Las manifestaciones de protesta global de los últimos años colocan un freno a los atropellos del neoliberalismo, socavan el triunfalismo de la derecha y favorecen la reversión de las relaciones de fuerza favorables al capital. Los movimientos antiglobalistas promueven valores emancipatorios y revitalizan la solidaridad internacionalista entre los pueblos oprimidos.Las organizaciones que impulsan estas acciones alientan la aplicación de la tasa Tobin, que es un impuesto progresivo aunque muy insuficiente a las transacciones financieras. La conquista de este gravamen a través de la movilización fortalecería la resistencia popular, pero su instauración a través de las instituciones vigentes y como una simple medida regulatoria del movimiento de capitales, no beneficiaría a los trabajadores. Hay que orientar la lucha por este impuesto hacia una redistribución de ingresos en favor de los oprimidos y no como una sanción a los especuladores que premie a los empresarios. Cómo el gravamen sólo puede instrumentarse en los grandes centros financieros, la campaña por su aplicación en los países periféricos tiene menos relevancia que la batalla por la anulación de la deuda externa.
Esa moratoria genera una necesidad imperiosa para enfrentar la crisis y su aplicación en gran escala no sería fácilmente absorbida por el sistema financiero internacional. La experiencia reciente demuestra que la efectividad de esta medida depende de la aplicación de iniciativas antiimperialistas complementarias.
Los principios de la ganancia y la competencia son incompatibles con las metas laborales, ecológicas y redistributivas pregonadas en las plataformas alternativas al neoliberalismo. Estos objetivos no pueden alcanzarse con regulaciones keynesianas, sino que exigen avanzar hacia la erección de una economía de propiedad colectiva y gestión planificada. Cualquier modelo de capitalismo antiliberal reproducirá los padecimientos actuales, mientras que el socialismo abrirá un horizonte de emancipación real.
El FMI y la OMC no son reformables al servicio de los pueblos. Estos organismos no sólo viabilizan la “dictadura de los mercados” sino que canalizan la acción tiránica del capital. El trasfondo de la lucha mundialista es un antagonismo social entre explotadores y explotados, que no se supera a través de la acción ciudadana. Es oportuno radicalizar esa resistencia y definir objetivos emancipatorios.
Un pujante movimiento de protesta global ha transformado en los últimos años cada reunión internacional de altos funcionarios, banqueros e industriales en jornadas de lucha contra el neoliberalismo. Los directivos de las corporaciones están acosados por masivas manifestaciones que frustran sus encuentros en cualquier ciudad del mundo. La caracterización de estas acciones exige analizar la dinámica del movimiento y los programas que discuten sus impulsores.
La dinámica de la protesta global
Las movilizaciones comenzaron en 1996 con el encuentro convocado por el zapatismo y tomaron cuerpo en Londres, Amsterdam y Colonia durante las manifestaciones contra el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI). De estas acciones surgieron los organismos que coordinaron a finales de 1999 las marchas de Seattle contra la “ronda comercial del milenio” de la OMC y que dirigieron las manifestaciones de Washington, Ginebra y Praga. En el encuentro de Porto Alegre a principios de 2001 se conformó un foro de propuestas alternativas frente a la cumbre empresaria de Davos y esta discusión se profundizó durante los encuentros que rodearon las marchas de rechazo al Acuerdo de Libre Comercio de América (ALCA) en Buenos Aires y Quebec
[1].
Al plantearse como objetivo de lucha bloquear las reuniones del FMI, BM, OMC y el G 8, los organizadores de las protestas apuntan sus cañones contra las principales instituciones del capitalismo actual. Este es el principal mérito de sus acciones y la causa de su ascendente influencia. Proclamando que “adonde ellos se reúnan, allí estaremos”, los convocantes congregaron este año nuevas multitudes en Gotemburgo, Barcelona y Génova y han obligado a los magnates a programar sus próximas reuniones en lugares tan remotos cómo Qatar o en naves ancladas en alta mar.
Las protestas expresan el rechazo al aumento de la pobreza, la explotación y la desigualdad social que ha generado la ofensiva del capital sobre el trabajo. A diferencia de los movimientos precedentes, estas acciones conforman una resistencia que actúa a escala mundial. Esta globalización de la lucha expresa un principio de reacción popular frente al salto registrado en la mundialización del capital. Siguiendo el mismo camino de las corporaciones y los bancos, los movimientos irrumpen en los cinco continentes y coordinan su acción a escala planetaria.
El internacionalismo es el rasgo más significativo de esta protesta. Retoma la tradición de solidaridad que rodeó en las últimas décadas a los grandes hitos revolucionarios (Cuba, Viet Nam y Centroamérica). El movimiento actual no surge para apoyar una lucha específica, sino para enfrentar los atropellos que produce la mundialización capitalista. Esta resistencia contribuye a recrear la conciencia internacionalista y a recuperar el impulso de una batalla sin fronteras de todos los oprimidos.
El éxito de las manifestaciones reanima al activismo progresista. Luego de las victorias obtenidas al doblegar el AMI y frustrar las negociaciones de Seattle se multiplicaron las marchas en Europa, reapareció la acción masiva en los Estados Unidos e irrumpieron movilizaciones sin precedentes en el Canadá. Todos los participantes de Porto Alegre coincidieron en describir el entusiasmo, la alegría y la euforia que predominaron en ese encuentro.
Las movilizaciones han creado un nuevo clima que socava el triunfalismo de la derecha neoliberal, recompone la confianza en la lucha y facilita la reversión de las relaciones de fuerzas favorable al capital que prevalece desde hace más de una década. Los periodistas registran este cambio cuando describen cómo “los anticapitalistas han venido ganando la batalla de ideas” a través de sus “éxitos” y su “ascendente influencia”
[2]. Otros confiesan su pesar por la capacidad de “los manifestantes globofóbicos para colocar bajo acoso a los organismos mundiales”
[3]. Incluso las grandes corporaciones han recibido el impacto y por eso se empeñan en campañas publicitarias para ocultar su responsabilidad en la expansión del trabajo infantil en el Tercer Mundo. Un logro del movimiento radica justamente en haber impuesto estos temas en la agenda de la prensa.
