18/04/2024

El Sindicalismo Norteamericano en América Latina y en la Argentina: El AIFLD entre 1961-1976.

Por Pozzi Pablo A. , ,

 
Un análisis de la relación entre el sindicalismo argentino y el norteamericano durante los últimos treinta años, no puede prescindir de considerar el papel desempeñado por el Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre (AIFLD). Si bien dicho Instituto tuvo menos relevancia en la Argentina que en países como Chile o Bolivia, o en regiones como Centroamérica y el Caribe, fue instrumental para promover el modelo sindical norteamericano en estas latitudes. De hecho, la relación entre el AIFLD y la CGT argentina fue compleja. Por un lado, los proyectos del Instituto en la Argentina siempre absorbieron una proporción desmedida de su presupuesto en relación a la inserción del mismo en otros países. Pero, por otro lado, es nuestra hipótesis que si bien en lo mediato hubo escasos resultados, que a largo plazo la labor del AIFLD fue fundamental en la penetración y estructuración del modelo sindical argentino actual. Por último, el AIFLD colaboró en delimitar, contener y (quizás) reprimir las tendencias sindicales combativas y basistas que se desarrollaron en la Argentina entre 1961 y 1976.
Fundado por un acuerdo entre el entonces Presidente J.F. Kennedy, el secretario general de la AFL-CIO George Meany, y el empresario J. Peter Grace, el AIFLD empleó una variedad de tácticas para promover el modelo sindical y lo que consideraba como “el modelo vida norteamericano” en América Latina. Sus actividades centrales fueron una intensa propaganda y actividad educativa, combinada con subsidios y diferentes proyectos de “impacto”, como por ejemplo planes de vivienda, préstamos para la construcción de sedes sindicales y dispensarios, y financiamiento para la creación de cooperativas de créditos y bancos sindicales. Uno de los ejes de la labor de la AIFLD fue el entrenamiento y la promoción de lo que consideraba como dirigentes sindicales adictos. Durante la primera década de su existencia más de 190.000 sindicalistas latinoamericanos asistieron a los cursos dictados por el AIFLD.[1]

 
Antecedentes
 
Desde principios del siglo veinte, los dirigentes de la American Federation of Labor (y después de 1954, los del Congress of Industrial Organizations) han trabajado en colaboración cercana con gobiernos y sindicalistas en América Latina para extender su modelo sindical y en apoyo de los objetivos de la política exterior de los Estados Unidos. Tanto a nivel interno como internacional, la AFL desarrolló una estrategia de tres ejes conocida como “business unionism”. Estos ejes fueron:
1) El desarrollo de un núcleo laboral privilegiado, que puede ser considerado una moderna aristocracia del trabajo. La AFL hizó eje en los trabajadores más altamente calificados y en los sectores profesionales, para que consoliden su situación de privilegio frente al gobierno y frente a los empleadores. Esta estrategia implicó para estos sectores un nivel de vida más alto que el de la media de los trabajadores, con lo cual una minoría se convierte en ardientes defensores del status quo. Al mismo tiempo, la AFL bloqueó todo esfuerzo por organizar a los trabajadores semi o no calificados y promovió el sindicalismo por oficio por encima del sindicalismo por rama de industria.
2) Oposición al activismo sindical. El eje de la política de la AFL fue la cooperación y no la confrontación. Por lo tanto, privilegió los vínculos con empresarios y funcionarios gubernamentales por encima del activismo sindical que podía generar cualquier tipo de conflicto.
3) Reemplazó el concepto de lucha de clases por el de armonía entre trabajo y capital. La AFL consideraba que la cooperación con los empresarios era fundamental para lograr aumentos en la producción. El criterio básico era que si aumentaba la producción entonces los trabajadores recibirían aumentos salariales correspondientes, sin mermas en la ganancia que recibía el capital.
En la década de 1940 la preocupación fundamental de la AFL en torno a América Latina era que tanto la Federación Sindical Mundial (comunista) como el CIO tenían una fuerte influencia.[2] Esto en una época en la cual el mexicano Vicente Lombardo Toledano emergía como referente de la militancia sindical, y en el momento en el que el peronismo proponía la conformación del ATLAS. En 1947, la AFL nombró a Serafino Romualdi al frente de su departamento de Asuntos Latinoamericanos. La labor de Romualdi fue exitosa logrando conformar la Confederación Interamericana del Trabajo (CIT) en 1948 y la Organización Regional Interamericana del Trabajo (ORIT) en 1949. La AFL se fusionó con el CIO en 1955 dando surgimiento al AFL-CIO. Finalmente, en medio de la histeria norteamericana en torno a la Revolución Cubana, Romualdi y la AFL-CIO establecieron, en 1961, el Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre (AIFLD).
Desde ese entonces hasta 1998 cuando fue disuelto, el AIFLD fue el principal instrumento para la penetración del movimiento obrero organizado en América Latina. Este fue un organismo dependiente de la central norteamericana AFL-CIO con representantes y proyectos a través del mundo. Según un informe del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos,[3] el mismo fue fundado “principalmente en respuesta a la infiltración castrista y su eventual control de los principales sindicatos latinoamericanos”. Después del fracaso de la invasión de Playa Girón, el presidente J.F. Kennedy apoyó la creación de un nuevo programa sindical para América Latina “a través del cual los talentos y la experiencia del sindicalismo norteamericano podían ser utilizados para lidiar con el peligro de que Castro (...) penetrara al sindicalismo latinoamericano”.[4] Puesto que el sindicalismo era considerado como “el sector potencialmente más explosivo” en una región aún subdesarrollada, existía la preocupación de que la Organización Regional Interamericana del Trabajo (ORIT) no fuera lo suficientemente fuerte como para enfrentar el desafío planteado por el castrismo. Por lo tanto, el presidente Kennedy incentivó “un programa sindical para América Latina que involucrara directamente al sindicalismo norteamericano”.[5] En agosto de 1961, la AFL-CIO gestionó para el AIFLD la personería como una entidad privada sin fines de lucro.[6]
En 1967 el presupuesto anual del AIFLD excedía los seis millones de dólares, de los cuales el 95% provenían del erario público. Los objetivos básicos del AIFLD eran “asistir en el desarrollo de estructuras sindicales libres y democráticas en América Latina a través de centros de capacitación para los dirigentes y programas de desarrollo social en áreas tales como vivienda, bancos sindicales, cooperativas de crédito, de consumo y de productores, y otras actividades socio-económicas”.[7]
Esta inofensiva declaración de objetivos, sin embargo, ocultaba la realidad de las actividades del AIFLD. Años más tarde Joseph Palisi, un empleado de ese entonces, explicó que el instituto se vio involucrado en constantes controversias debido a que se había prestado “como cobertura para la CIA”, a su capacidad “para exagerar sus logros”, y “el rechazo de numerosos e importantes dirigentes sindicales latinoamericanos” que descubrían que el instituto no cumplía con sus promesas de ayuda material.[8]
Las acusaciones realizadas por Palisi fueron contundentes, y los datos disponibles demuestran la validez de las mismas. El AIFLD fue mucho más que un organismo sindical autónomo. Fue una estructura que expresó una alianza entre el gobierno de los Estados Unidos, la dirigencia sindical, y los principales elementos de las grandes corporaciones. Representaba mucho más que un simple vínculo entre el Estado y los sindicalistas norteamericanos. Existió una relación política y financiera formal entre la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) y la AFL-CIO. El ya citado estudio del Senado señaló que “a través de sus contactos con la AID, el AIFLD se ha convertido en el principal instrumento del gobierno de los Estados Unidos para otorgar asistencia técnica –en proyectos de educación, capacitación y desarrollo social—a los sindicatos latinoamericanos”.[9]
El AIFLD nunca ocultó este vínculo, y declaró que el mismo “representa el singular pluralismo y consenso en la sociedad norteamericana: Sindicatos-Empresas-Gobierno”.[10] Sin embargo, el financiamiento del AIFLD no reflejaba la igualdad entre los distintos miembros del así llamado consenso. Gran parte del presupuesto del AIFLD provenía del gobierno, que aumentó su contribución al presupuesto total del AIFLD de un 62% en sus inicios en 1962 al 92% en 1967. En 1966, a través de la AID, el gobierno norteamericano contribuyó con 15,4 millones de dólares, o sea con el 89% del presupuesto total del instituto. Este total representaba un 67% de todas las erogaciones de la AID para el sindicalismo durante el período de la Alianza para el Progreso.[11]
La contribución de las corporaciones al presupuesto del AIFLD fue menos substancial que la del gobierno o la de la AFL-CIO, siendo sólo 175.000 dólares durante 1967. A pesar de sus escasos aportes presupuestarios, el directorio del AIFLD contaba con la misma cantidad de representantes de las grandes corporaciones como del gobierno y de la AFL-CIO. El presidente del Directorio era, en ese entonces, J. Peter Grace, presidente de W.R. Grace and Company, con fuertes intereses en América Latina. El papel que jugaron los representantes de las corporaciones en el AIFLD produjo cierto resquemor entre los dirigentes que provenían del antiguo CIO, que temían que un vínculo tan directo con los intereses empresarios limitara el crecimiento del sindicalismo “libre” en América Latina. Víctor Reuther, un socialista de derecha que era a la sazón director del Departamento de Asuntos Internacionales del sindicato automotriz UAW, planteó que la participación de los empresarios “en el directorio del AIFLD compromete seriamente su papel en la capacitación y la educación sindical. Su estructura lo expone a las acusaciones de tener un conflicto de intereses y es un regalo propagandístico para los enemigos del sindicalismo libre quienes efectivamente caracterizan a estos empresarios como símbolos del imperialismo yanqui y enemigos del progreso social en América Latina”.[12]
La posición mayoritaria fue representada por el tercer director del AIFLD, William C. Doherty, Jr. Según él, la presencia de los dirigentes empresarios en el Directorio del AIFLD era un buen ejemplo para los empleadores y trabajadores de lo posible de la cooperación entre ambos. Agregó que el resultado sería la desaparición de la hostilidad hacia los intereses empresarios en América Latina y hacia los Estados Unidos en general. Por otro lado, esta participación sería un incentivo para que las corporaciones norteamericanas en el extranjero aceptaran la existencia de los “sindicatos libres”.[13]
Sin darse cuenta, Doherty destapó el principal objetivo del AIFLD: eliminar la hostilidad de los trabajadores latinoamericanos hacia las corporaciones norteamericanas. Empresarios como Grace respaldaron al AIFLD debido a su miedo generalizado que la revolución social eliminara las inversiones norteamericanas en la región. Expresó Grace en 1961: “hay mucho en juego, porque se ven afectados los intereses políticos, militares y económicos de los Estados Unidos. Más aun, la campaña comunista se ha ampliado más allá de los ataques a las corporaciones norteamericanas; ahora se centra en el mismo sistema de la empresa privada al cual se hallan dedicados la repúblicas americanas”.[14]
Grace y los otros directivos del AIFLD estaban convencidos que la democracia y el capitalismo eran sinónimos. Estos dos temas fueron destacados en una declaración realizada por Grace en 1966:
 
