23/04/2024

Algunas consideraciones en torno a la dialéctica y el marxismo a partir de ciertos escritos de Manuel Sacristán.

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En Herramienta Nº 7 se publicaron dos cartas en las que se discuten algunos problemas relacionados con la interpretación de la dialéctica por parte de Trotsky. En la primera de tales cartas -y a pesar de su evidente familiaridad con la lógica- Zoilo Achával reconoce con total sinceridad: “puedo confesar que todavía no sé qué es la dialéctica”. No me sorprendería que muchos piensen como don Zoilo sin atreverse a confesarlo. Es que la invocación de la dialéctica suele actuar dentro del marxismo revolucionario como una suerte de conjuro apto para casi todo. La dialéctica es la poción mágica que resuelve todos los problemas, la piedra de toque que distingue al marxista auténtico del falso, la forma superior del pensamiento, incapaz de ser comprendida por los doctrinarios burgueses. Cuando se habla de dialéctica hay que sacarse el sombrero y hacer una reverencia. Y cuanto más oscura resulte su invocación, tanto mejor: la dialéctica es un misterio sólo accesible a los iniciados. ¿Cómo reconocer, entonces, que no se entiende qué cuernos es la dialéctica? Tamaño reconocimiento sería colocarse, en los hechos, por fuera del marxismo revolucionario.

 

