11/12/2024
Por Revista Herramienta
El punto de partida para una interpretación honesta de la situación brasileña es que la mayoría de la izquierda, incluyendo sus principales fuerzas políticas, ha venido subestimando a Bolsonaro.
1.
El punto de partida para una interpretación honesta de la situación brasileña es que la mayoría de la izquierda, incluyendo sus principales fuerzas políticas, unas más que otras, ha venido subestimando a Bolsonaro, por lo menos desde 2017.
Explicar semejante desdén es complicado. Una respuesta simple, aunque insuficiente, es que la izquierda moderada subestimó a Bolsonaro, porque comprender la atracción del discurso de la extrema derecha después de más de 13 años en el poder, hubiera exigido una profunda revisión autocrítica. Hay en esto un grano de verdad. En definitiva, algo de lo hecho estuvo muy errado. El problema no es reconocer que Bolsonaro arrastró, por diversas razones, a la mayoría de la clase media, el desafío es descubrir porque la mayoría de la clase trabajadora organizada, ancla social del PT desde los años 80, no se movilizó en defensa del gobierno de Dilma Rousseff. Fue una ausencia perturbadora. En consecuencia la izquierda moderada se abrazó a la táctica quietista de apostar a derrotar a Bolsonaro en las elecciones de 2022, calculando que acumularía un inevitable desgaste.
2.
La respuesta simple de la izquierda súper-revolucionaria es que Bolsonaro fue, esencialmente, un accidente electoral: las fuerzas de la clase trabajadora estarían intactas, y no se estaría construyendo el derrocamiento de Bolsonaro debido a la falta de decisión de las direcciones más influyentes. También aquí hay un grano de verdad. En definitiva, es injustificable la posición de los gobernadores de colaboración institucional con el gobierno de extrema derecha. Pero minimiza el significado reaccionario del golpe parlamentario y escamotea su confusión ante el mismo, y la ofensiva burguesa después de diciembre de 2015. En consecuencia, abrazaron la táctica de ofensiva permanente, apostando a "desbordar por la izquierda" a las direcciones mayoritarias y precipitar una situación prerrevolucionaria. Conclusión de la historia: todavía es muy difícil aceptar que estamos frente a un enemigo peligroso: una fuerza política neofascista con base social.
3.
La coyuntura cambió con la pandemia en marzo/abril. Desde el comienzo quedó claro que las dificultades serían muchas y de todo tipo. Ni siquiera había condiciones para garantizar las máscaras. Había consenso en prever que la pandemia tomaría la forma de calamidad humanitaria. Y, como si el desafío no fuese suficientemente grande, la postura de Bolsonaro transformó la crisis sanitaria en crisis política. El gobierno despreció la gravedad de la pandemia; fueron defenestrados dos ministros de la salud; una fracción de la burguesía, la mayoría de la clase media y los gobernadores de los Estados más importantes rompieron con la política de Brasilia; y finalmente Bolsonaro terminó aceptando la necesidad de una cuarentena, aunque parcial, incorporó al gobierno miles de oficiales de las Fuerzas Armadas; comenzó un asalto a la Policía Federal, forzó la renuncia de Sergio Moro, alentó movilizaciones respaldando un autogolpe.
4.
Cuando la pandemia golpeó al país, la mayoría de izquierda, moderada y radical, consideró que sería un desafío enorme y sin precedentes impulsar una estrategia sanitaria y política de reducción de daños en la escala necesaria para contener una contaminación tan acelerado. El sector de la población económicamente activa que tiene contratos se reduce al 50%: poco mas de 30 millones en el sector privado y 12 millones entre los funcionarios públicos. Otros 40 millones no tendrían como sobrevivir sin ayuda del Estado. Establecer una cuarentena tan rigurosa sería imposible porque la mayoría de la burguesía estaba en contra. El análisis era que la combinación de calamidad humanitaria y crisis económica debilitaría al gobierno Bolsonaro. Vendrían centenas de miles de muertes, decenas de millones de desempleados, crisis social aguda y, por lo tanto, una oportunidad. Esa previsión se confirmó durante los cuatro primeros meses. Pero el último mes cambió la coyuntura, y Bolsonaro se recuperó. Hay razones para pensar que se trata de una oscilación temporal, efímera, transitoria. Existen tendencias y contra tendencias. Factores que empujan en una dirección, y otros que los neutralizan, parcialmente. En verdad, lo que prevalece aún es la incertidumbre.
5.
Muchos factores incidieron en el cambio de tendencia en la coyuntura: (a) la distribución de la ayuda de emergencia de R$600,00 para 65 millones, la más voluminosa y amplia política de asistencia pública de la historia; (b) un paso atrás de Bolsonaro en la estrategia de auto golpe tras la prisión del asesor Queiroz, la remoción de Weintraub, y un re-acomodamiento ante el STF tras las investigaciones contra sus hijos, uno diputado y otro senador, por el gabinete del odio, fakenews y corrupción; (c) la re-negociación del arco de alianzas en el Congreso Nacional incorporando la mayor parte del Centrao a la base del gobierno; (d) nuevo pacto con la burguesía con un presupuesto de emergencia para 2021 manteniendo un techo en los gastos, reforma administrativa con gatillo para reducir salarios de los empleados públicos y reforma tributaria que simplifique la recaudación sin aumentar la carga fiscal; (e) imposibilidad para la izquierda de apoyarse en movilizaciones de masas callejeras debido a la pandemia, aunque se hayan dado valientes luchas defensivas, como el parate de los repartidores, en la Renault de Curitiba, las trabajadoras del Metro en San Pablo, o la resistencia al regreso a clases; (f) por último, la tendencia a la banalización de la pandemia en una franja importante de la base social y electoral de Bolsonaro.
