20/04/2024

Presentación

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Objeto recurrente de reflexiones y debates a lo largo de su historia, los intelectuales han recibido, en el curso de los últimos decenios, una atención intensa y variada. Los artículos que integran este dossier abordan la cuestión desde múltiples puntos de vista. El del prestigioso y entrañablemente recordado Carlos Nelson Coutinho (1943-2012) parte de una caracterización del concepto gramsciano de sociedad civil y de las ideas de filósofo sardo sobre la organización de la cultura con vistas a destacar la importancia específica de la “batalla de las ideas” en el marco de la lucha general en contra del capitalismo y a favor de una verdadera democracia socialista. A partir de estas consideraciones teóricas, el pensador brasileño realiza una ejemplar reseña histórica del papel desempeñado por los intelectuales en la historia del Brasil moderno, desde la colonia hasta el contexto posterior a la última dictadura militar, concluida en 1985. Concluye que la conquista de la democracia –“de un sistema de organizaciones abierto y pluralista, apoyado en una sociedad civil autónoma y dinámica” (pág. 25)– es base para el florecimiento de una auténtica cultura; a la vez, la “elaboración y difusión de tal cultura, contribuyendo a la hegemonía de los trabajadores” es “un momento imposible de eliminar en la conquista, consolidación y profundización de la democracia, de una democracia de masas que sea parte integrante de la lucha y de la construcción de una sociedad socialista” (ibíd.). La contribución del crítico norteamericano Russell Jacoby procede del primer capítulo de un libro ya clásico sobre el tema –e intensamente provocador–, orientado a examinar las condiciones de vida degradadas de los intelectuales en una era culturalmente dominada por la academia. Jacoby muestra, en forma precisa y persuasiva, de qué manera la migración de los intelectuales a las universidades, producida masivamente a escala mundial a partir de la segunda mitad de los años sesenta, produjo una exhaustiva (y nociva) mutación de todos los hábitos de pensamiento y escritura. Al abandonar los ámbitos públicos de difusión y discusión de ideas y recluirse en el mundo relativamente autosuficiente de los campus, las nuevas generaciones de intelectuales pasaron a emplear, por un lado, estilos de pensamiento formalistas y burocráticos; por otro, un lenguaje corrompido y confuso: un pesado galimatías desprovisto de cualquier atención al estilo, incomprensible para la gran masa del público lector e incapaz de dar cuenta de los problemas teóricos y críticos fundamentales de la vida social. Afincados sedentariamente en la rutina académica, los intelectuales norteamericanos más recientes –y cabe resaltar que el modelo ha sido replicado en el plano internacional– prefirieron renunciar al riesgo que implicaba el compromiso con los intereses, demandas y preocupaciones de la cultura global. El pensador mexicano José Guadalupe Gandarilla Salgado se apoya en consideraciones de Pablo González Casanova y Noam Chomsky para realizar una lúcida crítica de la hegemonía mundial de los EE.UU. y para definir la función de los intelectuales en “el momento más crítico en la historia de la humanidad”, en que a las arduas circunstancias impuestas por el capitalismo mundial contemporáneo se suma un considerable retraso en las luchas, e incluso la perspectiva de una “mayor derechización y hasta de protofascismo” (pág. 49). En esta situación se torna imprescindible más que nunca la participación activa del intelectual insomne; a quién si no a este “le corresponde clarificar en algo tan complejo panorama”, para que “en el cuerpo social no prevalezca la tendencia al suicidio colectivo o a escenarios en que prive el desencanto” (ibíd.).
En la entrevista a Paulo Arantes que incluimos en el dossier, el célebre filósofo brasileño sostiene la necesidad de que los intelectuales latinoamericanos combinen la más profunda reflexión sobre la realidad contemporánea con el compromiso concreto con la transformación de esta. Adorniano convicto y confeso, Arantes cree que la figura del intelectual sin ataduras ni intereses sociales y políticos resulta en Latinoamérica una aberración grotesca; al mismo tiempo, arremete contra una clase característica de intelectual de clase media a la que denomina (siguiendo a António Cândido) “radical de ocasión”, y que se caracteriza por ser un personaje “oscilante y, con todo, acosado por alguna circunstancia escandalosa, por el descalabro o la injusticia atroces” y que funciona “como precursor de una transformación social de la cual no tiene la menor idea y que tal vez sea incapaz de reconocer si, por acaso, se topa un día con tal maremoto” (pág. 55). Este tipo de intelectual “nunca sabe si tiene o no a la Historia a su favor, ni tampoco se cuida de eso; de ahí la multiplicidad de sus circunstanciales fidelidades”; este radical de ocasión se explica “por el colosal conservadurismo de la sociedad brasileña, una muralla de dominación prácticamente sin brechas” (pág. 56). Particularmente riesgoso sería, asimismo, “volver una vez más a esa aberración, a un original marxismo occidental de clase dominante, algo así como el ornamento crítico de una sociedad post catástrofe” (ibíd.). Omar Acha analiza agudamente la trayectoria intelectual y política de Oscar Terán, desde sus orígenes hasta llegar a la amplia crítica de la intelectualidad revolucionaria presente en escritos contemporáneos y posteriores a la última dictadura argentina. Verdadera crítica y autocrítica de toda una generación de intelectuales de izquierda argentinos, el “postmarxismo por pluralización” elaborado por Terán entre 1977 y 1986 es “una de las varias tareas imprescindibles” a la hora de “reconstruir un proyecto intelectual revolucionario” (pág. 68); es necesario “abrir el tiempo histórico que Terán y su fracción generacional creyeron clausurado, pensarlo como un mosaico de posibilidades abiertas, no coaguladas de antemano” (ibíd.). Sería productivo estudiar al joven Terán y su generación intelectual “liberándolo de la decepción con que el propio Terán, ya derrotado, lo recluyó en la cárcel de la historia” (ibíd.). El artículo de Miguel Vedda, finalmente, se ocupa en primer término de analizar las condiciones históricas de nacimiento del intelectual crítico moderno en el período de la Restauración, cuando una generación de intelectuales alemanes exiliados en Francia encarnó vívidamente el desgarramiento entre el imperativo de cultivar con el mayor rigor intelectual o estético posibles las exigencias de su propio métier y la exigencia de comprometerse radicalmente con la realidad política contemporánea. Rasgo definitorio de esta generación de primeros intelectuales fue la crítica de los sistemas doctrinarios heredados, como también la convicción de que una crítica teórica y prácticamente revolucionaria debería basarse en una exploración desprejuiciada y autónoma, capaz de trazar sus propias rutas de pensamiento y acción. En segundo lugar, estudia algunos puntos de inflexión fundamentales en el desarrollo de la intelectualidad crítica a lo largo del siglo XX para concluir con una caracterización de un presente marcado por la academización de la cultura. Por último, traza a grandes rasgos la silueta de Carlos Nelson Coutinho, como un intelectual que ha sabido interpretar en forma original y productiva las posibilidades específicas de nuestro tiempo, engendrando un corpus crítico ejemplar que elude los riesgos del “fordismo intelectual académico” contemporáneo, pero también los de un seudoensayismo que, fundado en “apelaciones no reconocidas a la doxa y en un lenguaje permeado de imágenes extraídas del sentimentalismo bien pensante y de las expresiones más insustanciales del periodismo”, es “más un producto de la industria de la cultura que una alternativa válida frente a ella” (págs 79 y s.). Esperamos que estas contribuciones ofrezcan, ante todo, la ocasión para continuar un debate cardinal y palpitante.
 

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