22/12/2024
Por , , Méndez Andrés
A la memoria de Emilio Corbière, quien me hizo útiles y valiosas observaciones sobre el primer borrador de este trabajo.
Una de las incongruencias más llamativas con que nos encontramos en cierto tipo de discurso político consiste en decir que tal o cual medida del Gobierno sólo se explica porque hubo un 19 y 20 de diciembre[1] y, simultáneamente, afirmar que hay una completa continuidad política y económica entre este gobierno y sus antecesores. La incongruencia consiste en otorgar al levantamiento de aquellos días un lugar central y condicionante, al mismo tiempo que se afirma que nada ha cambiado con él.
Naturalmente, es cierto que muchas medidas del gobierno de Kirchner (y, antes de él, de la fugaz presidencia de Rodríguez Saá y del año largo de Duhalde) sólo se pueden explicar recurriendo al terremoto social y político que sacudió al país en diciembre de 2001 y que se prolongó en una situación de movilización masiva y casi permanente durante el primer semestre de 2002.
Pero en el tipo de análisis al que me refiero el alzamiento popular aparece como un elemento exterior, en el mejor de los casos un condicionamiento, en lugar de ser, como creo que es, la matriz de los gobiernos posteriores.
Por supuesto, quienes hacen este tipo de afirmaciones se basan en datos ciertos, a los que me referiré más adelante. Pero no pueden dar cuenta de (y probablemente ni siquiera advierten) la incongruencia indicada.
Esto es así porque recurren a una caracterización estructural del Gobierno, en lugar de emplear una de tipo relacional.
Entiendo por análisis estructural el que se centra en qué es el Gobierno: los antecedentes de sus integrantes, su trayectoria política, su ideología, el tipo de vínculos que mantienen con las clases y sectores de ellas, etcétera. En cambio, llamo relacional al análisis que parte de la trama de relaciones económicas, sociales y políticas en que surgió y se desarrolla el Gobierno.[2] Es obvio que lo primero es importante y necesario, pero sólo si se lo considera en el marco de lo segundo.
En principio, este último tipo de análisis es adecuado en todos los casos, pero se vuelve indispensable cuando predominan, en el nivel mundial y nacional, situaciones que cambian con velocidad, crisis que alteran las condiciones "normales" de explotación capitalista y conflictos (entre naciones, entre clases y entre sectores de clase) que no se logra encauzar en los mecanismos rutinarios del sistema de dominación.
Y estos son precisamente los rasgos predominantes en este comienzo de siglo.
¿Cuál es la trama de relaciones actual?
En el nivel mundial
Las aventuras militares posteriores al 11 de setiembre han empantanado a EE.UU. en dos callejones de imposible o muy improbable salida: Iraq y Afganistán. Por ubicación geográfica, por recursos económicos, por población y por importancia política, el primero es mucho más grave que el segundo. En menos de un año, los yanquis han sufrido allí más bajas que en los primeros años de su intervención en Vietnam y su situación se deteriora por la resistencia de la minoría sunita, a la que, después de una frágil y breve convivencia con los ocupantes, se ha unido la mayoría shiita. La situación no ha permitido al imperialismo yanqui obtener las ventajas económicas que esperaba por la explotación de los recursos naturales iraquíes y la ocupación implica una carga adicional sobre los ya enormes déficits comercial y fiscal de EE.UU. El petróleo abundante y barato con que se ilusionaban los analistas burgueses brilla por su ausencia y, por el contrario, los precios del crudo han marcado records y amenazan con la vuelta a la temida combinación de estancamiento e inflación que caracterizó al capitalismo en crisis de finales de los años ’70.
Las muertes de militares norteamericanos, según las cifras oficialmente reconocidas por ese país, se acercan a las 800, y más del 80% se han producido después de consumada la ocupación de Irak. El propio gobierno norteamericano ha debido reconocer la falsedad de las "causas" con las que pretendió justificar la invasión y se encuentra seriamente comprometido por una investigación de su Congreso sobre la ausencia de cualquier medida de prevención para evitar los atentados del 11 de setiembre. No es casual que en el diario de extrema derecha New York Post, que apoya sin fisuras al presidente yanqui, se haya sostenido en la edición del 13/4/2004 que "Irak podría condenar a Bush". El escándalo por la aplicación sistemática de torturas a los prisioneros iraquíes, que estalló en mayo, dio definitivamente fin a la novela rosa de la "liberación" de Iraq.
