A cincuenta años de la entrada triunfal de Mao a la cabeza de su ejército guerrillero en la Plaza Tiananmen, los datos más recientes sobre la realidad de China nos muestran una situación bastante compleja. La situación económica mundial agravó los problemas que ya se habían comenzado a notar a fines del año pasado. La crisis asiática frenó las exportaciones -60% de las cuales van al mercado asiático-, y redujo la tasa de crecimiento del 10% a menos del 5%, y la tasa de inversiones cayó en un 25%.
Se estima que la huida de capitales como consecuencia de la crisis en 1998 llega a 30.000 millones de dólares. A esto hay que agregar la quiebra o el peligro de quiebra de algunas de las grandes corporaciones financieras, gangrenadas por las malversaciones, que está provocando una sacudida tremenda en el sistema bancario y cuestionando la convertibilidad.[1]
Como en todas partes, los que está pagando el costo de la crisis son los trabajadores. La política de privatización de las empresas del Estado, votada en 1997, en el último Congreso del Partido Comunista Chino, ya provocó 30 millones de desempleados urbanos y 160 millones de campesinos sin trabajo en el campo.
[2]
Los síntomas de un malestar similar al que se sentía hace diez años, antes de que se precipitaran los eventos de Tiananmen, crecen por doquier. La crisis económica está acentuando en la población la desilusión y el descreimiento en que el Partido Comunista pueda superar su actual grado de corrupción, revertir la situación e impulsar un nuevo futuro.
La llegada al 50 aniversario de la revolución en este marco deslucido obligó a las autoridades chinas a tomar medidas desesperadas para encubrir el profundo malestar social existente. Así, mientras por una parte agitaron el fantasma nacionalista revitalizando el conflicto con Taiwán, por la otra, quisieron renovar el compromiso “revolucionario” promoviendo la campaña de “los tres acentos”. Los objetivos de esta campaña, eran acabar con la pérdida del idealismo, el alejamiento de los ideales del partido, el abandono de la “vigilancia política” y el endiosamiento del dinero, manifestados en los cuadros y militantes que malversan fondos públicos, exigen coimas y venden puestos oficiales. Una mención especial mereció la negativa de los cuadros a implementar las políticas diseñadas en Pekín, y su participación o encubrimiento de maniobras de contrabando, evasión fiscal y negociados en moneda extranjera. Había que recuperar los mecanismos típicos de la mística maoísta para llegar a las festividades del 50 aniversario con un partido y funcionarios “purgados” de sus debilidades contrarrevolucionarias.
Una vez más quedaron en evidencia el grave problema que aqueja a la República Popular China desde sus inicios e incluso desde antes, desde casi los orígenes y fundación del Partido Comunista en 1922: la falta de participación del movimiento de masas y del movimiento obrero, con sus organizaciones independientes, en la vida política del país.
El pueblo chino jamás conoció la democracia, ni siquiera la burguesa. La caída de la dinastía manchú no significó para las masas chinas más que un cambio de fachada en cuanto a quien detentaba el poder central. Esa frágil república provisional fue pronto reemplazada por el caos y la violenta dictadura de los “Señores de la Guerra”. La aparición del Partido Comunista Chino y luego su derrota junto con la del movimiento obrero y campesino y sus organizaciones independientes durante la revolución de 1926, fueron seguidas por la implantación del terror blanco del Kuomintang. Con posterioridad, y como consecuencia de la burocratización de la III Internacional, el régimen del PCCh siguió el modelo estalinista que se instalara en la ex-URSS, transformándose en un partido que intentó y logró tomar el poder suplantando y controlando férreamente a las organizaciones independientes de las masas obreras y campesinas.
Así, desde sus inicios, el proceso de la revolución campesina y antiimperialista que llevó al Partido Comunista Chino al poder no conoció ni siquiera atisbos de democracia formal.
Este problema resurgió a intervalos de más o menos diez años en la forma de grandes movimientos amorfos, sin dirección y sin programa, por medio de los cuales las masas chinas buscaban establecer mecanismos democráticos. El movimiento de las Cien Flores, los inicios de la Revolución Cultural, la “Primavera de Pekín”, las movilizaciones estudiantiles del ‘86/’87 y finalmente la movilización que ocupara durante más de un mes la plaza de la Paz Celestial y culminara en la masacre son los ejemplos.
