28/03/2024

Estados Unidos: ¿poder en decadencia o hiperpotencia? Reportaje a Gilbert Achcar

Por Achcar Gilbert , ,

La bréche: El desastre que caracteriza el fin de la administración republicana de G. W. Bush relanza la discusión sobre el estatus de "hiperpotencia" de los Estados Unidos o de su declinación ¿puedes poner en perspectiva este debate?

Gilbert Achcar: La noción de hiperpotencia, atribuida a Hubert Védrine, antiguo Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno francés de Lionel Jospin (1997-2002), describe la imagen con la que aparecían los Estados Unidos después de la primer Guerra de Irak de 1990-91. Esta noción, que hizo escuela, remite a la del surgimiento de un "mundo unipolar" con la parálisis creciente de la Unión Soviética y su posterior desaparición ?o más bien de un "momento unipolar" según la expresión más prudente el editorialista norteamericano neoconservador Charles Krauthammer. El año 1991 es un año bisagra, un año cargado de símbolos que están ligados a reales mutaciones: no solamente el hundimiento de la URSS sino también la primera guerra del Golfo, una guerra decisiva en la configuración de lo que será la post Guerra Fría.

En efecto, los Estados Unidos demuestran concretamente el poderío del ejército que habían conformado durante la época de Reagan ?Presidente entre 1981 y 1989?, periodo en el cual los gastos militares fueron los más elevados de toda la historia de los Estados Unidos, salvo los periodos de guerra. La guerra de 1991 fue también una demostración hacia los aliados de los Estados Unidos, indicándoles que "la desaparición del comunismo" no implicaba que pudieran prescindir de la fuerza militar norteamericana, y mucho menos cuando los elementos de desestabilización internacional eran tan importantes. El rol del "gendarme norteamericano" no se reduce y en cierto sentido se refuerza, porque las intervenciones militares en todas direcciones son presentadas como el corolario de un imperativo "democrático", por la "paz". Es la época en que aparecen expresiones como "global cop" (gendarme mundial) o "globocop" ?palabra que hacía alusión a una película exitosa y llegó a ser título de tapa de uno de los principales semanarios norteamericanos.

La invasión de Kuwait por el Irak de Sadam Hussein en agosto de 1990 fue utilizada por la administración norteamericana para volver a implantarse militarmente en esa región del mundo que debió abandonar a comienzos de los años 1960 (con la evacuación de la base norteamericana de Dhahran, en el reino saudita, por presión del Egipto de Nasser). Los Estados Unidos se reinstalan con fuerza en esta región del mundo cuya importancia estratégica, a causa del petróleo y las recomposiciones geopolíticas que están en curso, evidentemente no ignora. El control de este espacio sirve también de argumento estratégico en las relaciones con sus socios que dependen del petróleo del Medio Oriente, ya sean la Europa occidental o el Japón, así como frente al adversario potencial que es China, no menos dependiente en este aspecto.

En tal coyuntura y con la interacción de todos estos elementos, los Estados Unidos aparecen como una "hiperpotencia", mucho más fuerte que la "superpotencia" que fuera en los tiempos de la bipolaridad. Más aún porque se acumulaban dos fases récord de expansión económica: bajo Reagan ?récord de duración en períodos de paz? ; y bajo Clinton (presidente entre 1993 y 2001) ?récord absoluto. La apuesta económica iniciada por Reagan fue, en cierto sentido, ganada. Había sido ciertamente una apuesta riesgosa, a tal punto que algunos consideraron que era el comienzo de la decadencia norteamericana. Recuérdese que el principal best seller sobre la decadencia norteamericana fue publicado en 1987, en pleno período Reagan: el libro de Paul Kennedy: The Rise and Fall of the Great Powers: Economic Change and Military Conflict from 1500 to 2000.

Este libro incurre en una monumental equivocación en cuanto a la significación efectiva de los gastos militares. Su interpretación estaba asentada en la idea de que el incremento de los gastos militares era, de por sí, un signo de declinación del imperio americano y que aceleraría su hundimiento por "sobreesfuerzo" (overstrech), es decir por ir más allá de los medios disponibles. Pero ocurrió lo opuesto. La apuesta reaganiana consistió en una combinación aparentemente incoherente de neoliberalismo, que incluía la reducción de tasas para favorecer a los más ricos, y de "keynesianismo militar", una denominación (discutible) para señalar los gastos en el sector militar que tienen un efecto de arrastre en el resto de la economía. La combinación de reducción de los ingresos fiscales y aumento de los gastos militares condujo a un déficit presupuestario astronómico, acompañado por un proceso de concentración de la industria armamentista a través de operaciones bursátiles. Pero, a juzgar por el resultado final, la apuesta reaganiana tuvo éxito.

