21/12/2024
Este libro es parte de mi propio esfuerzo para expulsar al invasor. Pero lo cierto es que de cualquier manera, después de todo esto, cargamos siempre pedazos de muerte en el corazón.
(Koutzii, 1984, página 129).
A principios de 2001, fui a trabajar a la Universidad de Minho, en Braga, al norte de Portugal. Para alguien que vive en Brasil resulta extraño que las distancias en ese país puedan afrontarse con asombrosa rapidez y en pocos minutos se está en otra ciudad, con características distintas. En la pequeña Barcelos, hay un monumento dedicado "A los hijos muertos en Francia, I Grande Guerra Mundial, de Barcelos, ciudades y aldeas vecinas", con la lista de quienes no volvieron a sus casas. En una de sus placas pueden leerse dos emotivos versos de Camões, extraídos de Os Lusíadas:
Para porem as coisas em memória
Que merecem ter eterna glória.
(c. VII/e. LXXXII)
Buscando ser fiel a los versos de Camões pretendo recuperar, a través de dos memorias de presos políticos, el clima de terror vigente en Argentina y en Brasil durante el período de las dictaduras militares en la década de 1970. Elegí el libro póstumo de Luiz Roberto Salinas Fortes (1937-1987), Retrato calado [Retrato Callado]. Profesor de Filosofía de la Universidad de San Pablo (USP), Salinas fue detenido en la capital paulista cuatro veces, inclusive en la temible OBAN (Operación Bandeirante), después rebautizada Destacamento de Operaciones de Informaciones -Centro de Operaciones de Defensa Interna (DOI-CODI)-. Seleccioné también el relato del brasileño Flávio Koutzii[1], Pedaços de morte no coração [Pedazos de muerte en el corazón], quien estuvo preso entre 1975 y 1979 en la Argentina (en La Plata de mayo de 1975 a septiembre de 1978; en Rawson de septiembre de 1978 a enero de 1979; en Coronda de enero a mayo de 1979; y en Caseros de mayo a junio de 1979).
No me detendré aquí en los movimientos de izquierda y en la lucha armada en la Argentina y en Brasil[2], para concentrarme en las memorias citadas y analizar la acción de los aparatos represivos estatales sobre segmentos específicos de las oposiciones (intelectuales, en este caso) en la vigencia de las dictaduras; exploro, también, los mecanismos de resistencia organizada de los presos en los distintos establecimientos carcelarios de los dos países.
* * *
Un clásico libro de Goffman, especialmente en el capítulo "Las características de las instituciones totales", realiza un amplio y actual relevamiento crítico de la vida en instituciones cerradas y muestra como este tipo de segregación actúa en los individuos.
Una institución total puede ser definida como un local de residencia y trabajo donde un gran número de individuos en situación semejante, separados de la sociedad más amplia por considerable período de tiempo, llevan una vida cerrada y formalmente administrada. Las prisiones sirven como ejemplo claro de eso, siempre que consideremos que el aspecto característico de las prisiones puede ser encontrado en instituciones cuyos participantes no se comportaban de forma ilegal. (Goffman, 1974:11)
Básicamente, el autor dirige su análisis hacia el mundo del internado. "Su interés fundamental es llegar a una versión sociológica de la estructura del yo" (:11), destacando el carácter binario de esas instituciones. Está el mundo de los internos y el del equipo dirigente, siendo casi inexistente la interacción entre ambos estratos en las prisiones políticas. También se subraya la serie de degradaciones, torturas, humillaciones y profanaciones del yo, que implica recuentemente la eliminación física de los prisioneros. Las reglas propias impuestas a los detenidos (silencio, posturas, revistas, horarios rigurosos, sesiones de torturas sistemáticas, palizas al azar, etcétera) tienen la finalidad de quebrar su resistencia, con procesos de mortificación del yo en niveles avanzados. Se destaca, también, la vigencia de un sistema de privilegios con más "pérdidas" que "ganancias", donde los castigos son definidos como consecuencia de desobediencia a las reglas: "en general, los castigos que se enfrentan en las instituciones totales son más severos que todo lo conocido por el internado en su vida afuera de la institución"(:52). Para Goffman
el sistema de privilegios y los procesos de mortificación (…) constituyen las condiciones a las cuales el internado precisa adaptarse. Tales condiciones permiten diferentes maneras individuales de adaptación, además de cualquier esfuerzo de acción subversiva colectiva. El mismo internado empleará diferentes tácticas de adaptación en diferentes fases de su carrera moral y puede alternar entre diferentes tácticas al mismo tiempo.(:59)
* * *
En Retrato Callado, Salinas relata su experiencia de prisionero del régimen militar brasileño (que se extendió entre 1964 y 1985). Residía en el interior del Estado de São Paulo y se traslado a la capital a estudiar derecho en la USP (1959). Recibió una beca para realizar estudios de postgrado en Francia (1965), y regresó en 1969 para dar clases de Filosofía Antigua en la Facultad de Filosofía de la USP, entonces ubicada en la calle Maria Antonia (centro de San Pablo). Estuvo preso en dos períodos: dos veces en 1970 , diez días de detención en cada caso, y en dos oportunidades durante 1974 (cada vez dos días).
