El autor plantea que el panorama de la movilización popular en oposición y resistencia al neoliberalismo está creciendo en Latinoamérica y que un caso digno de atención es el de Ecuador, por la magnitud de la crisis económica y la capacidad de respuesta y acción de los sectores populares. Propone la tesis de que en el período 1995-2000 en el Ecuador se construyó una tendencia contrahegemónica cuyo denominador común es la resistencia a la aplicación del modelo neoliberal. Esta tendencia tiene un carácter plural y en ella se conjugan discursos tradicionales y nuevos.
El autor describe los rasgos organizativos y los instrumentos de reproducción ideológica de los actores sociales inmersos en esta tendencia y realiza una evaluación detenida del movimiento indígena ecuatoriano, convertido en el eje de la misma. Sostiene que uno de los aportes del proceso ecuatoriano es la centralidad, que en las últimos levantamientos adquirió, el tema del poder popular, como parte de un profundo y prolongado un proceso de aprendizaje social.
El panorama de la situación política y económica en Latinoamérica está cambiando rápidamente, las propias agencias de prensa transnacionales lo reconocen, así, por ejemplo, con motivo de la realización de la Cumbre de Brasilia el 31 de agosto expresan que: “la región se presenta con un panorama deteriorado y de democracias bajo sospecha”.
Los regímenes neoliberales que hace una década atrás mostraban un rostro de solidez y todos subían ufanos al “tren rápido de la globalización”, hoy van enseñando sus lacras y debilidades, allí está por un lado un Fujimori sostenido en un aparato abiertamente fraudulento, policial y corrupto; y por otro, nuevamente el intervencionismo directo en el tapete con la aplicación del “Plan Colombia” y tropas norteamericanas entrenando a los denominados “batallones antinarcóticos”.
Problemas históricos de la región como el desempleo y subempleo, el hambre y la pobreza, la desatención a los sectores de salud y educación se han agravado tremendamente tras cerca de 20 años de aplicación del modelo de mercado total.
Probablemente la situación del Ecuador es paradigmática de este momento de deterioro político del neoliberalismo -dos presidentes allegados a esta tendencia elegidos por la urnas fueron derrocados en tres años en el marco de amplias movilizaciones populares-, junto a esta quiebra institucional se presenta una aguda crisis económica , el año pasado quebró el conjunto del sistema financiero nacional -el 60% de la banca pasó a manos del Estado- como consecuencia de la extrema liberalidad que gozaron los banqueros locales, el valor adquisitivo de los salarios se redujo en un 250% a la par que caía la moneda nacional -el Sucre- para dar un salto abrupto, a inicios del año, hacia la dolarización total de la economía. Entre los años 1999 y 2000 se registró el mas grande éxodo de ecuatorianos hacia el exterior en su historia republicana y el motivo principal es la búsqueda de fuentes de trabajo, pues al interior del país apenas uno de cada tres ciudadanos tienen acceso a un trabajo estable.
El caso ecuatoriano es digno de atención no sólo por las magnitudes de la crisis, sino también por la capacidad de resistencia y confrontación que han presentado los sectores populares a aspectos sustanciales del neoliberalismo, como son las privatizaciones o la eliminación de la seguridad social, el solo ejemplo de que las reformas jurídicas y económicas para dar paso a las Agencias Privadas de Administración de los Fondos Pensionales, presentadas en 1993 por el entonces presidente Durán Ballén, aún en el año 2000 no logran ser aprobadas en el Congreso Nacional, debido a la fuerte oposición que en la población estas generan.
Aquí se propone analizar este fenómeno de la crisis y la resistencia popular al neoliberalismo en el Ecuador durante el período 1995-2000 a partir de la hipótesis de que en este transcurso se va constituyendo, cobra protagonismo y presencia, una tendencia contrahegemónica al neoliberalismo, tendencia en la cual se conjugan discursos tradicionales y nuevos lo cual da una peculiar diversidad a esta unidad de fuerzas, y se coloca al centro del debate el tema del poder político.
