03/12/2024
Por Logiudice Edgardo , ,
Teti Editore, Milán, 2000. 146 págs.
Guido Liguori se pregunta[1] si es lícito que un autor (G. Prestipino) que se propone evitar forzar los textos, al interpretar a Gramsci en otros contextos históricos y teóricos distintos a los de aquél, -asuma aunque con inteligencia y honestidad- que no hay escapatoria a aquello de que todo traductor es traidor: Traduttore, traditore (en castellano la expresión "traductor, traidor" pierde su encanto fonético).
Nuestro autor solía decir que antes que definirse en algún "ismo", pretendía contenerse en la tradición marxista. Sintomáticamente, tradición, traducción, traición, tienen una misma raíz latina que indica tránsito.[2] Podría decir que estas páginas que -como aclara G.P.- fueron escritas y pensadas hace tiempo y cuya contextualización actual obliga a "reflexiones muy amargas", constituyen una teoría de la transición. Una teoría apoyada o que parte de una reelaboración (traducción) de las también sucesivas y transitorias reelaboraciones (traiciones) del propio Gramsci.[3]
Prestipino confiesa que, para sus hipótesis, no busca protección en las páginas gramscianas, sino que encuentra en su itinerario teórico (en las sucesivas posiciones que aquél fue logrando) las premisas indispensables para las necesarias investigaciones ulteriores. Es decir las investigaciones "frente a contextos históricos y teóricos distintos de aquéllos en los cuales han surgido".
En una concepción epocal, de larga duración, nuestro contexto parece ser algo que se sitúa más allá de la modernidad, aunque, quizá, no demasiado ni simultáneamente en todos los lugares, ni en las distintas esferas (subsistemas) del bloque histórico. Para algunos es la post-modernidad: hay certeza de que hemos dejado atrás la modernidad, lo difícil es que no sabemos muy bien dónde estamos. Los caracteres de la modernidad se han debilitado lo suficiente como para pensar en ese post, pero siguen lo sólidamente presente como para que ese post no sea un presente, sino un futuro en potencia o, al menos, sólo probable, todavía no en acto. La modernidad se está traduciendo y no sabemos bien a qué cosa. Traduco (traducir) es también trans- (pasar de un lugar a otro), tránsito. Entonces nuestro autor propone: trans-moderno. Nuestro sitio es la transición y, si esto es así, se vuelve nuevamente actual su teorización y, junto con ella, la casi olvidada dialéctica. De lo que se trata, entonces, es de traducir la dialéctica de la modernidad a la transmodernidad. He aquí la tradición marxista de la ineludible traición en la traducción de la transición.
En esta traducción quizá una de las tesis más fuertes sea la referida a la categoría de hegemonía. "La ‘hegemonía’ es, en el pensamiento de Gramsci, la forma en la cual la dirección política se ejerce sobre un conjunto social articulado y complejo, especialmente cuando no se recurre excesivamente a prácticas de constricción o coerción o, más simplemente, al uso de la ‘fuerza’. La ‘hegemonía’ es la forma ‘ético-política’ -política en cuanto ética- de la dirección social: es la experimentación de normas y valores cuya declarada extensibilidad general encuentra un consenso igualmente general. La ‘hegemonía’ es todavía atribuida por Gramsci a un sujeto social (a una clase). Sin embargo, en los Quaderni encontramos quizá una implícita revisión teórica, porque nos parece que, al auspiciar un futuro primado de la forma ‘ético-política’, Gramsci entiende posible atribuir función hegemónica precisamente a una forma (no ya a un sujeto). La revisión es, en mi opinión, tanto más necesaria si, junto con la racionalidad clásica, se nos aparece investida en una crisis epocal también la centralidad (epistemológica, social y política) del sujeto moderno."