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Los mismos periódicos que hace pocos años declaraban el “fin de la historia” y el “triunfo definitivo del mercado” se sorprenden ahora frente a la aparición de un movimiento que denominan “anticapitalista”. Este giro es un efecto del desconcierto que ha creado la protesta en curso entre las corporaciones y sus gobiernos.
El significado internacionalista
El desarrollo de la resistencia militante contra el FMI, la OMC y las empresas transnacionales coincide con el florecimiento de corrientes oscurantistas, irracionalistas y fundamentalistas que también se oponen a la mundialización del capital. Ambos movimientos son radicalmente diferentes porque el primero promueve el internacionalismo y la solidaridad entre los pueblos mientras que el segundo rechaza esta cooperación, confronta a un pueblo con otro y defiende la superioridad de una etnia o la supremacía de cierta religión.
Los movimientos de resistencia promueven valores emancipatorios (democracia, igualdad, cooperación) y buscan aproximar a los oprimidos de todos los países, superando las rivalidades generadas por la creciente polarización mundial del ingreso. En estas mismas luchas internacionalistas convergen corrientes socialistas con vertientes reformistas críticas al “capitalismo salvaje” y tendencias nacionalistas defensoras del proteccionismo. Todas estas expresiones participan de una lucha progresista y común de sostenimiento de las reivindicaciones de las clases oprimidas.
A diferencia del nacionalismo reaccionario predominante en Afganistán, Yugoslavia o Uganda, los manifestantes de Seattle y Porto Alegre promueven la integración de los pueblos y no la división entre las víctimas de la opresión imperialista. Desde esta perspectiva, también apoyan los legítimos reclamos de los países periféricos golpeados por la liberalización financiera, la apertura comercial y la fractura industrial.
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La resistencia mundialista también refleja la revitalización de la lucha obrera internacional que se registra desde la huelga francesa de 1995 y los posteriores avances sindicales concretados en varias naciones (los Estados Unidos, Corea del Sur, Sudáfrica y el Brasil). Estas acciones han creado el marco propicio para la inédita confluencia en marchas comunes de organizaciones como la AFL-CIO norteamericana con estudiantes antiimperialistas, ecologistas, feministas y campesinos.
Al proclamar que el “mundo no es una mercancía” y colocar al capital en el banquillo de los acusados, los movimientos de resistencia sacuden la conciencia popular y favorecen la discusión sobre el “otro mundo posible”. Al cabo de una década dominada por la implosión de la URSS y el desmoronamiento del ex “bloque socialista” este debate contrabalancea la ofensiva ideológica neoliberal y brinda un marco promisorio para la intervención de las corrientes socialistas.
Los jóvenes manifestantes contra la globalización capitalista no arrastran la carga de frustración que acumula gran parte de la generación del setenta, luego del fracaso de varias apuestas revolucionarias. La nueva resistencia contribuye a una renovación generacional, que empalma con cierta de superación de estas decepciones políticas y favorece la reconstitución de la conciencia socialista.
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En el movimiento mundialista ya resurgió la discusión sobre problemas tradicionales de la izquierda que los “cientistas políticos” consideraban perimidos. La orientación de las próximas movilizaciones ha exigido retomar las controversias sobre los métodos de acción (de masas, foquistas, violentos, pacíficos).
[7] Lo mismo ocurre con los debates sobre las formas de organización (partidos, movimientos, asociaciones) que corresponden al desarrollo inmediato y estratégico de esta lucha.
Muchas corrientes socialistas que participan en esta batalla apuestan a radicalizar su desarrollo apuntando al objetivo de erigir una sociedad sin explotadores ni explotados. Esta perspectiva choca con las tendencias reformistas que participan activamente en los movimientos y están igualmente interesadas en liderar su evolución. Hasta el momento, todas las vertientes coexisten en el marco democrático, abierto y pluralista que ha creado la acción común. Esta convivencia potencia el desarrollo de la resistencia mundialista al mismo tiempo que estimula la oposición entre propuestas radicales y moderadas, proyectos antiimperialistas y “humanizadores del capital”, y planteos de reforma o emancipación del capital. El programa del movimiento es el eje de esta confrontación.
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El problema de la tasa Tobin
La implantación de la tasa Tobin es una de las principales reivindicaciones de los movimientos de resistencia. Esta propuesta es impulsada desde 1998 por la asociación ATTAC, un organismo surgido en Francia que concitó una gran adhesión internacional a través de sus campañas de denuncia del rol parasitario del capital especulativo. Sus organizadores se proponen desarrollar un “movimiento de educación popular orientado hacia la acción”.
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ATTAC alienta la imposición de un impuesto a las operaciones de compra y venta de divisas, destacando que sólo entre el 3% y el 8% del total de las transacciones cambiarias diarias corresponden a actividades comerciales. Estima que el gravamen desalentaría la especulación al tornar oneroso entrar y salir del mercado y permitiría, además, una redistribución de los fondos recaudados hacia mejoras sociales en los países periféricos.
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La iniciativa presenta muchos matices, pero básicamente constituye un impuesto progresivo al capital financiero en favor de los sectores más empobrecidos de la sociedad porque se busca canalizar el dinero obtenido hacia necesidades sociales de la población de los países subdesarrollados. La implantación de este gravamen a partir de la acción popular permitiría una redistribución de ingresos que reforzaría la cohesión social, la confianza política y la capacidad de lucha de los explotados.
La tasa Tobin es una iniciativa que sólo podría aplicarse a escala internacional. Su implementación es inviable fuera del radio de los cuatro o cinco mercados que en Europa, los Estados Unidos y el Japón concentran la totalidad de los movimientos cambiarios. La aplicación de este impuesto destruiría todas las fantasías que se han tejido en torno a la “inmaterialidad del dinero” y la consiguiente de imponer tributos a los “flujos financieros” en la “era de la información”. La tasa podría recaudarse prácticamente en Nueva York, Londres, París, Francfort y Tokio si se estableciese una coordinación para su cobro. Su evasión conduciría a una batalla ulterior contra los encubridores del delito.
