24/04/2024

Ernst Bloch y el sueño de las ciencias humanas

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El comunismo como superación positiva de la propiedad privada, como autoalienación humana, y, por ello, como verdadera apropiación de la esencia humana por y para el hombre. Por ello, como retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano; retorno pleno que, en cuanto tal, es consciente y tiene lugar en el marco de toda la riqueza de la evolución precedente. Este comunismo es en cuanto naturalismo pleno=humanismo; en cuanto humanismo pleno=naturalismo; es la verdadera solución del conflicto que el hombre sostiene con la naturaleza y con el propio hombre; la verdadera solución de la pugna entre existencia y esencia, entre objetivación y autoconfirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género.[1]

Karl Marx

Ontología: la secularización del principio heurístico

Ernst Bloch es el primer filósofo en plantear la necesidad de una ontología materialista dialéctica. El objeto como mercancía, según demostró Marx, implica la producción de un valor de uso para otro. Este valor de uso es social, magnitud cualitativa que no depende de la cantidad de trabajo puesta en el objeto: "Está condicionada por las propiedades del cuerpo de la mercancía".[2]

La ciencia capitalista ha perdido la cualidad propia del valor de uso, que intentará ser repuesta por Bloch recuperando la dimensión subjetiva. Solo así podrá emerger el sujeto de la naturaleza que habrá de coproducir con el sujeto social.

Siguiendo la tensión dialéctica, el valor de cambio es una relación cuantitativa entre objetos y, abstraído su valor uso, solo queda una magnitud de trabajo abstracto e indiferenciado que se solidifica en el material: "El valor de cambio, pues, parece ser algo contingente y puramente relativo"[3]. Como podemos apreciar, para Marx aquello que transforma el valor de uso en valor de cambio es el trabajo abstracto. Partiendo de esta base, Bloch afirma que la abstracción científica relativiza el valor de lo descubierto y transforma la cualidad del objeto en una cifra. Este trabajo abstracto se convierte en la sociedad capitalista en mercancía para generar plusvalía.

El aumento de las condiciones técnicas y sociales a partir de los adelantos científicos, incrementa la capacidad productiva, haciendo bajar el valor de la fuerza de trabajo y disminuyendo la parte de la jornada necesaria para la reproducción de ese valor. Los adelantos técnicos, a la vez que incrementan exponencialmente la producción, generan una escisión entre el trabajo y el contenido (la cualidad), y producen una alienación tangible:

El trabajo mecánico arremete de la manera más intensa el sistema nervioso, y a la vez reprime el juego multilateral de los músculos y confisca toda actividad libre, física e intelectual del obrero. Hasta el hecho de que el trabajo más fácil se convierte en medio de tortura, puesto que la máquina no libera del trabajo al obrero, sino de contenido a su trabajo"[4].

Esta misma alienación sufre la ciencia capitalista en su especialización, ya que se separa de la naturaleza para realizar operaciones matemáticas completamente desconectadas de ella. El trabajo científico, alienado en sí, potencia a su vez la alienación de la sociedad en general y de los trabajadores en particular, al desarrollar condiciones de producción cada vez más abstractas, más mecanizadas con respecto a la naturaleza y al producto del trabajo humano.

En contraste, Bloch propone un objeto doble, un Jano bifronte que alberga en su seno el juego dialéctico entre una apertura condicionada, y a su vez, inagotable. Condicionada por la coyuntura histórica que la sustenta, inagotable porque es un principio heurístico que tiende siempre a la realización de la tendencia. Si Kant ponía en el salto de la Razón, identificado con la totalidad divina, el principio heurístico que hacía inagotable al conocimiento, Bloch instala ese mismo principio en el objeto. Del mismo modo que Aristóteles bajó el en-sí del mundo ideal al material; el materialismo blochiano coloca el principio heurístico, no ya en una entidad divina como lo hacía la filosofía anterior, incluido Hegel, sino en el seno del objeto. Esta secularización del sentido implica la dialéctica entre los límites propios del material y la posibilidad de su transformación, que surge del análisis antropológico del trabajo.

