03/11/2024
Por Achcar Gilbert
La debacle del gobierno títere afgano, sostenido hasta hace tres semanas por Washington, ha inspirado innumerables obituarios dedicados al poder imperial estadounidense. Creemos que estos responsos fúnebres son prematuros.
El movimiento contra la guerra no debe hacerse ilusiones. La era de las guerras imperialistas no ha llegado a su fin con su retirada de Afganistán. Lo que está ocurriendo no es más que una actualización de las lecciones que se extrajeron de Vietnam. Veremos en los próximos meses nuevas líneas estratégicas que permitan mantener el poder imperial de Estados Unidos, esta vez serán con una gestión más inteligente y con mayor rentabilidad política.
La derrota del imperialismo en Vietnam, concluida con la retirada de sus tropas en 1973, provocó una significativa revisión de sus estrategias y preparó al imperialismo para las guerras de la era digital. El impacto interno provocado por su descalabro fue enorme, y un intenso sentimiento de aversión a la guerra se extendió de manera duradera entre los jóvenes y los ciudadanos mayores. Los belicistas lo llamaron "el síndrome de Vietnam", porque consideraron que esta animadversión a las guerras era una enfermedad. Pero, no entendieron que se trataba de fuerte recelo público, muy saludable por lo demás, hacia la tendencia de las élites por las aventuras imperiales.
Después de Vietnam, en medio de una gran movilización pacifista, se hizo imperativo evitar otra guerra prolongada que terminara en un fracaso. Sin embargo, la estrategia elaborada durante los años de Ronald Reagan y George HW Bush, fue ignorada en la era posterior al 11 de septiembre. El resultado fue sorprendente: Bush hijo repitió muchos o casi todos de los errores de Vietnam en su "guerra contra el terrorismo".
Ahora Joe Biden está regresando a la estrategia post Vietnam. Este modelo se podría resumir en un menor despliegue de tropas sobre el terreno, pero, cuidado, de ninguna manera significa el fin de las agresiones imperiales.
Una revolución en asuntos militares
La nueva estrategia militar estuvo enmarcada por dos elementos: el fin del reclutamiento en 1973 y una "revolución en los asuntos militares".
El fin del servicio militar obligatorio y la transformación del ejército en un cuerpo profesional trajo consigo una reducción masiva del personal. En proporción a la población estadounidense, los militares en servicio activo son hoy menos de la mitad de lo que eran en 1973 (aunque sigue siendo el cuarto cuerpo de tropas más grande del mundo, después de China, India y Corea del Norte).
Ronald Reagan trató de compensar la reducción del contingente con un impresionante aumento del gasto militar. Este superó el 7 por ciento del PIB nacional durante su segundo mandato. El objetivo principal de este enorme gasto es investigar, desarrollar y producir una nueva generación de armas para aumentar la "destructividad" del ejército y así compensar la reducción de sus tropas.
Esta "revolución en los asuntos militares" fue acompañada de una nueva doctrina imaginada durante esa época. Sus diseñadores fueron, entre otros, Dick Cheney y Colin Powell, dos altos cargos de los gobiernos de Reagan y de Bush padre, que más tarde desempeñaron el liderazgo de las guerras posteriores al 11 de septiembre.
El núcleo de la nueva doctrina es que Estados Unidos debe evitar el tipo de guerra llamada "escalada", que lo había empantanado en una guerra prolongada y políticamente costosa en Vietnam. En cambio, el imperio sólo debía librar guerras por tiempo limitado desde una posición de "superioridad abrumadora". Al hacerlo, debería apuntar a cero muertes entre los militares estadounidenses minimizando la participación de las tropas en el terreno y recurriendo en su lugar a la guerra remota.
La primera guerra del golfo contra lrak (en aparente reacción por la invasión de Kuwait) fue, también, la primera guerra a gran escala de Estados Unidos después de Vietnam, y para todos los efectos, sirve de libro de texto de la "nueva doctrina militar''.
Estados Unidos esperó varios meses hasta que construyó una impresionante fuerza militar en las proximidades de lrak y Kuwait. Luego lanzó una devastadora campaña de bombardeos que apuntó no sólo a las tropas iraquíes sino también a la infraestructura civil de lrak, que, combinado con el severo embargo - impuesto a lrak durante doce años - provocó un número de muertos de proporciones genocidas (un exceso de mortalidad de noventa mil por año, según cifras de la ONU. Los combates en el terreno duraron menos de seis semanas.
Conociendo el ignominioso papel que desempeñó, como secretario de Estado, en la justificación de la ocupación de la segunda guerra contra lrak es instructivo leer los elogios que hizo Colin Powell a la guerra de lrak de 1991.