La otra dimensión de esa apuesta era poner de rodillas a la economía y el poder de la URSS. El mismo Reagan en su autobiografía (An American Life) cuenta que, ya antes de asumir, había sido "alertado" por la CIA sobre el hecho de que la economía de la URSS estaba sin aire. Y dedujo que, en semejante contexto, la carrera armamentista acentuaría el estrangulamiento. Y, si bien seguramente no es la causa fundamental del hundimiento de la economía soviética, es indudable que el hecho de tener que asumir una guerra frontal en Afganistán y esa etapa de paroxismo en la carrera armamentista aceleraron en gran medida la agonía de la URSS.

Habiendo quedado sin competidor, los Estados Unidos aparecieron pues como potencia única en un mundo unipolar, como "hiperpotencia". El término de Védrine refleja también la amargura francesa frente a un socio norteamericano que disponía en exclusividad de un poder decisión sobre todas las cuestiones claves que surgieron en este período. Incluso las que afectaban más directamente a la Unión Europea, como el mantenimiento de la OTAN, su mutación de alianza defensiva a organización de seguridad (vale decir, de intervención militar) y, por sobre todo, la extensión de la OTAN al este de Europa, a los países miembros del ex pacto de Varsovia e incluso más tarde a las ex repúblicas soviéticas. El ostracismo de la nueva Rusia que así se dibujaba comprometía del porvenir de Europa, pero era Washington el que decidía, aprovechando para ello las divisiones intereuropeas.

Además, como antes dije, este incremento del poder estaba sostenido por la muy larga fase de expansión económica bajo Clinton, por un relanzamiento de la productividad y las posiciones de punta conquistadas o reconquistadas en el terreno de las tecnologías ?dominio en el que los gastos militares jugaron un rol determinante. Se asiste entonces al "comeback" de los Estados Unidos, tras la fase de desindustrialización de los años 1970 que había dado lugar a tantos pronósticos sobre su decadencia. Este conjunto de factores, por lo tanto, vino a sostener la imagen de hiperpotencia que culmina, paradójicamente, en el período inmediatamente siguiente al 11 de septiembre de 2001 con la "guerra contra el terrorismo" lanzada por el equipo de Bush Jr., que constituye la administración más arrogante en la historia de los Estados Unidos. Su arrogancia traduce la borrachera de ese "momento unipolar" en su apogeo con la llegada al poder de los miembros del "Proyecto por el Nuevo Siglo Americano" (PNAC, en inglés) y el lugar ocupado por los neoconservadores. La administración Bush traducirá todo esto en su manera de reaccionar frente al 11 de septiembre y el modo en que conduce las invasiones a Afganistán en 2001 y después a Irak en 2003.

Lb: A posteriori, muchos analistas europeos se preguntan: ¿cómo posible que una potencia como los Estados Unidos haya permitido que una administración como la de Bush hijo se apodera del poder? ¿Cómo se explica?

GA: Me parece que esto tiene que ver con dos grandes cuestiones. Una está referida a las mutaciones sociopolíticas en el interior de los Estados Unidos. La burguesía nunca gobierna directa y colectivamente como clase, por supuesto, pero en un país como los Estados Unidos incluso no elige directa y exclusivamente al personal político que conformará el ejecutivo. Hay un proceso de selección electoral que no está determinado únicamente por el gran capital. Las mutaciones sociopolíticas del electorado norteamericano ha sido muy estudiadas. Las evoluciones de la topografía política hacia el sur y el oeste dieron lugar a estudios empíricos muy conocidos. El aumento de los votos del sur fue determinante, entre otras cosas, para la elección de G. W. Bush. Así por ejemplo se impuso un personal político ligado a la burguesía del Texas, que está muy lejos del tipo ideal weberiano de capitalismo "racional", industrial. Los sectores que adquieren mayor influencia son los ligados al petróleo, a la especulación, a la renta de la tierra. Esto fue reforzado por la contrarrevolución conservadora que tuvo su auge luego de Reagan y acentuó la selección de este tipo de personal, que se apoya también en redes religiosas muy organizadas e "influyentes". El poderío ganado por ellas traduce el impacto social anómico de las contrarreformas neoliberales, que abre un gran terreno a la derecha cristiana, al repliegue religioso.

