21/11/2024
Primavera- Verano 2002/2003
"Guerra es sinónimo de terrorismo, magnificado cien veces."
(Howard Zinn, historiador estadounidense)
¿Quiénes son los terroristas?
Hay que condenar el terrorismo. Pero todo terrorismo. Tanto el producto de acciones individuales, de fundamentalistas u organizaciones aislados, como el más brutal y masivo, el terrorismo de Estado. Aquél requiere de gente dispuesta a inmolarse convertida en una máquina de asesinar. Éste, más sistemático y atroz, con la bendición del imperio, se enseña, se planifica y se practica desde aparatos estatales o paramilitares (legales o no) transformados en dispositivos diabólicos de muerte.
Humanamente hirió profundo la matanza de más de 3.000 personas, muchas de ellas migrantes de 60 países, incluso ecuatorianos. Como seres humanos nos solidarizamos con los y las trabajadores(as) injustamente asesinados(as), y con el pueblo norteamericano, con los y las bomberos(as) y voluntarios(as) que dieron muestras de entrega ejemplar. Pero cuando se desató la manipulación informativa que creó la histeria patriotera y aupó la sed de venganza; cuando se desplegaron los portaaviones, las fuerzas especiales; cuando se relegitimó la "comunidad de inteligencia" con la CIA y el FBI a la cabeza (pese a su evidente fracaso el 11 de septiembre); cuando se bombardeó a un pueblo inocente, indudablemente "algo huele mal (y muy mal) en Dinamarca". La conflagración emprendida en Afganistán, al contrario de una operación de "Justicia Infinita" o de "Libertad Duradera" (como la bautizó el Pentágono), fue un esfuerzo de guerra destinado a favorecer al capital monopólico (en especial al sector armamentista y al petrolero) y una operación punitiva para reafirmar el hegemonismo norteamericano.
El poder imperialista, representante del capital transnacional, antes que víctima inocente es el responsable fundamental del terrorismo en el mundo. Para asegurar su supremacía político-militar y los enormes intereses del gran capital ha practicado el intervencionismo armado y ha propagado el terror, ha apoyado a dictadores y asesinos, ha impuesto el fundamentalismo de libre mercado y los ajustes extremistas. Además de los pueblos de los países coloniales y semicoloniales, entre sus víctimas también están los pueblos de los países industrializados, cuyas mayorías son objeto de explotación y manipulación.
Esta no es una guerra contra el terrorismo. Si fuera así, tendrían que hacerla contra ellos mismos, contra los terroristas económicos y políticos, contra los fabricantes y traficantes de armas, contra los generales que las usan, contra los tiranos y corruptos que imponen en la periferia capitalista. Esta es una guerra para beneficiar al gran capital (armas y petróleo). Con el terrorismo como pretexto, llevaron a cabo una guerra imperialista de recolonización contra un pueblo pobre que padeció bajo la dictadura talibán, que los mismos EE.UU. ayudaron a encumbrar. Esta es una guerra para escarmentar a quienes contrarían sus designios (Bin Laden y los talibán, pero también al pueblo afgano en general), para disciplinar a éste y otros pueblos (para imponer gobiernos más afines y para aumentar su control sobre la producción y el transporte de combustibles [1] y de drogas, pues Afganistán es el mayor productor de heroína), para advertir a otros que están en la mira (Irak, Sudán, Colombia) y para demostrar quién es el amo del mundo.
Las razones de fondo del asesinato de masas
El 11 de septiembre fueron atacados los símbolos del poder imperial, del poder militar y económico más grande de la historia. Fue una reivindicación feroz protagonizada por los sectores más retrógrados de pueblos humillados y avasallados por la globalización neoliberal. La acción fue llevada a cabo por terroristas islámicos reclutados entre los agraviados por la violencia globalizada, movilizados para ejercer una venganza bárbara y sangrienta.
No nos reconocemos en tales actos. Pero entendemos que el terrorismo no responde a la insanía mental individual (como caricaturizan las grandes cadenas norteamericanas), sino a causas estructurales e históricas. Fueron las tempestades cosechadas por la siembra imperial de vientos. Son el resultado de la imposición de dictadores serviles (como el Sha, Suharto, Marcos, los monarcas árabes, etc.); son la consecuencia de las matanzas (como las de Sabra y Chatila o las de la Intifada, por ejemplo), de la violencia sistemática del Estado de Israel contra los palestinos, de los bombardeos cotidianos contra Irak, de la ingerencia en Afganistán, etcétera. Son el corolario de las intervenciones militares, de la homogenización cultural, del racismo... Son el fruto del neoliberalismo y la globalización que han profundizado la desigualdad, la exclusión, el saqueo. Como dijo nada menos que James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, "los atentados del 11 de septiembre (fueron) efecto de la desigualdad económica en el mundo".[2] Más aún, subrayaba que "la pobreza en un lugar del mundo se trasladó en forma de violencia a otro lugar del mundo".
