28/03/2024

Trabajo y Superfluidad

Por Antunes Ricardo , ,

Estamos vivenciando la plenitud de la sociedad de lo aparente, generadora de lo descartable y lo superfluo. En esta era de la sociedad del entertainment, del cual el Shopping center -ese verdadero templo de consumo del capital- hace aflorar, con toda evidencia, el sentido de desperdicio y de superfluidad que caracteriza la lógica social contemporánea, lo que las clases medias altas y especialmente las clases propietarias tienen en abundancia, de modo compulsivo, la mayoría de los que viven de su trabajo (o que de él son también excluídos) no pueden siquiera tener acceso visual. Ni aunque sea en el universo de la imaginación...

Fue contra esta sociedad de lo aparente que los recientes movimientos sociales urbanos, mezclando creatividad y criticidad, a través de las "visitas" de decenas de trabajadores sin techo, inicialmente a un shopping center y, posteriormente, a un supermercado de Río de Janeiro, estamparon su repulsa y su descontento, cuyo significado parece cristalino: la sociedad de consumo destructivo y superfluo, al mismo tiempo en que crea necesidades múltiples de consumo fetichizado y extrañado, impide que los verdaderos productores de la riqueza social participen hasta incluso del universo (restricto y manipulado) del consumo. Parece que los hombres y mujeres sin-trabajo, los desposeídos del campo y de las ciudades, los asalariados precarizados en general, las llamadas "clases peligrosas", comienzan a cuestionar la lógica que preside la sociedad actual. Vinieron para mostrar a la sociedad su injusticia, desigualdad, inicuidad y su superfluidad. Y para (re)conquistar su sentido de humanidad y de dignidad.

Algo similar viene ocurriendo en tantas partes del mundo. Desde la explosión de Seattle, en los Estados Unidos, contra la Organización Mundial de Comercio (OMC), que "protestas antiglobalización y anticapitalismo se han tornado rutina durante los encuentros intergubernamentales", conforme informó The Guardian (8/12/2002, pág.6) al referirse a la confrontación que ocurrió también en Nice, en Francia, al final del año pasado. Las recientes manifestaciones ocurridas en Quebec, en Buenos Aires y de los estudiantes en San Pablo, todas en abril del 2001, son otros ejemplos más recientes de esas nuevas manifestaciones, contaminadas de sentido y significados, de las que el MST, entre nosotros, ha sido pionero.

Esa destructividad se expresa también cuando descarta y torna superflua una parcela enorme de la fuerza humana mundial que trabaja, de la cual cerca de 1/3 se encuentra realizando trabajos parciales, precarizada o desempleada. Eso porque el capital necesita cada vez menos del trabajo estable y cada vez más del trabajo part-time, tercerizado, que se encuentra en enorme crecimiento en el mundo productivo industrial y de servicios.

Como el capital no puede reproducirse sin alguna forma de interacción entre trabajo vivo y trabajo muerto, ambos necesarios para la producción de las mercaderías, sean ellas materiales o inmateriales, se eleva la productividad del trabajo al límite, intensificando los mecanismos de extracción del sobre-trabajo en tiempo cada vez menor, a través de la ampliación del trabajo muerto corporizado en la maquinaria tecno-científica, trazos estos constitutivos del proceso de liofilización organizativa de la "empresa seca", como sugestivamente denominó el sociólogo español Juan J. Castillo. [2]

Aquí vale una similitud entre el descarte y la superfluidad del trabajo y el descarte y superfluidad de la producción en general, presente por ejemplo en la cuestión de la llamada "calidad total". Como pude desarrollar más extensamente en Los Sentidos del Trabajo, en la presente fase de intensificación de la tasa de utilización decreciente del valor de uso de las mercaderías, la falacia de la calidad se torna evidente: cuanta más "calidad total" los productos alegan tener, menor es su tiempo de duración. La necesidad imperiosa de reducir el tiempo de vida útil de los productos, buscando aumentar la velocidad del ciclo reproductivo del capital, hace que la "calidad total" sea, la mayor parte de las veces, el envoltorio, la apariencia o el perfeccionamiento de lo superfluo, toda vez que los productos deben durar cada vez menos para que tengan una reposición ágil en el mercado. La "calidad total", por eso, se debe adecuar al sistema del metabolismo socio-reproductivo del capital, afectando de ese modo tanto la producción de bienes y servicios, como las instalaciones, maquinarias y la propia fuerza humana de trabajo.

