21/11/2024
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09/06/2009
"Nacimos desorientados y nos educaron como tarados"
Andrés Calamaro, No Tan Buenos Aires, en Honestidad Brutal II.
"Corte de ruta y asamblea, que en todos lados se vea el poder de la clase obrera"
Las manos de Filippi, Los métodos piqueteros, en Hasta las manos.
"El infierno ya es ahora y es el que habitamos todos los días..."
"Buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno y hacer que dure, y dejarle espacio"
Ítalo Calvino, en Las ciudades invisibles
Uno
En su célebre novela Respiración Artificial, Ricardo Piglia pone en boca de uno de sus personajes la siguiente frase:
El profesor, por ejemplo, era un hombre que reflexionaba sobre los principios. Mejor dicho, le digo, era un hombre de principios. Especie también rara en estos tiempos. ¿Qué tenemos sino los principios para sostenernos en medio de toda esta mierda?[1]
La primera mitad de la década del noventa fue una aplanadora para las ideas y las prácticas de emancipación. Con un mundo dominado por la hegemonía del pensamiento único; con un país lleno de "militantes conversos" y una sociedad avalando, en gran parte, a las políticas privatizadoras, fue difícil pensar-hacer otra política. La política, de hecho, comenzó a ser, para amplias capaz de la población, sinónimo de corrupción.
Es cierto que hubo sectores que se enfrentaron, que resistieron la avalancha de mierda que implicó el neoliberalismo. Pero no fueron la inmensa mayoría. Y, por sobre todas las cosas, no salieron victoriosos de tan asimétrica batalla. Y esto, a la hora de plantear una discusión pública, se tornó fundamental.
Por eso remarco el rol clave que los principios jugaron para la militancia popular en medio de la oleada devastadora del menemismo en Argentina y los apologistas de la inmutabilidad en el mundo.
Política de principios: la mejor política. Frase arrojada por otro argentino, ya no desde el campo de la literatura, sino desde el específicamente político. Palabras del Comandante Ernesto Che Guevara, que Darío Santillán solía repetir gustoso.
Este año se cumple el quinto aniversario de la denominada "Masacre de Avellaneda". Perdieron la vida, o fueron asesinados en aquellas jornadas- para decirlo con toda la crudeza del caso- Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Jóvenes de 21 y 26 años que, por entonces, participaban de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón. "La Verón", en la jerga militante. Y aunque no es el tema de este artículo, no puedo dejar de mencionarlo. Entre otras cosas porque la organización en la que participo lleva el nombre de Santillán.
Claro que las muertes del 26 de junio no son las únicas producidas en Argentina por los conflictos sociales de la última década. Desde que Víctor Choque, salteño, obrero de la construcción, fue asesinado el 12 de abril de 1995 por la policía provincial en Ushuaia hasta hoy, son más de 50 los muertos en movilizaciones, cortes de ruta y otras acciones directas.
Teresa Rodríguez, de 24 años, cayó bajo las balas policiales el 12 de abril de 1997, en Cutral-Có, provincia de Neuquén. Ya sin el menemismo en el gobierno, las muertes se sucederían, de todas maneras. Al asumir el nuevo gobierno de la Alianza, en diciembre de 1999, mientras se mantenía cortado el puente General San Martín que une las provincias de Corrientes y Chaco, la Gendarmería remata a los jóvenes Mauro Ojeda, de 18 años y Francisco Escobar, de 25, en un mega-operativo de ocupación del territorio.
En mayo de 2000, los jóvenes Orlando Justiniano y Matías Gómez correrían igual suerte en Salta. El 10 de noviembre del mismo año fue asesinado Aníbal Verón, trabajador mecánico de 37 años, mientras participaba en un piquete apostado en la ruta 34, que une General Mosconi y Tartagal, pueblos salteños, legendarios por la intransigencia de sus habitantes.
El 17 de junio de 2001, también en Salta, mientras los argentinos festejaban el Día del Padre, eran asesinados los jóvenes Oscar Barrios y Carlos Santillán. Exactamente seis meses más tarde, el aburrido del presidente Fernando De La Rúa se entretuvo ordenando la represión que terminaría con su gobierno. Y con la vida de más de treinta personas. Los nombres del rosarino Claudio "Pocho" Leprati y el bonaerense Carlos Almirón se encuentran en la lista de los hombres y mujeres caídos en las jornadas de diciembre de 2001.
El reciente conflicto docente en Neuquén, suma el nombre del maestro Carlos Fuentealba (rematado, el 3 de abril del 2007, con un tiro de escopeta lanza-gases en la cabeza, a menos de dos metros de distancia) a esa lista de muertes que, en la mayoría de los casos, han quedado impunes. Y que pareciera que a pocos les importa ya.
En el caso de los crímenes de Puente Pueyrredón, si bien los responsables materiales de la represión fueron condenados a cadena perpetua, los personajes políticos, los autores ideológicos, continúan gozando de la misma impunidad con la que cuentan otros tantos asesinos políticos de la democracia.
Claro que si el ex comisario Alfredo Fanchiotti y su chofer, el ex cabo Alejandro Acosta se encuentran con cadena perpetua, junto con otros 6 policías condenados con penas que van de 1 a 4 años de prisión, es en gran parte por la presión que las organizaciones populares ejercieron: cortando el Puente Pueyrredón el 26 de cada mes; acampando frente a El Tribunal Oral Nº 7 de Lomas de Zamora durante el juicio; conformando una comisión independiente que denunciara lo que el Estado no estaba dispuesto a denunciar. Esta comisión, integrada por Alberto Santillán, padre de Darío, Vanina Kosteki, hermana de Maximiliano, manifestantes heridos y procesados, periodistas, escritores y artistas, organismos de Derechos Humanos y organizaciones populares de estudiantes y desocupados, jugó un rol clave en ese breve período que va de mayo de 2005 a enero de 2006, durante el que se desarrolló el juicio.
Es entendible, también, que para el poder sea mucho más factible encarcelar a un par de policías que fueron filmados y fotografiados disparando balas de plomo (con las que, además de asesinar a dos muchachos desarmados, hirieron de gravedad a mas de treinta manifestantes) que juzgarse a sí mismo por las órdenes que impartió.
