26/12/2024

7/70: Socialismo peruano, un ensayo inacabado.

 

(Segunda parte) La primera parte de este articulo fue publicado en la Revista Herramienta Nº 9.
 
Si hoy se puede hablar de mariateguismo en el Perú es en buena cuenta por el aporte de Alberto Flores Galindo en este terreno. Al igual que en otros aspectos de su obra, resalta aquella voluntad de pensar y escribir para su tiempo, para su generación, pero sin violar las reglas de la compresión histórica. No para justificar o halagar. Ante todo para cuestionar. Para proponer nuevos caminos. En este caso, para sugerir un camino distinto, no intermedio, entre ortodoxia comunista y socialdemocracia. Para acercarnos a un Mariátegui que no es ni un solitario ni un megáfono de ideas ajenas. Que no escapa a las vicisitudes de la vida cotidiana, ni a las incertidumbres que acompañan permanentemente a la acción creadora. Agonista, aventurero insaciable, dispuesto siempre a partir de nuevo. No en vano el libro que sintetiza su punto de vista fue titulado La Agonía de Mariátegui.[1]

 

 

El libro se concentra en la polémica del Amauta con la Komintern, para desde ella recuperar otras claves de su obra: el redescubrimiento del mundo andino, Amauta como tarea colectiva y proyecto político-cultural, las peculiaridades del Partido Socialista fundado en 1928. El mismo autor, en un texto que bajo el significativo título de “El mariateguismo: aventura inconclusa” fue publicado en la segunda edición y ampliado en la tercera, hizo un somero balance de la polémica que provocó.
La Agonía de Mariátegui concluye proponiéndonos la vigencia de una actitud. Actitud que aproxima a personajes entrañables y que funda un extraordinario paralelo entre la escritura y la vida. A Alberto Flores Galindo le fascinaron siempre aquellos personajes en los que era patente la desproporción entre la utopía y los medios para alcanzarla: desdeTúpac Amaru y Gabriel Aguilarhasta José Carlos Mariátegui y José María Arguedas, pasando por los populistas rusos –a cuyo estudio alentó a Maruja Martínez– y los anarquistas catalanes. De cualquiera de ellos hubiera podido afirmar lo que escribió sobre Aguilar:

(...) no se dejó doblegar fácilmente por sus pesadillas... buscó siempre sobreponerse, navegar contra la corriente, construir una identidad. ¿Cómo? Buscando que sus sueños se encuentren con la historia y que de esta manera la imaginación subvierta la realidad.[2]
 
La opción por lo inédito, por la desproporción.
 
¿Era posible seguir en la revolución fuera de las filas de la Komintern? En el transcurso de la década de 1930, se formularon algunas respuestas: algunos intelectuales alejados del comunismo ortodoxo terminarían seducidos por la burguesía, reconciliados con su pasado; otros, para evitar ese riesgo acabaron abdicando del pensamiento crítico (...) no faltaron quienes como Georgy Lukács optaron por callarse convencidos que fuera del partido no había salvación. Quedaba por último la opción del intelectual solitario, alejado de la Komintern pero esforzándose en persistir en la revolución (...)
 
En las opciones prácticas de Mariátegui, particularmente en los meses finales de 1929 e inicios de 1930, Flores Galindo vio un camino alternativo. Persistir en la búsqueda de respuestas originales, radicalizar la heterodoxia, debatir ya no sólo en el país sino en el continente. Ni abdicar ni desvincularse. ¿Las razones? No el cálculo político o personal, no las frías ideas. Sí los antecedentes, la trayectoria.[3]En una sola palabra: convicciones. Soporte último del quehacer teórico, político, ético. La cercanía entre autor y personaje es evidente. La pertinencia también.
 
Una aventura inconclusa
 
El Perú contemporáneo presenta uno de los panoramas políticos más complejos del continente. En nuestro país coexisten hoy en un mismo espacio la guerrilla más fuerte de América del Sur, la izquierda legal de mayor presencia política –la Izquierda Unida– y el partido reformista históricamente más importante del continente en el poder: el APRA. Contribuye a singularizar la situación el hecho de que éste no parezca un precario equilibrio capaz de romperse en el corto plazo.[4]
 
 Así describía Nelson Manrique al país en 1986, momento en el que se fundó Sur, Casa de estudios del Socialismo. Sólo teniendo en cuenta este contexto se pueden entender las preguntas que motivaron la aparición de este colectivo:
 
¿Cuánto hace que los intelectuales de izquierda dejaron de pensar en la utopía, en la estrategia, en la urgencia de un proyecto colectivo? ¿Desde hace cuánto la palabra política paso a significar , estrechamente, aquello que se hace en las altas esferas del Estado? ¿Cuándo se decidió que el pragmatismo era sensato y que el escepticismo demostraba buen gusto?
No nos interesa radicarnos cómodamente en el territorio oficial de lo académico, sino cuestionar la sociedad peruana y el proyecto socialista desde otro espacio: el de la reflexión concebida como un momento de la acción , del pensamiento entendido como indesligable de un genuino quehacer transformador. En suma, indagar por la vigencia y la necesidad del trabajo intelectual no se limita a la detección de los problemas. Lo decisivo aquí es arriesgar una respuesta que nos involucre: atrevernos a las afirmaciones.[5]
 
