21/11/2024
Por Mazzeo Miguel
Es que la sociedad burguesa sólo superó la servidumbre y el esclavismo interiorizándolos. Hoy hay más esclavos y siervos que en la Antigüedad y en la Edad Media.
Ludovico Silva
Filosofía de la ociosidad
En la últimas décadas, como nunca el antes, el desarrollo del capitalismo ha contribuido a consolidar el imperio del fetichismo. Los perdedores y las perdedoras asumen el punto de vista de la ganancia y quedan ciegos y ciegas para la explotación, la plusvalía, la represión. Los y las de abajo reproducen (reproducimos) la lógica de los y las de arriba, habitan (habitamos) absortos y absortas dentro de la hegemonía burguesa. Al decir de Christian Ferrer: “las víctimas se han acostumbrado a colaborar con su desgracia y reproducen el mecanismo giratorio del infortunio”.[1] Los desheredados y las desheredadas hablan el idioma del anticomunismo genérico, la lengua misma del opresor. Un anticomunismo genérico que adquiere sentidos abiertamente anticomunitarios.
Amplios sectores de clases populares, los y las intelectuales (en un sentido extenso), han perdido la capacidad de indignarse frente al poder y su ostentación por parte de las clases dominantes.
Hace 50 años había un cántico de la militancia popular que rezaba: “¡qué lindo, qué lindo, qué lindo qué va a ser, el Hospital de niños en el Sheraton Hotel! El Sheraton y todo lo que significaba remitía a una realidad intolerable para muchas semióticas simbólicas que invocaban expropiaciones justicieras. Hoy, Nordelta (para citar un caso entre muchos) parece totalmente aceptado, prácticamente naturalizado, como si se tratara de un dato más del paisaje donde se alternan campos de Golf y barrios cerrados con barrios populares, villas y asentamientos precarios.
Lo sabemos: entre el Sheraton y Nordelta median un genocidio, unos procesos de electoralización y de precarización que hicieron su trabajo de zapa, especialmente en la sociedad civil popular. En todos estos años la sociedad argentina fue sometida a diversos reformateos aberrantes. ¡Cuánto han avanzado las “formaciones de poder” en las artes de disimular su propio funcionamiento! ¡Cuánto se han modificado las relaciones sociales, las subjetividades políticas, el lenguaje! ¡Cuánto han cambiado las formas de pensar y sentir! ¡Cuánto se ha perfeccionado la maquinaria de la cultura de masas del capitalismo!
¿Algo, alguna vez, ya sean procesos largos y soterrados o acontecimientos intempestivos, podrá restituirnos colectivamente el sentimiento de indignación frente a tamañas injusticias? ¿Qué praxis hará posible el dislocamiento de los valores sociales dominantes y frenará el proceso de deshumanización? ¿Qué praxis podrá devolvernos la autonomía telética?
El odio se clase se ha tornado unilateral. Las clases dominantes, los ricos, los “chetos”, odian la precariedad. Odian a los y las pobres. Y no les temen. Ni siquiera quieren pagar los costos de la anestesia o de la gestión ralentizada de la muerte, los transfieren hacía abajo. Desde ese odio (que los cohesiona), desde expresiones cargadas de violencia, convocan a diversos sectores de las clases subalternas: a las clases medias que poco a poco viran de la apatía a la maldad. Sin estas condiciones generales, sin los arraigos tan profundos e inalterados del neoliberalismo, los libertarios no tendrían eco en nuestra sociedad.
Por eso es necesario politizar la supervivencia. Politizar la vulnerabilidad. Politizar el hambre. Reconstruir un lenguaje de confluencia social por abajo: mitos, territorios. Para contrarrestar la atomización y la ciudadanía buchona, contribuyente, consumidora y usuaria (una verdadera anti-ciudadanía). Para no confundir las políticas públicas del subsistencialismo contenedor, caritativo, con una política popular. Para hacer que el hambre se convierta en antropofagia. Para que los y las que no tienen nada que perder vuelvan a ser peligrosos y peligrosas.
