08/12/2024
Por Revista Herramienta
Si hay algo que la pandemia puso en evidencia con fuerza, es que el capitalismo, como forma de organizar la sociedad, no puede garantizar algo tan básico como la vida. No resultan tan evidentes, en cambio, las vías para su superación. Quienes supongan que la pandemia puede dejar lecciones que impulsen a que quienes detentan el poder cambien el rumbo, minimizan o desconocen la lógica del capital y los estragos que ésta ocasiona en subjetividades que van siendo despojadas de todo rasgo de empatía y solidaridad.
Otra evidencia que reafirma esta pandemia es que lo conseguido clamando a los de arriba resulta nada en relación a las vitales necesidades del pueblo, por lo que urge organizarnos lxs de abajo para disputar el poder de transformar nuestras vidas y nuestras realidades.
Apenas un ejemplo (entre tantos) que hoy ha tomado mayor visibilidad es la destrucción de ecosistemas. A ello se suma algo de lo que hace unos meses ni se hablaba y hoy es tapa de noticas, es la cría industrial de ganado porcino, cuando está demostrado que con ello se crían sobre todo enfermedades y pandemias.Estudiosos que hace mucho tiempo vienen alertando sobre las graves consecuencias de la depredación del capitalismo sobre los bienes de la naturaleza, advierten que tras el Covid 19 se alistan en gatera varios virus más. Contra toda lógica de preservación de la vida, en lugar de rever la forma de producción de alimentos, el riesgo llevó a planear estrategias que permita sacar el problema de un territorio para diseminarlo por el resto de un mundoapremiado por graves crisis económicas, sociales y políticas y es así que China decidió trasladar gran parte de su producción porcina a países como la Argentina. Parafraseando a Atahualpa Yupanqui, “las pandemias son de nosotros, los cerditos son ajenos”. En este caso, los chinos no inventaron nada. Ya en 1992, el vicepresidente del Banco Mundial Lawrence Summers recomendaba trasladar las industrias contaminantes a los países dependientes aduciendo la existencia de
(…) costos más bajos con menores salarios, por lo que las indemnizaciones a pagar por los daños serán también más bajas que en los países desarrollados…. las sustancias cancerígenas tardan muchos años en producir sus efectos, por lo que esto sería mucho menos llamativo en los países con una expectativa de vida baja, es decir, en los países pobres donde la gente se muere antes de que el cáncer tenga tiempo de aparecer[1].
Lo que diferencia a Summers de otros que vienen gobernando el mundo es su poca capacidad de disimulo. Reveló con sus dichos no sólo la catadura moral de una clase social, sino la racionalidad que rige al sistema capitalista: es bueno y sensato lo que aumente la tasa de ganancia y si ello no coincide con la preservación de la salud y la vida, mala suerte, lógica que preanuncia otras” inevitables” catástrofes que, como el cambio climático, las pandemias, la pobreza, el hambre, la desesperanza, se ciernen sobre la humanidad dominada por el capital.
Deliberadamente poco se habla del modo con el que ha enfrentado Cuba la pandemia. En contraste con el resto del mundo, demostró que se puede salir partiendo de otras lógicas. No exportó sus capitales para apropiarse de bienes comunes y naturales, sino envió miles de médicos y medicinas. Su motor no fue la competitividad sino la solidaridad y la complementariedad, a pesar de la crítica situación de desabastecimiento que padece desde hace décadas por el bloqueo, hoy profundizada por las salvajes y criminales políticas de destructivas de Trump. Pensar una integración latinoamericana en base a estos parámetros no es un delirio, ya en su momento Hugo Chávez había convidado desde el ALBA a reconfigurar las relaciones políticas y económicas en Nuestramérica en base a similares parámetros, propuesta combatida por los países lacayos de EE.UU y desoída por los “progresismos”.
Y así como se visibilizan algunas cuestiones, los medios invisibilizan otras que hoy resultan vitales. Mientras las pantallas muestran las largas filas en busca de un café de Starbuks, se ignora o banaliza que por abajo, lejos de las lógicas del capital, abrazando las de la solidaridad y poniendo en el centro a la comunidad, miles y miles de compañeros/as mantienen el funcionamiento de la sociedad, ponen el cuerpo y el alma y se organizan solidariamente para llevar ayuda a otro/as miles que carecen de recursos para subsistir. A contrapelo de las lógicas del capital que todo colonizan, es necesario que estas construcciones solidarias y comunitarias, se desplieguen, invadan y trastoquen todo, acumulen fuerzas y cuestionen el poder establecido. Se va la vida en ello.
