26/04/2024

Antropología, marxismo, compromiso...

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 Claude Meillassoux entrevistado por François Chesnais y Francis Tour

La colección Cahiers libres de la editorial suiza Editions Page deux,dirigida por Charles-André Udry, publicó recientemente dos obras del antropólogo Claude Meillassoux: en 1997 L’économie de la vie. Démographie du travail y en 1999 una recopilación de artículos de Terrains et théories.Meillassoux es conocido por sus obras fundacionales sobre el lugar de la economía de subsistencia en las comunidades de origen de los trabajadores inmigrantes hacia las grandes ciudades africanas o hacia el extranjero y en la explotación de esta categoría de trabajadores (Mujeres, graneros y capitales.
Economía doméstica y capitalismo, Siglo XXI, 1977), así como sobre la esclavitud (Anthropologie du esclavage: le ventre de fer et d’argent. PUF, 1986). Durante las décadas de 1960 y 1970, Meillasoux fue un miembro del colectivo militante Analyses et Documents, uno de los círculos que fecundaron los procesos políticos que llevaron al mayo del ‘68.
François Chesnais (bien conocido ya por los lectores de Herramienta) y Francis Tour (que también fueron miembros de Analyses et Documents) mantuvieron una entrevista con Meillassoux sobre cuestiones teóricas y políticas relacionadas con África como parte de su recorrido intelectual. En esta entrevista se trataron también cuestiones de gran actualidad referidas a un libro de Bernard Schlemmer (coord.): L’Enfant exploité: oppression, mise au travail, prolétarisation (Kharthala-ORSTOM, 1996), en el que Meillassoux colaboró.
François Chesnais: Teniendo en cuenta los temas de investigación y la estrecha conexión que establece siempre entre sus trabajos científicos y las grandes cuestiones políticas, y también las editoriales que eligió para publicar, podría decirse que usted es una especie bastante rara de antropólogo comprometido. ¿Cómo fue tomando forma este compromiso?
Claude Meillassoux: En el origen de mi compromiso teórico está, sin duda, la constatación que hice a partir de una de mis primeras misiones de investigación en África. Fui a una región, Soninké, donde había muchos trabajadores que emigraban a Francia. Me di cuenta de que esa gente que veía vivir en los poblados podía reencontrarla en Francia en las “ollas” de trabajadores inmigrantes. Me pregunté entonces cómo ocurría que gente tan pobre, de pocos recursos, podía de alguna manera transformarse en el medio de enriquecimiento de otra sociedad: la nuestra.
¿Qué provocaba que estos trabajadores inmigrantes se encontraran en una situación particular de superexplotación? Yo creí encontrar el fundamento en el hecho de que las personas nacidas en un medio que había estado hasta ese momento preservado de un contacto más directo con el sistema capitalista podían ser trasladados a otro sistema, el nuestro justamente, el capitalismo, para vender su fuerza de trabajo en condiciones mucho más ventajosas para quienes los utilizaban. En su tierra, los soninké vivían bajo un cuadro social que llamé entonces “comunidad doméstica”. Allí nacieron y fueron alimentados durante una buena parte de sus vidas por sus mayores, con el fin de que se transformaran en productivos y trabajaran para alimentar a quienes los habían criado. Todo un ciclo se organizaba de esta manera. Una vez que apareció la emigración, de algún modo, el ciclo fue interferido. En lugar de trabajar para ayudar a quienes lo habían hecho anteriormente para ellos, estos jóvenes productivos se iban a trabajar lejos, a gastar su fuerza de trabajo para enriquecer una sociedad y un sistema económico que no había contribuido en su cuidado, crecimiento y formación humana durante sus primeros veinte años vida. El trabajo inmigrante era pagado a bajo precio, no solamente por la baja calificación industrial de los trabajadores inmigrantes y las relaciones de poder en la metrópoli, sino también porque el costo de su crecimiento no estaba contabilizado en el ámbito europeo. Era obtenido por el capital de manera gratuita, así como obtenían tantos otros recursos naturales gratuitamente y sin ningún escrúpulo, desperdiciándolos y destruyéndolos.
