21/11/2024
Por Rush Alan , ,
La modernidad capitalista y las etapas de la ciencia moderno-burguesa: clásica, organizada y actual
Convengamos en llamar modernidad a la era histórica caracterizada por una inédita liberación y desarrollo de las capacidades creadoras, asociativas y de intercambio de los seres humanos, capacidades orientadas crecientemente por la razón y en dirección inmanente -es decir, hacia este mundo terrenal y social- y en un movimiento expansivo de alcance planetario. Esta definición me permite decir inmediatamente que si tal es la sustancia viva y motriz de la modernidad, no debe confundírsela con la forma capitalista, burguesa, con que se inicia históricamente. Esta caracterización de modernidad -tomada de Marx pero que acaso podría ser aceptada sin su entero marco conceptual- obviamente permite considerar la posibilidad al menos teórica de formas no capitalistas de modernidad, permite pensar que el libre desarrollo de las capacidades creadoras, de asociación e intercambio de los hombres y pueblos podría expandirse planetariamente bajo formas socialistas, por ejemplo, u otras formas que aún esperan ser imaginadas.
Aunque pudiera ser obvio, es importante aclarar que la perspectiva más general que anima a esta ponencia conlleva la convicción de que los mal llamados "socialismos realmente existentes" llegaron a ser negaciones aberrantes no sólo de las ideas de Marx, sino de cualquier pensamiento libertario y democrático.
Deberíamos imaginar y construir un nuevo tipo de post-capitalismo planetario con Marx, más allá de Marx y aún llegado el caso contra tal o cual aspecto del pensamiento de Marx y sus discípulos.
La ciencia moderna participa, como una fuerza de primer orden, en la liberación y desarrollo de la creatividad, la asociatividad y el intercambio de la nueva era histórica. En una medida importante -yo diría que esencial, definitoria-, la ciencia moderna puede pensarse como la reunificación viva, dialéctica y siempre abierta, del pensar y el hacer. La re-unión de la especulación de filósofos y teólogos y el cálculo de matemáticos, con el obrar de artesanos y hombres prácticos en general. Y esta nueva forma de praxis cognoscitiva es colectiva e inmanentemente autocorrectiva en la comunidad científica y social, en principio no reconoce como inmune a la crítica ningún dogma científico, metafísico o teológico. La eventual aceptación de tales supuestos debe subordinarse a su valor heurístico, sistemático, etcétera, intra-científico. El experimento guiado por hipótesis preferentemente matemáticas y colectivamente controlado, es por eso acaso el núcleo esencial de la ciencia natural moderna, y como sabemos la epistemología actual lleva ya décadas extrayendo desde perspectivas muy diversas, y aún enfrentadas, la abundante savia filosófica que encierra el experimento, con los trabajos de Hacking, Bhaskar, la polémica Franklin-Pickering (Bhaskar, 1978; Hacking, 1996; Pickering, 1984; Franklin, 1986, 1990) y tantos otros aportes magníficos. Antes de la ciencia hipotético-experimental había ciertamente ciencia natural, incluso matematizada como en el caso de la astronomía antigua y medieval, pero no había aún ciencia natural moderna.
Algo parecido se aplica al pensamiento político y a las ciencias sociales modernas. Con Maquiavelo, Hobbes, el enciclopedismo francés, los economistas burgueses clásicos, y así hasta llegar a los fundadores de la sociología: Comte, Marx, Durkheim y Weber, la razón se une a la praxis calculadora del príncipe, a la lucha crítica contra el antiguo régimen, a la gestión de los negocios, a la administración estatal -lo que lleva a desarrollar la estadística-, en fin, a la comprensión de los procesos de modernización con la finalidad explícita, en los sociólogos fundadores, de mantener y reformar, expandir y legitimar -o bien subvertir- el orden moderno-burgués.
Así como la modernidad se inicia bajo forma burguesa, la ciencia moderna nace como ciencia moderna burguesa, o si se prefiere -no es mi caso- como ciencia moderna bajo administración capitalista o burguesa (o burocrática, "soviética", etc.). Esto es evidente en el caso de las ciencias sociales clásicas, que desde su suelo de origen en las prácticas económicas, políticas y administrativas-estatales burguesas, muy pronto se elevan a la aceptación y desarrollo formales, académicos, universitarios. Sólo lenta y dificultosamente el pensamiento social y político anticapitalista -forjándose ayer y hoy en las luchas sociales, en el exilio y en las cárceles del sistema- va conquistando un lugar en la academia, y un tipo específico de cientificidad[1].
En el caso de las ciencias naturales, no es para nada evidente que se pueda o deba calificarlas de moderno-burguesas y no sencillamente de modernas a secas, aunque administradas capitalistamente. Sin embargo, creo que es posible y necesario. Así como la eventual no realización de hecho de una sociedad mundial socialista no invalida la realizabilidad en principio de esa posibilidad y no impugna por tanto la crítica anticapitalista que conlleva, análogamente la eventual no realización de hecho de la posibilidad de ciencias naturales modernas no-burguesas no invalida su realizabilidad en principio, ni invalida la fecundidad epistemológica y sociopolítica de una tal crítica de la ciencia oficial[2].
Así como distinguí mi anticapitalismo de los aberrantes totalitarismos que usurparon el nombre del socialismo, es necesario también y de entrada, demarcar el horizonte de una ciencia moderna no-burguesa posible, respecto de las aberraciones de la gestión y perversión estalinistas de la ciencia, del inicial estúpido rechazo de la teoría relativista, la cibernética, la teoría de Darwin, etcétera, calificadas como teorías burguesas a las que se oponía una supuesta "ciencia proletaria". Esta última sólo podía exhibir como héroes propios a pseudocientíficos como Lysenko, y a los "cientistas" sociales oficiales, en general meros voceros mediocres de la burocracia partidaria, que perseguía y hasta asesinaba a artistas y científicos disidentes. Una aclaración similar y más breve cabe hacer acerca de mi reivindicación del pensamiento dialéctico. No se trata de la dialéctica canónica "marxista-leninista", supuesta clave milagrosa y a priori de todo problema teórico. Se trata tan sólo de la reivindicación del pensamiento procesual, complejo, sistémico y antirreduccionista en general. Como parte de esta orientación, la dialéctica en sus diferentes manifestaciones históricas, especialmente en su vertiente hegeliana-marxista, merece, por su enorme fecundidad, una recuperación crítica[3].
La crítica a la ciencia natural oficial burguesa debe partir del reconocimiento de que aún bajo su forma inmanente -o si se prefiere bajo administración externa burguesa- tiene obviamente una potencia de desarrollo, una dialéctica interna de autosuperación crítica aparentemente ilimitadas. Parece suficientemente claro que la ciencia natural moderno-burguesa no tiene el mismo tipo y grado de barreras ideológicas a su autosuperación crítica que en el caso de las ciencias sociales oficiales, debido al compromiso directo y manifiesto de éstas para con el orden capitalista.