“Democracia”, derechas y protagonismo popular
Otra evidencia que no debe ignorarse es que el régimen “democrático” “representativo”“liberal” es un eslabón en la cadena de la dominación. La imagen de cartón de Esteban Bulrich en el Congreso es una buena metáfora del divorcio del poder político para con los intereses populares. La “democracia” ha perdido toda connotación de decisión popular, para referirse apenas y en el mejor de los casos al goce pasivo e individual de algunas salvaguardas del llamado Estado de derecho.
El caso del grupo económico Vicentín –grupo de estafadores y explotadores para hablar en criollo-, ilustra cómo la “democracia” se ajusta a la letra del mandato constitucional de que “el pueblo no delibera ni gobierna”. Por un lado, sectores del poder económico y político se enervan y tildan de “antidemocrática” la posibilidad de supervisar decisiones empresarias –como si éstas no afectaran a millones y no estuviera el sudor y la sangre de lxs trabajadores en la base de sus fortunas-, mientras otros amagaron tímidamente con una restringida intervención estatal para apuntalar la empresa. En definitiva, todos coincidieron en mantener lejos de las decisiones a los actores populares, como lxs trabajadores aceiteros -agrupados en su democrática y combativa federación sindical-, o la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) e importantes organizaciones socio-ambientales, que intentaron vanamente que las palabras del presidente sobre el “interés nacional” y la “soberanía alimentaria” no fuesen frases que el viento se lleva y la sed de ganancias entierra. Mientras la “grieta” se ensancha, la lista de quienes podríamos imaginar fácilmente de uno u otro lado se hace más larga.
Las declaraciones de Eduardo Duhalde –quien más que reporteado debiera estar preso- sobre la posibilidad de un golpe de Estado y su alerta sobre un clima peor al “que se vayan todos” del 2001, sintonizan con un clima de época: el avance de derechas radicalizadas y rabiosas en simultaneo con varias rebeliones populares en el continente (hoy en “pausa” a causa de la pandemia). Sus dichos sugieren que el capitalismo de hoy, a diferencia de los momentos en que se anunciaba el triunfo definitivo de la economía de mercado y la “democracia”, considera que ésta puede convertirse en un lastre. Se generaliza el aliento a este clima que desde la política acompaña al rigor que el empresariado viene aplicando en sus empresas. La gran patronal sabe que los Estados “democráticos” no están dando respuestas a las mayorías y aprovechan la situación para tratar de controlarlo todo, sin intermediarios y sin concesiones de ningún tipo para los sectores populares, como lo hace Techint, o Alfredo Coto con más de 600 trabajadores contagiados por Covid, o como los Blaquier que en el Ingenio Ledesma son responsables del contagio de centenares de trabajadores y de la muerte de 16 de ellos, pues es evidente en Jujuy la dictadura empresaria.
Otra expresión de este clima de época es el incremento del “gatillo fácil”, los femicidios, la furia de la “vecinocracia”, que clama por “mano dura” y se expresó violentamente contra lxs mapuches en Villa Mascardi o atacó un corte de ruta en la autopista Buenos Aires-La Plata al grito de “andate negro villero” y la represión a trabajadores y trabajadores que defienden sus fuentes de trabajo. Ya no se trata sólo de la oposición. Cuando Sergio Massa reacciona a la toma de tierras, no con planes de vivienda y empleo, sino con amenazas de quita de Asignación Universal por Hijo (AUH) y el IFE, o cuando María Eugenia Bielsa, la Ministra de Desarrollo Territorial y Hábitat de la Nación declara que “lo que está sucediendo respecto de las tomas, en muchos casos, tiene que ver con situaciones más delictivas” habilitan –e incitan- a reponer el “orden” con palos, piedras o a los tiros.