A través del AIFLD las empresas, los sindicatos y el gobierno de los Estados Unidos se han unido para trabajar hacia un objetivo común en América Latina. Esto es el apoyar una forma democrática de gobierno, el sistema capitalista y el bienestar del individuo. Es uno de los principales ejemplos de un consenso nacional que trabaja en el interés nacional de los Estados Unidos y para los mejores intereses del pueblo de América Latina.[15]
 
Según el argumento de Grace las empresas, el sindicalismo y el gobierno tenían un interés mútuo en trabajar conjuntamente para “defender los intereses norteamericanos de ultramar”. En este sentido tendrían más que ganar si colaboraban entre sí que si se mantenían separados. Puesto que los tres creen en “una forma democrática de gobierno y en el sistema capitalista”, es mejor que “trabajen conjuntamente en torno a líneas similares”.[16]
Esta ideología era compartida por los principales dirigentes sindicales norteamericanos. El 2 de abril de 1965, en un discurso ante un organismo empresarial, el Council on Latin America, el secretario general de la AFL-CIO George Meany enfatizó que el sindicalismo creía “en el sistema capitalista y somos miembros de la sociedad capitalista. Estamos dedicados a preservar el sistema, que recompensa a los trabajadores, y en el cual la gerencia también tiene mucho en juego”. Agregó Meany, indudablemente para gran satisfacción de su público, que el movimiento obrero entendía que “los inversores que arriesgan su capital deben ser recompensados”.[17]
La perspectiva de Meany fue resaltada por Joseph A. Beirne, el presidente de los Communications Workers of America (CWA: trabajadores de las comunicaciones), uno de los principales miembros de la AFL-CIO. La CWA, integrante de la Internacional Sindical Telepostal, ha sido acusada de recibir importantes subsidios de la CIA.[18] Beirne fue el primer sindicalista norteamericano que propuso la formación de lo que sería el AIFLD. Según este dirigente, las instituciones norteamericanas tenían que ser desarrolladas a través del mundo. Declaró que: “Si vamos a exportar nuestro concepto de sociedad todos los elementos de esta sociedad deben estar representados”.[19]
Lo que querían decir Grace, Meany y Beirne estaba muy claro. Había que incentivar la inversión norteamericana en América Latina, puesto que, según ellos, beneficiaría a ambos trabajadores y capitalistas. La AFL-CIO se esforzaría en desarrollar un tipo de movimiento sindical cuyos integrantes no desafiaran la hegemonía de las corporaciones norteamericanas en el subcontinente. En cambio, exigirían una ganancia justa para todos los inversionistas. La premisa básica de los tres era que ambos las instituciones políticas y el capitalismo corporativo norteamericanos eran beneficiosos para América Latina. Sin embargo, a cambio de esto estaban dispuestos a resignar cualquier intento de reforma social. Puesto que las naciones latinoamericanas tenían economías subdesarrolladas, fuertemente controladas por corporaciones extranjeras –principalmente norteamericanas—y por las burguesías locales cualquier reforma requería, lógicamente, poner límites al poder económico ejercido por los empresarios norteamericanos. Aún cuando los dirigentes del AIFLD sinceramente impulsaran ciertas reformas, sus propuestas no podían ser mucho más que superficiales. Evitaban cualquier referencia a la redistribución del ingreso, a la reforma agraria, o a la estructura de la riqueza.
El Directorio del AIFLD, sin embargo, se conformaba con individuos que no podían tolerar ninguna medida hacia una redistribución del ingreso. En 1965 este Directorio incluía a: Charles Brinkerhoof, presidente de la Anaconda Corporation; William Hinckley, presidente de la United Corporation; Robert Hill del directorio de Merck and Company; Juan C. Trippe, presidente de Pan American World Airways; Henry Woodbridge, presidente de Tru-Temper Copper Corporation, y a J. Peter Grace. Estos hombres consideraban cualquier intento reformista como “comunista” por lo que su principal preocupación era desarrollar programas sociales que contribuyeran a detener la revolución social en América Latina.
Debido a esta preocupación una gran parte del programa del AIFLD se dedicaba a combatir “la expansión del comunismo”. La pieza central de este proyecto era el extenso programa de capacitación sindical para los dirigentes obreros latinoamericanos. El principal centro de capacitación se encontraba en Front Royal, Virginia, cerca de Washington, D.C. Los dirigentes sindicales latinoamericanos eran traídos a este instituto durante tres meses para ser instruidos en distintos temas, “con un énfasis particular en el tema de la democracia contra el totalitarismo”. Entre 1962 y 1966 el instituto de Front Royal recibió más de quinientos estudiantes. Cerca de treinta mil más asistieron durante ese período a los cursos de capacitación organizados por el AIFLD en cada país. Al final de cada curso, los egresados de los cursos del AIFLD en Front Royal eran asignados un salario, durante nueve meses, a través de un sistema de pasantías.[20]
Cuando estos egresados regresaban a sus sindicatos una de sus actividades era desarrollar un trabajo político de apoyo a los intereses de la política exterior norteamericana y de la AFL-CIO. En muchos casos este trabajo tuvo escasa relación con los intereses y las necesidades de los propios sindicatos. La naturaleza política de los cursos del AIFLD fue establecida por Paul K. Reed, que fue Representante Internacional del sindicato minero United Mine Workers. En una carta dirigida a un empleador solicitando una licencia para un sindicalista colombiano, Reed escribió que “es nuestra fuerte opinión que a través de la educación de los trabajadores será posible detener la ola comunista que se abate sobre toda América Latina, y confiamos que usted decidirá favorablemente este pedido”.[21] En este sentido los contenidos de los cursos del AIFLD se dirigían principalmente a enseñarles a los estudiantes las virtudes del capitalismo corporativo norteamericano. Un estudiante cursaba un promedio de 18 horas cátedra en “democracia y totalitarismo”, comparado con sólo cinco horas en “negociaciones colectivas” y “problemas laborales en zonas rurales”. Los contenidos no tocaban temas como la participación obrera en las ganancias, la educación de los trabajadores y la legislación laboral.
Estos dirigentes sindicales operaban como un cuerpo asalariado de activistas anti comunistas, con estrechos vínculos con el Departamento de Estado. Su principal tarea era desarrollar el modelo sindical norteamericano entre los trabajadores latinoamericanos y destruir aquellos sindicatos que se encontraban fuera de la órbita conservadora. Según este criterio, los intereses empresarios norteamericanos se habían dado cuenta que “si bien un sindicato responsable es difícil en la negociación, son mejores en la convivencia que los irresponsables”. En Colombia, el sindicato local de Celanese Colombiana (una subsidiaria de la Celanese Corporation of America, un contribuyente a los fondos del AIFLD) “ha sido debilitado por su orientación castrista. En escasos meses varios conflictos ilegales han tenido lugar, además de una huelga solidaria en apoyo a Fidel Castro. La compañía ha respondido con despidos masivos”. En ese momento, los egresados de los cursos del AIFLD “pudieron obtener control del sindicato”. A partir de allí el gremio se afilió con la UTC, la principal federación sindical colombiana de orientación anti comunista, y según el AIFLD “pudo obtener los mejores convenios colectivos de Colombia”.[22]