Creo que esas son las causas del desplazamiento del terreno político. La elección de Roland Reagan en 1980 todavía no lo reflejaba, o por lo menos no lo reflejaba exclusivamente. En efecto, él se benefició sobre todo con la reacción ante lo que fue sentido como la decadencia de los Estados Unidos, y fue electo levantando la cuestión del comeback contra el demócrata Jimmy Carter (presidente entre 1977 y 1981), convertido en la encarnación misma de la decadencia. De todos modos, Reagan creó las condiciones que aceleraron y amplificaron el desplazamiento del terreno político hacia la derecha. Cuando Clinton llega a la presidencia, en 1993, debe enfrentar al año siguiente la elección de un congreso ultra derechista en el que los demócratas pierden la mayoría en la Cámara de representantes, por primera vez en 40 años, y también en el Senado, después de seis años. La derecha republicana conservará la mayoría en ambas Cámaras del Congreso hasta las elecciones de noviembre de 2006.

Sin embargo, en el 2001, momento en que se instala en el poder, la administración Bush no era vista todavía como lo que demostraría ser. Inicialmente, no fue evidente una franca ruptura con el legado político del padre (George Bush, presidente entre 1989 y 1993). A nivel de la política exterior, Bush padre se inscribía en la corriente tradicional del establishment norteamericano. Pero rápidamente se hizo claro que existían más diferencias entre Bush padre y Bush hijo que las que existieron entre Bush padre y Clinton a nivel de la política exterior: dicho otra manera, la administración de Bush hijo rompió con una larga tradición de manejo bipartidista de la política exterior estadounidense.

Pero si la elección de Bush hijo no fue una decisión colectiva de la clase dominante, el hecho de que la instalación de semejante equipo fuese aceptada ?la decisión de la Corte Suprema de Justicia con respecto al diferendo sobre los resultados electorales en la Florida, así como la no oposición de Al Gore? expresa un hecho importante: sectores claves de la burguesía estadounidense eran partidarios de una ofensiva en la región del Golfo, y sabían que ésta constituía una de las prioridades del nuevo equipo republicano. Querían que se desbloqueara la situación surgida tras la primer guerra del Golfo, algo que Clinton no había podido hacer. Este es el segundo elemento que explica la llegada al poder de Bush-Cheney.

En efecto, el control sobre esta región fue seguramente un elemento clave para que se aceptara en cierto modo la usurpación del poder, por el equipo Bush-Cheney. Que, además, inicialmente parecía dar muestras de continuidad y equilibrio político, con la presencia del general Colin Powell en Asuntos Exteriores como garantía de cierta consideración y respeto por la dimensión bipartidista característica en el terreno de la política exterior. En un primer tiempo, la administración Bush se condujo incluso de un modo moderado, como se vio en la actitud que adoptó en el 2001 cuando la crisis creada por el aterrizaje de un avión espía norteamericano en la isla china de Hainan, después del choque con un caza de la aviación china. Más allá de las declaraciones, la administración Bush no hizo gran escándalo cuando Pekín se negó a la "devolver el avión sin ninguna manipulación" y lo entregó desarmado.

Fue el 11 de septiembre de 2001 lo que ofreció a esta administración la oportunidad de poner en marcha su proyecto central. Cheney y Rumsfeld tenían en común una verdadera obsesión por la cuestión de Irak. Su primer reacción al 11 de septiembre ?esto es algo que hoy está bien documentado? fue: "invadamos Irak". Aunque ambos sabían perfectamente que Irak no tenía nada que ver con los atentados del 11 de septiembre.

Lb: Si el 11 de septiembre abrió la posibilidad de poner en marcha la orientación de la nueva administración, ¿las opciones tomadas no mostraron los límites y contradicciones que implicaba, intrínsecamente, tal orientación?.

GA: Con la administración de G. W. Bush puede decirse que la tesis de Paul Kennedy del "sobreesfuerzo" del imperio ?bastante banal, al fin de cuentas? resultó de algún modo convalidada. En efecto, esta administración se comprometió en aventuras que iban mucho más allá de los medios de los que disponía Estados Unidos, y esto a todo nivel.

Comencemos en primer lugar por lo militar. Una de las consecuencias de la guerra de Vietnam había sido el desarrollo de una nueva doctrina del Pentágono y una nueva programación militar basada en los progresos de la tecnología militar e implicaba una disminución de efectivos, sumada a la supresión de la conscripción y a la profesionalización de las fuerzas armadas ?todo lo cual traducía la voluntad de no depender del reclutamiento de la juventud que había revelado ser uno de los talones de Aquiles en el momento de Vietnam.