La política de Alberto Fernández de “reconciliación” con las FF.AA, de militarización de la cuarentena, de implementación del represivo Plan Centinela, la defensa y sostenimiento de un fascista como Berni y el pregonado “Refuerzo de la seguridad”, la construcción del derechista y “amigo” Horacio Larreta como posible recambio sistémico, abre puertas a la derecha desde la vía institucional. La “reforma judicial” constituye una pelea en las alturas que avanza en modificaciones secundarias a una Justicia desprestigiada, que no cambiará su carácter elitista y de clase sin profundas transformaciones debatidas seria y colectivamente.
Desde las izquierdas nos cuesta trascender la denuncia o terciar con propuestas que reconstruyan lo colectivo y lo común como alternativa a la supuesta antinomia “mercado-estado”, mantener independencia frente a la “grieta” (que no significa abstención ni neutralidad ante las provocaciones reaccionarias) y avanzar en la construcción de otro sistema verdaderamente democrático, con el pueblo como protagonista colectivo. Ante el preocupante crecimiento de las derechas neofascistas se defiende el régimen político existente, argumentando que es mejor a lo que podría venir, lo que parece sensato, pero es absurdo y peligroso, pues las derechas presumen ser una (ilusoria) alternativa y crecen aprovechando la disconformidad con una situación en que con la “democracia” “ni se cura, ni se come ni se educa”, reina la impunidad entre los ladrones de guante blanco mientras se llena las cárceles de pobres y ya ha ocasionado más de 7 mil muertes y desapariciones como la de Facundo Castro.
Es necesario incorporar voces de izquierda en las instituciones representativas o proponer mecanismos para perfeccionarel ejercicio de derechos “democráticos”, pero no alcanza y es peligroso quedar entrampados en la vía “institucional” cuando de lo que se trata es de recuperar el derecho del pueblo a decidir, construir sus propias instituciones y adoptar decisiones sobre todo lo que haga a la vida colectiva. Deberá ser, como diría Mariátegui, “creación heroica” y no adaptación a lo existente.
Deuda – Pago – Deuda – Pago, la historia sin fin de la dependencia y desigualdad
La deuda externa, al mismo tiempo que nutre las arcas imperiales, refuerza las cadenas de la dependencia. Al empresariado local, que sea fraudulenta, ilegítima e ilegal no le importa en lo más mínimo, si con ella ha ganado y espera seguir haciéndolo.
La alegría compartida entre el oficialismo y gran parte de la oposición por el acuerdo con los fondos de inversión remite a la consolidación de un rumbo que coloca en el centro al extractivismo exportador. Más allá de un alivio temporario en los pagos, que no va más allá del 2025, el país deberá ordenarse en función de la generación de dólares para el pago. Entre la agroindustria sojera para la exportación y la producción de alimentos para el pueblo, se priorizará la primera. El impacto sobre el empleo es enorme y desmiente declaraciones optimistas. Según datos del propio Ministerio de Agricultura, un pool de siembra de 17.000 hectáreas de soja y maíz emplea sólo a 21 personas. Esa misma extensión de tierra, destinada a la agricultura familiar con métodos agroecológicos, podría ocupar no menos de 2.500 personas y produciría verduras para alrededor de 2 millones de personas, impulsando el arraigo rural, la descentralización productiva y un descenso en la precarización de la vida urbana. ¿A cuál de las dos alternativas deberíamos apostar?
Un Fondo como Black Rock se frota doblemente las manos: por el acuerdo en una renegociación que le asegura cobrar la deuda con altos intereses (un 3,5% frente al 0,5% de interés de la Reserva Federal en los Estados Unidos) y porque el aliento extractivista le permitirá importantes ganancias en empresas donde tiene participación, como YPF o Pampa Energía.
Se alega que en las ya iniciadas negociaciones con el FMI no se aceptarán las exigencias de reformas laborales, previsionales y tributarias que dicho organismo requiere. No se dice que la lógica del sometimiento a la deuda llevará a aplicarlas por cuenta propia. De hecho, estas reformas ya están curso. Esta película es una reedición de otras que ya hemos visto, titulada ahora “Échale la culpa a la pandemia”: ha caído brutalmente el salario, creció la precarización, se empuja al teletrabajo, se suspenden gran parte de los convenios colectivos, la reforma en el cálculo jubilatorio que dejaría de considerar la inflación, hay trascendidos sobre cambios regresivos en la tributación de ganancias y en los aportes patronales. Estos son algunos indicadores que las reformas están en marcha, sin que por ahora adopten la forma de leyes cuya sanción (el pueblo ya lo demostró), tendría un costo político muy alto.