A fuerza de examinar la situación en conjunto de los países subdesarrollados y de las instituciones montadas para hacerlos funcionar, me di cuenta de que la cuestión de pagar el precio de la fuerza de trabajo por debajo de su valor era en definitiva una constante de todos los organismos que estaban montados para facilitar esa relación. El Fondo Monetario Internacional, por ejemplo: la política del FMI y esto que llaman “ajuste estructural”. El Banco Mundial también, además de toda una serie de organismos internacionales que nunca rindieron cuenta de las decisiones que tomaban. Todos esos organismos reclamaban a estos países que practicaran una política tendiente esencialmente a abaratar el precio del trabajo, a no pagar lo que realmente costaba.
FC: Este proceso no se desarrolló solamente a través de la emigración de esos trabajadores hacia las metrópolis capitalistas centrales, hacia Francia, sino también a través de la emigración interna, hacia las grandes ciudades, ¿verdad?
CM: Efectivamente, en la medida que el capitalismo se proyecta a partir del exterior en las grandes ciudades africanas, por ejemplo. El capitalismo estimula a los trabajadores para que vengan hacia él, y las grandes ciudades son el punto de relevo de la utilización de trabajadores migrantes. Muchas veces trabajan primero en Dakar, Bamako, en una capital, antes de partir hacia el continente europeo.
El compromiso militante y la relación con la investigación
FC: Para formular dichas hipótesis de investigación debió haber una mirada crítica, militante, con relación al capital y al colonialismo. Hagamos un paréntesis. Para muchos de nuestros lectores, que enfrentan la cuestión de reconciliarse con una herencia política centrada en el marxismo, sería importante conocer este proceso, así como los acontecimientos de los cuales Francis Tour y usted participaron, cuando comenzó a viajar regularmente a África.
CM: Para mí eso fue anterior, 1953-54, con el CAGI (Comité de Antropólogos de Izquierda Independientes), grupo militante animado intelectualmente sobre todo por Pierre Naville, Daniel Guérin y Claude Bourd, y respaldado por Jean-Paul Sartre. Un año más tarde, mi marco militante se transformó en la Nueva Izquierda (creada en 1957 por una alianza con la Union Progressiste, formada sobre todo por compañeros de ruta del Partido Comunista Francés) y que luego se transformó en Unión de la Izquierda Socialista, en una alianza con los cristianos de izquierda del Mouvement de Libération du Peuple de Louis Avergnat. Fue el desarrollo de este último reagrupamiento lo que terminó en algo que rechazamos, tanto Francis como yo. La UGS se fusionó con el Parti Socialiste Autonome –formado por transfugados de la SFIO socialiste, que habían votado los poderes especiales en Argelia (poderes de guerra solicitados por el presidente del consejo SFIO, Guy Mollet, en la primavera de 1956)– para transformarse luego en el PSU, formación que luego dirigirá
Michel Rocard. Los parlamentarios socialistas, en particular Edouard Dépreux, querían que se les reconociera una posición privilegiada en la nueva formación. Nosotros les dijimos que entraran en vereda. Y fue así como formamos Analyses et Documents, donde una de las formas de trabajo consistía en preparar informes que permitieran a los militantes que se abonaban poder comprender lo que sucedía.
Francis Tour: Si me permiten, la base política y programática de Analyses et Documents –creo que precisamente Claude Meillassoux fue el redactor de la plataforma fundacional– implicaba un análisis con una triple demarcación. Una crítica al sistema capitalista (nuestra oposición era irreductible), una crítica a la socialdemocracia y al reformismo, pero también (y en aquella época era notable) una crítica irreductible al estalinismo. Por supuesto, ya otros lo habían hecho, sobre todo los trotskistas, pero no sólo ellos; fue la combinación y la suma de estos tres elementos lo que determinó la plataforma básica de Analyses et Documents, y de todos aquellos con quienes trabajamos con más o menos intensidad durante varios años, ya que esta experiencia duró aproximadamente unos quince años.
