21/11/2024
Por Mészáros István , ,
Introducción
Alguna vez el modo de producción capitalista representó un gran avance sobre todos los otros modos precedentes, a pesar de lo problemático y en definitiva destructivo que este avance histórico terminaría -y debía terminar- siendo. Al romper la muy antigua pero limitativa relación directa entre uso humano y producción para reemplazarla por la relación mercantil, el capital abrió ocultas posibilidades de expansión aparentemente irresistibles para las cuales -desde el punto de vista del sistema del capital y de sus personificaciones- no existirían límites concebibles. Pues la paradójica y en definitiva bastante endeble determinación intrínseca del sistema productivo del capital es que sus productos mercantilizados son para su poseedor no-valores de uso y valores de uso para los no poseedores. He aquí porqué unos y otros tienen que darse constantemente la mano. Este apretón de manos forma el cambio, el cual versa sobre valores que se cruzan y se realizan como tales valores. Por lo tanto las mercancías tienen necesariamente que realizarse como valores antes de poder realizarse como valores de uso. [1]
Esta auto-contradictoria determinación interna del sistema, que impone una brutal sumisión de las necesidades humanas a la necesidad alienante de expansión del capital, es lo que descarta la posibilidad de un control racional completo de este dinámico sistema productivode. Lo que acarrea peligrosas y potencialmente catastróficas consecuencias a largo plazo, transformando al final un gran poder positivo de desarrollo económico, previamente inimaginable, en una desvastadora negatividad, por la total ausencia de una necesaria restricción reproductiva.
Lo que es sistemáticamente ignorado -y debe ser ignorado, debido a inalterables imperativos fetichistas y a los intereses creados del mismo sistema del capital- es el hecho inevitable de que vivimos en un mundo finito, con sus literalmente vitales límites objetivos. Durante un largo tiempo de la historia humana, incluyendo varios siglos de desarrollo capitalista, esos límites pudieron ser -y realmente fueron- ignorados con relativa seguridad. Sin embargo, cuando estos límites se manifiestan, como enfáticamente deben hacerlo en nuestra irreversible época histórica, ningun sistema irracional y desvastador por dinámico que sea (de hecho, mientras más dinámico, peor), puede escapar a las consecuencias. Sólo puede no tomarlos en considracion durante algún tiempo mediante su propia reorientación hacia hacia una rígida justificación del más o menos abierto imperativo destructivo de preservar el sistema a cualquier costo: predicando la visión del "no hay alternativa", y con ese espíritu apartando o suprimiendo incluso brutalmente incluso las mas obvias advertencias de esas anticipaciones de un futuro insostenible.
La falsa teorización es una consecuencia necesaria de esta objetiva determinación estructural desequilibrada y de la dominación del valor de uso por el valor de cambio, no sólo bajo las más absurdas y ciegas condiciones apologéticas del capitalismo contemporáneo sino también del periodo clásico de la economía política burguesa, en los tiempos de ascenso histórico del sistema del capital. Esto ocurre porque bajo la dominación del capital se debe perseguir a cualquier costo una producción ficticiamente ilimitada y debe ser justificada teóricamente como la única forma de producción recomendable. Y esto resulta imperativo aunque no exista ninguna garantía de que : 1) "el cambio de manos" requerido y sustentable de las mercancías que se prevee vaya a ocurrir realmente en el mercado idealizado (gracias a la misteriosa benevolencia de la aún más misteriosa "mano invisible" de Adam Smith); y 2) que las condiciones materiales objetivas para producir la proyectada oferta ilimitada -y humanamente ilimitables, puesto que su auto determinación primaria se divorció de la necesidad y del uso- de mercancías pueda ser asegurada para siempre, sin que importe el impacto destructivo del modo de reproducción social metabólico del capital o sobre la naturaleza.