Por lo tanto, el objeto no solo abre al sujeto las posibilidades intrínsecas a su materialidad, sino que abre también un totum utópico que al igual que el salto de la razón kantiana es inagotable. Esta concepción del ente abierto e interrelacionado dialécticamente, es esencial a la teoría marxista y es el sustrato ontológico fundamental que permite el realismo y la revolución, entendida esta última como una transformación de las posibilidades dadas, de las cualidades grávidas de futuro de la materia, de la potencia-possibilitas en un sentido que permita la realización efectiva de la libertad del ser humano. Materia y anticipación se realizan en un mismo movimiento que implica una ontología abierta. Lo posible, es una categoría que ha sido vaciada a lo largo de la historia de la filosofía y de la ciencia, confundiendo conocimiento parcial de las condiciones y condiciones parcialmente dadas.[5]

La ciencia actual trabaja con lo posible como una dimensión de su análisis deductivo e inductivo, pero esa dimensión de posibilidad debe advenir por la consecución de causas y efectos de la realidad de curso inmodificable desde el punto de vista de las condiciones socioeconómicas que favorecen a la clase dominante.

La hipótesis, que posee un principio heurístico por su propia naturaleza; y la inducción, que necesita confirmación real del salto inductivo hacia una ley general; ambas dejan abierto el futuro de su posible negación o confirmación; ambas trabajan en una apertura que debe tener en cuenta lo posible. Sin embargo ese futuro o ese posible acaecerán irremediablemente.

La deducción y la inducción evidencian una apertura hacia lo posible pero no hacia la transformación de lo posible. Ante el ente cerrado, Bloch contrapone un ente abierto a las tendencias-latencias que hacen posible su transformación.

Ningún aspecto de la ciencia capitalista tiene en cuenta el entramado dialéctico que interrelaciona a los objetos en su apertura latente hacia el mejoramiento de las relaciones entre los seres humanos y las relaciones de éstos con la naturaleza. El "deber ser" no deja lugar al "poder ser" distinto con respecto al sistema objetual que impone su dominación de clase. El intento de Bloch es instalar en la discusión filosófica una ontología en donde el objeto no sea necesario, sino susceptible de transformación en su misma apertura esencial.

La encina alada

La cosa posee una estructuración interna que la condiciona parcialmente de acuerdo a una coyuntura histórico-social determinada, pero según Bloch la apertura nunca se cierra a un condicionamiento total. El ejemplo de la ciencia nuclear que a partir de la teoría de la relatividad pudo manipular la materia a nivel atómico, evidencia la enorme posibilidad de apertura del ente y de su inimaginable capacidad de transformación.

Así como en el objeto hay abierto un posible-latente inagotable, también en el ser humano se evidencia la misma condición, pero con la diferencia de poder modificarse a sí mismo. En este sentido, la ontología de Bloch es subsidiaria de Historia y conciencia de clase, en donde se afirmaba que la clase proletaria es la única clase capaz de modificar la realidad social modificándose a sí misma. No es la bellota hegeliana que se agota en la encina, único futuro determinado y determinante, sino que el ser humano puede tomar conciencia, transformarse y elevarse por sobre su condición alienada: "Y en la totalidad inagotable del mundo mismo: la materia es la posibilidad real para todas las formas que se hallan latentes en su seno y se desprenden de ella por medio del proceso"[6].

Para Bloch, el inventor es el personaje que más se acerca a la concepción del sueño realizativo, ya que proyecta un mundo diferente y actúa, realiza y transforma la objetualidad de acuerdo a ese sueño. Es por eso que debe tener en cuenta las necesidades sociales imperantes en el momento de proyectar y materializar su invento. Su responsabilidad es enorme: no solo sueña, sino que su sueño transforma naturaleza y por ende la humanidad.