Fue así que bajo Reagan se desarrolló la llamada "revolución en los asuntos militares", estrechamente interrelacionada con la revolución tecnológica más general (telecomunicación, Internet, láser, nuevos materiales, informática generalizada, etc.). Con la primera guerra del Golfo, la experimentación de estos nuevos medios a escala real, sobre el terreno, fue acompañada e incluso ofrecida como un espectáculo impresionante al resto del mundo. Y en el 2001, a nivel tecnológico, el armamento utilizado 10 años antes contra Irak había sido ampliamente superado.

En el núcleo civil de la administración Bush, todo esto consolidó ?seguramente más que entre los militares, que tenían la ventaja de un cierto conocimiento práctico? la idea de que la tecnología militar era de algún modo todopoderosa. Ya la civil Madeleine Albrigth (Secretaria de Estado entre 1997 y 2001, en el segundo mandato de Bill Clinton) había dicho frente al más circunspecto militar Colin Powell: "¿para qué sirve tener este soberbio ejército del que ustedes hablan todo el tiempo si no podemos utilizarlo?". La tendencia a creer en lo todopoderoso de la tecnología militar está ilustrada, al más alto nivel, con la invasión de Irak. Fue Donald Rumsfeld, miembro fundador del PNAC y Secretario de defensa de la administración Bush entre 2001 y 2006, quien terminó con la discusión referida a la cantidad de tropas que serían necesarias para controlar Irak. Y adoptó su decisión en contra de la opinión de una parte importante del Pentágono, que consideraba completamente irrealista el proyecto de controlar a Irak con una presencia militar en el terreno reducida a 150.000 soldados. Muchos militares afirmaban que se necesitaban dos o tres veces más soldados para tener alguna posibilidad de "estabilizar" a Irak.

El aventurerismo militar del equipo Bush-Cheney-Rumsfeld comenzó en Afganistán en octubre del 2001, y continuó luego en Irak. Condujo a una situación de sobreesfuerzo de los medios militares de los Estados Unidos, pero no en lo referido a los medios técnicos sino a sus "recursos humanos". Desde cualquier punto de vista, las capacidades del ejército de los Estados Unidos están claramente por encima del nivel que tuvieron durante la guerra de Vietnam, excepto un punto que fue muy subestimado: la cantidad de efectivos. Los efectivos actuales de las fuerzas militares norteamericanas son mucho menores que los existentes durante la guerra de Vietnam. En 1970, el personal total del Departamento de Defensa sobrepasaba los 3 millones de personas; en 2005, la cifra es apenas de 1.400.000, incluyendo el conjunto del personal civil, administrativo y otros. Por lo tanto, las presiones ejercidas sobre los "recursos humanos" de las fuerzas militares fueron llevadas hasta el extremo. Pero el Pentágono no alcanza ni siquiera sus objetivos moderados de reclutamiento, y esto a pesar de las condiciones cada vez más "atractivas" en cuanto a pago y diversas ventajas. Es aquí donde está el talón de Aquiles del poderío militar norteamericano. En cierto sentido, esto confirma la subsistencia del "síndrome vietnamita", que parecía haber sido superado de 1991. El empantanamiento en Irak reavivó el síntoma. Además, en la medida en que los objetivos cuantitativos de reclutamiento no se alcanzan, existe la tendencia a disminuir el umbral de exigencia cualitativo, lo que se traduce, entre otras cosas, en la multiplicación de las "torpezas" en Irak. Y todo esto está agravado por el hecho de que con la situación en Irak, y bajo el cruel efecto de la luz que se echó sobre la propaganda masiva de intoxicación que sirvió para justificar el desencadenamiento de la guerra, es poco previsible, si no impensable, restablecer la conscripción.

Así, la administración Bush está obligada a redescubrir una banalidad: no se puede controlar una población solamente con la tecnología militar, aunque sea de punta. Es preciso sobre todo desplegar infantes en el terreno. En el debate sobre la invasión, la claque ideológica de los neoconservadores, cuyo principal representante en la administración era Paul Wolfowitz, fue utilizada por Bush, Cheney y Rumsfeld para sostener que en Irak no era necesario desplegar sobre el terreno más hombres de los que tenía el Pentágono. Esta claque fue la que propagó las famosas ilusiones en que las tropas invasoras norteamericanas iban a ser recibidas en Irak con flores.

La autosugestión de la administración en este sentido fue determinante en la manera de pasar por encima de las objeciones de los militares. La cuestión, por supuesto, era saber si los Estados Unidos podrían controlar a Irak de un modo duradero: fue por eso que Sadam Hussein había sido dejado en su puesto, después de 1991: porque no tenían la seguridad de poder tomar el control del país tras su caída. El equipo Bush-Cheney-Rumsfeld despejó la incertidumbre creyendo en un wishful thinking (razonamiento mediante el cual se toman los deseos como realidades) insólito.