CM: No era una oposición virulenta. Nos movíamos de todas maneras en un espacio bastante flexible de puntos de vista y de criterios de discusión.
FT: Sí, tal es así que durante los años que precedieron al ’68 fueron marcados por una primera ola de rupturas de militantes estudiantiles e intelectuales con el PCF, y con ellos también teníamos que entrar a discutir. Pero fue en definitiva esa triple base inicial lo que fundó Analyses y Documents, como puede testimoniar Maurice Rothnemer (quien está hoy en Carré Rouge). Claro que no era una característica exclusiva de A & D. Había otros círculos y grupos que tenían la misma concepción de oposición, pero el hecho de querer examinar la actualidad en conjunto, en todos los dominios, no era una cuestión teórica sino práctica, que permitía la formación de militantes en contacto con la vida cotidiana, sindicatos, etcétera.
CM: En todo caso este enfoque, todos esos debates que tuvimos en un contexto en que el marxismo era importante, pero también lo era el análisis de la realidad concreta, me enseñaron a criticar la economía capitalista, el colonialismo y el imperialismo tal como funcionaban realmente. Y en este marco, comprender las características originales de las sociedades africanas, así como los mecanismos precisos de su sumisión al imperialismo.
FC: ¿Fue una toma de conciencia acompañada con un método lo que marcó, desde entonces, vuestras opciones de investigación?
CM: Sí, a partir de entonces mi investigación se desarrolló sobre dos planos. Por un lado la coherencia de los sistemas sociales que estudio. Éstos tiene sus propias reglas y deben ser comprendidas. La lógica interna en las sociedades que observé no era necesariamente la lógica de la relación de esas sociedades con otras sociedades capitalistas. Por otro lado, el hecho de ser solicitado por otros reclamos más inmediatamente comprometidos, también orientó mi investigación. Así fui llevado a trabajar sobre el problema del trabajo infantil.
FC: La relación con los trabajos de Marx y Engels que define en la introducción de Terrains et théories me pareció realmente original, en particular para la época en la que usted trabajó, cuando había un dominio intelectual muy fuerte (incluso en la universidad y en la investigación) de un marxismo dogmático, marcado por la huella del estalinismo. Me interesaría comprender la relación de sus investigaciones con Marx y Engels, y cómo definiría su propio acercamiento al materialismo histórico.
CM: Primero, es una relación militante con Marx. Fueron camaradas como vos, Francis, y otros los que me hicieron conocer el marxismo, me enseñaron el marxismo, que yo no conocía. Tuve una educación burguesa que me alimentó de prejuicios en contra del marxismo. La lectura de Marx fue extremadamente estimulante e inteligente, y muy adaptada a mis necesidades teóricas, pese al tiempo que pasé en el campo de trabajo, que me tomó muchos años. No fue un gran esfuerzo intelectual el comprender al capitalismo como sistema, y sobre todo la crítica que Marx y Engels presentaban. En mi propio terreno, en cambio, tuve que hacer un trabajo importante de profundización para apropiarme plenamente de lo que me podía aportar su método. Los seguí en cuanto proporcionaba un método que permite comprender que los objetos y las instituciones sólo adquieren realidad en un contexto social determinado, y son de diversa naturaleza según las relaciones sociales que expresan u organizan. Como escribí en 1977 en el texto que figura al comienzo de la edición que Charles-André Udry publicó en Terrains et théories, el análisis del capitalismo hecho por Marx sirvió como modelo a muchas teorías llamadas “marxistas” sobre sociedades con base doméstica. La propiedad de los medios materiales de producción se entronizó y se puso en el centro de todas las relaciones, lo que es erróneo. Muchos “marxistas” acompañaron así a los teóricos liberales que, por razones prácticas de explotación colonial, celebran la existencia universal de la propiedad, aunque más no sea para permitir la expropiación, o la intemporalidad del capitalismo para imponer sus esquemas de desarrollo.