La conformación ideal del mercado para rectificar el inalterable defecto estructural indicado en el punto 1) antes mencionado son gratuitas reflexiones posteriores, que conllevan muchas presunciones arbitrarias y proyecciones regulativas que no se pueden cumplir. La sobria realidad que subyacente al mercado, como remedio para esas reflexiones posteriores, es un conjunto de relaciones de poder insuperablemente adversas, que tienden a la dominación monopólica y a la intensificación de los antagonismos del sistema. De la misma manera, el grave defecto estructural de perseguir la expansión ilimitada del capital -idealizando el "crecimiento" como un fin en si mismo- como se destacó antes en el punto 2), se complementa con otra ficticia reflexión posterior, cuando debe admitirse que debe puede ser recomendable algún remedio. Y el remedio que se proyecta-como una alternativa al colapso del sistema en una irredimible negatividad en un destino de "estado estacionario", teorizada por la economía política burguesa en el siglo XIX-es simplemente la generosa prédica de hacer una distribución "más equitativa" (y por eso, menos conflictiva), dejando el sistema de producción tal cual. Aunque esta propuesta pudiera realizarse (lo que por supuesto es imposible debido a las fundamentales determinaciones jerárquico-estructurales del mismo orden social del capital), no podría resolver ninguno de los graves problemas de la producción sobre los que también se levantan las insuperables contradicciones del capital y de su incurable sistema de distribución.
Uno de los principales representantes del pensamiento liberal, John Stuart Mill, es tan sincero en su preocupación sobre el "estado estacionario" del futuro, como irremediablemente irrealista en el remedio que propone. Porque sólo puede ofrecer vacías esperanzas cuando discute este problema, que resulta absolutamente inabordable desde el punto de vista del capital. El escribe: "Yo sinceramente espero que, en beneficio de la posteridad, ellos estarán satisfechos por estar estacionarios, mucho antes de que la necesidad se los imponga"[2]. Así, el discurso de Mill no pasa de una prédica paternalista, porque sólo puede reconocer -a tono con su aceptación del diagnóstico maltusiano- las dificultades que surgen del crecimiento de la población, pero ninguna de las contradicciones del orden reproductivo del capital. Su autocomplacencia burguesa es claramente visible y vacía de contenido a sus análisis y a su paternal intento reformador. Mill perentoriamente afirma que: "Solamente en los países atrasados del mundo el crecimiento de la producción es todavía un objetivo importante: en los más avanzados lo que es más necesario econonómicamente es una mejor distribución , para lo cual es indispensable una estricta restricción de su población"[3]. Incluso su idea de "mejor distribución" es irremediablemente irrealista. Porque lo que Mill posiblemente no puede reconocer (o admitir) es que el aspecto abrumadoramente más importante aspecto de la distribución es la intocable distribución de los medios de producción exclusivamente para la clase capitalista. Por eso, comprensiblemente, sobre semejante premisa operativa del orden social siempre prevalece un sentido paternalista de superioridad en el sentido de que ninguna solución puede esperarse "hasta que las mejores mentes tengan éxito en educar a los otros",[4] de modo que ellos acepten el control poblacional y "una mejor distribución" que supuestamente surgirá de tal control. Así el pueblo debería olvidarse por completo de cambiar las destructivas determinaciones estructurales del orden metabólico social establecido que inexorablemente conduce a la sociedad hacia un estado estacionario de estancamiento. En el discurso de Mill, la utopía del milenio capitalista con su estado estacionario sustentable se haría realidad gracias a los buenos servicios de las iluminadas "mejores mentes" liberales. Y entonces, en lo concerniente a las determinaciones estructurales del orden social establecido, todo continuaría como antes, para siempre.
Todo esto tuvo algún sentido desde el punto de vista del capital, por más problemático e insostenible que este sentido terminara siendo a causa del dramático comienzo y cruel profundización de la crisis estructural del sistema. Pero ni siquiera el relativo sentido de algunas proposiciones esperanzadas pudo relacionarse con el movimiento político reformista que pretendía representar los intereses estratégicos del trabajo. A pesar de lo cual, el reformismo socialdemócrata inicialmente se inspiraba en ese tipo de ingenuas aunque al comienzo sinceramente compartidas reflexiones a-posteriori de la economía política liberal. Así, debido a la lógica interna de las premisas sociales adoptadas, que emanaban del punto de vista del capital y de sus derechos adquiridos como controlador inmutable del metabolismo reproductivo, no debería resultar sorprendente que el reformismo socialdemócrata terminara su trayectoria como realmente lo hace: convirtiéndose en el "New Labor" (en Gran Bretaña, o sus equivalentes en otros países), y abandonando toda preocupación incluso por las por las mas limitadas reformas del orden social establecido. Al mismo tiempo, en lugar del liberalismo genuino en esta fase histórica surgieron las más salvajes e inhumanas variedades de neoliberalismo, olvidando los remedios sociales pregonados otrora -incluidas las esperanzadas soluciones paternalistas- en el pasado progresista del credo liberal. Y como amarga ironía del desarrollo histórico contemporáneo, los antiguos movimientos socialdemócratas tipos "New Labor" instalados en el gobierno - no sólo en Gran Bretaña, sino en gran parte del "avanzado" y no tan avanzado mundo capitalista- no vacilaron en identificarse descaradamente con la fase neoliberal agresiva de los apologistas del capital. Esta sumisión claramente marcó el fin del camino reformista que desde el principio era un camino sin salida.