Si se examina con atención el contenido del primer número de Márgenes, la revista institucional de Sur (marzo de 1987) y las Crónicas que dan cuenta de las actividades realizadas durante el primer año, puede llamar la atención la dispersión de los temas tratados. Artículos sobre intelectuales cusqueños de inicios de siglo, artistas plásticos de la década de los ochenta, pobladores de un enorme asentamiento humano en las afueras de Lima, tradiciones andinas y un debate en torno a la llamada generación del ‘68. Conferencias sobre el marxismo occidental y su periferia (incluyendo desde los populistas rusos hasta Habermas, pasando por Gramsci, Benjamin, Sartre, Lukacs y Heller) por un lado y un seminario sobre el pensamiento político de Mariátegui por otro. La clave se encuentra, quizás, en la última página de la revista. Allí se reproduce el texto que sirvió de introducción a una muestra que con ocasión del 60º aniversario de la revista Amauta se organizó en Lima:
 
Para explorar lo sugerente de esta propuesta , la exposición se detiene en el contenido textual de Amauta, por cierto, pero también desvía la mirada hacia esa otra comunicación implícita en la diagramación, en las fotografías, en los grabados y viñetas, en la tipografía misma. Se trata de comprender a travésde todos estos elementos la originalidad de Amauta, su modernidad peculiar... Se despliegan además mapas y documentos, testimonios y gráficos, para precisar cómo en el propio sistema de circulación de Amauta queda postulada una articulación nueva del país: esa sorprendente red de agentes, colaboradores y lectores que va desde New York y las capitales europeas hasta las más olvidadas provincias del sur andino, pasando por algunos escenarios privilegiados de la revolución mundial.
He aquí el horizonte de Amauta: vincular a la intelectualidad peruana con la vanguardia internacional, pero también con esa nueva realidad popular cuya modernidad se expresaba a través del naciente movimiento obrero y campesino. Se trataba de explorar la dimensión de utopía que pudiera surgir de aquel encuentro. Tal vez en ella se explique la aguda vigencia que Amauta mantiene. A esa dimensión dedica Sur esta muestra que aspira a ser de reflexión tanto como de homenaje.[6]
 
No es el caso reseñar aquí las turbulencias de la política peruana en la segunda mitad de la década pasada. Interesa marcar las continuidades y rupturas del pensamiento crítico en ese marco. Por un lado, una creciente conciencia de los profundos cambios que estaban madurando en el mundo. Por otro, el angustiado seguimiento de las convulsiones a través de las cuales comenzó a resolverse el entrampamiento que Nelson Manrique había descrito en el párrafo antes citado.
Entre 1986 y 1989 la revista tuvo cuatro números: El centro del segundo número fue un debate en torno a la ciudad moderna. Junto a los artículos de arquitectos y sociólogos, se incluyeron textos que daban cuenta de las imágenes literarias de la modernidad, el peso de la ucronía en la conciencia histórica peruana, las relaciones entre política y violencia en el Perú de los ochenta. En la idea de contribuir a revalorar dimensiones perdidas del pensamiento socialista, Márgenes 2incluyó un texto de M. Löwy sobre el marxismo romántico de Mariátegui y otro de J. Martínez Allier en torno al ecologismo de izquierda. Significativas son dos eventos vinculados a los derechos humanos: el primero, una muestra del artista gráfico Jesús Ruiz Durand, que reelaboró fotografías de los episodios más dramáticos y graves de la guerra interna; el segundo, un debate en torno a la filosofía del asunto, a partir de una presentación en Sur del filósofo alemán E. Tugenhadt.
En el número siguiente (junio de 1988) el eje fue un debate en torno a Izquierda, democracia y crisis en el Perú, a partir de un texto de Guillermo Rochabrún dos de cuyas tesis centrales vale la pena citar en extenso:
 
En el Perú, como parte de una expansión social del capitalismo, se ha formado un amplio sustrato de relaciones sociales “proto-democráticas”, si cabe la expresión, que han venido reemplazando o en todo caso superponiéndose y amalgamándose con relaciones estamentales o corporativas en retroceso. Si bien la democracia ingresa accidentalmente en la sociedad peruana, ha llegado a enraizarse en ella. No es más una importación exótica.
Mientras que el desarrollo del capitalismo está bloqueado por el desigual desarrollo de fuerzas productivas en el campo y en la ciudad, no ocurre así con sus aspectos socio-políticos e ideológicos (libertad, igualdad). Podríamos decir que se abre una contradicción entre la dinámica económica del capitalismo y su dimensión “superestructural”; potencialmente podría haber “exceso” de democracia respecto a la que el capitalismo podría tolerar.[7]
 