Sin embargo, la "fábrica científica" hace que la "invención artesanal" esté prácticamente en extinción. Cuanto más avanza la técnica divorciada de la relación sujetiva-objetiva con la naturaleza, mayor es el estrago del hambre y la miseria, ya que no se tienen en cuenta las situaciones concretas, sino sólo los índices y los valores que permiten especular con las mercancías:

Comenzó el hambre, esta vez no, como en épocas anteriores, por causa de las malas cosechas, sino porque los graneros estaban demasiado llenos. Como salta a la vista y es bien conocido, la economía capitalista privada que, un día, desencadenó la producción, se ha convertido en el grillete de esta última. Solo los nuevos medios para matar siguen siendo interesantes, tanto antes como durante la guerra; la técnica bélica florece, y la técnica pacífica pende de ella.[7]

En su esencia, el inventar debería tener en cuenta la economía de las necesidades; pero aunque así fuera, dentro de un sistema de producción capitalista, esa economía de las necesidades no redunda en una distribución social equitativa a causa del ahorro de fuerza de trabajo, sino que se convierte en neta plusvalía que deja a millones de trabajadores sin empleo, y esta "fuerza de reserva" baja los sueldos de los que quedan empleados, aumentando aún más el plusvalor. Paradójicamente, aunque la ciencia desarrolle tecnologías tendientes a disminuir necesidades, esas mismas tecnologías al servicio de un sistema capitalista crean necesidades.

Tanto la filosofía como la ciencia capitalistas explotación han desplazado lo posible al ámbito de lo no comprobable, de lo factible, de la ficción. El racionalismo irracional desconectado de lo humano, nos arrastra al maltusianismo, al darwinismo social, al fascismo, al egoísmo que justifica la explotación porque no proyecta un mundo para todos sino solo el mundo de una minoría: "La tierra tiene sitio para todos, o lo tendría, mejor dicho, si fuera administrada con el poder de la satisfacción de las necesidades en lugar de con la satisfacción de las necesidades del poder" [8].

Marx sostuvo que la verdadera revolución no necesita de la ciencia doctrinaria, porque las condiciones se hacen tan patentes, que solo bastan los órganos para percibir lo que sucede.

Mientras que buscan la ciencia y solo construyen sistemas, solo ven miseria en la miseria, y no ven el lado revolucionario de ella que hará saltar en pedazos la vieja sociedad. A partir de este momento, la ciencia se convierte en producto consciente del movimiento histórico y ha cesado de ser doctrinaria: se ha convertido en revolucionaria"[9].

El marxismo, según Bloch, debería proyectar una ciencia constantemente anticipadora de las condiciones reales de la existencia, alumbrar la dirección como un gran faro del progreso social, captar la esencia latente de las cosas para prever su desarrollo y acelerarlo si el vislumbre implica una sociedad mejor.

El fuego o el hielo: erigir o destruir la morada

El centro neurálgico en la filosofía de Bloch, y uno de sus aportes más significativos, es el concepto de lo aún-no-consciente. Siguiendo a Marx en la distinción que realiza en los Manuscritos entre animalidad y humanidad, Bloch sostiene que el ser humano es el único que puede imaginar una realidad aún no advenida y operar prácticamente para que lo soñado se conforme. Los bocetos del novum, de la nueva realidad, están dibujados por los sueños diurnos.

El contexto material e ideológico de la sociedad burguesa aliena y genera artificiosidad en el natural desenvolvimiento del desarrollo técnico. En la posmodernidad ya no existe ninguna similitud entre la maquinaria y el cuerpo humano. Se ha quebrado la línea biológica directriz y la línea física directriz. Nuestra relación materialista con la naturaleza, que se origina en el trabajo, es enajenada al ser traspuesta al universo infinitesimal o infinito de las abstracciones científicas desconectadas de lo real

Producto de un artificio que esconde las verdaderas relaciones de producción, se igualan los emergentes caóticos de esta irracionalidad: los accidentes técnicos y las crisis económicas. Ambos son fruto de la alienación con respecto a un proyecto de desarrollo que tenga en cuenta las relaciones dialécticas entre los seres humanos y la naturaleza fuera de un sistema de explotación y dominación.