Ahora bien, hay algunos hechos que deberían darnos que pensar. La acusación de “no comprender la dialéctica” ha sido (y es) una de las descalificaciones típicas dentro de las corrientes revolucionarias, ya sean estalinistas, trotskistas o maoístas. Ser dialéctico, como ser leninista, es símbolo de ortodoxia. Pero cada quién entiende a la dialéctica y al leninismo como más le conviene. Las discusiones marxistas se asemejan a las discusiones teológicas: la única diferencia es que el lugar de la Biblia lo ocupa El capital. Discutir la dialéctica es más o menos como discutir el misterio de la Santísima Trinidad.
Toneladas de análisis burdamente mecanicistas escritos bajo el rótulo de la dialéctica, afirmaciones de lo más vulgares convertidas (pretendidamente) en solemnes con la sola mención de la dialéctica, oscuros análisis teleológicos mostrados como desarrollos dialécticos, barbaridades lógicas justificadas dialécticamente, errores políticos atribuidos al poco manejo de la dialéctica... La dialéctica, ¡ay!, la dialéctica, como un gran manto, todo lo cubre y todo lo redime.
Muchos militantes suelen pensar que, por ser dialécticos, poseen una forma de pensamiento superior a la del resto de los mortales. La dialéctica, forma superior del pensamiento, dividiría aguas entre la verdadera ciencia marxista y la pseudociencia burguesa. Para el marxismo cientificista el recurso a la dialéctica resulta fundamental. Dialéctica y ciencia verdadera resultan sinónimos. La ciencia burguesa, antidialéctica o dialéctica idealista, se vería imposibilitada de comprender con detenimiento el mundo del que es parte, tanto como avizorar su futura desaparición. Para el cientificismo marxista, que supone el futuro advenimiento del socialismo como un hecho científicamente demostrado, la reducción de la dialéctica a teoría científica sin más resulta vital. En contra del ingenuo análisis “burgués” de lo “dado”, la dialéctica permitiría ir más allá, indagando en los futuros desarrollos de las contradicciones del capital; renegando de la concepción que considera ajeno al sujeto cognoscente del objeto de su investigación, la dialéctica mostraría la unidad de la teoría con la práctica... Todo esto es verdad, pero una verdad que está más allá de la ciencia. La dialéctica no es la cumbre del pensamiento científico, sino el método que relaciona y totaliza -de manera más racional que otros- a la historia, la ciencia, la filosofía y la praxis social (incluyendo la política).
Uno de los mayores problemas de la dialéctica, según la entiende el marxismo cientificista, radica en una concepción en cierto modo -y paradójicamente- positivista del conocimiento científico. Expliquémonos. Los positivistas estaban convencidos de la existencia de verdades absolutas, y creían firmemente que sería posible alcanzar un saber definitivo. La ciencia positivista, cuyo paradigma era el método de las ciencias exactas y naturales, confiaba ciegamente en el carácter férreamente determinista del universo y en la capacidad humana de realizar predicciones certeras.
No hay necesidad alguna de aceptar las actuales teorías -que postulan el carácter caótico del universo- para reconocer que la fe positivista en un determinismo estricto (no probabilístico) y en la omnipotente capacidad humana de realizar grandes predicciones se halla hoy muy debilitada. Ni siquiera las ciencias naturales adhieren hoy a una visión tan ingenua. La ciencia moderna es más modesta.
Sin embargo, el marxismo cientificista se empeña en afirmar que el derrumbe del capitalismo y su consecuencia: el triunfo del socialismo, son hechos científicamente demostrados. La dialéctica, precisamente, es la que lo demuestra. La dialéctica marxista deviene metafísica.
¿Será posible echar algo de luz en medio de tanto embrollo? Cuando menos haremos el intento, tomando como base a los escritos de Manuel Sacristán, a quién citaremos amplia y extensamente debido a lo poco conocida que resulta su obra.[1]
Los marxistas suelen olvidar que el marxismo contiene en su seno tres grandes componentes, irremediablemente entrelazados y relacionados, pero que, no obstante, poseen su propia identidad y especificidad. El marxismo es la conjunción de una concepción del mundo (o filosofía en su sentido más lato), una teoría científica y una práctica política revolucionaria.
Una concepción del mundo “no es un saber, no es conocimiento en el sentido en que lo es la ciencia positiva. Es una serie de principios que dan razón de la conducta de un sujeto, a veces sin que éste se los formule de un modo explícito”.[2] La concepción marxista del mundo (o concepción comunista) es una concepción explícita (a diferencia de otras que son más bien implícitas) basada en dos principios: el materialismo y la dialéctica. “La ciencia positiva -escribe Sacristán- realiza el principio del materialismo a través de una metodología analítico-reductiva. Su eliminación de factores irracionales en la explicación del mundo procede a través de una reducción analítica de las formaciones complejas y cualitativamente determinadas a factores menos complejos (en algún sentido a precisar en cada caso) y más homogéneos cualitativamente, con tendencia a una reducción tan extrema que el aspecto cualitativo pierda toda relevancia”.