22/12/2024
Por Revista Herramienta
Al comenzar el siglo XX, las concepciones de la socialdemocracia occidental habían dejado de ser revolucionarias, plegándose al evolucionismo. La Segunda Internacional había llegado a considerar que la "Modernidad", "el Progreso", "el curso de la Historia" y "las leyes del desarrollo económico" eran los vectores que preparaban y conducían al socialismo. Desconocían o minimizaba las contradicciones del capitalismo y cerraban los ojos al peligro de que la guerra arrastrase a la humanidad hacia la barbarie.
Kautsky, el más destacado teórico de la Segunda Internacional, contribuyó a la difusión de un marxismo vulgar y mecanicista, que "ataba" las posibilidades de cambio social al desarrollo de las fuerzas productivas y el perfeccionamiento de las instituciones democráticas, a las "leyes de hierro" de la economía y de la "necesidad histórica". El prestigio de los grandes partidos y la capacidad de encuadramiento de los sindicatos de masas educaba al proletariado en la necesidad de acumular fuerzas, organización y disciplina, a la espera de que madurasen las condiciones que permitirían a los socialistas "llegar" al gobierno.
Se confiaba en la posibilidad de un capitalismo "pacífico", esperando que la democratización de los Estados y la fuerza moral de la Segunda Internacional permitiría zanjar los conflictos interestatales por medios arbitrales... hasta que el 4 de agosto de 1914 la bancada parlamentaria del Partido Social-Demócrata Alemán votó los créditos reclamados por Guillermo II para ir a la guerra. Después, inmediatamente, de un día para el otro, la inmensa mayoría de los dirigentes socialistas de toda Europa capituló cada uno a sus respectivos gobiernos, pasando a ser social-patriotas. Kautsky "explicó" la catástrofe diciendo que que la Segunda Internacional estaba preparada para la paz pero no para tiempos de guerra...
También quienes se oponían a la guerra, los internacionalistas, minoritarios y dispersos[1] quedaron anonadados. No fue rápido ni sencillo superar tan inesperada como catastrófica derrota, restablecer contactos, superar antiguas diferencias y desconfianzas, cortar los lazos con la vieja Internacional y debatir bases y ritmos para un reagrupamiento dispuesto a luchar con métodos y perspectivas revolucionarias contra la guerra. Hubo aportes importantes de Rosa Luxemburgo, León Trotsky y Nicolai Bujarin, entre otros, pero aquí me ceñiré a los de Lenin, quien escribió por aquellos años El Socialismo y la Guerra (en 1914), El imperialismo y la escisión del socialismo y El imperialismo fase superior del capitalismo (ambos en 1916) para mencionar sólo tres de la inmensa cantidad de trabajos escritos en este período.
Sin dar la espalda a los debates más generales sobre la naturaleza y dinámica de la crisis del capitalismo, las mutaciones en el sistema mundial de estados y las incertidumbres que planteaba la Primera guerra mundial, los textos de Lenin se distinguen, en general, por la machacona insistencia en la necesidad luchar, teórica y prácticamente, por el derrocamiento del capitalismo. Todo el énfasis estaba puesto en la importancia del factor activo y consciente en la revolución. Para enfrentar los desafíos que planteaba la guerra apeló más que nunca (en lo que algunos llaman "giro hegeliano") al método y la dialéctica de Marx. Reflexionando sobre la situación mundial en cuanto totalidad, pudo denunciar la gravedad de la catástrofe (guerra mundial, desmoronamiento de la Internacional, millones de obreros matándose entre sí), sin dejar de advertir también que se abría la posibilidad histórica de derrocar al capitalismo, porque tamaños desequilibrios y sufrimientos incitarían a la revolución en Europa y que, en el caso de Rusia (el "eslabón más débil" del sistema) la guerra conduciría casi directamente la revolución y a la liquidación del zarismo.
Lenin no "proclamaba" el advenimiento de la revolución, ni pretendía con ello reanimar el golpeado ánimo de los militantes. Su sobria pero tajante caracterización era que la prolongación del conflicto, la inestabilidad de los gobiernos y Estados, y el creciente descontento de millones de proletarios armados, generaba "una situación revolucionaria" y la posibilidad de "saltos" en la subjetividad de individuos y masas. Todo su discurso apuntaba a ese desarrollo de la conciencia. Explicar que "transformar la actual guerra imperialista en guerra civil es la única bandera proletaria correcta" era ya parte del desarrollo de la revolución en el plano subjetivo.