La excesiva idealización de los modelos matemáticos se aleja de la realidad. Esta disociación entre sujeto y objeto es llamada por Bloch: no mediación. La relación es alienada, desrealizada y carente de función social. El "cálculo vaciado de contenidos cualitativos"[10] quiebra la relación entre el hombre y la naturaleza. Para liberar a esta última es preciso liberar al trabajador proletario e incluir al excluido distribuyendo de manera igualitaria los beneficios de la técnica usufructuados solamente por la clase dominante, desarrollando así las capacidades de todos los individuos a partir de una relación conciente con la naturaleza, una disminución de la fuerza de trabajo para la satisfacción de las necesidades del conjunto social y un aumento del tiempo ocioso para la realización de actividades culturales no alienadas.

La ciencia tiende cada vez más a lo in-natural cuyo término más extremo es la técnica no euclideana que paradójicamente, en la misma medida en que aumenta su poder de transformación de la naturaleza pierde una relación concreta con ella. La sociedad capitalista ha abierto con la energía atómica una posibilidad que hace equilibrio entre la destrucción y la utopía, ha generado una abstracción tan grande de las condiciones de la práctica observacional que la alienación entre sujeto y objeto es insalvable.

A pesar de ello no hay que negar el avance concreto aunque sea producto de una ajenidad con respecto a la naturaleza. De la misma forma que Marx no renegaba de la cultura burguesa precedente, sino que proponía dentro del advenimiento del socialismo una utilización no alienada de la misma; Bloch ve a la ciencia nuclear como una posibilidad concreta de adquirir energía ilimitada para generar grandes producciones que habrán de ser comunitarias:

la técnica, según la hermosa frase de Engels, convierte las cosas en sí en cosas para nosotros. Y la des-organización tiene que conservar, por la misma razón, el contacto reproductivo con el objeto, con sus leyes dialécticas reales, tal como la naturaleza y la historia los une en una misma conexión."[11]

En su abstracción extrema, la ciencia capitalista hace lo mismo que el capital: no se interesa por el objeto sino solo por la cifra que lo representa. En la primera es la ecuación teórica, en el segundo es el precio. Ninguno de los dos tiene en cuenta la cualidad del objeto. Esto hace que tanto la ciencia como la producción capitalistas no se interesen en la relación orgánica con la naturaleza que puede generar un desarrollo ecológico sustentable, sino solo en el interés de dominación y acumulación:

En su totalidad, el pensamiento burgués se ha alejado de las materias que trata. En su base se halla una economía que, como dice Brecht, en ningún momento se interesa por el arroz, sino solo por su precio. […] A ello se corresponde un cálculo, no solo alejado de los hombres, sino también de las cosas, un cálculo indiferente al contenido de éstas. Desde finales de la acumulación originaria de capital, es decir, desde la producción concentrada de mercancías y desde su correspondiente pensamiento en mercancía, se extiende así un sentido no-orgánico, descualificador."[12]

La omnipotencia del dominio total de la naturaleza por parte de la técnica, especialmente en épocas en donde se cree poder controlar todos los aspectos de la vida a partir de las abstracciones genéticas, no tiene en cuenta que al mismo tiempo se está destruyendo la ecología y la humanidad en todo el sentido que esa palabra implica. Incluso lo más esencial para la vida, la satisfacción de necesidades primordiales, queda sepultado bajo la abstracción divorciada de lo real.

La indigencia es un eufemismo económico que designa la indiferencia del sistema ante las necesidades básicas insatisfechas. Necesidades que son enormemente más amplias de lo que figura en los tratados de economía. Este índice no tiene en cuenta lo concreto del hambre, la miseria y la animalización cotidiana de millones de seres humanos que sufren, lloran, sienten, aman, creen, sueñan. El todo es evaluado como una variable, un índice abstracto que se utiliza perversamente para fabricar miseria que baja los sueldos de los trabajadores, compra voluntades a bajo precio y no consume "recursos" indispensables para que los países desarrollados sigan sustentando su explotación y su colonialismo hipócrita. Paradójicamente, los "servicios" no nos sirven sino que nos conquistan y el poder financiero desangra el producto del trabajo concreto a través de abstractos números.