Los horizontes de la tendencia
Al utilizar la palabra tendencia se quiere expresar, una corriente de expresión social que es repetitiva, reiterativa, con fases francas de crecimiento y otros momentos de reflujo, que en determinadas condiciones políticas y sociales ha logrado provocar giros trascendentes para desencadenar procesos políticos con amplia participación popular en la vida del país; y que, a su interior, se expresan varias corrientes y fuerzas sociales y políticos que son capaces de cohesionarse en momentos álgidos pero que, lamentablemente, en otras circunstancias se dispersan.
El denominador común de esta tendencia está marcado por la resistencia y confrontación a aspectos sustanciales de las políticas neoliberales, y a la corrupción de los gobernantes de turno, a lo cual debe sumarse elementos de la lucha cultural de los pueblos indígenas, el persistente antiimperialismo de los movimientos clasistas, las denuncias sobre las opresiones racistas, étnicas, y de género, de los nuevos movimientos sociales.
Es una lucha que no se ha limitado a la protesta sino que se ha mostrado capaz de sintetizar propuestas de programas alternativos de consenso en un bloque popular, superando el estricto ámbito de las reivindicaciones económico-políticas inmediatas y presentar una perspectiva de cuestionamiento integral a los poderes e instituciones constituidos.
Son estos elementos los que respaldan la caracterización de contrahegemónica, porque el eje de constitución es una clara ubicación de resistencia a la implementación del modelo neoliberal, que pretende convertirse en hegemónico sobre la base de la dispersión y fraccionamiento de la organización popular y la deslegitimación de sus perspectivas históricas.
Momentos culminantes de expresión de esta tendencia constituyen la “Corriente por el triunfo del No” en la Consulta de Noviembre del ‘95, las movilizaciones populares que contribuyeron decisivamente a la caída de Bucaram en febrero del ‘97, el levantamiento nacional de junio de 1999 contra el salvataje del sistema financiero privado, y el levantamiento popular de enero del 2000, que alcanzó el respaldo de fracciones de las Fuerzas Armadas, determinando el derrocamiento de Mahuad y la proclamación de un gobierno transitorio de Salvación Nacional,
[1] aunque este duró apenas unas cuantas horas.
Este período ha sido de un constante ir y venir de triunfos y derrotas, mientras en Noviembre de 1995 el 60% de la población votante -en un país donde la concurrencia a las urnas es obligatoria- se pronunció en contra de un programa de privatizaciones y de recortes de los derechos ciudadanos, a pesar de ello las clases dominantes persistieron en el camino neoliberal y a fines de 1997 convocaron a una Asamblea Constitucional
[2] que estableció un marco jurídico de mayor apertura y de garantías para la gobernabilidad de los regímenes que apoyan el mercado total. A la caída de Bucaram le sucedió el gobierno interino de Alarcón que apuntaló las contrarreformas constitucionales. A la caída de Mahuad le sucede el vicepresidente Noboa que implementa la dolarización y en estos días esta imponiendo autoritariamente un nuevo esquema de privatizaciones en la denominada “Ley Trole 2”.
Uno de los aspectos interesantes es la constitución de varios esfuerzos de unidad y coordinación entre los diversos movimientos populares, organizaciones sociales, movimientos y partidos de izquierda, así fueron naciendo instancias como la Coordinadora de Movimientos Sociales (1995), el Frente Patriótico (1996), el Congreso del Pueblo (1999), los Parlamentos de los Pueblos del Ecuador (2000); esta ha sido la base sustancial, sin embargo la capacidad de sobrepasar los limites tradicionales de incidencia e influencia para provocar situaciones de ruptura, ha estado determinada por la incorporación masiva de nuevos sectores, por ejemplo en marzo y junio de 1999 a los choferes y transportistas, así como a los pequeños comerciantes, o, en enero del 2000, una fracción de los militares, los coroneles y capitanes insurrectos.
