento anteriores, aumentando la producción y su modo de vida fundado en la superfluidad y en el desperdicio, tendremos la intensificación aún mayor de la destrucción de la naturaleza, ampliando la lógica destructiva hoy dominante.

Sin embargo el cuadro de crisis estructural y sistémica tiene otro componente vital, dado por la corrosión del trabajo. Después de la intensificación del cuadro crítico en EUA y demás países capitalistas centrales, estamos presenciando profundas repercusiones en el mundo del trabajo a escala global. En el medio del huracán de la crisis que ahora alcanza el corazón del sistema capitalista, vemos la erosión del trabajo relativamente contratado y reglamentado, heredero de la era taylorista y fordista, que fue dominante en el siglo XX –resultado de una secular lucha obrera por los derechos sociales– que está siendo substituido por las diversas formas de “empreendedorismo”, “cooperativismo”, “trabajo voluntario”, “trabajo atípico”, formas que oscilan entre la superexplotación del trabajo y la propia autoexplotación del trabajo, siempre caminando en dirección a una precarización estructural de la fuerza de trabajo a escala global. Esto, sin hablar de la explosión del desempleo que alcanza enormes contingentes de trabajadores, sean hombres y mujeres, fijos o precarizados, formales o informales, nativos o inmigrantes, siendo que estos últimos son los primeros en ser fuertemente penalizados.[4]

La OIT, con datos que son bastante moderados, en un reciente informe, proyectó 50 millones de desempleados a lo largo del 2009. Bastaría que una de las grandes automotrices de los EUA cerrase sus puertas y tendríamos millones de nuevos desempleados. En Europa, los periódicos, diariamente, listan millares de nuevos trabajadores sin empleo.

El mismo informe de la OIT agrega aún que cerca de 1,5 mil millones de trabajadores son afectados por la fuerte erosión salarial y la ampliación del desempleo en ese mismo período (Informe mundial sobre salarios, febrero de 2009). Pero se sabe que la contabilización mundial del empleo no capta en profundidad el desempleo oculto, frecuentemente enmascarado en las estadísticas oficiales. Y, como advirtió, Mészáros innumerables veces, si incluimos los datos reales del desempleo en China e India, estos números se multiplicarían en muchas veces.

Es importante destacar que, en China, 26 millones de ex trabajadores rurales que estaban trabajando en las industrias de las ciudades perdieron sus empleos en los últimos meses del 2008 y los primeros meses del 2009 y no encuentran trabajo disponible en el campo, desencadenando una nueva ola de revueltas obreras en dicho país. En América Latina, la OIT agrega que, debido a la crisis “hasta 2,4 millones de personas podrán entrar en las filas del desempleo regional en el 2009”, sumándose a los casi 16 millones hoy desempleados (Panorama Laboral para América Latina y el Caribe, enero del 2009).

En EUA, Inglaterra e Japón los índices de desempleo en los inicios del 2009 son los mayores de las últimas décadas. Es por eso que los empresarios presionan, en todas partes del mundo, para aumentar la flexibilidad en la legislación laboral, con la falacia de que así preservan los empleos. En EUA, Inglaterra, España y Argentina, para dar algunos ejemplos, esa flexibilización fue intensa y el desempleo solo ha venido aumentando.

De manera que, diferenciándose totalmente de los análisis que circunscriben la crisis al universo de los bancos, a la “crisis del sistema financiero”, a la “crisis de créditos”, para István Mészáros, la “inmensa expansión especulativa del aventurerismo financiero –sobre todo en las últimas tres o cuatro décadas– es naturalmente inseparable de la profundización de la crisis de las ramas productivas y de la industria así como de las resultantes perturbaciones que surgen con la absoluta letárgica acumulación de capital (en verdad, acumulación fracasada) en el campo productivo de la actividad económica. Ahora, inevitablemente, también en el dominio de la producción industrial la crisis se está poniendo mucho peor. Naturalmente, la consecuencia necesaria de la crisis siempre profundizándose en las ramas productivas de la ‘economía real’ (…) es el crecimiento del desempleo por todas partes en una escala asustadora, asociado a la miseria humana. Esperar una solución feliz para esos problemas surgida de las operaciones de rescate del Estado capitalista sería una gran ilusión”.

Y agrega: “(…) las recientes tentativas de contener los síntomas de la crisis que se intensifican por la nacionalización –camuflada de forma cínica– de grandezas astronómicas de la bancarrota capitalista, por medio de los recursos del Estado aún a ser inventados, solo cumplen el papel de subrayar las determinaciones causales antagónicas profundamente enraizadas de la destructividad del sistema capitalista. Pues lo que está fundamentalmente en curso hoy no es apenas una crisis financiera maciza, sino el potencial de autodestrucción de la humanidad en el actual momento del desarrollo histórico, tanto militarmente como por medio de la destrucción en curso de la naturaleza”.