Lo que en algunos momentos de la década pasada pudo aparecer como cierta armonìa entre las potencias imperialistas (puntuada, sin embargo, por recurrentes conflictos comerciales) se demostró un espejismo: proliferan las contradicciones y enfrentamientos, no sólo entre EE.UU. y la Unión Europea, sino dentro del mismo bloque europeo.
Rusia y China, por su parte, tampoco son acompañantes dóciles de la superpotencia hegemónica y aprovechan toda oportunidad para entorpecer sus acciones en política internacional, aunque procuren no poner en cuestión el orden capitalista global.
Washington no acierta a definir una orientación unívoca. Si bien emprende iniciativas ofensivas (Libia, Irán, Siria, Corea del Norte), su compromiso militar sin límites de tiempo ni de esfuerzo en Irak, no le permite lograr resultados contundentes en esos casos, con lo que en definitiva acumula conflictos irresueltos.
El crecimiento económico en EE.UU. no crea empleos, produciendo la paradoja de que la economía se haya convertido en tema de campaña electoral... contra el gobierno que preside el crecimiento del producto.
El ALCA, pieza maestra de la estrategia de un sector del capital yanqui, está lejos de contar con simpatías unánimes en su propio país, por no hablar de las resistencias que despierta en América Latina.
Más allá de las pobres cualidades personales de Bush, si su reelección se ha vuelto incierta es como expresión de una situación que, si aún es dudoso que pueda calificarse de crisis tout court, por lo menos merece considerarse como complicada.
No se trata de dar una idea de catástrofe inminente y mucho menos de derrumbe económico, pero el conjunto luce muy comprometido.
No es de menor importancia, aunque se refiera a pensamientos y no a hechos, que el modelo neoliberal esté en crisis. Sin duda, las modificaciones en la economía capitalista mundial que se operaron en los últimos veinte años siguen en su lugar y condicionan la política económica de todos los países. Pero el cuestionamiento, desde el nivel académico hasta el popular, es generalizado. El FMI, uno de sus principales brazos ejecutores, está profundamente desprestigiado y algunos de sus prominentes burócratas (como el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz) han abandonado el barco y se transforman en ácidos críticos de lo que antaño aplicaron y recomendaron con entusiasmo.
Sin ánimo de despertar infundadas esperanzas en las alternativas políticas disponibles, no puede dejar de señalarse algunos hechos que debilitan a los gobiernos capitalistas de Europa (y, muy en especial, a los más empeñosos colaboradores de la política imperial de Bush). La derrota aplastante del conservador español Aznar, víctima de su participación en la invasión a Irak tanto como de su propia estupidez; la debilidad y crisis creciente del hasta hace poco arrollador gobierno del italiano Berlusconi; las dificultades del inglés Blair para controlar a su propio partido, son otras tantas indicaciones de que la cercanía al presidente norteamericano es tan letal como la mordida de los dragones de Komodo. Pero, aunque no hayan acompañado la aventura iraquí, el francés Chirac y el alemán Schroeder pagan electoralmente las consecuencias de los planes de desmantelamiento de los sistemas de bienestar social.
En el nivel latinoamericano
El empeño de Bush por abarcar más problemas mundiales de lo que le permiten los brazos tiene fuertes consecuencias en el "patio trasero". El plan de intervención militar en Colombia ha quedado congelado sin plazo y el gobierno de Uribe ha perdido buena parte del terreno político y del ritmo de ofensiva que adoptó en sus primeros momentos. A pesar de su reforzada acción contra la guerrilla, ha cosechado derrotas electorales que lo han debilitado.
Las dos grandes ofensivas contra Chávez fracasaron y la tercera tiene mucha menos potencia que las anteriores, aunque cuente con el apoyo pleno del imperialismo yanqui, la simpatía apenas disimulada de Europa, la bendición de los obispos y la manipulación de una prensa casi unánimemente opositora.