Por eso, el ex presidente, Eduardo Duhalde; el ex Ministro de Seguridad y Justicia de la provincia de Buenos Aires, Luis Genoud; el ex Jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof; el ex Ministro del Interior, Jorge Matzkin; el ex Secretario de Inteligencia del Estado (SIDE), Carlos Soria; el ex vice-jefe de la SIDE, Oscar Rodríguez; el ex Ministro de Justicia, Jorge Vanossi; el ex Secretario de Seguridad de la Nación, Juan José Álvarez (quien, según se supo este año, formó parte del plantel de la SIDE durante la última dictadura militar), y el Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, continúan gozando de la misma impunidad. Y algunos de ellos ocupando cargos en la gestión del gobierno actual. Otros ya no, es cierto, pero ahí estuvieron mientras fue necesario.
Dos
La irrupción de las puebladas fue una bocanada de aire fresco para la militancia popular que no se rendía. El nuevo milenio presentaba una situación por demás adversa y puso sobre el tablero un inmenso desafío: enfrentarse, tanto a un enemigo poderoso que había logrado imponerse a escala global, como al estigma del fracaso (y no sólo la derrota) de las políticas revolucionarias del siglo anterior.
Desde que los pobladores de la sureña localidad de Cutral-Có se levantaron (y provocaron aquél formidable "efecto contagio" que llevó a que la mayoría de las provincias del país se encontraran con sus rutas bloqueadas) a hoy, se han transitado 10 años. Una década en la que pasaron demasiadas cosas. Lo fundamental: el ciclo de luchas que, se inicia a partir de entonces y se extiende de manera casi ininterrumpida hasta el 2003. Su pico más alto: las jornadas del 19/20 de diciembre de 2001. Su quiebre más trágico: la Masacre de Avellaneda.
Quizá lo más importante de las puebladas haya sido su aporte a las clases subalternas en la recuperación de la confianza en sus propias fuerzas; en la valoración de la lucha como forma de reconquistar los derechos conculcados por las políticas neoliberales. Y la posibilidad, para los protagonistas de aquellas jornadas, de recuperar la autoestima, tan golpeada en esos días.
El método del piquete, utilizado antaño para interrumpir la producción de mercancías, era empleado ahora para obstaculizar su circulación. Pero por sobre todo, para hacer visible la irrupción de las masas plebeyas. Todo eso se visualizó en el centro del país luego de que la periferia clamara por soluciones urgentes para sus necesidades más elementales.
Cabe aquí traer una reflexión reciente de Pablo Seman:
El piquete es un arma sabia: logra fuerza para los que no tienen casi ninguna, y pone en cuestión las jerarquías de los derechos que se ocultan bajo el aparentemente neutral, pero socialmente interesado e insidioso "los derechos de uno terminan donde empiezan los de los demás" (¿quién definió esos derechos, las relaciones que los unen, las jerarquías que los organizan?).[2]
Si el trabajador ya se definía en la tradición de izquierda por la negativa, por su no propiedad sobre los medios de producción, el excluido es condenado a ya no definirse. No es. En cambio, el trabajador desocupado, devenido en piquetero, obliga a todos a ver aquello que se sabe pero se oculta. Se sabe pero no es nombrado.
No es por nada que [continúa el antropólogo argentino] gracias a los piquetes, los sectores subalternos de la Argentina, en su época de mayor debilidad histórica, consiguieron, a pesar de ello, cambiar la agenda de una sociedad que tenía por principio ignorar sus demandas.[3]
El reclamo nacido en la barricada, desde el principio, exigió trabajo. El Estado respondió con "focalizados" planes asistenciales: políticas gubernamentales destinadas a acallar los reclamos de los más pobres, y anticiparse, frenando, los posibles levantamientos que, visualizaron entonces desde la clase política, se avecinarían en un futuro próximo.
Surgía, sin embargo, un nuevo camino a partir de Cutral-Có. La tríada "cortes de ruta-asambleas-planes trabajar" inició un camino que sería recorrido a lo largo y ancho del país por vastos sectores de la militancia popular. Sobre todo por aquellos que venían realizando una reflexión acerca de los límites que la lógica de los años anteriores tenía en la construcción política: volcar los esfuerzos en construir grupos militantes, que confluyeran con otros grupos en la búsqueda de constituir el "Partido", a la vez que se efectuaban alianzas electorales que se rompían al otro día de la elección, luego de sacar el 0, 2 % de los votos.
Quienes dieron origen al Movimiento de Trabajadores Desocupados "Teresa Rodríguez" fueron, seguramente, los que visualizaron el entramado de las puebladas y pudieron comprender lo que implicaron para el imaginario colectivo en la militancia popular. En agosto de 1997, "el Teresa Rodríguez" realiza cuatro cortes de ruta de manera coordinada: en Mar del Plata, Hurlingham y, sobre todo, en las populosas localidades de Florencio Varela y Solano (ambas en la zona sur del Conurbano). Así hacen su aparición pública. Esgrimiendo, además, la consigna "Trabajo-Dignidad-Cambio Social". Lema que viene a sintetizar, al menos en intención, aquella "dicotomía incruenta" (como le gustaba decir a Oliverio Girondo) entre la lucha reivindicativa y la aspiración a transformaciones revolucionarias.
Si bien ya existían la Federación de Tierra y Vivienda (FTV), encuadrada en la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) y la Corriente Clasista y Combativa (CCC), conducida por el Partido Comunista Revolucionario (PCR), como organizaciones que contenían a este nuevo sector social (los trabajadores desocupados, ya no como "ejército industrial de reserva" sino como "masa marginal", permanente), su influencia conjunta estaba acotada a La Matanza, en el oeste del Conurbano Bonaerense.[4] Pero no dejaban de ser dos expresiones del tan cuestionado y deslegitimado campo tradicional de la política (aun de izquierda) y el sindicalismo (aun pretendiendo ser alternativo). Lo que "El Teresa" aporta es esa cuota de audacia, de radicalidad, de búsqueda de nuevas formas y contenidos para una política popular de emancipación.