A principios de mayo de este año, la prensa mundial reflejó nuevas movilizaciones democráticas, protagonizadas por sectores de la clase media urbana y miembros del Partido Comunista, y convocadas a través del e-mail, por un culto milenario: el Falun Gong. El reclamo de estos sectores era el derecho a organizarse y practicar su culto públicamente. Parece que la cultura globalizada, la New Age y el fin del milenio están afectando también a China. De la lucha por la democracia de las primeras movilizaciones llegamos, al fin del milenio a la lucha por la libertad de culto. Paradojas de este corto siglo de revoluciones contradictorias.
El movimiento obrero, el movimiento estudiantil y la autoorganización de las masas
Uno de los problemas que los marxistas siempre tuvieron con la caracterización de la Revolución China fue el rol inexistente del movimiento obrero y sus organizaciones independientes en el proceso que culminó en 1949. En el afán de hacer entrar ese tremendo proceso revolucionario dentro de los esquemas marxistas “ortodoxos” de la “revolución obrera y socialista”, se inventaron teorías sustituistas del rol jugado por el Partido Comunista, que ocultaron que se trató de un colosal proceso revolucionario campesino y antiimperialista que hizo tambalear el orden mundial surgido de la Segunda Guerra Mundial.
El PCCh abrevó en sus orígenes en el anarquismo, cuya fuerza en el movimiento obrero era mucho mayor que la suya. La derrota de la revolución obrera en las ciudades y de los alzamientos del ‘26/ ‘27 en el campo como consecuencia de la política equivocada de la III Internacional, sumados a la tragedia de la Larga Marcha y la alianza política con el Kuomintang para enfrentar al invasor japonés, llevaron al alejamiento del movimiento obrero del partido.
Cuando Mao entró en Pekín el 1° de octubre de 1949 a la cabeza del ejército guerrillero, el maoísmo era un extraño para los trabajadores chinos, quienes lo recibieron con desconfianza. Las medidas tomadas por el nuevo gobierno contribuyeron a recuperar la economía y a mantenerles un ingreso estable, y tuvieron como función tenerlos tranquilos antes que darles un premio por su participación en el proceso revolucionario.
A partir de allí, la relación que el régimen estableció con el movimiento obrero fue de control -lo que se hace con aliado impredecible- y no de apoyo a su desarrollo independiente. Los trabajadores, al igual, por otra parte, que el resto de la población china, fueron forzosamente organizados y regimentados dentro de los sindicatos y las organizaciones oficiales del Partido Comunista.
El movimiento obrero no encontraba, por otra parte, la forma de acercarse al movimiento estudiantil, que era el que reflejaba con más profundidad, junto con el movimiento intelectual, los anhelos democráticos de las masas. Por eso, desde el inicio, los dos movimientos: el obrero y el estudiantil, se desarrollaron separados. Que la burocracia del Partido Comunista lo ve y lo vio siempre queda de manifiesto en los dos fenómenos que analizaremos: la Revolución Cultural y el alzamiento de Tiananmen.
En la Revolución Cultural, dos sectores de la jerarquía del Partido Comunista Chino intentaron utilizar la fuerza del movimiento estudiantil y del movimiento obrero para definir sus posiciones de poder promoviendo su enfrentamiento. En el caso de Tiananmen, la fuerza tantas veces derrotada del movimiento estudiantil salió a la calle a reflejar las necesidades del pueblo chino, y despertó a sectores del movimiento obrero, pero no pudo lograr la unidad.
La Revolución Cultural
El prestigio de Mao había quedado muy golpeado después del Gran Salto Adelante. Este había sido un intento de desarrollar la economía y llevarla al nivel de las potencias imperialistas a través de mecanismos voluntaristas que llevaron a la catástrofe y a una de las peores hambrunas en la historia no sólo de China, sino de la humanidad. El Gran Timonel necesitaba recuperarse y tomarse la revancha contra aquellos que lo habían prácticamente sacado de la dirección del Partido, tratándolo “con el respeto con el que se trata al cadáver de un padre en su funeral”. Para eso, se apoyó en un sector del Ejército Popular y en un sector de cuadros del partido.