Sin embargo, podemos entrever la posibilidad, e incluso la existencia embrionaria, de una ciencia natural moderna no-burguesa, desde varios ángulos. Uno es el de la dominancia aún hoy en muchos ámbitos no sólo de las ciencias sociales sino de las ciencias naturales, del pensamiento mecanicista, atomista, determinista, etcétera, es decir reduccionista, antisistémico o anticomplejo, antiprocesual, antidialéctico. Es verdad que muchas disciplinas centrales de la física pasaron su etapa mecanicista newtoniana y determinista. Sin embargo, en primer lugar no creo que ello se cumpla en la misma medida en todas las disciplinas físicas, y ello se manifestaría en el hecho de que el pensamiento físico -expresión de Einstein- o la filosofía tácita de muchos físicos en su práctica de investigación y docencia, aún llamándose antimecanicistas están lejos de haber elaborado un nuevo pensamiento físico o filosofía que desplace el anterior modo de pensar colocando en el centro al sistema, la complejidad, la procesualidad, etcétera. Y para qué hablar de la biología y la genética, que más que desarrollar el pensamiento sistémico y procesual que latía en la revolución de Darwin, parecen entregadas en muchos casos a un determinismo y atomismo genéticos realmente supersticiosos, no casualmente fomentados por enormes capitales de la industria biogenética y farmacéutica.
Y esto nos lleva a un segundo ángulo de crítica de la ciencia natural moderno-burguesa actual: el efecto distorsivo que tiene el cada vez más estrecho matrimonio entre la ciencia natural moderna y no ya sólo los poderosos estados burgueses, sino crecientemente los grandes capitales privados. Efectos distorsivos no sólo sobre la aplicación de los descubrimientos, e incluso las prioridades en investigación, sino sobre la misma forma de cientificidad, sobre la estructura de la práctica científica y las normas metodológicas y epistemológicas que la orientan. Hay una abundante bibliografía de sociología de la ciencia que muestra las transformaciones en el contexto externo e interno de las comunidades científicas y su práctica. De los científicos clásicos individualistas, que casi heroicamente costeaban gran parte de sus pequeños laboratorios e investigaciones, se pasó a la ciencia organizada académicamente por los estados modernos, que exigieron a sus empleados científicos crecientes rendimientos tecnológicos -y en particular bélicos-. Más recientemente, desde el decenio de los ‘70 con la crisis económica estructural, el desguace de los estados de bienestar y el gradual ascenso del capitalismo neoliberal y "salvaje", hay un relativo declive de las universidades, especialmente las estatales, a favor del financiamiento privado en ciencia y tecnología. Los estudios sociales y epistemológicos de la ciencia y la tecnología actuales vienen alertando sobre una mutación de la forma misma de la cientificidad, que estaría ya en curso. Tendencias al carácter crecientemente secreto de las grandes investigaciones privadas contrariando lo que el sociólogo norteamericano Merton llamó el "comunismo epistémico" de la cientificidad moderna clásica, tendencias a la disgregación de las disciplinas, y a una subordinación tal de la ciencia básica a la aplicada que emerge una nueva "tecnociencia", y se propaga una peculiar conciencia epistemológica pragmatista y relativista-sociológica o posmoderna en la comunidad científica enfeudada al gran capital. Para decirlo con Lyotard (1989): quien tiene más dinero tiene muchas mayores probabilidades de imponer sus resultados como verdaderos, aún torciéndolos si es necesario para dar réditos económicos y/o políticos al inversor. Esto lleva a la degradación de la ciencia no sólo en los centros y países mal dotados económicamente, sino a la producción de "ciencia basura" (dirty science) incluso en los centros de excelencia. Todas estas, repito, son tendencias estudiadas en la mejor sociología de la ciencia, y su impacto en la forma misma de cientificidad lleva a algunos epistemólogos como Mario Bunge a alertar sobre la efectiva declinación en curso, y la posible desaparición, de la ciencia objetiva tal como la hemos conocido hasta ahora (Bunge, 1980:143-144; 1985:187; 1993:14-15, 109-110).
Desde luego que hay que matizar este cuadro pesimista agregando que la administración capitalista de la ciencia es lo suficientemente astuta como para saber que necesita también apostar a la objetividad y a la ciencia básica no inmediatamente aplicable. Sabe que los formalismos aparentemente delirantes de un matemático excéntrico pueden ser la clave de sus futuros medios de producción, control social, o destrucción masiva. Y en las vertientes más sanas de la ciencia actual siguen, obviamente, haciéndose importantísimos avances en el conocimiento objetivo del mundo, y siguen abriéndose nuevos horizontes a la filosofía y epistemología inmanentes a la ciencia con orientaciones cada vez más atentas a los sistemas, la complejidad, el caos y el indeterminismo, la procesualidad y la dialéctica.
En suma, en la ciencia contemporánea coexisten tendencias a la degradación de la forma moderno-burguesa de cientificidad, con su opuesto: tendencias a lo que podemos llamar -en el sentido amplio y no dogmático antes indicado- la superación dialéctica de la forma burguesa de cientificidad.
Si nos detenemos a considerarlo, es bastante evidente que hay una conexión, en cada modo histórico de organización social y cultural, entre la relación social de unos hombres con otros, y la relación entre éstos y la naturaleza. En general, cuanto más externa y manipulatoria es la una, también lo es la otra. Inversamente, las relaciones más inmanentes y digamos fraternas en uno y otro campo, se corresponderían también naturalmente. Es por eso razonable pensar que una nueva sociedad planetaria que nos emancipara de la esclavitud asalariada y estableciera una fraternidad "de individuos libremente asociados" (Marx), establecería también una "nueva alianza" -para tomar la expresión de Prigogine y Stengers (1983)- entre hombre y naturaleza, una nueva relación más sistémica, compleja y ecológicamente orientada entre nuestra especie y su entorno, que implicaría una nuevo desarrollo -a la vez conservador y superador- de la ciencia natural moderna burguesa y su forma de cientificidad.
Tipos de metaciencia correspondientes: filosofía de la ciencia, epistemología, CTS, etcétera
En la sección anterior he periodizado y caracterizado a la ciencia moderna más o menos como lo hace Lyotard en su pequeño gran libro, La condición postmoderna. Informe sobre el saber (1979). Es decir: ciencia moderna clásica (digamos desde el siglo XVI a fines del XIX), ciencia estatal y privadamente organizada (digamos desde comienzos del siglo XX hasta 1970), y finalmente (1970 en adelante) ciencia actual principalmente subordinada al gran capital privado, ciencia en que -para repetir con las reservas señaladas el slogan de Lyotard-, se establece una "ecuación entre dinero y verdad"[4].
