21/12/2024

Capitales, tecnologías y mundos de la vida. El despojo de los cuatro elementos

Resumen

Este ensayo propone una reflexión sobre el presente cambio de época, visto como una nueva configuración mundial de la relación de capital en sus fundamentos y tendencias, y en particular en la relación fundante entre trabajo objetivado y trabajo vivo. Aborda esta mutación desde el mirador de la historia antes que desde los ciclos y las coyunturas de la economía. En esta perspectiva analítica, la crisis financiera global y el presente desorden en la relación entre capitales aparecen como partes necesarias de violentos procesos de expansión global de la relación de capital y de crisis y reestructuración de la dominación, en donde se gestan nuevos equilibrios y confrontaciones. Esta reflexión ubica el epicentro de estos procesos no sólo en su aspecto aparencial -pero no menos real- de aguda lucha entre diversos capitales, sino sobre todo en su relación de confrontación/resistencia y oposición con el trabajo vivo bajo todas sus formas presentes. Este es uno de los hilos conductores del escrito.

 

A cada dominación le place esconder su nombre. Se hace necesaria entonces la precisión en el lenguaje. Aquello que se suele llamar "modelo neoliberal" y "globalización" es en realidad una nueva conformación mundial de la relación de capital, el nombre que se ha querido dar a una de sus periódicas mutaciones.[1]

La relación de capital es una forma histórica de la relación de dominación- subordinación en las sociedades humanas y de la extracción y reparto del producto excedente del trabajo. Mando despótico, coerción, violencia, explotación, humillación y despojo están en el núcleo de ese proceso social.

Al mismo tiempo, en su movimiento dinámico están la alteración y el revolucionamiento de relaciones sociales precedentes establecidas en siglos, con sus creencias, costumbres y seguridades; y la creación de nuevas posibilidades de conocimiento y disfrute, en potencia y en promesa pero no en la realidad vivida de los existentes mundos humanos de la vida. En aquel movimiento está la destrucción de los antiguos mundos junto a las promesas de otros nuevos, vividas empero como horizonte y como espejismos, contra la realidad de un presente desgarrado en sus socialidades y amenazado de catástrofes bélicas y ecológicas en su horizonte inmediato.

Considerada en el plano histórico, la expansión de la relación de capital se sostiene en dos procesos concomitantes y entrelazados: explotación (apropiación del producto excedente bajo la forma de plusvalor) y despojo (apropiación violenta, o encubierta bajo formas legales, de bienes naturales y de bienes de propiedad comunal o pública). En su análisis del capitalismo contemporáneo, David Harvey ha vuelto con razón a plantear la actualidad del despojo.[2] Pero no se trata de un hecho nuevo o de un retorno de la "acumulación originaria". Pensamos que se trata de un proceso permanente, que forma parte y acompaña siempre al proceso del capital.

Queremos mostrar una expansión sin precedentes de este último proceso y de sus acompañantes contemporáneos: la subordinación de la ciencia al capital, las múltiples formas del despojo y, en consecuencia, las formas e intensidad de la violencia, presente y latente, como componente necesario del proceso y de la intensidad enmascarada de la actual dominación. Queremos también mencionar sus posibles límites.

Comencemos entonces por el comienzo, por la sustancia de las relaciones sociales en la sociedad del capital, aquella que da hoy el color de nuestro tiempo a todas las otras: la relación capital/trabajo, es decir trabajo objetivado/trabajo viviente, en la cual la realidad de los mundos de la vida está en el trabajo viviente bajo todas sus formas siempre cambiantes y siempre renovadas.

El largo asalto contra el trabajo

El incremento de la explotación en la relación salarial, la competencia entre capitales y la acumulación por despojo aparecen hoy superpuestos y combinados, aunque en una escala impensable antes de la expansión de las innovaciones científico-tecnológicas en el último cuarto del siglo XX (informática, microelectrónica, ingeniería genética, nanotecnología). Es preciso no olvidar sin embargo que no se trata aquí de un mero proceso "objetivo", resultado del "progreso" científico-tecnológico.

El uso capitalista de estas innovaciones -es decir, para afirmar la dominación existente, sacar ventaja en la competencia entre capitales y elevar la tasa de ganancia- sólo pudo implantarse a través de una dura serie de batallas contra las posiciones y las conquistas del trabajo organizado. Las puntas avanzadas de esta ofensiva fueron, en los primeros años 80 del siglo XX, la Fiat en Italia contra los trabajadores del automóvil (1980); Ronald Reagan en Estados Unidos contra los controladores aéreos (1981); Margaret Thatcher en Gran Bretaña contra los mineros (1984). Significados y objetivos similares -pero no iguales- tuvieron las dictaduras militares en América Latina, desde Chile (1973) en adelante: Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia, Paraguay, el entero Plan Cóndor. En Argentina tomó desde 1976 la forma de un exterminio selectivo de dirigentes de fábrica, planeado por los directivos de las grandes empresas y ejecutado por las fuerzas armadas.[3]

Se trata de un proceso de larga duración. En 1986, ya avanzado su curso violento, Ernest Mandel lo analizaba en estos términos:

"Hay actualmente un proyecto político y social del conjunto de la burguesía, es decir de los conservadores y de los neoliberales, poco importan los adjetivos. Este proyecto va más lejos que simplemente arrancar cierto porcentaje suplementario en el reparto del ingreso nacional a expensas de las masas trabajadoras, o aumentar la tasa de plusvalor y recuperar la tasa de ganancia.

Aprovechando la depresión económica y el debilitamiento relativo del movimiento obrero -fenómeno general aunque desigual según los países- la burguesía trata de modificar de modo duradero las relaciones de fuerza entre las clases y de institucionalizar esta modificación. En su esencia, esto significa desmantelar las conquistas más importantes del movimiento obrero del cuarto de siglo precedente, si no de los últimos cincuenta años [es decir, desde 1936].

Si se quiere resumir en una sola fórmula esas conquistas, se puede decir que el movimiento obrero había conseguido imponer un aumento cuantitativo del nivel objetivo de solidaridad de clase mediante una combinación de legislación social, fuerza sindical, control sobre el proceso de trabajo y peso político. Esta fórmula puede parecer ‘objetivista’ y vaga, pero es muy real y eminentemente marxista. El peso del movimiento obrero actuó en la sociedad para mejor proteger a todas las capas más desfavorecidas. Este es el contenido más general de todo cuanto ocurrió desde la crisis de los años 30. [...]

Desde el momento en que esas conquistas son parcial o totalmente desmanteladas, la solidaridad disminuye objetivamente. Diferentes capas son golpeadas en formas diferentes y quedan más o menos abandonadas a su suerte, sobre todo los más débiles: inmigrantes, mujeres, jóvenes, inválidos, viejos. Pero el efecto acumulativo de este cambio sobre la clase obrera se vuelve sensible a partir del momento en que el fenómeno alcanza cierto nivel cuantitativo."[4]

Es un hecho ampliamente estudiado que la caída tendencial de la tasa de ganancia a mitad de los años setenta fue uno de los factores determinantes de la reestructuración del capital. La ofensiva contra el trabajo y la intensidad en la introducción de las innovaciones tecnológicas tienen esa raíz objetiva.