El retroceso en la propuesta de una renta básica universal y los anuncios de un probable plan de $8.000 ligado a un empleo de media jornada para 4 millones de personas, indican que no será prioridad terminar con el hambre y la pobreza y que siguen buscando proveer mano de obra barata al mercado, que sí decidieron auxiliar. Los fondos que se destinaron al auxilio empresario son seis veces mayores que los que se utilizaron para los insuficientes planes sociales. Que las políticas públicas sean cada vez menos universales no es menor. La focalización en algunos sectores –alegando problemas presupuestarios debido a la deuda y la pandemia - no constituye un “primer paso positivo”. Resultan certeras las palabras al respecto de Isabel Rauber, quien señala que “las políticas públicas, si no son derechos universales resultan dádivas y, en vez de empoderamiento, fomentan el desarraigo, la no pertenencia y la no apropiación de lo logrado”[2]. Por todo lo antedicho, festejar el alivio temporal a los pagos de la deuda externa oculta el entramado de dependencia y desigualdad que se tejen con sus hilos, así como abandonar todo proyecto de independencia nacional y de soberanía popular..
Ya en el año 2.000 el juez Ballesteros dictaminó la ilegalidad de la deuda, dando por probados 477 delitos cometidos en su toma. No sorprendería, si se investigara, que la deuda macrista supera tal record. No pagar una deuda fraudulenta de la que el pueblo no vio un peso es sin dudas una cuestión de ética y justicia. Es también una cuestión de interés de clase pues el bienestar popular debería estar por encima del interés de la clase capitalista. Nada de esto logra conmover la hegemonía construida alrededor de “honrar el pago de la deuda”. ¿Quién no escuchó a un familiar, un vecinx, un compañerx de trabajo que, aun sabiendo todo lo anterior, nos dice que “las deudas se pagan”? ¿O alegue que “no tenemos otra que pagar”? En realidad, con la deuda no se debaten sólo fraudes y de ajustes, se debate un proyecto de país y sociedad. El de los sectores dominantes viene siendo hegemónico: algunos proponen “crecer para pagar” y otros alegan “ajustar para pagar”, todos coinciden en presentar el pago cómo llave hacia el futuro.
Desde los sectores populares y las izquierdas denunciamos la falsedad de tales promesas y lo que sucederá si continuamos pagando. La ecuación es siempre la misma: ellos contraen la deuda, se llevan la plata y nosotros, el pueblo trabajador, la pagamos y nos empobrecemos cada vez más. Pero dado que con estas denuncias no logramos transformar la realidad, quedamos en el incómodo lugar de profetas de las malas noticias y más que concitar simpatías, podemos resultar víctimas de quienes llamen a “matar al mensajero”. Para no quedar en el “denuncismo” debe superarse una doble carencia.
Por una parte, se requiere un movimiento amplio, arraigado por abajo, por la suspensión del pago e investigación de la deuda. Más allá de declaraciones de “personalidades”, siempre necesarias y valoradas, deberá arraigarse en barrios, colegios y empresas. Sin hacer seguidismo al gobierno y quienes llamen a “no hacer olas” y dejando de lado el sectarismo de quienes que entiendan que un proyecto sostenido en la fuerza popular vale más que la “exactitud” ideológica de alguna consigna.
Es también imprescindible hacer visible un proyecto alternativo que aporte trazos gruesos de sentido, de los que el pueblo pueda apropiarse para repudiar el endeudamiento. No es lo mismo caer en default que decidir un no pago soberano para decidir los rumbos del país. Los pueblos que toman el destino en sus manos y repudian las cadenas de la deuda son capaces de vislumbrar que una patria grande liberada y una sociedad con igualdad y regida por la soberanía popular son posibles. Los ejemplos de Ecuador en el 2007 y de la Argentina rebelde del 2002 abonan en este sentido, aunque luego se frustraran.
