04/12/2024
Por Revista Herramienta
Las muestras de genuino dolor popular por la pérdida de un ídolo futbolero inigualable como Diego Maradona ponen el descubierto un entramado de subjetividades colectivas que nos dejan permanentemente en orsai y sin querer salir del fuera de juego y es allí donde esa imaginería desplegada ahora en torno al D10S impide revelarnos hondamente ante el mundo bestial, injusto y desigual que habitamos.
No son estas líneas las que podrán dimensionar la estatura deportiva de Maradona y su descomunal talento futbolístico que paseó por canchas del mundo y que tuvo algunas puntuales epopeyas vistiendo la camiseta de la selección argentina, pero sí las que intentarán reconocer que incluso esos lances heroicos y patrióticos no son más que otra buena gambeta del sistema para que sigamos en el mismo campeonato de siempre.
La imprevista muerte del hombre que aún por su propia vida plagada de excesos no deja de sorprender, es utilizada como parábola tranquilizadora más o menos para cualquiera que pretenda calzarse esa medalla de ocasión y -más homegéneamente- para atribuirle a Maradona un carácter de síntesis del ser nacional.
Para seguir alejando lectores ya puedo advertir que sin comprender qué cosa sería el ser nacional, me parece una categoría donde lo único que reconozco es el chauvinismo y por tanto lo rechazo. Y la segunda cuestión que me parece que aleja al astro de los mortales que habitamos aquí o allá es que logró ser el mejor en lo suyo, algo que el resto de la abrumadora mayoría de las personas no podemos siquiera rozar, en caso -además- de que eso fuera deseable y no constituyera otra mansa adhesión a la estructura jerárquica que nos oprime.
Por lo demás, muchas de las frases laudatorias en torno a Diego visitan su compromiso político y combativo pasando por alto su vida ostentosa y sus apoyos a personajes nefastos, una ecuación que parece saldarse apelando a una incoherencia atribuible a su origen marginal, en una singular y horrible simplificación de un mundo popular que no por su condición está privado de asumir y ejercer la consecuencia como lo demuestra la historia y el presente de tantas mujeres y hombres que en situaciones extremas no se doblegan y dicen lo que piensan y piensan como viven.
Acerca del origen humildísimo de Diego y el logro de “llegar” y tener chapa planetaria también podría apuntarse si su trajín de consumo, excesos y vejaciones no fue el precio que el propio sistema le puso (y él pagó con su cuerpo, su psiquis y su salud) para pertenecer.
No se trata aquí de presentar un decálogo de cuestionamientos morales a un muchacho que, en definitiva, se destacó a nivel mundial por jugar a la pelota sino de tratar de desentrañar por qué y cómo el “modelo Maradona” es utilitario a unos ideales de rebeldía que, sin embargo, operan como tranquilizadoramente inmovilizantes.
Es en ese punto que la apropiación del Maradona-emblema por parte de las expresiones del poder y quienes son funcionales a ella terminan abonando a esa caricatura que nos impide cambiar no sólo nuestra historia sino nuestro presente y futuro al celebrar su vida opulenta y contentarse con algunos gestos bravíos en medio de otros tantos deleznables.
Esa utilización de Maradona parece estar pasando por alto la vigorosa máxima acerca de que “lo personal es político” al glorificar a quien detentó una existencia al menos descuidada que regó hijes por varias latitudes. Difícil desentrañar en este punto si quizás se está habilitando un tiempo nuevo de tolerancias a quienes fuimos criados en modo patriarcal o simplemente se trata de un acto reflejo que copia lo que la política de arriba enseña todo el tiempo: acomodar las demandas al color de quién es su destinatario.
Cuando Maradona discurseaba a favor de causas nobles pero sin salirse de un séquito de acompañantes siempre siniestros a los que mantenía o se tatuaba al Che y apoyaba la reelección de Menem, por citar apenas dos situaciones reconocibles y comprobables de su tránsito, tal vez nos hablaba de la imposibilidad de cambiar las cosas desde ese molde y eso es lo que les permite venerarlo a quienes, en el fondo, están cómodos con el mundo malo conocido.
Esa exaltación inconducente del Diego revolucionario es la misma que abona cada día la lógica por la que el funcionario aspira a cambiar el mecanismo estatal desde adentro y deviene en engranaje, o cuando el sindicalista cae en la telaraña de la burocracia o la militancia agacha el lomo esperando la bajada de línea, sale a la caza fieles o habla en nombre de un padre o una madre superiora.
Si fuéramos capaces de asumir con dolor e incertidumbre que aquello que funciona estructuralmente en un sentido no puede mejorarse sino que debe ser cambiado para dejar que florezcan otras acciones y nuevas ideas que las sostengan, tal vez estemos dando un paso que sí le haga honor al Maradona futbolista que con su zurda de ensueño nos hizo creer por un rato que podíamos jugar e intentar ser felices.