En la "Presentación", Marilena Chaui cuenta que Salinas "sobrevivió" a la persecución dictatorial que golpeó duramente a la Facultad -el edificio de Maria Antonia fue invadido e incendiado por militares e integrantes del Comando de Caza a los Comunistas (CCC). A pesar del encarcelamiento de varios profesores y alumnos de la institución, Salinas siguió enseñando filosofia antigua y estudiaba La República con sus alumnos. Tras ser liberado de su última detención, escribió su doctorado, Rousseau: de la teoría a la práctica. En esa ocasión, según Chaui, la comunidad académica asistió con temor a la defensa de la tesis (sostenida en 1974) pues no sabía "que le podría ocurrir a Salinas enfrentado a una situación de interrogatorio"(en Salinas, 1988:V).
La obra está organizada en tres partes, de las cuales destaco "Escena Primitiva", que trata de sus dos primeras detenciones en el año 1970, bajo la acusación de luchar contra el régimen militar; y "Repetición", que relata los dos últimos pasajes por las prisiones de la dictadura en 1974 "por supuesta participación en tráfico de drogas". Entre ambas está la segunda parte, "Sudores Nocturnos", en relación a la cual Antonio Candido (en el prefacio) nos dice que el autor "transcribe páginas de un diario personal de los años ‘50, cuando vino del interior a estudiar en la Universidad de San Pablo" (en Salinas, 1988:XI). Para este crítico literario, las páginas de esa segunda parte "muestran su angustia, su fragilidad consciente, permitiendo así evaluar el efecto que sobre él tuvo la brutalidad descripta en la primera y tercera partes".
Aunque era simpatizante de la izquierda, Salinas no militaba en ninguna organización clandestina o movimiento político de oposición cuando fue preso. Su vinculación con las luchas populares, como coeditor del periódico Política Operaria (de la organización de izquierda del mismo nombre, más conocida por la sigla Polop) hasta durado hasta1962, vale decir que había terminado antes del golpe militar de 1964. El texto denuncia que el alcance desproporcionado de la máquina de represión del régimen dictatorial era una estructura de poder coherentemente montada y no mera paranoia irracional. El libro resalta las marcas de los interrogatorios y torturas en los presos, a través del caso individual del autor. Un pasaje retrata bien la permanencia del trauma de la represión durante toda la vida:
… en cada hora, cada día, cada semana, cada mes, cada año, la esperanza que rejuvenece de quebrar las rejas, volar, esas rejas que continúan, imaginarias, comprimiéndome el cerebro. Sueño en reconquistar la integridad y la libertad, ¿será posible? ¿Cómo evadir la lógica de esa secuencia si el saboteador, con toda malicia, se instaló dentro de la cabeza, se metió en el interior del interior succionando los esfuerzos y comprometiendo la objetividad del pensamiento? (Salinas 1988:93)
Evidentemente, el dolor y el trauma no eran solamente psicológicos, pues las violencias físicas llevaron a la mutilación corporal. Hablando de una de las detenciones en 1974, Salinas recuerda que:
Por ese entonces todavía tenía el pie vendado, consecuencia de la herida del dedo que se arrastraba desde hacía más de un año y no había forma de cicatrizar, a causa de la mala circulación de la pierna izquierda afectada por una artritis seguramente provocada por traumatismo paudearariano [referencia al "pau-de-arara", instrumento de tortura] de cuatro años atrás. Al año siguiente [1971] dicha enfermedad me costó incuso la amputación del dedo. (:93)
Las marcas de la institución total (la prisión) siguieron luego, según resalta Antonio Candido:
Tal vez una de las claves del libro esté en la página 29, donde Luiz Roberto alude a la tortura que sufrió y a la marca que le dejó, previendo que podría causar en el futuro su muerte - como parece que efectivamente (en Salinas 1988: XII).
Lo mismo es registrado por Chauí:
Cuantas veces ví a Salinas apretarse las sienes -su gesto último, al morir- adivinando un dolor sin nombre, aunque yo no supiese que golpeaba contra las rejas su propia cabeza, inscripción en su cuerpo de los barrotes de las prisiones donde intentaron robarle el espíritu. Cuantas veces oí a Salinas tropezar en la frase iniciada, tantear las palabras, perder el hilo conductor de la conversación y, no pudiendo alcanzar mis oídos, intentar llegarme a los ojos, lanzándo una mirada, mezcla de pasmo y agonía, haciéndome adivinar que la tela de la tortura le prendía la voz y le volvía los ojos para escenas invisibles a los míos (en Salinas 1988: VI-VII).
Entre tantos terrores vividos, Salinas resalta los momentos en que fue agarrado por la policía y llevado para interrogatorios y torturas, o sea, cuando hay una fractura entre las reglas del mundo externo y la realidad del encarcelamento. Chaui se refiere a esa quiebre: entrenado para la vida en la sociedad, el autor no estaba instrumentalizado psicológicamente para lidiar con encarcelamientos, interrogatorios y torturas.