A partir de allí, la Nueva Izquierda Autónoma (NIA), plural, diversa, nunca constituida como corriente orgánica, comienza a ocupar un lugar importante dentro de la militancia. Genera referencia, crece en cantidad, se extiende geográficamente y, desde el Gran Buenos Aires, llega a intervenir de forma tal que, en determinadas coyunturas, instala debates de carácter nacional. Se relaciona con experiencias similares (aunque con un proyecto menos definido) que se desarrollan en provincias como Chaco y Salta, en el norte argentino.
Pero por sobre todas las cosas, logra trasladar el conflicto de la periferia al centro. Resignifica, dándole continuidad, a lo que de manera más espontánea se había desarrollado en diversas provincias del país. Toma la punta de la madeja lanzada por el gobierno para acallar los conflictos y los potencia. Si se está en la miseria más extrema, un ingreso para parar la olla, aunque sea irrisorio, es bienvenido. Y si se conquista con la lucha, significa que con ella es posible obtener muchas cosas más. Tal el razonamiento. Tales las posibilidades de masificarse.
Ahora, movimientos organizados cortan las rutas, caminan por los barrios realizando asambleas, proponiendo una salida de lucha y de organización ante los problemas comunes padecidos en las barriadas. Pero lo más importante: se sacan conclusiones de los sucesos recientes, de sus límites, y también, de sus potencialidades.
La consigna "Trabajo-Dignidad-Cambio Social" es tomada por varios grupos (entre ellos, La Verón, primero Coordinadora y luego Movimiento) y permite articular la lucha por reivindicaciones inmediatas con la intención de construir un proyecto político popular, que aspire a trasformar de raíz la sociedad.
La irrupción de estos movimientos recupera el rol de la participación política, del protagonismo, para un sector importante de la población, que se fue politizando al calor de sus demandas y aportando al proceso de politización de vastos sectores no movilizados.
Lo que queda por interrogarnos, entre otras cosas, es hasta qué punto los movimientos sociales de base lograron "zafar" de la lógica punteril y asistencialista que las políticas estatales promovieron. Un sitio del cual los movimientos intentaron permanentemente correrse. Al menos hasta el 2002. Al menos, hasta que los compañeros de los aparatos partidarios de la izquierda tradicional (la marxista en todas sus variantes, pero también la populista), se "dedicaron" a fabricar rápidamente sus "frentes de desocupados".
Tres
Kosteki y Santillán son, a mi entender, expresión individual de ese comportamiento colectivo, de ese proceso de politización que se fue gestando en los últimos años del menemato. Estos cumpas, continuando con la jerga, son expresión de una ética que las nuevas generaciones de militantes fuimos construyendo al calor de la acción directa: de las movilizaciones con ollas populares y tomas de edificios públicos; de los neumáticos encendidos sobre las rutas y puentes y calles del país.
También de los escraches. Porque este método, que supo ser marca distintiva del agrupamiento H.I.J.O.S., fue incorporado luego por otros sectores en lucha, que se plantearon otras reivindicaciones. Pero que sacaron las mismas conclusiones: "Si no hay justicia, hay escrache". En algún punto el surgimiento de H.I.J.O.S. es también una bisagra para nuestra generación, como supo decir Esteban Rodríguez. Sospecho que el autor platense da en el blanco cuando señala que los H.I.J.O.S. le devolvieron la risa a la militancia. Porque: ¿no acierta, con Julio Cortázar, al descreer de "los revolucionarios de caras largas" y afirmar que "sin risa no hay revolución"? [5]
Darío, Maxi, muchos de nosotros, somos parte de esa generación que dio sus primeros pasos en la militancia en tiempos extremadamente difíciles. Ya no por la represión marcándonos los cuerpos, como a las generaciones anteriores, pero sí con el peso de ser tratados como una generación retrasada o, directamente para muchos, retardada. Nacimos desorientados y nos educaron como tarados, canta Calamaro.
Nosotros fuimos parte de los que comenzamos a transitar los senderos de las ilusiones en medio del desierto. Dábamos gritos desde una barca perdida en lo profundo del océano: nuestras voces no se oían desde la orilla. En la playa, sólo se agolpaba una muchedumbre deseosa de consumo. Los refutadores de utopías eran como un ejército invencible: nadie los enfrentaba.
Por eso, quizás, sentíamos esa absurda nostalgia: de tiempos a los que no podíamos siquiera detenernos a recordar, porque todavía no habíamos nacido. Escondíamos seguramente, con esa idolatría por la generación de luchadores que nos precedió, la de los 70, un poco de conservadora envidia: deseábamos, de algún modo, haber nacido antes, décadas atrás, cuando los pueblos creían marchar hacia el asalto del cielo.
Por eso Cutral-Có es esa bisagra tan importante; esa bocanada de aire fresco mencionada líneas arriba. "Corte de ruta y asamblea, que en todos lados se vea el poder de la clase obrera", cantan Las Manos de Filippi. Nuevas generaciones de luchadores encontramos nuestra identidad. La fuimos forjando, mejor dicho, sintiéndonos protagonistas.
De ahí la importancia de sortear la barrera del "recuerdo idealizado que obstaculiza la elaboración de una tradición política", como nos señala Seman. Quien sostiene:
El piquete está hecho, justamente, de otra forma de memoria: interioriza en las acciones, más allá de los ritos recordatorios, conclusiones históricas sobre tácticas, estrategias, luchas, derrotas y victorias. El piquete fue la forma que tuvieron y tienen amplios sectores sociales para articular el conflicto social a distancia de la guerra y de la inocuidad. Claro, el piquete no nace sólo de la memoria sino de la capacidad de tomar nota del presente, asumiendo que en las tareas de hoy no todo ha sido dicho por los antiguos.[6]
Por eso la otra bisagra ineludible es La Masacre de Avellaneda. Porque aquella tarde de junio nos marcaría a fuego. Sentiríamos la muerte tan cerca como la habían sentido nuestros héroes del pasado.
Desde allí, Maximiliano, Darío en particular (y por eso el Frente Popular lleva su nombre), se ha tornado un símbolo, que trasciende a la organización en la que militó y es tomado (legítimamente o de manera oportunista, queda a juicio de cada uno) por sectores que van desde la paleolítica izquierda tradicional hasta los "izquier-kirchneristas" más obsecuentes.