Este monumental error de cálculo llevó al estancamiento en Irak. Irak ya se transformó en una "catástrofe" según la expresión de Zbignew Brzezinski. La administración Bush saldrá de la escena dentro de poco con lo que es, efectivamente, el balance más catastrófico de la historia de las administraciones norteamericanas. Tiene en su haber el mayor fracaso de la política exterior norteamericana. Habiendo llegado al poder en el momento en que la "hiperpotencia" estaba en su apogeo y disponía de un capital considerable, se retirará después de haber llevado a la quiebra a la empresa estadounidense. Y la expresión no es sólo metafórica.

Lb: Leyendo la prensa norteamericana, desde el New York Times al Wall Street Journal, se advierten dos polos. Por un lado, las dificultades económicas que atraviesa el capitalismo norteamericano; por el otro, el permanente esfuerzo orientado al continuo aumento del potencial armamentista. ¿Cómo puede entenderse la conjunción de ambos elementos?

GA: Ciertamente, los gastos militares de los Estados Unidos son enormes. En dólares constantes, son los más altos desde la Segunda Guerra Mundial. Sobrepasan incluso los que se hicieron durante la guerra de Corea (1950-1953). Sin embargo, en términos relativos, es decir con relación al Producto Bruto Interno, los Estados Unidos disponen todavía de un margen de maniobra importante. Con un gasto cercano al 5% del PBI, están lejos todavía del pico cercano al 15% de la guerra de Corea y del 9% de la guerra en Vietnam. Están incluso por debajo del 7% alcanzado bajo Reagan en 1985.

De todas maneras, la cuestión más alarmante es la de los déficits gemelos, que volvieron a dar un salto después del saneamiento financiero realizado por la administración Clinton, indispensable tras el masivo endeudamiento reaganiano. Los Estados Unidos están de nuevo hundidos en los déficits gemelos, de los que el más importante no es en realidad el presupuestario ?que fue peor bajo Reagan? sino el de la balanza de pagos, que bate todos los récords.

Desde ese punto de vista, se enfrenta una configuración que se asemeja, mutantis mutandis, a la de la primer gran crisis de declinación norteamericana cuando la guerra de Vietnam. Vietnam reveló ya una situación de overstrech, según los parámetros de la época, en la que al costo de la guerra se sumaba el conjunto de los gastos exteriores y una la balanza comercial que evolucionaba hacia el rojo y comenzaría a arrastrar a la balanza de pagos hacia el déficit. Esto llevará al fin del sistema monetario surgido de Bretton Woods y basado en la paridad fija dólar-oro. Hoy en día, si se toma en cuenta la conjunción de los factores indicados, pienso que se está en un momento similar de crisis y de decadencia, de lo cual el deslizamiento del dólar es una de las expresiones.

La prioridad número uno de la próxima administración norteamericana será intentar poner remedio a esta situación. Deberá reparar los daños causados; lo que no es totalmente imposible. Los Estados Unidos disponen de enormes recursos y capacidad de recuperación, tanto más que para ello pueden captar importantes recursos exteriores a partir de su posición de señorío a nivel monetario y de total predominio a nivel político-militar a escala mundial. Y es difícil imaginar de qué manera podrían ser desalojados los Estados Unidos de esta última posición.

En los círculos dirigentes estadounidenses, la comprensión de que su principal resguardo reside en la supremacía militar es muy aguda. Con respecto a los que no dejan de hacer sonar la alarma de una decadencia sin fin, hay que ser prudentes. En efecto, la superioridad militar de los Estados Unidos en relación al resto del mundo está en un nivel récord y constituye una clave del conjunto. Los Estados Unidos gastan en el terreno militar más que todos los otros países del planeta juntos ?algo jamás visto en la historia mundial. Los gastos de armamento no se traducen evidentemente de manera directa en poder militar, porque entran en consideración una serie de otros parámetros. Sin embargo, y sin olvidar el talón de Aquiles que antes mencioné, la hiperpotencia sigue siendo una hiperpotencia en cuanto a fuerza de ataque a distancia.

Y Washington tiene cuidado en revalorizar su rol de supersoberano protector de Europa y del Japón. La política diseñada por Brzezinski para la administración Clinton ?una de cuyas piezas maestras fue la ampliación de la OTAN? apuntaba a la crispación de Rusia, enfrentándola a una opción obligada entre el renunciamiento a toda pretensión imperial y la sumisión o a volver a una postura de oposición al dispositivo occidental. Presentándose como defensor de los países limítrofes de Rusia, Washington revaloriza por otra parte el rol de protector de la "democracia" y de las "libertades" que fue su argumento ideológico desde los tiempos de la Guerra fría.