Son acciones de carácter nacional, que tienen expresiones concretas en todas las provincias del país, no sólo en las principales ciudades, que han logrado paralizar los sistemas de vialidad, de comercio y producción , y que en los momentos culminantes acordonaron y tomaron posesión física de los principales centros de poder: el Congreso Nacional, la Corte Suprema de Justicia y el Palacio Presidencial.
Sujetos sociales y movimientos integrantes de la tendencia
La composición de esta tendencia es plural, no obedece únicamente a cánones clasistas -aunque si están presentes obreros y campesinos-, tampoco exclusivamente a socioculturales -aunque también están sectores ecologistas y feministas-, tiene elementos propios de la realidad ecuatoriana -como fracciones nacionalistas de las Fuerzas Armadas y la tecnocracia-, y ha logrado aprobar programas conjuntos y actuar unificadamente en determinadas circunstancias.
También para establecer los sectores integrantes de la tendencia es importante observar los diversos escenarios en los cuales se expresa: los eventos de acción social directa, paros, huelgas, levantamientos de diversa magnitud; las instituciones en las cuales sus representantes actúan: el Congreso Nacional, los municipios; las corrientes de opinión que se generan en medios de comunicación; los líderes que se van forjando; los instrumentos orgánicos y de reproducción ideológica involucrados en la confrontación al neoliberalismo; las expresiones artísticas y de cultura popular que se expresan.
Para definir los sectores integrantes de la tendencia parto de su participación directa e impulso social y político activo a las siguientes plataformas programáticas y los sucesos que estos desencadenaron: 1) Mandato del pueblo ecuatoriano a través del Frente Patriótico en defensa del pueblo (febrero 1997)
[3]; 2) Planteamientos para enfrentar la actual crisis, Resoluciones del Congreso Popular (marzo 1999)
[4]; 3) Mandato de los Parlamentos de los pueblos del Ecuador (enero 2000)
[5], y a partir de ello establezco la siguiente composición de sectores:
- El movimiento indígena;
- Los movimientos clasistas antiimperialistas;
- Los movimientos ecologistas y de género;
- Tendencias nacionalistas en las Fuerzas Armadas;
- El movimiento de la iglesia de los pobres;
- Las protestas de las capas medias empobrecidas.
En esta tendencia son interesantes la presencia de nuevos actores junto a los tradicionales expresados en décadas anteriores, que sus principales expresiones no se han limitado a los estrechos límites que la institucionalidad oficial le otorga -acuerdos electorales, plataformas de negociación-, sino que ha ensayado formas propias de expresión -Frente Patriótico, Parlamentos de los pueblos-.
Sin lugar a dudas es una tendencia que ha mostrado fortalezas, y vale la pena mirarlas también desde la perspectiva de los mecanismos de reproducción orgánica e ideológica de las fuerzas que lo constituyen, tratar de descubrir aquella intrincada red de bases orgánicas, reproducción de discursos, de construcción de un pensamiento popular crítico, que se confrontan a las pretensiones de arrasamiento del pensamiento único del mercado total .
Uno de los elementos mas valiosas es este: que es una oposición y confrontación día a día, no son sólo los grandes acontecimientos, sino la posibilidad de que antes y después de estos existe una red de organizaciones y mecanismos, de líderes y cuadros, que a diverso nivel, van construyendo esta tendencia contrahegemónica.
Los ejes de la red contrahegemónica
El actor social que más se ha destacado en este período es el movimiento indígena ecuatoriano que en esta década se confronta con el neoliberalismo en diversos ámbitos,
[6] tanto los referidos a la problemática campesina, así como los temas de la nación y también en la expresión de un proyecto cultural-civilizatorio (las demandas referidas a la multi-culturalidad y pluri-nacionalidad ), todo lo cual le ha dado una fortaleza enorme ligada a una tradición organizativa sustentada en la comuna indígena tradicional y una Confederación de Nacionalidades -la CONAIE- que la unifica, así como la apelación a formas de luchas históricas: los levantamientos populares.