Seguramente el mayor riesgo esté en no idealizar ahora su figura, como en algún momento sucedió con el Che, con los revolucionarios de los 70. Porque elaborar una "tradición" política (revolucionaria, se entiende) no puede implicarnos hipotecar nuestra creatividad actual. El pasado no puede imponérsenos como autoridad.
Cuatro
Recordamos, con la socióloga argentina Maristella Svampa, que gran parte de las organizaciones populares surgidas en la última década, tienen como imperativo insoslayable la des-burocratización y democratización de las instancias de participación. Sobre todo en los jóvenes, nos recuerda, la "narrativa autonomista" se caracteriza y se nutre de un "ethos militante" [7], que subraya estas características.
Líneas más arriba dije que Kosteki y Santillán eran una expresión, un símbolo, de la ética de las nuevas generaciones de militantes. Demos entonces una vuelta más de tuerca a esta idea.
En el Diccionario de filosofía de José Ferrater Mora, la definición de ética que podemos encontrar es la de costumbre. Y una historización del término. Plantea el diccionario que en Aristóteles, el ethos aparece ligado a una acción, una virtud, un modo de ser. Un adjetivo que indica si nuestro comportamiento práctico, encaminado a la consecución de ciertos fines, son éticos, virtuosos. Bien. Es decir: amistosos, justos.
En Carta sobre el humanismo, Martín Heidegger señala que la palabra ética deriva del griego ethos y significa "estancia, lugar donde se mora". La palabra, insiste, "nombra el ámbito abierto donde mora el hombre". Cita, nuestro pensador alemán, una sentencia de tres palabras que Heráclito dio, también en Grecia (pero mucho antes que Platón y Aristóteles) y se traduce así: "Su carácter es para el hombre su demonio". Advierte que, esa traducción, piensa en términos más modernos que griegos. Y sugiere una alternativa: "El hombre, en la medida en que es hombre, mora en la proximidad de dios". Cita, finalmente, un relato de Aristóteles. Que es el siguiente:
Se cuenta un dicho que supuestamente le dijo Heráclito a unos forasteros que querían ir a verlo. Cuando ya estaban llegando a su casa, lo vieron calentándose junto a un horno. Se detuvieron sorprendidos, sobre todo porque él, al verles dudar, les animó a entrar invitándoles con las siguientes palabras: "También aquí están presentes los dioses".[8]
Interpretación libre, como gustan decir los brasileros del Movimiento Sin Tierra. Mis respetos a los "especialistas", a los entendidos heideggerianos. No es mi caso. Tomaré, por eso, la actitud sugerida por Horacio González en su libro La Crisálida: rescatar, como originalidad del pensamiento argentino, su capacidad de mezclar tradiciones, elaborando "el derecho a tener una tesis".[9] ¿Que podemos rescatar entonces de las palabras de Heidegger y, a través de él, de Aristóteles y Heráclito?
Rescatemos esta idea de que en lo ordinario hay lugar para que acontezca lo extraordinario. Como bien lo señala Heidegger, citando al propio Heráclito: "La estancia (ordinaria) es para el hombre el espacio abierto para la presentación del dios (de lo extra-ordinario)". "La estancia" figura en el texto griego como "el ethos", si es que cabe aclarar.
Tomemos entonces esta idea de que en lo cotidiano es posible gestar otra idea y otra práctica de nosotros mismos, de nuestras relaciones con los otros. Que los valores dominantes no son los únicos y que es posible, aquí y ahora, presentar otra forma de entender el mundo y habitarlo.
Entendamos a lo extra-ordinario, no como a un dios al estilo cristiano, sino como a la utopía, ese sitio que instituye un horizonte. Que permite que el horno, no sea sólo para calentarnos y fabricar el pan de cada día. Que los bloques de cemento no sean sólo para abrigar el hogar y los lugares de reunión. Sino que nos ayuden a que la solidaridad, el compañerismo, sean los valores con que habitamos el mundo. Sean nuestra práctica política cotidiana. Una costumbre.
Cinco
A los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de mayo, se sumaron, en los 90, otros. Esos que vinieron a patear el tablero de la mediocre política nacional. Pañuelos rebeldes. Ahora de otras mujeres: aquellas que se pusieron al hombro la responsabilidad ante la caída del hogar y salieron a la calle. Junto con ellas, sus hijos y en algunos casos, la familia entera. El pañuelo ya no en la cabeza sino en el rostro. No sólo en mujeres, también en hombres. Sobre todo en los rostros de la juventud. De aquellos que "nos tapamos el rostro para que nos puedan ver", como supo decir, desde las montañas del sureste mexicano, el subcomandante insurgente Marcos. Y como tradujo, ligeramente, algún poeta trasnochado de estas tierras: "Nosotros somos ustedes".
Si "el infierno ya es ahora y es el que habitamos todos los días", como escribió en Las ciudades invisibles Ítalo Calvino, "buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno y hacer que dure, y dejarle espacio, se torna fundamental"[10]. Sobre todo si una de las conclusiones más importantes elaboradas por la militancia autónoma, fue esa máxima que dice: "lo que no hagamos desde abajo, ahora, no se hará desde arriba, mañana".
Esta máxima forma parte de reflexiones desarrolladas en México, por los Zapatistas; en Brasil, por los Sin Tierra y en otros tantos sitios, por distintos movimientos populares. Sobre todo los Latinoamericanos, que las fueron madurando lentamente al calor de diversas luchas y subterráneos procesos de organización.
Aquí, en Argentina, las puebladas señalaron un sendero. No uno luminoso, como el que en su momento entrevió Mariátegui, sino uno más gris, mas opaco, producto de una época extremadamente menos luminosa.
Algunas de las características Cutralquianas fueron importantes en ese sentido: la democracia directa, ejercida en las asambleas sobre la ruta; la elección de delegados revocables; la acción directa como método de acceder a discusiones con los poderes de turno y la conquista de reivindicaciones que, aunque mínimas, ayudaban a salir del pozo en el que se había caído. De allí en más el proceso se puso en marcha.