Acompañaban a este debate textos sobre el nacionalismo, el conflicto tradición-modernidad en mujeres de sectores populares, identidades juveniles y mestizaje, así como sobre una inédita experiencia que tuvo lugar dicho año: la Asamblea Nacional Popular. Y en medio de estas preocupaciones y aproximaciones globales, se da cuenta de un seminario sobre Jóvenes : Identidad y Proyecto. Durante varios meses un grupo de jóvenes entre 19 y 25 años hablaron sobre sí mismos, comenzaron a construir un discurso común sobre problemas comunes.
 Márgenes 4(diciembre de 1988) presenta una extraña mixtura de economía y cultura. Por un lado un análisis urgente de Oscar Ugarteche en relación a un fenómeno que, inaugurado dicho año marcaría de manera decisiva el curso de la sociedad peruana: la hiperinflación. Por otro, un debate entre antropólogos, historiadores y estudiosos del folklore en torno a una festividad religiosa sincrética de los Andes: la peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit’i. Por su parte las crónicas dan cuenta del primer ciclo experimental de la universidad libre de Sur, con cursos de Historia y Economía, y debates sobre Mariátegui y el Proyecto Socialista.
El ciclo de Márgenes en la década de los ochenta se cerró con un número excepcional (5/6, diciembre de 1989), cuyo texto central sería reeditado muchas veces de las maneras más diversas. La década de la violencia de Nelson Manrique, presentaba el intento más sistemático por entender lo que estaba pasando en el país en la cruenta y silenciosa guerra interna que ya para entonces había costado más de quince mil vidas. Junto a los comentarios en torno al texto, otros artículos analizaban la literatura de la violencia, el teatro peruano de los ochenta y algunos mitos populares con un fuerte contenido de violencia.
El editorial, sin embargo, plantea una reflexión propia en torno a otra preocupación del colectivo: la crisis y vigencia del socialismo:
 
Hace algunos años el término socialismo gozaba de una significación precisa y una amplia popularidad. Frente a las crisis económicas y la enajenación de la vida cotidiana, el socialismo aparecía como la solución al conjunto de problemas históricos irresueltos de las sociedades contemporáneas, más aún en un país como el nuestro, dependiente y subdesarrollado. Pero la situación cambió, primero lentamente y después con creciente velocidad.
¿Qué pasó con el modelo de los socialismos estatizantes? La abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción y la drástica restricción del ámbito de funcionamiento de la ley del valor, por la vía de los decretos, fueron medidas eficaces para reducir las diferencias socioeconómicas. Pero, por otra parte, ambas medidas privaron a economías inmaduras –las revoluciones triunfaron en la periferia, no en las sociedades desarrolladas– de motivaciones suficientes para la elevación de la productividad social y de un vital mecanismo regulador capaz de asegurar una racional asignación de los escasos recursos productivos. Los incentivos morales, estimulantes para la minoría consciente, se revelaron insuficientes para asegurar un dinamismo permanente.
Simultáneamente, la lucha en el terreno simbólico contra aquellas diferencias, éticamente inaceptables, que consagraban la subordinación de unos hombres a otros , por su fortuna o por el color de su piel, llevó al intento extremo de suprimir todas las diferencias; incluso aquellas –nacionales, indiosincráticas, culturales– que pueden ser un motor para el despliegue de las posibilidades de creatividad de los seres humanos. La natural mediocrización de la vida cotidiana, como consecuencia de querer abolir las diferencias, es, ciertamente, una de las causas del fracaso del modelo económico.
No resulta entonces extraño que se generalicen la perplejidad y el desencanto; surge y se consolida un talante mediocre y conservador: el escepticismo pasa como expresión de inteligencia. En vez de transformar el mundo, adaptarse a él. Las diferencias entre los hombres han existido desde siempre y es arriesgar males mayores pretender modificar el orden inmutable de las cosas. El horizonte utópico habría colapsado y la lucidez consistiría en rendirse ante la evidencia. La crítica, al carecer de propuestas alternativas, habría perdido su capacidad orientadora y constructiva, cuando no su potencialidad subversiva.
¿Hasta que punto esta crisis compromete la causa del socialismo? El socialismo dejó de estar de moda: excelente oportunidad para un debate. Para entrar en esta polémica sólo necesitamos reafirmarnos en que los ideales fundamentales del socialismo siguen siendo el norte de nuestra época: libertad, igualdad, justicia, solidaridad. Y que los trabajadores, los pobres, los despreciados, siguen siendo la fuerza histórica que puede tornar en realidad esas esperanzas.[8]
 