En la creciente resistencia del indigenado al neoliberalismo temas claves son los referidos a la cuestión agraria: la concentración de la propiedad de la tierra, en perjuicio de la redistribución de la tierra y la reforma agraria, o la desatención a la producción pequeña y mediana de alimentos que recae en los campesinos pobres y medios del país, así como los temas referidos al uso y legislación correspondiente en torno a los asuntos del agua y el riego. A su vez el movimiento indio cada vez fue incorporándose e incidiendo en los temas ligados a la cuestión nacional, como el debate sobre el pago de la deuda externa, privatización de las áreas públicas, y el reconocimiento de la diversidad del país.
Uno de los elementos que le dió fortaleza y ventaja al movimiento indígena a partir de 1990 fue la presentación de su demanda del reconocimiento del carácter multicultural y plurinacional del Ecuador, con lo que recuperó en un proyecto político, las esencias de las culturas originarias de comunidad, de respeto y vida armónica con la naturaleza, de formas de convivencia solidarias, de la preservación de la vida orgánica colectiva, todo lo cual choca frontalmente con la cultura capitalista de individualismo, mercantilismo y consumo dominantes.
En la presencia determinante del movimiento indígena desempeñan un rol clave la tradición orgánica de las comunas indígenas, forma organizativa que viene hace siglos atrás, que logró resistir al coloniaje español y a la imposición del modernismo republicano de los siglos XIX y XX, se basa en los lazos que construye la comunidad de territorio, solidaridad en la producción y el consumo y la reproducción de sus tradiciones culturales, y que ha sido potenciada ahora en la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, que hoy es reconocida como el referente del conjunto del movimiento indígena.
En segundo lugar, otro elemento determinante en esta tendencia han constituido los movimientos clasistas antiimperialistas, incorporando en ellos al movimiento obrero, los movimientos de trabajadores estatales, especialmente de profesores y médicos, y al movimiento universitario.
Estos sectores son quienes enfrentaron la avalancha inicial de la ofensiva neoliberal, tanto en sus conquistas sociales como en su proyecto político. La burguesía orquestó, de la mano de la flexibilización laboral, de la restricción para la constitución de sindicatos, el discurso del fin de la historia y de las ideologías, la muerte del proyecto socialista.
Los sectores de obreros de la empresa privada están duramente golpeados, y el eje del movimiento obrero se traslado a los sectores de trabajadores de las empresas estatales, los trabajadores petroleros, eléctricos, y de servicios. Estos se han atrincherado en los sindicatos nacionales en defensa de la propiedad pública sobre estas empresas que se construyeron sobre la base de la riqueza que pertenece a todo el país. Aquí lograron construir alianzas parciales con ciertos sectores de las Fuerzas Armadas que por ley son miembros de los directorios de estas empresas y que las defienden como “áreas estratégicas de la economía nacional”.
El eje de consolidación de estos sectores gira en torno a una activa vida sindical interna: asambleas, periódicos gremiales, y la recuperación de un discurso que denuncia a la globalización como una agudización del imperialismo y apela a la defensa de la soberanía e integridad nacional.
En tercer lugar, cabe hacer referencia a las tendencias nacionalistas en sectores militares y en particular el rol que han desempeñado las Fuerzas Armadas en el Ecuador.
En el país la realización de proyecto nacional-desarrollista tuvo como eje a las Fuerzas Armadas y las empresas estatales que se constituyeron en la década de los ‘70, y esa estructura se ha conservado a lo largo de estos tiempos, por ejemplo, delegados militares son parte de los directorios de las empresas estatales de petróleos, de energía eléctrica, de telecomunicaciones, incluso en empresas regionales de cemento, de agua potable. Además la presencia del conflicto territorial con el Perú reforzó sus estrategias en el marco de una defensa de la soberanía nacional y armó un fuerte patriotismo en la reproducción ideológica de sus promociones. Añádese a ello la fragilidad de las instituciones estatales en el país que han convertido en los hechos a las Fuerzas Armadas en árbitros dirimentes de los conflictos políticos, por ejemplo en el proceso del derrocamiento de Bucaram.