El proceso de detención es comparado por el autor con el gesto de Trasímaco, personaje de La República (Platón) que se adentra al césped donde el filósofo conversaba con los discípulos y acaba interrumpiendo su conversación. Del mismo modo, la prisión interrumpe la lógica de la vida del autor, como marca indeleble que le quedó hasta su muerte. Según la metáfora utilizada, Trasímaco "niega la virtud del diálogo, contesta y resiste al uso del lenguaje como instrumento de conocimiento" (Salinas1988:15). Para Salinas, con la prisión el diálogo para el conocimiento -tónica de la docencia de filosofía- es substituido por la violencia y vigilancia como instrumentos de obtención de informaciones y mantenimiento del control. Las relaciones entre los hombres pasan a ser definidas como meras relaciones de fuerza. Encarcelado, la identidad de profesor queda subsumida en la del detenido, cuyo cuerpo puede ser controlado por la eficaz máquina represeiva del régimen.
Estuvo detenido en tres locales: la OBAN/DOI-CODI, el Departamento de Ordem Política e Social (DOPS), tradicional órgano represivo desde la dictadura de Getúlio Vargas (1937-1945) y el Departamento Estadual de Investigações Criminais (DEIC). Los dos primeros eran organismos de represión política, en tanto el tercero teóricamente sería destinado solo a los criminales comunes. El relato de Salinas resalta, en la tercera parte, que muchos presos políticos eran arbitrariamente acusados de crímenes comunes y permanecían detenidos en instalaciones como el DEIC. Además, solamente una de las prisiones fue registrada oficialmente por el régimen. Por lo tanto, queda claramente denunciada la fuerza del brazo ilegal del Estado represor.
La clandestinidad de la represión era admitida abiertamente a los detenidos, aunque fuera desmentida hacia la opinión pública: cuando otro detenido protestó por la violencia de los torturadores, los mismos le respondieron: "Imagina solamente, hombre, si tu hubieses caído en las manos del Escuadrón. ¡Da gracias a Dios por estar aquí!" (Salinas 1988:27).
Un pasaje peculiarmente interesante habla de la rutina de sobrevivencia en la prisión:
Hay dos órdenes principales de eventos, digamos, oficiales en el día a día de la OBAN. En primer lugar, la rutina de sobrevivencia. Café con leche servido en un vaso de plástico y acompañado de pan, temprano, por la mañana, después de la llamada diaria, como en un colegio interno. Después, almuerzo y cena como en una pensión de la esquina. La hora de la cena es también, algunas veces, la hora de salir de la celda y del contacto, aunque fugaz y vigilado, con los compañeros de otras celdas: cada día uno de nosotros es designado para servir los porotos con arroz o la sopa, además del bife y algunas veces el zapallo que la gente retira con un cucharón de enormes calderones y va depositando en los platos. Por otro lado, hay un intenso movimiento, el continuo vaivén en dirección al edificio vecino, el llamado a nuestros compañeros de celda o el paso delante de nuestras rejas, de los habitantes de las otros casilleros, además de la llegada de nuevos huéspedes, a veces traídos y tirados en el fondo de la celda bajo los furiosos insultos de los cazadores. (…) Para ocupar el tiempo de la muerte, la duración de la pesadilla, mil expedientes, millares de fortificaciones del imaginario. Conversaciones. Y más conversaciones. Lectura hasta alta madrugada, estimulada por la lámpara prendida durante toda la noche y el silencio relativo, así como la deserción del sueño (Salinas 1988:25).
Dramática también era la noche, sin privacidad ni un mínimo de comodidad,
dada la superpoblación del espacio reducido. La luz eléctrica en estado de vigilia democrática noche adentro. De vez en cuando, el implacable, insoportable fondo musical, las disonancias del dolor que se combina a lo largo de las horas algún grito más agudo con sucesivos gemidos ahogados (:30).
Existía también el intento de mantener la resistencia y la moral entre los presos, con "numerosos cambios de mensajes entre los habitantes de diferentes cárceles, así como la redistribución, entre los compañeros, de los regalos que de vez en cuando nos llegan del exterior, mandados por la familia o amigos" (:26).
La cohesión entre los detenidos tendía luego a ser quebrada, pues algunos
… permanecían sólo algunas horas, esperando ser transferidos a otra prisión. Otros, algunos días. La población se modificó completamente y, al cabo de diez días, de todos los que estaban presos al comienzo, solamente quedó el Zelão, con el cual yo tenía amigos comunes (:30).
El pasaje desde el mundo externo a la realidad de la prisión inscribía progresiva y regularmente al detenido en otra lógica:
Y entre la rutina y la resistencia, la lenta metamorfosis se procesa. Al comienzo, nuestra inocente simplicidad chocaba hasta con los sonidos tan distintos y marcados de los nombres propios anunciados en la tan insólita llamada matinal. Y mucho más. Después, la gente se acostumbra a todo. A los gritos de la mujer que está siendo torturada en alguna sala próxima. Al mal olor permanente. A la inmovilidad. Al piso duro en que se recuesta nuestra cabeza esperando el sueño (:26).