Intentemos ahora vincular tipos de reflexión metacientífica a las etapas de la ciencia moderna. Propongo vincular la teoría del conocimiento y la filosofía de la ciencia como modos predominantes de la metaciencia para la ciencia moderna clásica, la epistemología como modo predominante en la etapa de la ciencia supervisada estatalmente, y... ya veremos qué en el actual período de ciencia crecientemente privatizada, pragmática y disgregada en la etapa neoliberal. Obviamente, marcar el predominio de una tendencia típica en cada etapa requiere completar el cuadro indicando la coexistencia de la tendencia en ascenso o ya hegemónica, con tendencias sobrevivientes de una etapa anterior, u otras anticipatorias de una nueva etapa, etcétera. Esta mezcla de lo diverso en el desarrollo concreto, obviamente también vuelve algo borrosos los límites cronológicos.
En la etapa que llamamos ciencia moderna clásica -siglos XVI a fines del XIX- en efecto encontramos como metacientíficos típicos a los grandes filósofos -filósofos-científicos o muy imbuidos del espíritu y los resultados de la ciencia-, como Bacon, Descartes, Locke, Leibniz, Kant, Diderot, Hegel, Engels, Spencer, Peirce, etcétera. Grandes personalidades creadoras e imponentes sistemas filosóficos que majestuosamente abarcaban a la ciencia en su significación amplia, cosmovisional.
En cambio, a la etapa siguiente de la ciencia organizada -preferentemente por el Estado o bajo su supervisión-, propongo vincularla a la "epistemología". Se trata acá de un modo de hacer reflexión metacientífica, no de un mero término. "Epistemology" en las universidades angloparlantes es teoría general del conocimiento, pero sólo débilmente vinculada a la ciencia. Y "philosophy of science" corresponde en general -aunque no siempre- a lo que acá llamamos epistemología, más que a lo que antes rotulé "filosofía de la ciencia" en sentido clásico. Sin embargo, en español, francés, portugués, etcétera, hay frecuente convergencia entre el concepto y el término de epistemología, tal como acá propongo. Apelemos primero a los diccionarios de la lengua. El de la Real Academia dice "Epistemología: doctrina de los fundamentos y métodos del conocimiento científico". El José María Moliner da una definición similar. Lo notable acá es la tácita toma de distancia respecto de la filosofía. Es que, para decirlo de una vez, la "epistemología" sería el tipo de reflexión metacientífica imbuida al menos en sus orígenes de positivismo, o más en general de cientificismo pretendidamente neutral o a-filosófico, cuando no anti-filosófico. Una autoridad indiscutida de nuestra epistemología local, Klimovsky (1994:15, 27-28; 2001:15-16), la define básicamente en este sentido, marcando la distinción entre epistemología y filosofía de la ciencia, sin dejar de reconocer la proximidad de una y otra. El trabajo del epistemólogo será preferentemente acerca de aspectos formales o metodológicos parciales de la ciencia en general, o bien acerca de una disciplina científica particular o, incluso, de un aspecto parcial de esa disciplina. No se trata ya de la mirada majestuosa y abarcadora de los grandes filósofos modernos que en muchos casos conocían los resultados específicos de las ciencias, que en su época eran relativamente escasos. La epistemología prioriza lo formal-metodológico y relega lo ontológico, especialmente los programas de ontologías generales y cosmovisiones. Desde luego, del empirismo y logicismo positivista a esta parte las cosas han mejorado mucho, y la ontología no puede ya ser desalojada de la metaciencia. Pero en la epistemología estatalmente organizada, se tratará preferentemente de una ontología especial de tal o cual disciplina, de problemas parciales como el del realismo o no respecto de los términos teóricos, etcétera. Obviamente todo ello es necesario y de primera importancia. Pero la epistemología de organización burguesa -estatal o privada- subvalora, no impulsa prioritariamente programas hacia una visión científica y filosófica unificada de la realidad, porque ello la llevaría, creo, a valorar -más de lo que le conviene al capitalismo- las visiones materialistas, procesuales, complejas y dialécticas que la propia ciencia tiende a favorecer. Afortunadamente, hay pocas pero importantes excepciones, como el programa de una ontología general sistémica y antirreduccionista, materialista pero emergentista -aunque insuficientemente dialéctica- de Mario Bunge.
Más que a grandes filósofos creadores, los epistemólogos nos parecemos, en general, a obreros o empleados estatales de la metaciencia. Más precisa y menos despectivamente, a metacientíficos especializados que, en la comunidad compleja del saber estatalmente organizado o supervisado, más bien esclareceríamos la labor de los científicos de esta o aquella disciplina, sin recibir un rédito filosófico equivalente. Epistemologia ancilla scientae. O, para decirlo sin esta connotación peyorativa, una "epistemología interior a la ciencia", en términos de Piaget.
La modalidad formal y normativa de la epistemología es bien congruente con su inserción y función estatal.[5] En efecto, la ciencia del capitalismo estatalmente regulado, orientado hacia la guerra caliente o fría, o a la promoción de los llamados "estados de bienestar" que exorcizaban la amenaza comunista, necesita como tal ciencia poner alambradas formales, "criterios de demarcación" que dejen fuera de su dominio tanto a la vieja teología y metafísica, como a nuevos amenazadores saberes críticos a los que necesita denostar como pseudocientíficos: el marxismo, el psicoanálisis, en el caso bien conocido de Popper.
La normatividad formal, y el carácter estatal y modernizante de la epistemología, son patentes en nuestros países capitalistas periféricos y sometidos. Entre nosotros, toda nueva carrera universitaria de psicología, sociología, etcétera -que quiere tanto apropiarse del territorio humanístico antes enfeudado a la Iglesia Católica, como legitimarse de manera seriamente científica, esto es no crítica, o no excesivamente crítica del capitalismo y su ciencia oficial-, suele incluir un curso de epistemología, y no está nada mal que así sea, desde luego.
Pero es importante advertir que en su encargo social, en su función promedio, la epistemología conlleva una esencial aceptación y legitimación -cuando no culto acrítico- de la ciencia moderno-burguesa y su organización. Esto es, una buena dosis de cientificismo acrítico. Nada sabe el epistemólogo medio del señalamiento de Marx acerca del materialismo mecanicista y ahistórico del científico burgués clásico, nada quiere saber de la observación de Lakatos según la cual el científico se mueve naturalmente como un pez en el agua en la ciencia de su especialidad, pero que en lo tocante al saber sobre la ciencia, la epistemología, muchos científicos saben tan poco como los peces de hidrodinámica.[6] En suma, el desconocimiento del carácter estatal y burgués (o estatal y burocrático "soviético", etc.) de su práctica es una condición necesaria para la buena conciencia y funcionalidad del epistemólogo y del científico medio. Y es notable que este desconocimiento no sólo estructura tácitamente la labor profesional media de científicos y metacientíficos de la ciencia organizada, sino que aflora semi-conscientemente en aquellos grandes epistemólogos que pugnan por superar los límites de la ciencia y metaciencia estatales, la disciplinariedad organizada.