[3] Ahora bien, la peculiaridad reductiva propia del análisis científico hace que los “todos” concretos y complejos no aparezcan en su discurso, aunque la ciencia suministre “todos los elementos de confianza para una comprensión racional de los mismos”.[4] Por ello, el segundo principio de la concepción comunista del mundo, el principio de la dialéctica, no se inspira tanto en el hacer de la ciencia positiva cuanto en las limitaciones del mismo. La tarea de la dialéctica materialista consiste en “tratar y entender las concreciones reales, aquello que la ciencia positiva no puede recoger”; procura “recuperar lo concreto sin hacer intervenir más datos que los materialistas del análisis reductivo”.[5] Las totalidades concretas son el ámbito de relevancia propio del pensamiento dialéctico. “Con esto parece quedar claro cuál es el nivel o el universo del discurso en el cual tiene realmente sentido hablar de pensamiento o análisis dialéctico: es al nivel de la comprensión de las concreciones o totalidades, no al del análisis reductivo de la ciencia positiva. Concreciones o totalidades son, en este sentido dialéctico, ante todo los individuos vivientes, las particulares formaciones históricas, las ‘situaciones concretas’ de que habla Lenin, es decir, los presentes históricos localmente delimitados, etc. Y también, en un sentido más vacío, el universo como totalidad, que no puede pensarse, como es obvio, en términos de análisis científico-positivo, sino dialécticamente, sobre la base de los resultados de dicho análisis”.[6] Es propio del positivismo, no del marxismo, creer que la racionalidad científica es la única forma de pensamiento racional. Sin embargo, “los parámetros establecidos por la ciencia como racionalidad -escribe Esther Díaz- (y que en los laboratorios pueden ser muy efectivos) son demasiado estrechos para abarcar la multiplicidad de lo real. La propuesta sería que en lugar de pensar una racionalidad científica extendida a toda comprensión humana posible, habría que pensar en una racionalidad histórica que abarque también los aspectos no mensurables de la existencia”.[7]
La concepción dialéctico-materialista es fuente de inspiración para la práctica científica y permite reflexionar sobre su marcha y sus resultados. El marxismo intenta recuperar lo concreto, aprehender sintéticamente el todo, no haciendo intervenir más datos que los proporcionados por el conocimiento científico históricamente disponible. No constituye, por tanto, un sistema estático; no es inmutable, “sino que tiene que cambiar de lenguaje y de arranques fácticos en la medida en que cambia el conocimiento y la sociedad humana que conoce. El marxismo es, en su totalidad concreta, el intento de formular conscientemente las implicaciones, los supuestos y las consecuencias del esfuerzo por crear una sociedad y una cultura comunistas. Y lo mismo que cambian los datos específicos de ese esfuerzo, sus supuestos, sus implicaciones y sus consecuencias fácticas, tienen que cambiar sus supuestos, sus implicaciones y sus consecuencias teóricas particulares: su horizonte intelectual de cada época. Lo único que no puede cambiar en el marxismo sin que éste se desvirtúe es su planteamiento general materialista y dialéctico, el cual puede resumirse en un conjunto de principios bastante reducido, con los dos siguientes -los más generales y también más formales- en cabeza: que todo el ser es material, y que sus diversos estados cualitativos -la conciencia, por supuesto- son composiciones de la materia en movimiento; y que ese constante movimiento y cambio del ser, con su real creación de cualidad nueva, se actúa por sí mismo, por composición dialéctica”.[8]
¿Qué es, entonces, la dialéctica? La dialéctica marxista constituye, en palabras de Manuel Cruz, “un determinado enfoque del conocimiento, caracterizado por varias notas: 1) su atención a la ciencia; 2) su atención al factor historia en el dominio entero de la realidad (esto es, su consideración procesual de los fenómenos, tanto naturales como sociales); 3) su atención al factor revolucionario; 4) su atención, en fin, a la práctica como consumación del conocimiento y a las totalidades concretas o, lo que es igual, su óptica totalizadora. No se trata, pues, de presentar a la dialéctica como alternativa a la lógica formal. El enfoque dialéctico del conocimiento es una integración, más racional que otras, de la ciencia, la historia y la praxis social, que no presume de poseer medios más adecuados para la confrontación de hipótesis o la refutación de teorías. La dialéctica puede ser la metodología de las totalidades concretas presentes, pero la ciencia no es una totalidad concreta, es sólo un elemento de ella. “Con otras palabras, el marxismo dispone de -pero no se reduce a- una ciencia de la historia”.[9]
Cuando se introduce la dialéctica en el ámbito de relevancia de la ciencia positiva es común cometer gruesos errores o presentar como una gran cosa afirmaciones más bien triviales.
 