El trabajo acrecienta cada vez más el poder que lo domina y lo sojuzga, mientras enriquece el mundo burgués, empobrece su propio mundo (material, social y cultural). Las conexiones sociales cada vez más aparecen como medio para lograr fines privados. En plena crisis sistémica, los mecanismos reproductivos de los ideales burgueses (junto con la producción de los sujetos por los objetos) han adquirido una eficacia inédita, un perverso automatismo. La máquina de opresión funciona a pleno. Solo a través de la imposición de estas condiciones el capitalismo podrá seguir disimulando su esencial incompatibilidad con la democracia y la humanidad.
Entonces, no debemos cometer el error de subestimar a los libertarios. Aspiran al ultraliberalismo de masas y cuentan para ello con un basamento social prefabricado, suficientemente modelado, más exactamente: manipulado. Esa parte de la sociedad más auto-referencial y más aislada en su propia conciencia, esa parte sometida a la descolectivización de la relación laboral o social-comunitaria, es su principal base de maniobras. Hombres solos y mujeres solas que ya no esperan nada, subjetivamente replegados.
Los libertarios operan sobre las perplejidades de la “gente común” y el hombre sencillo”, en especial sobre la perplejidad de habitar un país donde la modernidad idealizada (blanca, masculina, capitalista, desarrollada, pudiente, jerarquizada, consumista, “civilizada”, hollywoodense, irresponsable) no puede ser una experiencia social cotidiana. Esta modernidad es la normalidad deseada e imposible que sólo existe en la conciencia intelectual de la “gente común” y el “hombre sencillo”. ¡País de mierda!, dice la “gente común”, ¡hay que matarlos a todos! dice el “hombre sencillo”, cuando esa experiencia social “desinfectada” se le muestra esquiva. La “gente común”, el “hombre sencillo”, suelen ser seres carentes de personalidad que solo respetan al poder que tratan de imitar.
Los libertarios no solo se nutren de la soledad, el egoísmo, la arrogancia y la impiedad producidos por la máquina de opresión, sino que también maniobran sobre las angustias y el hastío (y también sobre los deseos insatisfechos) de esa parte de la sociedad argentina que no puede vislumbrar una contra-modernidad. Así, el egoísmo y la impiedad encuentran un terreno cada vez más amplio donde enraizarse.
Los libertarios pueden considerarse como un síntoma de un círculo fatal basado en un proceso de retroalimentación política entre el capital y los seres destructivos (autodestructivos) que produce, entre el avance de la economía mercantil y la alienación social. ¿Estaremos frente a nuevo ajuste histórico de la macro política del capitalismo a su micro política?
Lo incontrastable es que se torna cada vez más necesaria una praxis política capaz de intervenir de forma inmediata en la vida cotidiana de las clases subalternas y oprimidas, especialmente en los espacios en donde laten tendencias rupturistas respecto del fetichismo y la alienación. Esas praxis micro-políticas resultan tan importantes como las praxis macro-políticas, es decir, como el horizonte (el proyecto) emancipador capaz de exceder las limitaciones del reformismo institucional. En la articulación de esas praxis está la clave para la construcción de máquinas emancipadoras.
Finalmente, sostenemos que las clases dominantes recurren a los libertarios, en especial a sus expresiones más “radicales”, como vanguardias para instalar determinados temas en la sociedad. Los utiliza como constructores del sentido común reaccionario, como catalizadores de los micro-fascismos que atraviesan nuestra sociedad.
Bufones peligrosos, los libertarios le sirven a las clases dominantes para “popularizar” la flexibilización laboral, la desregulación económica, la privatización; para idealizar el perfil “fisiocrático” de la Argentina; para promover el desarrollo de un Estado en clave penitenciaria; en fin, le sirven para ampliar los márgenes del mercado capitalista y el Estado de malestar.
Viene de aquí
Lanús Oeste, 16 de junio de 2021
* Miguel Mazzeo es Profesor de Historia y Doctor en Ciencias Sociales. Docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad de Lanús (UNLa). Investigador del Instituto de Estudios de America Latina y el Caribe (IEALC-Facultad de Ciencias Sociales-UBA). Escritor, autor de varios libros publicados en Argentina, Venezuela, Chile y Perú.
[1] Ferrer, Christian, Cabezas de tormenta. Ensayos sobre lo ingobernable, Buenos Aires, Libros de Anarres, 2018, p. 125.