Esta disociación que cada vez acentúa más la brecha ente lo orgánico y lo teórico, hace que Bloch vuelva a buscar refugio en los orígenes de la filosofía occidental, en el "fuego" de Heráclito, esa fuerza inteligente de la naturaleza que debe entrar en relación dialéctica con el sujeto socialista: "solo la total penetración en la necesidad esencial de los procesos podría salvar la des-organización de la no-relación con el «fuego» del agente natural.[13]". De ahí también la metáfora que utiliza para describir la situación de la naturaleza actual como congelada. El hielo se quiebra y se fragmenta, es inmóvil e inmoviliza, mientras que la llama es el centro natural alrededor del cual se han congregado nuestros antepasados para alimentarse física y espiritualmente.

A lo que Bloch apunta no es a una dominación de lo natural, sino a una "supranaturalización", a un desarrollo beneficioso para todos los seres humanos y los seres de la naturaleza, un ecosistema en continuo desarrollo armónico. Si todo es relativo no hay un fin común para nadie, no hay un lugar al cual dirigirse, no hay organización posible para cambiar la realidad y humanizarla.

La ciencia que trabaja en consonancia con el capitalismo ha violado en su anhelo de dominación las leyes sociales y las leyes de la naturaleza. Ningún animal acumula millones de veces por encima de sus necesidades concretas y vitales, e incluso por encima de las necesidades de sus descendientes; solo el ser inhumano lo hace en detrimento de su propio medio ambiente, de su sociedad actual y de sociedades futuras.

La ciencia capitalista reduce todo a una fuerza de abstracción mecánica, y en esas proposiciones cuantitativas, se pierde la calidad de cada manifestación particular y de cada germen latente en el objeto. Los seres humanos pasaron a ser tan solo cifras dentro de una estadística en la que hay que mejorar el balance.

Del mismo modo que el capitalismo al mecanizar el trabajo del obrero lo aliena con respecto a la totalidad del objeto que produce; el científico, en su trabajo alienado en la formalización matemática, no puede comprender la manifestación abierta y cualitativa del objeto.

Al igual que la revolución social debe seguir la tendencia objetiva de la producción social humana, la revolución técnica debe seguir la tendencia objetiva de la producción de la naturaleza:

La libertad socio-política que toma en sus manos las causas sociales, se prosigue así en la política de la naturaleza. Esta mediación es, en efecto, la contrafigura técnico-filosófico-natural de lo que en las relaciones interhumanas llamaba Engels el salto desde el reino de la necesidad al reino de la libertad. [14]

Un ejemplo concreto de la técnica divorciada de la humanidad y la naturaleza, es la Revolución Industrial, que al mismo tiempo que permitió un despliegue enorme de las fuerzas productivas, generó la miseria y la contaminación del medio ambiente que se potencia día a día

Bloch toma la concepción de juicio estético de Kant, de su obra la Crítica del Juicio, y proyecta esa inteligencia artística kantiana a la inteligencia técnico-concreta de la ciencia materialista, la nueva ciencia debe producir como la naturaleza:

Kant caracterizó el genio como aquella capacidad que crea como la naturaleza. No en el sentido de que produzca lo suyo necesaria y arbitrariamente como ésta, sino en el sentido de que aun cuando superen, y aunque han de superar la naturaleza, «causan el efecto de la naturaleza y pueden considerarse como naturaleza». La inteligencia técnica no es, desde luego, inteligencia artística, su propósito es el logro de una fuerza suplementaria, no de una belleza suplementaria, pero, sin embargo, es también una inteligencia conformadora del alumbramiento suplementario y de la nueva conformación en el material"[15].