A largos trazos puede decirse que la Revolución Cultural se extendió desde 1965 hasta 1968, con una secuela de dictadura militar que llegó prácticamente hasta la muerte de Mao en 1976.
A lo largo de la historia del PCCh, e incluso luego de la toma del poder, había quedado en evidencia que la dirección histórica del partido estaba dividida en dos sectores. Uno, dirigido por Liu Shaoqi y Chou Enlai, que se había desarrollado en las zonas blancas de las ciudades, ocupadas por el Kuomintang o los japoneses. Otro, dirigido por Mao, que se había desarrollado sobre la base de la guerra de guerrillas campesina. No se trata aquí de establecer quién era menos burocrático, más o menos estalinista, más o menos pro-ruso, o más o menos burocrático, como durante muchos años la izquierda -maoísta o no- intentó hacer.
Ninguno de los dos sectores demostró que estuviera a favor de una salida que buscara revolucionar el sistema a través de facilitar la autoorganización independiente de las masas, única garantía de que el proceso revolucionario pudiera abrir el camino al socialismo.
La confirmación de esto fue que, llegado el momento, y cuando las masas, sobre todo el movimiento obrero, amenazaron con salirse del control de los aparatos, Chou y Mao llegaron a un acuerdo y aplastaron a los disconformes. Deng Xiaoping, el delfín de Chou pagó con unos años de cárcel su apoyo al sector “burgués”, según Mao, y finalmente volvió a la más alta jerarquía del partido bajo la protección de su mentor. Liu Shaoqi fue el único que, sobre el final de su vida mostró que todavía le quedaba algo de la voluntad revolucionaria que lo mantuviera durante los años oscuros de la ocupación japonesa, se negó a la autocrítica rastrera que le exigiera el maoísmo y lo pagó con su vida.
a) El ingreso del movimiento estudiantil
Cuando Mao decidió lanzar su ofensiva contra los sectores que lo mantenían alejado del aparato político y organizativo del partido, se le hizo evidente que necesitaba el apoyo de un sector de masas que estuviera dispuesto a dárselo sin restricciones. A esa altura, el movimiento campesino, después de los desastres de la colectivización forzosa y del Gran Salto Adelante, no sentía demasiada simpatía por el maoísmo. El movimiento obrero, que había sufrido los efectos del Gran Salto sobre el final, nunca había sido un aliado del Gran Timonel. Más bien, considerando las medidas que había implementado -prolongación del tiempo de aprendizaje de los trabajadores fabriles, traslado al campo y reemplazo por campesinos con las consecuentes reducciones salariales, falta de libertades sindicales y de organización- lo que los trabajadores urbanos sentían por Mao era una profunda desconfianza, por decir lo menos.
El único sector virgen que le quedaba a Mao era el estudiantil. Esto además le servía para matar dos pájaros de un tiro, ya que podría utilizar la fuerza del estudiantado para liquidar no sólo a sus oponentes dentro del aparato partidario, sino también para terminar de destruir al sector que le provocaba el más profundo desprecio: los intelectuales.
El llamado a denunciar a los profesores e intelectuales “contrarrevolucionarios”, a abandonar y cerrar las escuelas y universidades -ya que nada “práctico” podía aprenderse allí, y la ciencia era simplemente “audacia”, algo que hasta el más ignorante campesino podía dominar-, llevó a que se perdiera toda una generación de estudiantes que hubieran ayudado a sacar más rápidamente a China del marasmo en que se encontraba.
Desde septiembre de 1965 hasta diciembre de 1968, los jóvenes estudiantes secundarios y universitarios se lanzaron a recorrer el país con el Libro Rojo de Mao en la mano y se armaron, cuando Mao se los pidió, para luchar contra otros estudiantes y sectores del EPL que defendían –supuestamente- lo mismo: el pensamiento glorioso de Mao. La mayoría pagó con la vida, con el destierro en los campos de re-educación -nombre que recibía y recibe todavía el Gulag chino-, o con la imposibilidad de seguir estudiando, el haber apoyado tanto a uno como al otro sector burocrático.