Las marcas dejadas por la cárcel fueron tantas que después la vida en libertad ya nunca fue la misma de antes. La sensación de dolor, de estar vigilado, de estar sujeto a una nueva prisión se convierte en un perenne trauma inscrito al salir de la cárcel. La lógica de esa institución quedó expuesta en las palabras del policia que le predecían el futuro cuando Salinas fue liberado de la primer detención: "Mirá, el que pasa una vez por aquí, vuelve… Vuelve!" (:31).
La sensación de anormalidad siguió a Salinas en su vida fuera de la prisión, pues la amenaza de retornar a las mallas de la dictadura seguía estando en su cotidianeidad. Algunas veces el departamento del autor fue invadido y revistado por agentes armados. La marca de la detención estaba tan presente que las reglas de aquel mundo terrible llegaban a condicionar su vida en el mundo externo, en libertad:
mi experiencia [como preso político] ya comienza a tener su serventía. Conozco un poco los trucos y los procedimientos de intimidación, lo que me permite hasta cierto punto mantener algo de sangre fría [cuando los policias lo abordaban], sin que me deje aplastar definitivamente por el terror. Hazaña sin duda de las más provechosas en esta singular situación en que el menor gesto pesa de modo especial, en que cualquier vacilación desencadena una lógica imperturbable que conduce a otros gestos, lógica propicia o no en función de matices casi imperceptibles que separan premisas sutilmente dispares (:36).
Salinas exhibe el drama de la fragilización de la víctima decurrente de la violencia de los perseguidores consubstanciada en potencial sensación de culpa. Entre la posible culpa, carente de referencias y patrones de respuesta para lidiar con la experiencia de haber sido preso y torturado, solamente encuentra la propia escritura como arma.
La ruptura entre el mundo de la prisión y la realidad de la sociedad abierta es tan radical para Salinas, que a pesar de las metáforas que ayudaban a comprender el carácter terrible de la prisión, de la violencia, del no diálogo, la herramienta de la filosofía se mostraba incapaz de responder al sufrimiento físico, al abismo entre realidades: "el abismo (...) es intenso entre la literatura y el choque, entre el argumento y el golpazo; y que responder al golpe físico, como contra argumentar a la descarga [eléctrica] sino a través del grito o de la rajada de heces?(:16)
* * *
En las solapas del libro de Flávio Koutzii, se lee:
Es el testimonio del brasileño (…) que pasó cuatro años preso en varias prisiones de la Argentina acusado de pertenecer a organizaciones clandestinas, condenado a seis años y liberado gracias a una gran campaña internacional de solidaridad. Flávio nació en Porto Alegre (1943) y estudió en las las Facultades de Filosofía y de Economía (Universidad Federal de Rio Grande do Sul), además de desarrollar una intensa actividad en el movimiento estudiantil hasta que a finales de la década de los sesenta, se vió obligado por razones políticas a salir del país en 1970, marchando hacia Chile, luego Francia y estableciéndose en Argentina en 1972. Fue encarcelado por los órganos de seguridad en 1975 y liberado en 1979 (…). De la Argentina salió directamente para Francia (…) donde se graduó en Sociología en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, donde defendió la tesis "Système et contra-système carceral pour les prisonniers politiques en Argentine - 1976/1980", que sirvió de base para el libro Pedazos de muerte en el corazón. Retornó a Brasil en 1984.
Para Flávio, escribir es un acto de liberación -aunque sea con fragmentos de muerte pegados para siempre en el corazón. Carga consigo "vivencia, herida y memoria"; escribir para él es ante todo denunciar dándole "la seguridad de no olvidar", es "distanciarme sin perderme", es "oponer la seguridad de lo escrito a las vastas posibilidades del olvido"; es, también, "comprender mejor lo que sucedió (…) en cierto sentido, hago este trabajo por mí y para mí. Si el poder decidió mi prisión y las formas que ella tuvo, no decidirá lo que yo hago de estos años de prisión" (Koutzii 1984:13).
Se sumerge en el mundo concreto de las prisiones políticas argentinas tal como fueron reorganizadas a partir del golpe de marzo de 1976. El sistema carcelario estaba compuesto por prisiones nacionales y provinciales, y se estudiadan las de Rawson y Caseros (nacionales), así como las de La Plata y Coronda (provinciales). Las nacionales fueron adaptadas o construidas especialmente para recibir a los prisioneros políticos, en tanto que las provinciales se destinaban a los prisos comunes. En las nacionales, la arquitectura de los edificios fue concebida en función de aislar a los presos políticos ("cada pabellón estaba totalmente aislado del otro y las ventanas eran prácticamente inexistentes"), el control y el personal (oficiales y guardias) dependíasn del gobierno nacional. La arquitectura de las provinciales "obedecía a criterios que podríamos considerar más ‘normales’ para la vida cotidiana de prisioneros: grandes ventanas e intercomunicación entre los pabellones" y la influencia del poder político provincial y local se hacia sentir fuertemente -influencia que se mantuvo, aunque fuese más limitadamente, después del traspado de la administración de las cárceles al ejército" (:47). Flávio entiende que las prisiones de Argentina funcionaban en el límite de lo tolerable, "organizadas para destruir la voluntad y anular la revuelta. Este libro quiere explicar como nosotros lo resistimos". (:16).