El terror o el sin fin de la espiral de violencia
El 11 de septiembre, todo el esquema de seguridad norteamericano (los aparatos militares, la CIA, el FBI, etc.) sufrió una monumental bancarrota pese al gigantesco presupuesto de defensa (unos 330 mil millones de dólares para 2002, que se incrementaron a 379 mil millones para 2003), al enorme ejército desplegado a escala planetaria (1,4 millones de efectivos en 1998, sólo detrás de China, que duplica esos efectivos pero tiene 4,6 veces su población[3]), al completo y sofisticadísimo arsenal que ostentan (desde el armamento convencional hasta mísiles y bombas "inteligentes", aviones "fantasmas", e incluso las armas químicas, bacteriológicas, nucleares y el escudo antimisiles en que están empeñados), a pesar del trabajo de las innumerables y especializadas entidades de inteligencia.
Hace unos años, incluso los especialistas norteamericanos hablaban de "la relativa incapacidad para prevenir un acto terrorista" y habían puesto en duda la efectividad del escudo antimisiles para ese fin, puesto que -decían- "tendremos todos los medios para protegernos de una agresión de países que no piensan en atacarnos y ninguna forma de evitar atentados por parte de los que, al contrario, no piensan en otra cosa".[4] Precisamente los servicios secretos, los innumerables organismos policiales y el gigantesco aparato militar se mostraron impotentes ante la tragedia del 11 de septiembre y fracasaron estruendosamente en su prevención. El monumental presupuesto militar que se justificaba con enemigos reales o ficticios, con los "deberes" de potencia hegemónica unipolar, reveló su verdadera racionalidad político-económica, su funcionalidad para el imperialismo y la valorización del capital excedente.
Sin embargo, lo que más llamó la atención es que tras tan evidente fiasco no se hicieran investigaciones (oficiales o del Congreso), no se destituyera a los responsables de la seguridad vulnerada, no se revisaran las políticas. Al contrario, siguieron los anteriores encargados, quienes conservaron su poder como si nada. Y lo peor es que se insistió en la misma política que fracasó estrepitosamente, en el prepotente intervencionismo armado en el exterior. Quisieron solucionar las cosas con más de lo mismo, en una ciega y repetitiva política imperialista. Como señalaron veteranos vietnamitas, quienes dudaban "que las tropas de EE.UU. alcancen fácilmente sus objetivos en Afganistán (puesto que) sus jefes militares no sacaron lección alguna de los 58.000 soldados que perdieron en Vietnam"; ellos insistían que "para ganar en Afganistán, y no hundirse como en Vietnam, EE.UU. debe cambiar de estrategia".[5] Los hechos posteriores les dieron la razón, puesto que ni la ejecución de Bin Laden ni la derrota del terrorismo (propósitos principales de la operación) fueron obtenidos tras la caída del régimen talibán; ésta más bien abrió una etapa de incertidumbre tanto por la poca confiabilidad de los nuevos "aliados" afganos como por la derrota solo parcial de los talibán y Al Qaeda, la organización de Bin Laden.
No solo "no han aprendido nada, absolutamente nada de la historia del siglo XX, de cien años de terrorismo y contraterrorismo, de violencia enfrentada con violencia en un ciclo sin fin de estupidez" (Zinn, 2001). Sino que esa política guerrerista se enmarca dentro de la lógica del imperialismo, tanto para reafirmar su dominio, como para estimular su alicaída economía con dispendioso gasto militar.
Las semillas del odio
Tras el atentado, la pregunta clave para el pueblo norteamericano es ¿por qué hay gente que está dispuesta a cualquier cosa (incluso a suicidarse) en contra de EE.UU.? ¿Por qué suscitan tanto odio?
Quizás para el norteamericano promedio la muerte y la guerra se hicieron terribles realidades en su territorio recién el 11 de septiembre. Antes eran hechos lejanos, cotidianidades más bien de Tercer Mundo. Al menos esa era la ideología oficial que la mayoría prefería creer, en una mítica indiferencia con relación al resto del mundo[6] que servía de coartada para disfrutar de un alto nivel de vida sin preguntar a qué costo fue conseguido. Ideología oficial útil y apatía popular trabajada, además, con el fin de tener las manos sin ataduras para actuar con el intervencionismo legitimado o al menos tolerado.