Nacionalismo, mas una fuerte politización interna y una política de relación directa con los sectores populares, especialmente campesinos, configuran los elementos que permiten la conformación de tendencias patrióticas a lo interno de las Fuerzas Armadas, y que entran en contradicción con el discurso del Pentágono norteamericano de los nuevos roles de la seguridad en el marco de la globalización.
Obviamente son fracciones y no expresan al conjunto de la institución Fuerzas Armadas, entre estas corrientes y los personajes que las lideran se establece una tensa y variable situación de inestables correlaciones de fuerza, donde en ocasiones tendencias menos apegadas a los dictados de los Estados Unidos, logran marcar políticas, o una fracción de ellas abiertamente se insubordina, como fue el caso de los coroneles y capitanes en el levantamiento popular de enero del 2000.
En cuarto lugar, cabe analizar la presencia e incidencia de la corriente de la denominada Iglesia de los Pobres en esta tendencia. Su aporte es valioso, pues contribuye a una crítica al modelo neoliberal desde una perspectiva total, que supera el economicismo, para enfatizar los elementos éticos, culturales, de construcción de sentidos de vida.
Lo particularmente interesante es la articulación que se da entre esta crítica integral y la relación personal con el movimiento indígena, especialmente en provincias con un alto porcentaje de población india como Chimborazo o Cotopaxi, mediante la acción directa de miembros de las comunidades eclesiales de base y la implementación de radiodifusoras especialmente orientadas a los sectores rurales -las radiodifusoras populares de Riobamba y Latacunga- en esto fueron claves las enseñanzas del fallecido Obispo Leonidas Proaño.
En quinto lugar, están los sectores ecologistas y feministas, que logran superar el estadio de grupos reducidos de crítica a las formas de opresión patriarcales y depredadoras de la naturaleza del capitalismo, para convertirse en reales movimientos con capacidad de incidencia y movilización social, aportando en que la crítica al modelo neoliberal no quede reducido a visiones economicistas, sino que enfoque los perjuicios múltiples de un capitalismo total. En este campo son destacados los esfuerzos por articular la denuncia sobre los daños ecológicos a las formas específicas de destrucción de las empresas transnacionales, como constituyó la demanda contra la transnacional petrolera TEXACO presentada por comunidades indígenas, y que ha tenido mucha repercusión en el Ecuador.
Finalmente, las acciones de protesta de capas medias de la población que fueron duramente golpeadas por la crisis económica, y principalmente por la quiebra del sistema financiero privado y el congelamiento de los ahorros de los depositantes nacionales. Aquí están sectores de burócratas, de técnicos y profesionales, y también de pequeños y medianos comerciantes, industriales, agricultores, que antes fueron la principal base social de la democracia cristiana y del ex Presidente Mahuad, pero que se viraron políticamente cuando fue claro el descarado alineamiento con los banqueros corruptos. Estos sectores actuaron en las movilizaciones de junio del ‘99 y enero del 2000, y aportaron a volver un torrente la tendencia por el derrocamiento de Mahuad.
La experiencia ecuatoriana evidencia la trascendencia de una amplia red de formas organizativas y de reproducción ideológica, que permiten construir esta tendencia contrahegemónica: emisoras radiales regionales y periódicos gremiales, comunidades indígenas y sindicatos, amplios debates en asambleas y congresos, ensayos de esfuerzos unitarios y parlamentos populares abiertos, debates francos con sectores de las fuerzas armadas y de la iglesia, asambleas de cuentacorrentistas quebrados.