FC: Usted se aleja también un poco de Marx en la cuestión de los mecanismos de determinación salarial.
CM: Efectivamente, Marx estima que el salario es siempre suficiente para alimentar a un obrero, y asegurar las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo. Pero eso no siempre es cierto, ¿verdad? Incluso [David] Ricardo y [Adam] Smith dicen que el salario puede estar por debajo de la posibilidad de reconstitución de la fuerza de trabajo. Marx, hablando como teórico del capitalismo, dice que para funcionar este sistema debe efectivamente otorgar al trabajador la posibilidad de reconstituirse y formar familia. Es un punto de vista un tanto optimista del capitalismo en ese plano. Por otro lado, en cambio, el mismo Marx estima que el sistema, y la crítica que hace del sistema capitalista, solamente se hará completamente pertinente a partir del momento en que todo funcione de alguna manera bajo la lógica del capitalismo. Esto no era lo que ocurría en 1950, pese a que hoy comienza a constatarse que la lógica capitalista se lleva todo por delante, destruyendo completamente todas las otras formas sociales, incluso las que antes buscaba más bien subordinar. En Mujeres, graneros y capitales decía que si el capitalismo se impusiera en todos lados, ya no habría más sociedades no capitalistas en las que se pudiera hacer una ganancia extraordinaria con lo que él llama la acumulación primitiva, es decir el hecho de que un sistema económico que no es capitalista transfiere de alguna manera una parte de sus ingresos, de sus recursos hacia a un sistema capitalista. Porque el sistema capitalista vivió también de los recursos de los sistemas no capitalistas. Entonces, a partir del momento que el sistema está cerrado, ¿no estamos en la situación que Marx consideraba aquella en que la crítica del capitalismo se efectivizará, de alguna manera, en los hechos?
La competencia por el empleo entre los adultos y menores
FC: ¿Pero no hay mecanismos de determinación del nivel de salarios de tipo muy particular, como los que usted identifica a propósito del trabajo infantil?
CM: Efectivamente, publicamos con algunos colegas del ORSTOM, comprometidos como yo en el plano político, en particular Bernard Schlemmer y Francis Gendreau, un trabajo en el que tratamos de comprender por qué el trabajo infantil ha tomado tanta amplitud. Y aquí también existe una lógica que es propia del sistema capitalista, pero no necesariamente de las sociedades de las cuales estos chicos son parte. Esas sociedades en sí mismas no hacen trabajar a los chicos para generar ganancia; son llevadas a hacerlo por las condiciones económicas a que están sometidas. ¿Cuáles son estas condiciones económicas? Una vez más, es la reducción del nivel de salarios a niveles tan bajos que los niños pasan a ser competidores de sus padres. El juego de la explotación y del mercado hace que los niños eliminen a sus padres del mercado de trabajo. Quedan solos en el mercado de trabajo y, desprotegidos, se les paga prácticamente cualquier cosa. Además, lo que es muy importante, la ventaja de hacer trabajar a los niños tiene que ver con el hecho de que tienen trabajo solamente mientras son niños. A partir del momento que pasan a ser adultos dejan de ser interesantes para los empleadores. Esto es desde un punto de vista humano extremadamente grave, porque la persona que deja de ser niño es completamente inutilizable: no hizo ningún aprendizaje, no estudió y es arrojado a la calle. La “pensión” del chico es la calle, va a la calle cuando tiene quince años, aproximadamente. Fue utilizado por el sistema en condiciones extremadamente beneficiosas para los empleadores durante su infancia y luego es arrojado como desecho.