Crecimiento canceroso
Para poder crear un orden social reproductivo económicamente viable y a largo plazo históricamente sustentable, es necesario modificar radicalmente las determinaciones internas autocontradictorias del sistema establecido, que imponen una implacable sumisión de las necesidades humanas y de uso a la necesidad alienante de la expansión del capital. Esto significa que la absurda precondición del sistema productivo dominante -en donde los valores de uso, debido a lo que determinan relaciones de propiedad preestablecidas y totalmente inequitativas, deben ser divorciados y opuestos a quienes los crean para provocar y legitimar circularmente / arbitrariamente la autorrealización ampliada del capital- debe ser definitivamente relegada al pasado. De otro modo el único significado viable de economía como utilización (economizing) racional de los recursos disponibles necesariamente finitos, no puede ser instituido y respetado como vital principio orientativo. En vez de eso, el derroche irresponsable domina el orden socio-económico -y el correspondiente orden político- del capital, que invariablemente se reafirma como irresponsabilidad institucionalizada a despecho de su automitologica "eficiencia" insuperable. (Para que no queden dudas, la clase de "eficiencia" así glorificada es de hecho y en última instancia la auto-contradictoria eficiencia del capital para conducir ciegamente las partes conflictivas / adversarias en desmedro irremediablemente del todo). Así se entiende que aquellas fantasías gubernamentales tan promovidas sobre el "socialismo de mercado" debían desaparecer bajo la forma de un colapso humillante, debido a la aceptación de esas suposiciones y determinaciones estructurales capitalísticamente insuperables.
La concepción actualmente dominante de "economía" que resulta totalmente incapaz de establecer límites aún de los derroches más graves, y que en nuestro tiempo que se dan a escala verdaderamente planetaria, sólo puede operar con tautologías auto-justificatorias arbitrariamente prefabricadas y con falsas oposiciones y seudo alternativas simultáneamente rechazadas, concebidas con el mismo propósito de autojustificación de lo injustificable. Como grosera -e infecciosa- tautología se ofrece la definición arbitraria de productividad como crecimiento y crecimiento como productividad aunque cada uno de esto términos requeriría una evaluación históricamente calificada y objetivamente sustentable.
Naturalmente, la razón por que se prefiere tan obvia falacia tautológica a una adecuada evaluación práctica y teórica es que, al decretar arbitrariamente la identidad de estos dos términos claves de referencia del sistema del capital la superioridad intemporal y la validez autoevidente de un orden social reproductivo extremadamente problemático -y en última instancia autodestructivo- puede parecer no solamente plausible sino absolutamente incuestionable. Al mismo tiempo, la identidad tautológica de crecimiento y productividad es apuntalada por la igualmente arbitraria y auto-justificatoria falsa alternativa entre "crecimiento o no crecimiento". Además, se prejuzga automáticamente a la última para favorecer del "crecimiento" capitalísticamente postulado y definido. Éste, que es proyectado y definido con fetichista cuantificación como el correcto camino basado en presupuestos eternos y como auto-glorificado sinónimo del mismo crecimiento, no es nada más específico y humanamente significativo que la genericidad abstracta de la expansión ampliada del capital como la precondición para satisfacer las necesidades humanas y de uso.
Es aquí donde el divorcio incorregible entre el crecimiento capitalista y la necesidad y el uso humano -en realidad, su potencialmente devastadora y destructiva contraposición a la necesidad humana- se traiciona a sí mismo. Una vez que la mistificacion fetichista y el postulado radicalmente arbitrario de la falsa identidad decretada entre crecimiento y productividad son desnudados, queda extremadamente claro que el tipo de crecimiento postulad y al mismo tiempo automáticamente eximido de todo exámen crítico no tiene conección alguna con objetivos sustentables correspondientes a necesidades humanas. En el universo socio-metabólico del capital la única conexión que puede ser afirmada y defendida a todo costo es la falsa identidad de la -apriorísticamente presupuesta- expansión del capital y del circularmente correspondiente (pero en verdad también apriorísticamente presupuesto) "crecimiento", sean cuales fueren las consecuencias impuestas a la naturaleza y a la humanidad por los tipos de crecimiento más destructivos. Pues la verdadera preocupación del capital solamente puede ser su misma eterna expansión ampliada, aúnque ésta conlleve la destrucción de la humanidad.