Como recordaba por entonces Elmar Altvater, "la crisis no es sino la agudización dramática de la normalidad burguesa".[5] La crisis implica, en apretada síntesis, una destrucción de capital y una desvalorización de la fuerza de trabajo.[6]

Michel Husson, en un estudio reciente, anota:

"La característica principal del capitalismo mundializado es el descenso de la parte salarial, es decir, de la parte del PIB que absorben los asalariados. Esa tendencia equivale, en términos marxistas, a una elevación de la tasa de explotación. Se trata de un resultado sólidamente establecido sobre datos estadísticos indiscutibles y que se aplica a la mayoría de países, tanto del Norte como del Sur."[7]

Esta caída, agrega Husson, se inicia a comienzos de los años ochenta y el ingreso salarial tiende después a estabilizarse en niveles históricos muy bajos.[8]

La desvalorización de la fuerza de trabajo y la flexibilidad laboral han sido desde entonces dos líneas combinadas para elevar la tasa de explotación: comprimiendo salarios reales, suprimiendo mecanismos de control obrero sobre la contratación y uso de la fuerza de trabajo, desmantelando contratos colectivos, destruyendo o reprimiendo la organización sindical, prolongando el ciclo de vida laboral y confiscando derechos laborales universales (salario mínimo, limitación legal de la jornada laboral, derechos de pensión y jubilación, protección de la salud, reglamentación del trabajo femenino, prohibición del trabajo infantil). El aumento del desempleo, la fragmentación del mundo laboral y la delocalización geográfica de empresas e inversiones han sido algunas de las rutas seguidas para romper resistencias.

Resultado: alza tendencial de la tasa de explotación y recuperación de la tasa de ganancia a partir de la segunda mitad de los años ochenta. Esa es la puerta de ingreso a la mutación del cambio de siglo. La secuencia no es obligada pero sí significativa: a la derrota de las resistencias organizadas del trabajo en los centros del capitalismo en Occidente siguió el derrumbe de los regímenes burocráticos en Europa oriental y la expansión desembozada y vertiginosa de la relación de capital en los antiguos territorios de la Unión Soviética, en China, en los países del sudeste asiático.

La nueva universalización del proceso-capital

Vivimos ahora años en que la expansión de la relación de capital atraviesa nuevamente uno de sus grandes ciclos. Bajo la forma de una reconfiguración de las relaciones entre clases, entre naciones y entre capitales -así como de la relación con la naturaleza y el saber humano- ha ingresado en un cambio de época.

Este proceso extiende en la geografía, densifica en profundidad y dinamiza la red de relaciones sociales capitalistas que envuelve hoy al planeta entero. La ampliación mundial de la escala de asalarización de la fuerza de trabajo, la incorporación de inmensos territorios en los nuevos circuitos desregulados del mercado y la ruptura de anteriores barreras naturales y espacio-temporales para la valorización de valor son tendencias constitutivas de este proceso.

El aumento de la población asalariada mundial es un dato revelador de este movimiento. Un estudio del FMI calcula que la fuerza laboral global se ha cuadruplicado en las dos últimas décadas. La apertura de China, la India, el sudeste asiático y América Latina a las nuevas inversiones de capitales, la privatización de bienes públicos, las telecomunicaciones y los flujos financieros expanden geográficamente el proceso del capital, incorporando a millones de seres humanos en los circuitos desregulados del mercado y arrastrándolos en el torbellino generado en los movimientos de las finanzas. [9]

Este movimiento de expansión está acompañado de un creciente dinamismo y densidad del proceso del capital, ambos potenciados por las innovaciones científico-tecnológicas. Entendemos densidad como un cierre progresivo de las porosidades naturales del proceso, así como las nuevas tecnologías están dirigidas también a cerrar los poros del proceso de trabajo.[10]

Las variantes nacionales de este movimiento mundial dependen, por un lado, de la ubicación geográfica de cada país, de su nivel tecnológico, de las condiciones salariales y culturales de su población trabajadora y de la extensión y densidad alcanzadas previamente por la difusión de relaciones capitalistas. Dependen también de relaciones de fuerza sociales y, en muchos casos, de la posibilidad de revertir derechos conquistados en batallas históricas.

Borrar registros de la memoria colectiva, romper resistencias e imponer sobre tierra arrasada el nuevo mando del capital son requerimientos centrales en esta nueva tendencia. Pero, a su vez, existen las pruebas históricas y empíricas de la capacidad de persistencia de la memoria.

El nervio de esta mutación epocal, similar en su alcance a la gran transformación analizada por Karl Polanyi en la Europa de la Revolución Industrial, es la conformación global (planetaria) del proceso. Esta planetarización del proceso-capital, que en la superficie se presenta como una inexorable expansión del mercado y toma la forma de un nuevo e impersonal poder tecnológico, se expresa ahora en las siguientes tendencias:

1. Fragmentación y mundialización de los procesos productivos, es decir, una nueva división espacial de los procesos de trabajo, cuyas fases se sitúan en distintos territorios nacionales integrados en nuevas redes industriales transnacionales. El "auto mundial" y el crecimiento de las maquiladoras fueron manifestaciones tempranas de esta tendencia de desterritorialización y delocalización de la fábrica contemporánea. Fue estudiada desde los años setenta y ochenta del siglo XX por Harry Braverman, Benjamin Coriat, Michel Freyssenet, John Holloway y Marco Revelli, entre otros.[11] La conformación de corredores industriales transnacionales que conectan selectivamente ciudades y puertos de Canadá y México con los mercados de exportación de Estados Unidos son, en América del Norte, una expresión madura de la misma tendencia.

2. Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), como novedad de la composición del capital y como vehículo que amplía y dinamiza el proceso, rompiendo barreras espacio-temporales para la movilidad de capitales. Por primera vez en la historia, y gracias a estas tecnologías, el capital se gestiona las veinticuatro horas del día en mercados financieros globalmente integrados que funcionan en tiempo real.

3. La expansión (en cantidad y velocidad) de la red de los medios de transporte.

4. Las crecientes e incontenibles migraciones de fuerza de trabajo (incluyendo fuerza de trabajo calificada), particularmente de los excluidos del Sur hacia el Norte.[12]

Queremos ubicar el estudio de los grupos dominantes (y, entonces, de la dominación) en América Latina también en la dinámica, la intensidad y los respiros de este proceso.

Monopolio del conocimiento, monopolio de la violencia

La nueva forma que adopta la universalización del proceso-capital se sustenta en la violencia, al igual que las anteriores pero en modo más y más abstracto (o, si se quiere, despersonalizado). El monopolio de la violencia, a su vez, tiene su base en la subordinación del conocimiento a la forma de dominación existente.

Hoy esa dominación se ejerce y se sostiene bajo la forma más concentrada de ese doble monopolio de conocimiento/violencia que se llama la subordinación de la ciencia al capital.

Esta subsunción al capital del conocimiento colectivo formalizado, que amplía y hace más compleja la subordinación ya presente en la Revolución Industrial con la máquina automatizada, es la que se ha venido consolidando en la innovación, crecimiento y expansión aceleradas de conocimientos y tecnologías (informática, microelectrónica, robótica, desciframiento del genoma humano, biotecnología, nanotecnología).

Este proceso es interpretado desde otros campos de pensamiento como el ingreso a una "sociedad post-industrial", a una "era de la información" o a una nueva "sociedad del conocimiento".[13]

La forma presente de la subordinación de la ciencia al capital aparece, desde los años noventa del siglo XX, tanto en el incremento, distribución e intensidad de las inversiones en investigación y desarrollo (I+D), como en el uso direccional de la investigación y las tecnologías: armamento y guerra, procesos de producción, y naturaleza.

La violencia y la guerra (es decir, la guerra como violencia organizada y tecnificada, desde la Antigüedad hasta nuestros días) es una matriz de todo el proceso, cuya esencia es la dominación entre seres humanos. Es imperativo recordar que el actual salto tecnológico, que cuajó en los años setenta con la invención del microprocesador, se incubó durante la Segunda Guerra Mundial con la invención del primer ordenador programable (1946) y del transistor (1947), ambos resortes de los avances tecnológicos de la llamada "era de la electrónica".[14] Cabe recordar también que Sillicon Valley, centro mundial de la microelectrónica a comienzos de los años setenta y matriz emblemática de la actual trasformación tecnológica, contó desde su nacimiento, como ha sido bien documentado, con el financiamiento, los contratos militares y las iniciativas de investigación del Departamento de Defensa de Estados Unidos.[15]

Trabajo, ciencia, naturaleza: subsunciones

Trabajo vivo, naturaleza, ciencia y tecnología han sido, desde los albores de la modernidad, cuatro componentes constitutivos de la relación de capital.[16] Lo novedoso en la presente mutación epocal es el cambio radical que se está operando en las proporciones y relaciones entre dichos componentes.