El AIFLD tendía a acusar a sus opositores de castristas o de comunistas, como en el ejemplo anterior. En realidad, cualquier cuestionamiento a la penetración económica norteamericana y su control informal sobre América Latina era descripto en estos términos. Es por esta razón que el AIFLD consideraba a la Confederación Latinoamericana de Sindicatos Cristianos (CLASC) como uno de sus principales enemigos. Si bien la CLASC era anti comunista, se oponía al panamericanismo, al que consideraba como un vehículo para la penetración económica de América Latina por parte de las corporaciones norteamericanas. Si bien rechazaba la influencia comunista entre los trabajadores latinoamericanos, la CLASC había declarado que tanto la AFL-CIO como el AIFLD “son agentes del Departamento de Estado (y más recientemente de la CIA)”.[23] Si bien durante la década de 1960, la CLASC era pequeña en relación con la Organización Regional Interamericana del Trabajo (ORIT), la hostilidad del AIFLD se debía a su sostenido crecimiento. Un informe del Senado norteamericano planteó que la principal causa de este crecimiento sostenido era la identificación de la ORIT con las políticas impopulares de los Estados Unidos. En este sentido, la CLASC “puede tener la oportunidad de convertirse en un gran movimiento sindical regional, particularmente en el sector rural”. Puesto que la CLASC “no comparte muchos de los tradicionales puntos de vista de los Estados Unidos”, el informe planteaba que existía el peligro que los intereses norteamericanos “se alejaran cada vez más de importantes sectores de la sociedad latinoamericana”.[24]
A pesar de esto, el AIFLD no detuvo su oposición generalizada de los sindicatos anti imperialistas. De ahí que muchos de sus egresados hayan desarrollado un vínculo estrecho con la CIA. Esta actividad a menudo ha generado problemas para la AFL-CIO, particularmente puesto que contradecía sus declaraciones públicas en favor de la democracia. Sin embargo, esto era comprensible en el contexto de una ideología fuertemente anti comunista. William Doherty ha explicado que “la cuestión clave en nuestro tiempo es la del camino futuro hacia la revolución: hacia el comunismo totalitario o hacia la democracia. Para el movimiento obrero norteamericano este es uno de los puntos principales y clave; toda otra cuestión (...) es secundaria”.[25]
Por admisión propia, Doherty ubicó la lucha contra el comunismo por encima de la lucha por el salario, por el reconocimiento sindical, o contra la explotación del trabajador. Su postura revelaba una carencia total de consideración en torno a los efectos de la burguesía local o los de las corporaciones norteamericanas. En su preocupación con el comunismo, los dirigentes del AIFLD “le han otorgado la apariencia y el contenido de un organismo para la Guerra Fría”. El efecto concreto fue que la AFL-CIO se vio involucrada “en algunas situaciones embarazosas por las cuales se ven contradecidos sus principios de que los sindicatos no deberían estar vinculados a partidos políticos”. De hecho, el AIFLD se oponía a la participación política de los sindicatos sólo en aquellos momentos en los que la AFL-CIO no coincidía. Debido a que la CLASC era parte del ala sindical de los partidos políticos demócrata cristianos, la AFL-CIO se rehusó hasta a organizar viajes para aquellos funcionarios de esa confederación que recibieron becas del Servicio de Información de los Estados Unidos (USIA). La ORIT declaró públicamente que los gremios social cristianos eran “aliados del comunismo”.[26]
Un resultado lógico de esta preocupación absorbente con el comunismo era que el AIFLD tuvo una participación directa en el derrocamiento de varios gobiernos latinoamericanos. Serafino Romualdi, el primer director para América Latina del AIFLD, explicó que el principal objetivo del programa de pasantías era permitir aquellos sindicatos con escasos recursos financieros utilizar a los egresados de los cursos del AIFLD en funciones administrativas. Pero estos egresados rápidamente descubrieron que “tenían que luchar contra el comunismo (...) si iban a seguir trabajando para el desarrollo del sindicalismo libre (...) estos egresados lograron eliminar a los elementos totalitarios de una cantidad de sindicatos importantes”.[27]
Un ejemplo de lo anterior fue el papel del AIFLD en el golpe militar que derrocó al gobierno brasileño de Joao Goulart en 1964. Entre 1955 y 1961, durante los gobiernos de Kubitschek, Quadros y Goulart, el sindicalismo brasileño “disfrutó de una libertad sin paralelo. El gobierno casi no intervino sindicatos; el Ministerio de Trabajo no interfirió con las elecciones gremiales. Las negociaciones colectivas abarcaron más trabajadores que nunca antes”.[28] A pesar de estas condiciones favorables, los dirigentes de la AFL-CIO estaban preocupados por la creciente influencia de los comunistas en el movimiento obrero brasileño. En colaboración con el agregado laboral Irving Salert y con el Embajador James C. Dunn, Serafino Romualdi organizó en 1956 una visita a los Estados Unidos de varios dirigentes sindicales brasileños. El objetivo era desarrollar “un cuerpo de dirigentes quienes, al recibir el entusiasta apoyo de la base sindical, pudieran revertir los esfuerzos comunistas por capturar el movimiento obrero brasileño”.[29]
Si bien Romualdi se esforzó por influenciar a la dirigencia sindical brasileña, en ningún momento recomendó una oposición abierta al gobierno de ese país. Dos de los principales dirigentes del Departamento Internacional de la AFL-CIO, Jay Lovestone y Charles Zimmerman, no estaban de acuerdo y preferían una confrontación abierta. Romualdi era de la opinión que lo mejor era presionar a Goulart “para que rompiera con los comunistas”, y obtuvo el apoyo de Meany, del Departamento de Estado y de la Embajada norteamericana en Brasil.
Kubitschek fue sucedido por Janio Quadros que debió renunciar a los siete meses, en agosto de 1961. Joao Goulart, que había sido electo vice presidente, lo sucedió en la presidencia. Durante su gestión los comunistas crecieron en influencia, creando una nueva confederación izquierdista. Entre 1958 y 1963, las condiciones económicas del Brasil empeoraron notablemente, con una inflación de casi 600% anual. Para lidiar con esta situación, Goulart estableció canales de dialogo con los sindicalistas comunistas. Según Romualdi: “la industria, el comercio y los militares se alarmaron por la dirección que estaban tomando las cosas. (Goulart) empezó cada vez más a contar con el apoyo de los comunistas”. Por eso tomó medidas para derrocar al presidente.
En el otoño de 1963, Romualdi se reunió con el gobernador de Sao Paulo, Adhemar de Barros, uno de los principales opositores de Goulart. De Barros le informó de los planes para dar un golpe de estado. Como apoyo, Romualdi y el AIFLD organizaron, durante los primeros tres meses de 1963, “un curso especial, sólo para brasileños, a ser desarrollado en Washington”. Diez de los egresados también viajaron a Europa occidental y a Israel. A su regreso a Brasil, algunos fueron enviados al interior y otros a Rio de Janeiro y a Sao Paulo. Cuando Goulart intentó nacionalizar las refinerías de petróleo, el 13 de marzo de 1964, y expropiar algunas tierras, dos semanas más tarde comenzó el golpe planificado por De Barros y por Carlos Lacerda.[30]
Los egresados del curso del AIFLD jugaron un papel en el golpe de 1964. Esto fue admitido francamente por William Doherty, a la sazón director de proyectos especiales del AIFLD. En un programa de radio, Doherty especificó:
 