Los militares argentinos implantaron una política de aniquilamiento dividida en dos categorías distintas, predominando los campos de concentración clandestinos. En ellos fueron encarcelados, sometidos a tormento y en la mayoría de los casos asesinados los presos-desaparecidos, como se dio en llamar en el país a los 30 mil desaparecidos. "Fue la estrategia principal de los militares: la muerte". La segunda categoría es la que Flávio llama política de "aniquilamiento en vida", preparada para los prisioneros "legales", es decir "los que estaban reconocidos formalmente en prisiones legales, sometidos al poder judicial (procesados) o al poder ejecutivo (…). Se trataba de un sistema que apuntaba a promover la destrucción del preso, 'quebrándolo' moral y espiritualmente" (:23).
De no haber sido por el gran desgaste político, los militares hubieran desaparecido a los opositores, y por esa razón los presos "legales" sobrevivieron. Campos de concentración y cárceles fueron las estructuras a través de las cuales golpistas desarrollaron su política de muerte. En ese sentido, reflejan ejemplarmente el pensamiento de los cuadros militares argentinos las palabras del General Iberico Saint-Jean, Gobernador militar de la provincia de Buenos Aires: "Primero, mataremos a todos los subversivos, después a los que colaboraron con ellos, después a los simpatizantes, después a los indiferentes y, por último, a los tímidos" (:88).
El Estado argentino, para Duhalde "Estado terrorista", se constituyó como Estado clandestino, utilizando el terror como método. Los derechos democráticos "obstaculizan" la eficacia de la represión, por lo que necesitan establecer un aparato represivo con dos caras: la pública, sometida a las leyes, y la clandestina, encargada de "limpiar el terreno". Es necesario desarticular completamente la sociedad política y civil. Y para ello es necesario que exista
una doctrina asumida por todos los comandantes, lo que institucionalizará el modelo; una estructuración jerárquica y controlada de la actividad represiva ilegal pero, al mismo tiempo, descentralizada para asegurar su eficacia; una infra-estructura que pueda ser mantenida en secreto; la impunidad necesaria para actuar (Duhalde 1983:73).
Para los militares, la Argentina se había convertido en campo de lucha contra un enemigo que no utilizaba las formas regulares de guerra. Por tanto, las Fuerzas Armadas respondían de manera "no convencional", utilizando la tortura ilimitadamente (con una estructura clandestina) y considerando al enemigo era "irrecuperable" (por lo que era necesario eliminarlo).
"Es así, torturando y matando, como el Estado terrorista produce los dos efectos para los cuales se constituyó: elimina sus enemigos con la muerte, paraliza y desagrega la sociedad civil con el terror" (Koutzii 1984: 25). Se debe "destruir" al prisionero sin matarlo, organizándose para eso, un sistema,
un conjunto de reglas y condiciones materiales que determinarán la vida del prisionero. El sistema es extremamente riguroso y, si hubiese sido aplicado sin encontrar la resistencia que le opusieron los prisioneros, ciertamente hubiera alcanzado sus objetivos. Pero los prisioneros utilizan una serie de soluciones técnicas y organizativas para contornear el sistema. Es el contra-sistema (:25).
Las principales prisiones políticas argentinas, después del golpe de 1976, eran las siguientes: 1) La Plata, 1.200 presos políticos y 200 prisioneros comunes encargados del mantenimiento; 2) Coronda (provincia de Santa Fe), 500 prisioneros políticos y 500 comunes; 3) Rawson (provincia de Chubut, localizada a 1.200 km. de Buenos Aires), 300 presos, prisión de "elite", reservada a los dirigentes y militantes más "peligrosos"; 4) Caseros (Capital Federal), 500 a 600 presos; 5) Villa Devoto (Capital Federal), prisión femenina (1.200 prisioneras); Olmos (provincia de Buenos Aires), prisión para 300 mujeres, desactivada a fines de 1976; 7) Sierra Chica (provincia de Buenos Aires), desactivada en 1979; 8) Resistencia (provincia de Chaco), desactivada en 1979; 8) Córdoba (provincia de Córdoba), desactivada poco después del golpe debido a que el gobierno no podía controlar al comandante de las Fuerzas Armadas de la región. De las prisiones no clandestinas, ésta fue "la más brutal y la más parecida, por las torturas y asesinatos, a los campos de concentración" (:26).
Se calcula en 10 mil el número apresados en los primeros días del golpe militar de 24 de marzo de 1976. La casi totalidad de los prisioneros no tenía proceso y estaba sometida a "penas secretas" (decididas por los militares, sin proceso legal), que oscilaban entre 3 y 4 años. No se informaba la duración de la pena "para ‘quebrar’ la voluntad política de los prisioneros". Su anulación dependía solo de los militares, que de tiempo en tiempo divulgaban quien podría ser liberado -por eso sugerían a los presos (y familiares) que un "buen" comportamiento en la prisión facilitaría la libertad.