Un ejemplo paradigmático de ello -entre otros- es la epistemología genética de Piaget. Una elaboración colectiva de un equipo excepcional de científicos, lógicos y filósofos. Un sistema y programa majestuoso -que como tal se asemeja a las grandes creaciones de la filosofía moderna clásica-, pero producido ya no por el gran intelectual individual del pasado. Un marco conceptual con influencia normativa en la investigación científica, la enseñanza, la psicopedagogía de la infancia, etcétera. Que es legitimado y promovido, y legitima a su vez, a una institución superestructural multinacional como la Unesco, de la que Piaget fue un niño mimado en aquellos postreros años del capitalismo "de bienestar". Piaget (1988), que marcaba la "sabiduría e ilusiones de la filosofía", no vio las ilusiones de su propia grandiosa epistemología. A la vez que su potente interdisciplinariedad contrarrestaba el especialismo y las tendencias a la disgregación de las ciencias, que su concepción procesual y su interés por la dialéctica empujaban ya hacia fuera de la cientificidad moderna burguesa, Piaget insistía en pretender que su ciudadela interdisciplinaria de Ginebra, Suiza, elaboraba ¡una epistemología sólo interior a la ciencia! La imaginaba ajena a la filosofía, cuyos problemas decía admitir, pero no sus soluciones. Al tiempo que estudiaba las formas dialécticas del razonamiento e incluía al marxista Lucien Goldmann, la ciudadela de Piaget se creía por fuera y por encima de la diversidad y antagonismos culturales, estéticos, sexuales, de las filosofías e ideologías que son parte constitutiva de la lucha de clases del capitalismo en esta y cualquier otra etapa histórica.[7]
Finalmente, en la etapa actual, neoliberal y salvaje del capitalismo, la tendencia a la privatización y disgregación de la ciencia en desmedro de su organización y unificación estatal tendría presumiblemente su reflejo característico en el ámbito de la metaciencia. ¿Pero cuál? En este caso el asunto se complejiza.
Es notorio que si hay un nuevo tipo de metaciencia no adquiere aún contornos precisos, no ha llegado aún a desplazar, subsumir o colorear enteramente a los tipos anteriores. Es notorio que hoy, no sólo el nombre -sino a menudo la sustancia- de la clásica "filosofía de la ciencia" siguen vigentes en las universidades, acaso especialmente en el capitalismo central. Es patente también que la especialización, la formalidad y normatividad del trabajo "epistemológico" de la etapa de la ciencia ligada al Estado -que ya había logrado en gran medida subordinar o colorear a la modalidad anterior- tienen aún una existencia vigorosa.
Un candidato a la actual forma de metaciencia es la CTS, los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. Prosperó nutriéndose de la preexistente historia y filosofía de la ciencia, de la epistemología, y de la sociología de la ciencia que se desarrolló a caballo de la relativa masificación y democratización de las universidades en la posguerra, ligada a su vez a la competencia tecnológica y de prestigio de la guerra fría.
Los estudios sociales de la ciencia y la tecnología responden a diversos y aún conflictivos intereses: por un lado la necesidad de las universidades ligadas al Estado y al gran capital privado de conocer, gestionar y disputar los recursos simbólicos, materiales y humanos de la ciencia. Por otro, la necesidad de los intelectuales legitimadores de uno y otro tipo de organización de la ciencia, de desarrollar sus armas conceptuales y luchar por la hegemonía. Acá es clara la relación entre las mutaciones y la relativa crisis de legitimación de la ciencia, por un lado, y por otro los desequilibrios y crisis del capitalismo no sólo en su forma de bienestar agonizante, sino incluso en su nueva forma neoliberal salvaje, que ya empezó a ser cuestionada por sus devastadores efectos inhumanos, pero no por eso deja de imperar.[8] (Véase la reelección del sanguinario Bush en los Estados Unidos, en noviembre de 2004).
Los epistemólogos serios, los filósofos más o menos realistas, y los historiadores de la ciencia son ahora los defensores de, sea un statu quo de la organización burguesa estatal de la ciencia, sea -más marginalmente- una superación de la organización y cientificidad moderno-burguesa misma. Por su parte, los estudios sociales de la ciencia y la tecnología -cuya figura emblemática podría ser Bruno Latour- parecen hegemonizados por la conjunción del constructivismo sociológico a veces fuertemente relativista y subjetivista, y del pragmatismo filosófico norteamericano, que atraviesa un nuevo auge. Ambos declaran perimida la epistemología, su intención generalista, normativa e interdisciplinaria. No hay epistemología "de ramos generales", sino sólo modos típicos de acceder al conocimiento en tal o cual disciplina, sentencia Rorty (1997), una de sus máximas vedettes. "Ha concluido la era de las epistemologías normativas", anuncian los posmarxistas Laclau y Mouffe (2004). Los paradigmas de Kuhn leídos del modo más relativista posible, y el "todo vale" de Feyerabend son los gritos de guerra de este ejército, pluralista salvo en la definición del enemigo. Tal actitud es bastante claramente funcional al desguace de la organización estatal de la ciencia, a abrir el camino al gran capital para que, con una mezcla de ciencia buena y ciencia basura, asegure sus negocios actuales y futuros, a corto y largo plazo, acallando a su propia conciencia y a molestos críticos modernistas. Claramente, le es también muy servicial al negocio capitalista del conocimiento, el control mediático y editorial de la propaganda de sus inversiones en ciencia y tecnología (por ejemplo, la reciente cobertura mayormente histérica y acrítica del proyecto genoma, etcétera). En su vertiente más relativista y superficial, los estudios CTS son, si no una teoría explícita del marketing de la ciencia y la tecnología, al menos su legitimación académica directa o indirecta. Pero la tendencia inmanente, y quizá el proyecto estratégico conciente de la ciencia gestionada por el gran capital privado acaso sea, como expresan Rorty, Laclau, etcétera, no la CTS sino la liquidación de cualquier tipo de metaciencia con alguna pretensión de generalidad y normatividad, lo que no impide la sobrevivencia marginal de las formas metacientíficas anteriores -y las nuevas- en un revoltijo relativista.