El atentado hizo estallar la pompa de jabón ilusoria del "fin de la historia". Quienes se creyeron el cuento tuvieron que descubrir que la historia no solo ha seguido, sino que irrumpió de manera brutal en sus apacibles vidas. Ya la insurrección Zapatista (1994) había roto la calma chicha; luego vinieron las enormes movilizaciones del otoño francés de 1995 en contra de las privatizaciones; más tarde, los levantamientos indígenas y populares en Ecuador que dieron al traste con dos gobiernos (1997 y 2000); luego, el movimiento antiglobalización; y después, la oposición a la agresión imperialista, y la estrepitosa caída de la convertibilidad y los cacerolazos argentinos. Además, la solución negociada de varios conflictos (El Salvador, Guatemala, Sudáfrica, en parte Palestina) no los terminó, solo traspuso las contradicciones a otro nivel. Estallaron y continuaron otras conflagraciones con igual o mayor ferocidad (Yugoslavia, Bosnia, Chechenia, Armenia, Georgia, etcétera, las guerras y matanzas del África subsahariana, Kurdistán, Afganistán, Irak, y un sinnúmero de contiendas menores). El imperialismo continuó operando tras la "defunción" de la historia y perpetuó la reproducción de resistencias y revanchas. La invasión de Panamá (1989-1990) dejó su estela de sangre con 7.000 víctimas. La guerra del Golfo Pérsico se saldó con centenares de miles de iraquíes muertos (hay estimaciones que hablan de 300 mil). Entre 1992 y 1994, EE.UU. interviene directamente en Somalia. En 1994 le tocó el turno a la invasión de Haití para "preservar (y vigilar) la democracia". Irak padeció las consecuencias del embargo comercial y los bombardeos periódicos (se calcula que mueren 60.000 niños por año y que en total ya son un millón las víctimas[7]). En 1999 destruyeron la infraestructura yugoslava pero no al gobierno de Milosevic, en aquélla "intervención humanitaria" hecha de bombardeos, liderada por la "civilizada" OTAN, supuestamente en contra del terrorismo de Estado y la "limpieza étnica" ejecutada por los servios contra la minoría albanesa kosovar.[8] Se siguió apoyando a Israel con todo (armas, política, etc.), a su terrorismo de Estado, a su represión contra civiles, a su política de asesinatos selectivos...
El 11 de septiembre hizo trizas la idea de un pretendidamente inocente "american way of life". Ya no hay lugar para ninguna ingenuidad. La mayoría de los pueblos de la Tierra hemos sufrido no solo el terror y la muerte sino también los ajustes, la multiplicación del desempleo y el subempleo, la flexibilización laboral, el servicio de la deuda externa y el deterioro de los términos de intercambio, la destrucción medioambiental, para que el capital se valorice. Pero el capital ha requerido no solo de su ampliación a los mercados de la periferia como fuentes de materias primas depreciadas y de fuerza de trabajo superexplotada para integrar el ejército industrial de reserva globalizado, sino que ha necesitado de la profundización y diversificación de los mercados en los países centrales, por medio del incentivo al consumismo desenfrenado. De tal forma que las luces de aquellas vitrinas y la propaganda que han encandilado a tantos incautos (incluidos buena parte de los habitantes de Europa Oriental) también cumplen una función económica central para la realización de la plusvalía. Más aún, el sueño de empleo estable, casa propia, vacaciones en lugares exóticos, buena comida y auto nuevo cada 3 años, esto es, "el sueño americano", solo ha sido posible para unos pocos a cambio de la exclusión, la explotación, la pobreza de la mayoría y la devastación del entorno natural. "El modelo norteamericano de crecimiento cuesta al resto del mundo, por mala alimentación y hambre, 40.000 muertos al día, es decir, un Hiroshima cada dos días".[9] Según la UNICEF, 30.500 niños y niñas menores de 5 años mueren cada día por causas susceptibles de prevención, para un total de 11.140.000 muertes infantiles anuales evitables (UNICEF, 2000: 16; 84-87, Tabla 1).[10] Pero además, según la ONU, las prioridades que tal modelo establece son las siguientes:
Mas no interesa reproducir el mismo esquema consumista ni tampoco es del caso intentar entrar en él. No se trata de eso. Algo por lo demás imposible pues se necesitarían algunos planetas adicionales con similares niveles de riquezas y de contaminación para que todos los seres humanos tengan el mismo grado de consumo que los habitantes de los países desarrollados. Lo cual es absurdo. Esto se debe recordar porque dentro del capitalismo, para que el 20% de la humanidad que mayoritariamente vive en los países ricos esté bien, es necesario que el resto de la población mundial se encuentre mal. El consumismo es impensable sin la exclusión y la restricción violenta de la mayoría. El presidente del Banco Mundial (BM), James Wolfensohn, recordaba que "80 por ciento de la población del planeta vive con 20 por ciento del ingreso... (es decir) que de los 6 mil millones de habitantes del mundo, 4 mil 800 millones acceden a sólo 20 por ciento del producto interno bruto (PIB)... La mitad de la población mundial, 3 mil de los 6 mil millones, viven con menos de dos dólares al día. De éstos, mil doscientos millones de personas viven con menos de un dólar al día".[11] Esta situación provoca enormes desigualdades en el consumo, como se aprecia a continuación:
Más allá de los discursos que buscan engañar y difundir conformidad, estas cifras muestran una realidad imposible de eludir. Ése es el horroroso retrato del capitalismo globalizado realmente existente.