La primera Guerra del Golfo fue una guerra de objetivos limitados. Si no hubiera sido así, estaríamos ocupando Bagdad hasta hoy en día, a un costo imperdonable de dinero, vidas perdidas y relaciones regionales arruinadas.
Los analistas de la media oficial deberían examinar porqué el presidente Bush no ordenó tomar Bagdad después que derrotó al ejército iraquí. ¿Habría sido útil ocupar lrak en ese momento a un precio muy alto y en un escenario muy complejo? Afortunadamente, para Estados Unidos, Bush padre pensó que no valía la pena.
Lecciones aprendidas y no aprendidas
El legado estratégico de la era Reagan y Bush padre fue completamente ignorado por George Bush hijo, con la paradójica participación de Powell y Cheney.
La nueva administración actuó guiada por las políticas neoconservadoras desarrolladas por un grupo de expertos belicistas al que pertenecían la mayoría de los miembros del gobierno, y los ataques del 11 de septiembre de 2001 le brindaron una oportunidad de oro para que estos fanáticos pusieran en practica su arrogante programa denominado "Un Nuevo Siglo Estadounidense".
El objetivo principal era lrak. Donald Rumsfeld, a la sazón secretario de Defensa, quería invadir inmediatamente después del ataque a las torres gemelas. La opción de comenzar con Afganistán, defendida por Powell, finalmente se impuso, porque esa nación, era la base de Al-Qaeda.
Las guerras lanzadas a raíz del 11 de septiembre tuvieron poco o nada que ver una presumida "guerra contra el terror", en efecto, fue el inicio de las guerras por "un nuevo siglo estadounidense", guerras que siguen teniendo como objetivo la expansión y consolidación imperial.
Más allá de la destrucción de Al-Qaeda, Afganistán fue, sobre todo, una oportunidad para hacerse con una posición militar estratégica en Asia Central. Posición que se consolidó con instalaciones militares en las antiguas repúblicas soviéticas vecinas. Estas naciones están convenientemente situadas en las fronteras de Rusia y China, las dos potencias contra las que se ha diseñado toda la planificación militar estratégica, desde la Guerra Fría.
En lrak, los intereses eran mucho más obvios: el país tiene enormes reservas de petróleo y está ubicado en el corazón de la muy apreciada región del Golfo. La dominación de la región es una prioridad para Washington, tanto por su importancia estratégica; controlar el acceso a los hidrocarburos; como por su importancia económica; asegurar el flujo de petrodólares para la compra de armamento y de bonos del Tesoro estadounidense.
La diferencia entre los intereses estratégicos en Afganistán e lrak determinó dos tipos de guerra diferentes. La guerra en Afganistán comenzó de una manera que parecía estar en conformidad con las lecciones aprendidas en Vietnam: en 2002, el primer año de la guerra, solo se desplegaron 9.700 soldados estadounidenses en ese país (y 4.800 soldados de tropas aliadas). El pentágono ocupó determinadas ciudades para instalar sus bases y utilizó a los combatientes de la Alianza del Norte para luchar contra los talibanes en el terreno.
A pesar de esta estrategia, Estados Unidos ignoró una lección esencial al plantearse como objetivo "la construcción de un estado en Afganistán". En su intento de asegurar el control del país con un gobierno títere la guerra se transformó en una «escalada». Aún así, el número de tropas estadounidenses desplegadas en Afganistán fue menos de veinticinco mil en 2007, seis años después del inicio de las operaciones.
Si comparamos el número de tropas desplegadas en lrak, cerca de 142.000 en 2003, la diferencia es considerable. Este nivel que se mantuvo durante el primer año de Barack Obama, después el gobierno se vio obligado a disminuir el número de efectivos sobre el terreno.
Washington era, de hecho, incapaz de enviar más tropas a lrak: el Pentágono había advertido a Rumsfeld que controlar lrak requeriría no menos del doble de los soldados que se enviaron en 2003, este esfuerzo que habría sido insostenible y abiertamente peligroso para las capacidades militares de Estados Unidos. Pero, "los expertos" de la administración Bush mantuvieron obstinadamente que "las tropas estadounidenses habían sido recibidas como libertadoras» por los iraquíes.
El autoengaño los llevó a llevar a despreciar las lecciones aprendidas en Vietnam: la descripción de Powell hecha en 1992 es precisa al respecto: «las fuerzas de ocupación en lrak en los años venideros (con la instalación proconsulado estadounidense) será muy costoso y demasiada compleja para nuestro país".
lrak se convirtió rápidamente en un atolladero para los estadounidenses. Los insurgentes recurrieron a ataques suicidas y actuaron con el apoyo de una población árabe mayoritariamente sunita. El atolladero se transformó en un desastre en 2006, cuando las tropas estadounidenses se vieron envueltas en una guerra civil entre sectas religiosas.