La marcha hacia el ALCA es tortuosa y difícil. Los acuerdos bilaterales, salvo el ya viejo con México y el más reciente con Chile, se han limitado hasta ahora a pequeños países sin mayor peso económico ni político. En los espacios que el imperialismo no consigue ocupar, Brasil y la Argentina aprovechan para negociar su ingreso al ALCA en condiciones algo mejores que las que pretende EE.UU., lo que dificulta aún más la concreción del proyecto, cuyas últimas reuniones han ido de fracaso en fracaso. Del mismo modo, estos dos países emprendieron un curso propio ante la crisis boliviana. Mientras Washington pretendía sostener a Sánchez de Losada contra viento y marea, Brasilia y Buenos Aires optaron por apostar a su reemplazo y a la cooptación de Morales (al que rechazan los norteamericanos). Desde luego, obraron así por la preservación del orden burgués en la región, pero en todo caso, adoptaron un curso de defensa de ese orden diferente al que pretendía el imperialismo. Es prematuro, a esta altura de los acontecimientos, pronosticar si las insolencias autonomistas de tal o cual país latinoamericano irán en aumento (al estilo de la posguerra o de fines de los ‘60) o si se reducirán hasta desaparecer (al estilo de los ‘70 y ‘90). Esto dependerá de muchos factores, el menos interesante de los cuales es la propia voluntad de los dirigentes burgueses implicados. Pero en el presente es claro que las relaciones carnales no tienen vigencia (y no sólo en la Argentina).
Lo que ocurrió en Bolivia tiene una importancia enorme, más allá de los inevitables reflujos, divisiones en el movimiento de masas y maniobras capitalistas. La caída de Sánchez de Losada derrumbó una pieza clave de los planes imperialistas y el gobierno de Mesa no puede dar un paso sin mirar con atención a las fuerzas obreras, campesinas y populares. El que estas se muestren divididas ofrece un margen de maniobra al Gobierno, pero se trata de un margen ciertamente estrecho.
En el nivel nacional
Como queda dicho más arriba, la movilización del 19 y 20 de diciembre constituyó un giro en la situación nacional. No importa en qué medida haya intervenido una acción consciente del aparato peronista (que efectivamente existió), lo cierto es que se produjo un auténtico levantamiento popular que no solamente provocó la caída de De la Rúa, sino que, en rápida sucesión, fue la base de la declaración del default, de los planes para desocupados (miserables y todo, fueron para millones la diferencia entre la vida y la muerte), de una relación menos leonina con las privatizadas (aunque nos parezca y realmente sea una acción extremadamente limitada, el congelamiento de las tarifas durante dos años marca un cambio de fondo en relación con los años anteriores), la propuesta de quita en la deuda y otras. El gobierno de Kirchner es el resultado de este proceso. Sus idas y venidas en la relación con los bloques capitalistas, con las multinacionales, con el FMI y con los estados imperialistas son la expresión altamente contradictoria de un régimen capitalista que ya no puede actuar como antes. El propio bloque capitalista en que se apoya ya no es el mismo que actuó hegemónicamente entre 1991 y 2001. Ya no es el sector financiero el dominante, sino un conjunto de sectores industriales y comerciales beneficiados por la devaluación, el crecimiento de las exportaciones y la limitada pero real recuperación del mercado interno. El sector agrario, si bien patalea periódicamente por las retenciones (un impuesto sobre las exportaciones), goza de un auge que no lo impulsa a enfrentar al Gobierno.
Desde luego, Kirchner, Lavagna y compañía constituyen un gobierno capitalista, que no tiene intención de romper con el FMI y el imperialismo y, mucho menos, de expropiar al capital. Pero, salvadas las distancias, tampoco era esa la intención de Perón en el ‘45 o después. Lo que no quita que en aquel momento fuera un error, tanto alinearse con la Unión Democrática como permanecer neutral. Quienes hacían un análisis estructural del régimen militar de 1943-46 y del primer peronismo ponían el acento en sus rasgos autoritarios, la presencia de dirigentes conservadores y militantes nacionalistas de extrema derecha, las simpatías fascistas, la participación personal de Perón en el golpe de Uriburu, la sujeción de los sindicatos al control estatal, etcétera. Todo esto era exacto. Lo que había cambiado eran las relaciones mundiales y nacionales en que el régimen militar y Perón se movían. Ignorar ese aspecto dinámico de la realidad conducía a un error fatal.