En esta visión incluso el mas letal crecimiento canceroso debe conservar la primacía conceptual sobre (y contra) las necesidades humanas y el uso, si por casualidad las necesidades humanas pudieran llegar a mencionarse. Y cuando los apologistas del sistema del capital están dispuestos a considerar The Limits to Growth [5] como lo hizo el Club de Roma a comienzos de los 1970 en su muy propagandizada iniciativa apologética del capital, inevitablemente el objetivo sigue siendo la eternización de las graves desigualdades existentes [6], mediante la congelación ficticia (y quijotesca) de la producción global capitalista en un nivel totalmente insostenible, culpando opr los problemas existentes en primer lugar al "crecimiento poblacional" (como es costumbre en la economía política burguesa desde los tiempos de Malthus). En comparación con estos hipócritas "intentos de curación" que retóricamente pretenden preocuparse nada menos que de la "situación difícil de la Humanidad", la prédica paternalista de Mill antes citada, con su genuina defensa de alguna distribución más equitativa de la acostumbrada, fue el paradigma del iluminismo radical.
La característica falsa alternativa de "crecimiento no crecimiento" se hace evidente sólo considerando lo que pudiera ser el impacto inevitable del propuesto "no crecimiento" sobre las graves condiciones de desigualdad y de sufrimiento en el orden social del capital. Significaría una condena permanente de la aplastante mayoría de la humanidad a las condiciones inhumanas que actualmente está siendo forzada a soportar. Pues están siendo literalmente forzadas a soportarlas a miles de millones , cuando sería perfectamente factible crear una alternativa real. Bajo determinadas condiciones, o sea cuando sería perfectamente factible rectificar al menos los peores efectos de la privación global: dando un uso humanamente recomendable y recompensador el potencial de productividad ya alcanzado, en un mundo cuyos recursos materiales y humanos están siendo criminalmente desperdiciados.
Producción destructiva
Indudablemente sólo podemos hablar de un positivo potencial de productividad y no del que en realidad existe, como muchas veces dicen con buenas intenciones coloreadas de verde pero también con ilimitadas ilusiones anticuados reformistas dispuestos a asegurar que podemos "hacer ya lo correcto", con los poderes productivos que tenemos a nuestra disposición, si es que realmente quisiéramos hacerlo. Sin embargo, desgraciadamente, esta concepción ignora completamente de que modo se articula actualmente nuestro sistema productivo, que exige una futura rearticulación radical. Pues la productividad atada al crecimiento capitalista en la forma ahora dominante de producción destructiva, es uno tremendo adversarios que lo prohibiría. Para hacer realidad la tan necesaria potencialidad positiva del desarrollo productivo, de manera tal que fuese capaz de rectificar muchas de las desigualdades e injusticias más acuciantes de la sociedad existente, sería necesario adoptar principios regulativos de un orden social cualitativamente diferente. En otras palabras, el actualmente negado potencial de productividad de la humanidad debería ser liberado de la camisa de fuerza capitalista para convertirse en poder productivo socialmente viable.