"Digo a EE.UU. y a su gente: juro por Dios que nunca soñarán ni jamás volverán a sentirse seguros, a menos que nosotros sintamos seguridad en nuestra tierra y en Palestina."
(Osama Bin Laden)
Pero el 11 de septiembre también demolió, vía terrorismo, un tercer mito: aquel de la seguridad por las armas, del expansionismo sin consecuencias. Porque el gigantesco presupuesto, las bases militares, el armamento y la inteligencia no dieron la seguridad esperada (Cfr. Zinn, 2001).
Demasiados pueblos han sido agredidos por el imperialismo. Allí está Vietnam que fue devastado con napalm, agente naranja, bombas cluster y con el bombardeo de alfombra de los B-52. En América Latina, las invasiones o las intervenciones indirectas o los dictadores impuestos por los EE.UU. que desataron el terrorismo de Estado[12], y los escuadrones de la muerte, sanguinarios instrumentos de la "guerra sucia", asesorados y entrenados por los norteamericanos[13]. Esa guerra contra nuestros pueblos con centenares de miles de torturados, desterrados, enterrados, con encarcelados, fusilados y "desaparecidos". Esa guerra que provocó innumerables golpes de Estado y hasta el "Plan Cóndor" de exterminio internacional. La barbarie encumbrada a la dirección del Estado, la sevicia masificada y ejercida con impunidad, el servilismo extremo como justificación. Antes fueron los Trujillo, Somoza, Duvalier o Batista, después los Pinochet, Videla, Ríos Montt o Noriega, y recientemente los Fujimori-Montesinos. En Oriente, además de Vietnam, hay que recordar al menos a Corea, a Camboya, a Laos; entre los déspotas-marionetas además del Sha y Suharto, también a Marcos, a los militares en Turquía, en Pakistán, en Corea del Sur, en Taiwán (a Chiang Kai-Shek le sucedió su hijo), las monarquías árabes autoritarias, el infaltable Estado sionista, etcétera. En África, en especial subsahariana, además de la colonización propiamente dicha y sus secuelas (tráfico de esclavos, saqueo de riquezas, ocupación militar y demás), los últimos procesos han apuntado a la destrucción de los Estados-nación, a las guerras inter-étnicas, las hambrunas, el sida, las endemias y la exclusión abierta.[14]
No hay que olvidar que el 11 de septiembre de 1973, Augusto Pinochet, en desquiciado arrebato criminal y terrorista, bombardeó el Palacio de La Moneda y asesinó al presidente Allende. Como resultado del golpe de Estado se calcula que hubo no menos de 4.500 asesinados, 30.000 detenidos, 15.000 desaparecidos y 1 millón de exiliados.[15] La dictadura militar argentina produjo 30.000 desaparecidos con métodos tan horrendos como el de arrojar a los prisioneros con vida al océano (entre 4.000 y 5.000 personas, según los organismos de derechos humanos, Verbitsky, 1995: 32). En Guatemala hubo 45.000 desaparecidos; en Perú, la guerra sucia de Fujimori se cobró 20.000 víctimas (Herrera, 1995: 30-31). Además están los casos de Nicaragua, El Salvador y Honduras; actualmente, Colombia y, en menor medida, México.
Demasiadas matanzas, demasiada sangre para sostener el interés del capital. Esas son las razones del odio contra el gobierno de los EEUU. En el Tercer Mundo hay muchísima gente a la que los norteamericanos le han hecho la guerra, le han destruido su país, su familia, su cultura, su mundo, para que ganen las transnacionales. No es gente que desee incorporarse al "american way of life". Al contrario, buena parte de las víctimas murieron porque buscaron construir un mundo diferente. Y los sobrevivientes no tienen ninguna posibilidad ni esperanza.