Bien, francamente, dentro de los límites que imponía el gobierno de Joao Goulart, cuando regresaron a sus respectivos lugares, fueron muy activos en organizar a los trabajadores y en ayudar a los sindicatos a introducir los modernos sistemas de negociaciones colectivas y de relaciones laborales. De hecho, algunos fueron tan activos que se involucraron íntimamente en algunas de las operaciones clandestinas de la revolución antes de que ocurriera el 1ro de abril. Lo que ocurrió en Brasil (...) no pasó así no más –fue planificado—y planificado con meses de anticipación. Muchos de los dirigentes sindicales –algunos de los cuales fueron capacitados en nuestro instituto—participaron de la revolución, y del derrocamiento del régimen de Goulart.[31]
 
El Senado de los Estados Unidos observó que el AIFLD “había tenido éxito en salvar al movimiento obrero brasileño de las manos de los comunistas”, sin embargo también señaló que, cuatro años más tarde, “no había logrado crear un sindicalismo independiente”.[32] En cambio, la AFL-CIO había contribuido a la creación de un régimen cuyos dirigentes inmediatamente arrestaron “miles de comunistas y partidarios de Goulart, muchos de los cuales eran sindicalistas. Inclusive, muchos gremialistas católicos fueron a prisión, puesto que el nuevo régimen consideraba a cualquier activista sindical combativo como comunista”.[33]
La AFL-CIO admitió, en diciembre de 1965, que “el gobierno de Castello Branco es un gobierno autoritario. Ha coartado las libertades cívicas y los derechos políticos, y el sindicalismo brasileño ha sido forzado (...a ser) un apéndice del estado”.[34] Sin embargo, el AIFLD continuó su apoyo abierto, de manera que en abril de 1966, Castello Branco participó en un acto, junto a William Doherty, inaugurando la construcción de un nuevo complejo habitacional del instituto en Sao Paulo. En su discurso Doherty declaró “que es apropiado que esta ceremonia ocurra en el segundo aniversario de la revolución democrática brasileña”.[35]
Los egresados del AIFLD también participaron del derrocamiento de Juan Bosch en la República Dominicana en abril de 1965. Puesto que la federación local vinculada a la ORIT, la CONATRAL, había sido identificada como “una organización auspiciada por los yanquis (...) no era efectiva”. Los afiliados había dejado de pagar la cuota sindical. La izquierda había “aumentado su actividad en todos los campos”. Por lo tanto el papel del AIFLD era aumentar el prestigio de la CONATRAL entre los trabajadores dominicanos.[36]
Para lidiar con este problema, el AIFLD desarrolló un programa de emergencia. La Embajada norteamericana otorgó cincuenta mil dólares como ayuda financiera. Estos fondos fueron utilizados, por un lado, para desarrollar un plan de educación sindical. Pero, por otro, sirvieron para llevar a cabo “campañas organizativas” encaradas por “educadores-organizadores” apoyados por “una escuadra móvil” que confrontara a las fuerzas izquierdistas.[37] El objetivo era destruir físicamente a los sindicatos opositores y reemplazarlos por los afiliados a la CONATRAL.
Esta táctica fue utilizada en otros lugares, como establecen las actas de la reunión anual del Directorio de la AIFLD, en 1965. En Recife, por ejemplo, fueron utilizadas para quebrar a los sindicatos campesinos del nordeste brasileño. Y en Guyana para derrocar al gobierno del Primer Ministro, el “pro comunista Cheddi Jagan”. Romualdi se jactó, en su autobiografía, de la eficiencia “de los egresados del AIFLD en combatir al comunismo”.[38]
Además de los esfuerzos por eliminar físicamente a los comunistas, el AIFLD dedicó buena parte de sus recursos en el desarrollo de “proyectos especiales”, en particular en la construcción de complejos habitacionales para trabajadores. Sin embargo, los resultados de estos proyectos han sido poco halagüeños en cuanto a la creación de viviendas obreras. El AIFLD Report informa del comienzo de la construcción de casi mil de estos complejos en 1966.[39] Sin embargo, un exámen del mismo Report de años sucesivos hasta 1973, no registra más de una docena que hallan llegado a su terminación. En la práctica esto sugiere que hubo niveles importantes de corrupción, por la cual los fondos utilizados para viviendas obreras fueron canalizados hacia los bolsillos de dirigentes sindicales adictos.[40]
Un ejemplo de lo anterior ocurrió en la República Dominicana. El AIFLD anunció, en 1967, la construcción de un complejo habitacional de 900 unidades para trabajadores azucareros. Los tres millones de dólares asignados al proyecto provenían de préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo y de la AFL-CIO. Las licitaciones fueron cerradas y limitadas a la participación de empresas norteamericanas de construcción. Sólo 110 unidades fueron finalmente construidas y asignadas exclusivamente a afiliados a sindicatos de la CONATRAL. El AIFLD declaró públicamente que las viviendas eran una “recompensa” para aquellos trabajadores que se había probado en la lucha contra el comunismo.[41]
De los proyectos habitacionales anunciados en la década de 1960, uno de los más conocidos fue el realizado en la ciudad de México. A un costo de diez millones de dólares, las 3.100 viviendas fueron planificadas para el Sindicato de Trabajadores Gráficos de México. Si bien no hay datos fidedignos sobre cuántas de estas viviendas se completaron, existe información de que se le entregaban a los gráficos a un costo de 5.700 dólares por unidad, un precio demasiado alto para todos estos trabajadores, excepto para los mejor pagos.[42] William Doherty aclaró que “los trabajadores rurales son tan pobres que no pueden acceder a las viviendas que construimos”.[43] El eje de esta política es una combinación de recompensas para aquellos trabajadores bien pagos, con represión para los activistas y los obreros pobres. Revelando una conciencia de que iba a ser difícil lograr un apoyo duradero entre los trabajadores más afectados por las políticas económicas y sociales que pregonaban, el objetivo del AIFLD era, no sólo desarrollar sindicatos adictos, sino también dividir al conjunto de los trabajadores.
Quizás el aspecto más controvertido de la política del AIFLD (y difícil de probar) era su relación con la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Estos vínculos no se limitaban al uso de los egresados de los cursos del AIFLD como apoyo para sus políticas. La CIA ha enfatizado la importancia de penetrar al sindicalismo latinoamericano tanto para poder impulsar las políticas norteamericanas, como para oponerse al crecimiento de tendencias opositoras. En Brasil, la CIA otorgó treinta mil dólares a la Federación de Trabajadores del Petróleo y la Industria Química. Desde 1965, el AIFLD intentó que los trabajadores brasileños de la industria petroquímica se afiliaran a la IFPCW, la confederación internacional que agrupa a los gremios anticomunistas en esta industria.[44]
Los vínculos del AIFLD con la CIA revelan la flagrante contradicción y el problema básico en su actividad. En teoría, el AIFLD “permite sólo mínimamente que el Departamento de Estado y la AID se involucren en la situación de América Latina, y por lo tanto reduce las posibilidades que ambos se vean empantanados en las disputas políticas de los sindicatos latinoamericanos (...) El objetivo es generar una ayuda técnica limpia para todo el segmento democrático del movimiento obrero latinoamericano”.[45]
En realidad existía una estrecha relación entre el Departamento de Estado, la AID, la CIA y la AFL-CIO. Hasta 1972 el financiamiento de la AIFLD del sector privado, provenía principalmente de empresas tales como ITT, Kennecott Copper, Anaconda, Mobil Oil, United Fruit y el First National City Bank; todas con importantes intereses en América Latina. A partir de ese año el gobierno norteamericano se hizo cargo del 62% del presupuesto del AIFLD, mientras que las empresas contribuían 4%, y la AFL-CIO el 34% restante. Sin embargo, el vínculo no se debe al aspecto financiero; más bien los fondos eran el resultado lógico de la profunda coincidencia ideológica entre individuos como George Meany, J. Peter Grace y el gobierno de los Estados Unidos. No sólo tenían objetivos similares en América Latina, sino que su visión de los pueblos latinoamericanos era la misma: los veían como pueblos atrasados propensos a la penetración comunista y la revolución, y coincidían que la hegemonía de las corporaciones norteamericanas debía ser mantenida a toda costa. A su vez, fue este consenso el que dificultó el trabajo del AIFLD en América Latina puesto que la colaboración capital-trabajo es un imposible, sobre todo en condiciones de sobreexplotación como las latinoamericanas.
 