El editorial terminaba con una nota de optimismo acerca de las posibilidades del socialismo, aún abiertas en el país. No sólo significativas luchas sociales, también la consolidación de la experiencia de la universidad popular alentaban esa perspectiva: “La realización de cinco cursos, con 400 inscritos, 1500 asistentes libres a las mesas redondas y debates, y casi 50 expositores invitados, entre intelectuales, dirigentes obreros y populares, así como líderes políticos, han demostrado que al interior de amplios sectores de trabajadores no han calado el desencanto y el escepticismo, difundidos por algunos estratos de ex-revolucionarios”.[9]
El optimismo tendría que confrontar nuevas y decisivas pruebas. A todo nivel. En el ámbito internacional no sólo la profundización de la crisis de los socialismos, también el impacto de la derrota de los sandinistas en Nicaragua –mucho más relevante para nosotros que la caída del muro de Berlín. En el país la crisis llegó a extremos inimaginables: la hiperinflación, la corrupción generalizada, el agotamiento de los movimientos sociales, la crisis y ruptura de la Izquierda Unida, parecían dejar las posibilidades a futuro en manos de quienes se enfrentaban militarmente en el país: Sendero Luminoso, el MRTA, las Fuerzas Armadas. La única alternativa política en el escenario de las elecciones de 1990 parecía ser el FREDEMO, coalición de partidos de derecha y ultra-liberales liderada por Mario Vargas Llosa. En abril, sin embargo, triunfaría un candidato desconocido hasta pocas semanas anteriores a las elecciones: Alberto Fujimori. Elegido para frenar la amenaza de un violento ajuste y el retorno al ejercicio directo del poder de los dueños del Perú, terminó siendo el vehículo más eficaz para el ajuste, la liberalización de la economía y la militarización del país.
En el verano de 1990, a los 41 años de edad, murió de un tumor cerebral Alberto Flores Galindo. Hasta donde el proceso de su enfermedad se lo permitió había continuado trabajando en torno a la historia y el presente. Dos temas en particular: la generación del ‘68 y la obra de José María Arguedas. Aspiraba a escribir algo así como la biografía este trovador de un mundo en ocaso.[10]Releer a Arguedas dos décadas después de su muerte fue dejarse interpelar por sus preguntas, por la vigencia o caducidad de su esperanza y sus frustraciones. Recordar que su suicidio –en noviembre de 1969– no fue el acto individual de un maníaco-depresivo: Arguedas llega a la conclusión de que él y la gente de su generación han fracasado. El texto (se refiere al Ultimo Diario) ha sido leído como que termina el mundo andino y empieza el mundo occidental. Puede leerse también de otra manera: que los hombres de su generación han fracasado. Que ahora es el turno de los "heroicos jóvenes", que son los términos con los que él se refiere a sus alumnos de la Agraria. Que es una época de acción en la que hay que cambiar realmente las cosas y dejar de hablar de ellas o escribir sobre ellas.[11]
Antes de morir Tito Flores dejó una carta a los amigos, cuyo impacto fue enorme. Su título más feliz: Reencontremos la dimensión utópica, resume bien su contenido esencial. ¿Hemos cambiado la vida? se pregunta. Las respuestas son duras, tajantes: convertidos en espectadores, hemos separado política de ética, moral de cultura. Hemos convivido con el despliegue del autoritarismo y la muerte. Nos hemos incorporado al orden establecido(...) No se tome todo esto como una crítica por alguien –insisto– que se imagina por encima. Todo lo contrario, Es en parte una autobiografía. Pasar cuarenta años en este país es haber hecho demasiadas transacciones, consentimientos, silencios, retrocesos.[12]
Respuestas duras tajantes, quizás para muchos unilaterales. Pero no arbitrarias. Menos aún pesimistas. Se entrecruzan con afirmaciones que reiteran una terca apuesta por el socialismo. Por la solidaridad. Por el pensamiento crítico: He debido rectificarme, dejar a un lado mi habitual pesimismo. Descubrir la fuerza de la solidaridad(...) La amistad aquí no es sólo una abstracción. Es un sentimiento cotidiano y efectivo. Socialismo es crear otra moral. Otros valores. No buscar otra receta, hacernos una. En todos los campos. Insistir con toda nuestra imaginación. Volver a lo esencial del pensamiento crítico. Pensar para los sujetos. Renovar el estilo de pensar y actuar.
Como en José Carlos Mariátegui, la crítica no fue coartada para el pesimismo, ni la imaginación utópica disfraz de un optimismo ingenuo. Actualizó la frase emblemática: Pesimismo de la realidad, optimismo de la acción. Pesimismo que irrumpe como indignación moral y denuncia. Optimismo como imperativo esencial, en frase de Emilio Adolfo Westphalen: activo en la poesía, la revolución y el amor.
A partir de la carta a los amigos, Márgenes 7dedicó un espacio a comentarios en torno a al amistad, el compromiso, la ética, la generación. A ello sumó secciones dedicadas a los temas que en el país y el mundo remecían las habituales certezas:
 
(...) El primer bloque de Márgenes está dedicado al análisis de los cambios recientes en Europa del Este y la URSS. Mantener viva la utopía en medio del escepticismo; renovar la idea socialista a partir de la crítica de la cultura y la política; tales las ideas que informan los artículos y la entrevista que publicamos. 1990 ha sido, en el Perú, un año particularmente critico. Derrotas de derecha e izquierda; gran sorpresa electoral e inicio de un rumbo incierto. Y esto en un contexto de violencia creciente y un sombrío panorama económico que la inflación de más de 10000 por ciento en el año ilustra despiadadamente. Debemos salir del mundo de los políticos y los intelectuales y escuchar otras voces.
En la tercera sección de Márgenes se reúne un conjunto de testimonios y ensayos que dan cuenta de diversos aspectos de la cultura popular urbana del Perú de hoy. Más allá de fáciles idealizaciones pero sin resbalarse en el nihilismo, estos trabajos ponen en evidencia tanto la injusticia y la dominación en el interior del mundo popular como la lucha por crear relaciones democráticas y fraternas. Verdaderos anuncios del futuro.[13]
 