El alcance mundial del gravamen facilita también la lucha internacionalista contra la acción depredadora del capital financiero. En este plano se asemeja a reivindicaciones democráticas de alcance universal como la exigencia de juicio y castigo a los criminales que han cometido genocidios y gozan de impunidad en sus refugios nacionales (por ejemplo, Pinochet). Obviamente, es necesario reconocer primero la validez de ambos reclamos para trabajar por su obtención. Juzgar internacionalmente a los criminales o penalizar impositivamente a los capitales financieros son legítimos reclamos populares cuya instrumentación práctica puede asumir distintas modalidades.
En algunas discusiones se ha planteado, sin embargo, que la tasa Tobin es una “utopía reformista” porque provocaría un recargo del costo de las transacciones sin impedir los movimientos especulativos. Y es cierto que el gravamen no eliminará estas manipulaciones financieras que se expanden y contraen siguiendo el impacto del ciclo económico sobre la moneda y el crédito. Este hecho no anula la legitimidad de reclamar la aplicación de un impuesto progresivo a esas operaciones especulativas. Como todos los gravámenes de este tipo, su aplicación no corregiría ningún desequilibrio del capitalismo, pero permitiría mejoras de las condiciones de vida de los oprimidos a costa de los poderosos.
La experiencia indica que la obtención de estas conquistas contribuye a la lucha por el objetivo socialista cuando a través de victorias mínimas se apuntala el combate estratégico por erigir una sociedad libre de explotación. La discusión sobre la tasa Tobin más que girar en torno al impacto fiscal exacto del gravamen debe concentrarse en su influencia como instrumento de movilización de los oprimidos: lo que importa es su efectividad para facilitar conquistas que consoliden la fuerza política y las posiciones de lucha de los trabajadores.
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Se argumenta a veces que el impuesto es menos radical que las propuestas formuladas por Keynes en favor de la “eutanasia del rentista”. Esta opinión es discutible porque el precursor de la heterodoxia era más conservador que su discípulo Tobin y es muy dudoso que promoviera medidas más radicales. Además, en la versión actual que proponen los movimientos mundialistas se incluye el componente internacional redistributivo que es el aspecto más progresista de la iniciativa. Es también indudable el carácter insuficiente de esta iniciativa para alcanzar los objetivos que se propugnan.
Por eso algunos programas de ATTAC ya contemplan la extensión de la tasa Tobin a los mercados complementarios de la plaza cambiaria (títulos y acciones) y la introducción de impuestos a la inversión directa. Estas propuestas son tan importantes como las medidas de combate radical a la evasión (supresión de los paraísos fiscales y eliminación del secreto bancario) que también se han incorporado a esas plataformas.
[12] Pero el impacto positivo de cualquiera de estas iniciativas dependerá de su imposición desde abajo mediante la movilización.
Cómo batallar por el impuesto
La tasa Tobin es abiertamente rechazada por los neoliberales. Afirman que la interferencia de la actividad cambiaria conspiraría contra la estabilización espontánea de este mercado y señalan que provocaría la emigración de capitales hacia los paraísos fiscales desgravados de toda imposición.
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Pero ponderar el “equilibrio natural” del mercado cambiario es tan inadmisible como ignorar que la cobranza del impuesto recaería principalmente sobre diez operadores localizados en Nueva York y Londres. La temida “emigración de capital” no sería un proceso espontáneo, anónimo e incontrolable sino un acto de evasión que exigiría adoptar medidas punitivas y sanciones a quienes eluden el pago del gravamen.
Lo que está en juego no es la optimización de la actividad bancaria sino una redistribución de los ingresos acumulados por los grupos dominantes. Los neoliberales rechazan la tasa Tobin porque defienden al capitalismo a ultranza e identifican el bienestar con la acumulación y el progreso con las ganancias; desconocen que el avance de la sociedad requiere batallar contra el capital y no seducirlo, socavar el reinado del mercado y no apuntalarlo, eliminar la expropiación de la plusvalía y no eternizarla. Si la tasa Tobin entorpeciera la “búsqueda de capital” canalizando una mayor porción del ingreso hacia el grueso de la población sería un avance y no un obstáculo para el desarrollo social.
Pero si los neoliberales presentan un simple impuesto como un peligroso obstáculo para el funcionamiento del capital, muchos de sus promotores magnifican la incidencia de este gravamen y le atribuyen la capacidad de eliminar los excesos especulativos para favorecer la reinversión productiva.
[14] Esta visión responsabiliza exclusivamente a los financistas de los desequilibrios actuales y por eso denuncia tan detalladamente cómo Soros ataca las monedas, impone devaluaciones y desata fugas de capital.
Pero al presuponer la existencia de una rígida división entre especuladores e industriales, este enfoque ignora la articulación de ambos grupos en torno a la gestión de las corporaciones, que alternativamente derivan fondos hacia procesos financieros o productivos. Los empresarios son tan culpables como los banqueros de las crisis contemporáneas ya que los dos sectores lucran con la explotación de los trabajadores. Ambos nutren sus beneficios de la misma opresión social y comandan el mismo sistema económico que genera productos excedentes e inaccesibles para las tres cuartas partes de la empobrecida población mundial. B. Gates es tan responsable como Soros de los padecimientos populares.
La tasa Tobin es una iniciativa políticamente progresista porque establece un gravamen al capital y no porque su recaudación sea específicamente financiera. Cualquier tributo a las ganancias industriales debería ser promovido con el mismo entusiasmo ya que castigar a los banqueros “parasitarios” para apuntalar a los industriales “inversores” equivale a incentivar la extracción de plusvalía. Un impuesto a las actividades de las empresas transnacionales, por ejemplo, sería tan conveniente como el gravamen a las transacciones cambiarias.
Ni siquiera en su versión más radical la tasa Tobin podría eliminar las manipulaciones financieras porque el capitalismo austero y ajeno a la especulación nunca existió, ni existirá jamás. Este sistema económico se desenvuelve en torno al uso del dinero, como medio de circulación, instrumento de pago, fondo de reserva y moneda internacional y cualquiera de estas funciones induce a la especulación. Es cierto que el rentismo financiero es un rasgo de la economía contemporánea, pero esta peculiaridad deriva de los desequilibrios existentes en la esfera productiva, donde se gesta la sobreproducción, la caída tendencial de la tasa de ganancia y la estrechez del poder adquisitivo. Sólo una economía de gestión planificada y propiedad colectiva podría comenzar a corregir estos trastornos y por eso hay que encarrilar la batalla por la tasa Tobin en una perspectiva anticapitalista.