Nadie puede pretender ser inocente y beneficiarse de la desigualdad. No hay más espacio para la ingenuidad. No es posible ser indiferentes. Como dice un obispo norteamericano: "Somos blanco de los terroristas porque, en buena parte del mundo, nuestro gobierno defiende la dictadura, la esclavitud y la explotación humana. Somos el blanco de terroristas porque se nos odia. Y se nos odia porque nuestro gobierno realiza cosas odiosas... País tras país, nuestro gobierno se ha opuesto a la democracia, ha sofocado la libertad y ha hollado los derechos del ser humano. Esta es la causa por la que nos odian en todo el mundo. Esta es la razón de que seamos el blanco de los terroristas..."[16]
La vieja historia de las desigualdades y las exclusiones
"Los problemas humanitarios son muy pocas veces meramente humanitarios. Quitar la vida a alguien o negarle la comida es casi siempre un acto político."
(Condolezza Rice)[17]
La globalización neoliberal ha agudizado el proceso de concentración de la riqueza y de exclusión y pauperización. El crecimiento promedio anual del PNB per cápita entre 1990 y 1998 fue negativo para 50 países y fue lento para 80 adicionales (PNUD, 2000: 81). Más de 80 países de entre 174 tienen un PIB per cápita menor que hace una década o más (PNUD, 2000: 178-185, Cuadros indicadores 7 y 8; PNUD, 1999: 3, 151-158, Cuadros indicadores 6 y 7). Si en 1960 el 20% de la población mundial que vivía en los países más ricos tenía 30 veces el ingreso del 20% que vivía en los países más pobres, en 1990 la proporción fue de 60 a 1, y en 1997 era de 74 a 1 (PNUD, 1999: 3, 36), con lo que en 37 años la desproporción se multiplicó en 2,5 veces. Por ello, la participación del 20% más pobre en el ingreso mundial descendió del 2,3% en 1960, a menos del 1,4% (1991) y al 1,1% en 1997 (PNUD, 1997: 10). En 1997, la quinta parte más rica de la población tenía el 86% del PIB mundial, mientras el quinto más pobre apenas tenía el 1%; el quinto más rico participaba del 82% de las exportaciones mundiales, en tanto el quinto inferior sólo del 1%; el 20% superior participaba del 68% de la inversión extranjera directa, en contraste con el 1% al que accedía el quinto más pobre; la quinta parte más rica tenía el 93,3% del uso de Internet, mientras que el quinto más pobre apenas intervenía con el 0,2% (PNUD, 1999: 2-3).
Según el PNUD (1999: 3, 37-38), el activo neto de las 200 personas más ricas del mundo creció de manera espectacular de 440 mil millones de dólares en 1994 a 1.042 mil millones en 1998 (se multiplicó en 2,4 veces en 4 años), mientras registraban un ingreso de 500 dólares por segundo. "El activo de las tres personas más ricas es superior al PNB combinado de todos los países menos adelantados (48 países con 600 millones de habitantes). El activo de las 200 personas más ricas es superior al ingreso combinado del 41% de la población mundial", unos 2.386 millones de personas (PNUD, 2000: 226, Cuadro indicador 19). Poco menos del uno por ciento de la población del planeta controla un tercio de la riqueza.
Según el presidente Fernando Henrique Cardoso, 35 millones de brasileños (el 21% de los 166 millones de habitantes) son "descartables". Claro que son "desechables" desde el punto de vista del capital transnacional. Para el modelo neoliberal no hay espacio para la gente y ella es la que sobra. Esa es su lógica perversa. El capitalismo ha generado las siguientes exclusiones:
Pero esto tiene una larga historia. La distancia entre el país más rico y el más pobre (medida en el PIB per cápita) ha ido en aumento, en una tendencia que se ha mantenido constante durante dos siglos, puesto que era de 3 a 1 en 1820, 7 a 1 en 1870, 11 a 1 en 1913, 35 a 1 en 1950, 44 a 1 en 1973 y 72 a 1 en 1992. El Reino Unido, como país más rico en 1820, tenía un ingreso seis veces mayor al de Etiopía, país más pobre de 1992; es decir, China como país más pobre en 1820 duplicaba el ingreso de la Etiopía contemporánea (PNUD, 1999: 3, 38). Esto es, en vez de mejorar, no solo ha aumentado la distancia entre los países pobres y los ricos, sino que se ha profundizado la pobreza. ¡Y eso que se usan promedios nacionales para hacer la comparación!