Las actividades de la Universidad Libre, por su parte, buscaban responder a similares preocupaciones: Problemas del Socialismo, El Perú de los noventa, Crisis y futuro del Socialismo, etc.
A fines de 1991 apareció Márgenes 8. El número estuvo dedicado a la discusión de la obra de Flores Galindo. No sólo los miembros de Sur y otros intelectuales peruanos, notables peruanistas, como Antonio Melis, Deborah Poole y Ruggiero Romano, se sumaron al homenaje crítico. A pesar de la cada vez más difícil situación del país, las crónicas dan cuenta de un incremento de las actividades del colectivo: seminarios permanentes (Quinto Centenario, Libertad y Revolución, el pensamiento del Che), cursos y debates en la Universidad Libre, conversatorios, etc. Las crónicas también daban cuenta de la realización del seminario Socialismo, utopía, revolución. Semana de homenaje a Alberto Flores Galindo (marzo 1991): El homenaje, realizado en la Biblioteca Nacional, incluyó una exposición de libros, artículos, cartas y fotografías de Alberto Flores Galindo. Los artistas Enrique Polanco, “Carlín” y Juan Acevedo realizaron trabajos pictóricos para esta exposición. La asistencia a los Conversatorios en conjunto fue de aproximadamente 3500 personas, jóvenes en su gran mayoría[14].
En abril de 1992 se produce el autogolpe por el cual Fujimori y las Fuerzas Armadas clausuran el Congreso y dictan un conjunto de medidas que profundizan la militarización del país. En los meses previos Sendero Luminoso había asesinado y dinamitado a María Elena Moyano, dirigenta emblemática de los movimientos de mujeres populares. En julio los subversivos dinamitaron una zona residencial de Lima provocando decenas de muertos. A los pocos días un grupo especial de las Fuerzas Armadas incursionó en una universidad en las afueras de Lima: secuestró, torturó, asesinó, incineró y enterró a nueve estudiantes y un profesor. En setiembre es detenido Abimael Guzmán ideólogo y dirigente principal de Sendero Luminoso. Difícil, en esas condiciones reflexionar en torno al Quinto Centenario de la Conquista. Reflexionar sobre el presente era urgente aún cuando no apareciera en el horizonte ninguna alternativa viable. Márgenes 9 (octubre de 1992) aparece en este contexto. El editorial da cuenta de la tensión y de la necesidad de encararla sin sacrificar ni la reflexión histórica, ni el compromiso con el presente:
 
Terminamos este urgente editorial con una reflexión que nos devuelve al contenido de la presente entrega de Márgenes. ¿El peso del caudillismo en la historia política peruana y la propensión popular a apoyarse más que en los programas políticos en la imagen mesiánica de un líder, llámese éste Haya de la Torre, Abimael Guzmán o Alberto Fujimori –obviamente sin que esto signifique equipar a importancia del papel que los tres jugarán en un balance histórico de largo plazo– es un componente “natural” de la idiosincrasia peruana o responde a circunstancias históricas que pueden y deben ser develadas?
Indagar sobre la naturaleza de las múltiples herencias culturales que recibimos con la conquista y colonización española a la que abrió el camino la llegada de Cristóbal Colón al continente americano puede brindar algunas pistas interesantes para comenzar a responder esta interrogantes.
 
A la reseña de las actividades habituales de discusión y formación, la crónica añade el anuncio de las primeras publicaciones no periódicas de Sur: Dos ensayos sobre José María Arguedas de Alberto Flores Galindo y Al borde del naufragio de Rodrigo Montoya. En los años posteriores la lista se incrementaría hasta los 25 títulos que se anuncian en la última página del más reciente: ¿Nacidos para ser salvajes? Identidad y violencia juvenil en los 90 (Lima, Sur, 1998). El incremento de la actividad editorial, y en particular el inicio de la publicación de las Obras Completas de Flores Galindo, llevó a que se otorgara a Sur el “Premio Mejía Baca al Editor Peruano” en 1993.
Los números subsiguientes de la revista van a estar marcados por la voluntad de persistir en medio de la penuria económica y cultural que ha impuesto en el país la abrumadora hegemonía del neoliberalismo. La cultura continúa ocupando un lugar destacado, desbordando largamente su trato habitual. No sólo literatura, plástica y fotografía han sido objeto de análisis y debate. También la sexualidad de los peruanos, algunos sorprendentes fenómenos religiosos –Sarita Colonia, una santa informal; o la iglesia de los israelitas del nuevo pacto–, la comida o el impacto de las nuevas tecnologías. Tratando de ser fieles al imperativo de
 
recordar de dónde venimos para saber quiénes somos. La máxima es especialmente pertinente ahora, cuando el autoritarismo político, asociado con el liberalismo económico, tienden a copar el sentido común, rechazando la historia, interpelándolos sólo como individuos racionales, ávidos de mayores ingresos. Ciertamente no como seres humanos con necesidades afectivas y con un pasado que nos fundamenta (...) La aversión del liberalismo triunfante por la historia tiene que ver con las cualidades subversivas de la memoria. En efecto, el recuerdo, en tanto nos hace revivir las posibilidades no realizadas que hemos dejado atrás, nos permite ver nuestro presente, no como un hecho natural e irremediable, sino como un resultado contingente, capaz de ser alterado.[15]
 
Entre el trabajo de discutir cada uno de los números de Márgenes y los diversos seminarios, talleres y mesas redondas, comenzó a madurar una nueva agenda. Uno de sus componentes fue el examen crítico de las visiones que, sobre el Perú, se habían construido desde las ciencias sociales y humanas. A lo largo de un año, en un seminario-taller que denominamos Imágenes en un espejo roto, tuvimos 21 sesiones de debate sobre arqueología y etno-historia, estudios coloniales y republicanos, ciencias sociales y literatura, plástica y lingüística, filosofía y psicoanálisis. Un viejo amigo de la Casa, el padre Gustavo Gutiérrez discutió con nosotros lo que había significado la irrupción de la teología de la liberación. La mayor parte de este material espera aún el momento de ser editado y publicado. A esto se sumó el examen crítico de los paradigmas, particularmente los del socialismo y el marxismo, labor que nos tomó otro año de trabajo en el mismo seminario.
Otro de los temas de la nueva agenda ha sido la dilucidación de una actitud propia frente a la modernidad en sus diversas versiones y componentes. En artículos y debates, Oscar Ugarteche –actual director de Sur– ha propuesto una manera nueva de mirar la globalización, fundamentalmente como una respuesta a la crisis de hegemonía que afecta al capitalismo en las últimas décadas. Por su parte, Nelson Manrique, más conocido como historiador que como sociólogo, ha comenzado a construir un análisis desde la periferia del impacto de la revolución informática. Así como José Carlos Ballón se ha concentrado en analizar las aporías éticas de la peculiar modernidad peruana. Análisis que una y otra vez nos remiten al encuentro de la historia y el futuro en los pliegues de la subjetividad. Tal como señalaba el editorial de Márgenes 12:
 