Una nueva composición tecnológica del proceso de producción aparece en el horizonte como tendencia, de la cual el aumento del peso de la electrónica en el valor del producto (como sucede actualmente, por ejemplo, incluso en la tecnología madura de la industria del automóvil), es tan sólo un ejemplo ilustrativo.

La incorporación de sistemas digitalizados, así como de la informática, la microelectrónica, la cibernética, las telecomunicaciones y la nanotecnología, está revolucionando el ámbito de la producción humana y ampliando en niveles ayer no imaginables la escala de apropiación privada del trabajo colectivo.

En medio de la parafernalia de la llamada "tercera revolución científico-tecnológica" se está conformando una nueva composición tecnológica del proceso de trabajo y de la relación capital-trabajo en el punto de producción (es decir, en el lugar preciso donde entran en contacto el ser humano y la tecnología o, en otras palabras, el trabajo objetivado y el trabajo vivo). El resultado es un acelerado ritmo de crecimiento del plustrabajo por la nueva relación trabajo objetivado/trabajo vivo (o, en términos de Marx, una ampliación gigantesca de la plusvalía relativa).

El capital no es, claro está, una unidad homogénea. La nueva composición tecnológica de los procesos de trabajo se realiza en cada país y rama de la producción de manera desigual, dependiendo de ventajas geográficas y salariales, niveles de productividad y opciones de rentabilidad para las inversiones. Esta diversidad nacional en la incorporación de nuevas tecnologías no niega, sino relativiza, lo que es una tendencia universal del capital en este cambio de época.

Sin embargo, el aumento en la composición tecnológica de los procesos de trabajo presiona al mismo tiempo sobre la tasa de ganancia e impulsa la búsqueda de reservorios de fuerza de trabajo barata y, con ello, la extensión de las relaciones capitalistas.

Un salto cualitativo en la mercantilización de los vínculos sociales aparece en el horizonte, empujado además por la rotura de solidaridades institucionalizadas en los llamados "Treinta Años Gloriosos" (las tendencias y presiones actuales hacia la privatización de los servicios de salud, educación, jubilación antes conquistados como derechos, la imposición de la flexibilidad laboral y la precarización de la contratación.

La subsunción real de la vida humana al capital está transitando hoy, sin embargo, no sólo por formas más sofisticadas de apropiación de trabajo excedente y de difusión de la socialidad abstracta mercantil-capitalista, sino también por la subordinación de la naturaleza y de procesos biológicos que son constitutivos de la reproducción natural de la vida. Una nueva relación de la sociedad del capital con procesos biológico-naturales propios de las especies vivientes (animales, vegetales y humanos) está operando ante nuestros ojos.

En la realización del ser del capital (la valorización de valor, el valor que se valoriza), se despliegan formas antes inimaginables de colonización capitalista de la naturaleza y de la vida humana. La subordinación de los procesos naturales de la vida a los procesos y la dinámica del capital es uno de los fenómenos que bajo formas nuevas, inéditas e inacabadas, define a la actual mutación.

En estas coordenadas la mundialización es también, entonces, una pérdida de dominio de las sociedades sobre su relación y sus intercambios con la naturaleza, en la medida en que ese proceso se autonomiza como proceso autorregulado (es decir, sólo regido por la lógica de la valorización). El aumento de los cultivos transgénicos en Estados Unidos, Canadá, Argentina, Brasil, México, China y la India -más allá de la voluntad de las élites o del signo político de las burocracias estatales- es un ejemplo ilustrativo de este movimiento creciente y expansivo de la sociedad del capital.

Cierto es que, pese a opiniones en contrario, en la mundialización del capital los Estados nacionales siguen siendo la sede principal reconocida de la relación de hegemonía (o, en otras palabras, del vínculo de dominio/subordinación colectivamente aceptado) en cada sociedad dada. Pero esos Estados, mientras mantienen sus límites territoriales, son al mismo tiempo desbordados: regulan cada vez menos los movimientos del capital dentro de sus fronteras, incluidos los cambios en la relación de la sociedad con la naturaleza. Esta es la razón primordial del fracaso de todas las "rondas" de negociación inter-estatales para el control del cambio climático y la degradación de la biósfera, empezando por las negociaciones de Kyoto sobre el control de las emisiones de gases de efecto invernadero.[17]

El fenómeno de la urbanización acelerada y de la expansión y multiplicación de las megaciudades y sus barriadas y cinturones de miseria es otro efecto de la combinación perversa entre acumulación de capital, desregulación, cambio tecnológico y violencia que acompaña a la actual mutación. Los slums, al tiempo que multiplican la población y los dinamismos de la vida humana, ese rasgo tan propio de la "modernidad", cuestionan y degradan conquistas civilizatorias alcanzadas por la vida urbana en procesos pluriseculares.[18]

El despojo y sus nuevos rostros

El despojo no es un episodio cruel del pasado. Junto a la explotación del trabajo en la relación salarial, la acumulación por despojo es un momento constitutivo del capital: una tendencia inscrita en su ser como proceso de valorización de valor fundado en la permanente y ampliada subordinación de trabajo vivo. En este proceso, que Marx se representaba con la imagen de una espiral ascendente, se recrea una y otra vez -exponencialmente- la misma historia contada en la narración de la "acumulación originaria".[19]

El robo, la depredación, el pillaje y la apropiación privada de bienes comunes atraviesan la historia del capital, desde los lejanos tiempos de la conquista de América y el cercamiento de tierras comunales en la Inglaterra de los siglos XVI al XVIII, hasta el saqueo colonial y los mecanismos tributarios del sistema financiero internacional analizados por Rosa Luxemburg al despuntar el siglo XX.

En esta secular tendencia histórica los procesos de acumulación por despojo significan para el capital la resolución de dos necesidades vitales: la existencia de un reservorio de fuerza de trabajo "libre" -obligada a "vender su pellejo" para preservar la vida- y la apertura de nuevas áreas y territorios para la valorización de valor (lo que David Harvey llama "la lógica de la expansión capitalista"). En todos los casos, y sostenidos siempre en la violencia estatal, los procesos de acumulación por despojo transitan por la destrucción de otras matrices civilizatorias y por la incorporación de productores antes autónomos en la red de relaciones salariales del mercado capitalista.

La forma contemporánea del despojo adquiere su expresión visible y condensada en la oleada de privatizaciones de bienes y servicios públicos que ha cubierto al mundo en las dos últimas décadas: tierras, medios de comunicación y transporte (puertos, aeropuertos, carreteras, ferrocarriles, compañías de aviación), telecomunicaciones (telefonía digital y sistemas satelitales), banca y servicios financieros, petróleo y petroquímica, minas y complejos siderúrgicos, sistema de seguridad social (salud, educación, vivienda) y hasta fondos de pensión y retiro de los trabajadores.

Esa oleada privatizadora, anunciada en Europa desde el inicio de los años ochenta del siglo XX durante el gobierno de Margaret Thatcher, registró su primer gran ascenso en los años noventa en los países de América Latina, concentrándose en tres de ellos (Brasil, Argentina y México) casi la mitad del volumen de las operaciones de traspaso de bienes públicos a manos privadas: puertos, aeropuertos, ferrocarriles, sistemas de agua potable, producción y distribución de energía eléctrica, petroquímica, minas y complejos siderúrgicos, telefonía y sistema satelital.