Si el neokeynesianismo de estado todo privatizado es la respuesta encontrada por el capital para su crisis estructural, las respuestas de las fuerzas sociales del trabajo deben ser radicales. Contra la falacia de la “alternativa” neokeynesiana que siempre encuentra acogida en varios sectores de la “izquierda” que actúan en el universo del Orden –“alternativas” condenadas al fracaso, como demostró Mészáros analizando el siglo XX, pues se inscriben en la línea de menor resistencia del capital– el desafío ya estaba indicado en su artículo “Política Radical y Transición hacia el Socialismo” (escrito en 1982 y publicado en Brasil por la primera vez en 1983, y que consta en este libro). Allí estaba presente tanto la distinción crucial entre la crisis de tipo estructural y sistémica y las crisis cíclicas coyunturales del pasado, así como la necesidad de una política radical, al contrario de las alternativas (neo)keynesianas y a las cuales el capital recurre en sus momentos de crisis.

Vale recordar aquí la reciente Nota de los Editores de Monthly Review que así se refiere a la decisiva contribución de István Mészáros: “¿Cómo la izquierda irá a reaccionar frente a la crisis económica y a las tentativas de socializar las pérdidas sobre la población como un todo? Al depararnos con una depresión y crisis financiera, ¿debemos aceptar que las cargas recaigan sobre nuestros hombros, a través de la implantación de estrategias ligeramente más benignas para salvar el sistema?”

Y agrega la Nota: “En septiembre [de 2008] algunos sectores progresistas en Estados Unidos argumentaron que era necesario apoyar el plan de “Socorro a los Ricos” de Paulson, para que no hubiera una depresión. Tres meses más tarde tenemos billones en fondos gubernamentales entregados a las personas más ricas del planeta y a la depresión. El punto crucial, a nuestro modo de ver, fe capturado por István Mészáros, en su Más allá del Capital, donde él explicó que ‘la política radical sólo puede acelerar su propia renuncia (...) consintiendo en definir su propio objeto en términos de blancos económicos determinados, los cuales, de hecho, son necesariamente dictados por la estructura socioeconómica establecida en crisis’” (Monthly Review, “Notes from the Editors”, vol. 60, No. 10, março de 2009, p.64).

Una vez que las manifestaciones inmediatas de la crisis son económicas, dice Mészáros aún en el artículo premonitorio de 1982,

“de la inflación al desempleo y de la bancarrota de empresas industriales y comerciales locales a la guerra comercial en general y al colapso potencial del sistema financiero internacional, la presión que emana de la referida base social inevitablemente tiende a definir la tarea inmediata en términos de encontrar respuestas económicas urgentes al nivel de las manifestaciones de la crisis, mientras son dejadas intactas sus causas sociales.” Y añadía: “(...) ‘apretar los cinturones’ y ‘aceptar los sacrificios necesarios’ para ‘crear empleos reales’, ‘inyectar nuevos fondos de inversión’, ‘aumentar la productividad y la competitividad’ etc., impone premisas sociales del orden establecido (en nombre de imperativos puramente económicos) sobre la iniciativa política socialista (...) dentro del marco de las viejas premisas sociales y determinaciones estructurales, terminando, de ese modo, (...) por ayudar a la revitalización del capital.”

Es por eso que para Mészáros, cualquier intento de superar este sistema de metabolismo social que siga la línea de menor resistencia del capital, que se restrinja a la esfera institucional y parlamentaria está condenado a la derrota. En contrapartida, solamente una política radical y extraparlamentaria reorientando radicalmente la estructura económica, podrá ser capaz de destruir el sistema de dominio social del capital y su lógica destructiva.

Crear un modo de producción y de vida profundamente distinto del actual es, por tanto, un desafío vital lanzado por Mészáros. La construcción de un modo de vida dotado de sentido replantea, en este inicio del siglo XXI, la imperiosa necesidad de construcción de un nuevo sistema de metabolismo social, de un nuevo modo de producción basado en actividad auto-determinada, en la acción de los individuos libremente asociados (Marx) y en valores más allá del capital. La actividad basada en el tiempo disponible para producir valores de uso socialmente útiles y necesarios, contraria a la producción basada en el tiempo excedente para la producción exclusiva de valores de cambio para la reproducción del capital se vuelve vital.

Durante la vigencia del capitalismo (y también del capital), el valor de uso de los bienes socialmente necesarios se subordinó a su valor de cambio, que pasó a comandar la lógica del sistema de producción. Las funciones productivas y reproductivas básicas fueron radicalmente separadas entre aquellos que producen (los trabajadores) y aquellos que controlan (los capitalistas y sus gestores). Habiendo sido el primer modo de producción a crear una lógica que no toma en cuenta prioritariamente las reales necesidades societarias, el capital instauró, según la rica indicación de Mészáros, un sistema orientado para su auto-valorización, independiente de las reales necesidades auto-reproductivas de la humanidad.