El AIFLD en la Argentina
 
La labor del AIFLD en la Argentina tuvo su base en el trabajo realizado por Romualdi a principios de la década de 1960, y reflejó un cambio en la percepción que tenía la AFL y luego la AFL-CIO del sindicalismo argentino. Entre 1946 y 1960, la central sindical norteamericana había caracterizado a los dirigentes sindicales peronistas como “fascistas”.[46] Esto significó que el apoyo y los recursos de la central se volcaron inicialmente en torno al COASI y luego en apoyo de aquellos sindicalistas radicales y socialistas que apoyaron la Revolución Libertadora. Con la Revolución Cubana esta percepción fue modificada, y hombres como Romualdi pasaron a caracterizar a los sindicalistas peronistas diferencialmente: algunos, a ser apoyados, por ser consecuentes anticomunistas; mientras que otros, a ser combatidos, privilegiaban el carácter nacionalista (y por ende anti imperialista) del peronismo.
Romualdi había considerado el derrocamiento de Perón como algo positivo, puesto que entendía que se eliminaba un “dictador fascistoide” y se abría un camino democrático. Durante el gobierno peronista (1946-1955) había colaborado estrechamente con elementos antiperonistas, particularmente con Francisco Pérez Leirós del sindicato de empleados municipales. El Comité para la Organización de la Acción Sindical Independiente (COASI), afiliado a la ORIT, fue intervenido por el gobierno en 1949 por lo que muchos de los sindicalistas disidentes se refugiaron en Uruguay. Allí participaron de discusiones y cursos de capacitación, organizados por Romualdi, en preparación para su eventual retorno a la Argentina.
Una vez ocurrido el golpe militar de 1955, estos sindicalistas se abocaron a “quebrar” la influencia del peronismo en los sindicatos, como antecedente básico para la creación de un “sindicalismo democrático”. Para esto dependían de la cooperación y anuencia de la dictadura militar. En este sentido, se vieron rápidamente desilusionados. Una vez que el general Aramburu desplazó a Lonardi como jefe del estado, la dictadura intervino la CGT y muchos de los principales sindicatos del país.
Habiendo apostado a la Revolución Libertadora como aliado antiperonista fundamental, Romualdi se encontró en una situación compleja. En mayo de 1956 consultó con un estadounidense especialista en movimiento obrero latinoamericano, el socialista de derecha Robert Alexander que se encontraba en Buenos Aires “investigando” por cuenta de la AFL-CIO. El resultado de esta consulta fue que dos de los principales dirigentes sindicales norteamericanos, George Meany y David Dubinsky, viajaron a la Argentina para reunirse con el COASI.[47] Con la intermediación de los viajeros un grupo de sindicalistas argentinos, pertenecientes al COASI, fueron presentados a la Embajada norteamericana que organizó una reunión con Aramburu en la que se acordó que serían los interlocutores válidos y los únicos representantes del movimiento obrero argentino ante la dictadura.
A pesar de recibir el apoyo oficial, el COASI y los 32 Gremios Democráticos, no lograron su cometido. Entre 1956 y 1959 una oleada de huelgas sacudió la Argentina, con más de 21 millones de jornadas laborales perdidas.[48] La apertura democrática de 1959 llevó a Arturo Frondizi a la presidencia con el apoyo de un importante sector del peronismo. El nuevo presidente viajó a los Estados Unidos en enero de 1959. Allí se reunió, entre otros, con Meany y Romualdi. La reunión fue organizada por Henry Holland, un ex subsecretario de Estado para América Latina y representante de varias corporaciones petroleras en Argentina.[49] Estos contactos se continuaron con la visita de varios representantes de la AFL-CIO a la Argentina en mayo de 1959. En un informe a la conducción de la central norteamericana, los representantes realizaron un balance de su visita. Notaron tres cosas fundamentales. Primero que los 19 Gremios estaban en un proceso de crecimiento, hasta el punto que viejos amigos como Armando March (al que caracterizaban de “oportunista”) se encontraba en ese nucleamiento. Segundo, que era probable que los 32 Gremios Democráticos perdieran la mayoría de la próximas elecciones sindicales a manos de los 19 y las 62. Y tercero, que las 62 se dividía en “peronistas duros y blandos”. Esta idea fue reforzada por el ministro de Trabajo argentino, David Blejer, quien recalcó que los 19 se encontraban infiltrados por los comunistas. Por último, se reunieron con el presidente Frondizi. Este propuso reorganizar la CGT en base “a la exclusión de los comunistas y de los peronistas duros”. Además, sugirió que los sindicatos norteamericanos podían cumplir una tarea fundamental en la democratización del sindicalismo peronista. Para ésto era necesario comenzar una serie de seminarios en Argentina “para educar a los dirigentes peronistas”.[50] Romualdi, sin embargo, no estaba satisfecho con un planteo que permitía la participación de algunos sectores del peronismo. A pesar de eso aceptó la propuesta de realizar seminarios como una colaboración hacia la apertura de la economía argentina que Frondizi estaba implementando. Pero la conflictividad obrera, vinculada con la Resistencia Peronista, planteó serios límites al acuerdo realizado. A raíz de la represión de la huelga del frigorífico Lisandro de la Torre, Romualdi se volvió a reunir con Frondizi para acordar que la CGT sería entregada a la Unión Ferroviaria y a La Fraternidad; ambos con conducciones que adherían a los 32 Gremios Democráticos. Sin embargo, Romualdi no pudo convencer a estos sindicatos de aceptar el acuerdo debido “a la falta de iniciativa y agresividad tan características de los sindicatos democráticos argentinos”.[51] Muy a pesar suyo, Romualdi debió admitir que los 32 contaban con escasa adhesión entre sus bases.[52]
Entre 1955 y 1960 la estrategia de la AFL-CIO fracasó en su esfuerzo por capturar al sindicalismo argentino para aquellos dirigentes que le eran adictos. El resultado fue una profunda decepción con los 32 Gremios Democráticos y una revisión de la caracterización del sindicalismo peronista como un bloque monolítico. Si bien, Romualdi nunca rompió relaciones con los 32, a partir de 1961 comenzó a profundizar sus contactos con los sindicalistas peronistas, como por ejemplo Rogelio Coria, Augusto Vandor y José Alonso. Esto se vio favorecido por el surgimiento del vandorismo y la colaboración entre el sindicalismo y el estado.
Una de las conclusiones que se derivaron de estos contactos fue que existía un espacio de colaboración entre la AFL-CIO y los peronistas, basado en que compartían una perspectiva procapitalista y anticomunista. Para Romualdi esto debía ser reforzado a través de medidas concretas y a largo plazo que estrecharan los vínculos, profundizaran los acuerdos y acercaran las posiciones. En este sentido Romualdi decidió que el recién formado AIFLD tenía un papel fundamental que jugar en la cooptación de los sindicalistas peronistas. Sin embargo, este se comprobó un proceso bastante complejo. Por ejemplo, en una carta escrita el 13 de octubre de 1965 por el director del AIFLD en Argentina, Andrew McLellan, expresaba su sorpresa que Vandor, Andrés Framini, Fernando Donaires y Francisco Prado hubieran aceptado una invitación para visitar la Unión Soviética y China Popular. En la misma expresaba que Vandor era muy amigo del dirigente automotriz norteamericano Víctor Reuther, un socialista anticomunista y opositor a la jefatura de Meany. La respuesta que sugiere McLellan es muy concreta: “hay que congelar todos los beneficios, prebendas y contactos de estos dirigentes con Estados Unidos”.[53] Evidentemente, el vandorismo trataba de evitar ser presa fácil del AIFLD, y éste aumentaba sus esfuerzos por cooptarlo. La política del AIFLD hacia Vandor parece haber tenido éxito en 1966. Para ese entonces, la AFL-CIO lo había vuelto a considerar “un amigo”, y de hecho prefería al vandorismo por encima de los “participacionistas”.[54]
El AIFLD se estableció en la Argentina a fines de 1963 a partir de los programas desarrollados por Romualdi durante la década previa. Así, a fines de 1963 Romualdi completó una operación por la cual hubo un acercamiento entre la CGT y la AFL-CIO. En una reunión entre Romualdi, José Alonso (CGT) y Henry Hammond de la Embajada norteamericana en Buenos Aires, se acordó conceder becas para cursos del AIFLD a dirigentes peronistas. En principio el eje de actividad fue mejorar relaciones con los dirigentes sindicales peronistas, particularmente con José Alonso. En esa época lanzaron la “Operación AFL-CIO”, un programa de construcción de viviendas sindicales por más de 17 millones de dólares; uno de los más grandes realizados por el Instituto en América Latina.[55]
A partir de 1965, los objetivos del AIFLD en la Argentina fueron dos: (1) agudizar las diferencias entre los peronistas y la izquierda en los sindicatos, promoviendo aquellos dirigentes caracterizados como “democráticos”;[56] y (2) introducir el modelo sindical norteamericano, a través de cursos y financiamiento para aquellos que adoptaran prácticas cercanas al business unionism.
Para lograr lo anterior el AIFLD tuvo que moverse con sumo cuidado. Su principal problema era que la trayectoria de Romualdi, durante los veinte años anteriores, era conocida y generaba suspicacias entre los sindicalistas peronistas. Es por esto que el instituto se presentó como una organización cuyo objetivo no era promover el sindicalismo norteamericano, sino más bien que “aportaba los desarrollos del sindicalismo moderno a través de los cuales (los sindicatos argentinos) podrían elaborar su propia metodología, en un esfuerzo mancomunado para mejorar su situación y la de sus afiliados”.[57]
Esta labor fue eficazmente secundada por distintos organismos internacionales sindicales, como por ejemplo la Federación Internacional de Empleados de Comercio (IFCCTE), la Federación Interamericana de Trabajadores de Prensa (IAFWNO), la Federación Internacional de Trabajadores Postales, Telefónicos y de Telégrafos (PTTI), y la Federación Internacional de Trabajadores del Transporte (ITF). Estas organizaciones seleccionaron, en 1965, a Charles Wheeler como director del AIFLD en la Argentina. Wheeler era miembro de la CWA, el sindicato de trabajadores de la comunicación de los Estados Unidos.
El vínculo entre el AIFLD y estas federaciones internacionales implicó que el instituto centró su labor sobre los trabajadores de cuello blanco, que eran visualizados como más proclives a ser rápidamente influenciados. Entre 1964 y 1965 se organizaron cursos de capacitación para 687 dirigentes medios pertenecientes a municipales (COEMA), bancarios, empleados de comercio, periodistas, y viajantes (AVCRA).[58] En 1964, 490 sindicalistas argentinos habían asistido a distintos seminarios organizados por el AIFLD sobre temas tales como “Democracia y Totalitarismo”, “Teoría y Doctrina Política y Social”.