El reclamo quijotesco de congelar la producción en los niveles alcanzados al principio de la década de 1970 era el intento de camuflar con un váculo modelo pseudo científico creado en el Instituto Tecnológico de Massachussets, la brutal imposición de las relaciones de poder del imperialismo norteamericano en la posguerra. Esa variedad de imperialismo era por supuesto muy diferente de la forma anterior conocida por Lenin. En su tiempo al menos media docena de significativos poderes imperialista competían por el disfrute real o supuesto de sus conquistas. Y aún en la década de 1930 Hitler estaba dispuesto a compartir los frutos del imperialismo violentamente redefinido con Japón y la Italia de Mussolini. Por el contrario, en nuestro tiempo debemos enfrentar la realidad y -los peligros letales-que surgen del imperialismo global hegemónico, con los Estados Unidos como potencia aplastantemente dominante.[7] A diferencia de Hitler, los Estados Unidos como hegemón único se nega completamente a compartir la dominación global con cualquier rival. Y se trata sólo un asunto de contingencias político-militares. Los problemas son más profundos. Derivan de las contradicciones permanentemente agravadas de la profundización de la crisis de estructura del sistema del capital. El imperialismo hegemónico global dominado por Estados Unidos es un intento -a la larga fútil- de inventar una solución a esa crisis a través de más violento y brutal dominio sobre el resto del mundo, reforzado con o sin la ayuda de "aliados serviles", ahora a través de sucesivas guerras genocidas. Desde lo década de 1970 los Estados Unidos se han ido hundiendo en un endeudamientos catastrófico. La fantasiosa solución públicamente proclamada por varios presidentes de los EEUU era "crecer para superarlo". Pero el resultado fue diametralmente opuesto, con una deuda astronómica y aún creciente. De acuerdo con esto, los EEUU debe apoderarse para sí, por todos los medios a su disposición, incluyendo las más violentas agresiones militares cuando ella sea necesario, de todo lo que pueda transfiriendo los frutos del crecimiento capitalista de cualquier parte del mundo, gracias a la dominación global socioeconómica y político militar de los EEUU. ¿Podría alguien en su sano juicio imaginar, por prevenido que esté contra el despreciado "mito igualitario", que el imperialismo global hegemónico dominando por los EEUU podría tomar en serio siquiera por un momento la panacea del "no crecimiento"? Solamente la peor clase de fe ciega puede sugerir tales ideas, aunque vengan pretenciosamente envueltas en hipócritas preocupaciones sobre la "Situación de la Especie Humana".
Por muchas razones no cabe dudar de la importancia del crecimiento tanto en el presente como en el futuro. Pero junto con decir eso, debemos examinar adecuadamente el concepto de crecimiento no sólo del que conocemos en el presente si no también como encarar su sustentabilidad en el futuro. El respaldo a la necesidad de crecimiento no puede ser a favor de un crecimiento no calificado. La pregunta real que tendenciosamente se esconde es: ¿qué clase de crecimiento es posible hoy en contraste con el crecimiento capitalista peligrosamente desvastador y debilitante que vemos a nuestro alrededor? Porque el crecimiento debe ser positivamente sustentable en el largo plazo.
Como ya se mencionó, el crecimiento capitalista está fatalmente dominado por los inevitables límites de la cuantificación fetichista. El derroche cada vez más grave es el corolario necesario de ese fetichismo, puesto que no puede haber hay ningún criterio -ni medida viable- con cuya observación se pudiera corregir el derroche. La cuantificación más o menos arbitrarias establece el contexto, creado al mismo tiempo la ilusión de que una vez que aseguradas las cantidades requeridas por los mas poderosos, ya no habría más problemas significativos. Sin embargo, la verdad del asunto es que la cuantificacion auto-orientada no se puede sostener en absoluto como forma de estrategia de productividad viable ni siquiera en el corto plazo. Pues es parcial y miope (o ciega), preocupada sólo por las cantidades que corresponden a los obstáculos inmediatos para el cumpliendo de determinada tarea productiva, pero no con los necesariamente relacionados límites estructurales del mismo emprendimiento socioeconómico, límites que -lo sepan o nó- en última intancia deciden todo. La confusión capitalísticamente necesaria de límites estructurales con obstáculos (que pueden ser superados cuantitativamente), a fin de ignorar los límites (pues éstos corresponden a determinaciones insuperables del orden social metabólico del capital) contamina la orientación del crecimiento de todo el sistema productivo. Para hacer viable el crecimiento se requeriría aplicar profundas consideraciones cualitativas. Pero esto es totalmente impedido por el incuestionado e incuestionable impulso auto-expansivo a toda costa del capital, que es incompatible con la consideración restrictiva de la cualidad y los límites.
La gran innovación del sistema del capital es que puede operar -no dialécticamente-mediante la dominación aplastante de la cantidad al incluir todo, inclusive el trabajo humano vivo (inseparable de las cualidades de necesidad y uso humana) bajo determinaciones cuantitativas abstractas, en la forma de valor y valor de cambio. Este es el secreto del triunfo -durante mucho tiempo irresistible- socio-histórico del capital. Pero es también el presagio de su insustentabilidad y de su necearia implosión final, una vez que los límites absolutos del sistema sean plenamente activados, como está ocurriendo en nuestra misma época histórica. Es ahora cuando la dominación no dialéctica de la cualidad por la cantidad se hace insostenible y peligrosa.