Más allá del cinismo posmoderno (cuya frondosidad verbal frente a la contundencia de tales hechos queda desnuda, reducida a su cortedad de miras y a su perversa intención de sembrar confusión); más allá de los discursos ideológicos que encubren, edulcoran y venden sueños de opio y cielos de pacotilla, las cifras muestran un resultado sistemáticamente perseguido. No accidental ni casual. La realidad de muerte y pobreza, de sangre y lodo, no solo pertenece a la infancia del capital (Cfr. Marx, 1976: III, 255). Es, por desgracia, también la situación del capitalismo tardío y decadente. Claro que elevada a rango planetario, con sistemas de control social de alta tecnología, con armas apocalípticas, con terrorismo metódico...
¿Otro mundo es posible?: Socialismo o Barbarie[18]
"Solo gracias a aquellos sin esperanza, nos es dada la esperanza."
(Walter Benjamin)
La Primera Guerra Mundial representó, según Rosa Luxemburgo, un "retroceso a la barbarie", que situaba al proletariado internacional "frente a un dilema de la historia universal...: o triunfa el imperialismo y se hunde toda la cultura y, como en la antigua Roma, sobreviene la despoblación, la devastación, la degeneración... o vence el socialismo, es decir, la acción combativa consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y sus métodos, la guerra" (Luxemburgo, 1977: 271). Más aún, "el socialismo es en esta hora la única ancla de salvación de la humanidad. Sobre los muros que se hunden de la sociedad capitalista arden como un memento de fuego estas palabras del Manifiesto Comunista: ¡Socialismo o barbarie!" (Ibid: 408).[19]
Vivimos el apogeo del capitalismo salvaje y decadente, sin ningún contrapeso internacional. Un capitalismo que tiende a desarrollar sus tendencias más inhumanas: racismo, xenofobia, abandono a su suerte y exclusión de la inmensa mayoría de la población planetaria, ultranacionalismo, devastación medio-ambiental, colonialismo, pauperización de los trabajadores, autoritarismo creciente, fascistización. A la vez que se profundiza a escala mundial la concentración y centralización del capital, se exacerba su carácter parasitario hipertrofiando la esfera financiera; se incorporan por millones los trabajadores precarizados y los desempleados a un ejército industrial de reserva planetario. Mientras el Tercer Mundo es crecientemente marginado (solo puede ofrecer fuerza de trabajo superexplotada y medioambiente susceptible de ser devastado), regiones enteras son "desconectadas" del mercado global (en especial el África subsahariana y parte del mundo árabe), y aumenta la pobreza incluso en los países industrializados.
La vieja alternativa repetida por los socialistas de principios del siglo XX cobra hoy extraordinaria actualidad y lacerante urgencia. Pues nosotros vivimos el futuro de ellos. Un futuro que solo en sus peores pesadillas o en sus más lúcidas teorizaciones apenas alcanzaron a atisbar. La fórmula del pasado es nuestra realidad actual. La barbarie de que hablaron es la que hoy podemos constatar diariamente a nivel planetario. Una barbarie, naturalmente, de otro nivel: con la amenaza del terror nuclear, con apocalípticas armas químicas y bactereológicas, con un poder hegemónico único que hace de gendarme mundial, con terribles y largas guerras regionales, con el inmoral tráfico de armas que las alimenta y es fuente de colosales ganancias, con escuadrones de la muerte actuantes en los suburbios del mundo capitalista, con el asesinato de quienes "sobran" para el sistema (los niños de la calle, los negros, los indígenas...), con el incremento exponencial del narcotráfico y la criminalidad, con la corrupción extendiéndose como una gigantesca mancha putrefacta, con el comercio de carne humana en forma de trata de blancas, prostitución infantil, tráfico de órganos y demás expresiones de una oferta que se promociona en paquetes turísticos o en Internet, con inmensos sectores de la población mundial condenados a la miseria y a la exclusión, reducidos a luchar por la supervivencia; una barbarie con efecto invernadero, destrucción de la capa de ozono, tala indiscriminada de bosques, amenaza de extinción y desaparición de innumerables especies animales y vegetales, etcétera. Una barbarie que, como la vemos todos los días incorporada a nuestra cotidianidad, se nos pasa desapercibida sin percatarnos de su existencia. Las cifras citadas más arriba no dejan lugar a ninguna duda... El capitalismo genera a todo vapor las condiciones para su propia entropía, que si no nos cuidamos puede ser la de toda la humanidad: el desarrollo de las fuerzas productivas sin relación con las necesidades humanas, la extensión sin límite de la miseria mundial, la sistemática devastación del medio ambiente.