Mientras tanto, en occidente, sólo Deutscher levantó la voz para denunciar este despropósito a los inicios de la catástrofe. La gran mayoría de los marxistas occidentales saludaron este desastre como la heroica lucha para liquidar a la burocracia que se había enquistado en el partido.
b) El movimiento obrero entra en acción
A fines de 1966 hace su ingreso en la escena, por primera vez después de más de cuarenta años, el movimiento obrero chino. Las huelgas tuvieron su origen el 26 de diciembre con la formación del Cuerpo de Rebelión General de los Obreros de toda China, que ocupó el Ministerio de Trabajo y planeaba liquidar a la oficialista Federación Nacional de Sindicatos. Este cuerpo planteaba la rebelión contra el partido y contra Liu Shaoqi y Deng Xiaoping. Ilusionado con su apoyo, Mao aprovechó la oportunidad para llamar a los campesinos a llevar la revolución al campo.
En ese mismo día se desató una huelga en el puerto de Shangai. Era la primera que los trabajadores hacían desde que el PCCh tomara el poder. La noticia se conoció muy pronto y casi inmediatamente se lanzaron huelgas en otros puertos del país, paralizando el comercio exterior chino. A los pocos días, se les sumaron los trabajadores ferroviarios de Shangai. Nuevamente, el ejemplo cundió por todo el país. Desesperados, los gerentes concedieron todo lo que los obreros pedían: aumento de sueldo, mejores condiciones de trabajo, bonos de ropa, etc. Los trabajadores decidieron entonces hacer lo mismo que los estudiantes: subirse a los trenes y recorrer el país. Llegar, si fuera posible, a presentar sus problemas a Mao.
Envalentonados por los resultados de los obreros, los campesinos no se quedaron atrás. Asaltaron los silos de cereales, robaron los fondos comunales, se negaron a entregar sus cereales a los precios fijados por el gobierno, abandonaron las granjas colectivas y se dedicaron a trabajar sus campos propios. Los que vivían cerca de las ciudades se dirigieron hacia ellas a participar de las movilizaciones y la diversión.
Los Guardias Rojos maoístas estaban desesperados. Por un lado acusaban a los obreros de dejarse engañar por las “balas azucaradas” que eran las mejores condiciones de trabajo, los bonos de comida, ropas y enseres, y los aumentos de sueldos que les permitían viajar y comprar las cosas que necesitaban. En enero de 1967, los decretos sacados por los maoístas demuestran su frustración. Primero, decretaron que la participación en las huelgas se consideraría sabotaje, y que estaría penada con la muerte. A partir de allí, los trabajadores organizaron sus propios batallones de Guardias Rojos y arremetieron contra los Guardias Rojos estudiantiles. En la organización y obtención de armamento, los trabajadores contaron con el apoyo del sector Liu-Chou-Deng, que no vaciló en utilizarlos para aplastar al movimiento estudiantil maoísta.
Comenzó así el momento más violento de la Revolución Cultural, una guerra civil en la que ambos bandos al armarse, pusieron en peligro la provisión de armas a Vietnam, ya que tanto los trabajadores como los estudiantes atacaron los convoyes de provisiones para agenciarse armas y enseres.
En septiembre de 1967, cuando ya era evidente que la situación se les había ido de las manos y que era necesario llegar a un acuerdo, Chou y Mao sellaron la paz. A partir de allí, los batallones más abnegados de lucha del maoísmo fueron entregados como prenda de paz al aparato del partido. Los Guardias Rojos fueron acusados de “ultraizquierdistas” al servicio del imperialismo yanqui, Chiang Kaishek y los soviéticos. Los más fervientes defensores de Mao fueron expulsados del partido y/o enviados a campos de adoctrinamiento o al campo. El Ejército se hizo cargo del control de la situación, con permiso del gobierno de fusilar a quien osara resistirse. El control se ganó sobre la base de un autogolpe militar que le dio a los militares el 45% del Comité Central del partido y el 55% del Buró Político y liquidó a 2/3 de los cuadros del viejo Comité Central. Veinte millones de personas fueron “transferidas” o “enviadas a la base”. La resistencia a esta política se dio a distintos niveles. Muchos profesionales y jóvenes estudiantes enviados al campo cometieron suicidio; muchos campesinos se negaron a recibir a estos citadinos que no sabían trabajar y se desesperaban ante la dureza de la vida campesina, por lo que sólo consumían alimento y nunca respondían a la altura de las necesidades. Otros, de ambos bandos, escaparon a la sierra y constituyeron bandas guerrilleras que durante años acosaron a las villas y al propio ejército en busca de alimento y armas para seguirse manteniendo.