FC: ¿Cuáles son los efectos demográficos de este sistema tan perverso?
CM: Son los siguientes: para sobrevivir, una familia debe tener siempre un hijo trabajando. Esto implica entonces para las mujeres, tener hijos como máximo cada cinco años. Para que siempre tengan chicos trabajando. Quiere decir también que durante cinco años habrá que alimentar a este chico. Al principio parece posible, pero al final se convierte en una tarea demasiado pesada para la madre, en tanto el padre partió, en general por falta de trabajo. Después de cierto tiempo, la madre resulta incapaz de alimentar siquiera a un chico hasta los cinco años, y lo que ahora se ve masivamente es el abandono de niños que no llegan a los cinco años.
FC: Ustedes saben que en el marco de OMC hay algunos gobiernos capitalistas, algunas grandes firmas, que esbozaron una alianza con los sindicatos de esos países sobre el tema de la competencia desleal, denunciando que la producción de mercancías con trabajo infantil constituye una forma de “dumping social”, a lo que seguiría después una autorización a los capitalista avanzados para protegerse. Y un cierto número de sindicatos parecerían dispuestos a adoptar dicho mecanismo. Dicen: protegiéndonos contra la competencia desleal, presionaremos para que el trabajo infantil sea prohibido o controlado ¿Qué piensan del desarrollo de este enfoque sobre el que, confieso, tengo enormes reservas?
CM: Yo también, no creo posible controlar los lugares para establecer si se respeta la ley. No se lo impide, incluso teniendo leyes, en lugares como la India y en otros países donde la ley prevé que los menores no pueden trabajar antes de la edad del final de ciclo escolar. No es posible hacerlas efectiva porque no hay medios de control. No creo que habrá mayores medios de control porque el trabajo infantil sea criticado, o que existan etiquetas que digan que un tapiz fue hecho por menores o no.
FC: Podemos agregar que comúnmente son los mismos grupos industriales que explotan en los países desarrollados una mano de obra adulta, con cierta capacidad de defenderse, los que explotan en los países subdesarrollados a los menores a través de sus filiales. Estos grupos son los que deberían ser atacados directamente, lo que no es el objetivo de la OMC, y no mediante sanciones comerciales...
CM: ¡Absolutamente! Existe además otro factor en juego, pues si en Francia hubo leyes contra el trabajo infantil fue porque para la burguesía era indispensable la formación de los menores, pero también era importante la formación de los futuros soldados. Sabía que podía verse obligada a defenderse en contra de las otras burguesías nacionales. El mantenimiento del trabajo infantil implicaba el riesgo de tener hombres sin el nivel de educación suficiente para convertirse en buenos soldados y trabajadores. Entonces la burguesía local de alguna manera pesó para que los menores no se vieran forzados a trabajar ya que implicaba directamente el futuro de ésta. Pero hoy, ¿quién se preocupa del desarrollo de los chicos en la India? ¿Acaso a la burguesía en ese país, así como la de tantos otros, le importa escolarizar o no? ¡Les importa un comino! Todas las medidas que se dicen haber tomado para salvar a los menores son, para mí, medidas que no tienen ningún efecto real sobre la condición de éstos. Medidas hipócritas que se niegan a ver y menos a tocar los mecanismos que conducen a una baja continua del nivel de salarios, del trabajo poco calificado en todos lados del mundo. El trabajo infantil y el desecho de éstos a la edad de quince años en los países subdesarrollados viene de la mano y se encadena con los mecanismos mundiales de competencia que buscan imponer bajos salarios y trabajo cada vez más flexibles.
Las epidemias, el hambre y las guerras
FC: En L’économie de la vie... me impresionó el capítulo “La lección de Malthus”. Usted propone una interpretación de los mecanismos que están en la base de la epidemia de Sida que está devastando al África, de la hambruna y de esos múltiples focos de exterminio mutuo, provocados o permitidos por la potencias extranjeras, al punto que estos acontecimientos dejan de ocurrir por azar. ¿Esto no expresa una tendencia profunda del imperialismo, en el marco de la mundialización del capital? Por mi parte pienso que estamos confrontados mundialmente a un sistema que está en contracción tendencial, y en este marco fue que leí con mucho interés su libro de 1997.