Si en el número anterior miramos hacia atrás para comprender de dónde venimos, en la presente entrega nos interesa concentrarnos en analizar nuestra contemporaneidad. Un primer dato a tomar en cuenta es el resurgimiento de la subjetividad como tema de discusión pública, luego de tres décadas de negación de lo personal y lo afectivo. Ocurre que las dificultades del país y nuestras propias trayectorias se hacían cada vez más incomprensibles desde los esquemas de la década del 70. Nunca ha sido tan urgente la necesidad de una nueva mirada.[16]
 
No es el caso reseñar cada una de las entregas de Márgenes –la última estuvo dedicada a las identidades de género–, ni de las publicaciones no-periódicas. Las líneas fundamentales ya han sido presentadas. Bastaría añadir la continuidad de una opción que privilegia lo visual. Un ejemplo de ello han sido sucesivas muestras sobre Mariátegui, su vida y obra –a raíz del centenario de su nacimiento en 1994–, y sobre Amauta, en los sesenta años de su lanzamiento, 1996:
 
(...) la obra de Mariátegui es fundamental; más aún, fundacional, en la medida en que inaugura una manera de ver el país. De intuirlo y de pensarlo. De imaginarlo distinto. Es un tejido de textos, gestos, opciones, que difícilmente pueden separarse bajo pena de perder su riqueza vital. Más allá de sus afirmaciones sobre tal o cual autor, texto u obra de arte, lo relevante del Amauta, lo que reconocemos como fundamental incluso a un siglo de distancia, es su manera de ver. Su punto de vista, su mirada.[17]
 
Y por otro lado, cabría mencionar la creciente importancia que han tomado las actividades de y para jóvenes. En torno a los problemas que los cuestionan y movilizan –la violencia, el amor, el futuro–, en el formato que los cuestiona y cautiva: no sólo la conferencia y el debate, también el cine, el teatro, la música.
 
El socialismo del futuro: un lugar, un escenario
 
Una nueva agenda ha comenzado a tomar forma. Para ello lo decisivo ha sido mantener abierto un espacio de encuentro. La posibilidad del socialismo peruano, ensayo inacabado, sigue abierta. La lección de Mariátegui ha sido decisiva: tomar en serio y en todas sus dimensiones la época, no renunciar a las tradiciones propias, repensarlas y reformularlas de cara a un futuro que hoy sólo puede ser utopía.
Componentes claves del horizonte cultural se han modificado. La pregunta por la inclusión nacional se subordina hoy a la pregunta por la modernidad de la sociedad. En el sentido común ésta suele identificarse con la disolución de las solidaridades, el olvido del pasado, la fuga hacia adelante. Sin embargo un presente de crecimiento sin incremento de la productividad, mercados segmentados, sujetos débiles, individuos a medio hacer, ciudadanos mínimos nos hace sospechar que estamos frente a una nueva pseudo-modernización. No es, en todo, difícil ubicar los espacios que en el nuevo escenario se abren para reconstruir el discurso socialista.
Hoy, tomar en serio el mundo contemporáneo y su crisis implica no sólo mirar a la economía y la política, sino también a nuevos mundos, el de la realidad virtual por ejemplo. En Sur, a lo largo de 1997 y los primeros meses de este año, se desarrollo un seminario en torno a “la crítica al capitalismo contemporáneo”. En cada sesión, se presentaba y discutía algún trabajo que apuntaba al tema. Oscar Ugarteche y Alberto Graña presentaron sendos trabajos en torno a la economía mundial y sus paradigmas teóricos. En ambos casos, la reflexión propuesta y la discusión subsiguiente desbordaron el análisis económico para remitirse a los fundamentos: ¿en qué momento la economía se desenganchó de la sociedad? ¿y en cuál ambas se distanciaron de la ética? Pensar economías alternativas es, en primer lugar, pensar en cómo restablecer estas relaciones. En la misma problemática se ubicó la discusión de un texto presentado por Guillermo Rochabrún en torno a la crítica de la noción de “escasez” utilizada habitualmente para definir la economía.
La reflexión sobre tecnologías y sobre las nuevas realidades que estas configuran ocupan un lugar cada vez más importante en el mundo. En países como el Perú, el tema adquiere características peculiares. Su difusión es acelerada y habitualmente cumplen el papel de ser los nuevos ídolos del mito del progreso. Sin embargo, su carácter dual no ha sido suficientemente explorado. Nelson Manrique se encargó de presentar el tema en el seminario de Sur, sintetizando un trabajo de mayor envergadura[18]. La informática, masivamente difundida, abarata y facilita el desarrollo de procesos de innovación, permite suplir déficit de capital con la articulación de redes, amenaza en varios frentes el sacrosanto derecho de la propiedad. ¿No estaremos asistiendo en el mundo virtual a una versión “real” del viejo conflicto entre fuerzas productivas que crecen y relaciones de producción que ya no pueden contenerlas?
Los temas de ética no sólo atravesaron el conjunto de las discusiones del Seminario. Tuvieron un trato específico en torno a las ponencias de José Carlos Ballón y Juan Abugattás. El primero presentó una aproximación a la situación de la ética en el Perú contemporáneo. Situación caracterizada por el desajuste entre ‘modernizaciones’ epidérmicas, referidas a instrumentos y artefactos, y sujetos sociales e individuos que no han logrado constituirse como “modernos”, es decir autónomos, particularmente en la esfera del trabajo. Comportamientos éticos y matrices culturales fueron tema de un extenso debate. Abugattás, por su parte, planteó un radical cuestionamiento de las éticas típicamente modernas a partir de una presentación de las amenazas contemporáneas a la supervivencia de la especie humana. La discusión sobre el ideal moderno de “progreso”, subyacente a la mayor parte de discursos políticos, sobre el fundamento último de la ética, sobre razón, manipulación y emancipación, nos volvieron al punto de partida: una comprensión de la crisis contemporánea como crisis de civilización.
El Seminario culminó en marzo de 1998 con una mesa redonda que quiso ser también un homenaje a los 150 años del Manifiesto Comunista. La recapitulación de los temas tratados se vinculó con las perspectivas del Socialismo en el mundo y el Perú contemporáneos.
 