Tiananmen
a) La preparación de Tiananmen
La situación antes de los hechos de Tiananmen era caótica. La reforma económica lanzada por Deng en 1978 comenzaba a hacer agua. La producción cerealera se había estancado, el aumento de la producción industrial había recalentado la economía, la inflación, en 1988 había superado el 30% anual, y el déficit comercial llegaba al 30%.
Los estudiantes que habían sido exiliados durante la Revolución Cultural reclamaban que los volvieran a dejar vivir en sus hogares. La población campesina se desesperaba porque veían que las diferencias salariales entre los que vivían en el campo y los que habitaban las ciudades se hacían cada vez más grandes. Los habitantes de las ciudades se quejaban porque sufrían las consecuencias de la liberalización de precios. A partir de 1985 comenzaron las huelgas y motines campesinos y urbanos exigiendo mejoras en las condiciones de vida.
El 10 de noviembre de 1986, por razones que todavía no están del todo esclarecidas, aparecieron los primeros dazibaos en las calles de Shangai reclamando democracia. El movimiento se fue extendiendo y tomando características cada vez más explosivas, para llegar el 29 de diciembre a Pekín. A partir de allí, los viejos dirigentes del PC decidieron “recurrir al método de la dictadura”. Las marchas fueron reprimidas, los participantes y los dirigentes encarcelados y expulsados del Partido.
Es interesante notar que en esta represión se cumplió la regla general: el mayor castigo no cayó sobre los estudiantes sino sobre los jóvenes obreros que se unieron a las movilizaciones.
c) Tiananmen
Para 1989, la crisis se había profundizado. La inflación era galopante y el aumento de los precios y la corrupción de las autoridades eran rampantes. La crisis del PCCh ya era innegable. Existían en su seno dos sectores: uno “occidentalista” -interesado en acelerar el paso de las reformas- y otro “conservador” -interesado en hacerlo más lento-. El 20 de marzo, se hizo pública una declaración de Li Peng, responsable de la economía, que planteaba que se acercaban años de austeridad.
En los grandes centros urbanos crecía el descontento. En enero de 1989, Fang Lizhi, el Sajarov chino, le había enviado a Deng una carta reclamando la libertad de los prisioneros de conciencia. A fines de febrero comenzaron a circular petitorios de apoyo a la carta de Fang. El 4 de abril apareció el primer dazhibao en Beida reclamando libertad de palabra y de investigación.
El 15 de abril, Hu Yaobang, ex secretario general del PC derrocado como consecuencia de las movilizaciones del ‘86/ ’87, sufrió un ataque al corazón como consecuencia de las discusiones en el Buró Político. El 21 de abril 100 mil manifestantes desfilaron en Plaza Tiananmen al grito de “¡Viva la democracia!”. El 24, en los funerales de Hu, marcharon medio millón de personas.
A partir de allí, los hechos se precipitaron. Asustados por los eventos en Polonia, los dirigentes comunistas lanzaron el contrataque. Desde la prensa oficial se acusó a los estudiantes de díscolos sin apoyo popular. Las movilizaciones se extendieron a todo el país y se hicieron cada vez más violentas. El 28 de abril se fundó la Asociación Autónoma de Estudiantes de Pekín. Esa sería la dirección que conduciría al movimiento democrático a su apogeo. A mediados de mayo, una nueva dirección más radicalizada se hizo cargo del movimiento y lo dirigió a su confrontación final. Era el Comité de Estudiantes en Huelga de Hambre de la Plaza Tiananmen.
A lo largo del mes de mayo, los dirigentes del partido intentaron negociar con los estudiantes una salida elegante. Los jóvenes dirigentes recibieron el apoyo de los intelectuales y viejos militantes del movimiento democrático, como el dirigente sindical Ren Wanding, que había pagado con años de cárcel su participación en la Primavera de Pekín en 1979, y viejos militantes que habían participado en la Larga Marcha desfilaron con sus condecoraciones por la Plaza. Las encuestas demostraban que el 75% de la población de las ciudades apoyaba el movimiento de los estudiantes.