La Argentina como semillero de viejos y nuevos sujetos de transformación que la crisis del capitalismo va pariendo
El triunfo de Alberto Fernández en las últimas elecciones a la presidencia sirvió para sacarnos de encima a Mauricio Macri, pero no lo califica como “gobierno popular” ni permite suponer que su contenido de clase y rumbo estén en disputa. Idas y vueltas, amagues y retrocesos, reflejan las tensiones de un gobierno que asume con un capitalismo en crisis y con un pueblo que ha demostrado a través de la historia saber resistir y luchar por sus derechos; “ellos” bien saben que lo que hoy parece agua calma no lo es y con solo un poco de viento pueden aparecer olas que se tornen imparables.
Haber elegido a lo más concentrado del empresariado, a la burocracia sindical y a los caudillos provinciales del PJ para festejar el 9 de julio constituye una postal de la alianza de clases y grupos sociales que sostienen a Fernández y con los cuales proyecta gobernar. Con algunos paliativos a la indigencia –aunque no a la pobreza- extiende la alianza hasta un sector de los movimientos sociales que le aportan gobernabilidad y a un sector minoritario de clases medias plebeyas y progresistas a la que dirige parte de sus discursos. A pesar de lo atípico del tiempo de pandemia, se puede entrever para dónde cincha el gobierno en la disputa por establecer quién debe pagar los costos de la crisis. Esto no varía con el postergado aporte por única vez a las grandes fortunas… si es que se concreta.
Cabe también vislumbrar los sujetos negados, aquellos que el poder oculta cuando promete un irreal capitalismo “en donde todo ganen”. Millones que alguien llamó alguna vez los “nadies” y carecen de la notoriedad que otorga rondar por las periferias del poder, pero constituyen los potenciales y protagónicos y sujetos de transformación. Si no son ellxs no lo será nadie y el país seguirá desbarrancándose. En un somero e incompleto recuento, desde una mirada que abarque el ámbito de la producción, de la reproducción social y de la acumulación por desposesión, encontramos a las mujeres, doblemente atacadas, en su rol de trabajadoras y sostén de la reproducción de la vida que el capital amenaza. Aunque el gobierno llegue a adoptar alguna especie de legalización del aborto –siempre que calcule que con eso podría avanzar en la canalización e institucionalización del masivo y disruptivo movimiento de mujeres y diversidades de género- intenta por ahora aplazarlo tanto como pueda, para no conmover los cimientos del poder (la Iglesia es uno de esos pilares en la Argentina). Y para no sentar el precedente de que el deseo pueda imponerse por sobre el mandato y el deber. Asimismo, se multiplican las comunidades directamente afectadas por el saqueo y la contaminación extractivista de los bienes de la naturaleza. Desde la resistencia surgen sujetos y organizaciones como las asambleas socio-ambientales o los colectivos de médicos y científicos contra los pesticidas y los cultivos transgénicos. Pueblos originarios enfrentan el mismo enemigo, mientras campesinxs y trabajadores de la agricultura familiar levantan las banderas de la soberanía alimentaria contra el agronegocio. Nacen agrupaciones de jóvenes contra el cambio climático al compás de la movilización global. Enfrentando el desempleo y la pobreza estructural, trabajadores desempleados, de la economía popular o de barrios precarizados se organizan bajo diversas modalidades y resisten la reconfiguración de los territorios al servicio del capital. El clientelismo, el asistencialismo estatalista o el corporativismo son predominan hoy pero no sin tensiones con quienes entienden la necesidad de politizar los reclamos y la articulación de actores y derechos que el capital niega. A caballo de la profundización del extractivismo y la especulación inmobiliaria se agravan la falta de vivienda y la cuestión urbana, generando reclamos que el gobierno se amalgama con “inseguridad” y responde con métodos represivos.
Lxs trabajadores siguen siendo un componente esencial para la pelea contra el capital. La combativa y masiva movilización de aquel marzo del 2017 que hoy parece tan lejano, al grito de “poné la fecha la p…” está guardada en la memoria popular y podrá reactivarse ante la profundización de los ataques por parte del nuevo gobierno, la impunidad empresaria y la complicidad burocrática que aún en momentos tan críticos que ha puesto al pueblo trabajador en situaciones dramáticas, no ha sido capaz de ponerse a la cabeza de la defensa de los derechos elementales arrebatados. Será entonces tal vez “con la cabeza de los dirigentes” al compás de las transformaciones en el mundo del trabajo, aparecen nuevos contingentes de trabajadores, como los cientos de miles de jóvenes trabajadores de plataformas que, en condiciones de suma precarización, han comenzado a organizarse sindicalmente y a luchar por sus derechos.