Además, los Estados Unidos se colocan como garantes frente a la potencia en ascenso de China, que no deja de inquietar a Japón. Así, bajo el ángulo de las alianzas constituidas en tiempos de la guerra fría y ampliadas tras el fin de ésta, Washington sigue afirmándose en una posición real de potencia soberana y esto es lo que las administraciones futuras intentarán explotar nuevamente, intentando revalidar el soft power hegemónico de los Estados Unidos, muy degradado durante la presidencia de Bush.

Lb: ¿Cómo explicas las raíces de la alianza entre Londres y Washington?

GA: Cuando se vio colocado en la pendiente de un declive imperial irreversible, tras la Segunda Guerra Mundial y sobre todo después de la crisis de Suez en 1956, el capitalismo británico tomó la opción de apostar a la alianza con los Estados Unidos. Alianza facilitada por una evidente afinidad cultural entre los dos países y que se apoyaba en una interpenetración capitalista, una relación entre Wall Street y la City londinense. Los lazos económicos históricos entre los dos países eran ya muy fuertes, por supuesto.

Sería además posible examinar la actitud política de los países europeos con respecto a Washington en relación con el grado de interpenetración económica entre sus respectivos capitales y los capitales estadounidenses. Puede citarse el ejemplo de Holanda o, seguramente por un largo período al menos, de Suiza.

Las élites económicas y políticas del Reino Unido eligieron jugar con el más fuerte. Esta opción era y sigue siendo considerada por estas élites como el mejor medio de garantizarse una parte de la torta que ellas no tendrían la capacidad de reservarse si hubiesen seguido la opción francesa.

Esta es también la razón por la cual, además, de Gaulle se había opuesto al ingreso de Gran Bretaña en el Mercado Común. En efecto, para de Gaulle, Londres representaba el caballo de Troya de Washington. Por su lado, los círculos dirigentes británicos pensaban que la actitud gaullista era quijotesca. Y siguen pensándolo. No creyeron en la alianza franco-alemana que Chirac y Schroeder intentaron establecer para obtener un margen de autonomía frente a Washington. Se mantuvieron fieles al compromiso atlantista, tanto más cuando que así aparecieron como un contrapeso para la política de Chirac-Schroeder en el espacio europeo, lo que aumentó su valor a los ojos del aliado norteamericano.

Por supuesto, Blair se dejó tratar como un "caniche" y el Reino Unido es objeto frecuentemente de comentarios despectivos en los Estados Unidos ?por parte de Brzezinski, por ejemplo. Pero esto tiene poca importancia en relación con las recompensas que los círculos dirigentes británicos esperan obtener por su lealtad. Su compromiso en la guerra de Irak lo muestra. Blair, con el apoyo de la City, se alineó con Washington por una razón fácil de comprender.

Saddam Hussein se imaginaba que podía jugar con lo que algunos llaman las "contradicciones interimperialistas" ofreciendo contratos petrolíferos jugosos a los franceses y a los rusos ?digo "rusos" y no "soviéticos", porque se trata de los años 1990. Esperaba que por eso actuarían en favor del levantamiento del embargo impuesto contra Irak durante toda la década y hasta la invasión del país.

Frente a eso, los ingleses mantuvieron su estrecha alianza con los Estados Unidos y se creyeron recompensados por haber sido elegido como Sancho Panza por la administración Bush para la invasión de Irak. Ellos esperaban, y aún esperan, obtener una parte de la torta petrolífera iraquí, que es enorme. Piensan que el aliado norteamericano va a garantizarles eso y que los rusos así como los franceses no tendrán nada, o sólo migajas.

Ciertamente, Blair terminó pagando su parte del precio que implicó el error monumental cometido por la administración Bush para conquistar Irak. Pero esto no cambia la opción fundamental.

Lb: Durante los últimos meses, existe la impresión de un giro en la política francesa frente a los Estados Unidos, ¿qué hay de esto?

GA: La política que representa Sarkozy puede ser vista como el resultado del constante fracaso de la tímida tentativa de repetición de la postura gaullista por el dúo Jacques Chirac-Dominique de Villepin. Y digo tímida, porque muchos quieren olvidar que en 1995, luego de llegar a la presidencia, Chirac había dado un giro parcial sobre la salida francesa del comando militar integrado de la OTAN, decidida en 1966 por de Gaulle. Es decir que Chirac mismo había comenzado a dar muestras de "buena conducta" de Francia frente a Estados Unidos.