Las corrientes de ideas y propuestas que circulan esta tendencia van de posiciones nacionalistas al tradicional antiimperialismo, de la teología de la liberación a los planteamientos ecológicos de armonía entre los seres humanos y la naturaleza, del marxismo clásico a las nuevas tendencias de liberación, su convivencia no ha sido fácil, y también se confrontan posiciones y actitudes, pero ha sido capaces de unificarse, actuar coordinadamente, y en momentos determinantes plantearse el reto del poder popular.
Este es un punto de aporte y límite del proceso ecuatoriano: apuntar al poder y al mismo tiempo encontrarse sobrepasado por la magnitud de la tarea planteada.
El contexto político y económico en el cual se desarrolla la contrahegemonía
El Ecuador es un país muy especial, no sólo hablando de sus atributos naturales y geográficos -ya exaltados tres siglos atrás por el alemán Humbolt- y de biodiversidad -exaltados desde mediados del siglo XX por muchos ecologistas nacionales y extranjeros-, sino también en el ámbito de lo político, de las instituciones y de las fuerzas que se mueven en su interior. “País de locos” exclama el patrón de la oligarquía criolla, Febres Cordero, ex alcalde de la ciudad más poblada y comercial, desde su mítica hacienda “El Cortijo”, quién quisiera -y a veces lo ha conseguido- resolver los problemas del país como resuelve sus negocios de rey de la harina y la sal; “país de instituciones frágiles e incapaz de consensos” sentencia desde su escritorio un sociólogo de la FLACSO, atrapado entre las teorías de la gobernabilidad y de la legitimidad de las instituciones que no termina por calzar para analizar y pronosticar al país; “paisito que terminará por destruirse a sí mismo” piensa el funcionario del Banco Mundial, que hace y deshace planes de créditos a acciones focalizadas y que nunca finaliza sus negociaciones porque cada cuatro o seis meses cambian los ministros y subsecretarios del ramo.
País inacabado -una “nación en ciernes” la definieron Quintero y Silva-, país fragmentado -la mayor parte de las fuerzas políticas solo tienen expresión regional y corporativa-, país amenazado, los derroteros de la dolarización del país, la privatización de las principales empresas públicas y la presencia directa de bases norteamericanas, conducen aceleradamente a su disolución real como nación soberana.
País en una profunda crisis de hegemonía, una crisis en el bloque dominante, pues este no puede articular y cohesionar sus fuerzas, ni sostener a sus aliados, y la emergencia de un bloque popular, que logra consolidar a varios de sus actores sociales y ha conseguido en ciertas coyunturas atraer aliados que temporalmente se desgranaron de los sectores dominantes.
A regañadientes el tema del poder popular vuelve al protagonismo de la mano de la movilización indígena
Existe una anécdota interesante, en una ocasión reciente le preguntan a Blanca Chancoso, una de las dirigentes de la CONAIE, sobre el camino que le condujo al movimiento indígena plantearse, en el Congreso Nacional de la CONAIE, de noviembre de 1999, la lucha por el poder y aglutinar en ella a otros sectores sociales, y ella contestó aproximadamente de esta manera: “En la comuna indígena estábamos muy angustiados, el hambre y la pobreza de nuestras tierras crecían, nos levantamos y fuimos hacia el Teniente político a plantearle nuestras exigencias, éste habló que no podía hacer nada y nos mandó hacia el Gobernador; fuimos hacia el Gobernador y le repetimos nuestras demandas y nos indicó que no podía hacer nada y nos mandó hacia el Ministro en la ciudad de Quito, fuimos al Ministro con nuestras peticiones y nos dijo que tampoco el podía hacer nada, y nos mandó hacia el Presidente de la República, el Presidente nos sentó en la mesa de negociaciones, habló de consensos, pero nos engañó y a algunos compañeros reprimió, dió vueltas pero sin resolver nuestras demandas, entonces decidimos que la única manera era que nosotros mismos tomáramos el poder”.