De ese modo, el pregonado desarrollo de los procesos de "calidad total" se convierte en la expresión fenoménica, envolvente, aparente y superflua de un mecanismo productivo generador de lo descartable y lo superfluo, condición para la reproducción ampliada del capital y sus imperativos expansionistas y destructivos.

No hablamos aquí solamente de los fast foods (de los cuales McDonalds es ejemplar), la marca de la sociedad del entertainment, que descargan toneladas de descartables en la basura, después de una merienda producida a ritmo seriado y fordizado.

Podríamos recordar también el tiempo de vida útil estimada para los automóviles a nivel mundial, cuya durabilidad es cada vez más reducida. O incluso la industria de las computadoras, expresión de esta tendencia depreciativa y decreciente del valor de uso de las mercaderías, donde un sistema de softwares se torna obsoleto y desactualizado en tiempo bastante reducido, obligando al consumidor a adquirir la nueva versión.

Las empresas en la competitividad trabada entre ellas, procurando reducir el tiempo entre producción y consumo, incentivan al límite esta tendencia restrictiva del valor de uso de las mercaderías. Precisando acompañar la competitividad existente en su ramo productivo, los capitales desencadenan una lógica que se intensifica crecientemente, de la cual la "calidad total"es un mecanismo intrínseco y funcional. Con la reducción de los ciclos de vida útil de los productos, los capitales no tienen otra opción, para su sobrevivencia, sino "innovar" o correr el riesgo de ser superados por las empresas competidoras, conforme ocurrió, por ejemplo, con la empresa transnacional de computadoras Hewlett Packard , donde, paralelamente a la "innovación" constante de su sistema informatico, el tiempo de vida útil de los productos también se redujo enormemente. [3]

Como el capital tiene una tendencia expansionista intrínseca a su sistema productivo, la "calidad total" debe tornarse enteramente compatible con la lógica de la producción superflua y destructiva. Por eso, en su sentido y tendencias más generales, el capitalismo, al mismo tiempo en que reitera su supuesta capacidad de elevación de la "calidad total", se convierte de hecho en enemigo de la durabilidad de los productos, debilitando y hasta inviabilizando prácticas productivas orientadas hacia las reales necesidades humanas y sociales [4]. Se opone frontalmente a la longevidad de los productos. La "calidad total" se convierte, ella también, en la negación de la durabilidad de las mercaderías. Cuanta más "calidad" las mercaderías aparentan (y aquí nuevamente la apariencia hace la diferencia), menor tiempo de duración ellas deben efectivamente contener. Desperdicio, superfluidad y destructividad acaban siendo sus trazos determinantes.

Claro que aquí no se está cuestionando lo que sería un efectivo avance tecno-científico, siendo éste pautado por los reales imperativos humano-sociales (lo que no es el caso de la lógica contemporánea), pero sí el engranaje de un sistema de metabolismo social del capital que convierte en descartable y superfluo todo lo que podría ser preservado y reorientado, tanto para la atención efectiva de los valores de uso sociales, como para evitar una destrucción incontrolable y degradante de la naturaleza, del medio ambiente, de la relación metabólica entre hombre y naturaleza. Proceso similar viene ocurriendo en el universo del trabajo, pero que de ningún modo puede ser entendido como el fin del trabajo.