Esa oleada, que desmontó en América Latina el sistema de propiedad estatal de recursos estratégicos de mediados de siglo XX, en este nuevo siglo se ha desplazado al continente asiático, concentrándose en China casi 90 por ciento de las privatizaciones realizadas en los últimos cuatro años. Telecomunicaciones, electricidad, gas natural, transporte y agua representaron la mitad del total de privatizaciones efectuadas entre 1990 y 2003.[20]

Como en los albores de la modernidad capitalista, este nuevo ciclo de despojo y apropiación está transitando por la disolución de formas puras o híbridas de la comunidad agraria, por la conversión de la tierra en mercancía y por la destrucción de los lazos protectores de la autosuficiencia material de los productores agrícolas. Tal proceso está operando hoy en los inmensos territorios ocupados por la antigua Unión Soviética, los regímenes burocráticos de Europa centro-oriental, China y Vietnam,[21] tanto como en la India y en México.[22]

Una vez liberada de los diques protectores construidos durante el siglo XX en especial después de la Segunda Guerra Mundial (Welfare State, control y planificación estatal de las economías nacionales, regulación estatal de las relaciones laborales y mecanismos mundiales de regulación financiera -Bretton Woods), la nueva marea de despojo crece reimponiendo no sólo el dominio del capital sobre la tierra, sino cubriendo todos los bienes naturales comunes: costas, playas, bosques, ríos, lagunas.

En otras palabras, se trata de una gigantesca reedición del cercamiento de tierras comunales (enclosure of commons) operado en Europa entre los siglos XIV y XIX y extendido a otras regiones en el curso de su expansión colonial. Las guerras del agua y del gas en Bolivia, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil y el renacimiento de los movimientos indígenas en América Latina (México, Bolivia, Ecuador) han sido parte del nuevo ciclo de insubordinación desencadenado por el despojo organizado de bienes naturales comunes.

A este proceso de expropiación de bienes comunes corresponde, como tendencia, la ampliación de la escala de salarización de la fuerza de trabajo y la creación de un enorme ejército industrial de reserva: 190 millones de desempleados y 1,300 millones de subempleados en el mundo en 2007, reconocidos oficialmente por la OIT.

Una nueva proletarización de la población campesina en los territorios de América Latina, China, India y el sudeste asiático se ha estado produciendo en la última década. El declive mundial del mundo rural y el ascenso de la curva de población urbana e industrial, en especial en Asia, África y América Latina, es un dato revelador de esta tendencia.[23]

Innovaciones, capital y naturaleza: la apropiación de los cuatro elementos

Microelectrónica, informática, ingeniería genética y nanotecnología permiten que la subsunción de naturaleza, trabajo, destrezas y conocimientos en los circuitos de valorización de valor rompa hoy con límites antes no superables: biodiversidad, creación intelectual, saberes locales, códigos genéticos, espacio radioeléctrico, espacio aéreo, energía eólica, sangre y órganos del cuerpo humano, la entera biosfera y aun recursos que son condición natural de la reproducción de la vida, como las semillas y el agua.[24]

Las innovaciones científico-tecnológicas permiten además que el imperio de la valorización de valor rompa hoy con barreras naturales. Tal es el caso del nuevo poder tecnológico en el campo de las mutaciones genéticas, que permiten al capital interrumpir el ciclo natural de reproducción de las semillas, como en la llamada "tecnología Terminator" o semillas "suicidas": una semilla de plantas genéticamente modificadas que al germinar y desarrollarse producen semillas estériles.

En el nuevo rostro de la sociedad del capital del siglo XXI aparecen entonces formas mucho más sofisticadas de apropiación de trabajo excedente y de subordinación del trabajo vivo, ejemplificadas en la experiencia de los campesinos asiáticos, forzados a cosechar estos cultivos transgénicos -artificialmente estériles-, cuya producción y distribución está controlada por las grandes corporaciones mundiales, encabezadas por Monsanto. Mientras, cuatro corporaciones mundiales (Suez, Veolia, Thames Water y Bouygues) dominan a su vez el mercado de almacenamiento y distribución de agua potable. [25]

Todo ello sería imposible sin los métodos de despojo, protegidos por formas jurídicas renovadas, que se presentan en las múltiples formas contemporáneas de apropiación privada del conocimiento y de los bienes naturales: patentes, registros de marca y derechos de propiedad intelectual como los sancionados por la OMC (ADPIC: Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio). En la década de los noventa se registró un aumento espectacular en patentes de biotecnología y telecomunicaciones, seguido por farmacéutica e ingeniería médica y, más recientemente, en nanotecnología.[26]

Se trata de un proceso cualitativo y global de nuevos "cercamientos" (enclosures), seguido como si fuera una sombra fatal por la multiplicación material de los muros fronterizos (Israel-Palestina, Estados Unidos-México, España-Marruecos), de los encierros privados rigurosamente vigilados, de los espacios públicos enrejados y de los cuerpos de seguridad privados instalados en medio de la vida civil de las ciudades y sus periferias.

No es la maldad de nadie. Es una fuerza abstracta que finalmente conduce a la violencia bélica general y al exterminio de poblaciones enteras, de bosques, de ríos y lagos, de glaciares y cultivos milenarios consustanciales a la vida humana. Sintomática es ya, en los tiempos que corren, la alarma por la crisis alimentaria mundial, el alza en los precios de granos y productos agropecuarios y las hambrunas.[27]

La construcción de una bodega de semillas en el Polo Antártico, de una moderna Arca de Noé que resguarde ese eslabón natural de la vida de guerras nucleares y catástrofes ecológicas, financiada por gobiernos y grandes corporaciones, es una imagen de delirio reveladora de este cambio de época.[28]

El mundo del capital, que se nutre de esta expropiación de los productos de la naturaleza y del intelecto colectivo, parece no reconocer límites. Hoy se apropia de los cuatro elementos del mundo antiguo: agua, aire, tierra y fuego. Rompe así el ancestral vínculo sagrado del ser humano con la naturaleza e impone, en el paroxismo, la lógica de la razón instrumental que le es constitutiva.

Es posible que este sea su límite último e insuperable. Pero esta es otra cuestión cuya respuesta, humana o inhumana, no está dicha y puede ser terrible.[29]

Trabajo vivo, dominación y violencia: procesos y cambios

Para poder pensar la nueva forma de la dominación y su otra cara, la resistencia e insubordinación de las clases subalternas, es preciso tener en cuenta los cambios en curso en la composición de la fuerza de trabajo. Junto a la apropiación capitalista de la ciencia y la tecnología, cientos de millones de seres humanos también están haciendo suyo en estos años un mundo de conocimientos: incorporan saberes y destrezas, se desplazan y se comunican a través de las fronteras, volviéndose imprescindibles y, hasta cierto punto, incontrolables. En esta mutación epocal una nueva densidad y complejidad del trabajo vivo se está conformando.

No existe trabajo de la mano sin trabajo del cerebro, ni del cerebro sin la mano: es una verdad tan antigua como el ejercicio de la filosofía. Ninguna de las grandes proezas hechas posibles por las innovaciones tecnológicas de estos tiempos, incluida aquella que permite conectarse instantáneamente con todos los rincones del globo apretando el botón de una microcomputadora, sería factible sin el conocimiento social acumulado (intelecto general o general intellect, le llamaba Marx) en la destreza manual y el trabajo intelectual de generaciones pasadas. Son estos saberes y destrezas los que hoy se condensan en la nueva densidad del trabajo vivo.

Su figura es el nuevo trabajador colectivo globalizado en los procesos productivos, pero a la vez fijado nacionalmente en los procesos de control estatal del capital, que sigue teniendo en las fronteras territoriales del Estado nacional los espacios de construcción de su hegemonía.

Es cierto que la relación estatal propia del antiguo Estado protector -en sus distintas variantes nacionales- ha terminado casi por desvanecerse. En este proceso abierto y conflictivo, no sabemos con precisión las formas y rutas que adoptarán los nuevos modos de la dominación en gestación. Pero es nuestra certeza que será infructuoso pensar las nuevas formas de mando y obediencia -y los caminos de su subversión- si no se advierten y se analizan los cambios en la nueva composición tecnológica de las relaciones de dominación. En otras palabras, el nuevo peso, denso y elevado, de la masa de trabajo objetivado en el núcleo de la dominación del capital: la apropiación de trabajo vivo.