El universo carcelario estructurado en los moldes del período militar comprendía la celda individual y los grandes pabellones. Casi no se podía leer, escribir o conversar. La vida del prisionero era organizada alrededor
de una rutina vacía, monótona, repetitiva, opresiva, mecanizada, controlada; para que, frente a la opacidad del mundo real, se vuelviese más y más hacia adentro, hacia sus angustias y miedos, hacia su propio yo. Entonces se puede se desencadenar un proceso de depreción, abriendo paso a la tristeza, al delirio y a la locura (…) (:31).
Los pabellones eran homogéneos, y agrupaban a los presos según su "peligrosidad". Los equipos de guardias ejercían una función reguladora, sea para permitir una relativa descompresión, sea para limitar los "beneficios" o reducir espacios conquistados. Los administrados penitenciarios consideraban que su misión era "domesticar hombres" (:33). El reglamento interno generalmente era no-escrito (excepción: Rawson), pero vigente para todas las prisiones argentinas: prohibición de lectura (excepción: La Plata); gimnasia o cualquier actividad física o deportiva; cantar y silbar; comunicarse con otros prisioneros fuera del "recreo"; cualquier trabajo; poseer ropa especial (se obligaba a usar uniforme). Había, incluso reglas relativas a los movimientos en el interior de las celdas y a todas las demás actividades.
En La Plata y en Villa Devoto era posible leer algo, aunque los libros fuesen censurados (en las demás prisiones estaban prohibidas las lecturas, excepto de La Biblia). En Coronda, solamente se permitía el Nuevo Testamento pues "el Antiguo era considerado censurable y ‘subversivo’" (:35). En Rawson, se aceptaban todas las ediciones, inclusive las que tenian anexos escritos por intelectuales.
Excepto en La Plata, se inmovilizaba a los prisioneros catorce horas por día "lo que exacerbaba la sensación de opresión y encierro en si mismo" (:37). Cualquier detalle (un botón desabotonado, una afeitada mal hecha, etc.) se castigaba con el calabozo solitario. Había requisas humillantes, censura a la correspondencia (pocas cartas con número limitado de líneas y con lapicera de punta gruesa que sólo permitia escribir pocas palabras). Los familiares de los presos eran agredidos verbalmente, requisados y constreñidos. "El solitario era el punto extremo en la escala de castigos disciplinarios" (:44) y frecuentemente la infracción que conducía a ella era provocada por los carceleros. Ir al calabozo era garantía de salvajes golpizas diarias. Las llamadas (control de la población carcelaria) eran constantes, y los prisioneros estaban obligados a responder de manera codificada y con posturas corporales específicas. La comida era precaria -legumbres, carnes y ensaladas estaban sustituidas por farináceos.
Las "transferencias" y el terror eran momentos elegidos por los oficiales para asesinar a los prisioneros ("muertes justificadas posteriormente presentándolas como resultado de intentos de fuga") (:42) y agredirlos violentamente: los presos eran transportados con ojos vendados, las manos esposadas y el cuerpo contracturado tratando de adivinar el próximo golpe. Otro fenómeno fue la militarización del cuerpo penitenciario, con el reclutamiento de jóvenes "educados en la idea de que los prisioneros eran peligrosos y traidores de la patria" (:45). La visita médica era exótica: "el médico examinaba al detenido a través de la puerta cerrada, diagnosticando en pocos segundos por la abertura del ‘pasa-plato’" (:46).
En La Plata, la mayor prisión de la época, los prisioneros tenían dos "recreos", y podían recibir tres libros por mes. Se reorganizaron los pabellones según la "peligrosidad" de los internos. Se concedieron mayores "beneficios" en tanto se instalaba un sistema de enorme violencia física, delación institucionalizada y terror (asesinatos). Los que supuestamente estaban ligados a los Montoneros y al PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo) fueron confinados en dos pabellones, conocidos como "pabellones de la muerte" (:53). El terror llegaba al asesinato, el secuestro y la desaparición de familiares. Era posible leer con alguna libertad, jugar ajedrez y escribir cartas. Estaba prohibida la "ranchada" -compras en la cantina y distribución igualitaria entre los miembros del pabellón (:59-60).
Después del golpe, en Coronda, ex-colonia penitenciaria agrícola, se confiscaba todo en las requisas, excepto las ropas. Se reducen los recreos, se cierran los pasa-platos y se establecen duras sanciones y ejercicios físicos violentos. El aislamiento se constituye en uno de los fundamentos de esa política carcelaria, creando una enorme tensión. Las celdas eran individuales, albergando a 700 prisioneros enseguida del golpe y 500 en 1979. Para combatir el aislamiento, se creó un contra sistema. El periscopio, por ejemplo, consistía en un pequeño pedazo de vidrio pulido sacado de algún medicamento y un plástico negro en una de sus caras que servía como espejo. Se lo ataba a una escoba fabricando un instrumento de inspección fácilmente destructible o ocultable -el pulido del vidrio permitía tragarlo y después recuperarlo sin dañar el aparato digestivo (:66-69). Para utilizar el periscopio se comunicaban con los compañeros de otras celdas mediante código Morse. Sacando el agua de los inodoros era posible hablar con lo compañeros de los otros pisos. Se montó una especie de "banco de datos" con las informaciones transmitidas por los visitantes.
