Introducción
Después de haber sido relegado en los últimos veinte años a una dimensión marginal en el pensamiento económico, social y político, el tema del desarrollo vuelve a adquirir fuerza en América Latina.
El ingreso de la economía mundial, desde mediados de los años noventa, en la fase A de un nuevo Kondratiev
[1], lo coloca otra vez en el orden del día. En el nuevo período de crecimiento largo que se hace presente, surgen y se insinúan nuevas formas de articulación del sistema mundial y nuevos patrones de dominación y de dependencia. La dependencia y el latinoamericanismo vuelven a enfrentarse por los nuevos modelos de desarrollo.
La cuestión del desarrollo vuelve a surgir planteada inicialmente por las fuerzas internacionales del capitalismo histórico. Resurge, por un lado, enfrentada con la viejas formas de regulación de la inserción dependiente de posguerra y también con el pensamiento latinoamericano. Con ellas se diseña una nueva etapa del proyecto dependiente, con el neoliberalismo como base ideológica. El neoliberalismo vincula a la región a una integración productiva, financiera y comercial de carácter competitivo, y profundiza la internacionalización de los centros nacionales de decisión, al eliminar o vaciar la política monetaria de los estados nacionales latinoamericanos mediante la dolarización o la creciente vinculación de las monedas de la región a la moneda estadounidense.
Ante este desafío, el pensamiento latinoamericano se esfuerza por recuperar lo mejor de sus tradiciones para reformularse y postular una articulación con el sistema mundial que parta de esferas de decisión locales. Sin embargo, las instancias de decisión sólo pueden mantenerse como estrictamente nacionales en un horizonte de tiempo limitado, pues el aumento de la complejidad de la economía mundial exige espacios ampliados de gestión económica, social y política.
Varias cuestiones se plantean en el enfrentamiento entre proyectos dependientes y latinoamericanistas. Entre ellas: ¿cuáles son las perspectivas de desarrollo de la economía mundial bajo el capitalismo histórico durante un nuevo Kondratiev? ¿Qué impacto tendrá esa nueva etapa de expansión del capitalismo histórico sobre el sistema mundial en su conjunto? ¿Cuáles serán las nuevas formas de dependencia que se desarrollarán en América Latina en las próximas décadas? ¿Cuáles son las posibilidades de un proyecto latinoamericanista de desarrollo en las próximas décadas y cómo se articula ese proyecto con el desarrollo del sistema mundial?
Estas no son preguntas de fácil respuesta. La capacidad teórica y concreta de los pueblos latinoamericanos para responderlas teórica y concretamente definirá en gran parte el resultado de este enfrentamiento. En este trabajo buscamos contribuir a esta respuesta, sin tener la pretensión de agotar los temas o las cuestiones. Desarrollaremos nuestra exposición presentando inicialmente nuestras tesis centrales sobre estas preguntas, para desenvolver entonces nuestra argumentación.
La economía mundial y el nuevo Kondratiev
Vayamos a la primera pregunta: ¿Cuáles son las perspectivas de desarrollo de la economía mundial bajo el capitalismo histórico durante el nuevo Kondratiev?
En nuestra opinión, las perspectivas de desarrollo de la economía mundial para las próximas décadas son extremadamente mediocres. Aunque la economía mundial probablemente está ingresando en un nuevo ciclo de Kondratiev y, por lo tanto, en una nueva fase A de expansión material, entre mediados de los años noventa y los primeros años del nuevo siglo, difícilmente esta fase A podrá repetir el esplendor de la que se desarrolló entre el final de los años treinta y el final de los sesenta. La fase A de este Kondratiev deberá tener tasas de crecimiento económico y un tiempo de duración menores que la de posguerra, bajo la hegemonía estadounidense.
¿Por qué? Porque sobre este ciclo de Kondratiev inciden dos movimientos más largos de dirección descendente. Uno de ellos es el de los ciclos sistémicos de acumulación, que se refieren a los períodos de expansión y decadencia del liderazgo de un Estado nación sobre el sistema mundial. Esos ciclos fueron sistematizados por el grupo que se reunió en el Fernando Braudel Center (Arrighi, Wallerstein y Terence Hopkins, entre otros), en los años setenta, ochenta y parte de los noventa. Corresponden a períodos de duración secular, divididos en una fase A, de expansión material, y una fase B, de expansión financiera. Desde los años setenta, se desarrolla la fase B del ciclo sistémico estadounidense. Esta se manifiesta en la transferencia del dinamismo económico mundial hacia el Este de Asia y en la generación de importantes déficits comerciales y de cuenta corriente en los Estados Unidos. Estos déficits son sustentados por la sobrevaloración del dólar, que atrae capitales, crea una burbuja financiera en la economía mundial y reduce la inversión productiva y sus consecuencias.