Los movimientos piqueteros hicieron un corte en la lógica cotidiana vigente en la época. A las características recién mencionadas, dadas en las puebladas y luego desarrolladas por los movimientos que surgieron, sobre todo en el Gran Buenos Aires, debemos sumarle otras, propias de la experiencia llevada adelante en los sitios periférico-céntricos, la periferia del centro. Experiencias expresadas, por ejemplo, en la autogestión de los planes de empleo que, desde el 2000, permitieron desarrollar una práctica cotidiana en decenas de lugares. Cientos de personas llevaron adelante emprendimientos productivos y comunitarios en las barriadas. Donde había basurales con ratas, meses más tarde, surgieron centros de reunión de los vecinos. Se desarrollaron bibliotecas, merenderos y espacios de recreación para los niños. Proyectos de alfabetización para todas las edades. Huertas, comedores, panaderías y compras comunitarias permitieron el acceso a más y mejor alimentación. Talleres de carpintería y herrería; grupos de construcción o de producción de bloques de cemento (como la Bloquera de Lanús, donde trabajaba Darío Santillán) posibilitaron que esos lugares de organización barrial se mejoraran. Y la casa de muchos vecinos también.
Claro que aquello no fue la revolución. Pero prefiguraba, en chiquito, una experiencia de organización del trabajo sin patrones, colectiva, con relaciones sociales basadas en la solidaridad, la confianza, la fraternidad. Cierta izquierda dogmática no pudo con su genio. Ejerció la chicana a más no poder; pretendió señalar la línea correcta; ridiculizó como ingenuos, románticos, a quienes plantaban lechugas en los barrios. Como si sólo se hiciera eso y no se aspirara a más. A intervenir en la coyuntura política nacional. Pretender gestar, profundizar cambios estructurales.
Aunque debemos reconocer que "lo nuevo" provocó entusiasmo desmedido. Muchos creyeron, realmente, que plantando hortalizas se estaba garantizando la revolución. Cabe en este caso, sin pretender ser hirientes o soberbios, aquella frase que dice: "Su ingenuidad me conmueve. Vive en una pecera y cree que es el mundo".
Pero no toda la izquierda autónoma quedó ensimismada. Como no toda la izquierda tradicional o populista continuó aferrada a sus dogmas. La formación, denominada en algunos casos como Talleres de Educación Popular, fue otro rasgo distintivo de la Izquierda autónoma. Cientos de militantes, decenas de cuadros y miles integrantes de las bases[11] participando de los movimientos, fueron producto de una política que promocionó de manera permanente esos procesos horizontales, democráticos, participativos. Que promocionó, no que logró. Se entiende, la práctica es más gris que los papeles, que las ideas, que las intenciones...
Procesos en donde aquellos que se acercaron a pelear por sus necesidades más inmediatas, no fueron tomados por los militantes como personas alienadas, con bajos niveles de conciencia a quienes había que "adoctrinar" con una ciencia de la clase.
Los lemas "No hay nadie que lo sepa todo y nadie que no sepa nada". O: "El que lucha sabe, pero el que reflexiona sobre sus peleas sabe más", permitieron esa relación de saludable tensión entre el activismo y sus bases; entre los militantes con algunos niveles de formación teórica y algunos activistas barriales (o ex activistas sindicales, en menor medida), con experiencias de luchas locales y sectoriales.
El aporte de la Educación Popular en la concepción colectiva y democrática de la construcción del proyecto; la política como una constante actividad de creación y recreación. Es decir, de síntesis entre la experiencia propia, la de generaciones anteriores y las prácticas (pretéritas y actuales) desarrolladas en otros sitios.
Seguramente, para quienes no hayan otorgado importancia a este aspecto, los últimos años hayan sido muy difíciles. Hay casos de todo tipo en la jungla del campo popular. Desde quienes se radicalizaron, transgrediendo todo límite (aun dentro de una concepción revolucionaria), hasta quienes se integraron al Estado abandonando toda posición crítica. Desde quienes dieron un giro acrítico nuevamente al pasado, hasta quienes se anclaron en lo que se venía haciendo, como si nada hubiese cambiado en el país y el continente.
Sospecho que quienes, ante la crisis de las prácticas e ideas gestadas en estos recientes años se aferraron a dogmas del pasado, y arguyen hoy que estas experiencias (nuevas) fracasaron, no tienen en cuenta que esas otras también. Y durante un siglo. Y en el mundo entero. En el caso de aquellos que se aferraron con uñas y dientes a lo que venían haciendo, me pregunto si no reproducen, desde otro lugar, aquello que critican: el dogmatismo, la falta de audacia para emprender cambios, giros en la construcción.
En todos (la izquierda tradicional, autónoma y populista) seguramente esté faltando un poco de humildad, de autocrítica.
Seis
La masacre de Virginia según Gus van San
Si como dice Alan Badiou "es necesario convencerse de que la política es ella misma una invención. No es ni una repetición ni una aplicación. [Lo que] no quiere decir que no tenga referencias o instrumentos"[12], no podemos dejar de señalar la importancia que los Movimientos de Trabajadores Desocupados -al menos los adscriptos en la corriente autónoma- tuvieron en estos años.
La frase del pensador francés se parece un poco a otra pronunciada décadas atrás por José Carlos Mariátegui: "El socialismo en América Latina no podrá ser ni calco ni copia sino creación heroica". Claro que las palabras del peruano se pronunciaron desde otro lugar (no sólo histórico y geográfico, sino además de perspectiva política y filosófica). Pero no importa. Tomemos entonces lo de la política como invención. Como creación. Con eso basta.
Recuperar la legitimidad de la política, desde la concepción de invención y no de gestión, fue todo un arduo trabajo que los movimientos sociales debieron realizar.
El rol clave en la resignificación de experiencias de lucha y organización anteriores y de otros sitios, también constituye un aporte fundamental. Pero acá ya nos metemos en el tema de las "referencias". Diré sólo que la experiencia desarrollada por los Sin Tierra y los zapatistas se tornan imprescindibles para entender los procesos de cambio en la práctica y en las ideas de la militancia y los movimientos autónomos argentinos. Como ahora, contradictoriamente, se tornan la Revolución Bolivariana en Venezuela y la Revolución Democrático-Cultural en Bolivia.