A partir de 1966 el AIFLD expandió sus programas para abarcar el interior del país. En particular se dedicó a los sindicatos más pequeños tales como trabajadores del turf, trabajadores de espectáculos, trabajadores rurales y estibadores, obreros del vidrio, trabajadores del cuero, y gastronómicos. Estos gremios, debido a su tamaño y escasos recursos, eran fácilmente influenciables y, a su vez, contaban con representación en la CGT; o sea, con un canal de acceso a los sindicatos más grandes. Es recién a partir de 1968 que el AIFLD Report refleja que el instituto había comenzado a desarrollar un trabajo gradual pero constante en torno a gremios industriales considerados como bastiones peronistas: AOT, FOECyT, FATLyF, SOIVA y SMATA.
Los problemas del AIFLD con estos últimos gremios eran múltiples. Por un lado, eran sindicatos del riñón vandorista, que difícilmente aceptarían el business unionism norteamericano, particularmente porque el modelo sindical peronista les había dado buenos resultados. Por otro, la magnitud misma de estos gremios, y el poder político y económico que ejercían sus dirigentes los hacían más difíciles (y costoso) de cooptar. Por último, según un testimonio, estos sindicalistas tenían un nivel importante de formación por lo que los cursos normales del AIFLD les resultaban bastante simples. De hecho, el instituto se vio obligado a separar a los argentinos que enviaba a Front Royal en cursos especiales.[59] Así, el AIFLD fue expandiendo su labor en la Argentina de manera constante. Su presupuesto local aumentó de 24.000 dólares anuales en 1964 a 186.440 en 1966; en 1969 2.682 sindicalistas habían asistido a los cursos y seminarios dictados por el instituto; y 17 proyectos “de impacto” habían sido financiados, incluyendo el programa de viviendas más grande de América Latina.
Los programas para la construcción de viviendas sindicales fueron una de las prioridades del AIFLD en la Argentina. Estos programas tenían numerosas ventajas. Por un lado, el instituto recibía información privilegiada sobre la situación de cada gremio solicitante. Por ejemplo, en 1964 catorce sindicatos presentaron detalladas solicitudes de apoyo técnico y financiero para construir 20.000 viviendas por 65 millones de dólares. Estas solicitudes incluían una cuantiosa información sobre la historia y la situación del solicitante. Por otro lado, los programas de vivienda le otorgaban al AIFLD una valiosa herramienta publicitaria sobre “los beneficios del sindicalismo libre”, pero también le permitían canalizar fondos a los sindicatos adictos. Dichos fondos no siempre eran utilizados para los fines solicitados. Así, si bien el AIFLD Report consigna el comienzo de la construcción de numerosos proyectos de vivienda, pocas veces informa sobre su concresión final y cuando lo hace, es notable como las viviendas construidas son menos de las consignadas originalmente y a precios mucho mayores. Por ejemplo, si bien el costo de las viviendas a ser construidas por los 14 solicitantes señalados anteriormente es de unos u$s 3.200 por unidad, el costo final oscilaba entre u$s 6.000 y u$s 11.500.[60] Aún así los beneficiarios de este apoyo financiero fueron escasos; si bien la selección es reveladora de las prioridades del AIFLD: FOECyT, COEMA, FATLyF, Asociación Bancaria, CATT, CGEC, La Fraternidad y la Unión Ferroviaria recibieron la parte del león de los fondos otorgados por el AIFLD.
Estos últimos sindicatos estuvieron entre los principales beneficiados por programa para la construcción de viviendas más grande de América Latina. Aprobado en 1966, el proyecto inicial era para construir 2.400 viviendas en Pergamino y en Bahía Blanca a un costo de 17 millones de dólares. Gracias a la gestión del entonces embajador argentino en Washington Alvaro Alsogaray, los fondos fueron otorgados en 1968 por la Connecticut General Insurance Company y la Connecticut Mutual Insurance Company y garantizados por la AID y por el Banco Hipotecario argentino.[61] El proyecto fue finalizado en 1972 con la inauguración de 1667 viviendas, el 60% del total programado. Nadie ofreció explicación alguna de porqué no se habían construido las 800 viviendas restantes ni de qué había ocurrido con los fondos originalmente asignados para tal propósito.
Otros ejemplos similares, aunque en menor escala, fueron: u$s 4.500 dólares asignados a tres sindicatos de Santiago del Estero para la construcción de viviendas para peones rurales; u$s 5.000 dólares otorgados a la federación de trabajadores del cuero para “equipamiento de un campo de deportes”; u$s 5.000 dólares entregados al SOMU para “equipamiento de una clínica”. Todos estos ejemplos ocurrieron en 1968 y se encuentran consignados en el AIFLD Report. Es de notar lo exiguo de los fondos (¿u$s 4.500 para construir viviendas?) y lo ambiguo de términos como “equipamiento”. Si bien no hay pruebas de que estos fondos fueron utilizados para otra cosa, si es notable que el mismo Report no consigna los resultados finales de estos proyectos, excepto con frases muy generales.
De todas maneras, es importante señalar que el AIFLD gastó escasos fondos pero que, a cambio, obtuvo una extensa información sobre la vida interna de los sindicatos argentinos y, además, logró estrechar contactos con el sindicalismo peronista. También, debemos apuntar que el AIFLD construía con una visión hacia el futuro: dedicó una envidiable cantidad de tiempo y energía a estrechar vínculos, promover y capacitar a una gran cantidad de dirigentes medios que escasos años más tarde llegarían a la conducción de sus respectivos sindicatos. Esto queda más que claro cuando, en marzo de 1969, el Report consigna orgullosamente que “Juan Herbociani, egresado de los cursos del AIFLD en Front Royal, ha sido electo tesorero nacional de FOECyT”.[62]
Esta cooptación tuvo tensiones, como el viaje de los dirigentes vandoristas a la URSS antes mencionado. Pero también hubo colaboradores espontáneos, coincidencias ideológicas, y relaciones con beneficios mútuos de largo aliento. Los archivos del centro George Meany de la AFL-CIO son reveladores en cuanto a los niveles de colaboración. Una primera aproximación a las cartas recibidas por la central norteamericana entre 1955 y 1965 revela que numerosos sindicalistas argentinos delataban, detalladamente a sus contrincantes. Por ejemplo, en una carta del 27 de julio de 1960, Juan Carlos Brunetti (Asociación de Empleados de Despachantes de Aduana) le relataba a Serafino Romualdi la infiltración comunista de las 62 Organizaciones. Aclaraba que “los 62 gremios se encuentran minados, a pesar de su orientación peronista, de agentes al servicio de los comunistas, bajo los rótulos de nacionalistas marxistas, trotskistas o integracionistas”. Más adelante denunciaba a Armando March como “agente de Castro”.[63] Brunetti fue un denunciante particularmente activo durante todo el período, ofreciendo además extensos informes sobre la situación interna del sindicalismo argentino. Sin embargo, no era el único. Andrés Cabona escribió denunciando la visita a los Estados Unidos de dos activistas del SOMU, Guillermo Ramírez y Arturo Duarte, puesto que “son agentes comunistas”.[64] Actitudes similares tuvieron dirigentes como Pedro Salvo y Pedro Bernasconi (FONIVA), Salvador Marcovecchio y Roberto Pifarre (CGEC).[65] En muchos casos la información disponible hace evidente que los dirigentes colaboracionistas esperaban recibir algún tipo de beneficio a cambio de su denuncia. Sin embargo, hay excepciones. Una notable fue la de José Antonio Sollazzo, secretario general del gremio de canillitas. En varias cartas, durante 1962, Sollazzo criticó a Romualdi “por no entender que la lucha contra el comunismo y contra traidores como Pérez Leirós es la misma”. Y pasa a aclarar que “jamás podré aceptar que se digite la forma en que debemos combatir y desemascarar a los traidores (...) por lo tanto le anticipo que no estoy de acuerdo en que aceptemos ayuda alguna que tenga este carácter”.[66]
Hacia 1970 la colaboración de la burocracia sindical peronista con el AIFLD se había profundizado y había perdido algunas de las tensiones y negociaciones de la década previa. Hombres como Luis Angeleri (FATLyF) y Juan Carlos Chol (Flota Petrolera del Estado) se ofrecían como colaboradores espontáneos enviando largos informes. Elpidio Torres y Dirk Kloosterman (SMATA) eran invitados a Estados Unidos, al igual que David Diskin (CGEC) y Patricio Datarmine (UOEM). Docenas de sindicalistas (ver algunos nombres en el apéndice a continuación) recibían invitaciones y fondos.[67] Quizás uno de los aspectos más importantes, y más desconocidos, es el que hace al tráfico de influencias. El apoyo de la AFL-CIO implicaba el de la Embajada norteamericana y el del gobierno argentino. Esto se traducía en acceso a los despachos del poder y en ascensos dentro de la estructura sindical. Un buen ejemplo de esto fue Héctor López (UPCN) que había llegado a integrar la conducción de la CGT de José Rucci como Vocal 9o. Egresado de los seminarios del AIFLD, fue tildado como “our friend” (“nuestro amigo”) por el representante interamericano de la AFL-CIO Andrew McLellan. En una carta del 29 de junio de 1970 McLellan expresaba su satisfacción que “un amigo” hubiera resultado electo presidente de la CLATE (Confederación Latinoamericana de Trabajadores Estatales).[68] La caracterización de “amigo” era de lo más importante en cuanto a apoyo desde el poder. Para lograrla había que rendir numerosos servicios. Otro “our friend” fue Ramón Elorza de gastronómicos. Con una larga trayectoria de colaboración con el AIFLD (como se puede ver de los numerosos informes y cartas que les enviaba y que obran en los archivos del centro George Meany) esto le otorgaba el derecho a solicitar una contrapartida. Por ejemplo, el 27 de marzo de 1969, Elorza informa haber reducido a “la CGT de Ongaro a cero”. A renglón seguido solicita u$s 100.000 para “un club destinado a nuestros afiliados y sus familiares”.[69]
En 1968 el AIFLD abrió una oficina en la ciudad de Córdoba con el objetivo de apoyar al sindicalismo local, encabezado por Alejo Simó (UOM), en su lucha contra Agustín Tosco (LyF de Córdoba) y la CGT de los Argentinos. Esto revelaba que, en escasos tres años, el AIFLD se tomaba muy en serio su participación en la lucha contrarrevolucionaria local y que, al mismo tiempo, había logrado vincularse sólidamente a los gremios vandoristas: de los 12 miembros del secretariado de la CGT Azopardo, cinco tenían estrechos vínculos con el AIFLD, incluyendo a Francisco Prado (FATLyF) el nuevo secretario general, cuya federación era uno de los gremios que recibirían los 17 millones de dólares para la construcción de viviendas.[70]
El aumento en la conflictividad obrera y el Cordobazo sorprendieron al AIFLD, de manera que en 1970 decidió modificar su estructura y sus prácticas. La nueva situación fue analizada, en 1971, por el representante interamericano de la AFL-CIO, Michael Boggs, y reflejaba la nueva preocupación. Explicó Boggs:
 