El fracaso en lrak se había vuelto flagrante y la clase dominante estadounidense hizo sonar el silbato. Una comisión bipartidista del Congreso ideó una estrategia de salida basada en un cambio radical de táctica, y Rumsfeld se vio obligado a dimitir.
El "aumento", como se le llamó, consistió en un fuerte refuerzo "temporal" de las tropas imperiales (hasta 157.800 en 2008). De esta manera se logró asestar un duro golpe a Al-Qaeda mediante el apoyo de los sunitas. Dado que esto coincidió con la lucha sectaria, los iraquíes tuvieron la percepción que los estadounidenses actuaban como un escudo que protegía la minoría árabe sunita.
Este situación aumentó la presión sobre la mayoría chiítas, que, respaldada por Irán, decidió que se debía poner fin , lo antes posible, a la presencia de las tropas imperiales. Por lo tanto, aunque la "superioridad abrumadora" tuvo éxito al comienzo (mientras tanto, Al Qaeda era rebautizada como Estado Islámico), Washington no pudo mantener el nivel de su presencia militar en lrak.
En 2008, Bush llegó a un acuerdo con el gobierno lrak: las tropas estadounidenses evacuarían las ciudades el año siguiente y saldrían de todo el país a finales de 2011.
Las debacles en Afganistán e Irak
La derrota de Estados Unidos en lrak tuvo enormes consecuencias. Revivió el «síndrome de Vietnam» y afectó la «credibilidad» de Washington. En lugar de disuadir a sus oponentes, Estados Unidos los había envalentonado, especialmente en Oriente Medio. Irán amplió su participación militar regional después de 2011; el Estado Islámico de lrak, convertido en Estado Islámico de lrak y Siria (ISIS), invadió una gran parte del territorio de lrak en 2014; y Rusia intervino, llamado por el gobierno de Siria, a partir de 2015.
Si comparamos este escenario con la derrota en Afganistán esta es mucho menos importante a pesar de ser mucho más espectacular.
Obama pensó que podría sacar a Estados Unidos de Afganistán con una nueva versión del "aumento" iraquí. En su primer año como presidente duplicó con creces el número de efectivos, alcanzando un máximo de 90.000 hombres. Luego los redujo de 60,000 y en 2013 decidió que las tropas estadounidenses no participarían en operaciones de combate y se limitaran a ayudar a las fuerzas gubernamentales afganas del gobierno títere.
Paralelamente, su administración inició conversaciones con los talibanes en Doha, la capital de Qatar. Entonces, Obama anunció un calendario para la retirada de la mayoría de sus unidades militares. En 2016, no quedaban más de 7.000 soldados estadounidenses en Afganistán.
El factor que llevó al ejército estadounidense de regreso a lrak y a Siria en 2014 es el mismo que prolongó la participación de Estados Unidos en Afganistán después de 2016: es el Estado Islámico, cuya franquicia surgió en Afganistán con el nombre de Estado Islámico de Khorasan (IS-K).
Con el asesinato de Osama bin Laden en 2011, Obama creía haber cumplida la "misión" de la guerra contra el terrorismo, sin embargo, la actividad del IS-K canceló esa pretensión. Esto explica la decisión de DonaId Trump de aumentar el número de tropas en Afganistán, duplicándolo a 14.000, a pesar de sus reiteradas promesas de poner fin a las guerras en curso. El «aumento» de Trump tuvo como objetivo de asegurar las condiciones para una retirada final de las fuerzas militares imperiales.
Después de llegar acuerdo en Doha en febrero de 2020, Trump redujo el número de soldados con el compromiso de completar el retiro antes del 1 de mayo de 2021. Cediendo a las exigencias los talibanes, como parte del acuerdo, Trump obligó al gobierno títere de Kabul a liberar a 5.000 prisioneros.
Mientras tanto, el IS-K se había convertido en un foco importante del terrorismo yihadistas. Cuando Trump, lanzó en Afganistán "la madre de todas las bombas" (la bomba no nuclear más poderosa de Estados Unidos) no fue contra los talibanes sino contra IS-K.
Afganistán se había convertido en una guerra hobbesiana "de todos contra todos" que involucraba a tres fracciones: el gobierno de Kabul, respaldado por las fuerzas estadounidenses, los talibanes y el IS-K. En esta situación Trump ejecutó ataques contra el IS-K y apoyó a los talibanes.
Por otro lado, la retirada gradual de las tropas estadounidenses demostró que las fuerzas afganas sostenidas por Estados Unidos no eran rivales para los talibanes. Como en 1996, cuando asumieron el poder por primera vez, no fue difícil para los talibanes contrastar su puritanismo con la corrupción de sus rivales.