A modo de invitación
 
Ubicados en el horizonte cultural de nuestra sociedad, en diálogo crítico con sus ideas fuerza, sintonizados con la época, debemos comenzar a desentrañar los componentes y aspectos de los discursos y sujetos del Socialismo. Hay por cierto cuestiones previas a cualquier propuesta: recomponer la voluntad de poder, en su sentido más elemental, o la idea de lo social.
Lo primero implica promover espacios y propuestas en los cuales se legitime la voluntad de valerse por su mismo para resolver contradicciones y conflictos. Los autoritarismos han sido siempre expropiación de la voluntad. Recomponerla es imprescindible y pasa por acceder al núcleo de necesidades y expectativas de los individuos y los actores sociales. Lo segundo supone no sólo superar el individualismo autodestructivo, sino también superar una visión compulsiva de lo social. Tomar en serio nuestra época y su horizonte cultural exige reconstruir la idea y la vivencia de la solidaridad a partir de los valores de igualdad y libertad.
La sensación de final no es gratuita: se está cerrando un ciclo de la praxis socialista en el continente, el ciclo que se inauguró en los años 20, y que tuvo sus puntas más altas en los treinta años siguientes a la revolución cubana. Los modelos de acumulación vigentes en el continente en estas décadas tenían en común, entre otras cosas, el asignar un papel significativo al Estado y promover de manera significativa el trabajo asalariado. Los procesos más o menos intensos de diferenciación de clase, los conflictos que ésta generaba, dieron origen a formaciones políticas de masas que oscilaban entre, cuando no combinaban, identidades popular-nacionales e identidades socialistas.
Como toda crisis, esta ha suscitado diversas interpretaciones. Difícilmente se puede pensar que se trate de una crisis terminal del sistema y por ende de perspectivas revolucionarias. Sin embargo estamos lejos de haber ingresado a un período de estabilidad que conllevaría el atemperamiento de las contradicciones y conflictos, la institucionalización de las sociedades y la política, el inicio de ciclos más o menos largos de acumulación, modernización e integración.
Acostumbrados a las dicotomías fáciles, en la izquierda latinoamericana nos hemos habituado a pensar las coyunturas históricas en términos de crisis revolucionaria o estabilización. La historia real es mucho más rica en alternativas. Diversos indicadores –no sólo económicos y sociales– dan cuenta de que nuestras sociedades viven procesos más bien prolongados de crisis estructurales irresueltas. La crisis ha llegado a esferas que en otros momentos se mantuvieron más bien al margen de ella: el sistema político de representación, por ejemplo, o los valores sociales e identidades culturales. Esta crisis prolongada afecta seriamente viejas estructuras y correlaciones. Recompone algunas y deja otras sumirse en procesos de descomposición y disgregación muchas veces irreversibles. La estabilidad que, real o ficticiamente, presenta el poder en cada caso compromete a franjas cada vez más pequeñas de la sociedad. Sin embargo, la disgregación generalizada bloquea de manera significativa la posibilidad de articular movimientos y propuestas contestatarios y/o revolucionarios.
¿Cómo valorar un momento tan complejo? ¿Como definir una acción transformadora eficaz en él? Nos urge intentar nuevos caminos de acceso a la realidad. De Mariátegui y los fundadores del socialismo latinoamericano nos separan no sólo varias décadas, también varios y diversos aspectos de la problemática que tuvieron que encarar. Pero probablemente estamos más cerca que nunca de ellos en tanto nos toca una época ajena a las certezas, en la que mucho, si no todo, está por hacer. Una época fundacional. En la que de lo que se trata es de refundamentar convicciones, opciones, propuestas, estilos.
La salida más fácil, sugerida desde trincheras habitualmente opuestas o despreocupadas por la izquierda, consiste en adecuarse a los nuevos escenarios: pensar lo posible, hacer lo tolerable. Transformar a las izquierdas en el ala crítica del liberalismo, llamada a corregir sus excesos por la vía de la implementación de programas masivos de alivio a la pobreza extrema. Con ello se introduce una lógica suicida de autodisolución. En un plazo no muy largo, tal como ya ha sucedido, las fuerzas que se embarquen en esta perspectiva considerarán cada vez más superfluo denominarse de izquierda. Con la idea de que así se contribuye a institucionalizar democráticamente situaciones inestables, en realidad se producen efectos que abonan el camino opuesto. En sociedades débilmente integradas, con modelos neoliberales y autoritarios fuertemente excluyentes, la opción de una izquierda integrada al sistema político vigente deja un enorme vacío de representación en los sectores más marginados de la sociedad. Vacío que tiende a llenarse o con prácticas individualistas o con apuestas mesiánicas o fatalistas. La consecuencia política de todo esto es que la inestabilidad se agudiza.
Desde la óptica de la propuesta de Mariátegui el camino a emprender, seguramente más largo y complejo, es otro. Para comenzar se trata de tomar en serio, y en todas sus dimensiones la crisis contemporánea. Existe una curiosa empatía entre los debates sobre la sociedad de hoy y la entrada de Mariátegui al tema –por la vía de la referencia a la crisis de civilización. Aunque formulada en otro momento, la critica del Amauta a la razón burguesa empata con la discusión contemporánea acerca del entrampamiento de la razón instrumental, del logos eurocentrista. Anticipándose a las aproximaciones que sistematizarían Paul Ricoeur y Henri Lefévre, Mariátegui entrelazó en su obra a tres críticos fundamentales del racionalismo burgués: Marx, Freud y Nietzsche.
Mirar el mundo contemporáneo desde esta perspectiva no sólo nos ahorra el itinerario de vacilaciones y concesiones de quienes viven deslumbrados por el impacto de los acontecimientos y del corto plazo. También nos predispone a una reformulación enriquecedora de la propuesta socialista. La base de ésta no puede ser únicamente los problemas de acumulación capitalista, la caída de los salarios, la pérdida del empleo y de numerosos derechos sociales. Si el punto de partida es la consideración de la crisis como una crisis de civilización, entonces lo que está en juego con el socialismo es mucho más que las relaciones de propiedad y poder. Si la crítica apunta a sacar a la luz la incapacidad del orden actual para ofrecer una vida humana a sus habitantes, el socialismo debe postularse como una racionalidad alternativa tanto de cara a la naturaleza como en vista a las relaciones sociales. Si la critica desenmascara el desajuste entre las relaciones de poder económico, político y cultural, por un lado, y las fuerzas de producción y creación que se han desarrollado en la humanidad, por otro; el socialismo debe pensarse y proponerse como la reivindicación de las diversas fuerzas que constituyen la energía humana creadora. Si la crítica devela la contradicción entre la creciente universalización de las necesidades, capacidades y relaciones humanas y la forma burguesa de esa universalización, medida siempre por un valor de cambio que homogeneiza de manera compulsiva, entonces el socialismo deberá reivindicar para sí la propuesta de una universalización basada en la igualdad de los diferentes, respetuosa de lo cualitativo que hay en cada individuo y en cada cultura.
Mariátegui en su momento descubrió las fuerzas ideales y materiales de transformación revolucionaria en su sociedad y en el mundo. No tuvo temor de romper la ortodoxia al afirmar que en el Perú uno de los sujetos del socialismo sería el indio. O al asignarle un papel revolucionario al psicoanálisis. Para este descubrimiento no vaciló en ir más allá de las doctrinas socialistas: su lectura de la sociedad peruana incorpora otras sociologías: Pareto, Sombart y Weber. Amplió la definición misma de la realidad: también los sueños, las representaciones, los mitos, son parte de la realidad social. El arsenal de la crítica se enriqueció sin perder, como ha sucedido en otros desarrollos de la teoría critica contemporánea, la centralidad del sujeto social y político.
En última instancia, se trata de recuperar el sentido del tiempo histórico, aquél que tan poéticamente definiera José Carlos en el editorial de Amauta 17:
 