En el río revuelto del capitalismo y de las formas organizativas de la ciencia y la metaciencia actuales, la mejor parte de los estudios CTS también son un espacio minoritario de crítica contrahegemónica, interiormente muy plural: una trinchera de filósofos realistas, historiadores de la ciencia y epistemólogos críticos, de científicos o metacientíficos socialistas, feministas, pacifistas, ecologistas, etcétera. Grupo minoritario pero de voz potente e ideas creadoras. Es que a ellos -y ellas- los mueven intereses un poco más elevados que el dominio y la ganancia del capital. Evidentemente, hay una confluencia objetiva, y una posible alianza táctica, entre parte del sector hoy "conservador" -con la connotación positiva que ese término tiene en la ecología, por ejemplo- de epistemólogos, filósofos e historiadores de la ciencia estatalmente organizada, y este sector minoritario y contrahegemónico de estudiosos sociales de la ciencia y la tecnología. Para fijar la idea a través de algunos nombres sobresalientes, sería posible una alianza entre las orientaciones de, digamos, Bunge, Piaget, Prigogine y Morin por un lado, y por otro, por ejemplo, las perspectivas de la estudiosa social de la ciencia, feminista y de izquierda Helen Longino (1990), o de los autores de The Dialectical Biologist (1985), los genetista y ecologista de Harvard, Richard Levins y Richard Lewontin.
Sabiduría e ilusiones de la epistemología en el capitalismo central y el periférico
De la sabiduría e ilusiones de la epistemología y las otras modalidades de metaciencia en los países capitalistas centrales, hablé ya suficientemente en la sección anterior. La implantación de tales modalidades en nuestros territorios periféricos tiene expresiones singulares. Curiosas a veces, cómicas o patéticas otras, y también esperanzadoras.
La ciencia moderna se gestó fuera de nuestros territorios, aunque así como el oro de América contribuyó a dotar de sustancia a la forma capitalista central, nuestros minerales, nuestra flora y fauna, nuestra variedad humana y cultural, nutrieron a la ciencia natural y social del centro. En nuestra modernidad tardía, transplantada, distorsionada y dependiente, la escasez de científicos, historiadores y filósofos de la ciencia en la etapa clásica no puede sorprendernos. Tampoco que con el tardío auge de capitalismos fuertemente vinculados al Estado hayamos llegado a desarrollar, y no tan débilmente, la ciencia -llegando a prestigiarla con algunos premios Nobel-, y que prolifere en alguna medida nuestra raza autóctona de epistemólogos estatales.
En el marco de que gran parte de nuestra ciencia y tecnología declina y sobrevive principalmente en la esfera estatal, en las universidades estatales y entes como el Conicet que son todavía un hueso algo duro de roer para el neoliberalismo (¡pero entonces éste apuesta pacientemente a la osteoporosis!), los epistemólogos en general pareceríamos seguir haciendo lo nuestro, bastante ajenos a los cambios en el capitalismo global y local, a las transformaciones planetarias de la ciencia y la metaciencia. Veamos algunas de nuestras singularidades periféricas en materia de metaciencia.
En primer lugar, reiteremos que no la clásica filosofía de la ciencia y su habitual acompañante la historia de la ciencia, sino la epistemología es nuestra forma dominante. Recientemente los estudios sociales de la ciencia y la tecnología empiezan a aparecer en estas playas periféricas -afortunadamente por ahora en sus vertientes más sobrias-, principalmente en la enseñanza de posgrado.
Como segundo conjunto de singularidades de nuestros países en materia metacientífica, consideremos el panorama académico en la Argentina. Echando un vistazo -con ayuda de Internet- a los planes de estudios de grado y posgrado de universidades estatales y privadas, se advierte lo siguiente: a) Hay una mucho mayor cantidad de cursos de epistemología o filosofía de las ciencias en las carreras de universidades estatales; las privadas, teniendo en general una oferta de títulos más profesionalistas orientados a la tecnología productiva, el mercado y las empresas, registran un número menor de tales cursos. A esto hay que agregar la existencia, casi exclusivamente en la esfera estatal, de un buen número de maestrías de epistemología y metodología científica, o de cursos afines en muchas carreras de posgrado, especialmente en las ciencias sociales y humanidades. Volviendo a las universidades privadas, su debilidad en ciencias naturales en general sería la razón de que tampoco promuevan los nuevos estudios sociales de las ciencias con orientación relativista-mercantilista; las pocas cátedras o maestrías de CTS las ofrecen universidades estatales, como la de Quilmes. b) Hay también una diferencia notoria en la distribución de las asignaturas metacientíficas respecto del espectro de carreras: si en las privadas suelen restringirse a las carreras de filosofía, psicología y ciencias de la educación -así como a unas pocas carreras de posgrado de, por ejemplo, la enseñanza de las ciencias naturales- para desaparecer en las carreras técnicas, la economía, la sociología, la historia, en cambio en las universidades estatales las asignaturas metacientíficas tienden a hacerse presentes en la gran mayoría de las carreras, ya sea en el Ciclo Básico Común o en las curricula individuales, y son casi infaltables en economía, sociología, psicología, etcétera, haciéndose presentes, incluso, aunque no muy frecuentemente en las carreras de ciencias naturales. c) A esta segunda nota se vincula una fuerte semejanza, y otra fuerte diferencia, entre el lugar y modalidad de las asignaturas metacientíficas en las universidades privadas, por un lado, y estatales, por otro. La semejanza es que los cursos de epistemología, filosofía de la ciencia o lógica y metodología de la ciencia son, al menos en su denominación -en uno u otro ámbito, estatal o privado-, casi siempre generales. Se encuentran muy pocos cursos de epistemologías especiales, siendo las excepciones más notorias los escasos cursos de epistemología de la economía, la psicología y de la física en las universidades del Estado. Esto debe matizarse considerando ahora la fuerte diferencia anunciada: las universidades privadas en la Argentina son en su mayoría católicas, y en este caso las escasas asignaturas metacientíficas están rodeadas de numerosos cursos de filosofía tradicional y teología, por lo que se adivina que su actualización y carga crítica es en general bastante menor que sus cátedras homólogas de las universidades estatales; esto lo confirma la escasa presencia de epistemólogos de esas universidades católicas en los congresos regionales o nacionales de epistemología. La semejanza en la generalidad es pues un tanto engañosa: por su mayor actualización y espíritu crítico[9], los epistemólogos de las universidades estatales estarían más cerca de la posibilidad de que un sector de ellos se especialice, y expanda la influencia metacientífica a cursos de epistemología o filosofía de la física, de la biología, de las matemáticas, etcétera, probablemente al comienzo haciendo equipo con los especialistas científicos del caso. De hecho, existen ya experiencias aisladas de este tipo en la Universidad Nacional de Tucumán misma, por ejemplo, por impulso de físicos, psicólogos y epistemólogos vinculados a nuestro Instituto de Epistemología. d) Otra diferencia entre los ámbitos privados y estatales es que en el primero el desarrollo de la historia de la ciencia y de la filosofía de la tecnología es nulo, en el segundo -estatal-, escaso pero quizá por eso especialmente valorable. Análogamente, como ya se dijo, los estudios sociales de la ciencia están por ahora restringidos al ámbito estatal.