CM: Creo que efectivamente el capitalismo actualmente tiende a intentar obtener, o más exactamente a provocar, la deflación de las poblaciones en ciertas regiones; y esto se traduce en los fenómenos que citamos, como las epidemias o las masacres. Hoy, debido al aumento de la productividad del trabajo y de la pobreza, que es una barrera al consumo, hay cada vez menos necesidad de un proletariado pobre. Un continente como el africano hoy no es considerado como antes, una fuente bienvenida de mano de obra barata para ser explotada ya sea en las grandes ciudades y en las plantaciones, o incluso en Europa. Esta población se transformó en una carga y en una amenaza. Pero el sistema capitalista mundial se dotó de medios para incidir en la evolución demográfica, porque convirtió a la mayoría de los países africanos en dependientes en el ámbito de la subsistencia. La importación de productos baratos, producidos en los países industriales en condiciones de alta productividad, por lo general subvencionados por los gobiernos exportadores y locales, e incluso a veces gratuitos, era necesaria para contener los precios alimentarios y por esta vía el costo de la mano de obra urbana de los países importadores. Pero al mismo tiempo, esta política trababa el desarrollo de la agricultura de subsistencia para consumo local, colocándola en condiciones insoportables de “competencia”. Esta agricultura está en regresión casi en todos lados, y en algunos prácticamente desapareció. ¿Por qué hay tantas enfermedades que no se curan en África, por qué se perpetúan tantas masacres? No digo que sea deliberado y permitido por el capitalismo, pero es un efecto global del capitalismo, que ya no necesita más de esta población demasiado numerosa, después de haber provocado su crecimiento y destruido sus propias formas de agricultura.
FC: ¿Cómo caracteriza usted las guerras contemporáneas, como las de Liberia, Sierra Leona, o en la región de los Grandes Lagos, en África?
CM: Es justamente el problema que me cuestiono y sobre el que trabajo actualmente. Debo viajar a Alemania para un congreso sobre guerras en África, y mi intención –para lo cual me gustaría tener testimonios y elementos– es hacer entender que se trata en realidad de otro tipo de guerra. Antes eran las guerras coloniales. Un país colonial hacía una guerra y conquistaba un territorio proporcional al poderío de dicha potencia. Esta implicaba a veces territorios muy importantes. Ahora, creo que son guerras provocadas por el interés de compañías capitalistas privadas, que utilizan mercenarios y se dividen los territorios de manera proporcional a sus poderíos e intereses. Sabemos por ejemplo que De Beers trabaja en el antiguo Congo, que mantiene aún intereses allí y desplegó mercenarios por cuenta propia en el marco de la guerra civil de aquel país. Hace lo mismo en Angola. Le Monde publicó un artículo donde el presidente o uno de los más altos responsables de De Beers explica y admite incluso la implicación del grupo en la guerra.