6.
Entre todos estos factores, el menos comprensible es la naturalización de la pandemia, especialmente entre quienes apoyan a Bolsonaro. Ocurre sin embargo que estos constituyen al menos un tercio de la población. Esto es un problema. Y un problema, para la ciencia, es una cuestión a resolver. Diversas investigaciones señalan que existe una fuerte correlación entre los que no tienen miedo o tienen menos miedo al peligro de la pandemia y quienes apoyan al gobierno. Éste tiene mayor apoyo entre los hombres que en las mujeres, entre los más viejos que en los jóvenes, entre los menos escolarizados que en los más instruidos, en el sur que en el nordeste. La banalización de la pandemia que se traduce, grosso modo, en una tendencia a no culpar a los gobiernos por la calamidad sanitaria, está basada en muchos factores, y es difícil distinguir el peso específico de cada uno, pero podemos considerar que: (a) hay mucha confusión sobre lo que es la enfermedad y desconfianza en la información científica; (b) hay la percepción de que se trata de una fatalidad que castiga con la muerte a los más viejos y a los enfermos; (c) hay tendencia a hacer responsables a las mismas víctimas, que no serían capaces de cuidarse; (d) hay presión a favor de la re activación de la actividad económica, mucho más fuerte entre dueños de pequeños negocios y trabajadores informales; (e) hay cansancio por la cuarentena, después de cinco meses, y ansiedad por la vuelta a una rutina de vida normal; (f) hay una percepción de que lo peor de la pandemia ya pasó y que los de riesgos son aceptables.
Incluso tomando en cuenta estos y otros factores, que en franjas de la población crezcan la confusión, apatía, indiferencia e insensibilidad frente a una tragedia humana tan devastadora como la pandemia, debe inquietarnos. ¿Porqué, en definitiva? La banalización de la muerte no es normal. Pero la verdad es que la brutalización de la vida no sorprende en Brasil. Es una rutina social y política. Está basada en la des humanización de los más pobres, de los negros, de los desvalidos, y tiene profundas raíces que caracterizan Brasil: la esclavitud y la desigualdad social y racial. Por lo tanto, tiene respaldo en una fuerza ideológica. Una visión del mundo respalda la banalización de la pandemia. Atribuyendo la forma económica de la organización social contemporánea a las características de una naturaleza humana invariable -el hombre como lobo del hombre -, el reaccionarismo brasileño fundamenta su justificación del capitalismo en la desigualdad natural. La rivalidad entre los hombres y la pelea por la riqueza sería un destino ineludible. Somos malos. El impulso egoísta, la vocación a la holgazanería, la ambición insaciable o avaricia incorregible definirían nuestra condición. Es el fatalismo: el individualismo sería, en definitiva, la esencia de la naturaleza humana. La organización política y social debería ajustarse a la imperfección humana. Y resignarse. La humanidad, dominada por la mezquindad, por la ferocidad, o por el miedo, requeriría de un orden político disciplinario, y por lo tanto, represivo, que pusiera límites a las luchas intestinas como forma de "reducción de daños". En resumen y de manera brutal: el derecho a enriquecerse sería la recompensa de los emprendedores, los más valientes, los más capaces y sus herederos. La propiedad privada no sería la causa de la desigualdad, sino consecuencia de la desigualdad natural. Según los defensores de una naturaleza humana rígida e inflexible, las muy distintas habilidades y disposiciones características de los hombres hacen que exista la propiedad privada, y no a la inversa. La diversidad entre los individuos, innata o adquirida, sería el fundamento de la desigualdad social. En consecuencia, el capitalismo sería el horizonte histórico posible y el límite de lo deseable. Porque con el capitalismo, en principio, cualquiera podría pelear el derecho a enriquecerse.
El marxismo nunca afirmó que la condición humana sería la generosidad o la solidaridad. Tampoco sostuvo que sería imposible reconocer las características de una esencia humana. Lo que distinguió al máximo de otras tendencias igualitaristas fue la insistencia en la idea de que la condición humana sólo podría ser comprendida como un proceso de evolución histórica de relaciones sociales. Relaciones sociales inmensas en un proceso de cambio. Un proceso que deja abiertas muchas posibilidades. La humanidad transformó su relación con la naturaleza y se transformó a sí misma por medio de trabajo. Reconociendo que la naturaleza humana sólo puede ser comprendida a partir de las relaciones sociales, estableció que existen determinaciones que se modifican, y otras que se mantienen más o menos constantes durante un período histórico, que puede ser más o menos largo, hasta que también estás evolucionan. Decir que la esencia humana está condicionada por la forma de las relaciones sociales dominantes, significa reconocer que, si éstas favorecen a la envidia y la estupidez la mayoría de seres humanos tendrá comportamientos ventajistas y brutales. Pero no quiere decir que esas acciones respondan a impulsos innatos. Colaboración y conflicto siempre estuvieron presentes en las relaciones sociales, en diversos grados, a lo largo del proceso evolutivo. No sólo somos seres sociales, somos una de las formas de vida más sociales. Si no existiera capacidad de colaboración no hubiéramos sobrevivido.
Publicado en A terra é redonda el 28-8-1920. Traducción para Herramienta de Aldo Casas.
Valerio Arcary es historiador, Doctor en Historia por la USP (Universidad de San Pablo). Profesor titular en el IFSP (Instituto Federal de San Pablo). Miembro de la coordinación nacional de Resistencia, tendencia interna del PSOL (Partido Socialismo y Libertad).