12/10/2024
Tiene razón José Gandarilla cuando dice que cuanto más palpable es la realidad explicada teóricamente por un concepto, menos se recurre a él. Pero esto no es paradójico, no es por necedad. El ámbito de la teoría es un específico escenario de lucha de clases, y cada vez más tiene que echarse mano del encubrimiento y la falsificación para justificar la superioridad moral del capitalismo.
Todavía hay quienes niegan que América Latina sea un objeto de estudio como tal, supuestamente diluido en la bilateralidad particularizada de los intercambios económicos en el mundo, y que el latinoamericanismo es un trasnochado resabio sesentista. Sólo más recientemente, por razones políticas, se le reconoce a América Latina alguna especificidad como región, particularmente por los avances electorales de la izquierda. Pero no faltan los que buscan minimizarlo explicándolo por movimientos pendulares, de normales ajustes para corregir excesos en un camino que inevitablemente hay que transitar.
El libro que hoy comentamos nos muestra con contundencia que América Latina no es un sentimiento, sino que ha sido, desde el siglo XVI, factotum de la gestación del sistema capitalista mundial, y que hoy sigue siendo decisiva, como región, para su reproducción. La única manera de demostrarlo es adoptando, como hace Gandarilla, la unidad de análisis que da cuenta de ello: la economía-mundo capitalista. El autor muestra este papel en la transferencia de excedentes financieros y en general de recursos hacia los centros del capitalismo mundial, los países centrales y sus multinacionales, con un riguroso trabajo de investigación para cuantificarla, dando como resultado la impresionante cifra de que América Latina transfiere más del 40% del total que le transfieren las zonas periféricas al centro del sistema, en sumas catastróficamente billonarias.
Pero el propio análisis del autor sobre los orígenes de dicha transferencia obliga a plantearnos si no habría que repensar la categoría "excedentes" que él utiliza, al menos tal como la teorizó Paul Baran. Porque, en su composición, lo que predomina es la expropiación y no tanto la apropiación; son los métodos de acumulación originaria, de robo y saqueo, de un capitalismo que se reproduce mediante las prácticas neocoloniales, no como adjetivo circunstancial, sino como su rasgo esencial en cuanto sistema mundial.
Agreguemos a esto que América Latina es la región de mayor desigualdad en el mundo, lo que significa que la expropiación no es sólo un factor externo que pudiera conducirnos a un nacionalismo ingenuo y a una exculpación de los capitalistas locales. Cuando en 1969 Ruy Mauro Marini planteó la categoría sobre-explotación se le acusaba de "ultra". ¿Cómo podía decir que la explotación llegaría a niveles de subconsumo, a afectar hasta la reproducción material de la fuerza de trabajo? Eso se admitía como un rasgo de la por entonces llamada marginalidad, los excluidos. Pero Marini explicó proféticamente cómo los incluidos en la relación salarial llegarían a la pauperización, no sólo a la relativa que plantea Marx, sino a la absoluta. Ruy Mauro no planteaba la dependencia como un problema sólo externo, sino como elemento estructurante del capitalismo en nuestros países, que daría los rasgos a nuestras clases dominantes locales. Faltaba ver, aún, los efectos de una reestructuración capitalista fincada en el rentismo y la especulación, todavía más brutal. Lo que por cierto, también, pone a discusión la frecuente asimilación que se hace entre la ganancia y la acumulación. El motor del capitalismo es la búsqueda de ganancias, su medio es la acumulación; pero una buena parte de esas ganancias ni siquiera es fruto de la valorización del valor, la especulación financiera no lo es, aunque es un mecanismo de apropiación de riqueza.
Lo cierto es que de este capitalismo altamente explotador del trabajo, y al mismo tiempo expropiador de riqueza por mecanismos especulativos y prácticas rentistas, de este brutal capitalismo forma parte el gran capital latinoamericano, que ha ido concentrándose aceleradamente, casi primordialmente por los métodos de acumulación originaria y de la sobreexplotación. Los grandes empresarios latinoamericanos forman parte de la clase dominante mundial. En algunos casos, ni siquiera como socios menores, pensemos en Carlos Slim. Tienen los mismos intereses, piensan igual, comparten el mismo proyecto.
Desde luego que la clase dominante del capitalismo no es homogénea, que no lo es la latinoamericana; la inquietud que plantea Vilas en el prólogo del libro es válida. Sigue habiendo contradicciones entre algunos intereses criollos y los transnacionales. Pero no debe olvidarse que hasta la burguesía mediana en nuestra región ha sido satélite y cómplice del gran capital. También ella se ha beneficiado de la sobreexplotación del trabajo, de la intensa intervención del Estado a favor de los intereses capitalistas. Aun siendo una burguesía nacional, difícilmente pueda ser protagonista de un proyecto de nación que, para ser viable, tiene que ser anticapitalista.