Prestipino sostiene que la idea de una clase-sujeto o de un sujeto-partido debe ser superada junto con la también envejecida concepción de un progreso ilimitado de las fuerzas productivas. "Por eso -dice- en algunos de mis trabajos, al argumentar sobre los ‘bloques histórico-lógicos’, he entendido poder suponer que cada bloque se caracteriza esencialmente por la hegemonía que en él ejercita un modo o una forma de la actividad humana: un modo de ser de la producción económica o de la producción cultural, una forma del coexistir de los individuos en las relaciones sociales o del con-sistir societario en las instituciones". Allí, en el itinerario teórico de Gramsci, es donde Prestipino encuentra "la indispensable premisa para una investigación ulterior que señale la superación de la centralidad moderna del sujeto". Agrega: "En los años 60 y 70, un marxismo de las formas aparece en Althusser (y, en ciertos aspectos, en Luporini) como una meta necesaria de alcanzar, sin Gramsci. Entiendo, en vez, que puede ser lograda con Gramsci". Un marxismo de las formas que evoca y conduce a las re-formas, a las nuevas formas, donde la hegemonía es una forma de dirección social.
Efectivamente, G.P. sigue ese itinerario donde, ciertamente, el concepto de hegemonía en La cuestión meridional se refería a una tarea "político-estratégica del proletariado como clase en lucha por el poder", vale decir, la hegemonía referida a un sujeto. Pero ya en los primeros Quaderni "la hegemonía política y cultural es vista como tarea histórica de todas las clases dirigentes, o virtualmente dirigentes, en general". Más adelante, cuando Gramsci asume una nueva concepción de las superestructuras y de la "ampliación" del Estado, ya pone las bases para una nueva definición de la hegemonía como función del Estado mismo. Si en la primitiva concepción de hegemonía ésta era la acción ejercida por un sujeto hacía una dualidad de destinatarios (hegemonía hacia los aliados y constricción hacia las clases adversarias), en la medida en que Gramsci se va planteando la hegemonía como la capacidad de una clase de hacerse Estado, ésta pasa a ser una función del Estado: constricción legitimada por consenso. Pero entonces lo que tenemos es una acción dirigida hacia la sociedad, es decir hacia la "estructura", acción posible si "el nivel superior (estatal) de la ‘superestructura’ obtiene el consenso en su nivel de base (en la ‘sociedad civil’). No se trata ya, entonces, de la acción de un sujeto sino de la dominancia de una forma superestructural, la forma ético-política sobre la económico-corporativa.
Valga lo anterior de ejemplo (muy resumido y, por lo tanto, empobrecido) de cómo, en este caso en el concepto de hegemonía, G.P. sigue el itinerario teórico de Gramsci para encontrar las premisas para investigaciones ulteriores. Investigaciones que lo conducen a repasar toda la paleta teórica de las categorías gramscianas y, particularmente, al análisis de la dialéctica de Gramsci. Esta indagación (bella, dice Liguori) sobre la dialéctica, pone el acento sobre un juego de oposiciones que, entre nosotros, no ha tenido mucho más difusión que la de la mirada que sobre ellas hiciera Perry Anderson, como meras antinomias o ambigüedades.
Una conocida cita de Gramsci es enriquecida (traicionada) por G.P. para construir, ahora, no sólo una novedosa lectura, sino un edificio teórico para dar cuenta de la transición de lo moderno a lo trans-moderno.
"¿Puede emprenderse -se preguntaba Gramsci- una reforma cultural y constituir ello una elevación civil de los estratos deprimidos de la sociedad, sin una precedente reforma económica y una mutación en la posición social y en el mundo económico? Para esto una reforma intelectual y moral no puede no estar ligada a un programa de reforma económica, así el programa de reforma económica es, precisamente, el modo concreto con el que se presenta toda reforma intelectual y moral". Es G.P. quien pone las cursivas para señalar un "cuadrilátero": economía y sociedad, por un lado, (reforma) intelectual y moral, por otro, pero constituidos en bloque, por sólidos vínculos "circulares" entre "nuevos procesos económicos-productivos y nuevas figuras de intelectuales-especialistas, por un lado, y entre reivindicaciones sociales-corporativas e instancias ético-políticas, por el otro."
De este modo entiende el autor que Gramsci enfrentaba al idealismo crociano oponiéndole el elemento fundante y primigenio "estructural" o material, y al marxismo "vulgar", la función activa de las "superestructuras". (A propósito de lo cual recuerda a Godelier, quien argumenta respecto a los términos infraestructura y superestructura que, para Marx, esta última es la construcción, el edificio que se eleva sobre los cimientos "Pero se vive en la casa, no en los cimientos").