El gobierno de Kabul no solo era corrupto, además, estaba bajo control extranjero. Un gobierno con tan poco crédito no pudo motivar a sus soldados a arriesgar sus vidas, para mantenerse en el poder.
El colapso del gobierno afgano se compara con Saigón en 1975, pero, aunque parezca increíble el gobierno títere de Vietnam del Sur tenía más raíces que el gobierno de Kabul, su existencia provenía desde largo, desde la era del colonialismo francés. Después de la retirada estadounidense, el régimen de Vietnam del Sur resistió durante dos años, contra un ejército popular que Estados Unidos no había podido someter con más de medio millón de tropas.
La situación más parecida a la debacle del gobierno de Kabul es la debacle de las fuerzas iraquíes, entrenadas y armadas por Estados, Unidos frente a la ofensiva de ISIS en el verano de 2014. El gobierno de Nouri al-Maliki de lrak era tan corrupto como el de Kabul. Además, era chiíta y los soldados árabes sunitas no estaban dispuestos a arriesgar sus vidas luchando contra el ISIS. Nada se parece más al reciente desfile de los talibanes con equipo estadounidense que el desfile del ISIS con equipo similar incautado a las tropas iraquíes derrotadas en 2014.
El imperialismo repite sus locuras
En este contexto Joe Biden decidió respetar el acuerdo firmado por su antecesor, y extendió el plazo de la retirada por cuatro meses, hasta finales de agosto. Su desprecio por los aliados afganos de Washington, así como su desprecio por los afganos en general, se hizo evidente por el desgano que ha demostrado su gobierno con los refugiados de ese país.
Desde el principio, las mujeres afganas, una vez utilizadas hipócritamente como un pretexto para justificar la perpetuación de la intervención estadounidense, han sido víctimas del gobierno de Estados Unidos y de los talibanes.
Pero Biden dijo la verdad cuando, en su alocución del 31 de agosto declaró, "Nos enfrentamos a dos opciones: cumplir el acuerdo de la administración anterior y extenderlo para tener más tiempo para que la gente salga; o enviar miles de tropas y escalar la guerra». El uso del término «escalada» relacionado con Vietnam no fue accidental. Todo el discurso de Biden se basó en las lecciones estratégicas posteriores a Vietnam. Las locuras de la administración de George Bush hijo - tanto en lrak como en Afganistán - han enseñado al imperio estadounidense que les será muy costoso desconocerlas.
La revisión estratégica posterior a la guerra de Vietnam no pretendía inaugurar una nueva era pacifista en la política de Estados Unidos. Solo tenía la intención de ajustar las expediciones imperialistas a lo que es militarmente más efectivo y políticamente menos costoso.
Barack Obama se ajustó a las reglas post Vietnam con la utilización de los drones asesinos. Trump siguió el mismo camino. Pero, sorprendentemente, tanto Trump como Biden inauguraron su presidencia con ataques con misiles de larga distancia en Siria. Con estas agresiones Washington está comunicando a todo el mundo su voluntad de utilizar los medios remotos que poseen sus fuerzas armadas.
Esto es, de hecho, lo que Biden prometió en su última alocución:
Mantendremos la lucha contra el terrorismo en Afganistán y en otros países. Simplemente no necesitamos combatir en una guerra terrestre para hacerlo. Tenemos lo que se llama capacidades sobre el horizonte, lo que significa que podemos atacar a terroristas y objetivos sin /as botas de nuestros soldados en la tierra, o con muy pocos, si es necesario.
Habrá que creer lo que dice Biden: Él está anunciando, al descubierto, en qué consistirán las acciones imperiales en el futuro: ataques a varias escalas, desde asesinatos individuales con drones hasta ataques con misiles. Será, a partir de ahora, el un patrón regular de su estrategia, junto con la "disposición para ejercer una superioridad abrumadora" y destruir un país como lrak en 1991. Eso sí. .. sin involucrarse en "/a construcción de un estado'
Con el "síndrome de Vietnam" recargado, existe una fuerte desconfianza contra las expediciones a gran escala entre la población estadounidense, incluido el ejército. Pero, lamentablemente hay mucha menos atención y acción por parte del movimiento contra la guerra cuando se trata de las masacres perpetradas por Estados Unidos con drones y ataques puntuales.
El movimiento contra la guerra debe considerar tales acciones por lo que son: actos de guerra. Debemos movilizarnos contra su continuación, así como contra todo tipo de expediciones imperialistas.
Gilbert Achcar es profesor en SOAS, Universidad de Londres. Sus libros más recientes son Marxism, Orientalism, Cosmopolitism (2013), The People Want: A Radical Exploration of the Arab Uprising (2013) y Morbid Symptoms: Relapse in the Arab Uprising (2016).