Hay que entender esta concepción como un desarrollo ecológico integral. Producir como la naturaleza implica no alterar su modo esencial de funcionamiento, es decir, establecer una relación ecológica con los demás entes orgánicos e inorgánicos. La etimología de la palabra naturaleza implica lo que nace y se desarrolla, para Bloch, ese desarrollo tiene sus particularidades y no puede ser subvertido. El idealismo romántico alemán considera tradicionalmente a la naturaleza como negatividad con respecto al hombre, lo que abre un dualismo del que Bloch no puede apartarse, si bien las relaciones dialécticas lo atenúan.

Para el filósofo, la naturaleza es la morada del hombre. A diferencia de la burguesía que destruye su propio hogar, él propone la edificación de una casa más grande, sin atentar contra los cimientos de lo natural, reforzándolos para que el hombre y la naturaleza se eleven juntos. Como vemos la naturaleza es para el hombre, al igual que su morada. Esto no se separa de la concepción idealista alemana, pero sin duda es un avance enorme con respecto a la teoría que destruye su propio hogar y su familia humana.

En el modelo de Bloch la naturaleza llega a su verdadero acontecer solo mediante la relación con el ser humano libre. Si bien es un sistema dualista, no fuerza a la naturaleza en contra de su normal desenvolvimiento como sí lo hace el sistema administrativo-capitalista. Tener en cuenta los modos de producción de la naturaleza respetándolos e intentando cambiar los modos de producción humanos era sin duda una reflexión que percibía y proyectaba lo que estamos sufriendo hoy en día: la destrucción del medio ambiente, la ecología y las relaciones sociales.

El sacrificio

Todo el movimiento teórico de Bloch hay que entenderlo en el contexto sociopolítico de su tiempo. El afán por eliminar la fatalidad de la historia es su médula. Lo fatal es aquello de lo que no nos hacemos responsables por falta de conocimiento o por manipulación ideológica de las clases dominantes. Tanto en su época como en la nuestra acechaban las "fatalidades" y la única forma de desarmar el destino mítico es oponiéndole un razonamiento crítico.

Una de los proyectos de la filosofía de Bloch -al igual que la de Korsch y la del Lukács de Historia y conciencia de clase- se propone como objetivo político superar el cientificismo propio de marxismo vulgar y de la filosofía burguesa contemporánea, poniendo en la arena a la conciencia subjetiva desplazada por la abstractividad y la formalización alienada. En ambas, el sujeto es solo espectador de un mundo cosificado. Este estatismo lo identifica el filósofo con la muerte, y de hecho, la produce. El naturalismo y el empirismo matan, diseccionan, trabajan sobre cadáveres sin futuro:

Allí donde se prescinde del horizonte perspectivista, la realidad aparece solo como llegada a ser, como muerta, y son aquí también los muertos, naturalistas y empiristas, los que entierran a sus muertos. Allí donde el horizonte perspectivista se incluye en la visión, lo real aparece como lo que efectivamente es: como un entresijo de procesos dialécticos que tienen lugar en un mundo inacabado, en un mundo que no sería en absoluto modificable sin el inmenso futuro como posibilidad real en él."[16]

La crítica tiene como objetivo demoler el proyecto de los socialdemócratas y de la Segunda Internacional de limitar el materialismo dialéctico a la economía política. La base material propuesta por el marxismo vulgar ejerce una tiranía similar a la del destino irrevocable de la moira griega. Está viciada de un objetivismo que es idéntico al de la ciencia capitalista, ya que ambas se retrotraen al pensamiento mítico en su espera del destino sin intervenir en las condiciones materiales para propiciar su transformación. Esta idolatría objetivista anula la libertad y los sueños de acción del individuo. Por eso Bloch acuña un término central en su filosofía, el de sobrecompensación: las condiciones nunca estarán totalmente maduras para no necesitar un sueño o una praxis revolucionaria.