Propongo como tercera singularidad de nuestro panorama metacientífico la siguiente, ya mencionada: parecería reinar un clima de satisfacción y calma, de aproblematicidad, como si viviéramos en el mejor de los mundos posibles para la ciencia y la epistemología no sólo mundial sino vernáculas, aún cuando contradictoriamente nos atraviesa una honda preocupación respecto de las asimetrías e injusticias que promueve la globalización neoliberal, y nos angustia la amenaza que pende sobre nuestra universidad y sistema científico-tecnológico estatales. ¿O quizá existe una tácita convicción de que por contarse entre las disciplinas académicas más modernas, la epistemología sería recibida con los brazos abiertos por una educación superior enteramente privatizada? El panorama trazado anteriormente mostraría que esta esperanza, en caso de que alguno de nosotros la abrazara es, obviamente, ilusoria.
Como cuarta y última singularidad de nuestros pagos, algunas variedades pintorescas pero significativas de nuestros metacientíficos autóctonos. Las presento en forma un tanto caricaturesca, desde luego, pero... cualquier parecido con la realidad... ¡no es casual! Variedades que pueden hacernos reír, enojar, o llorar según el caso. Mientras permanecen al parecer inalterados por el hecho de que el capitalismo global y periférico, los estados y sus universidades, la ciencia y la metaciencia atraviesan grandes transformaciones y afrontan serias amenazas, muchos epistemólogos autóctonos emplean su libido productiva, asociativa- disociativa o crítica de maneras curiosas. Así, tenemos epistemólogos-gurúes que a falta de filósofos o aún santos vernáculos con acceso a los medios masivos, pontifican por televisión, por la prensa escrita, etcétera, sobre prácticamente todo lo humano y divino. Tenemos también epistemólogos-en-vías-de-guruización, que donde se les permite hablan sobre toda la ciencia y toda la epistemología, salvo que al final de sus prolongadas y apabullantes exposiciones muchos salen preguntándose ¿qué concluyó filosóficamente de toda esa masa de datos? Son también propicias estas latitudes para la proliferación de los trabajadores-epistemológicos-demasiado-abrumados-y-serios, que conforman la subpoblación más numerosa de nuestra raza metacientífica. Es evidente que la epistemología y filosofía de la ciencia, como la filosofía toda desde la modernidad, es asunto difícil y serio, y en tal sentido hay que reivindicar el trabajo específico, actualizado, constante y colectivo de los obreros epistemológicos. Pero uno puede excederse en esta actitud. El típico epistemólogo-abrumado-y-serio está ante todo atento a las normativas, la aprobación o desaprobación de los epistemólogos gurúes o en vías-de-guruización. Es que entre los agentes del Estado hay una jerarquía de funciones y prestigio, una virtual cadena de mandos, plasmada incluso regionalmente, en la típica hegemonía Capital Federal-provincias medias-provincias menores. En tal organización, es necesario reconocer y valorar la función organizativa y formativa de los gurúes. Rodeándolos celosamente, la masa de obreros epistemológicos se forma y se asocia como parte de una corporación exclusiva y excluyente. El empleado-epistemólogo se dejará aleccionar por los gurúes acerca de la más reciente montaña de novedades bibliográficas -lo que está muy bien-, pero sin sospechar que se trata ya de una selección parcial y canonizada por otro, y que lo que se le propone o impone como normativo -generalmente producción extranjera y especialmente norteamericana- es sólo una parte de una discusión mucho más plural, libre y creadora, crítica, e incluso no carente de dramatismo y humor, que se desarrolla en las universidades mejor dotadas del planeta -y también en las peores, es decir las nuestras-. Afortunadamente, nuestro intercambio periódico con otros filósofos de la ciencia argentinos o extranjeros nos ayuda a acceder mejor al contexto complejo del debate actual de manera más completa, con su dramatismo y humor, siendo así un buen antídoto a las normativas de los gurúes locales -o extranjeros-. Pero además, lo que es más importante, la actitud en exceso disciplinada y ceremoniosa de muchos obreros-epistemólogos es adoptada en una coyuntura histórica local de declinación e intento neoliberal de liquidación de la ciencia y metaciencia periféricas, y un contexto planetario en que la epistemología formal y normativa, funcional a la organización estatal burguesa de la ciencia y la metaciencia, está siendo no sólo flexibilizada, sino en proceso de mutación o destrucción regresiva a manos de la metaciencia pragmatista-relativista de mercado, o amenazada de liquidación, aunque se le abre también la alternativa más difícil y hoy por hoy minoritaria de su conservación-superación por una nueva forma crítica de cientificidad y metaciencia poscapitalista. En esa medida, el excluyente y orgulloso batallón de obreros-epistemólogos con sus gurúes locales a la cabeza tienen algo de la autosuficiencia peligrosa de aquellos que bailaban en la cubierta del Titanic.
Finalmente, otra variedad autóctona de nuestra fauna metacientífica, complementaria de la anterior, es la de los filósofos del "qué me importan los epistemólogos". Tienen la virtud de preservar, o intentar preservar, el talante individualista y creativo del filósofo especulativo moderno clásico, o incluso premoderno. Huelen certeramente el disciplinamiento y la cerrazón corporativa de muchos epistemólogos-obreros -porque en muchos casos ellos mismos son o quisieran ser gurúes de provincia con siervos propios-. Desdeñosos de cualquier tipo de obreros -especialmente los que unimos nuestras fuerzas- suelen ahorrarse una buena parte del trabajo de actualización y arduo análisis metacientífico, y saltar de algunos relativamente pocos ejemplos de la ciencia a una creación metafísica o metafísico-teológica a veces de alguna complejidad u originalidad. En nichos ecológicos pequeños y protegidos, se ha reportado la existencia de una subvariante más radical del quémeimportismo, llamada "perezosa", cuyo lema es ahora "qué me importan los (otros) filósofos": en este caso se declara que la reflexión filosófica simplemente ya está contenida en tal o cual resultado o pregunta de un gran científico, lo que permite ahorrarse el trabajo especulativo al que sí se sentían obligados los representantes de la variante troncal del quémeimportismo. Adviértase que este extremo de nuestra tipología de metacientíficos vernáculos se toca con el otro tipo extremo ya presentado: el de los trabajadores-epistemológicos-demasiado-abrumados-y-serios. En efecto éstos -en su subtipo más abrumado- podrían tener como su lema "sólo me importan los epistemólogos" o aún "sólo me importan los científicos". Esta forma de cientificismo se toca con la del antiepistemólogo y antifilósofo perezoso, que ve a la metaciencia ya lista para ser cortada del árbol de la ciencia. Sólo los diferencia que el obrero-epistemológico-muy-abrumado rinde culto a la ciencia como producción y producto colectivos, en cambio, el antifilósofo perezoso venera la mente y obra del científico individual genial, de la que está seguro de ser el intérprete privilegiado.