La historia es duración. No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la prédica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento.


[1] Existen cuatro ediciones del mismo, con sucesivas ampliaciones por parte del autor. La primera es de 1980, la última forma parte del tomo II de sus Obras Completas (1994).
[2] Buscando un Inca, pág. 242.
[3] La agonía de Mariátegui, 1989, págs. 141-142.
[4] "Democracia y campesinado indígena en el Perú contemporáneo", en Violencia y campesinado, Lima, Instituto de Apoyo Agrario, 1986, pág. 5.
[5] Editorialde Márgenes, Año I, Nº 1, 1987, Lima, Sur, págs. 3-4.
[6] Ibíd., pág. 193.
[7] Márgenes, Año II, Nº 3, pág. 89-90.
[8] Márgenes, Año III, Nº 5/6, pág. 5-8.
[9] Ibíd., pág. 277.
[10] La expresión aparece en Buscando un Inca, pág. 348.
[11] Alberto Flores Galindo, Dos ensayos sobre José María Arguedas, Sur, Lima, 1992, pág. 32.
[12] La carta fue reproducida en diversas formas en los años siguientes, se puede encontrar en Márgenes, Año IV, Nº 7, enero de 1991, págs. 75-82.
[13] Ibíd., págs. 5-6.
[14] Ibíd.
[15] Editorial de Márgenes 10/11, Año VI, octubre de 1993, pág. 5.
[16] Márgenes , Año VII, Nº 12, noviembre de 1994, pág. 7.
[17] Texto de la presentación de la muestra que se preparó para el centenario de su nacimiento.
[18] Nelson Manrique, La sociedad virtual , DESCO, 1997.

 

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