Así, el círculo crociano, que gira siempre en el mismo sentido, deviene en Gramsci un "cuadrilátero" en el cual cada vértice entra en una relación "circular" con cada otro. Se pregunta el autor cuáles eran para aquél las distinciones metodológicas fundamentales. "El principio (reformador) intelectual y el moral interactúan ciertamente entre sí. Pero, antes aun (y, principalmente), ellos actúan respectivamente en lo económico-productivo y en lo económico-social, o sea en las dos correspondientes modalidades de la ‘estructura’. El ideal gramsciano colocaba la ‘reforma intelectual’ dentro de un ordenamiento económico-productivo reformado en el que podrían haber podido emerger nuevas categorías de técnicos, en cuanto intelectuales ‘orgánicos’ a la producción y asentarse, por un proceso intensivo de emancipación cultural del trabajo, en nuevos operarios, o trabajadores manuales, transformados ellos mismos en técnicos o en dirigentes... Una mutación de tal tipo habría sido lo mismo que la radicación, en el mundo del trabajo, de una nueva conciencia filosófica individual, identificable con la misma, renovada, ‘filosofía de la praxis’... De la misma manera, la reforma ‘moral’ sería posiblemente generada por la decisión del ‘intelectual colectivo’, y más en general por las masas, de elevarse de lo económico-social, que Gramsci llamaba ‘económico-corporativo’... de elevarse al nivel superior que, con expresión crociana, Gramsci denominaba ‘ético-político’."
Modo de producción económico, forma social, modo de producción cultural, forma ético-política. Es en este cuadro, entonces, donde la hegemonía puede considerarse una forma de dirección social, no necesariamente vinculada a un sujeto, ni tampoco al Estado (moderno).
Modos de producción (económica y cultural), formas (sociales e institucionales), son ahora, para Prestipino, los vértices que interactúan en forma de una compleja relación de oposiciones (dialéctica) en el "cuadrilátero" del bloque histórico. El resultado es un modelo de análisis metodológico, también para esta transición que nos toca vivir, cuyo resultado no es preciso -"previsible, dice Prestipino, es sólo la lucha, no su resultado"- pero que dependerá en buena parte también de las relativas pre-visiones que deriven del análisis.
He tomado sólo unos párrafos como ejemplo de la laboriosa traducción que nuestro autor hace de Gramsci. Por eso mismo nuestra nota quizá no haga suficiente mérito a su trabajo. No estoy seguro tampoco de que estos párrafos sean para el autor los más significativos. No obstante, de alguna manera debía decidir el objeto de mi propia traición.
Edgardo Logiúdice
marzo 2001. *
[1] International Gramsci Society Newsletter, N° 11, Dic. 2000, pág. 46.
[2] Tradición (traditio) es el acto de entregar algo, de transmitir, exponer, narrar históricamente una doctrina. Traducir (traduco) es también, tanto exponer en público, como hacer pasar de una opinión a otra o hacer atravesar, pasar de un lugar a otro. Traicionar (trado) en tanto, también es dar, entregar. Pero esta entrega no necesariamente es la entrega (traición) de una ciudadela (o una casamata, ya que de Gramsci hablamos) al enemigo. Tal como no lo es abrir las puertas de la ciudad a los otros que portan sus propias tradiciones. Y así como traductor es el que hace pasar de un sitio a otro, Marx tradujo la dialéctica de Hegel y, en el camino, Gramsci la de Marx. Prestipino propone traducir Gramsci a otro sitio: el nuestro.
[3] Si cualquier cuerpo físico, al pasar de un lugar a otro, ya no es el mismo aunque no cambie de forma aparente, con más razón ha de cambiar una idea que se instale en otra de cabeza. No sólo la idea no es ya de quién la expresó, sino que, necesariamente, al relacionarse con otras ya ("tradiciones") existentes, será otra idea. El plagio, decía Hegel, es sólo una cuestión de honor, del deshonor (traición) de quien no cita su fuente. No es el caso.
* Una breve semblanza de la personalidad y la obra de Prestipino en Doxa, N° 20, Bs.As. 1999, pág. 37. Sobre la relación del autor de la nota con G.P., Actuel Marx, N° 3, Bs.As. 2000, pág. 214.