El conocido y desgraciado ejemplo del grano de cebada -que en su siembra, germinación y crecimiento debería entenderse según la fórmula sacramental hegeliana de ‘negación de la negación’- es característico en este sentido. Precisamente el conocimiento científico empieza a contar en la vida humana cuando se libera de tan aproximadas e imprecisas descripciones, meras paráfrasis verbales de la experiencia en bruto (como el «acto» y la «potencia» aristotélico-escolástico), para penetrar analítico-reductivamente en el grano de la cebada que germina.[10]
 
Mención aparte merece la ya célebre oposición entre la lógica formal (supuestamente estática, parcial y estrechamente ligada al positivismo y a la ideología burguesa) y la lógica dialéctica (a la que se le atribuye un carácter dinámico e intrínsecamente revolucionario). Muchos marxistas piensan que la lógica dialéctica, por atender al cambio, al movimiento, a las contradicciones, es claramente superior a la lógica formal, supuestamente estática. Sin embargo, la lógica formal no niega -o no niega necesariamente- el carácter cambiante del universo o la sociedad. No tiene por qué suponer que los entes sean estáticos, rígidos, que no sufran modificaciones. La lógica no es una ciencia fáctica, su objeto no son las entidades materiales, sino las proposiciones, conceptos y teorías. La lógica es una ciencia formal, lo cual significa que, “dejando de lado el significado o contenido de nuestras afirmaciones, focaliza su atención en el esquema o esqueleto que las ordena y estructura. Queda claro, entonces, que la verdad de las proposiciones de las que parten nuestros argumentos no es algo relevante. Lo que sí es relevante es la conexión necesaria, o relación de implicación, entre las proposiciones, independientemente de su valor de verdad”.[11] La lógica y el método deductivo por sí solos “no pueden establecer la verdad de unos enunciados fácticos [...]. Lo único que la lógica puede ofrecer a este respecto es que, si las premisas son verdaderas, entonces la conclusión debe ser verdadera”.[12]
Ahora bien, lo que sí exige la lógica es que los conceptos sean inevitablemente fijos (invariantes), condición ineludible para que resulten precisos. Por lo demás, no hay que olvidar que ningún concepto constituye un reflejo fiel de la realidad. Todo concepto es necesariamente generalizador, por un lado (puesto que no incluye a las características particulares de las entidades concretas que pueden ser subsumidas bajo un concepto determinado), y parcializador, por el otro (debido a que tomará como marco de referencia sólo una parte de la realidad, por ejemplo el modo de producción). En consecuencia, debemos tener presente 1) que todo concepto no es -ni puede ser- en modo alguno un reflejo veraz de la realidad, objetiva: es una construcción mental, la cual puede resultar más o menos adecuada para dar cuenta o explicar determinada realidad; y 2) que por más cambiante que resulte la realidad, los conceptos no pueden cambiar. Si un concepto resulta inadecuado habrá que reemplazarlo por otro, pero los conceptos son invariantes. “Cuando una persona engorda de 50 a 60 kilos, lo que cambia no es el número 50, sino la persona. El número 50, construcción conceptual de la ciencia, es siempre el mismo”.[13] Por negarse a definir, ciertos tratamientos supuestamente dialécticos son en realidad pseudo teoría, imposible de ser auténticamente confirmada o refutada en virtud de su propia imprecisión. El legítimo y valioso objetivo dialéctico de no perder el flujo del ser se ve frustrado o “se realiza falsamente renunciando a los conceptos precisos, que son inevitablemente fijos”.[14] Es hora de abandonar definitivamente la ingenua y superficial creencia en una lógica dialéctica opuesta, superior o abarcadora de la lógica formal. Es desencaminado presentar a la dialéctica como alternativa a la lógica formal.
Con todo, se debe hacer notar que los prejuicios que muchos marxistas demostraron tener respecto a la lógica formal -considerada como inescindible del análisis positivista- “se vio favorecida en parte por el hecho de que no pocos de los exponentes de la teoría de la ciencia opuesta tendían a considerar la alianza entre lógica formal y positivismo como una ‘necesidad filosófica’”.[15]
Filosofía, ciencia y política son tres dimensiones del marxismo que -por más interrelacionadas que se encuentren- no pueden ser confundidas las unas con las otras; no pueden convertirse en un todo homogéneo los discursos filosófico, científico y político. Sin embargo esto es cosa de lo más habitual. Es común presumir que determinada táctica política puede deducirse linealmente de tal o cual análisis científico, o que de cierta concepción filosófica se deriva mecánicamente aquella otra posición política. Confiado en la superioridad y absoluta cientificidad de la dialéctica, el marxismo cientificista supone que su emplazamiento filosófico (la dialéctica) constituye la forma superior del conocimiento científico, del cual se deduce mecánicamente el programa político. Invocando al Dios dialéctica muchos marxismos eluden el compromiso imprescindible con el estudio serio y minucioso, se aseguran una certeza teológica en el triunfo de su causa, y escurren el bulto a la necesidad de hacer explícitos los valores comunistas en tanto que valores. El marxismo revolucionario debe cultivar la ciencia con pasión, profundidad y cierto escepticismo (la ciencia no es infalible), procurando integrar sus resultados valiéndose del filosofar dialéctico-materialista, y utilizándolos de manera que resulten útiles a la práctica político-revolucionara, orientada a realizar los valores comunistas. Conviene citar, una vez más, al viejo Manuel Sacristán:
 
No hay duda de que entre el conocimiento [científico] y el programa [político], entre la teoría y la formulación de la práctica, hay una relación dialéctica integradora que exige una mediación no menos dialéctica. Esa mediación no puede ser la inconsistente fusión de conocimientos, valoraciones y finalidades sofísticamente tomados todos como elementos intelectuales homogéneos. La mediación tiene que ser producida entre una clara conciencia de la realidad tal como ésta se presenta a la luz del conocimiento positivo de cada época, una conciencia clara del juicio valorativo que nos merece esa realidad, y una conciencia clara de las finalidades entrelazadas con esa valoración, finalidades que han de ser vistas como tales, no como afirmaciones (pseudo) teóricas.[16]
 
Las finalidades políticas no son expresión literal de la comprensión científica de ciertas “necesidades” históricas ineludibles. Para el marxismo libertad no significa “conciencia de la necesidad” o independencia absoluta de las leyes (sociales o naturales); para el marxismo la libertad consiste en la posibilidad de conocer tales leyes y hacerlas actuar para alcanzar un fin determinado. El comunismo es un objetivo, un fin más o menos probable; de ninguna manera es lo que irremediablemente vendrá en virtud de las inexorables “leyes de la dialéctica”.
El marxismo revolucionario debería aceptar que no existe ninguna «razón» superior –dialéctica o no– que nos garantice el triunfo, y que el movimiento emancipador debe asumir como tales –y como propios– cierta concepción del mundo y ciertos valores morales que no pueden extraerse mecánicamente de (ni reducirse a) la tarea científica. En tanto que teoría científica, el materialismo histórico debe servir indudablemente como una guía para la acción; pero es hora de aceptar que tal guía no es un dios infalible, derrochador de certezas incuestionables; no se parece a la estrella que guió a los pueblos bíblicos... más bien se asemeja a los rudimentarios conocimientos de astronomía que dieron a los navegantes antiguos débil orientación en mares casi desconocidos...
Según Mihailo Markovic, las características generales que distinguen a la dialéctica son:
 