Este proceso de aprendizaje colectivo, que en el movimiento indígena nace a mediados del siglo XX con los movimientos que lideran Dolores Cacuango y Ambrioso Lasso, que se consolida en los levantamientos nacionales de 1990, que atraviesa un proceso de negociaciones fallidas e infructuosas con los gobiernos de Borja (1992), de Bucaram (1996), de Alarcón (1998), y de Mahuad (1999), es compartido por otros sectores sociales, como el movimiento del magisterio nacional, con el debate por un Frente Alternativo, junto a la mayor presencia política de su gremio: la Unión Nacional de Educadores. Situación similar acontece con el movimiento de los trabajadores estatales.
En este proceso fue clave la amplia movilización popular a favor de la caída de Bucaram, pues permitió que las masas percibieran por sí mismas la fragilidad del bloque dominante y que era factible el tumbar un gobierno, derribar un presidente, a condición de la firmeza, la contundencia de la organización y la movilización.
Este fue un proceso de aprendizaje que llegó hasta la comuna mas apartada y volvió a subir a contracorriente en las marchas de junio de 1999 y enero del 2000. De ahí que haya calado tan hondo la consigna del derrocamiento de los tres poderes y la resolución de marchar hacia el Congreso Nacional, rodearlo y asediarlo, para finalmente pugnar por tomar posesión de él, como en efecto sucedió el 21 de enero.
El tema del poder, del poder popular, de las vías para acceder a él, de los niveles y instancias que este cubre, volvieron nuevamente al centro del debate, no sólo en el Ecuador, sino que contagió a los sectores populares en lucha en varios países de Latinoamérica.
Es el tema que tanto ha temido, escondido y han tratado de eliminar de las agendas los grupos burgueses. El orden no puede, no debe, ser cuestionado. Y para eso que mejor que mostrarlo como inaccesible, como condición sine qua non de la vida social. De cualquiera cosa se podía hablar: de la cogestión, de la descentralización, de las reformas legales y constitucionales, de los derechos humanos, pero siempre circunscritos al orden. Tema tabú, tema de dinosaurios, aquel del poder popular.
Pues bien, los sectores indígenas del Ecuador lo volvieron a colocar en el tapete, no tanto por la incidencia de un debate académico surgido las élites, sino como un proceso de aprendizaje colectivo, que vino desde abajo, que atravesó varios episodios, que se concentró en diez años, desde el levantamiento del Intiraymi del junio de 1990 hasta el levantamiento por la destitución de los tres poderes políticos en enero del 2000.
Y quizás este es el punto de inflexión, aquel que marca la continuidad y ruptura con la etapa anterior.
Los acontecimientos del 20 al 22 de enero, las secuelas de estos con la presidencia de Noboa: la dolarización, la amnistía a los militares sublevados, el descabezamiento de los mandos en el ejército, el fraccionamiento de los bloques legislativos en el Congreso Nacional, arrojaron nuevas lecciones para los sectores populares movilizados.
Demostraron: 1) que los pilares esenciales del poder político de nuestros países, cada vez están más en los despachos del centro del imperio antes que en las instancias locales; fue clave la intervención del Secretario adjunto del Departamento de Estado para América Latina -Peter Romero, ex embajador de los Estados Unidos en el Ecuador- para virar la posición de la alta cúpula militar ecuatoriana, que de hecho estaba comprometida en varios fases del proceso de movilización popular; 2) los círculos oligárquicos tradicionales, aquellos que vienen de los viejos circuitos agroexportadores, siguen siendo el referente medular de las burguesías locales, en aquellos momentos todos los burgueses regresaron su vista hacia la hacienda El Cortijo esperando la respuesta del gran mayordomo; 3) para estos círculos oligárquicos -para “los de arriba”- cada vez más su proyecto es el proyecto “de los de afuera”; Febres Cordero lo dijo con desparpajo: “si es necesario dividimos el país, nos separamos”; 4) quedó claro que cada vez más el poder atraviesa por el control de los medios de comunicación masivos, y no sólo del control físico o militar de sus instalaciones, sino del control ideológico, los mensajes emitidos desde las principales cadenas televisivas y radiales fueron claves para imponer hacia la población una sensación de que sus vidas estaban amenazadas -“como se va a permitir que un indio nos gobierne”, “la indiada va a destruir el país”, “lo que vendrá será la anarquía y el caos”-.