La presentación del impuesto como una acción exclusivamente dirigida contra los especuladores tiende a sugerir que su aplicación no provocaría inconvenientes a los empresarios comprometidos con la producción. Esta caracterización choca con la promoción de la tasa a partir de acción popular ya que ningún capitalista inversor, industrial o productivo aplaudiría este debilitamiento de su dominación de clase. No existen dos caminos: el impuesto apunta a favorecer a los explotadores o está destinado a reforzar la lucha de los explotados. Y sólo en este último caso tiene sentido trabajar por su conquista a través de una movilización por abajo.
Tampoco es cierto que la obtención de una tasa Tobin destinada a las necesidades populares será sencilla y que su aplicación será fácilmente asimilable por el capitalismo. Nadie puede predecir cuántos esfuerzos requerirá la conquista de cualquier reclamo. Lo único que se puede afirmar es que será más beneficioso batallar por lograrlos que renunciar a obtenerlos. Las victorias que se logren a través de esta lucha no “estabilizarán al capitalismo” sino que, por el contrario, erosionarán a este sistema y potenciarán el combate por la emancipación socialista.
Una tasa Tobin “fácilmente aplicable” e inofensiva para el conjunto del capital constituiría una medida de regulación financiera totalmente ajena a las necesidades populares. Sería un gravamen semejante al que rigió por ejemplo en Chile entre 1991 y 1997, cuando se obligaba a mantener un 30% de los capitales ingresados al país en calidad de reserva durante un año. Este impuesto, carente de progresividad, simplemente contribuyó a la consolidación del modelo neoliberal y no tuvo ningún impacto favorable a los trabajadores.
La tasa Tobin es un arma de doble filo: como parte de un programa de reivindicaciones mínimas, apoyado en la movilización popular e integrado a una dinámica anticapitalista favorece la acción de los oprimidos. En tanto medida de regulación impositiva instrumentada a favor de las clases gobernantes es otro instrumento de esta dominación.
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La política frente a la deuda externa
Otra exigencia de los movimientos de resistencia es la anulación total de la deuda externa del Tercer Mundo. ATTAC plantea que este reclamo es tan importante como la tasa Tobin para poner fin a la “dictadura de los acreedores”.
Pero ambas reivindicaciones no tienen la misma significación en los países centrales y periféricos, porque la segunda iniciativa sólo puede efectivizarse en las naciones desarrolladas, mientras que la primera es una imperiosa necesidad de los países dependientes. Es cierto que son medidas complementarias, que afectan al mismo capital financiero y que podrían favorecer a las mismas naciones empobrecidas si los fondos recaudados con el impuesto auxiliaran a los países que deben afrontar el desconocimiento de la deuda. Las naciones latinoamericanas, africanas o asiáticas no pueden instaurar efectivamente “tasas Tobin regionales”, porque el impuesto sólo tiene incidencia práctica si se recolecta en los mercados cambiarios metropolitanos.
Por lo tanto, en los países periféricos la campaña por el no pago de la deuda es más importante que la batalla por el gravamen cambiario. En las naciones devastadas por la miseria, el saqueo comercial y la tributación financiera resulta imposible esperar un “efecto Tobin” para resolver los problemas creados por el drenaje de recursos que impone el pago de la deuda.
Particularmente, en Latinoamérica la necesidad de la anulación de ese pasivo se ha replanteado una y otra vez desde la crisis mexicana de 1982. La expectativa de revertir el retroceso social de la región renegociando el compromiso resurge en los momentos de alivio, pero se disipa con la reaparición de la crisis. El pago de los intereses de la deuda genera una hemorragia estructural de divisas que impide superar la asfixia de la producción. En la región existe también una importante experiencia de moratorias fracasadas, cuya repetición también agravaría el ahogo económico.
Numerosos episodios de cesación involuntaria de pago desembocaron en mayores ajustes inflacionarios o deflacionarios. Así ocurrió en México después de 1982, en Bolivia en 1985, en el Perú a mitad de los 80, en la Argentina entre 1989 y 1990 y en el Ecuador el año pasado. Fueron experiencias traumáticas que los neoliberales presentan como efectos del “no pago de la deuda”, cuando en realidad fueron consecuencia del agravamiento de la hipoteca. Estas situaciones precipitaron el caos económico y condujeron a un descrédito del reclamo de la moratoria, que los gobiernos derechistas utilizaron para implementar políticas de privatización y atropello al pueblo.
Por eso cuando se propone no pagar la deuda hay que explicar por qué esta medida no repetirá los catastróficos efectos de esas experiencias. La diferencia radica en que la moratoria premeditada, planificada y voluntaria no es una medida provisional para restaurar la capacidad de pago sino un corte radical y definitivo con el sistema de opresión vigente en la periferia. Implica desconocer la deuda (probadamente ilegítima, fraudulenta y “odiosa”) y abandonar el marco de negociación con el FMI, poniendo fin a las inspecciones de los acreedores.
Concebida en esta perspectiva la moratoria forma parte de un programa antiimperialista integral que necesariamente incluye el control de cambios, la nacionalización de los bancos y el monopolio estatal del comercio exterior. Estas medidas neutralizarían los instrumentos que habitualmente utilizan los acreedores para arrinconar a los deudores mediante fugas de capitales, corridas bancarias y rebeliones impositivas.
Es indudable que este desafío es difícil de sobrellevar aisladamente y por eso corresponde promover la conformación de un “bloque de países deudores”
[16]. Hasta ahora ha sido evidente que las burguesías periféricas prefieren hacerle pagar la deuda a sus pueblos antes que enemistarse con sus socios imperialistas. En muchos casos, esta actitud obedece a que las propias clases dominantes nativas detentan gran parte de las acreencias de la nación. No puede condicionarse el inicio del no pago a la necesaria pero eventual formación de una alianza de deudores.
Como parte de un proceso de transformación anticapitalista los frutos de la moratoria serán provechosos para la población. En esta perspectiva, los recursos ahorrados del tributo apuntalarán la construcción de una economía de gestión planificada y propiedad colectiva.