Pero son realidades bien distintas. Todas ellas. Por eso fueron, y son, referencias y no modelos. En la enseñanza de los zapatistas y los Sin tierra, al menos, siempre se tuvo en cuenta su especificidad rural y en el caso mexicano (como en gran parte de América Latina) con raigambre indígena. Muy lejos de los cordones industriales del Conurbano Bonaerense. Pero también, a distancia insoslayable de otras ciudades del país: Córdoba, Rosario, Mendoza, Neuquén...
Aún tras la debacle neoliberal, la presencia de la tradición de lucha y organización obrera mantiene un peso muy grande en Argentina. La abarcadora presencia del Estado, de los sindicatos, también. Pero en las barriadas, la abrumadora cantidad de familias enteras caídas en la miseria, los desocupados estructurales, fueron la base social que tuvo mayor capacidad de recrear aquellos pasos y desarrollarlos aquí, gestando las experiencias autónomas urbanas.
Si bien los desocupados constituían el 20% de la población, se tornaron un sector central durante varias coyunturas. Un primer factor puede ser la ausencia institucional. Tengamos en cuenta que, hasta Cutral-Có, no existía asistencia estatal que paliara la miseria de los más carenciados. Los sindicatos mayoritarios no incorporaban a sus ex-afiliados. Ni a las nuevas generaciones en edad de trabajar. La iglesia (en la mayoría de los casos, hay excepciones, por supuesto) y las ONG, comprometidas con el poder político, no intervinieron. La militancia revolucionaria continuaba procesando la derrota. Todavía dolían los chichones de los ladrillos del Muro de Berlín cayéndose sobre las cabezas. Aun persistía el dolor y el desconcierto por la derrota de los Sandinistas en Nicaragua.
Pero cierta tradición de lucha y esa situación extremadamente extrema, hicieron eclosión. Primero en las ciudades petroleras. Luego en el Gran Buenos Aires. La militancia que no se rendía avanzó dando pequeños pasos. Y grandes saltos. Con la tradición de las luchas y la organización obrera de los 70, pero también con el antecedente de las tomas de tierras de los 80, de la gestación de asentamientos y barrios enteros, con miles de personas peleando y organizándose, aquel proceso lento de organización, de realizar asambleas y ollas populares en los barrios, dio sus primeros frutos. Y tras los grandes cortes de ruta del 97 todo se aceleró.
De alguna manera, estas expresiones eran la única presencia en las barriadas. Con punteros desprestigiados; con recursos estatales mínimos conteniendo la miseria extrema, la situación explotó. El camino de la organización, de la lucha, del reclamo, pasó a ser viable para miles de personas. Y ante la ausencia de combatividad de los trabajadores ocupados, los desocupados quedaron expuestos en ese lugar de ser los únicos que, con una continuidad, enfrentaban al modelo.
Es cierto que los estudiantes y los docentes protagonizaron masivas luchas contra las leyes de educación. Que los estatales reclamaron por sus derechos. Los jubilados marcaron su presencia durante años frente al Congreso. Que los organismos de derechos humanos -principalmente H.I.J.O.S.- denunciaron la impunidad. Pero ninguno llegó a expresar la radicalidad de los excluidos. Y ninguno gestó bocetos de políticas alternativas que se sostuvieran en el tiempo. De ahí la novedad de los desocupados. Conformaron movimientos que libraron luchas de las más radicales. Obtuvieron conquistas, mínimas sí, pero ganaron. Y plantearon, desde lo más golpeado de la sociedad, una vocación por cambiar el orden social instituido. Varias coyunturas vieron a este sector en la primera línea de la barricada. Aun siendo el 20% de la población. Y una cuarta parte de ese 20%, apenas, el que salía a las calles.
Pero la situación post elecciones de 2003 cambiaría la escena política nacional. Y no sólo transitoriamente. Habría cosas que ya no volverían a ser como antes. No había retorno en ciertos temas. Y no me refiero solamente al accionar del gobierno, (que por cierto, hizo lo suyo por fracturar movimientos, dispersar iniciativas comunes, y un largo etcétera), sino a la percepción social instalada mayoritariamente sobre los piqueteros. Percepción que el bombardeo permanente de los medios empresariales de comunicación se encargó de amplificar y retroalimentar. Cuando no de gestar.
Que la situación se ha modificado, me parece algo que sería de necios no reconocer. No es que se haya producido ninguna modificación de fondo, ni que se vaya a producir. Al menos por como vienen las cosas. Al menos en este país. Pero el sólo hecho de ver lo que está pasando en Bolivia y Venezuela nos mete en otros debates. Nada que ver con Argentina. Pero tampoco parece tener mucho que ver con la experiencia zapatista. O con la de los Sin Tierra. Chávez habla del socialismo del siglo XXI y muchos nos preguntamos qué demonios querrá decir este hombre con ese concepto.
Sin bien es cierto que las palabras Revolución y Socialismo despiertan simpatía, también lo es que tienen más de un siglo de historia e interpretaciones. Y de las más diversas. Pero ese es otro tema, que por una cuestión de espacio se hace difícil de desarrollar acá.
Volvamos entonces a la Argentina. Y a lo que estuvo pasando en estos últimos cuatro o cinco años.