Rawson "era la prisión más dura y violenta con nosotros". Los encarcelados allí eran considerados los más peligrosos. La arquitectura propiciaba el aislamiento: se hablaba de "pabellón-isla" porque los pabellones no estaban comunicados. Las celdas no tenían instalación sanitaria, lo que impedía la comunicación a través de los caños. Había una pequeña ventana y estaba prohibido subirse a la cama para mirar por ella. Todo en las celdas estaba fijo en el piso. A la entrada de los pabellones había baños y duchas para seis presos por vez. Funcionaba un régimen parcial de "puertas abiertas". Era la única prisión con guardia armada intramuros. Había equipo de requisa de celdas y rígida rutina diaria. Con cualquier pretexto llevaban presos al calabozo. Entre 1976 y 1978, el 80% de los presos del pabellón donde Flávio estaba fueron castigados. Muchos familiares y abogados de los presos "desaparecieron". En el recreo, los presos se juntaban en grupos de cinco para "funcionar" mientras otros distraían la atención de la guardia. La resistencia se expresaba "a el nivel del lenguaje". Había fuerte unión entre los detenidos, que se valían del código Morse y del lenguaje de las manos. "El principio esencial del contra-sistema era de romper el papel que la institución carcelaria destina a los presos" (:92). Elaboraban un verdadero "arte carcelario", haciendo teatro con representaciones reducidas "a una expresión estática, solo hablada, sin gestos" (:95).
Caseros, en el centro de Buenos Aires, era un edificio moderno, de dieciséis pisos, para dar una apariencia de buen trato a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA. Las pequeñas celdas tenían ventanitas muy sucias, que apenas permitían el paso de la luz, todo era de metal y de cemento, fijado al piso o las paredes. No se tomaba sol. El contra-sistema de Caseros surgió de la acción de una población carcelaria oriunda de Coronda, Rawson y La Plata, expertos y con tradición de organización en difíciles situaciones. Llegados a la prisión, construyen alternativas: crean una nueva versión del periscopio, suben en el banco de la celda para mirar por la ventana (algo prohibido), aumentan el número de cartas enviadas y recibidas etc. Las celdas tenían puertas y rejas, eliminando la restricta privacidad de las puertas de chapa. Las celdas eran contiguas, permitiendo el intercambio de objetos y la circulación de un boletín oral de noticias. También se comunicaban por "caramelos" (finos papeles envueltos en aluminio y plástico, que podían ser guardados en la boca sin humedecerlos), enviados de un piso para otro, por las aberturas en la ventilación o en el piso (:43, 98-104).
Koutzii dedica un capítulo a la prisión para mujeres de Villa Devoto, y otro al modus operandi de los campos de concentración. Habla poco de sí mismo, pero terminamos sabiendo que en tres años de detención perdió 24 kilos de peso y sentimos el alivio cuando su compañera (presa en Olmos y Villa Devoto) llegó a Paris. Pedazos de muerte en el corazón es para él la búsqueda de libertad, encontrada, al salir de la prisión: "machacada por la humillación, las derrotas políticas, los condicionamientos interiorizados en la prisión, las muertes -las mías y las de los otros. Son muchas rejas invisibles las que hay que reventar" (:14). Otra motivación lo llevó a trabajar sobre su experiencia carcelaria:
me refiero a todos los que, hacia fines de los años 60, optaron por un compromiso político y por la lucha contra las dictaduras y los gobiernos que […] controlaban el poder. La búsqueda de transformación de las estructuras de la sociedad con un proyecto social, socialista o nacionalista revolucionario, sirvió de perspectiva y la lucha armada -en la mayoría de los casos- de instrumento. Y nosotros fuimos vencidos (pág. 15).
Flávio no está lejos de Paulo Emílio Salles Gomes (1916-1977), activista brasileño de izquierda contra los gobiernos de Getúlio Vargas, que resume su militancia en el clásico Plataforma de la nueva generación:
Después sucedieron muchas cosas. Vinieron días terribles y, luego de algunos años desapareció en Brasil cualquier tipo de organización política legal o ilegal. Los que más profundamente se habían integrado al Partido, y vivieron su penosa disolución interna, tenían la sensación de una completa esterilización interior, cuando esto en realidad era una impresión pasajera, y ellos salieron de la prueba tremendamente enriquecidos. Otros se transformaron en autómatas, con el pensamiento y la risa mecanizados y el brillo de los ojos perdido. Otros más huyeron cada vez más lejos, hasta las Guayanas y la locura. Y para algunos esos procesos lentos debían ser vividos dentro de la geografía limitada de las prisiones (Neme, 1945 :286).
* * *
Este artículo ya estaba terminado y revisado cuando me di cuenta de dos omisiones que no podía dejar de registrar. La primera y más grave, se refiere a la falta de mención del excelente ensayo de Irene Cardoso titulado "Los silencios de la narrativa", dedicado al trabajo de Salinas. Sostenido en referencias bibliográficas que lo aproximan a un enfoque psicoanalítico, considera que el texto es "experiencia de lectura" fundamental. Dudando si se trata de "memorial, memoria, confesiones, autobiografía" Cardoso puntualiza: "frente a una narrativa como Retrato Calado, de Luiz Roberto Salinas Fortes, que nace de un silencio y con él se construye, no caben el análisis ni el comentario: sólo la "experiencia de lectura", que reconstruye algunos de sus trazos por la repercusión en quien lee" (Cardoso, 2001: 277 y 275).