Portanto es inconcebible ignorar en nuestro tiempo la fundamental, pero secundarizada bajo el capitalismo, conexión inherente a la economía y economizar (lo que equivale a administración responsable). Hemos llegado a un punto crítico en la historia, en el cual las personificaciones queridas por el sistema productivo imperante hacen todo lo posible para borrar de la conciencia esa conexión vital -optando por una destructividad innegable, no sólo cultivando prácticas productivas extremadamente desvastadoras sino también glorificando su empeño letalmente destructivo con "guerras preventivas y anticipatorias" ilimitadas.
La cualidad, por su propia naturaleza, es inseparable de las especificidades. En consecuencia, un sistema socio metabólico respetuoso de la cualidad -sobre todo de las necesidades de los seres humanos como sujetos productores- no puede ser regido jerárquicamente. Se requiere una administración socioeconómica y cultural de una especie radicalmente diferente para una sociedad que opere sobre la base de semejante metabolismo reproductivo cualitativamente diferente, que se puede resumir como auto-administración. La regimentación era tan factible como necesaria para el orden social metabólico del capital. De hecho, la estructura de mando del capital no puede funcionar de otra manera. La jerarquía estructuralmente asegurada y la regimentación autoritaria son las características definitorias de la estructura de mando del capital. El orden alternativo es incompatible con la regimentación y con el tipo de contabilidad que debe prevalecer en el sistema capitalista -e incluye la operación estrictamente cuantitativa del tiempo de trabajo necesario-. Por lo tanto, la especie de crecimiento necesario y factible en el orden metabólico social alternativo puede solamente basarse en la cualidade directamente correspondientes a las necesidades humanas: Las necesidades reales e históricamente en desarrollo tanto de la sociedad como un todo y de sus individuos particulares.
Al mismo tiempo, la alternativa a la restrictiva y fetichista contabilidad del tiempo de trabajo necesario sólo puede ser la liberación y emancipación del tiempo disponible conscientemente ofrecido y administrado por los individuos sociales mismos. Esta especie de control metabólico social de los recursos materiales y humanos disponibles respetaría -y podría hacerlo- tanto los límites generales derivados del principio orientador de la economía como economización; y al mismo tiempo también expandiría conscientemente esos límites y necesidades cualitativas según lo permitiesen las condiciones históricamente en desarrollo. Pese a todo no debemos olvidar que "el primer acto histórico fue la creación de una nueva necesidad" (Marx). Sólo el modo temerario con que el capital trata la economía -no como economización racional, sino como una completamente irresponsable legitimación del derroche ilimitado- es lo que pervierte totalmente este proceso histórico: sustituye la rica diversidad de las necesidades humanas por la alienante y única necesidad de auto-reproducción ampliada del capital a cualquier costo, con lo que termina amenazando la misma historia humana.
(Ver segunda parte, "El socialismo en el siglo XXI")
El presente artículo que por razones de espacio se divide en dos partes fue publicado en Monthly Review, mayo 2007 http://www.monthlyreview.org/ ; traduccion de Federico García Morales paraGlobalización, revista de Economía, Sociedad y Cultura http://rcci.net/globalizacion/2007/ , corregida para Herramienta por Aldo Casas.
[1] El Capital, México, FCE, vol. I, pag. 49.
[2] John Stuart Mill, Principles of Political Economy (Prometheus Books, 2004), pag. 751.
[3] Mill, Principles, pag. 749.
[4] Idem.
[5] Citemos con todo su extenso y hasta pretencioso título: Donella H. Meadows, et al., The Limits to Growth: A Report for the Club of Rome Project on the Predicament of Mankind , Londres, Earth Island Limited, 1972.
[6] Digamos que la principal figura teórica detrás de la aventura de "limitación del crecimiento" es el profesor Jay Forrester, del Massachusetts Institute of Technology, que desdeñosamente descarta cualquier preocupación por la igualdad como una mera "consigna igualitaria". Vease su entrevista en Le Monde, 1 de agosto de 1972.
[7] Ver István Mészáros, El siglo XXI ¿socialismo o barbarie?, Buenos Aires, Ediciones Herramienta, 2007.