En este sentido, la nueva fase A del Kondratiev se asemeja más a la que se desarrolló durante el período de decadencia de la hegemonía británica, cuando el crecimiento económico duró sólo 18 años (entre 1896 y 1913) y mostró tasas bastante modestas.
El segundo movimiento es el de la crisis civilizacional. Este movimiento se articula con la revolución científico-técnica que provoca una crisis en las relaciones de producción capitalistas al generalizar el principio de la automatización por medio de las tecnologías microelectrónicas. Esto provoca la escasez de trabajo asalariado que se manifiesta en las altas tasas de desocupación que observamos en la economía mundial. El capitalismo basó la producción de plusvalía en la articulación entre la productividad y la desvalorización de la fuerza de trabajo. En la base de esta desvalorización estaba la sumisión del trabajador a la máquina y su conversión en un productor manual y especializado del proceso de trabajo. La eliminación creciente del trabajo manual, por medio de la automatización, exige un movimiento inverso. Las fuerzas productivas redefinen las ocupaciones y el trabajo pasa a vincularse a la cualificación progresiva, exigiendo un movimiento de cualificación de la fuerza de trabajo, que presiona hacia arriba su valor y amenaza a la plusvalía. En consecuencia, el capital limita la inversión productiva y busca la apropiación de plusvalía a través de la incorporación de una gran parte de las rentas recibidas por el Estado y de la intensificación del principio de la competencia, que encuentra un programa ideológico en el neoliberalismo.
El capitalismo histórico y el sistema mundial en el siglo XXI
La segunda cuestión que planteamos se refiere a los impactos que la nueva etapa de expansión del capitalismo histórico provocará en el sistema mundial en su conjunto. A nuestro modo de ver, el capitalismo dirigirá el sistema mundial hacia una situación de caos sistémico en las dos próximas décadas, lo que conducirá a su crisis como fundamento del sistema mundial. ¿Por qué hacemos esta afirmación?
El caos sistémico ha sido designado por Arrighi y Wallerstein como una situación en la cual los marcos institucionales del capitalismo histórico ya no consiguen neutralizar los conflictos sociales, las rivalidades interestatales e interempresarias y la emergencia de nuevas configuraciones de poder. Se crea entonces en el sistema mundial una dualidad entre la anarquía y la reorganización institucional impulsada por nuevas fuerzas sociales.
Históricamente, esta dualidad se ha resuelto en los marcos del capitalismo histórico con la afirmación de un nuevo liderazgo estatal mediante guerras de 30 años. Esos fueron los casos de la sucesión holandesa al liderazgo español y genovés, que se concretó a partir de las guerras libradas entre 1618 y 1648; de la sucesión británica al liderazgo holandés, que se afirmó a partir de las guerras sucedidas entre 1792 y 1815; y de la sucesión estadounidense al liderazgo británico, que se concretó a partir de las guerras entabladas entre 1914 y 1945.
Sin embargo, este patrón histórico de resolución del caos sistémico no ha de repetirse, pues el desarrollo de las fuerzas productivas planteará serios obstáculos para que así ocurra. El desarrollo de las trayectorias tecnológicas del paradigma microelectrónico en los próximos veinte años permitirá la imposiciòn masiva de la automatización y deberá provocar una afirmación decisiva de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Otra característica de estas tecnologías es su alto grado de difusión, lo que dificulta la apropiación de sus réditos económicos por parte del innovador. La afirmación de estas dos características de las nuevas tecnologías, es decir, la automatización y la difusión, asociadas a una tercera, que es su globalidad, deberá impedir la reorganización de la economía mundial en una nueva hegemonía que se desarrolle en los marcos competitivos y estatales.
En los próximos 20 años deberá hacerse más nítida la transferencia de poder económico desde los Estados Unidos al Este de Asia y Europa, creando lo que Arrighi y Beverly Silver llamaron (en su libro más reciente, Chaos and Governance in the Modern World System) una fisión en el sistema interestatal. Esta fisión se manifiesta en el hecho de que ningún Estado nacional posee las características conjuntas de liderazgo económico y militar para hacer viable la reorganización del sistema interestatal que dé base de sustentación a la expansión del capitalismo histórico.
La hegemonía compartida entre los países centrales es parte del propio movimiento en dirección al caos sistémico y es incapaz de neutralizarlo. Las alternativas de neutralización del caos sistémico se transfieren a otras fuerzas sociales. Son fuerzas que son parte del sistema mundial, pero que se proyectan más allá de éste. Son antisistémicas, en el sentido de que hasta ahora sólo pudieron ofrecer resistencia a la acumulación ilimitada que es parte constituyente del capitalismo histórico. Pero ahora deben pasar a la ofensiva y proponer la reorganización del sistema mundial sobre otras bases.