Conclusiones prácticas
Seré telegráficamente breve. Obviamente las propuestas que siguen son conjeturales y necesitadas de discusión colectiva. Si la forma de ciencia y metaciencia, dominante aún -si no en el mundo al menos en nuestra periferia- es la gestionada o supervisada por el Estado burgués, y ella viene tironeada entre su mutación regresiva pragmatista-relativista de mercado -o su liquidación-, y mucho más débilmente por su conservación-superación poscapitalista, los epistemólogos y científicos estatales de la periferia deberíamos ante todos unir fuerzas en acciones defensivas.
Para el caso de nuestro país, creo que deberíamos en primer lugar mantener y fortalecer lo que venimos ya haciendo: la actividad epistemológica y los congresos, jornadas, institutos y cursos digamos "normales". Sólo cabría agregar que deberíamos ser más conscientes de nuestras patologías vernáculas, la de los gurúes y sus abrumados adeptos, y la de sus opuestos complementarios, los antiepistemólogos y antifilósofos. Todas ellas patologías que dan expresión, y refuerzan, a nuestra condición periférica y sometida.
Del cuadro de situación argentino se desprendería una segunda posible tarea colectiva: la de no sólo expandir los cursos de grado y posgrado en epistemología general, sino la de capacitarnos más en las epistemologías especiales (de la física, la biología, la matemática, de tal o cual ciencia social, etcétera) y ganar para ellas espacios curriculares en las carreras científicas. Ello requerirá en muchos casos el trabajo en equipo con los científicos de la disciplina, esfuerzo fecundo del que hay ya algunos ejemplos en el país. (En perspectiva estratégica, esta alianza de científicos y metacientíficos abre el horizonte de una imbricación más profunda, la de la interdisciplinariedad crítica en la formación de grado y posgrado, empezando, por ejemplo, con la incorporación de una importante carga de materias científico-naturales en las carreras humanísticas y de ciencias sociales, y también viceversa).
Una tercera tarea ya sugerida es la de impulsar la formación en historia de la ciencia, hoy con escasos representantes en el país, y en filosofía de la tecnología, con aún menos cultores entre nosotros. En cuarto lugar, compartir esfuerzos intelectuales y espacios académicos con quienes empiezan a cultivar los estudios sociales de la ciencia y la tecnología.
Estas parecerían algunas de las acciones que las amenazas a la ciencia y metaciencia estatalmente organizadas nos imponen. Tendrían prioridad inmediata para la mayoría de nosotros, en tanto defensivas respecto de nuestra forma actual y mayoritaria de actividad. Y en estas acciones defensivas podemos confluir con los trabajadores de la educación estatal en todos sus niveles, así como con los amplios sectores populares que comienzan a rechazar la privatización de sectores claves de nuestra economía, privatización que antes muchos habían apoyado. Obviamente, los aliados se amplían a todos aquellos que aún creen en la soberanía nacional, cuestionan la entidad misma o la forma de tratamiento de la deuda externa, etcétera, etcétera.
Sin embargo, ya la perspectiva de análisis que permitió -espero- caracterizar de modo pertinente las tendencias regresivas y progresivas en lucha, trascendía el horizonte de la cientificidad y la metaciencia burguesas, estatales o no. De modo que los epistemólogos, filósofos e historiadores de la ciencia, los científicos y tecnólogos que compartimos parcial o totalmente una visión de este tipo, haríamos bien, creo, en unirnos en asociaciones propias, sin dejar de pertenecer al conjunto mayor de trabajadores-metacientíficos definido por nuestra labor y dependencia salarial cotidiana. Un grupo nacional o latinoamericano de científicos y metacientíficos que uniera sus esfuerzos alrededor de una autodenominación como la de "críticos", o mejor la de "anti-imperialistas y anticapitalistas", sería hoy ciertamente minoritario en la comunidad académica, pero su influencia potencial no dependería del número inicial de sus adeptos, sino de su aporte a un proyecto colectivo científico y metacientífico alternativo, de su contribución a transformaciones de orden estructural, que no sólo unos pocos universitarios anhelamos, sino ante todo necesitan e incluso desean crecientes sectores populares de nuestro país, Latinoamérica y el mundo.
Un colectivo de científicos y metacientíficos anti-imperialistas y anticapitalistas, confluiría con la mayoría de científicos y epistemólogos en la prosecución y mejoramiento de sus tareas habituales, y en la lucha defensiva de nuestra investigación periférica, estatalmente gestionada. Sin embargo promovería, además, como preocupación específica, los estudios históricos y sociales críticos de la ciencia y la tecnología, imbricaría más estrechamente los esfuerzos científicos y humanísticos en un programa de una visión integradora pero diferenciada de la praxis científica y de la ontología presuntamente materialista, procesual, antirreduccionista, emergentista y dialéctica. Lo que venimos haciendo los epistemólogos debe hacerse más y mejor, pero deberíamos aunar esfuerzos en la nueva tarea de elaborar una visión crítica e integradora del conocimiento, que no disocie a la ciencia de su actual forma burguesa, que no separe a la ciencia de la cultura, a la objetividad de los valores. Que no disocie la humanización -y depredación- de la naturaleza, de la naturalización del hombre que se descubre más y más siendo un ser natural a la vez vinculado con el resto del mundo material, y único en su emergencia evolutiva.
El recorrido de nuestra indagación en este trabajo vuelve así a su punto de partida. Desde los estudios sociales críticos de la ciencia y la tecnología, atravesando críticamente la epistemología centrada en los estados burgueses, y regresando incluso críticamente a través de la gran filosofía moderna clásica de la ciencia y el conocimiento, avizoramos un camino posible de reencontrar la modernidad en su sustancia auténtica: la liberación y el desarrollo de la creatividad, la asociación y el intercambio entre los individuos y los pueblos, un camino para traspasar la forma burguesa de su inicio histórico, y abrir una forma alternativa de modernidad y cientificidad.
Bibliografía
Bensaïd, Daniel: Marx intempestivo. Grandezas y miserias de una aventura crítica (1995), Buenos Aires, Herramienta, 2003.
Bhaskar, Roy: A Realist Theory of Science (1975), Sussex, Harvester, 1978.