Dos perspectivas de la moratoria
En la propaganda que frecuentemente difunden algunos compañeros de ATTAC se presenta la anulación de la deuda del Tercer Mundo como un acontecimiento fácilmente digerible por el sistema financiero internacional. Como este pasivo representa tan sólo el 5% del total de las deudas mundiales se estima que los bancos, fondos de inversión y pensión absorberían sin inconvenientes su cancelación. También se remarca que esta medida no obstruirá la presencia de los ex deudores en el mercado mundial y se evalúa que la moratoria tendría efectos semejantes a la cancelación de los pasivos de los Estados Unidos en el siglo XIX, Rusia en 1918 y varios países latinoamericanos después de 1930. Se estima que esta anulación “no producirá ningún cataclismo” y que permitirá reducciones de la deuda semejantes a las obtenidas por Polonia en 1991 y Rusia en 1998.
Pero esta caracterización intenta probar lo indemostrable: que una moratoria en gran escala no entraña riesgos para el capitalismo. Esta suposición no tiene ningún fundamento porque nadie sabe cual sería el impacto financiero de esta medida. Quizás los acreedores puedan absorber la pérdida pero también podría ocurrir lo contrario. Para ciertos bancos sería un hecho secundario pero otros sufrirían un colapso. Estas alternativas no dependen simplemente del monto del pasivo sino también de las condiciones económicas vigentes al momento de efectivizar el no pago. Aunque la deuda del Tercer Mundo constituya apenas el 5% del total, este monto no es irrelevante para los acreedores. A veces, una pequeña cesación de pagos pasa inadvertida y en otras ocasiones desencadena una crisis mayor. La historia de los grandes cracks está recorrida de episodios aparentemente insignificantes que precipitaron una catástrofe.
Dada la ausencia de coordinación que caracteriza el funcionamiento del capitalismo resulta imposible prever si un escenario pos-moratoria será de pequeñas alteraciones o de gran depresión. Por la misma razón que ningún economista del “mainstream” logró pronosticar cómo, dónde y cuándo ocurrirían las últimas crisis financieras (la mayor sorpresa fue la asiática), tampoco los economistas críticos pueden seriamente presagiar que una moratoria en gran escala será un acontecimiento intrascendente. Si se pretende tranquilizar a los bancos asegurando que el sistema financiero resistiría la prueba, este mensaje es inútil porque los financistas conocen perfectamente los riesgos de una moratoria en cadena en el Tercer Mundo.
Hay que decir la verdad: si el no pago se encara seriamente, los acreedores responderán tomando en cuenta tanto el alcance de sus pérdidas como el efecto político de este acto de soberanía. La moratoria general no es una media inofensiva sino arriesgada y costosa, pero conviene llevarla a cabo porque es más ventajosa que seguir soportando la expoliación eterna. Inicia un camino de emancipación que no será sencillo ni incruento pero que resultará menos duro que el actual sometimiento.
Es por otra parte incorrecto presentar la historia de las moratorias como una secuencia de procesos con final feliz para los deudores. Todas las experiencias recientes de cesación de pagos parciales, forzosas y transitorias terminaron acentuando el encadenamiento de las naciones latinoamericanas, asiáticas y de Europa Oriental. Además, no tiene sentido comparar situaciones de no pago protagonizados por una potencia naciente en el siglo XIX (Estados Unidos) o por países desarrollados en coyunturas posbélicas (Alemania en la posguerra) con los procesos que enfrentan actualmente a los acreedores imperialistas con sus deudores periféricos. En el primer caso la evolución de los pasivos expresa un desenlace de las relaciones de fuerza entre potencias y, en el segundo, situaciones estructurales de subordinación y dependencia.
Es también erróneo asemejar el repudio de la deuda rusa en 1918 con la cesación de pagos del mismo país en 1998 porque una moratoria conectada al avance de una revolución socialista es obviamente diferente a otra vinculada al proceso opuesto de restauración capitalista. Pagar o no pagar tiene un significado completamente distinto en cada contexto y distinguir estas circunstancias es vital para comprender que el elemento central de un proceso económico no es la deuda, sino el régimen social en que se apoya el cumplimiento o incumplimiento del pasivo. El desconocimiento de la deuda podría inaugurar un camino de emancipación si forma parte de una transformación socialista y conducirá a nuevas frustraciones si no altera la vigencia del capitalismo.
Programas y cursos de acción
La tasa Tobin y la anulación de la deuda externa son las dos banderas más difundidas de un programa alternativo integral al neoliberalismo que se discute en las reuniones de los movimientos mundialistas. Esta plataforma incluye impuestos generalizados y coordinados al patrimonio en todos los países, mecanismos para garantizar precios estables de los insumos básicos, medidas de protección arancelaria para los países periféricos, iniciativas de abolición de los derechos de propiedad intelectual, sanciones a la destrucción del medio ambiente y un standard de regulación laboral mundial basado en el respeto a la jornada de 8 horas y la prohibición del trabajo infantil.
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Esta plataforma combina reivindicaciones básicas de los trabajadores (salario, conquistas laborales, derechos sociales) con medidas de defensa de la producción de los países periféricos y propuestas de protección ecológica global. Es un programa que expresa el avance registrado en la mundialización de la economía y la consiguiente imposibilidad de garantizar a escala nacional o regional la vigencia de los derechos sociales, la continuidad de actividades agrícolas e industriales básicas y la defensa del medio ambiente.
Pero lo que frustra la aplicación de estos proyectos es la vigencia de dos principios centrales del capitalismo –ganancia y competencia– que son antagónicos con la cooperación y coordinación requeridos para alcanzar estas metas laborales, ecológicas y redistributivas. Es cierto que algunas reivindicaciones ya fueron conquistadas en muchos países (8 horas de trabajo) y que otras podrían obtenerse. La experiencia demuestra que bajo el capitalismo todo avance popular genera nuevos atropellos que, como la flexibilización laboral, amenazan o neutralizan esos logros. Cuanto mayor es el alcance internacional directo de los problemas en juego (por ejemplo, el medio ambiente) menor es la capacidad del capitalismo para ofrecer remedios parciales.