En síntesis: la posibilidad no implica para Bloch realidad; implicación que si era sostenida por el marxismo de la Segunda Internacional. Objetivismo y espacialismo son cánceres la ciencia moderna y del marxismo vulgar que permitieron la escalada del fascismo. La propaganda de éste último no propuso teorías indescifrables e incomprensibles sino que tuvo en cuenta el elemento afectivo, el mismo que hoy es aprovechado por el marketing imperialista.

Según Bloch, en una formación social específica persisten restos de modos de producción anteriores. Del mismo modo, en determinadas clases sociales perviven restos de conciencia de sociedades precapitalistas. A la nostalgia por un pasado anterior al surgimiento de las contradicciones y la alienación Bloch la llama "asincronía". Esos elementos nostálgicos deben ser reelaborados, refuncionalizados para que sean factores de progreso y revolución. De lo contrario pueden ser utilizados para políticas tiránicas. De ahí el interés de Bloch por recuperar elementos escatológicos de la teoría marxiana y de proponer una praxis subjetiva propia de la filosofía de Fitche para quien la acción es el fundamento del espíritu y de la conciencia. La propuesta es simple: no debemos descuidar los sentimientos humanos si queremos luchar por la libertad que recupere y construya la humanidad.

Con objetivación de las leyes externas no se puede aprehender la necesidad natural ni la social, y se genera, por esa omisión: necesidad, miseria, desolación, arrasamiento. Por eso la ciencia se retrotrae al pensamiento mítico; está lejos de la técnica coproductiva concreta de la libertad en donde el destino como fatalidad queda superado, ya que es construido según las necesidades sociales y las necesidades de la naturaleza.

El pensamiento mítico siempre necesitó vidas para sacrificar a su Dios. Calmaba así la ira de este último producida por los errores humanos. Esto sucedía en ocasiones especiales: catástrofes, liturgias. La ciencia capitalista se presenta como la gran desarticuladora y superadora del pensamiento mítico; sin embargo esta ciencia abstracta de las estadísticas y la tecnocracia, con su necesidad voraz de recursos naturales que destruyen para nuestra generación y las siguientes el ecosistema y las posibilidades de vida, con sus progresos materiales a costa de la materialidad humana, con la manipulación de los medios masivos que crean necesidades ficticias creando necesidades concretas, ese Dios, diseñó un sistema que impone el sacrificio de millones de seres humanos: cadáveres sepultados, cadáveres en vida, cadáveres que aún no han nacido.


*  Ponencia presentada en el "Segundo Coloquio Internacional Teoria Crítica y Marxismo Occidental", Buenos Aires 13-15 noviembre 2006, revisado y corregido por el autor para su publicación en Herramienta.

[1] Marx, Karl, Manuscritos Económico-filosóficos de 1844, traducción de Miguel Vedda Fernanda Aren y Silvina Rotenberg, Buenos Aires, Colihue Clásica, 2004, pág.142

[2] Marx, Karl, El Capital, Tomo 1, Vol.1, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, pág.44.

[3] Idem, pág.45.

[4] Marx, Karl, Ob. cit. Tomo 1, Vol.2, pág.516.

[5] Bloch, Ernst, El Principio esperanza, Tomo 1, Traducción de Felipe González Vicén, Madrid, Aguilar, 1977, pág.235.

[6] Bloch, Ernst, Idem, pág. 229.

[7] Bloch, Ernst, Idem, Tomo 2, pág. 230.

[8] Bloch, Ernst, Idem, Tomo 1, pág. 31.

[9] Marx, Karl, Manifiesto Comunista, citado en Bloch, Ernst, El Principio esperanza, Ob. cit., Tomo 2, pág. 147.

[10] Bloch, Ernst, Entremundos en la Historia de la Filosofía, Madrid, Taurus, 1984, págs. 278 y ss.

[11] Bloch, Ernst, El Principio esperanza, Ob. cit. Tomo 2, pág. 237.

[12] Idem, pág. 238.

[13] Ibid., pág. 242.

[14] Ibíd., pág. 271.

[15] Ibid., pág. 266.

[16] Ibid., pág. 216.

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