En el capitalismo argentino actual, la educación ha dejado de ser una herramienta integradora y promotora de cierta igualdad. Se bifurca en una lucrativa educación para pocos, junto a otra que cumple la función de producir mano de obra precarizada y de mera contención social. Nuestra pelea ya no se trata sólo de la tradicional lucha docente por el salario y el presupuesto, sino de enriquecerla con una pelea de la comunidad educativa por el derecho a la educación, los derechos de lxs niñxs y adolescentes, por buenas escuelas y por sus contenidos. En cuanto al conjunto de lxs trabajadores, no se trata entonces sólo de expulsar a la burocracia, sino de repensar y transformar las propias organizaciones de pelea sindical, para democratizarlas de raíz, abarcar los nuevos los problemas y abrirlas a la comunidad educativa.
El aumento de la represión y el “gatillo fácil” contra la juventud no constituyen excesos o residuos del pasado sino una política de Estado. Las víctimas son jóvenes y adolescentes pobres. Crecen en todo el país las llamadas “marcha de la gorra”. Familiares, vecinos, amigos/as y profesionales se organizan exigiendo justicia. Desde el poder, con la indispensable ayuda de los medios de comunicación, se intenta aislarlas antagonizándolas con la “inseguridad” vinculándola a los barrios más pobres. Los responsables tanto de los asesinatos de nuestros jóvenes y adolescentes como de la inseguridad se encuentran del mismo lado y las soluciones sólo pueden provenir de la intervención colectiva.
En la resistencia al control social y a la mercantilización de la cultura, brotan colectivos de comunicación alternativa, de arte y culturales, de resistencia digital y de todo tipo de valiosas iniciativas, que bullen bajo la losa mortal del capital.
La lista de sujetos que se van constituyendo se va haciendo más larga al compás de la crisis civilizatoria y de las resistencias –todavía fragmentadas- de los pueblos.
Nombrarlas es casi un ritual en quienes intentan construir alternativas de superación al capital. Sin embargo, ala hora de la construir alternativa política se los deja de lado y se buscan protagonistas entre los políticos y las instituciones del viejo sistema o se emulan sus prácticas.
Izquierdas, fragmentación y proyecto político-social
Siempre fue notoria la contradicción entre la gran combatividad del pueblo trabajador argentino -sostenida en la fortaleza y extensión de su organización de base-con el hecho que a la hora de una proyección política que decidiera los rumbos del país, se terminara delegando en representantes del poder del capital. Resulta tan llamativo este contraste con la gran fortaleza desde abajo, que el historiador Adolfo Gilly lo denominó “anomalía argentina”. En tiempos pasados que ya sólo se recrean en forma ilusoria, la Argentina pudo conciliar intereses y poderes antagónicos -tan contrapuestos como los que esa “anomalía” describe- bajo el techo de un mismo partido político. El escritor Osvaldo Soriano describe en “No habrá más penas ni olvido” la tragedia de cuando esta convivencia comenzó a ser imposible, en una escena en la que un trabajador combativo y su asesino gritan al unísono, uno antes de morir y el otro al apretar el gatillo, “Viva Perón, carajo”. En forma menos literaria y más trágica aún, tanto Facundo Castro como Sergio Berni se referenciaban en el peronismo. Aunque el primero militara en “Jóvenes por la memoria”.
La situación, en tiempos de pandemia, hace más urgente aún construir la independencia del pueblo trabajador de los proyectos del capital que de una u otra manera–ya sea en forma descarada o buscando consensos imposibles- terminan jodiéndonos la vida. Las izquierdas no estamos logrando aportar a esta independencia que cuaje en un horizonte común para las clases populares, horizonte que eludiendo las prioridades del capital, ponga en el centro la reproducción de la vida y la felicidad del pueblo.