Partimos de la "certeza metódica acerca del hecho de que, pese a todas las derrotas y retiradas momentáneas, el proceso histórico sigue su camino hasta el final en nuestros actos, por nuestros actos" (Lukács, 1978: 47). Frente a la realidad demoledora del capitalismo tardío, ¿otro mundo es posible? Sí. Pero la alternativa pasa por la transformación revolucionaria de las estructuras. Cruza por construir el socialismo como vía para superar la barbarie capitalista. Esto no quiere decir que la propuesta de revolución socialista no tenga serios problemas y no deba renovarse. Lo tiene que hacer y está empeñada en eso. Pero, como decía Eduardo Galeano, hay que cuidar que al arrojar el agua sucia de la tina no botemos también al niño. La propuesta socialista revolucionaria tiene que depurarse e incorporar muchos aportes nuevos presentes en otras visiones (como, por otro lado, algunos sectores ya han venido efectuando), pero al hacerlo debe renovar su compromiso con los trabajadores y con lo mejor de la humanidad.
La caída del Muro y el vergonzoso fin de las experiencias burocráticas de Europa Oriental nos han quitado certezas. Entre ellas, que el mundo camina inevitablemente al socialismo y que "la doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta" (Lenin, 1976: 6). Estamos obligados a retomar el sentido original de las leyes de la historia descubiertas por Marx como leyes de tendencia; y el sentido de toda su construcción teórica como una guía para la acción, como un marxismo abierto a las nuevas realidades, no cerrado ni terminado sino perfectible.[20] Bienvenido el fin de las certidumbres y de las ortodoxias burocráticas, para que sople la brisa fresca de la realidad.
Debemos entender el "presente como historia" (Lukács, 1978: 208), esto es entenderlo abierto, de tal manera que el futuro se convierta en una hoja en blanco que será llenada no solo por nuestra voluntad, pero también por ella. Debemos asimilarnos al hecho de que la sociedad socialista de base democrática por la que hay que luchar no es una certeza positiva, sino que es una posibilidad de futuro entre otras que pugnan también por convertirse en realidad, cuya concreción no es (no puede ser) históricamente mecánica o automática, ni tampoco es (no puede ser) dependiente solo de un acto de fe o de voluntad. Debemos persuadirnos que ello requiere de actuar pacientemente, de construir organización popular, de caminar persistentemente con nuestro pueblo, de trabajar procesos de concientización y politización de largo plazo, esto es, opciones de vida; requiere de explorar tradiciones, herencias históricas, nuestro ser como pueblo; requiere de levantar el interés del proletariado contemporáneo al tiempo de asumir nuevas sensibilidades que enriquecen un cuestionamiento más integral al capitalismo de la globalización. Naturalmente sin dejar de trabajar el perfil de crítica radical que aporta el marxismo, a la vez eje vertebrador de tal cuestionamiento y teoría que garantiza la profundidad e integralidad del mismo. Por lo tanto, la construcción de una sociedad socialista requiere de un pensamiento que hunda sus raíces en la tradición crítica de Marx y también de nuevas utopías que, retomando los imaginarios del pasado, generen alternativas por las que en el presente valga la pena vivir y dar la vida.
Frente a los mundos posibles con mayores niveles de barbarie, se vuelve imperativo levantar una alternativa socialista basada en la planificación democrática de la economía en la perspectiva de la satisfacción de las necesidades sociales (contra la ganancia y la planificación burocrática), en la sustentabilidad ecológica de la misma (contra la devastación medioambiental), en la solidaridad y la comunidad (contra la exacerbación del individualismo burgués), en el control de la producción y del poder por los y las trabajadores (as), para apuntar a un proceso de socialización en su sentido original: menos Estado, más Sociedad (contra el autoritarismo y la dictadura burguesa y la degeneración bonapartista de los estados de transición), en la riqueza de la diversidad étnico-cultural, regional y de género (contra la homogenización promovida por la cultura de masas, el consumismo, el racismo y la sociedad patriarcal), en una nación plural que surge del pueblo (contra el proceso de globalización y de dominio imperial que la diluye), en el internacionalismo de los trabajadores que la complementa (contra el localismo y el chovinismo ultranacionalista). Esto es, de nuevo, enarbolar la posibilidad de una modernidad alternativa al neoliberalismo.
La superación del capitalismo se va perfilando no solo como posibilidad objetiva, sino también como necesidad de la humanidad en su conjunto: o construimos a nivel internacional una sociedad solidaria, democrática, ecológicamente sustentable, una sociedad en que los productores libremente asociados controlen la producción para atender sus necesidades, o la barbarie se enseñoreará aún más profundamente, agravando los riesgos para el género humano. Si bien la historia no está predeterminada ni predefinida, las posibilidades que como especie (ya no siquiera como mayoría nacional o internacional, ni solo como trabajadores) tenemos por delante se van sintetizando en dos: Socialismo o barbarie. O triunfo de las mejores tradiciones y tendencias de la humanidad o profundización de la barbarie ya imperante. O conquista de un futuro socialista con la toma-construcción del poder por los y las trabajadores (as) o decadencia crepuscular de la civilización del capital con exuberancias fascistas. Hoy más que nunca ésta es la certera descripción de nuestras opciones.