Pues, al mismo tiempo, el desarrollo científico-tecnológico extiende día con día las fronteras de lo que Marx llamaba "tiempo disponible": la reducción del trabajo necesario y la ampliación, por tanto, de la posibilidad abstracta de goce y disfrute de los seres humanos; dicho en otras palabras, un nuevo equilibrio liberador en la antigua relación trabajo/disfrute.

El conocimiento social acumulado en toda la historia del trabajo manual e intelectual de la especie humana, objetivado en las tecnologías, vuelve entonces materialmente posible aquello que desde los antiguos fue vislumbrado como un supuesto material de la libertad humana: la disposición de tiempo libre. "Si cada uno de los instrumentos pudiera cumplir por sí mismo su cometido obedeciendo órdenes o anticipándose a ellas…si las lanzaderas tejieran solas y los plectros tocaran la cítara, los constructores no necesitarían ayudantes ni los amos esclavos", escribía Aristóteles hace más de veinte siglos reflexionando sobre este presupuesto material de la libertad humana.[30]

Bajo el dominio del capital, sin embargo, el tiempo liberado por el desarrollo tecnológico se vuelve una oportunidad para arrancar mayor plustrabajo. El capital captura y pone a su servicio todas las ciencias. En la esencia del capital está la apropiación gratuita del conocimiento y la destreza social acumulados, de la fuerza productiva generada por el intelecto colectivo, subsumida como potencia en el proceso de valorización de valor (como había advertido Marx en su análisis de la maquinaria y la gran industria). La ciencia entonces se presenta ante el trabajo vivo no como un proceso liberador, creado por él mismo, sino como un poder avasallante y ajeno.[31]

El uso capitalista de las nuevas tecnologías no sólo permite imponer métodos más flexibles de contratación laboral (trabajo temporal, trabajo a tiempo parcial o trabajo a domicilio), cuyo peso tiende a crecer en el conjunto del mercado asalariado. Permite también aumentar y densificar el control y la dominación sobre el trabajo en el punto de producción: ese punto vivo y conflictivo en que se realiza el encuentro entre trabajo objetivado y trabajo vivo, entre trabajo pasado y trabajo presente.[32]

El control sobre el gasto de fuerza de trabajo y sobre los ritmos y pausas del proceso productivo, el despojo de capacidades y conocimientos, la tendencia a reducir el proceso productivo a puro gasto de trabajo (sin pensamiento e iniciativa propias), nuevos procesos de descalificación/recalificación de la fuerza de trabajo y una creciente separación entre ideación y ejecución del proceso todo (ampliando la brecha entre trabajo manual e intelectual) son fundamentos esenciales del nuevo modo de dominación ya dibujados en los años setenta y ochenta del siglo pasado en múltiples estudios sobre los nuevos procesos de trabajo.

Sus características esenciales, que se resumen en la tendencia hacia un disciplinamiento crecientemente intensivo de la fuerza de trabajo y de la sociedad en general, pueden ser enumeradas no exhaustivamente:

1. Alargamiento de la jornada de trabajo, cierre de la porosidad del tiempo de trabajo.

2. Estado "vigilante": las tecnologías de control total (en Estados Unidos, Homeland Security, Patriot Act, tortura legalizada...) y su presión invisible y ubicua sobre el trabajo vivo.

3. Persecución de los migrantes como modo de regulación del conjunto de la fuerza trabajo.

4. Presión indirecta y efectiva del "empleo militar" (Blackwater y empresas privadas; ejército profesional de Estados Unidos) sobre las relaciones y condiciones civiles de trabajo, incluida la densificación de los mecanismos y artefactos de control dentro y fuera de los lugares de trabajo y los espacios públicos y privados.

5. Legalización y trivialización de la tortura, desde Guantánamo e Iraq hasta la pistola eléctrica.

6. Multiplicación de controles disciplinadores en la vida cotidiana: control de identidad, guardias privados, cámaras ocultas, grabaciones y un arsenal de leyes y disposiciones que legalizan tal estado de cosas.

En estas coordenadas también aumenta la densidad de la violencia potencial (de la cual la violencia actual, en ejercicio visible, siempre es sólo una fracción menor). Una nueva relación entre mercado autorregulado y violencia autorregulada (y entonces autonomizada) se perfila en el horizonte. La conversión de la violencia en terreno mismo de la acumulación (léase industria y servicios bélicos, servicios de seguridad privada, o la institucionalización del ejercicio de la violencia como negocio privado, como sucede hoy en Irak, Afganistán y otros puntos calientes del planeta) es otro síntoma de estas tendencias.

Dentro del Diluvio y más allá

Mirada desde los tiempos largos de la historia y no sólo desde la economía o la política, la globalización aparece como la actualización, infinitamente más compleja y sofisticada, de la múltiple y secular violencia que ha acompañado a la modernidad capitalista: violencia contra otras matrices civilizatorias, contra la naturaleza, contra el trabajo vivo; violencia en la competencia entre capitales, violencia como terreno de acumulación; y violencia -real o potencial- implícita en la lucha interminable por el monopolio planetario de la coerción física.

Desamparo, migraciones bíblicas, retorno del trabajo infantil, exclusión y humillación racial, destrucción de patrimonios culturales, calentamiento global, catástrofes ecológicas, hambrunas y una violencia cotidiana vuelta pandemia son algunas de las imágenes que acompañan a este cambio de época.

Por otra parte, preciso es también registrar que en las nuevas coordenadas impuestas por el mando del capital el lado opuesto, activo y negador de este proceso, el trabajo vivo, adquiere nuevas y aún no reveladas potencialidades, al condensar en su existencia cotidiana, al mismo tiempo, las posibilidades de goce y disfrute abiertas por la novedad tecnológica y la riqueza y diversidad anclada en la vida, la historia y el patrimonio de cultura y conocimiento, esa herencia inmaterial legada a nosotros por las generaciones pasadas.

Va adquiriendo y acumulando, además, una nueva sutileza obligada en la creación y actualización de las formas de solidaridad y de rebelión. Como en cada fase precedente de la relación de capital, el trabajo vivo, el trabajador en tanto sujeto colectivo y en tanto individuo, se va apropiando de las innovaciones para imaginar, crear y organizar nuevas formas de afirmación de su ser y de enfrentamiento con el capital; de rebeldía en el proceso de producción ampliado; y de solidaridad tendencialmente tan mundializante como globalizantes son el capital y su inseparable corolario, la disputa entre los diversos capitales.

Este proceso lleva tiempo y sigue al anterior. Pero es también necesario, seguro e inescapable, tanto como la existencia y la reproducción ampliada del trabajo vivo en los múltiples y enriquecidos mundos de la vida.

El viejo conflicto sigue abierto en la historia cotidiana de estos días, porque el mundo del capital sólo puede existir nutriéndose de esos mundos de la vida que en su propia existencia y reproducción se empeñan en resistirlo y en negarlo.[33]

En todo caso, la organización del trabajo, la comunidad material del trabajo universal y su destilado espiritual, la solidaridad, necesita ser pensada, ahora como antes, sobre todo a partir de ese punto hoy omnipresente donde se encuentran, se enfrentan y se combinan trabajo objetivado y trabajo vivo, trabajo pasado y trabajo presente, capital y trabajo.

La esencia de la subversión consiste, en definitiva, en subordinar el trabajo objetivado al trabajo vivo universalizado y solidario; o, según la antigua palabra, en expropiar a los expropiadores.

Epílogo

Jorge Luis Borges alguna vez escribió: "Desconocemos los designios del universo, pero sabemos que razonar con lucidez y obrar con justicia es ayudar a esos designios, que no nos serán revelados".

En el mundo de hoy, razonar con lucidez y obrar con justicia conduce a la indignación, el fervor y la ira, allí donde se nutren los espíritus de la revuelta. Pues el presente estado del mundo es intolerable; y si la historia algo nos dice es que, a su debido tiempo, no será más tolerado.

Ciudad de México, 5 septiembre 2008.