América Latina y las nuevas formas de la dependencia
La tercera pregunta que nos propusimos responder era: ¿Cuáles son las principales características de las nuevas formas de dependencia que se desarrollarán en América Latina en las próximas décadas?
Pensamos que la integración de América Latina a través de los mecanismos de dependencia en el Kondratiev emergente trae resultados muy negativos para su desarrollo. Entre esos resultados podemos destacar: mediocres tasas de crecimiento per cápita situadas por debajo de la media del sistema mundial; la desnacionalización del aparato productivo y la destrucción de los sectores tecnológicos de punta; y la profundización de la superexplotación del trabajo hacia sus formas más graves, incluida la restricción salarial.
¿Por qué hacemos esta apreciación? Como ya indicamos, el neoliberalismo es una doctrina esencialmente reaccionaria. No permite una sustancial expansión de los límites económicos, demográficos y geográficos del capitalismo histórico. El liberalismo que se desarrrolla en la economía mundial, a partir de los años setenta, tiene un sentido totalmente distinto del que se desarrolló entre 1848 y 1914. Crea una competencia entre los capitales que se aproxima a un juego de suma cero. En este juego, las llamadas empresas globales desplazan de las posiciones de mercado a las burguesías de los países periféricos y semiperiféricos y a las burguesías estrictamente nacionales de los países centrales. La competencia neoliberal aparece más como un instrumento de apropiación de plusvalía que como un instrumento de expansión productiva del sistema mundial.
En la interacción entre los capitales de los países centrales, la burguesía estadounidense tiende a perder consistencia. Esto se hace evidente en los desequilibrios en el balance de pagos de los Estados Unidos, que limitan la sustentabilidad de su crecimiento económico. Para disminuir esos déficits con el mundo, los Estados Unidos presionan a América Latina para que sea una campeona en la aplicación de las doctrinas neoliberales en sus políticas públicas. El neoliberalismo en América Latina crea fuertes déficits comerciales en la región, limitando drásticamente sus potencialidades de crecimiento económico.
Como han señalado Theotônio dos Santos, Orlando Caputo, Roberto Pizarro e Ruy Mauro Marini, los superávits comerciales fueron importantes instrumentos para disminuir las presiones sobre la balanza de pagos latinoamericana y dar sustento a un equilibrio macroeconómico que, aunque precario, garantizó tasas de crecimiento económico significativas. Esto ocurrió porque la balanza de pagos de la región siempre tendió a ser negativa en los servicios transables y no transables, respaldándose en los superávits comerciales y en nuevos ingresos de capitales, antes de que se consumasen sus egresos.
La transformación de los superávits comerciales en déficits invierte la posición histórica de la balanza comercial, de equilibradora del balance pagos, hasta convertirla en una fuente de desequilibrio. Esta inversión produce efectos negativos sobre el ingreso de capitales, pues los precios internos se deterioran para ajustarse a los precios internacionales, que imponen precios de mercado inferiores a los precios de producción de la región. El resultado es una presión hacia la baja de la tasa de ganancia, el estímulo negativo a nuevos ingresos de capitales productivos y el alza de las tasas de interés para equilibrar la balanza de pagos.
La reducción de las tasas de crecimiento económico, el carácter rentista de las burguesías locales y la destrucción de los segmentos de punta de las economía de la región se asocian en este contexto. Y la desnacionalización surge como una última variable de equilibrio provisorio de la balanza de pagos.
Como hemos mencionado, la superexplotación del trabajo debe profundizarse en el Kondratiev emergente, pasando a regularse por formas de restricción salarial. Hay dos razones para esto:
La primera es la presencia de una burbuja financiera en la economía mundial, determinada por una tasa de interés en los Estados Unidos excesivamente alta para períodos de desarrollo económico. En los años 80, la superexplotación asumió formas de contención salarial. Fue impulsada por las altas tasas de interés internacionales establecidas por los Estados Unidos y por el endeudamiento externo de los países latinoamericanos. En la base del aumento de los intereses internacionales estaban los déficits en cuenta corriente de los Estados Unidos. No se debe esperar un cambio radical de este escenario en las próximas décadas. La desvalorización del dólar permitió la reducción de las tasas de interés internacionales, pero la vuelta al crecimiento de la economía de los Estados Unidos impulsa nuevamente los déficits en cuenta corriente y exigen una cierta elevación de esas tasas. En consecuencia, aumenta el déficit de la balanza de servicios latinoamericana y se reduce el margen interno para bajar los intereses en la región, ya que son un instrumento importante para complementar el saldo en la cuenta de capital y equilibrar la balanza de pagos.