El capital obstruye intrínsecamente el bienestar de los pueblos y tiende a revertir las concesiones que la clase dominante otorga en los períodos de prosperidad y lucha social. La actual agresión neoliberal contra las conquistas de posguerra es el ejemplo más evidente de esta norma. La perspectiva socialista es la única garantía de realización del programa de los movimientos de resistencia. No es una condición para obtener cada una de las medidas reclamadas, pero sí para asegurar el cumplimiento pleno de estas iniciativas.
Enlazar este programa con medidas de erradicación de la propiedad privada de los medios de producción y avanzar hacia la gestión democrática y planificada de la economía es el camino del éxito. Como es imposible preestablecer qué tipo de ensamble conectará las conquistas obtenidas bajo el capitalismo con medidas de construcción del socialismo conviene evitar rígidos esquemas de separación entre ambas etapas, apostando a su empalme en un solo proceso.
La lucha por esta perspectiva requiere como acertadamente plantean Chesnais, Udry y Serfati
[18] superar el tabú predominante en torno a la cuestión de la propiedad. En las discusiones de los movimientos mundialistas los socialistas deben exponer abiertamente sus objetivos sin ninguna inhibición, vergüenza o cargo de culpa por el fracaso de las dictaduras burocráticas de la URSS y del Este europeo.
Esta política difiere de la estrategia que promueve un retorno a las regulaciones keynesianas de posguerra, sin explicar por qué ese modelo se agotó hace varias décadas. Se omite que el capitalismo antiliberal declinó como consecuencia de la inflación creciente, la caída de la tasa de ganancia, la superproducción y la presión reivindicativa de los trabajadores. Su restauración es improbable luego de los cambios registrados en el funcionamiento internacionalizado del capital, pero incluso esa eventual reimplantación volvería a ser socavada por las contradicciones que erosionaron su permanencia en el pasado. Determinar hasta qué punto ese modelo es reeditable constituye un ejercicio de especulación. Reflexionar, en cambio, sobre las causas de su crisis y caducidad contribuye a esclarecer la necesidad del socialismo.
Los partidarios de un retorno al keynesianismo tienden a contraponer el industrialismo de ese régimen con el neoliberalismo financiero actualmente predominante. Asocian el primer modelo con la inversión genuina y el segundo con parasitismo bursátil. Aunque es indudable que el capital financiero recuperó en las últimas décadas posiciones perdidas en los años 50 y 60, el centro de la acumulación más reciente se localizó en las empresas transnacionales y no en el sector bancario. Estas corporaciones absorben recursos financieros para maximizar el beneficio industrial mediante una reorganización de la división internacional del trabajo. La ofensiva del capital apuntó desde los 80 a incrementar la extracción de plusvalía y a recomponer la tasa de ganancia mediante la canalización de los fondos movilizados por la liberalización financiera. Y este proceso ha sido una acción conjunta de banqueros e industriales.
Algunos enfoques más radicales presentan la reconstrucción de un “capitalismo productivo” como una etapa intermedia hacia el desarrollo ulterior del socialismo. Aquí se supone que la erradicación del neoliberalismo permitiría reconstituir la actividad industrial, lo que a su vez mejoraría la distribución del ingreso, creando un marco óptimo para la erección de un sistema socialista. Este esquema de etapas sucesivas no tiene consistencia lógica, ni precedentes históricos, ni tampoco prefiguraciones empíricas.
El socialismo es una necesidad y posibilidad de la lucha actual y las únicas fases que requiere su implementación son las derivadas de la maduración de este proyecto en la conciencia popular. En este campo no se pueden saltar etapas, porque los tiempos de la evolución política son establecidos por los propios protagonistas del cambio social. En el plano de los objetivos buscados no existe mayor o menor apresuramiento por el socialismo, sino la decisión de apostar o renunciar a esa meta.
Instituciones y mercados
La lucha mundialista contra el FMI, el BM y la OMC plantea el clásico debate sobre la reforma o abolición de estos organismos. Estas instituciones conforman un directorio colectivo de las grandes corporaciones que adapta las reglas competitivas internacionales a las necesidades del capitalismo. No son organismos que puedan transformarse en entes representativos de las aspiraciones del conjunto de la población, porque existen para asegurar la dominación económica de los bancos y las empresas transnacionales. Aunque lograran remontar su actual “desprestigio” y corregir las “distorsiones de sus políticas”, nunca podrían convertirse en entidades del “conjunto de la sociedad”
[19].
Un gran acierto del movimiento mundialista es haber canalizado la enorme hostilidad popular que existe contra estos organismos. Estas campañas de denuncia deben ser profundizadas y no atemperadas con ilusiones de “mejorar la transparencia de la OMC” o “aumentar el auxilio del FMI a los deudores”. Este tipo de expectativas carece de fundamento, porque en estos ámbitos sólo se debate cómo reforzar la apertura importadora de los países periféricos o cómo socializar las pérdidas financieras de los acreedores. “Apoyar a las naciones endeudadas” significa en el lenguaje fondomonetarista aplicar más privatizaciones y ajustes. “Abrir la agenda” de estas instituciones equivale a introducir nuevas medidas de atropello a los pueblos.
Un ejemplo de la política equivocada de impulsar reformas dentro del FMI es la propuesta de establecer una nueva moneda universal, suponiendo que a partir de los derechos especiales de giro (degs) se podrían democratizar las relaciones entre los países.
[20] Se olvida aquí que la moneda no es un instrumento maleable y adecuable a las aspiraciones igualitarias de los pueblos. Expresa concentradamente el poder que los grandes bancos e industriales detentan por ser propietarios de los medios de producción. Manteniendo inalterable este dominio la tiranía del capital no se atenuará, aunque los degs reemplacen al dólar y los promotores de este cambio obtengan voz y voto en las reuniones del FMI. La satisfacción de los reclamos del movimiento mundialista exige la disolución del FMI, la OMC y el BM y su reemplazo por instituciones que favorezcan la cooperación entre los pueblos de todo el planeta.
Algunos autores proponen crear nuevos organismos, priorizando criterios de pluralismo, desconcentración y descentralización.