En el pensamiento contemporáneo se tornó (casi) un lugar común hablar de "desaparición del trabajo" (Dominique Méda), de substitución de la esfera del trabajo por la "esfera comunicacional"(Habermas), de "pérdida de la centralidad de la categoría trabajo" (Off), o inclusive de "fin del trabajo" (como Jeremy Rifkin, o en la versión más crítica al orden del capital, como en Kurz), para citar las formulaciones más expresivas.

Mientras que la desconstrucción del trabajo se opera en el plano gnoseológico, paralelamente, en el mundo real, en el plano ontológico, éste se convierte (¿nuevamente?) en una de las más explosivas cuestiones de la contemporaneidad. Trabajo y desempleo, trabajo y precarización, trabajo y género, trabajo y etnia, trabajo y nacionalidad, trabajo y corte generacional, trabajo e inmaterialidad, trabajo y (des)calificación, muchos son los ejemplos de la transversalidad y de la vigencia de la forma trabajo.

¿Qué es lo que ocurre entonces con el mundo real del trabajo?. De la General Motors a Microsoft, de la Benetton a Ford, de Toyota al McDonalds, ¿será que el mundo productivo y de servicios de hecho ya no necesita más del trabajo vivo?.¿Este se habría tornado mera virtualidad? ¿Es ficción que la Nike se sirve de casi 100 mil trabajadores y trabajadoras, desparramados en tantas partes del mundo, recibiendo salarios degradantes?

Vamos aquí a tratar de problematizar algunas de las tesis que propugnan el

Fin del trabajo. Cuando concebimos la forma contemporánea del trabajo como expresión del trabajo social, que es más complejo, heterogeneizado, y también más intensificado en sus ritmos y procesos, no podemos concordar con las tesis que desconsideran el proceso de interacción entre trabajo vivo y trabajo muerto. En verdad, el sistema del metabolismo social del capital necesita cada vez menos del trabajo estable y cada vez más de las diversificadas formas de trabajo parcial o part-time, tercerizado, de los trabajadores fragmentados de los que habló Huw Beynon, que se encuentran en explosiva expansión en todo el mundo productivo y de servicios.

Como el capital no puede eliminar el trabajo vivo del proceso de mercaderías, sean ellas materiales o inmateriales, debe, además de incrementar sin límites el trabajo muerto corporizado en la maquinaria tecno-científica, aumentar la productividad del trabajo de modo de intensificar las formas de extracción del sobre- trabajo en tiempo cada vez más reducido. Tiempo y espacio se convulsionan en esta nueva fase de los capitales. La reducción del proletariado taylorizado, la ampliación del trabajo intelectual abstracto en las plantas productivas de punta y la ampliación generalizada de los nuevos proletarios precarizados y tercerizados de la "era de la empresa seca", son fuertes ejemplos de lo que más arriba aludimos.

Como el capital tiene un fuerte sentido de desperdicio y de exclusión, es precisa la síntesis de Tosel: es la propia "centralidad del trabajo abstracto que produce la no centralidad del trabajo, presente en la masa de los excluídos del trabajo vivo" que, una vez (des)socializados y (des)individualizados por la expulsión del trabajo, "procuran desesperadamente encontrar formas de individualización y de socialización en las esferas aisladas del no-trabajo (actividades de formación, de benevolencia y de servicios) [5].

Aquí aflora el límite mayor de la tesis habermasiana de la transformación de la ciencia en "principal fuerza productiva", en substitución al valor-trabajo. Esta formulación, al convertir la ciencia en principal fuerza productiva desconsidera las interacciones existentes entre trabajo vivo y avance tecno-científico bajo las condiciones de los desarrollos capitalistas. No se trata, por tanto, de decir que la teoría del valor-trabajo no reconoce el papel creciente de la ciencia, mas que ésta encuentra dificultades en su desarrollo por la base material de las relaciones entre capital y trabajo, la cual no puede superar. Y es por esta restricción estructural, que la ciencia no puede convertirse en la principal fuerza productiva dotada de autonomía. Prisionera de esta base material, menos que una cientifización de la tecnología, hay, conforme sugiere Mészáros, un proceso de tecnologización de la ciencia.