 

Recuadro I
“Antropología y materialismo histórico”
(Extractos de Terrains et théories, Editions Page deux, 1999, pp. 15-17)
Al contrario de los enfoques idealistas que no pueden encontrar en las sociedades más que aquello que “programaron” arbitrariamente en la cabeza de la gente, el materialismo histórico toma la especificidad de los sistemas sociales a partir del examen de los hechos y de las actividades observables. Revela así las formas de organización que ordenan cada sociedad para cumplir la función a la que están subordinadas todas las otras: producir y reproducirse, física e institucionalmente. En tanto histórico, incorpora el tiempo como agente orgánico de las génesis, de las transformaciones, de la decadencia, animando los modelos periódicos en dirección a su propia metamorfosis. En tanto dialéctico, da cuenta inteligiblemente de las contradicciones que se anudan y se desanudan bajo los efectos de las fuerzas sociales, políticas e ideológicas, montadas para movilizar, orientar o avasallar el trabajo y la vida. Por esto el materialismo histórico representa el único enfoque que liga el rigor científico con la determinación de un objetivo político que no sea el producto de una apologética, sino la secreción inevitable del saber. Si el materialismo histórico es combatido por sus adversarios como si se tratara de una escuela de pensamiento y no del producto mejor logrado de la ciencia aplicada a las sociedades humanas, es porque éste no puede más que revelar y desmontar los mecanismos de explotación y dominación. En esas condiciones, todo indica que el materialismo histórico es el enfoque más apropiado para examinar a las sociedades etnológicas. (…) Pero los conceptos que propone no implican un saber previo. Se trata efectivamente de construir la teoría de la práctica y no la filosofía de una teoría. El materialismo histórico se opone, entonces, tanto al liberalismo clásico que aplica a todas las sociedades históricas las mismas categorías (capital, dinero, productos, contrato, propiedad, etc.), como al materialismo burocrático que las encierra en esquemas preconstruidos. Marx nos enseñó, en efecto, que los objetos y las instituciones no adquieren realidad más que en un contexto social determinado. Que los objetos son de naturaleza diferente según las relaciones sociales que éstas polarizan, y cuyas funciones varían según las sociedades en las que circulan, lo que obliga a un esfuerzo analítico y semántico raramente emprendido. Un mismo bien que en las manos de un príncipe está destinado a ciertas gratificaciones susceptibles de reforzar simbólica o materialmente los lazos de dependencia personal se transforma, en manos de un comerciante, en el medio para realizar una ganancia. Sólo es mercancía en el segundo caso, y el hecho de que el príncipe adquiera y vuelva a ceder dicho objeto no lo convierte en un comerciante. No podemos en estas condiciones hablar de “capital”, de “propiedad”, de “valor-trabajo” o de “dinero” indiferentemente, sin analizar previamente si el contexto social es un generador posible. Una de las exigencias fundamentales de las ciencias sociales implica entonces dotarse de un vocabulario también riguroso con el fin de no reducir las diferentes realidades unas de otras por transferencias semánticas. El verdadero objeto del materialismo histórico es el trabajo y no la propiedad. El trabajo a la vez liberador de las necesidades del cuerpo y sumisión del esfuerzo físico. El trabajo, sustancia de todas las formas de organización social y política, sobre el que se fundan y se articulan todas las libertades y todas las explotaciones que no son todavía más que el reverso unas de las otras. El trabajo que, para la mayoría de los hombres y las mujeres, no puede interrumpirse salvo muriendo. Los “marxistas” tienen razón al recordar a los economistas de la clase dirigente que los problemas se anudan al nivel de la producción y no de la circulación. ¿Pero hace falta recordar que la producción tiene su raíz en el trabajo, y que el trabajo, para casi toda la población, es una preocupación primordial que da forma a su manera de pensar y ordena su comportamiento?

 

Recuadro 2
“El hambre, la enfermedad y la guerra: la lección de Malthus fue comprendida”
(Extractos de L’économie de la vie. Démographie du travail. Editions Page deux, 1997, págs. 106-109).