En contrapartida, una nueva forma de sociedad solamente será dotada de sentido y efectivamente emancipada cuando sus funciones vitales, controladoras de su sistema de metabolismo social fueran efectivamente ejercidas de manera autónoma por los productores libremente asociados y no por un cuerpo exterior extraño y controlador de estas funciones vitales.

El develamiento más profundo de los significados de la crisis actual, su sentido global, estructural y sistémico, su marca agudamente destructiva, ese es la principal contribución de este poderos (pequeño) libro de István Mészáros. Y debe ser leído por todos aquellos hombres y mujeres que, en las luchas sociales, en sus embates cotidianos, afrontan, de algún modo, el sistema de metabolismo social hoy dominante y esencialmente destructivo para la humanidad y la naturaleza. Su lectura ayudará a reflexionar, imaginar y pensar en una otra forma de sociabilidad auténticamente socialista, capaz de rescatar el sentido social de la producción y reproducción de la vida humana y, de esta manera, auxiliar en la creación de las condiciones críticas imprescindibles para el florecimiento de una nueva sociabilidad auténtica y emancipada, lo que sería un gran avance en este siglo XXI que acaba de comenzar. En el mejor espíritu de la incansable obra de István Mészáros en su ardorosa y apasionada defensa de la humanidad.

 


[1] Es decisivo resaltar que, para Mészáros, capital y capitalismo son fenómenos distintos. El sistema de capital, según el autor, antecede al capitalismo y tiene vigencia también en las sociedades post-capitalistas. El capitalismo es una de las formas posibles de la realización del capital, una de sus variantes históricas, presente en la fase caracterizada por la generalización de la subsunción real del trabajo al capital, que Marx denominaba como capitalismo pleno. Así como existía capital antes de la generalización del capitalismo (de que son ejemplos el capital mercantil, el capital usurario, etc.), las formas recientes de metabolismo socio-metabólico permiten constatar la continuidad del capital incluso después del capitalismo, a través de la constitución de aquello que Mészáros denomina como "sistema de capital post-capitalista", de lo que fueron ejemplos la URSS y demás países de Europa del Este. Estos países post-capitalistas no consiguieron romper con el sistema de metabolismo social del capital y la identificación conceptual entre capital y capitalismo hizo con que, según el autor, todas las experiencias revolucionarias vividas en este siglo se mostraran incapaces para superar el sistema de metabolismo social del capital (el complejo caracterizado por la división jerárquica del trabajo, que subordina sus funciones vitales al capital). Ver, sobre la experiencia soviética, especialmente el capítulo XVII, ítems 2/3/4 de Más Allá del Capital. Sobre las más importantes diferencias entre el capitalismo y el sistema soviético, ver especialmente la síntesis en las páginas 630/1. 

[2] El sistema de metabolismo social del capital tiene su núcleo central formado por el trípode capital, trabajo asalariado y estado, tres dimensiones fundamentales y directamente interrelacionadas, lo que imposibilita la superación del capital sin la eliminación del conjunto de los tres elementos que comprenden este sistema. No es suficiente, por tanto, según Mészáros, eliminar uno o igual dos de los polos del sistema de metabolismo social del capital, sino que es imperioso eliminar sus tres pilares. Y esta tesis tiene una fuerza explicativa que contrasta con la totalidad de lo que se escribió hasta el presente, sobre el fin de la URSS y de los países del erróneamente llamado “bloque socialista”.

[3] Este libro, publicado in Brazil em maio de 2009 (Boitempo Editorial, São Paulo) nació de una correspondencia que István Mészáros y yo intercambiamos en enero del 2009, cuando le envié un artículo que recién publicaba sobre la crisis actual. Buscaba indicar, entonces, de manera brevísima, la fuerza, la densidad y la originalidad de su análisis crítico, frente al completo desconocimiento de los más distintos segmentos del capital –intelectuales, gestores, gobiernos- tras décadas de una apologética deprimente que predicaba la eternización del capital sin percibir que se encontraba a la víspera de su derretimiento y licuación. De ahí nació la idea de publicar, bajo la forma de un pequeño libro, un conjunto de sus artículos y entrevistas, desde sus primeros escritos hasta los más recientes, que de algún modo rescataran su análisis e indicaran una línea de continuidad decisiva para la comprensión de los elementos determinativos más esenciales de la crisis que dejó huérfanos y asombrados a los ideólogos del sistema y tantos otros que se habían conformado con la máxima del fin de la historia, que Mészáros llamó irónicamente como “fukuyamización seudohegeliana”. 

[4] Recientemente, en una manifestación de trabajadores británicos, en febrero del 2009, había un cartel que decía las siguientes frases: “Put Brithsh Workers First”- Empleen primero a los trabajadores británicos. Esta manifestación era contraria a la contratación de trabajadores inmigrantes italianos y portugueses con salarios inferiores a los británicos. Si la lucha por la igualdad salarial es justa y antigua, la exclusión de trabajadores inmigrantes tiene un evidente sentido xenófobo. En Europa, Japón, EUA y en otras partes del mundo, manifestaciones semejantes se esparcen.

 

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