El 28 de mayo, el Comité de Ciudadanos de Pekín se entrevistó con los estudiantes y les pidió que levantaran la huelga, ya que sospechan que se estaba preparando la represión. Los estudiantes se negaron. El 30 de mayo llegó a la Plaza la estatua de la diosa de la democracia. En la noche del 2 al 3 de junio se produjo el primer ataque, que fue rechazado por los propios ciudadanos de Pekín. El 4 de junio tuvo lugar el ataque final. Ante las cámaras de televisión del mundo, el Ejército Popular -por primera vez en su historia- atacó a civiles desarmados.
Tiananmen fue un movimiento difuso, sin programa ni objetivos claros. Si hubo un elemento en común para todos los sectores, este fue la necesidad de democracia. Por lo demás, tal como ocurrió con muchos otros hechos en la historia china, distintos sectores se apropiaron de ellos. La derecha, consideró el pedido de la restauración del capitalismo y la aceleración de la reforma -apoyo de la Burguesía Roja-, la izquierda, la profundización de la revolución y la toma de un camino hacia el socialismo.
El tema que pocos tomaron en cuenta es que el movimiento obrero participó en las movilizaciones democráticas y sufrió las consecuencias de hacerlo. Liu Binyan, uno de los dirigentes del movimiento democrático, expulsado dos veces del PCCh y analista de los hechos, plantea que para él un hecho clave para la represión final fue la fundación del Sindicato Autónomo de Obreros de Pekín. Para confirmarlo, hay que decir que, a partir del aplastamiento de Tiananmen, innumerables huelgas salvajes se iniciaron en toda China, como si los trabajadores, al haber entrado más tarde en la movilización, no se hubieran dado cuenta a tiempo de la derrota.
La política represiva contra el estudiantado no fue del todo efectiva. La mayoría de los dirigentes estudiantiles pudo escapar. La dirigencia china no quiso repetir los hechos de la Revolución Cultural, y lanzó una política de represión puntual. Se sabe que hubo fusilamientos, pero las víctimas mayoritarias fueron los jóvenes obreros del Sindicato Autónomo y los campesinos desocupados que habían llegado a la ciudad formando parte de las nubes de migrantes que van de un lugar a otro en busca de trabajo. Los jóvenes estudiantes que resultaron detenidos habían recuperado su libertad para 1990, con la excepción de Wang Dan,presidente de la Asociación de Estudiantes que estuvo entrando y saliendo de prisión hasta que finalmente se le permitió emigrar a los EEUU.
Conclusiones
Tanto la Revolución Cultural como los eventos de Tiananmen tuvieron una amplia repercusión mundial, y son la demostración más palpable de que las masas chinas han luchado por su autoorganización independiente a lo largo de los cincuenta años de dominio estalinista. El movimiento de las Cien Flores, en 1957, las movilizaciones antimaoístas a la muerte de Chou en 1976, la Primavera de Pekín en 1978, la preparación de Tiananmen en1987-88, y finalmente Tiananmen en 1989.
En todas esas instancias,las masas chinas salieron a la calle a reclamar el derecho a expresarse libremente, sin los controles establecidos por las organizaciones del Partido Comunista. En todas esas instancias, fue el movimiento estudiantil el que hizo punta y lo siguió la juventud del movimiento obrero. En todas esas instancias, la entrada del movimiento obrero en escena marcó el inicio de la represión y fueron justamente los jóvenes trabajadores los que cargaron con el peso mayor de la represión.
Pero la oposición al aparato estalinista que domina China no puede hacerse de manera espontaneísta como hasta ahora. Esta ha sido la limitación más importante de las movilizaciones democráticas: la falta de programa y de objetivos claros. Tanto el movimiento estudiantil como el movimiento obrero necesitan organizarse por fuera de los organismos estatales y dotarse de un programa que unifique sus luchas. Sólo la unidad de ambos sectores puede ayudar a que sus luchas se lleven adelante de manera que, aunque no asegure la victoria, permita dar la batalla de la mejor manera posible.
[1] Le Monde Diplomatique, Dossier Chine, Artículo de marzo de 1999,
“Demain, le krach”, Ignacio Ramonet.