Ontológicamente prisionera de la base material estructurada por el capital, el saber científico y el saber laboral se mezclan más directamente en el mundo contemporáneo.Varios experimentos, de los cuales el proyecto Saturno de la General Motors fue ejemplar, fracasaron cuando procuraron automatizar el proceso productivo desconsiderando a los trabajadores.

Las máquinas inteligentes no pueden extinguir al trabajo vivo. Al contrario, para su introducción utiliza al trabajo intelectual del operario, que al interactuar con la máquina informatizada, acaba también por transferir parte de sus nuevos atributos intelectuales a la nueva máquina que resulta de este proceso. Se establece, entonces, un complejo proceso interactivo entre trabajo y ciencia productiva, que no lleva a la extinción del trabajo, sino a un proceso de retro-alimentación que genera la necesidad de encontrar una fuerza de trabajo todavía más compleja, multifuncional, que debe ser explotada de manera más intensa y sofisticada, al menos en los ramos productivos dotados de mayor incremento tecnológico. Con la conversión del trabajo vivo en trabajo muerto, a partir del momento en que, por el desarrollo de los softwares, la máquina informacional pasa a desempeñar actividades propias de la inteligencia humana, lo que se puede presenciar es un proceso que Lojkine denominó como objetivación de las actividades cerebrales junto a la maquinaria, de transferencia del saber intelectual y cognitivo de la clase trabajadora para la maquinaria informatizada. La transferencia de capacidades intelectuales para la maquinaria informatizada, que se convierte en lenguaje de la máquina propio de la fase informacional, a través de las computadoras, acentúa la transformación de trabajo vivo en trabajo muerto. Mas no puede eliminarlo.

Hay todavía en curso en la sociedad contemporánea otra tendencia dada por la creciente imbricación entre trabajo material e inmaterial, una vez que se presencia, en el mundo contemporáneo, además de la monumental precarización del trabajo arriba referida, una significativa expansión del trabajo dotado de mayor dimensión intelectual, sea en las actividades industriales más informatizadas, sea en las esferas comprendidas por el sector de servicios o en las comunicaciones, entre tantas otras. La expansión del trabajo en servicios, en esferas no directamente productivas, pero que muchas veces desempeñan actividades imbricadas con el trabajo productivo, se muestra como otra característica importante de la noción ampliada de trabajo, cuando se quiere comprender su significado en el mundo contemporáneo.

De ese modo, el trabajo inmaterial expresa la vigencia de la esfera informacional de la forma mercadería: él es expresión del contenido informacional de la mercadería, exprimiendo las mutaciones del trabajo obrero en el interior de las grandes empresas y del sector de servicios, donde el trabajo manual directo está siendo substituído por el trabajo dotado de mayor dimensión intelectual. Trabajo material e inmaterial, en la imbricación creciente que existe entre ambos, se encuentran mientras tanto, centralmente subordinados a la lógica de la producción de mercaderías y de capital. Capturando la tendencia de la expansión de la actividad intelectual dentro de la producción, dice J. M. Vincent: "la propia forma valor del trabajo se metamorfosea. Ella asume crecientemente la forma valor del trabajo intelectual abstracto. La fuerza del trabajo intelectual producida dentro y fuera de la producción es absorbida como mercadería por el capital que se le incorpora para dar nuevas cualidades al trabajo muerto (...). La producción material y la producción de servicios necesitan crecientemente de innovaciones, tornándose por eso cada vez más subordinados a una producción creciente de conocimiento que se convierten en mercaderías y capital". [6]