En primer lugar su diferencia del enfoque analítico por partes; la dialéctica tiende a abarcar la totalidad a la cual pertenece un problema estudiado. [...] En segundo lugar, en su diferencia del enfoque sincrónico, estático, predominantemente estructural; la dialéctica hace fuerte hincapié en las dimensiones históricas dinámicas, diacrónicas de los fenómenos. [...] En tercer lugar, en su diferencia de los métodos filosóficos que nos orientan a explicar los fenómenos, primordial o exclusivamente, por medio de factores heterogéneos externos, objetivos. [...] En cuarto lugar, en su diferencia de los métodos filosóficos que recalcan el conocimiento positivo, la adquisición de una captación fidedigna de una realidad dada; la dialéctica es un método de razonamiento crítico que señala las limitaciones esenciales de lo dado y las posibilidades de superarlas.[17]
 
Para Georges Gurvitch:
 
1)Toda dialéctica, trátese del movimiento real o del método, considera a la vez los conjuntos y sus elementos constitutivos, las totalidades y sus partes. [...] 2)... niega las leyes de la lógica formal, en la medida en que no están comprendidas en un conjunto que las supere, pues desde el punto de vista dialéctico ningún elemento es idéntico a sí mismo. [...] 3) En tercer lugar, la dialéctica, tomada en todos sus aspectos, es la conmoción de toda estabilización aparente de la realidad social, al igual que en todo conocimiento, ya que destruye toda fórmula cristalizada. [...] 4) La dialéctica consiste, por una parte en manifestar y por otra en poner de relieve unas tensiones, una oposiciones, unos conflictos, unas luchas, unos contrarios y unos contradictorios...[18]
 
En opinión de Goran Therborn, la dialéctica del materialismo constituye una “unidad específica de los principios de totalidad, proceso, cambio cualitativo y contradicción. De estos cuatro, el principio de contradicción es en cierto sentido el factor determinante, y el único que no se encuentra en el pensamiento social no marxista y no hegeliano”.[19]

 

¿Qué es, entonces, la dialéctica? La dialéctica marxista constituye, en palabras de Manuel Cruz, “un determinado enfoque del conocimiento. “Con otras palabras, el marxismo dispone de -pero no se reduce a- una ciencia de la historia”


[1] Los lectores interesados en conocer algo sobre la vida y obra de Manuel Sacristán pueden consultar a Francisco Fernández Buey, «Noticia del filósofo marxista español Manuel Sacristán», en Nuevos modelos de socialismo: coloquio internacional de la Sorbona, Bs. As., Actuel Marx-Essai, 1995.
[2] M. Sacristán, «La tarea de Engels en el ‘anti-Duhring’», en Sobre Marx y marxismo, Barcelona, Icaria, 1983, pág. 28.
[3] Ídem., pág. 35.
[4] Ídem., pág. 37.
[5] Ídem., pág. 37.
[6] Ídem., pág. 38.
[7] E. Díaz, «Conocimiento, ciencia y epistemología», en Esther Díaz (editora), Metodología de las ciencias sociales, Bs. As., Biblos, 1998, pág. 23, nota al pie.
[8] M. Sacristán, «La tarea de Engels ...», ob. cit., pág. 49-50.
[9] M. Cruz, El historicismo, Barcelona, Montesinos, 1981, pág. 110-11.
[10] M. Sacristán, «La tarea de Engels ...», ob. cit. pág. 40.
[11] S. Rivera, «Lógica y lenguaje», en Esther Díaz (editora), ob. cit., pág. 35.
[12] A. Chalmers, ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?, Bs. As., Siglo XXI, 1987, pág. 19.
[13] Ídem. , pág. 41.
[14] M. Sacristán, «El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia», en Sobre Marx y marxismo, pág. 357.
[15] F. Fernández Buey, Contribución a la crítica del marxismo cientificista, Barcelona, Edicions de la Universitat de Barcelona, 1984, pág. 127.
[16] M. Sacristán, «Sobre el uso de las nociones de razón e irracionalismo por G. Lukacs», en Sobre Marx y marxismo, pág. 111.
[17] M. Markovic, El Marx contemporáneo, México, FCE, 1978, pág. 53-54.
[18] G. Gurvitch, Dialéctica y sociología, Madrid, Alianza, 1969, pág. 36-39.
[19] G. Therborn, Ciencia, clase y sociedad, México, Siglo XXI, 1980, pág. 393.

 

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