La segunda razón es el aumento de la competencia externa. Este aumento se produce por dos vías. Una, la de la liberalización comercial, que reduce los precios internos a los niveles internacionales, establecidos en condiciones de superior productividad. La otra, la de la innovación tecnológica, pues la globalización de la economía mundial desarrolla la tendencia a la nivelación internacional de la composición técnica del capital. Sin embargo, en los países dependientes lo hace a través de la dependencia tecnológica, usando como instrumentos la inversión directa y la importación de tecnología. En consecuencia, aumenta el deterioro de los términos de intercambios y la heterogeneidad tecnológica interna, presionando negativamente a la tasa de ganancia.
Este panorama crea una situación en la que el aumento de la intensidad de la jornada de trabajo y de la cualificación de la fuerza de trabajo no están en condiciones de compensar los efectos combinados y negativos de la innovación tecnológica, de la liberalización comercial y de los intereses sobre la tasa de ganancia. Pues en condiciones de dependencia, los factores intensivos y cualitativos del trabajo representan una parte cada vez menor del crecimiento económico, mientras que la parte del capital es creciente.
El latinoamericanismo y sus perspectivas
Una vez descriptos los escenarios que comprenden las actuales tendencias del sistema mundial y las nuevas formas de la dependencia, estamos en condiciones de responder a nuestra cuarta pregunta: ¿Cuáles son las posibilidades de un proyecto latinoamericanista de desarrollo en las próximas décadas y cómo ese proyecto se articula con el desarrollo del sistema mundial?
En nuestra opinión, las posibilidades de un proyecto latinoamericanista de desarrollo son extremadamente amplias. Este proyecto debe fundamentarse en un espacio regional de integración productiva, comercial y financiera, ya no basado en relaciones de mercado, sino en relaciones en que el planeamiento y la cooperación subordinen a la competencia. Además, debe situarse no sólo como una fuerza regional, sino como una fuerza que se proyecte como un instrumento de presión sobre el sistema mundial con el objetivo de separar su funcionamiento de la dinámica de expansión del capitalismo histórico.
¿Con qué fundamento hacemos esta afirmación?
Un primer motivo es el siguiente: el caos sistémico sólo podrá ser superado con la superación del propio mecanismo de reproducción de la riqueza oligárquica que caracteriza al moderno sistema mundial. Como ya hemos visto, en el Kondratiev emergente se desarrolla un movimiento de hegemonía compartida entre los países centrales, que no es capaz de detener el avance del caos sistémico ni puede ser superado por un nuevo liderazgo estatal. En consecuencia, esta hegemonía compartida entre los países centrales sólo podrá ser superada por un movimiento de democratización de la gestión del sistema mundial, para incorporar entre sus actores centrales a la semiperiferia y a la periferia.
Esta democratización implica nuevos marcos de planeamiento que hagan viable la construcción de instancias mundiales de gestión, capaces de superar la anarquía en las relaciones entre economía y política presente en el capitalismo histórico. Esta democratización implica nuevos marcos de distribución mundial de la riqueza.
Finalmente, podemos observar que, si existirán resistencias a ese papel protagónico de la semiperiferia y de la periferia, los obstáculos a la liberación latinoamericana no deberán ofrecer grandes resistencias. Vinculada como zona de hegemonía de un liderazgo decadente, América Latina se ubica en el ámbito del ciclo sistémico en una posición similar a la del imperio colonial británico.
Esta similaridad se manifiesta en dos sentidos. Su primera manifestación es el hecho de que la posición específica de América Latina en la dependencia la lleva a participar marginalmente de los precarios resultados de la expansión económica del nuevo Kondratiev. La segunda está en la posibilidad de poder beneficiarse de la contradicción entre la escalada de los costos de protección del sistema mundial y la amplitud mundial de las pretensiones imperialistas del Estado nación en decadencia.
En el último Kondratiev bajo la hegemonía británica, surgieron fuertes movimientos revolucionarios en colonias británicas como la India o Egipto, así como en regiones en las que la dominación inglesa ejercía una fuerte influencia, anticipándose a la ola de descolonización posterior. El gigantismo del imperio británico impulsó el desarrollo de estos movimientos. Dispersó las acciones de contención y limitó su empleo a los puntos estratégicos del imperio británico, haciendo que la colonización fuera poco conflictiva en comparación con las de otros imperios, como el francés o el japonés (Hobsbawm, 1995).
El que los Estados Unidos hayan asumido desde la posguerra los costos de protección del sistema mundial vuelve bastante posible una evolución parecida. Las pretensiones estadounidenses de organizar un imperio mundial han llevado a ese país a preferir intervenciones indirectas en su zona regional de hegemonía y a mantener disponible su aparato represivo para otras regiones, como lo muestran los casos de Corea, Viet Nam, Iraq y Yugoslavia.
Es bastante posible que la proliferación de conflictos en el Este y en el Sur eleven los costos de protección por encima de la capacidad represiva de los Estados Unidos, creando en este país el espacio para el desarrollo político de fuerzas antioligárquicas y, externamente, el espacio para una liberación latinoamericana sin grandes resistencias.
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