La segunda, mas incidental, se refiere al padre de Flávio, Jacob Koutzzi (1908-1975), uno de los primeros críticos de cine de Río Grande del Sur. "Usando el seudónimo de Plínio Moraes, comenzó a publicar sus textos en 1936, introduciendo en la prensa diaria de la capital gaucha el ejercicio regular de la crítica de películas" (Mello, 2003:244). Escribió en varios periódicos (Folha da Tarde, Diário de Noticias, Jornal da Noite e Correio do Povo) en la columna "Crônica cinematográfica de Plínio Moraes". Jacob nació en Rusia y llegó a Brasil, aún niño, acompañado por los padres. "Autodidacta, la pasión por el cine lo llevó al periodismo, aunque su principal actividad profesional haya sido siempre el comercio - trabajó cuarenta años como jefe de créditos en un gran comercio de Porto Alegre" (:245). Además de artículos sobre cine, firmó notas relacionadas con la comunidad judía, especialmente sobre espectáculos de música y teatro. El período áureo de sus escritos ocurrió entre 1936 y 1941; después sus textos son más escasos. Y termino con un emotivo párrafo de Marcus Mello:
Jacob Koutzii murió el 16 de agosto de 1975, en un momento particularmente difícil de su vida. Su hijo Flávio (hoy diputado provincial), joven activista político de izquierda, fue encarcelado por la dictadura militar argentina. Koutzii, también hombre de izquierda, no llegó a verlo en libertad y, según sus amigos más cercanos, el sufrimiento causado por el exilio y por el encarcelamiento del hijo contribuyeron a su repentina muerte, poco antes de llegar a los 67 años de edad (:245-246).
Referencias bibliográficas
Andrade, Jorge (1997) Milagre na cela, Rio de Janeiro, Paz e Terra.
Betto, Frei (1991) Batismo de sangue - os dominicanos e a morte de Carlos Marighella, Rio de Janeiro, Bertrand Brasil.
Cardoso, Irene (2001) Para uma crítica do presente, San Pablo, Editora 34.
Duhalde, Eduardo Luis (1983) El Estado terrorista argentino, Barcelona, Ed. Argos Vergara.
_________ (1999) El Estado terrorista argentino. Quince años después, una mirada crítica, Buenos Aires, Eudeba.
Dussel, Inés, Finocchio, Silvia, Gojman, Silvia (1997) Haciendo memoria en el país de Nunca Más, Buenos Aires, Eudeba.
Erving Goffman (1974) Manicômios, prisoes e conventos, San Pablo, Perspectiva.
Gorender, Jacob (1987) Combate nas trevas. A esquerda brasileira: das ilusões perdidas à luta armada, San Pablo, Ática.
Koutzii, Flávio (1987) Pedaços de morte no coração, Puerto Alegre, L&PM Editores.
Lagôa, Ana (1983) Como nasceu, como funciona, San Pablo, Brasiliense.
Mello, Marcus (2003) "Jacob Koutzii e os primórdios da crítica do Rio Grande so Sul", en Catani, Afrânio Mendes (org.) Estudos Socine de Cinema: ano IV, San Pablo, Panorama.
Neme, Mário (org.) (1945) Plataforma da Nova Geração, Puerto Alegre, Editora Globo.
Obiols, Guillermo (2003) La memoria del soldado. Campo de Mayo (1976-1977), Buenos Aires, Eudeba.
Ridenti, Marcelo (1983) O fantasma da revolução brasileira, San Pablo, Editora UNESP.
Salinas Forte, Luiz Roberto (1988) Retrato calado, San Pablo, Marco Zero, con presentación de Marilena Chaui y prefacio de Antonio Candido.
Seoane, María, Ruiz Núñez, Héctor (1979) A noite dos lápis, San Pablo, Marco Zero.
Tapajós, Renato (1979) Em câmara lenta, San Pablo, Alfa-Ômega.
* Publicado en portugués en Margem Esquerda nº 7, mayo 2006, enviado por el autor a Herramienta. Traducción: Mariana Beatriz Mataluna, Lic. en Cs. de la Educación por la FFyL de la UBA y Maestranda en el Programa de Pos-Graduación en Integración Latino-Americana de la Universidad de São Paulo. Revisión para Herramienta de Aldo Casas.
[1] Al momento de escribir el artículo, era diputado federal por el PT (Partido de los Trabajadores) del Estado de Río Grande del Sur.
[2] Para Brasil, consultar Gorender (1987); Ridenti (1993) y Lagôa (1983). Para Argentina, ver Duhalde, 1983 y 1999). Hay una extensa bibliografía englobando memorias y reconstituciones biográficas del período, destacándose Betto (1991); Dussel, Finocchio y Gojman (1997); Obiols (2003); Seoane y Ruiz Núñez (1988); Tapajós (1979). En lenguaje teatral, ver Andrade (1997).