El anticapitalismo no es una ocurrencia discursiva de los zapatistas en su Sexta Declaración de la Selva Lacandona. Y lo que el libro de Gandarilla también demuestra es que, en América Latina, ser anticapitalista es ser, necesariamente, antiimperialista. Esto no es un asunto de opción ideológica. Es un problema de sobrevivencia. Es más: para ser de verdad reformista en América Latina, hay que ser anticapitalista y antiimperialista.
Cuando, con los datos que nos ofrece Gandarilla, vemos el papel económico que juega América Latina en la reproducción del capitalismo mundial, queda aún más clara la dimensión económica de la política. ¿Qué pasaría con el sistema capitalista, que es mundial, si nuestra región dejara de ser la fuente de extracción de riquezas que es? Desde la unidad de análisis de la economía-mundo capitalista podemos llegar a respuestas muy claras a esta pregunta. Y también desde esta unidad de análisis podemos comprender con claridad los objetivos de las estrategias dominantes en nuestra región para preservar al capitalismo. Los dominantes tienen claro que la expoliación de nuestros países, de sus mayorías, es caldo de cultivo para resistencias y de búsqueda de cambio por la izquierda. Por eso su prioridad es impedir que los gobiernos de izquierda puedan cambiar el papel subordinado de nuestra región en la economía-mundo capitalista.
Lo que la unidad de análisis de la economía-mundo no nos permite, es explicar los mayores o menores éxitos de la derecha para que la izquierda partidaria latinoamericana renuncie a sus definiciones antiimperialistas, para que asuma el papel de administradora de la crisis capitalista, para que actúe como un factor de moderación, de absorción de conflictos para dar seguridad al capital. Esa unidad de análisis no nos explica por qué puede haber diferencias entre las exigencias programáticas de los bolivianos que votaron por Evo Morales, y las que pudieran exigirse a López Obrador. No es porque la subordinación al gran capital transnacional sea menor en México que en Bolivia, pero sí son diferentes sus movimientos populares. No nos explica por qué la izquierda en Uruguay ha construido la unidad, y por qué no ha logrado hacerlo la izquierda en Argentina. Y todos estos son asuntos esencialmente económicos, porque definen las relaciones de fuerza que se materializan como capital; y que atañen a la reproducción de la economía-mundo capitalista, pero no pueden explicarse desde esa unidad de análisis.
El autor lo reconoce en la segunda parte de su libro, y es una de las reflexiones de Carlos Vilas en el prólogo. Quiero referirme a estos problemas teórico-metodológicos, a los que el autor les dedica dos terceras partes del libro. Y lo hace mediante un recorrido de los debates fundamentales en las ciencias sociales latinoamericanas, que por sí mismo alcanza para afirmar la importancia de este libro. Primero, me parece fundamental decir que la unidad de análisis de la economía-mundo capitalista, tal como la formula Wallerstein, presupone de manera explícita la relación dialéctica de política y economía, y que sus análisis históricos del sistema capitalista dan cuenta de ello. Pero, lo hacen como resultados netos de procesos de larga duración, en los que las especificidades quedan tan subsumidas en las tendencias, que también pueden equivocar la interpretación de las tendencias.
Tengo en mente, como ejemplo, la interpretación que hace Wallerstein sobre lo que llama "las revoluciones mundiales de 1968". Él las explica, desde la experiencia europea, como el rechazo hacia la promesa incumplida de los gobiernos de la vieja izquierda, sea la comunista como la socialdemócrata. En América Latina los movimientos de masas del 68, algunos estudiantiles, no tienen esa causa. Se enfrentan a gobiernos burgueses cada vez más derechistas y represivos, que ya han doblado las manos ante las presiones del imperialismo norteamericano. Recordemos que las primeras cartas de intención con el FMI se firman desde 1958, presionando para disminuir los gastos sociales del desarrollismo y para estrechar la actividad industrial. No sólo no es contra lo que Wallerstein llama la vieja izquierda, sino que, precisamente ella es eje de esos movimientos de masas, que se gestan desde antes del estallido de la crisis capitalista de 1968. La coincidencia temporal es un asunto a reflexionar, pero sin simplificarlo como una tendencia sistémica.
Este es un fenómeno distinto a lo que Gandarilla rescata de otros autores, muy atinadamente, como la "contemporaneidad de lo no coetáneo". Lo que, por principio, la unidad de análisis de la economía-mundo presupone. Un ejemplo actual es que, a principios de los ‘90, lo que, en Estados Unidos, Clinton formulaba como una "tercera vía" contra el fundamentalismo de mercado, requería para su realización que en América Latina se impusieran los violentos shocks neoliberales.