Nuestra creciente fragmentación no encontrará vías de solución, en tanto no coloquemos en el centro de nuestras prácticas el aporte a la articulación del pueblo trabajador, fragmentado en múltiples actores sociales. Las peleas sectoriales, si bien imprescindibles para defendernos de los ataques del capital y para la constitución de los actores sociales, si no encuentran modos de articulación social y política, terminan por enmascarar que todas las opresiones tienen raíces comunes que responden a la misma lógica del capitalismo patriarcal y racista. Como sostiene la escritora y militante popular Isabel Rauber, necesitamos superar
… el predominio de la vieja cultura política que separa y contrapone lo social-reivindicativo de lo político-social y de la supremacía de las prácticas que la sostienen. Y cómo, según esa concepción, lo reivindicativo tiene un techo que se transforma en obstáculo para la comprensión de lo político y para la acción política, se considera indispensable “dar el salto” y pasarse a las filas de un Partido Político, considerado el único espacio donde supuestamente se protagoniza la política”[3].
Las izquierdas partidarias, junto y en plano de igualdad a la gran diversidad de organizaciones que el pueblo creativamente va construyendo, necesitamos superar la escisión entre la “política” -a la que se abocan los Partidos- y la lucha reivindicativa a la que se relega al pueblo. Las clases dominantes pueden soportar mil luchas pero tienen muy claro el peligro que corren de darse esta articulación y acusan de “hacer política” a toda lucha que amenace con trascender las reivindicaciones sectoriales. Las izquierdas no tenemos similar claridad y a la hora de “hacer política” nos atenemos a esa “vieja cultura política” que señala Rauber.
A diferencia de los partidos del capital, rescatamos la lucha popular y participamos de ella, lo que resulta muy valioso. La pelea por conseguir alguna reivindicación, un plato de comida, algunos pesos más es imprescindible, el riesgo que corremos es la despolitización de los/as compañeros/as cuando los temas políticos quedan a cargo de militancia. Doble despolitización en tanto que, si la política implica la acumulación de fuerzas y la construcción de poder popular, desacumulamos ante el desánimo que causa el deterioro constante de que lo que se consigue hoy con la lucha, mañana se pierde en las ofensivas del capital.
Fuera de la referencia del pueblo trabajador, al trascender a la política apenas en su nombre, en el gris terreno de una política escindida, de gestos sin pueblo, las izquierdas mayoritariamente se fueron replegando sobre sí mismas en un juego de espejos, o se adaptaron a proyectos ajenos. Proyectos ajenos que, como el del PJ, más allá del voto, hace décadas ya no constituye una vía de expresión del pueblo trabajador y espacio de diálogo con el mismo.
Recuperando el terreno del diálogo con nuestro pueblo en el terreno de las luchas, del aporte a su articulación unitaria (aunque diversa) y a su construcción como sujeto social y político al mismo tiempo (cosa que el capital no admite), necesitamos superar la tentación de esencializar algún sector del diverso pueblo trabajador elevándolo sobre el resto y a “confundir entonces la propuesta de horizontalidad en las interrelaciones sociales con una determinada forma organizativa”[4].
Necesitamos anunciar desde hoy el nuevo mundo, la nueva sociedad a construir sobre la derrota de las fuerzas que sostienen al capitalismo patriarcal. Anunciar que un eco-socialismo feminista es posible, necesario y urgente. Pero no servirá hacerlo desde el púlpito y la soledad sino recuperando lo que en germen ya construye y prefigura nuestro pueblo. Desde la identificación de cada componente de nuestro pueblo fragmentado, para su fortaleza y articulación, construyendo fuerza política y social. Desde los movimientos como el necesario para la suspensión del pago de la deuda que podamos construir. Desde el rechazo a la adaptación a lo existente y la recuperación de las tradiciones rebeldes.
Necesitamos una alternativa social y política capaz de construir una conducción no jerárquica común de la diversidad de los sujetos populares, con la capacidad de sintetizar en nuevas identidades plebeyas las diversas tradiciones y bagajes de izquierdas y de todos/as quienes decidan que no quieren más de lo mismo. Puede ser la última y real barrera a los neofascismos que brotan del bárbaro y salvaje capitalismo existente, en el que la humanidad corre el riesgo cierto de perderse para siempre.
[1]https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/1-21638-2006-04-20.html
[2]Rauber, Isabel. Descolonizar la subjetividad. Hacia una nueva razón utópica indo-afro-latinoamericana. La Habana, Editorial Filosofi@.cu, 2018
[3]Rauber, Isabel. Idem
[4]Rauber, Isabel. Idem