Siete
Estamos ante una carrera contra el tiempo. La falta de respuestas o ciertas acciones del poder dominante actual puede promover una creciente desmovilización o una aceleración en el proceso de una construcción de una fuerza política y social de nuevo tipo[13]
escribió Alcira Argumedo durante el primer semestre de 2002, cuando todavía estaban encendidas las brazas de diciembre. Mientras gran parte de las fuerzas políticas que protagonizaron la resistencia de los años precedentes pronosticaban "un nuevo Argentinazo", esta socióloga argentina señalaba:
los procesos que enfrentamos están lejos de ser lineales y no habría que desmoralizarse si se produce un cierto repliegue en la movilización: mas bien podría ser esperable que la dinámica actual disminuya o se restrinja, en tanto es difícil que las sociedades mantengan durante un tiempo muy prolongado la salida a las calles y los ritmos de actividad que presenciamos.[14]
Las palabras de esta mujer, conocida en los 70 por promover las Cátedras Nacionales en la Universidad de Buenos Aires, fueron leídas pero no muy tenidas en cuenta por muchos de nosotros en aquellos días. Sin embargo, aun conservan vigencia. Sobre todo por sus conclusiones. Su metáfora para señalar el proceso que vivíamos puede llegar a servirnos para entender lo que vino después. Dice así:
Pero si hay repliegue, seguramente va a ser similar al del río Nilo: cuando las aguas se retiran dejan un humus de gran fertilidad. Ya sea entonces a partir de los actuales niveles de movilización o del humus que han enriquecido estas experiencias, tenemos una gran oportunidad para canalizar nuestras demandas y sueños en una fuerza política y social y en un proyecto estratégico para Argentina, concebido como parte de ese proceso de integración autónoma de América Latina, que finalmente nos permita construir "esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas cuya temeridad sin fin se confunde con la leyenda".[15]
Si la Masacre de Avellaneda fue una bisagra, las elecciones de marzo de 2003 y la asunción de Kirchner a la presidencia constituyen otra. La política kirchnerista fue hábil y eficaz en cuanto a "sacar a los piqueteros de las calles". Los métodos, diversos. Lo cierto es que las fuerzas de desocupados quedaron fragmentadas y mucho más de lo que estaban antes. Una parte de los movimientos se incorporó al Estado. Decisión que más allá de que pueda o no compartirse, hizo que estas expresiones relegaran el reclamo y el protagonismo de la movilización popular. La lógica pasó a ser otra. O nuevamente otra: esperar que desde arriba llegaran las soluciones. Y si no: esperar a que en algún momento lleguen. Nada de forzar, de gestar desde abajo. De tensionar para que las cosas sucedan.
Otra parte de los movimientos permanecieron en las calles. Repitiendo las mismas consignas, con los mismos métodos de lucha, exigiendo las mismas reivindicaciones. Si tenemos en cuenta que, a la deslegitimación social de estos métodos, consignas y reclamos, se sumó que, ante la fragmentación, las fuerzas se diluyeron en miles de pequeñas iniciativas, la debacle de todo ese proceso era lo más esperable.
La política gubernamental fue muy clara: "ni planes ni palos". Se repitió hasta el cansancio que no habría mas planes asistenciales para los desocupados. Que los que ya estaban no aumentarían en su monto, en su asignación mensual; que irían disminuyendo al calor del crecimiento económico; que la nueva Argentina sería la del trabajo y tantas cosas más, todas en ese tono y en esa línea. Tanto se repitió que ya no quedó espacio para el legítimo reclamo de los excluidos.
La recuperación en los niveles de consumo de los sectores medios jugó su parte en esta partida. Pero también la incorporación de una inmensa cantidad de los desocupados al mercado laboral. Ahora, los desocupados son, aproximadamente, el 10% de la población. La mayoría de los jóvenes -el sector más dinámico de los movimientos, el grueso del activismo- pasó a engrosar las filas de la fragmentada, flexibilizada y precarizada clase trabajadora. Lo mismo sucedió con quienes contaban con un oficio, fundamental para desarrollar cualquier tipo de emprendimiento productivo que pudiera tener algún nivel de éxito.
Con unos 30 años de ausencia en experiencias de lucha y organización anti-burocrática, los trabajadores continúan un poco al margen. Se han visto en estos últimos tres, cuatro años, dispersas experiencias de lucha, de nuevas camadas de militantes anti-burocráticos. El surgimiento del Movimiento Intersindical Clasista es parte de ese proceso. Pero las nuevas luchas de los trabajadores, ¿han surgido de un repollo? Sospecho que volvemos a pasar por aquello que Rodolfo Walsh alertó hace tantos años: cada lucha parece estar condenada a empezar de cero. La imposibilidad de apropiarse de las experiencias de los excluidos fue y es muy grande. Al igual que el sentido de pertenencia. Más allá de los nombres, de ciertas consignas, las expresiones de desocupados tienen dificultades en asumirse como parte de una clase y no como algo separado; de comprender que las lógicas formales del mundo del trabajo son otras. Y a los ocupados les cuesta ver al excluido no como a un Otro, sino como a un par que ha caído en desgracia. O que ha sido empujado violentamente a esa situación, para ser más precisos.
Ahora bien, retornemos a las reflexiones planteadas por Argumedo. Lo que primó fue la "creciente desmovilización". Sin embargo, la vocación por construir "una fuerza política y social de nuevo tipo", permaneció. El humus del que hablaba no fue disuelto del todo. La recomposición sistémica es fuerte, es cierto, pero tambalea de tanto en tanto. Además, trocar el reflujo por derrota es "aportar a construir su irreversibilidad en el largo plazo", como bien ha señalado Miguel Mazzeo. Porque una cosa es reconocer la situación de reflujo y otra muy distinta "resignarse y adaptarse a ella. Negarle a la realidad objetiva alguna posibilidad latente", según expresa en su último libro.[16]
Además, hay huellas de diciembre que persisten. No por todos lados. Por varios sitios, sí. Cuando se producen atropellos, las respuestas no son la sumisión, el silencio. Si bien los cortes de ruta de los desocupados han sido desprestigiados, otros sectores sociales los han llevado adelante, exigiendo otros reclamos.[17] El hecho es que la lucha como mecanismo para acceder a una discusión, a una negociación con el poder de turno; como forma de hacer valer los derechos ha quedado instalada en amplias capas de la población. Lo mismo que la dinámica de participación y organización asamblearia que instalaron las puebladas y los movimientos piqueteros.
Aun ciertos niveles de violencia ejercida desde abajo están presentes en el cuerpo social.
Si un policía mata a un pibe en un barrio y se lo reconoce, es posible que se incendie una comisaría. Si alguien es atropellado en una ruta porque no hay un semáforo, el humo de los neumáticos encendiéndose, seguramente, estará ahí presente.
En este contexto, entiendo, debemos diferenciar el camino emprendido por un sector de los MTD, de otras expresiones del diverso y fragmentado mundo del denominado Movimiento Piquetero. La Verón, junto con otros grupos, se volcó en estos años a conformar el Frente Popular Darío Santillán. Un movimiento social y político, multisectorial y autónomo, que con distintos perfiles ideológicos, integra a movimientos territoriales, de desocupados y agrupaciones estudiantiles, culturales y de trabajadores. Que bajo una identidad común, coinciden en definiciones genéricas como el antimperialismo, el anticapitalismo y la construcción del poder popular en el camino de gestar un cambio social. Cambio que es entendido como un envite presente por transformar la cotidianeidad (construcción prefigurativa) y a su vez como apuesta futura a construir el socialismo (transformación revolucionaria).