 

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[1] En una reciente entrevista al periódico italiano Il Manifesto (Sin Permiso-e, 3 febrero 2008), a propósito de su último libro Adam Smith en Pekín, Giovanni Arrighi formula una hipótesis diferente sobre la posible transitoriedad del neoliberalismo. Dice: "El neoliberalismo ha sido un paréntesis de locura con el que los Estados Unidos y su fiel aliada, Inglaterra, han tratado de imponer, por las buenas o por las malas, su modelo. Pero ambos han fracasado, como testimonian la caída de las bolsas y la derrota estadounidense en Irak. Estamos en una fase turbulenta cuyas salidas son todavía difíciles de prever. Por el momento, grande es el desorden bajo el cielo, pero no sé si la situación es excelente". Los fundamentos de esta afirmación se encuentran en dicho libro.

[2] David Harvey, El nuevo imperialismo, Akal, Madrid, 2004 (1ª: 2003), cap. IV, "La acumulación por desposesión", págs. 111-140.

[3] Victoria Basualdo, Complicidad patronal-militar en la última dictadura argentina - Los casos de Acindar, Astarsa, Dálmine Siderca, Ford, Ledesma y Mercedes Benz, suplemento especial de Engranajes, publicación de la Federación de Trabajadores de la Industria y Afines, Buenos Aires, marzo 2006, 28 págs., documenta en detalle el planificado exterminio militar-patronal de los cuerpos de delegados y comisiones internas de esas grandes empresas industriales a partir del mismo 24 de marzo de 1976, fecha del golpe militar: "Para el movimiento obrero fue el más sanguinario plan de persecucion y aniquilamiento sufrido en su historia. Para los trabajadores industriales, particularmente los de las grandes fábricas, superó cualquier previsión en materia de odio y revancha de parte del poder. [...] Más de la mitad de los treinta mil desaparecidos fueron parte de esa joven vanguardia, no por casualidad las fábricas eran sistemáticamente controladas por fuera y por dentro", escribe en el prólogo Victorio Paulón, secretario de la Unión Obrera Metalúrgica, seccional Villa Constitución, Santa Fe, Argentina.

[4] Ernest Mandel, "Las consecuencias sociales de la crisis económica en Europa capitalista", Inprecor núm.212, París, 3 febrero 1986, citado en Adolfo Gilly, Nuestra caída en la modernidad, Joan Boldó i Climent Editores, México, 1986, págs. 45-46.

[5] Elmar Altvater, "Crisis económica y planes de austeridad", en Transición, Barcelona, 1978, nº 1.

[6] David Harvey, The Limits to Capital, The University of Chicago Press, Chicago, 1982, pág. 442, entonces anotaba: "Dos veces en el espacio de una generación, el mundo experimentó la masiva devaluación de capital a través de la destrucción física, y el consumo en su esencia de la fuerza de trabajo en tanto carne de cañón". Y más adelante: "El mundo fue salvado de los terrores de la Gran Depresión no por algún glorioso New Deal o por el toque mágico de la teoría económica keynesiana, sino por la destrucción y la muerte de la guerra global" (pág. 444).

[7] Michel Husson, "La hausse tendancielle du taux d’exploitation", capítulo I del libro Un pur capitalisme, Editions Page Deux, Paris, 2001.

[8] Respecto al descenso de la participación salarial en el PIB, Husson, cit., escribe: "En todos los casos la cronología es similar: la parte salarial se mantiene más o menos estable hasta la crisis de mediados de los años 70, que la hace aumentar bruscamente. La inversión de tendencia se produce en la primera mitad de los años 80: la parte salarial comienza a bajar, después tiende a estabilizarse en un nivel históricamente muy bajo". Gerard Duménil y Dominique Levy, Crisis y salida de la crisis: orden y desorden neoliberales, Fondo de Cultura Económica, México, 2007 (1ª ed., Paris, 2000, pág. 98) también anotan: "El aumento de la tasa de ganancia en las dos últimas décadas tuvo dos orígenes: el crecimiento de la productividad del capital y una mayor lentitud en el progreso salarial".

[9] Florence Jaumotte e Irina Tytell, How Has the Globalization of Labor Affected the Labor Income Share in Advanced Countries, IMF Working Paper 07/298, FMI, diciembre 2007. Un estudio de la OIT (Sangheon Lee, Deirdre McCann y John C. Messenger, Working Time Around the World. Trends in working hours, laws and policies in a global comparative perspective, Routledge/OIT, Londres y Ginebra, 2007, pág. 66) estima que en la década 1993-2003 el número absoluto de asalariados pasó de mil millones a tres mil millones. En lo que toca a los asalariados europeos, anota entre otros Jean-Marie Vincent, "La légende du travail", en Pierre Cours-Salies (coord.), La liberté du travail, Éditions Syllepse, Paris, 1995, págs. 71-82: "Es preciso comprender cuán engañoso es el discurso dominante sobre la desaparición de la clase obrera y el nacimiento de una sociedad de clases medias. No se puede negar que determinada configuración de las relaciones sociales de explotación, características de una fase específica del capitalismo, ha retrocedido. Sin embargo, no se puede sacar de allí la conclusión de que las actividades actuales, con una composición intelectual más alta y que no se aplican directamente a la materia, no se intercambian con capital y no entran en relaciones de trabajo capitalistas. Ya no hay clase obrera, pero hay cada vez más asalariados confrontados con nuevas formas de captación de sus actividades y de explotación".

[10] Jean-Marie Vincent, cit., pág. 78, escribe: "En su medio ambiente capitalista la tecnología no es y no puede ser un instrumento de liberación o de emancipación; con sus sistemas de formación (y de orientación profesional) ella contribuye, por el contrario, a etiquetar y a distribuir las formas de inteligencia socialmente aceptables y socialmente aceptadas".

[11] Harry Braverman, Labor and Monopoly Capital, Monthly Review Press, Nueva York, 1974; Benjamin Coriat, El taller y el cronómetro, Siglo XXI Editores, México, 1982, Michel Freyssenet, La division capitaliste du travail, Savelli, París, 1977; Michel Aglietta, Regulación y crisis del capitalismo, Siglo XXI Editores, México, 1979; Marco Revelli, Lo Stato della Globalizzazione, Leoncavallo Libri, Milán, 1998. Ver también John Holloway, "La rosa roja de Nissan", revista Brecha, México, verano 1987, nº 4, págs. 29-49. Una revisión de esta discusión en torno a la relación entre capital, nuevas tecnologías y procesos de trabajo en Adolfo Gilly, "La mano rebelde del trabajo", Coyoacan, México, nº 13, julio-septiembre 1981, págs. 15-54. También en María de la Luz Arriaga et al. (prólogo de Enrique de la Garza Toledo), El proceso de trabajo en México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México, 1982, págs. 11-51; Pedro López Diaz, La crisis del capitalismo - Teoría y práctica, Siglo XXI Editores, 1984, 700 págs. 537-568; y Cuadernos del Sur, Buenos Aires, núm. 1, noviembre de 1984, págs. 101-135.

[12] Ver al respecto, entre otros documentos recientes: Seguimiento de la población mundial, con especial referencia a la migración internacional y el desarrollo, Informe del Secretario General ante el Consejo Económico y Social, ONU, enero 2006 y Xavier Thierry, "Les migrations internationales en Europe: vers l’harmonisation des statistiques", Population & Sociétés no. 442, INED, París, février 2008.