El crecimiento demográfico de posguerra es efecto de la política llamada de “desarrollo”, destinada a favorecer el abastecimiento de las firmas de origen extranjero en materias prima y mano de obra. Las inversiones capitalistas en los países subdesarrollados buscaban hasta mediados de los años setenta, no solamente nuevos mercados, sino también mano de obra urbana local barata con relación al precio de la mano de obra en los países ricos. La débil productividad agrícola de subsistencia permitía hasta cierto punto asegurar la reproducción familiar y el empleo de una parte de los trabajadores desempleados o demasiado viejos y sin ninguna seguridad social, pero no permitía alimentar también de manera prolongada la formación de una mayor mano de obra urbana. La importación de productos baratos producidos en los países industriales en condiciones de alta productividad, por lo general subvencionados por los gobiernos exportadores y locales, y a veces gratuitos, era necesaria para contener los precios alimentarios, o sea, el costo de la mano de obra urbana de los países importadores. Pero al mismo tiempo, esta política trababa el desarrollo de la agricultura de subsistencia local al colocarla en una situación de competencia insoportable. La política de “desarrollo” animó la emigración rural hacia las ciudades donde el costo relativo, en tiempo de trabajo, del alimento comprado con un salario era relativamente menor que de aquella producida en los poblados. Entonces la demografía de las ciudades no dependió más de las idas y venidas climáticas ni de la productividad agrícola de subsistencia de las comunidades campesinas, sino del volumen de importaciones alimenticias y del acceso en función del nivel de salarios, de la continuidad del empleo y también de las formas populares de ayuda mutual. En los decenios 1950-1970, las poblaciones urbanas se beneficiaron de esta manera de un acceso relativamente estable y duradero a la alimentación, en contraste con los vaivenes de la producción agrícola rural, ofreciendo entonces mejores condiciones de subsistencia a los niños, mejorada por la situación sanitaria y hospitalaria. La baja de la mortalidad infantil que siguió, empero, no fue acompañada por una baja proporcional de la natalidad entre los primeros emigrantes urbanos, provocando un alza del umbral de crecimiento poblacional.
Esta situación se invirtió en los años setenta. La demanda industrial en fuerza de trabajo en los países subdesarrollados bajó en razón de los nuevos niveles de productividad logrados en la industria mundial, que necesita de menos obreros pero más calificados. Las actividades que subsistieron entonces en esos lugares debieron utilizar, bajo efecto de la competencia, una fuerza de trabajo todavía más barata, contribuyendo a constituir aquello que llamamos “el sector informal”. La demanda de fuerza de trabajo disminuyó entonces de manera drástica en el curso de la última década en los países subdesarrollados situados en la órbita capitalista. Esta población que creció en los decenios precedentes bajo los efectos de la política de importación alimenticia y del empleo descriptos, está hoy en una situación de sobrepoblación relativa. El problema para la economía capitalista que la creó es hacerla desaparecer sin hacerse cargo. Ideológicamente, se la presenta como una superpoblación absoluta, confundiendo la población actual con las predicciones de una futura población gigantesca y aterrorizante, pero en este momento imaginaria. Prácticamente, se aplica a esas poblaciones hoy excedentes una política inversa de aquellas que se les impuso cuando era fuerte la demanda de mano de obra poco calificada. Las políticas de “ajuste” del FMI consisten, de aquí en más, en elevar el costo de la alimentación en las ciudades y reducir o suprimir los servicios públicos destinados a la conservación y a la reproducción de la vida. Ahora que el desempleo prevalece, ya no es necesario hacer bajar el costo de la fuerza de trabajo bajando el precio de las necesidades de la vida: la competencia entre los trabajadores alcanza. Se espera que debido a esta política feroz los trabajadores “excedentes” vuelvan al campo; lo cual viene ocurriendo a baja escala, en razón de la dificultad de restauración de las tierras, de la readaptación a la agricultura, y a menudo también a causa de la inseguridad en el campo provocada por la miseria o la proliferación de ejércitos. Para esas poblaciones, bloqueadas en las ciudades o libradas al bandidaje, tal política lleva a la hambruna, a la enfermedad y a la muerte. El control de la demografía de los pueblos explotados por medios demográficos (control de natalidad, esterilización, etcétera) fracasó. Se estable una forma de control mediante el hambre, la enfermedad y la muerte, más eficaz y más cruel, con el pretexto de la “racionalidad económica” y el “ajuste estructural”: la lección de Malthus fue comprendida.

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