Ocho
Ahora bien, la del FPDS es tan sólo una apuesta más, en la búsqueda por gestar nuevas y superadoras herramientas de articulación. Ya no sólo de meras coordinaciones reivindicativas o regionales. Quizás, de lo que se trate, sea de poner sobre la mesa ciertas discusiones y preguntas comunes de quiénes pretenden construir un proyecto político contra-hegemónico.
¿Cómo resignificar los aportes más importantes de los MTD en nuevas prácticas que superen lo local y lo sectorial? ¿Cómo construir instancias prefigurativas en otros ámbitos urbanos que no sean las barriadas populares? El estudiantado, el fragmentado y diversificado mundo de la actual clase trabajadora, ¿tienen condiciones para gestar instancias que adelanten a pequeña escala la nueva sociedad? ¿Cómo se articula la construcción cotidiana de relaciones sociales alternativas (materiales y simbólicas), esos "islotes de comunismo" de los que habló el último Louis Althusser[18], con la disputa hegemónica necesaria para que esas construcciones no queden en el lugar de reserva moral de lo que habría que hacer? ¿Cómo lograr que se extiendan y masifiquen?
La búsqueda emprendida desde 2004 en adelante, es una indagación que continúa. Quizás la mayor preocupación hasta el momento haya sido la de construir experiencias sólidas, una "barca de nuevo tipo". Y tal vez, en ese mirar el largo plazo, la izquierda autónoma e independiente, naufragó en distintas coyunturas. Pero el humus del que hablaba Argumedo está. La fuerza política y social, el proyecto estratégico para Argentina, concebido como parte de ese proceso de integración autónoma de América Latina es una apuesta aun. Y subrayo lo de integración autónoma porque es clave. Hay mucho discurso y demasiado bombo de integración regional que puede llevarnos a confusiones lamentables, a repeticiones reaccionarias, sean o no esas sus intenciones. Pero como se señaló en alguna parte de este trabajo, el pasado impuesto como autoridad no nos sirve para un carajo. El socialismo, la mística, la identidad, todo lo que construyamos, deberá ser del siglo XXI.
La experiencia de la izquierda autónoma en estos años ha sido bastante pragmática. Quienes no han caído en la idolatría de nuevos dogmas y profetas, en algunos casos, se encuentran profundizando estas reflexiones, debates y discusiones. Tal vez sea necesario abandonar ciertos prejuicios y rescatar de la izquierda del siglo XX su capacidad de sistematizar propuestas, de gestar una determinada visión del mundo y disputar ideas con las instaladas como únicas, como verdaderas. Igualmente, estos años han demostrado más que nunca que no existen atajos. Tal vez desvíos. No haré juicio de valor sobre las opciones emprendidas. Cada uno sabe y elige por qué senderos transitar. Tanto a nivel individual como colectivo. La debacle ha sido tan grande que andar señalando equivocaciones se torna absurdo, cuando no patético. Estas líneas no intentan ser más que un aporte para la discusión. Para que no queden entre los amigos, los conocidos, los que solemos frecuentarnos para decirnos lo bellas y hermosas que son las construcciones de las que participamos. Sino para abrir el juego. Teniendo en cuenta, igualmente que, como lo señalara Carlos Marx cuando polemizaba con los partidarios de la unificación del Partido Obrero Alemán, allá por 1875, "cada paso de movimiento real vale más que una docena de programas".[19]
* Artículo escrito para la revista Herramienta, mayo de 2007.
[1] Ricardo Piglia, Respiración Artificial. Buenos Aires, Biblioteca Argentina La Nación, pág 104.
[2] Seman, Pablo, "Memorias", en Página/12, 9 de Abril de 2007, versión digital.
[3] Idem.
[4] Si bien, en el caso de la CCC, el dirigente sindical Carlos "Perro" Santillán, lograba proyectar una importante una referencia a nivel nacional desde la provincia de Jujuy.
[5] Rodríguez, Esteban, "Peter Pan y Bob Dylan. Juventud divino tesoro", en: www.rodriguezesteban.blogspot.com.
[6] Seman, Pablo, op. cit.
[7] Svampa, Maristella, " Modelos de dominación, tradiciones ideológicas y figuras de la militancia", en: www.prensadefrente.org, sector biblioteca.
[8] Heidegger, Martín, "Carta sobre el humanismo", en: Hitos , Madrid, Alianza Editorial, 2001, s/d.
[9] Gonzáles, Horacio, La crisálida. Metamorfosis y dialéctica. Buenos Aires, Colihue-Puñaladas-Ensayos de Punta, 2005, s/d.
[10] Calvino, Ítalo, Las ciudades invisibles, s/d.
[11] Cuadros, militantes, bases: un lenguaje viejo, clásico, que no expresa en realidad lo que se vivenció y lo que se pretende transmitir en estas líneas, pero que al menos, supongo, permite entendernos un poco.
[12] Badiou, Alan, "Psicoanálisis y política. Conferencias en Buenos Aires. Facultad de Psicología, 24 de octubre de 1994", en Revista Acontecimiento nº 10. Buenos Aires, 1995, pág. 33.
[13] Argumedo, Alcira, "Argentina: debacle y oportunidades", en Revista Tantas vidas, tantas voces. Asociación de Ex-Detenidos Desaparecidos. Año I, Nº 5, mayo de 2002, s/d.
[14] Idem.
[15] Ibid.
[16] Mazzeo, Miguel, El sueño de una cosa, apuntes sobre el poder popular. Buenos Aires, Editorial El Colectivo, 2007, pág 24.
[17] Aunque los prejuicios instalados son fuertes: "soy asambleísta y lucho por el medio ambiente, pero no soy piquetero"…
[18] Althusser, Louis, El porvenir es largo. Buenos Aires, Ediciones Destino Áncora y Delfin, 1993, pág. 300.
[19] Marx, Carlos, "Carta a W. Braque", en Crítica del Programa de Gotha. Buenos Aires, 1971, pág. 9.