La mayoría de los observadores objetivos del movimiento obrero argentino dicen que si bien (Ongaro y Tosco) tienen cualidades mesiánicas, no representan un número importante de sindicalistas. En Córdoba, muchos de los jóvenes peronistas de izquierda no son peronistas, sino comunistas que se aprovechan del momento político para tratar de obtener seguidores. Hasta pintan consignas con errores de ortografía para que parezca que lo hicieron obreros y no el Partido Comunista.
Aquí está el peligro. Si el movimiento peronista no es canalizado hacia una acción política legitima (...) será una tarea relativamente simple reorientarlo por otras líneas, una vez que no exista la posibilidad de una auténtica expresión del peronismo.[71]
 
El auge de la combatividad obrera, el surgimiento de grupos armados y la muerte de Vandor, al que el AIFLD consideraba como un amigo “con genuinas características de líder”, agudizó los problemas del instituto.[72] Durante la gestión de Wheeler, el AIFLD había desarrollado un extenso programa de actividades públicas. De hecho, tenía que modificar sus tácticas.
A fines de 1969 llegó a la Argentina, como agregado laboral John Doherty, hermano del director ejecutivo del AIFLD. Al mismo tiempo Wheeler fue reemplazado por James Holway. A diferencia del anterior, Holway no era un sindicalista sino un abogado con una larga trayectoria en el Departamento de Estado. Fue vice consul en Brasil entre 1960 y 1964 (momento del golpe contra Goulart), asesoró al Subsecretario de Estado para Asuntos Inter Americanos y, en septiembre de 1964, entró al AIFLD como director del Departamento de Proyectos Especiales. La trayectoria de Holway lo hizo sospechoso de ser un operativo de la CIA que utilizaba los proyectos del instituto como fachada para su labor de inteligencia.
Holway redujo el perfil público del AIFLD en Argentina, cerró la oficina en Córdoba, y recortó los programas para la construcción de viviendas. En cambio canalizó los recursos del instituto a través de sus contactos locales impulsando la creación de escuelas sindicales. Por ejemplo, el SOIVA organizó una escuela sindical en Tucumán y un ciclo de seminarios en Buenos Aires. También impulsó la creación de cooperativas de crédito: entre 1969 y 1973 el AIFLD otorgó $155.000 dólares principalmente para “crear instituciones de crédito para los trabajadores argentinos”.
En 1974 el AIFLD decidió cerrar todas sus operaciones públicas en la Argentina debido “al sentimiento anti norteamericano que permea la población”. Sin embargo, esto no significó que el AIFLD abandonara totalmente el país. Durante once años había trabajado duramente para desarrollar una red de contactos e influencias que le serían importantes a partir de 1975. Hombres del entorno de Lorenzo Miguel (UOM), como Segundo Palma (UOCRA), Lesio Romero (carne), Alberto Campos (UOM), Esteban Rolando (UF), José Rodríguez (SMATA) y Antonio Baldassini (FOECyT) se convirtieron en algunos de los contactos privilegiados del AIFLD en el sindicalismo argentino. A través de estos contactos el AIFLD logró tener una fuerte representación en el secretariado de la CGT y en muchos de los principales gremios. Así Baldassini se convirtió en la principal conexión cuando lo nombraron director del Departamento de Asuntos Internacionales de la PTTI, uno de los principales frentes del AIFLD. Estos fuertes vínculos con el vandorismo, que durarán a través de la dictadura de 1976-1983, explican en parte el apoyo que brindó tanto la AFL-CIO como los agregados laborales de la Embajada norteamericana en Buenos Aires, a la Comisión de los 25 y a Lorenzo Miguel (UOM). El cambio en táctica (el bajo perfil) y lo que se percibió como una actitud “antidictatorial”, por parte de la AFL-CIO aparentemente le permitió profundizar su influencia sobre el sindicalismo argentino a partir de 1983.
 
Conclusión
 
La expansión de capitalismo norteamericano a través del continente llegó tardíamente a la Argentina. Sin embargo, esta fue acompañada por un esfuerzo coordinado por modificar lo que se visualizaba como un panorama sindical adverso, sobre todo después de la Revolución Cubana. El AIFLD cumplió una función fundamental en este sentido, puesto que intentaba promulgar una ideología de armonía y colaboración de clases.
La tarea del AIFLD se vio facilitada por la existencia de una burocracia sindical cuyas raíces se remontan a las tendencias sindicalistas y socialistas de la década de 1930 y al modelo sindical impulsado por el peronismo. La problemática se convirtió en cómo convertir a estos burócratas aliados en la lucha anti comunista, en algo funcional a la expansión del capitalismo norteamericano. El éxito del AIFLD se debió a varios factores. Primero, a los recursos que manejaba que le permitían cooptar a dirigentes interesados ya sea en dinero o en el acceso a los factores de poder. Segundo, el AIFLD se vio eficazmente secundado por el gobierno argentino en su labor. Ya sean las reuniones con el general Aramburu, como las gestiones de Alvaro Alsogaray, o las garantías financieras del Banco Hipotecario, todos abonaron a la tarea desarrollada por el instituto. En este sentido se debe considerar al AIFLD no como una operación por parte de la AFL-CIO, sino más bien como un esfuerzo conjunto norteamericano-argentino para eliminar las tendencias anti capitalistas en el movimiento obrero argentino. Tercero, el auge de masas en la Argentina (sobre todo a partir del Cordobazo) implicó que la burocracia sindical peronista se recostó aun más de lo deseado en el apoyo norteamericano porque no lograba, con los recursos propios, poder eliminar el desafío de la izquierda en los gremios. A cambio de un apoyo en la lucha “anti subversiva”, el sindicalismo peronista fue aceptando (y acercándose) cada vez más al modelo sindical y la ideología implícita en el business unionism norteamericano.