Ocurre sin embargo que los intereses franceses son los que más sistemáticamente se encuentran en competencia con los de los Estados Unidos. Esto va desde Airbus (frente a Boeing) hasta la banana (producida en Martinica y en Guadalupe enfrentando al control de la producción de bananas por las empresas norteamericanas en América Central y otras partes), pasando por la producción de armas ?como se ve con los esfuerzos hechos para colocar el Rafale? y lo nuclear. Sin olvidar el petróleo y el gas que están en el centro de las tensiones, más o menos abiertas, que van desde Argelia al Tchad, pasando por Angola y Libia. Por lo tanto el abanico de conflictos de intereses es muy grande.

La política de Charles de Gaulle consistía en aprovechar de la situación creada por la Guerra fría instalándose en la zona gris entre las dos "superpotencias". De Gaulle y las fracciones dominantes del capital francés pensaron que ellos podían ganar más en este espacio autónomo que colocándose a remolque de Washington.

La política del general de Gaulle se traducirá en la apertura hacia la Unión Soviética ?"la Europa del Atlántico al Ural"? e incluso con el reconocimiento de China. Esta actitud de "no alineamiento" ?para utilizar una fórmula exagerada, pero que apareció de este modo en el tercer mundo? durante mucho tiempo constituyó el punto de apoyo francés. El capital francés tejió lazos con países considerados como pestíferos por Washington, pero ávidos de mantener relaciones con potencias occidentales. Debido a esto, se encontraba en posición privilegiada en el seno de estos países. El mundo árabe es una de las zonas en las que esta orientación se concretó más claramente, obteniendo resultados que no estaban garantizados de antemano, como ocurría en el caso de las antiguas colonias francesas del África negra.

Así puede comprenderse la posición de Charles de Gaulle en 1967, durante la Guerra Israelí-Árabe. Fue un giro radical en la posición francesa de los años 1950 y 1960. Francia era anteriormente el principal apoyo de Israel: el armamento israelí era mayoritariamente francés, y el reactor nuclear de Dimona es de origen francés. La alianza militar israelí-norteamericana viene desde mediados de los años 1960: no existía anteriormente nada semejante. Claro que la gente suele cometer el error de proyectar hacia el pasado las tendencias actuales. Cuando vio que Israel se ataba a la máquina estadounidense, de Gaulle eligió cambiar radicalmente de rumbo y jugar la carta árabe ?lo que dio origen a "la política árabe de Francia". Pero, con el fin de la Unión Soviética, la zona gris de la Guerra Fría desapareció. Por supuesto, sigue habiendo "estados canallas", pero no tienen mucho peso. Durante la guerra de Irak, la retórica de Villepín pudo recoger algunos aplausos, pero en términos concretos el resultado fue magro para el capital francés.

Los norteamericanos se apoderaron de Irak y su dominio sobre la región sigue siendo muy fuerte a pesar de que deban enfrentar numerosos y graves problemas. Por lo tanto, Sarkozy viene a ser de alguna manera la traducción de este achicamiento del terreno que puede cultivar el capitalismo francés jugando la carta anti-norteamericana. Una importante fracción del capital francés desea claramente dejar de jugar al Don Quijote y ver que Francia se alinee junto al resto de la Europa actual en una asociación más tranquila con los Estados Unidos. Esta opción atlantista por otra parte existió siempre en Francia y más de una vez chocó con el polo gaullista. Seguramente, si los Estados Unidos caen en decadencia, una redefinición de las opciones estratégicas y de los intereses materiales que las subyacen se producirá.

Lb: Sin entrar en la prospectiva electoral o caer en la obamanía, ¿la irrupción de un Barack Obama en la escena política estadounidense tiene alguna relación con la decadencia que subrayaste y la voluntad de contrarrestarla?

GA: Ver que un negro norteamericano como Obama, que no tiene el pedrigué socioprofesional de un Colin Powell se perfila como posible presidente de los Estados Unidos es un hecho que no debería ser o minimizado. Por cierto, importantes sectores del capital lo respaldan, pero su aparición no por eso deja de ser un acontecimiento sociopolítico extraordinario en un país que, hace apenas 40 años, conocía una discriminación racial institucionalizada. Esto muestra, sea dicho de paso, que "la acción afirmativa" tiene efectos reales; y los ataques contra las medidas ligadas a esta "acción afirmativa" en el interior de Estados Unidos lo demuestra. Dicho esto, ¿por qué Barack Obama tiene reales posibilidades de imponerse? Acá, se vuelve la cuestión de la selección del personal político de la que hablé al comienzo. Evidentemente no es un cónclave de la burguesía en cuanto tal el que eligió a Obama. De todos modos, los círculos económicos dominantes pesan en las opciones efectuadas, no solamente por medio de sus recursos financieros, de sus redes, sino también de los medios masivos que representan un instrumento totalmente determinante en este tipo de batalla electoral. Entonces, ¿porqué Obama?