En esta década los sectores populares aprendieron a confrontarse con los neoliberales y ensayar caminos propios, abiertos a la amplia participación, convocaron parlamentos populares que ganaron legitimidad a los ojos de los oprimidos y excluidos, trazaron planes de movilización y propuestas de desarrollo alternativas, las acompañaron de la acción social directa, y obligaron a retroceder temporalmente a los gobernantes, pero una y otra vez estos no tardaron en volver sobre sus fueros, y hoy emprenden una nueva contraofensiva.
Hoy tratan de aislar al movimiento indígena, de achicarle los espacios de participación, de cortarle las vías de conexión con sectores de la capas medias. Se pretende desprestigiar, reducir el radio de acción de las instituciones y mecanismos de comunicación de sus puntos de vista y resoluciones. Desde el punto de vista económico han adoptado medidas que puedan volver irreversible la internacionalización del aparato productivo nacional, como la dolarización, y dar paso inmediatamente a las privatizaciones. Pretenden soldar las diferencias entre fracciones de los grupos burgueses y consolidar un bloque dominante, pero no es tan fácil por el escenario de aguda crisis económica. Están reestructurando los mecanismos de funcionamiento de las instituciones estatales, por ejemplo, las Fuerzas Armadas; y a la par están reforzando las capacidades de incidencia de sus instancias de reproducción ideológica.
[1] La Junta de Salvación Nacional se proclamó el 21 de enero a las 10 hs. cuando se instaló el Parlamento de los Pueblos del Ecuador en la sala de sesiones del Congreso Nacional; estuvo constituida por tres miembros: el Coronel Lucio Gutierrez, el Presidente de la CONAIE Antonio Vargas, y el Abogado Carlos Solórzano, y duró hasta las 24 hs. de aquel día. En la madrugada del 22 de enero el Consejo de Generales de las Fuerzas Armadas tomaron el control de la situación y proclamaron la sucesión presidencial, posesionando en la primera magistratura al Vicepresidente Gustavo Noboa.
[2] Un análisis mas detenido de estos eventos pueden encontrarse en las siguientes publicaciones: Revista
Espacios N° 6, “El 96 después del NO”; Revista
Espacios N° 7 “Convertibilidad y Neoliberalismo Salvaje”; Revista
Espacios, “Viva Febrero, a detener la estafa de la Asamblea Neoliberal”.
[3] Ver: “
5 de Febrero: la revolución de las conciencias”, Varios autores, Edit. Fetrapec, Fundación Peralta, Ecuador, 1997, pág. 77.
[4] Ver: Revista
Economía y Política, Epoca II, Vol. N° 5, pág. 153; Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Cuenca, Julio 1999.
[5] Ver: “
21 de Enero: la vorágine que acabó con Mahuad”, Varios autores, Edit. El Comercio, Ecuador, Junio del 2000, pág. 261.
[6] Pudiera parecer obvia esta confrontación del movimiento indígena al neoliberalismo, pero es un elemento determinante para el desarrollo de los procesos en el Ecuador, que lo diferencia, por ejemplo, de lo acontecido en países vecinos como Bolivia o Perú; en el primero los sectores impulsadores del neoliberalismo lograron cooptar a un segmento importante del movimiento indígena boliviano, y en el segundo, el desarrollo del movimiento indígena estuvo fracturado por la incidencia de Sendero Luminoso y la guerra contra- insurgente en zonas claves del Perú, que abrió la posibilidad de que Fujimori pudiera manipular a segmentos del movimiento indio.