[1] Evidentemente, no todos los sindicalistas que asistieron a los cursos del AIFLD se convirtieron en agentes de la penetración norteamericana. Tampoco se puede decir que sólo los “colaboracionistas” probados eran los invitados. Sin embargo, la cifra total da una idea de la magnitud del esfuerzo realizado por el AIFLD, de la cantidad de colaboradores que derivaban, y de los recursos que manejaba para la captación de los cuadros sindicales latinoamericanos.
[2] El Congress of Industrial Organizations fue fundado en 1936 por sindicatos organizados por rama de industria y encabezados por el gremio minero (UMW). En su seno revistaban fuertes tendencias socialistas, comunistas y trotskistas. De hecho, el PCEEUU dirigía once de los sindicatos más grandes de la época.
[3] U.S. Senate, Committee on Foreign Relations, Subcommittee on American Republic Affairs, Survey of the Alliance for Progress, Labor Policies and Programs, 90th Congress, 2nd Session, Julio 15, 1968.
[4] Ronald Radosh. American Labor and United States Foreign Policy (New York: Random House, 1969), pág. 415.
[5] Ibid., pág. 416.
[6] U.S. Senate, Committee on Foreign Relations, Subcommittee on American Republic Affairs, Survey of the Alliance for Progress, Labor Policies and Programs, 90th Congress, 2nd Session, Julio 15, 1968, pág. 9. También Henry Berger, “What’s Good for Latin America”, The Nation, enero 13, 1969; págs. 46-48.
[7] American Council of Voluntary Agencies for Foreign Service, Inc., Technical Assistance Information Clearing House, U.S. Non-Profit Organizations in Technical Assistance Abroad, Supplement 1965 (New York: Binnie Schroyer, 1965); pág. 7.
[8] Joseph Palisi, “American Labor’s Chosen Instrument for Latin America”, mimeo, febrero 9, 1967, pág. 1. Archivo del North American Congress on Latin America (Nueva York, USA).
[9] U.S. Senate, op. cit.
[10] AIFLD, “Progress Report to the President’s Labor Advisory Committee on Foreign Assistance”, marzo de 1967.
[11] U.S. Senate, op. cit., pág. 10.
[12] Victor Reuther, “The International Activities of American Trade Unions”; en William Haber, ed. Labor in a Changing America (New York, 1966), pág. 304-305. Como resultado de las objeciones de Reuther, Grace renunció como presidente del Directorio y George Meany, el secretario general de la AFL-CIO, asumió su lugar en septiembre de 1962.
[13] William C. Doherty, Jr., “AIFLD and Latin Labor Building a Modern Society”, AFL-CIO Free Trade Union News, julio 1966, pág. 3.
[14] J. Peter Grace, “Latin America’s Nationalistic Revolutions”, Annals of the American Academy of Political and Social Science vol. 334 (marzo 1961), pág. 145.
[15] J. Peter Grace, “Labor Boosts Living Standards”, Journal of Commerce, abril 14, 1966.
[16] J. Peter Grace, discurso durante la Semana Internacional de Comercio, Houston, texas, 16 de septiembre de 1965. Citado en Serafino Romualdi. Presidents and Peons: Recollection of a Labor Ambassador in Latin America (New York: Funk and Wagnalls, 1967), pág. 418.
[17] Citado en Romualdi, op. cit.
[18] Ver, por ejemplo, la información que aporta Radosh, op. cit., pág. 419.
[19] Romualdi, op. cit., pág. 419.
[20] Senate Committee on Foreign Relations, op. cit., pág. 11.
[21] Paul Reed a Julián Moreno Mejía (Presidente, Acerías Paz del Río Blanco, Bogotá, Colombia), 23 de julio de 1962. Archivo del AFL-CIO, The George Meany Memorial Archive, Silver Springs, Maryland (GMMA).
[22] Senate Committee on Foreign Relations, op. cit., pág. 15.
[23] Ibid..
[24] Ibid, págs. 18-19.
[25] Ibid, pág. 13. Discurso de junio de 1966.
[26] Ibid., págs. 13-14.
[27] Romualdi, op. cit., págs. 428-429.
[28] Robert Alexander. Organized Labor in Latin America (New York: 1965); pág. 81.
[29] Romualdi, op. cit., pág. 278.
[30] Lo anterior se basa estrictamente en lo que relata Romualdi en su autobiografía, op. cit., págs. 288-290.
[31] AFL-CIO, Labor News Conference, Washington, D.C., comunicado de prensa del 13 de julio de 1964, pág. 3; en GMMA.
[32] Senate Committee on Foreign Relations, op. cit., pág. 14.
[33] Alexander, op. cit, pág. 83.
[34] Romualdi, op. cit., pág. 291.
[35] AIFLD Report (Washington, D.C.) IV, 5 (mayo 1966), págs. 6-7.
[36] AIFLD Report, “Emergency Plan for the Dominican Republic”, 15 de noviembre de 1965.
[37] En particular ver los informes que se encuentran en el GMMA. Allí se indica la creación de grupos paramilitares financiados ambos por la Embajada norteamericana, por el Departamento de Estado y por el Departamento Internacional de la AFL-CIO. “Confidential Report by José Sueiro, AIFLD Director Dominican Republic. International Affairs Department Jay Lovestone Files, Latin America 1966-67, Box 47, Folder 8. En su informe, fechado 31 de diciembre de 1965, Sueiro explica que la violencia es necesaria para lograr desplazar a los comunistas que también la ejercían contra los activistas del AIFLD. Termina señalando algunas actividades que encararían sus “educadores-organizadores”, por ejemplo “romperle una pierna a Chichi Castro” (un dirigente sindical comunista).
[38] Actas de la reunión anual del Directorio del AIFLD, 10 de marzo de 1965. GMMA. Y Romualdi, op. cit.
[39] AIFLD Report (Washington, D.C.) IV, 5 (mayor 1966), pág. 7.
[40] Esto fue tácitamente admitido por William Lofstrom, Agregado Laboral de la Embajada norteamericana en Buenos Aires, Argentina, 1991-1994. Entrevista realizada en agosto de 1993.
[41] Washington Post, 2 de enero de 1966. Susanne Bodenheimer, “The AFL-CIO in Latin America: The Dominican Republic – a Case Study”, Viet Report III, 4 (septiembre-octubre 1967).
[42] AIFLD Report (Washington, D.C.) IV, 8 (septiembre-octubre 1966), pág. 7.
[43] U.S. Congress, House Committee on Foreign Affairs, Hearings on the Foreign Assistance Act of 1965, 31 de marzo de 1965; pág. 1087.
[44] El dinero fue enviado a través de la Andrew Hamilton Foundation, un conocido frente de la CIA. Commonweal, 9 de febrero de 1968. Debería quedar claro que, en última instancia, es irrelevante el vínculo entre el AIFLD y la CIA. No hizo falta que esta última penetrara al primero, entre ambos existió una profunda coincidencia ideológica que los llevó a compartir políticas y prácticas.
[45] Senate Committee on Foreign Relations, op. cit. págs. 5-6.
[46] El CIO desarrolla una temprana relación con la FORA y, en 1945, con el partido Laborista de Cipriano Reyes. Esto lo hace tener una primera opinión no antagónica con el gobierno del General Perón. Sin embargo, el desmantelamiento del laborismo y la persecusión de Reyes y Luis Gay llevan a modificar esta opinión de manera que en 1948 hace propia la caracterización de la AFL. A pesar de eso mantuvo una estrecha relación con el gremio de la carne al que caracterizó como no comprometido con el “dictador Perón”. International Affairs Department (C10). Director’s Files (Mike Ross) 1945-1955. Box 7. Folder 15. CIO Latin America Committee 1945-1948. GMMA.
[47] Se reunieron con Pérez Leirós (municipales), Jesús Fernández (La Fraternidad), Sebastián Marotta (gráficos), Alfredo Fidanza, Cándido Gregorio y Armando March (empleados de comercio). Romualdi, op. cit.
[48] OIT. Yearbook of Labor Statistics (Geneva 18th edition, 1958).
[49] Harvey O’Connor. World Crisis in Oil (New York: Monthly Review Press, 1962); págs. 196-200.
[50] Informe del 3 de junio de 1959. AFL, AFL-CIO. Office of the President George Meany. 1952-1960. IX. International Files. B. International Files. Collection 8. Box 55. Folder 13. Geographical Files. Argentina 1950-1959. GMMA.
[51] Romualdi, op. cit. pág. 167.
[52] Ver el Informe citado en 49 supra.
[53] Andrew McLellan to Jay Lovestone. October 13, 1965. IAD Jay Lovestone Files, Latin America 1964-65. Box 47. Folder 7. GMMA.
[54] Evidentemente el esfuerzo realizado por los norteamericanos para influenciar a Vandor y al vandorismo fue muy grande. Con su oportunismo característico, el Lobo logró una serie de beneficios sin comprometerse. Pero, con el golpe de estado del General Onganía, el acercamiento entre el vandorismo y el AIFLD fue muy grande; quizás porque los primeros necesitaban equilibrar la influencia de los ‘participacionistas’ en la dictadura.
[55] Nótese que estos eran dólares de 1968. La Asociación Bancaria y el sindicato de comercio (CGEC) recibieron tres millones de dólares cada uno, mientras que La Fraternidad y la CATT recibieron dos millones. IAD Country Files. 1968. Box 15. Folder 05. GMMA.
[56] Es de notar que para el AIFLD muchos de los dirigentes peronistas combativos eran considerados como “izquierdistas” o “filoizquierdistas”. Por lo tanto, la división entre “democráticos” y “antidemocráticos” era, principalmente, una de izquierda (incluyendo la no marxista) y derecha (incluyendo a los sindicalistas vinculados al partido Socialista).
[57] Charles Wheeler, “AIFLD’s Programs in Argentina Underscore Friendship Between Hemispheric Unions”, AIFLD Report, vol. 7, N° 9 (septiembre 1969), pág. 5.
[58] AIFLD Report vol. 4, N° 2/3 (febrero/marzo 1966).
[59] Lofstrom, op. cit. Según su testimonio, los sindicalistas argentinos, chilenos y uruguayos estaban demasiado avanzados en conocimientos y prácticas sindicales, comparado con los centroamericanos y los caribeños. Por ende, se vieron obligados a hacer cursos aparte. La única excepción a esto fue cuando los cursos de Front Royal se organizaban para dirigentes del máximo nivel. Quizás esta sería la razón por la cual, entre 1962 y 1966 hubo 3.702 sindicalistas latinoamericanos becados al instituto de Front Royal, de los cuales sólo 25 eran argentinos. Es de notar que la mayoría de los becados provenían de: Bolivia (338), Brasil (217), Peru (754), Uruguay (359) y Venezuela (329). AIFLD Report vol. 4, N° 2/3 (febrero/marzo 1966), pág. 8. Por otra parte, un memorandum interno de Samuel Haddad a Serafino Romualdi, fechado 22 de julio de 1964, proponía la conformación de un grupo específico de alumnos provenientes de Argentina, Uruguay, Venezuela y México puesto que “son los más sofisticados y se les debe enseñar separadamente”. IAD Jay Lovestone Files. Latin America 1964-65. Box 47. Folder 7. Appraisal and Recommendation. GMMA.
[60] AIFLD Report vol. 6, N° 6 (junio 1968) y vol. 10, N° 2 (febrero 1972).
[61] La relación entre Alvaro Alsogaray y la AFL-CIO se remonta a la década de 1950. Por ejemplo, en un informe fechado 23 de septiembre de 1960, se relata la reunión entre George Meany y el entonces ministro de Economía y de Trabajo interino Alsogaray. Además de discutir como colaborarían para un desarrollo positivo del sindicalismo argentino, declaró que “no habría de presionarse sobre las organizaciones sindicales argentinas”. Salvador Marcovecchio de la conducción de la CGEC, le escribió a la AFL-CIO que Alsogaray intentaba “coaccionar” a la confederación de empleados de comercio. IAD Country Files. Series 4, Latin America 1959-1970. Box 14. Folder 21. Argentina 1960. GMMA.
[62] AIFLD Report vol. 7, N° 3 (marzo 1969).
[63] Es interesante que Brunetti debía estar reflejando tanto la competencia con las 19, como el entrismo de Palabra Obrera en el sindicalismo peronista. IAD Country Files. Series 4, Latin America 1959-1970. Box 14. Folder 21. Argentina 1960. GMMA.
[64] Varias comunicaciones entre Andrés Cabona y Serafino Romualdi. IAD Country Files. Series 4, Latin America 1959-1970. Box 14. Folder 21. Argentina 1960. GMMA.
[65] Ver cartas varias. IAD Country Files. Series 4, Latin America 1959-1970. Box 14. Folder 21. Argentina 1960. GMMA. Es de notar que, si bien la mayoría de los denunciantes pertenecían a los 32 Gremios Democráticos, que es difícil ubicarlos en un sólo espectro del arco político anticomunista del sindicalismo argentino.
[66] IAD 1962. Box 14. File 23. GMMA.
[67] IAD 1962-1970, Boxes 14-22. GMMA.
[68] Andrew McLellan to James Holway, 29 de junio de 1970. IAD. 1970. Box 15. Folder 7. GMMA.
[69] Ramón Elorza a Andrew McLellan, 27 de marzo de 1969. IAD. 1969. Box 15. Folder 6. GMMA.
[70] Rogelio Coria (UOCRA), Francisco Prado (FATLyF), Juan José Taccone (FATLyF), José Alonso (SOIVA), Armando March. Los cinco eran egresados de los seminarios del AIFLD en Front Royal y habían sido invitados numerosas veces a los cursos del AIFLD.
[71] Michael Boggs, “Impressions of the Argentine Labor Movement”; AFL-CIO Trade Union News vol. 26, N° 9 (septiembre 1971), pág. 6.
[72] Evidentemente, el impacto de la muerte de Vandor fue mucho mayor que el mero desplazamiento del principal burócrata sindical de la UOM. Representó una sensible pérdida tanto para le gobierno argentino como para el AIFLD y el Departamento de Estado. Habían invertido mucho tiempo y dinero en generar y captar un cuadro dirigente sindical adicto. Los sucesores, durante mucho tiempo, no tendrían el mismo peso e influencia, ni la capacidad. Lo mismo se puede decir del efecto que tuvo la muerte de Dirk Kloosterman (SMATA) a manos de las Fuerzas Armadas Peronistas.

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