La conferencia del puñado de internacionalistas que se reunieron en septiembre de 1915 en Zimmerwald[2] fue un importante primer paso hacia el reagrupamiento. Allí los bolcheviques lograron que la carnicería bélica fuese definida como guerra imperialista, pero la estrategia que proponían para enfrentarla fue rechazada, y no sólo por la mayoría centrista de los concurrentes, sino también por los espartaquistas alemanes y Trotsky. Hubo ásperas discusiones hasta que se llegó a una declaración consensuada que Lenin y sus compañeros aceptaron con reservas. Los otros participantes criticaron criticó la intransigencia, el ultimatismo y "espíritu de capilla" de los bolcheviques, cuyos métodos polémicos rayaban a veces lo injurioso. Pero justo es reconocer que, en lo esencial, Lenin tenía razón: los revolucionarios debían dirigirse directamente a las masas (y muy especialmente a los obreros y campesinos uniformados y armados) explicando que, para poner fin a la carnicería, la rapiña y la opresión imperialista a otras naciones, deberían levantarse en contra de sus propios gobiernos y transformar el interminable conflicto fratricida en una ola de guerras civiles y revoluciones, una revolución socialista internacional.
Ahora bien: preparar e intervenir en esa revolución socialista requería una perspectiva estratégica y un marco organizativo nuevos y eso, a juicio de Lenin, exigía una tajante delimitación de la socialdemocracia y también de los "centristas". Tal vez porque él mismo había idealizado a la socialdemocracia alemana y la había asumido como su modelo, era en esto intransigente:
La clase obrera no puede desempeñar su papel revolucionario en el mundo de no llevar una guerra implacable contra esa apostasía, contra esa falta de principios, contra esa actitud servil ante el oportunismo, contra ese envilecimiento teórico sin igual del marxismo. El kautskismo no es fortuito, sino un producto social de las contradicciones de la II Internacional, de la combinación de la fidelidad verbal al marxismo con la subordinación, de hecho, al oportunismo. (O. C., vol. 26, pag. 344).
Ya desde 1915 Lenin planteó la necesidad de construir una Tercera Internacional, comenzó a ajustar a las nueva situación sus ideas previas sobre la revolución en Rusia y a preparar al partido para asumir una nueva combinación de tareas. Escribió en septiembre de ese año:
(...) la guerra abarca ahora a toda Europa, a todos los países adelantados, en los que existe un poderoso movimiento socialista de masas. La guerra imperialista ha vinculado la crisis revolucionaria en Rusia, crisis que ha surgido sobre el terreno de la revolución democrática burguesa, a la crisis creciente de la revolución proletaria, socialista, en Occidente. Este vínculo es tan directo que ya es absolutamente imposible ejecutar por separado las tareas revolucionarias en uno u otro país: la revolución democrática burguesa en Rusia es ahora no sólo el prólogo, sino también una parte integrante inalienable de la revolución socialista en Occidente. (O. C., vol 27, pag. 28)
Es imposible no advertir acá el germen de las ideas que dos años después, y para escándalo de muchos "viejos bolcheviques", Lenin expresó en las Tesis de Abril. Más en general, cabe destacar que cuando formulaba tales previsiones, estaba aplicando algo que ya había aprendido y dicho desde el "ensayo general" que fuera la Revolución de 1905. Aquella experiencia le había enseñado o confirmado que para preparar la revolución es necesario preverla y, recíprocamente, que prever la revolución es también prepararla. Las previsiones de Lenin, basadas en una rigurosa y concreta consideración de hechos y circunstancias, incluyen también un elemento volitivo, porque se formulaban para esclarecer y motivar al proletariado y hacían parte de la gestación de esa situación revolucionaria. Si alguna previsión revelaba ser equivocada, o el desarrollo de los acontecimientos tomaba un rumbo inesperado, se la modificaba. En todo caso, su trabajo teórico es indisociable del esfuerzo práctico-político dirigido a fomentar una voluntad colectiva dispuesta a llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias.
En las antípodas de la Realpolitik a la que se aferraba la socialdemocracia, Lenin intentó llevar a la práctica un voluntarismo revolucionario que resultó ser más realista (al menos en el período de la guerra y durante el desarrollo de la Revolución en 1917), porque deliberadamente articulaba firme decisión estratégica y máxima flexibilidad táctica, partiendo siempre de “el análisis concreto de la situación concreta” y la “práctica social como criterio de verdad”. Utilizando esos mismos criterios podemos seguir aprendiendo con sus aciertos y sus errores.
[1] "Luxenburguistas" en Alemania, "tribunistas" en Holanda, "estrechos" en Bulgaria, seguidores de Tranmael en Noruega, socialistas pacifistas en Italia y Suiza, social-demócratas de Servia, casi todos los bolcheviques, mencheviques internacionalistas como Martov y eseristas rusos como el mismo Chernov.
[2] Los Zimerwaldianos realizaron una segunda conferencia en Kienthal, en abril de 1916. La Tercera Internacional haría su primer congreso en Moscú, entre el 2 y el 6 de marzo de 1919.