Desde mi punto de vista, la reparación del daño causado por la administración Bush podría verse facilitada por un cambio tan profundo y radical de figura en la representación de los Estados Unidos. Un "imperialismo con rostro humano y negro" podría redorar el blasón de los Estados Unidos más que fuertemente opacado por el desastre de la administración Bush. En los sondeos a escala internacional, la imagen de los Estados Unidos nunca cayó tan bajo, ni siquiera en la época de Vietnam.

Los sectores mayoritarios de la clase dominante norteamericana sienten la necesidad de reconstruir la imagen, la reputación del país. Un personaje del tipo de Barack Obama podría facilitar este cambio de imagen y reconfirmar algunos elementos claves de la ideología norteamericana: la democracia, la movilidad social, etcétera. Desde el punto de vista del soft power esto sería muy importante. El solo hecho de que Obama, independientemente del resultado electoral final, se afirme como candidato del Partido Demócrata impresiona ya al mundo entero.

Evidentemente, para que Obama pueda jugar este rol, pueda ponerse el traje de personaje oficial que deberá ser, debió haber dado garantías de buena conducta. La composición de su equipo es en este sentido muy significativa. A propósito de su programa de política interior, muchos analistas han subrayado ya que está a la derecha del que había sido avanzado por Hillary Clinton. En el terreno de la política exterior, el gurú es nuevamente Zbignew Brzezinski. También se encuentra Anthony Lake, un hombre cercano a Brzezinski, que fue consejero de seguridad nacional durante el primer mandato de Bill Clinton, y luego enviado especial del mismo.

Alrededor de Obama vuelven a encontrarse entonces personas que configuraron la orientación de las dos administraciones Clinton en política imperial. Este personal, extrayendo lesiones del fracaso de la administración Bush, tiende hoy a "izquierdizar" su discurso. La lectura de los últimos escritos de Brzezinski es reveladora en este sentido: ¡es algo así como la conversión de San Pedro en el camino a Damasco! El rol de un Joseph Stigliz, consejero económico de Obama, es del mismo tipo. Es hacerse cargo del regreso al equilibrio ideológico que se impone después de Bush.

Evidentemente, los intereses del imperialismo norteamericano tienen como seguro final la supremacía militar, pero el lifting político-ideológico es un complemento útil y necesario. Bajo Bush, la arrogancia y la derechización fueron tan lejos que parece obligatorio para la fracción "esclarecida" del establishment estadounidense dar un golpe de timón a "la izquierda", al menos en el discurso. Y para esto un Barack Obama puede ser útil. No preocupa a las capas dirigentes, porque no ha sido elevado por una ola de radicalización social. La cuestión no reside a nivel de las personas en cuanto tales. Tomemos, por ejemplo, a Franklin Delano Roosevelt. Fue el presidente más progresista de la historia moderna de los Estados Unidos. Pero ello no se debió a su personalidad, aunque sea necesario un personaje adecuado para cada rol, sino a la radicalización social profunda de la época de la Gran Depresión, que él traducía y contenía. En el fondo, no son los personajes quienes hacen las situaciones, sino las situaciones las que hacen a los personajes.

Claro está que no hay ninguna analogía posible entre los Estados Unidos en los años 1930 ?desde el punto de vista de las relaciones sociales, de la lucha de clases, o de la fuerza de la clase obrera? y la situación actual. En el seno de las fracciones dominantes del capital, no existe ninguna inquietud seria. Una figura como la de Obama podría ser ventajosa para promover los intereses de los Estados Unidos. A menos que el curso ultrarreaccionario de la administración Bush fuese ratificado con la elección de John McCain, y entonces los Estados Unidos seguirían cayendo aún más todavía en la pendiente de una decadencia simbolizada por una figura gerontocrática tipo Brejnev.


El reportaje fue realizado el 9 de junio de 2008 por La bréche que lo publicó en el nº 3 junio-julio-agosto 2008. Traducido para Herramienta por Aldo Casas, y publicado con autorización de Gilbert Achcar y La bréche

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