Bunge, Mario: Ciencia y desarrollo, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1980.
--- Seudociencia e ideología Madrid, Alianza, 1985.
--- Sociología de la ciencia, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1993.
Franklin, Allan: The Neglect of Experiment, Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1986.
--- Experiment, Wright or Wrong, Nueva York, Cambridge Univ. Press, 1990.
Hacking, Ian: Representar e intervenir (1983), México, Paidós/UNAM, 1996.
Klimovsky, Gregorio: Las desventuras del conocimiento científico. Una introducción a la epistemología, Buenos Aires, A-Z, 1994.
--- y Cecilia Hidalgo: La inexplicable sociedad. Cuestiones de epistemología de las ciencias sociales, 3ª edición, Buenos Aires, A-Z, 2001.
Laclau, Ernesto y Chantal Mouffe: Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia (1985), México, Fondo de Cultura Económica, 2004.
Lakatos, Imre: "Falsification and the Methodology of Scientific Research Programmes" (1969), en Imre Lakatos y Alan Musgrave (compils.): Criticism and the Growth of Knowledge (1970), Londres, Cambridge University Press, 1979.
Levins, Richard y Richard Lewontin: The Dialectical Biologist, Cambridge, Mass. Harvard University Press, 1985.
Longino, Helen: Science as Social Knowledge: Values and Objectivity in Scientific Inquiry, Princeton Univ. Press, 1990.
Lyotard, Jean-François: La condición postmoderna. Informe sobre el saber (1979), Buenos Aires, REI, 1989.
Marx, Carlos: El capital, volumen I (1867), México, Fondo de Cultura Económica, 1973.
Morin, Edgar: Introducción al pensamiento complejo (1990), 2ª edición, Barcelona, Gedisa,1995.
Piaget, Jean: Sabiduría e ilusiones de la filosofía (1968), Barcelona, Ediciones 62, 1988.
Gómez, Ricardo: Neoliberalismo globalizado. Refutación y debacle, Buenos Aires, Macchi, 2003.
Pickering, Andrew: Constructing Quarks: A sociological history of particle physics, Chicago, Chicago Univ. Press, 1984.
Prigogine, Ilya e Isabelle Stengers: La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia (1979), Madrid, Alianza, 1983.
Rorty, Richard: ¿Esperanza o conocimiento? Una introducción al pragmatismo (1994), México, Fondo de Cultura Económica, 1997.
Rush, Alan: Latinoamérica y el síntoma posmoderno. Estudios políticos y epistemológicos; Tucumán, IIELA-UNT, 1998.
[1] Daniel Bensaïd, en Marx intempestivo. Grandezas y miserias de una aventura crítica (1995), cap. 7, avanza audazmente en iluminar lo rico, diverso e inacabado de la producción de Marx. En El capital habría una tensión irresuelta entre tres tradiciones epistemológicas: i) la de la ciencia natural y social oficial burguesa, la tradición "inglesa y francesa" (Newton, Darwin, Adam Smith, etc.); ii) la crítica de lo ideológico y apariencial-mercantil de esa tradición en economía, como índica el subtítulo de la obra cumbre de Marx: Crítica de la economía política; iii) finalmente -recogiendo las exégesis de Enrique Dussel y otros-, la tradición que recupera a Spinoza desde Leibniz y Hegel, de la "ciencia alemana" o "dialéctica", que aspira a cierto conocimiento estructural o esencial por detrás de los fenómenos aparienciales, y que no puede reducirse a la cientificidad positiva y matematizable al menos en su forma histórica "inglesa y francesa" contemporánea a Marx.
[2] Edgar Morin sale al encuentro de científicos estrechos que tildan de utópico a su llamado a un renacimiento del conjunto de las ciencias -encerradas en el especialismo y reduccionismo bárbaros-, sobre la base del pensamiento complejo. Les dice: "Llega un momento en el cual algo cambia y lo que era imposible aparece como posible. ... Es la historia de Ícaro. ... Después de numerosos Ícaros, cada vez más evolucionados, vino el primer avión y, hoy en día, el Boeing 747... No se burlen demasiado de los Ícaros del espíritu... Ellos quisieran que saliéramos de la pre-historia del espíritu humano." Introducción al pensamiento complejo (1990), págs. 142-143.
[3] Las filosofías procesuales de Hegel o Engels son recuperadas con cautela por Edgar Morin, reivindicadas con entusiasmo por Prigogine y Stengers en su célebre libro La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia (1979), y usadas y repensadas desde la ciencia por los biólogos de Harvard Levins y Lewontin (1985). Análogamente, Bensaïd (ob. cit., cap. 10) documenta el interés de los físicos y economistas en los ciclos y turbulencias del mercado -priorizados por Marx contra el modelo de mercado en equilibrio-. Muestra que hay un fecundo diálogo ya en curso entre la dialéctica inspirada en Marx y la física y economía del caos.
[4] Según Lyotard, estamos ahora en el estadio posmoderno de la ciencia. He examinado críticamente esta concepción en mi libro Latinoamérica y el síntoma posmoderno. Estudios políticos y epistemológicos (1998), cap. 2.
[5] Morin, ob. cit, págs. 73, 78, 83, adjetiva críticamente a la epistemología funcional a la ciencia burocratizada con términos que apoyan mi caracterización "estatal": "epistemología armada", "pontificia", "judicial", "aduanera", "gendarme".
[6] Carlos Marx: El capital, vol. I (1867), pág. 303, nota 4: "Si nos fijamos en las representaciones abstractas e ideológicas de sus portavoces (los de la ciencia) tan pronto como se aventuran fuera del campo de su especialidad, advertimos enseguida los vicios de ese materialismo abstracto de los naturalistas que deja a un lado el proceso histórico."; Imre Lakatos: Falsification and the Methodology of Scientific Research Programmes (1969), pág. 148, nota 1.
[7] Un análisis análogo al ofrecido acá de Piaget, podría hacerse respecto de la concepción de las ciencias con intereses técnico, práctico y crítico en el Habermas de Conocimiento e interés (1968), otro hito en la filosofía reciente.
[8] De gran provecho es la crítica epistemológica y ética del neoliberalismo de Ricardo Gómez en Neoliberalismo globalizado. Refutación y debacle (2003).
[9] Esto tiene su expresión en el ámbito gremial: los científicos y universitarios estatales argentinos están agremiados en la CONADUH y ATE, desde donde organizan importantes protestas salariales, y contra la insuficiente democracia universitaria, etcétera. En cambio, los docentes de universidades católicas no están agremiados ni realizaron nunca, que yo sepa, protesta gremial o política progresista alguna. Tienen en general una relación de sumisión pastoral, doctrinaria y laboral respecto de sus tan piadosos como monetarizados empleadores.