[13] Estas interpretaciones se encuadran dentro de lo que John Holloway y Eloína Peláez denominaron "el determinismo tecnológico": "Dentro de la tradición marxista han existido desde hace tiempo dos corrientes: una que considera el cambio en términos de la lucha de clases y otra que lo concibe como el resultado del desarrollo económico y tecnológico. [...] El determinismo tecnológico encarna tanto una teoría del desarrollo de la sociedad como ciertos supuestos acerca del desarrollo de la tecnología. [...] Enfocar la discusión sobre la tecnología en su impacto es erróneo: lo que hay que determinar primero es la forma en que la sociedad moldea a la tecnología. Este acercamiento devela potencialmente una comprensión política de la tecnología. Al mostrar que el curso de la tecnología no se encuentra predeterminado, que el proceso tecnológico en su conjunto, desde la invención hasta la aplicación, está lleno de opciones, conflictos y negociaciones, el enfoque desmitifica la tecnología y se deshace de la idea de la existencia de una lógica implacable del desarrollo tecnológico. Si la tecnología es conformada socialmente, entonces es posible desempeñar una parte activa en su conformación". Eloína Peláez y John Holloway, "Aprendiendo a hacer reverencias: posfordismo y determinismo tecnológico", en Joachim Hirsch et. al., Los estudios sobre el Estado y la reestructuración capitalista, Editorial Tierra del Fuego, Buenos Aires, 1992, págs. 143-154.

[14] Ver al respecto, entre otros, los notables estudios de David Noble, America by Design. Science, Technology, and the Rise of Corporate Capitalism, Oxford University Press, New York, 1977; y Forces of Production: A Social History of Industrial Automation, Oxford University Press, New York, 1986. En el prólogo a America by Design, Christopher Lasch escribe: "La noción de determinismo tecnológico ha dominado la comprensión popular de la revolución industrial. Se da por supuesto que los cambios en la tecnología han sido la causa principal de la industrialización, y el proceso en su conjunto es visto como una pura revolución tecnológica. Sin embargo los nuevos inventos, los nuevos procesos y las nuevas aplicaciones de los descubrimientos científicos no determinan por si mismos cambios en la producción. A menos que vayan acompañados por cambios en las relaciones sociales, especialmente en la organización del trabajo, los cambios tecnológicos tienden a absorberse en las estructuras sociales existentes; lejos de revolucionar la sociedad, simplemente refuerzan la distribución de poder y privilegio existente". En el mismo sentido, Eloína Peláez y John Holloway, cit., pág. 153: "El desarrollo tecnológico, al igual que todos los demás aspectos del desarrollo social, está marcado por el intento siempre contradictorio del capital por controlar la creatividad humana. La "revolución microelectrónica" no es un fenómeno externo que impone a la sociedad un cierto desarrollo; es, en esencia, el intento de programar, de reducir los complejos procesos sociales a reglas minuciosas, de volver computable a la sociedad".

[15] Ver, entre otros, Manuel Castells, La era de la información, Siglo XXI, México, 1999 (1ª: 1996), vol.1, págs. 79-87.

[16] En El capital Marx escribe: "Al igual que en el caso de una explotación de la riqueza natural incrementada por el mero aumento en la tensión de la fuerza de trabajo, la ciencia constituye una potencia de expansión del capital en funciones, independientemente de la magnitud dada que haya alcanzado el mismo. Dicha potencia reacciona a la vez sobre la parte del capital original que ha ingresado a su fase de renovación. En su nueva forma, el capital se incorpora gratuitamente el progreso social efectuado a espaldas de su forma precedente". Y más adelante: "la fuerza de trabajo, la ciencia y la tierra a él incorporadas (y por tierra entendemos, desde el punto de vista económico, todos los objetos de trabajo existentes por obra de la naturaleza, sin intervención del hombre) son potencias elásticas del capital, las que dentro de ciertos límites, le dejan un margen de actividad independiente de su propia magnitud". Karl Marx, El capital, Siglo XXI Editores, México, 1996 (18ª edición), tomo I, capítulo XXII, págs. 749 y 755 (los subrayados son nuestros).

[17] Este proceso de destrucción de la naturaleza vive una aceleración descontrolada, como revela un estudio reciente sobre la extinción de especies animales operada en el planeta en los últimos 35 años (Living Report 2006, WWF/Zoological Society of London/Global Footprint Network). Entre 1970 y 2005, precisa el informe, las especies terrestres descendieron 25 por ciento, la vida marina 28 por ciento y las especies de agua dulce 29 por ciento. Se trata de un descenso "sin precedente en términos de la historia humana", alertó Jonathan Loh, editor del informe, en entrevista con el diario británico The Independent (16 mayo 2008): "tendríamos que remitirnos a la extinción de los dinosaurios para ver un descenso tan rápido como éste. En términos de vida humana el cambio puede parecer lento, pero en términos de la historia del mundo es acelerado: la tasa actual de extinción es 10 mil veces más rápida que la registrada históricamente como normal".

[18] Mike Davis, Planet of Slums, Verso, Londres, 2006; y Dead Cities and Other Tales, The New Press, Nueva York, 2002.

[19] La idea de la continuidad histórica del despojo, que acompañó las reflexiones de Marx hasta sus escritos sobre la comuna rural rusa, está expuesta en los Grundrisse. Sobre la idea del despojo en el discurso teórico de Marx, véase Rhina Roux, "Marx y la cuestión del despojo. Claves teóricas para iluminar un cambio de época", Herramienta. Revista de debate y crítica marxista no.38, Buenos Aires, junio 2008.

[20] Sunita Kikeri y Aishetu Fatima Kolo, Privatization: Trends and Recent Developments, World Bank Policy Research Working Paper 3765, November 2005. Este informe registra que en China ha declinado el papel económico del Estado: su participación en el PIB descendió del 80 al 17 por ciento del PIB entre 1978 y 2003.

[21] Tan sólo en una década (1990-2000), en el territorio de la antigua Unión Soviética se privatizaron casi 116 millones de hectáreas (20 por ciento de las tierras cultivables), elevándose del 4 al 22 por ciento el porcentaje de tierras tituladas como propiedad individual. En la misma época, en Europa centro-oriental, fueron transferidas a manos privadas la mitad de todas las tierras cultivables (33 de 66 millones de hectáreas), incrementándose de 21 al 78 por ciento el porcentaje de tierras en propiedad individual: ver Klaus Deininger, Land Reform Revisited, Banco Mundial, 2005.

[22] En México ese proceso ha significado una verdadera reversión histórica, esto es, la cancelación de lo que fue una de las conquistas centrales de la revolución mexicana: la cesión de más de la mitad del territorio nacional (103 millones de hectáreas) a 3.5 millones de indígenas y campesinos de casi 30 mil ejidos y comunidades. Iniciada con la reforma constitucional de 1992, la ofensiva contra el ejido mexicano no se ha traducido aun en una venta efectiva de tierras ejidales a gran escala, pero sí en el traspaso de tierras colectivas a proyectos de inversión privada en desarrollos inmobiliarios y turísticos y, según cifras del Banco Mundial, en un éxodo rural de más de 6 millones de campesinos mexicanos en la última década: ver Banco Mundial, 2008 World Development Report: Agriculture for Development.

[23] Ver Mike Davis, Planet of Slums, cit., cap. 1, "The Urban Climacteric", págs. 1-19. En Asia Oriental (China, Hong Kong, Corea, Mongolia), registra el último informe de la OIT, "la población está abandonando la agricultura a un ritmo rápido. En 1997, un 47.9 por ciento de todas las personas empleadas trabajaba en ese sector. En 2007, solamente trabajaba en él un 38.4 por ciento de la población trabajadora. Durante ese mismo periodo el empleo en el sector industrial subió de 24.3 a 26.9 por ciento". En ninguna otra región, agrega el informe, ha disminuido a un ritmo tan acelerado el empleo agrícola como en Asia Meridional (India, Afganistán, Bangladesh, Pakistán, Nepal, Sri Lanka): "entre 1997 y 2007 la población trabajadora disminuyó en 11.4 puntos porcentuales, disminución que afectó en mayor medida a las mujeres. ¿Hacia dónde fueron? Al sector industrial, sorprendentemente, pese a la enorme atención prestada al proceso de subcontratación en el ámbito de los servicios en la India. El sector industrial que en 1997 empleaba el 15.3 por ciento de la población trabajadora, en 2007 empleaba el 21.7 por ciento de la misma. De lejos, se trata del mayor aumento registrado en todas las regiones y, nuevamente, la proporción de mujeres superó a la de los hombres".Tendencias mundiales del empleo, OIT, enero 2008, págs. 26 y 32.