El problema de la pertinencia de las unidades de análisis está referido a la compleja dialéctica de la totalidad. No estoy segura, si el término de "codeterminación" que usa el autor puede concebirse como sinónimo de dialéctica. Pero lo que está claro, es que la totalidad social tiene distintos niveles de concreción, de tiempos históricos. Que no pueden encararse con falsas dicotomías, como muy bien plantea Gandarilla. Y que su dilucidación no es un asunto arbitrario, sino que es producto del adecuado conocimiento sobre los fenómenos que se estudian, que comprometen serios problemas teóricos y epistemológicos. Los casos típicos, que el autor menciona, son la dicotomía falsa entre producción y circulación, entre explotación y dominación. E incluso el de subordinación-rebeldía, aunque éste es un par mediado, porque la rebeldía es un dato potencial, no inmediato, que nace de la subordinación pero que, para que se efectivice como voluntad y práctica, debe ser convocada y organizada. Por eso Marx, que reconocía la fuerza dialéctica del proletariado frente al capital, dedicó su vida a hacer madurar su conciencia y organización. Una deformación del análisis de las contradicciones que el propio capitalismo genera es el espontaneísmo y hasta el evolucionismo. Como si la dominación no existiera.
En fin, estos problemas planteados en el libro muestran, y vuelvo a coincidir con Vilas, que su riqueza problemática es un disparador de reflexiones de enorme vigencia.
Quiero terminar mi comentario con un tema tratado en el libro que merece ser pensado con más detenimiento. Me refiero al análisis del Estado en la periferia. Gandarilla muestra con gran rigor el intenso papel del Estado en la reproducción del capitalismo, y sobre todo en esta modalidad neoliberal, lo que por definición excluye la caracterización del neoliberalismo como laissez faire. Disciplina a la fuerza de trabajo, transfiere riqueza de las mayorías a la minoría, da todas las seguridades jurídicas para que el capital actúe con impunidad, y hasta es el vehículo para convertir el saqueo neocolonial en derecho público internacional. Lo hace ejerciendo el monopolio de la fuerza en un territorio nacional. Es, en este sentido, tan Estado como los Estados Centrales. No comparto la afirmación de que el Estado en la periferia casi no merezca el nombre de Estado por su escasa o disminuida autonomía. Es, por sus funciones, un Estado nacional, aunque no sea el Estado-Nación tipológico de los países centrales, que se nos ha impuesto como la noción genérica del Estado. El capitalismo hecho Estado, parafraseando a Braudel, también lo es en la periferia. Sus diferencias respecto al Estado del centro están definidas precisamente por el lugar y funciones diferenciadas de la periferia y el centro en la reproducción del capitalismo mundial. Nunca serán iguales. Pero no por eso deja de ser Estado. Otra cosa es que sus márgenes de autonomía sean menores debido a la dependencia. Pero ni siquiera la autonomía relativa, en cuanto a las mediaciones de la dominación, es una cualidad intrínseca del Estado capitalista; es el producto de las luchas democráticas. Y en algunos de los Estados latinoamericanos hubo períodos con mayor autonomía relativa, sin por eso dejar de ser periféricos y dependientes. Que el Estado capitalista vuelva a mostrarse descarnadamente como el aparato de dominación de los capitalistas, sólo muestra que ésa es, como lo planteara Marx, su esencia. Y muestra la debilidad relativa de los dominados para obligar al Estado a expresar sus intereses. Es un asunto político, como lo es el destino de los excedentes.
Estuvimos también acostumbrados, por una lógica eurocentrista, a considerar que una de las expresiones más acabadas de la mediación estatal es el sistema democrático-representativo. Asumíamos que funcionaba como mediación porque representaba algunos intereses de los dominados, y que esa integración era lo que daba sustento a la universalización de la dominación de clase como nación. Pero no contemplábamos que pueda haber representación política que no represente intereses contrarios a los del capital, como el modelo conservador de democracia representativa (pensado por Schumpeter y Hayek desde tiendas doctrinarias diferentes), que es el modelo de democracia gobernable que hoy tenemos. En esto también debemos superar las conceptualizaciones del centro del sistema.
No me queda más tiempo, aunque hay todavía muchos asuntos interesantes planteados por José Gandarilla, que ojalá nos reencuentren para reflexionar. Los convoco sinceramente a leerlo. Y agradezco el haberme honrado con esta invitación.
* Texto leído por su autora durante la presentación del libro de José Guadalupe Gandarilla Salgado, América Latina en la conformación de la economía-mundo capitalista, México, CEIICH - UNAM, 2005. Auditorio del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, 18 de enero de 2006.