El objetivo estadounidense no es sólo Bin Laden y el Talibán, sino además fortalecer su posición en Asia Central para tomar el control de la producción del crudo" ("El control del petróleo, meta de EE.UU. para atacar al talibán, afirman rusos" en
La Jornada, 15/10/2001.
[2] Ver la reseña de la intervención del cuanto menos contestatario Wolfensohn ante empresarios de los medios de comunicación del hemisferio. La Jornada, 14/10/2001.
[3] PNUD, 2000: 214-217, Cuadro indicador 16; 223-226, Cuadro indicador 19.
[4] Foreign Repport, cit. por Daniel, 2001.
[5] Coronel Vu Le Thi, ex combatiente del ejército vietnamita (El Comercio, 24/10/2001, A8).
[6] Ver Garton Ash, 2001.
[7] A Madeleine Albright, Secretaria de Estado de Bill Clinton, le parecía "tolerable" (?) que el bloqueo matara 500 mil niños.
[8] Si bien hay que condenar a Slobodan Milosevic y su bárbara política de "limpieza étnica", no hay que olvidar que las potencias intervienen por sus propios intereses y que ellas suelen gestar los conflictos con imposiciones económicas y con venta de armas (ver Taibo, 2000: 35).
[9] Roger Garaudy cit. por René Báez en "Globalización y exclusión: una contradicción que es letal", Semanario Líderes, El Comercio, 22/10/2001, pág. 18.
[10] "Hay cantidades aún mayores de niños y de jóvenes que sucumben a enfermedades, descuidos, accidentes y ataques que no tendrían que ocurrir" (UNICEF, 2000: 16). Además, en esas cifras hace falta tener en cuenta el efecto de la pobreza sobre el conjunto de la población.
[11] La Jornada, 14/10/2001, ob. cit. Sobre esas cifras, ver PNUD, 1998: 51.
[12] Hay que recordar la intervención contra Arbenz en Guatemala (1954), la fallida invasión de Bahía de Cochinos (Cuba, 1961), la invasión a República Dominicana (1965); el apoyo a los golpes de Estado en Brasil (1964), Ecuador (1963, 1976, 1997, 2000), Uruguay (1972), Chile (1973), Argentina (1955, 1966,1976), Bolivia (1964, 1971); las sospechosas muertes de Torrijos (Panamá) y Roldós (Ecuador); las invasiones a Grenada (1983), a Panamá (1989) y a Haití (1994); la intervención en los conflictos internos de Nicaragua y de El Salvador, de Guatemala y de Colombia (apoyo político y militar, profundizado con el Plan Colombia).
[13] La tristemente célebre "Escuela de las Américas", centro de enseñanza de tácticas contra-insurgentes, de tortura, asesinato y otras técnicas similares de terrorismo, y de adoctrinamiento pro-imperialista. Por ella (y sus similares) han pasado los oficiales y soldados de todos los ejércitos latinoamericanos, con la obvia excepción de Cuba.
[14] Las dictaduras en Nigeria, en Uganda, los genocidios en Ruanda o Burundi, las guerras en Etiopía, Somalia, Chad, Liberia, Sierra Leona, Congo, el apartheid en Sudáfrica hasta 1994.
[15] Los documentos desclasificados reconocen el descarado accionar del gobierno norteamericano y de la CIA en la desestabilización del gobierno de Allende.
[16] "¡En cuántos países agentes de nuestro gobierno han derribado líderes elegidos por la población y los han reemplazado por dictaduras militares fantoches, que querían vender a su propio pueblo a las sociedades multinacionales americanas!" (Robert Bowman, obispo de Melbourne Beach, Florida, en carta a Bill Clinton, cit. por Gómez, 2001)
[17] Consejera de Seguridad Nacional del presidente Bush. Meridiana confesión de que la clase dominante norteamericana sabe muy bien lo que hace, incluso pese a su falsa conciencia.
[18] Una primera versión de este texto fue divulgada en Rosero, 1998. Se publica con modificaciones.
[19] El Manifiesto ya advertía que la lucha de clases "terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes".
[20] "Nuestra teoría no es un dogma..., un credo que resolverá sin más todas las necesidades..., sino una guía para la acción..., una teoría de desarrollo" (Cartas de Engels a Sorge del 29/11/1886 y a Florence Kelley del 28/12/1886 y del 27/1/1887 en Marx-Engels, 1973).