[21] Toman como modelo a instituciones como la UNCTAD, la OIT y el GATT que antecedieron a los cuestionados organismos actuales. También plantean promover entes surgidos de la integración regional reciente (ASEAN, Unión Europea, Mercosur) y promueven la “desglobalización” para superar la “falta de legitimidad” de los organismos existentes.
¿Pero cuál es la diferencia entre esas “instituciones alternativas” y el FMI o la OMC? ¿No complementan simplemente a estos organismos en temas específicos? Ninguna de las entidades regionales que se forjaron en las últimas décadas defiendan intereses antagónicos a las instituciones que se busca reemplazar. La Unión Europea es el instrumento de las corporaciones del viejo continente y el Mercosur representa a las burguesías periféricas que en la última década llevaron adelante una política de pauperización sin precedentes.
En la periferia, la propuesta de afianzamiento de los bloques regionales apunta a recrear el modelo de sustitución de importaciones e “industrialización hacia adentro” sepultado por el neoliberalismo. Resucitar ese proyecto sin explicar por qué fracasó conduce a repetir la misma frustración. Es cierto que la adopción de medidas arancelarias e impositivas de defensa de las economías nacionales frente a la competencia imperialista resulta imprescindible para evitar la devastación de la actividad local. La validez de estas iniciativas transitorias no justifica retomar el viejo proyecto de desarrollo autocentrado de las naciones dependientes.
Los modelos de capitalismo nacional (o regional) autónomos son más inviables en la actualidad que hace 40 años. No pueden prosperar a largo plazo, porque la internacionalización de las fuerzas productivas impide la conversión de frágiles economías dependientes en prósperas naciones desarrolladas. El acortamiento de esta brecha requiere la adopción de políticas socialistas de gestión planificada de la economía.
Esta conclusión es ignorada cuando se interpreta que el desastre social creado por el neoliberalismo obedece exclusivamente a la “dictadura financiera de los mercados” y no a su fundamento en el régimen capitalista (propiedad privada de los medios de producción, trabajo asalariado, acumulación y plusvalía). El mercado no es la causa de las crisis contemporáneas puesto que preexistió al capitalismo (y perdurará durante un cierto tiempo a su superación) sin provocar los catastróficos desequilibrios contemporáneos. Los efectos desestabilizadores del mercado pueden atemperarse y su acción es parcialmente regulable, pero bajo una gestión planificada. El gran desafío actual es batallar contra la tiranía del capitalismo y no restrictivamente contra sus formas mercantiles.
Estos mismos problemas se extienden al comercio internacional.
[22] Para superar la “irracionalidad del libre comercio, reducir la desigualdad entre países desarrollados y periféricos, “humanizar“ las transacciones y jerarquizar el intercambio cultural hay que desmontar las relaciones de dominación imperialistas. El socialismo es la única vía para alcanzar estos objetivos.
Ciudadanía y socialismo
En los pronunciamientos de los movimientos mundialistas el “ciudadano” es una figura dominante. Se habla de “construir una esfera pública cosmopolita”, ampliar el “espacio público internacional” e introducir “controles ciudadanos” en el FMI y la OMC para recuperar la influencia de la sociedad civil.
Pero estas propuestas no tienen en cuenta que en la misma acción ciudadana confluyen los derechos populares con las formas de opresión. La acción ciudadana expresa conquistas democráticas (como el sufragio universal) y viabiliza también la gestión gubernamental del gobierno de las clases dominantes. La “esfera pública” canaliza protestas y aspiraciones populares, pero refuerza el manejo del Estado por parte de una burocracia privilegiada, que ejercita prácticamente el poder en estrecha asociación con las grandes empresas.
La ciudadanía no es un derecho neutro. Consagra libertades políticas formales, pero afianza la explotación de los trabajadores. Durante los períodos de prosperidad económica (1890-1914, 1945-1975) la expansión de las conquistas ciudadanas siempre estuvo acompañada de la consolidación del dominio burgués. Y no hay que olvidar que la legitimación de ese poder se refuerza cuando se circunscribe la lucha social de los asalariados a una extensión de las fronteras ciudadanas.
El encuadramiento de la lucha mundialista en este restrictivo marco institucional diluye el trasfondo social de la confrontación con el FMI, el BM y la OMC. Se olvida que los manifestantes de Seattle detentan los mismos derechos constitucionales que los banqueros de Davos, pero no su misma capacidad para ejercer el poder. Soros, Camdessus y Rockefeller son tan ciudadanos como cualquiera de los jóvenes que protestan frente a cada cumbre globalista, pero manejan el destino de la sociedad porque son propietarios de los medios de producción. Hay ciudadanos explotadores que oprimen a ciudadanos explotados y la clase dominante utiliza la estructura institucional vigente para borrar este antagonismo.
Bajo el capitalismo la ciudadanía tiende a perder significación real. En la antigüedad griega la posesión de derechos políticos implicaba la participación en los beneficios de la economía y por eso los artesanos detentaban atribuciones negadas a los esclavos. En el régimen social actual la dominación económica se independiza de la esfera política. Los privilegios ya no se nutren de la coacción extraeconómica sino de la propiedad de los principales recursos de la economía. Los capitalistas pueden conceder derechos políticos plenos a los trabajadores reforzando al mismo tiempo su dominación sobre los asalariados. La ciudadanía es un derecho pasivo, cuyo ejercicio habitual preserva la ficción de igualdad política en un sistema fundado en la desigualdad social.
[23]
La radicalización del programa del movimiento mundialista es vital para su desarrollo. Esta dinámica permitirá recuperar conquistas sociales, revertir la relación de fuerzas favorable al capital y forjar nuevos espacios de intervención para la izquierda. Al cabo de una década signada por el neoliberalismo, la voz de los socialistas vuelve a escucharse, su mensaje captura adhesiones y canaliza parte de la rebelión en curso. Los objetivos del socialismo deben formularse con más claridad y determinación en los próximos eventos.
Julio 2001
BIBLIOGRAFÍA ADICIONAL
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- Petras, James, “No sirve luchar en un solo sector”, Rebelión Internacional, 17 de marzo de 2001.