[24] En diez años (1996-2006), la superficie mundial de cultivos transgénicos (soya, maíz, algodón) aumentó de 1.7 a 102 millones de hectáreas, abarcando hoy los cinco continentes. Entre 2005 y 2006 se registró un mayor aumento proporcional de estos cultivos en la India (192 por ciento), Sudáfrica (180 por ciento) y Filipinas (100 por ciento). Cfr. James Clive, Global Status of Commercialized Biotech/GM Crops: 2006, ISAAA Brief No.35, ISAAA, Ithaca, New York, 2006.

[25] Estudios recientes indican que noventa por ciento de los agricultores que sembraron cultivos transgénicos en 2006 (más de 10 millones) fueron pequeños agricultores pobres de China, India, Filipinas y Sudáfrica obligados, para sobrevivir, a incorporarse en el mercado de cultivos transgénicos, 60 por ciento bajo control de Monsanto, que además controló en ese año más del 20 por ciento del mercado de semillas patentadas. Monsanto se apropia así de parte de la renta de la tierra, al amarrar a los campesinos a la compra exclusiva de sus semillas y fertilizantes. Cfr. James Clive, op.cit. Para un seguimiento sobre el tema pueden consultarse los artículos de Silvia Ribeiro, "El imperio de Monsanto y la destrucción del maíz", La Jornada, México, 26 mayo 2007 y "Las caras de la privatización del agua", La Jornada, México, 30 abril 2005.

[26] Según datos de la OCDE, entre 1990 y 2000 el número de patentes otorgadas en el terreno de la biotecnología aumento anualmente 15 por ciento en Estados Unidos y 10 por ciento en Europa. En el campo de las "invenciones genéticas», tan sólo durante 2001 fueron otorgadas más de 5 mil patentes sobre ADN en Estados Unidos y Japón. Cfr. Inventions Génétiques, Droits de Propriété Intellectuelle et Pratiques d’Octroi de Licences: éléments d’information et politiques, OCDE, 2002.

[27] "Esto es un asesinato en masa silencioso", declaró Jean Ziegler, relator especial de la ONU, refiriéndose a la presente crisis alimentaria y a sus víctimas en los países del Sur (La Jornada, 12 mayo 2008). Estos genocidios silenciosos, cabe recordar, han sido recurrentes en la historia del capitalismo. A cada onda de expansión mundial del capital le acompañan catástrofes alimentarias y ecológicas (sequías, hambrunas, alteraciones climáticas), como las descritas por Mike Davis en su análisis de la expansión colonial británica del siglo XIX. Mike Davis, Late Victorian Holocausts. El Niño Famines and the Making of the Third World, Verso, Londres, 2001. La presente crisis alimentaria está provocando motines de subsistencia que recuerdan, en escala ampliada, los estudiados por E.P. Thompson en La economía moral de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII.

[28] La Bóveda Global de Semillas de Svalbard, en el Círculo Polar Ártico, fue inaugurada el 26 de febrero de 2008, en una ceremonia en la que se depositaron inicialmente 268 mil muestras de semillas procedentes de un centenar de países del mundo, guardadas herméticamente para asegurar su supervivencia frente a fenómenos como el cambio climático y catástrofes naturales. El País, Madrid, 26 febrero 2008. Sobre este tema, Alejandro Nadal, "Zoológico para semillas del mundo", La Jornada, México, 27 febrero 2008, escribe: "El objetivo central del proyecto es mantener esta reserva de semillas para el caso de que una catástrofe global amenace la seguridad alimentaria de la humanidad. [...] El proyecto ha sido inaugurado precisamente cuando la agricultura sustentable atraviesa su peor crisis. Las corporaciones trasnacionales, los gobiernos de muchos países y los organismos internacionales responsables para el sector agropecuario han declarado una guerra sin cuartel a los millones de campesinos de subsistencia y a los agricultores que utilizan los principios de la agroecología como base de sus estrategias de producción. No sorprende que el proyecto esté apoyado por las fundaciones Rockefeller, Bill y Melinda Gates, el Banco Mundial y empresas como DuPont (Pioneer) y Syngenta. Estos socios del gobierno noruego no tienen buena reputación en el tema de la agricultura sustentable." La conclusión de Alejandro Nadal tiene sabor amargo: "Cuando la gente empieza a pensar en el día del Juicio Final, conviene prepararse para lo peor".

[29] David Harvey, The Limits to Capital, cit., pág. 445, escribía hace un cuarto de siglo: "la teoría actual sugiere una interpretación bastante más siniestra y aterradora del gasto militar: las armas no sólo tienen que ser compradas y pagadas con los excedentes del capital y el trabajo, sino que también deben ser usadas. Pues este es el único medio del cual dispone el capitalismo para alcanzar los niveles de devaluación que hoy se requieren". Adolfo Gilly, El siglo del relámpago, Itaca, México, 2002, parte I, "Globalización, violencia, revoluciones - Nueve tesis", págs. 17-43, anota: "En la globalización se está conformando una nueva relación entre dominación, violencia y resistencia. Si esto es así, esta globalización lleva consigo el germen de nuevas guerras y revoluciones donde la violencia, como razón última, redefinirá esas relaciones. Toda otra suposición, en el actual estado de las cosas humanas, entra de lleno en el dominio de la fantasía".

[30] Aristóteles, Política, Gredos, Madrid, 2ª.reimp., 1999, Libro I, pág. 55.

[31] Sobre esta relación, Alfred Sohn Rethel, Intellectual and Manual Labor, MacMillan, Londres, 1978. Ver también Karl Marx, Capital y tecnología (Manuscritos inéditos), Terra Nova, México, 1980, págs. 158-160. Marx señala "la alienación del trabajo -del trabajo pasado- respecto al trabajo vivo como contradicción directa; al mismo tiempo, el trabajo pasado (o sea, las fuerzas sociales del trabajo, comprendidas las fuerzas de la naturaleza y de la ciencia) se presenta como arma que sirve, en parte para echar a la calle al trabajador y reducirlo a la condición de hombre superfluo; en parte para privarlo de la especialización y acabar con las reivindicaciones basadas en ésta; y en parte para someterlo hábilmente al despotismo de la fábrica y a la disciplina militar del capital". [...] El capital se presenta "como encarnación de las fuerzas sociales y de las formas de su trabajo común contrapuestas a cada uno de los obreros."

"El capital se presenta también bajo la forma de trabajo pasado -en la máquina automática y en las máquinas puestas en movimiento por él-; se presenta, como es posible demostrarlo, independiente del trabajo vivo; en lugar de someterse al trabajo vivo, lo somete a sí mismo; el hombre de fierro interviene contra el hombre de carne y hueso. [...] La dominación del trabajo pasado sobre el trabajo vivo, junto con la máquina -y con el taller mecánico basado en ésta- no sólo deviene social, expresada en la relación entre capitalista y trabajador, sino también, por así decirlo, una verdad tecnológica". Esta "verdad" es la que aparece reflejada en las diversas ideologías en circulación acerca de la "sociedad del conocimiento".

[32] En un ensayo de 1962 destinado a hacer escuela en el pensamiento marxista, en la sociología del trabajo y en el movimiento obrero italiano, Raniero Panzieri anotaba: "El desarrollo capitalista de la tecnología trae consigo, a través de las diversas fases de la racionalización, de formas cada vez más refinadas de integración, etcétera, un aumento creciente del control capitalista. El factor fundamental de este proceso es el creciente aumento del capital constante con relación al capital variable". (Raniero Panzieri, "Sull'uso capitalistico delle macchine", Quaderni Rossi, Torino, 1962, nº 1).

[33] E. P. Thompson, Customs in Common, The New Press, New York, 1993, cap. 1, "Introduction: Custom and Culture", págs. 1-15 (en castellano: Costumbres en común, Crítica, Barcelona, 2004).

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