La nueva fase del capital, por lo tanto, re-transfiere el savor faire para el trabajo, mas lo hace apropiándose crecientemente de su dimensión intelectual, de sus capacidades cognitivas, procurando involucrar más fuerte e intensamente la subjetividad obrera. Mas el proceso no se restringe a esta dimensión, toda vez que parte del saber intelectual es transferido hacia las máquinas informatizadas, que se tornan más inteligentes, reproduciendo parte de las actividades a ellas transferidas por el saber intelectual del trabajo. Como la máquina no puede suprimir el trabajo humano, necesita de una mayor interacción entre la subjetividad que trabaja y la nueva máquina inteligente. Y, en este proceso, el involucramiento interactivo aumenta todavía más el extrañamiento y la alienación del trabajo, amplía las formas modernas de la reificación, distanciando más todavía la subjetividad del ejercicio de una vida auténtica y autodeterminada.

Por lo tanto, al contrario de la substitución del trabajo por la ciencia, o incluso de la substitución de la producción de valores por la esfera comunicacional, de la substitución de la producción por la información, lo que se puede presenciar en el mundo contemporáneo es una mayor interrelación, una mayor interpenetración entre las actividades productivas y las improductivas, entre las actividades fabriles y de servicios, entre actividades laborales y las actividades de concepción, que se expanden en el contexto de la reestructuración productiva del capital. Lo que nos debe llevar al desarrollo de una concepción ampliada para entender su forma de ser del trabajo en el capitalismo y de sus acciones.

Estamos presenciando el afloramiento de uno de estos momentos de rebeldía, de las luchas y acciones que emergen de las luchas sociales del trabajo y de las víctimas más castigadas de este sistema destructivo y excluyente. El sensible film Pan y Rosas, de Ken Loach, es una feliz expresión, en el plano estético, de ese momento de rebeldía. Si parte de los años 70 y 80 tal vez puedan ser vistos como años que mezclaron (contradictoriamente) fascinación, resignación y desencanto, las décadas siguientes, la del 90 y la que ahora se inicia, por cierto serán muy diferentes. Lo que haría posible el reinicio de lo que Goethe, en Los Años de Aprendizaje de Wilhelm Meister, sintetizó así: "Tan propenso anda el hombre a dedicarse a lo que hay más de vulgar, con tanta facilidad se le embotan el espíritu y los sentidos para las impresiones de lo bello y lo perfecto, que por todos los medios deberíamos conservar en nosotros esa facultad de sentir. Pues no hay quien pueda pasar completamente sin un placer como ése, y sólo la falta de costumbre de disfrutar algo bueno es la causa por la que muchos hombres encuentran placer en lo frívolo y en lo insulso, siempre que sea nuevo. Deberíamos diariamente oír al menos una pequeña canción, leer un bello poema, admirar un cuadro magnífico, y, si fuera posible, pronunciar algunas palabras sensatas". Lo que no parece ser el sentido de la sociedad aparente, con la desmedida empresarial y su "calidad total".

Este texto retoma ideas publicadas parcialmente en el cuaderno MAIS! de Folha de S. Paulo.

[2] Conforme Castillo, Sociología del Trabajo, Centro de Investigaciones Sociológicas, Siglo XXI Editores,

Madrid, 1996, pág. 68.

[3] Conforme Martin Kenney, "Value Creation in the Late Twentieth Century: The Rise of the Knowledge Worker", en Davis, Hirschl y Stack, Cutting Edge, Verso, Londres/Nueva York, 1997, pág 92.

[4] Ver István Mészáros, Beyond Capital, Merlin Press, Londres, 1995, capítulos 15 y 16.

[5] Ver tosel, "Centralité e Non-Centrelité du travail ou La Passion des Hommes Superflus", La Crise du Travail, J. Biet y J. Texier (org), Actuel Marx, PUF, 1995, pág. 210.

[6] Vincent, J. M. (19993) "Les Automastimes Sociaux et le General Intellect", in Paradigmes du Travail {2}

Futur Antériur, L’Harmattan, n.16, París, pág. 121.

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