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- Tavares, María, A presentacao: Tobin or not Tobin, Unesp, São Paulo, 1999
[1] Un análisis muy completo del origen y desarrollo de estos movimientos puede consultarse en: Seoane, José y Emilio Taddei, “De Seattle a Porto Alegre”,
Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.
[2] Crook, Clive, “Buenos augurios a pesar de los nervios”,
The Economist (reproducido por
La Nación, Buenos Aires, 31 de diciembre del 2000).
[3] Oppenheimer, Andrés, “El desafío de los globalofóbicos”,
La Nación,Buenos Aires, 3 de abril de 2001.
[4] Aizen, Marina, “Multinacionales, acosadas por los globalofóbicos”,
Clarín,Buenos Aires, 4 de abril de 2001. Véase también: Cockburn, Alexander, Jeffrey Saint Clair, “El nuevo movimiento”,
Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo de 2001.
[5] Argumentos a favor de los movimientos del movimiento mundialista pueden consultarse en: Houtart, François, “La mundialización de las resistencias”,
Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo de 2001; Bernabé, Rafael, “Puerto Rico en el espejo de Québec”, Boletín electrónico IV Internacional, Nº 151, 11 de abril de 2001, Hernández, Juan, “Cinco días que conmovieron al mundo”,
Dialéktica, Nº 12, primavera de 2000. Ver también: Löwy, Michel, “Nationalismes du Sud”,
Critique Communiste,Nº 144, París, invierno de 1995-1996.
[6] Monereo compara el proceso en curso con los acontecimientos que en el siglo XIX desembocaron en la fundación de la Primera Internacional. Monereo, Manuel, “De Porto Alegre a Porto Alegre”,
Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.
[7] Especialmente importante es la actual discusión sobre el carácter contraproducente de acciones foquistas que atentan contra la masificación del movimiento. Boyle, Peter, “La desobeissance civile”,
Inprecor,Nº 453-454, enero de 2001. También Harnecker, Marta, “Se masifica el repudio al neoliberalismo”,
Rebelión, 2 de mayo de 2001.
[8] Este choque político estuvo claramente presente en Porto Alegre como lo reflejan los balances e intervenciones de: Lamas, Miguel, “El foro social mundial de Porto Alegre”,
Alternativa Socialista, Buenos Aires, 7 de febrero de 2001; Löwy, Michel, “Davos et Porto Alegre”,
Inprecor, Nº 456, marzo de 2001; Herrera, Ernesto, “Forum social”,
Inprecor, Nº 456, marzo de 2001; Cajigas, Ricardo. “El foro social mundial de Porto Alegre”.
Herramienta,Nº 15, Buenos Aires, otoño de 2001; Lucita, Eduardo, “Politizar la resistencia”,
Cuadernos del Sur, Nº 31, Buenos Aires, abril de 2001; Ramírez, Roberto, “¿Pero cómo?”
Socialismo o Barbarie, Nº 5, Buenos Aires, marzo de 2001.
[9] Un resumen del origen y desarrollo de ATTAC está expuesto en Cassen, Bernard, “Fauces del mercado”,
Clarín, Buenos Aires, 28 de noviembre de 1999. Un análisis de la dinámica del movimiento aparece en: Rousset, Pierre, “Attac, un mouvement d´education populaire tourne vers l´action”,
Inprecor,págs. 453-454, enero de 2001.
[10] Algunas estimaciones destacan que una tasa del 0,1% sobre los movimientos cambiarios especulativos generaría una recaudación anual de 228.000 millones de dólares. En otros cálculos, la cifra oscila entre 50.000 y 3.000.000 millones. Existen propuestas para destinar este monto en su totalidad a los países subdesarrollados y otras que plantean utilizar también parte de esa suma a un fondo de gastos sociales y ecológicos de las naciones avanzadas. Ver: Toussaint, Eric, “Garantir a tous et a toutes la satisfaction des besoins humains”, CADTM, Bruselas, 2 de abril de 2001. Ver también: Stancanelli, Pablo, “Ciudadanos al ataque”
Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, diciembre de 1999.
[11] Este razonamiento sugiere: Campione, Daniel. “¿Por qué, para qué ATTAC?”,
Reunión, Nº 8, julio de 2000.
[12] Un análisis muy completo presenta: Chesnais, François, “Tobin or not Tobin”, Unesp, São Paulo, 1999.
[13] R. Mundell, por ejemplo, se opone enfáticamente a la “idea idiota” de la tasa Tobin señalando que tornaría más complicada la “búsqueda de capital por parte de las empresas y los países demandantes”,
Le Monde , 27 de julio de 2000.
[14] Esta visión aparece en algunos documentos de ATTAC, como por ejemplo: “El abc de Attac”, Buenos Aires, 2000.
[15] Partiendo de esta caracterización varios diputados de izquierda en el Parlamento Europeo se negaron a apoyar el reclamo de la tasa Tobin cuando esta petición estuvo acompañada de elogios al sistema capitalista. Ver
Le Monde, 19 de junio de 1999 y 22 de enero de 2000.
[16] Toussaint, Eric, “La deuda es fraudulenta”,
Página 12, noviembre de 2001.
[17] Boron, Atilio, “El nuevo orden imperial y cómo desmontarlo”,
Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.
[18] Chesnais, François, Claude Serfati y Charles-André Udry, “El futuro del movimiento antimundialización”. Coloquio Internacional de La Villete, 30 noviembre al 2 diciembre de 2000. Véase
Herramienta, Nº 15, otoño de 2001.
[19] Bond, David, “Defunding the fund”,
Monthly Review, vol. 52, Nº 3, julio-agosto de 2000.
[20] Esta iniciativa es promovida por Boccara, Paul, “Entrevista”, Congres Marx International, París, 1998. Ver también: CGT, Planete, “Plein emploi”, París, diciembre de 2000.
[21] Bello, Waldem, “2000: the year of global protest”,
International Socialism, Nº 90, primavera de 2001; Bello, Walden, “2000: el año de la protesta global”,
Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo de 2001.
[22] Cassen, Bernard, “Repensar el comercio internacional”,
Le Monde Diplomatique, Nº 8, febrero de 2000.
[23] Wood Meiskins, Ellen, “Estado, clase, ciudadanía”,
Cuadernos del Sur, Nº 27, Buenos Aires, octubre 1998.