No es mi intención asimilar lisa y llanamente al kirchnerismo con el primer peronismo. Las analogías nunca pueden servir de argumento, pero sí como ilustración. En este caso, la analogía pretende sólo ilustrar el problema de método que señalo.
Entiendo que en diciembre de 2001 hubo un punto de inflexión, a partir del cual, todo lo que es igual al pasado debe observarse en el marco de la nueva situación. Diciembre de 2001 no fue, como muchos esperaron, el comienzo de una revolución, pero cambió las referencias y puso en cuestión las estructuras de dominación existentes (no porque las haya destruido, sino porque las fuerza a actuar de otra manera).
Es erróneo decir que Kirchner es la continuidad de Menem y De la Rúa. Ni siquiera "el Adolfo"[3] y Duhalde lo fueron. "El Adolfo" sólo lo entendió a medias y su mandato se redujo al módico plazo de una semana. Y Duhalde, que vio mejor la nueva situación, de todas maneras tardó en adaptarse y tuvo que acortar su propio mandato. Un mal concebido y peor aplicado intento de reprimir a la movilización piquetera causó una crisis tal, que sólo pudo capearla con el anuncio de que abandonaría el poder en mayo de 2003.
Hay, por supuesto, fuertes elementos de continuidad. Todos los gobiernos citados (sin excluir, naturalmente, al actual) han tenido como objetivo principal defender la dominación y la ganancia de los capitalistas nacionales y extranjeros. Pero las formas y los aliados para hacerlo no pueden ser los mismos. Como ya no son los mismos los sectores burgueses que reciben los mayores beneficios de la defensa de los intereses comunes a todos.
También es un rasgo de continuidad el que cualquier gobierno o política económica se encuentra inmerso en una etapa del capitalismo en la que, con crecimiento o con recesión, reinan el desempleo y el empobrecimiento. Esos rasgos podrán atenuarse o agravarse mediante tal o cual política; son más acusados en la periferia que en los países centrales. Pero están en todos lados y pertenecen, no a un "modelo" ni a la voluntad de los actores políticos, sino a la realidad del capitalismo de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Que el neoliberalismo como ideología esté en crisis y descrédito no implica que haya desaparecido como hecho de la realidad[4].
Esto lo expresan con bastante claridad los tres diarios económicos, López Murphy, los ultragorilas de CEMA, FIEL y Fundación Mediterránea y los parlanchines de Canal 9, Radio 10 y la mayoría de los programas económicos de Radio América. Cuando hablan de "izquierdismo", "estatismo", "espíritu de Malvinas", "ausencia de austeridad" o "falta de autoridad ante los piqueteros" exageran deliberadamente, pero en el contenido saben bien de qué se trata y qué rechazan. Más significativo es que el tradicional diario La Nación y su principal analista político, Mariano Grondona, acusen al Gobierno de ser "montonero" y le atribuyan un disparatado propósito de llevar al país al socialismo mediante un supuesto plan "gramsciano". Es obvio que tales planes sólo existen en la imaginación del columnista y del diario oligárquico. Pero quienes sostengan la continuidad del actual gobierno con los de Menem y De la Rúa podrían meditar sobre los motivos reales que inspiran esas descripciones delirantes.
A sensu contrario, cuando los medios elogian tal o cual acercamiento del Gobierno al FMI, a Estados Unidos o a las privatizadas, así como cuando llaman al presidente Kirchner a "tomar las medidas económicas con la cabeza y no con las emociones"[5], procuran aprovechar las contradicciones en beneficio de su propósito de clausurar toda veleidad más o menos nacionalista o populista.
Como las circunstancias mundiales y continentales resumidas más arriba afectan al conjunto de América Latina, el caso de Kirchner no es una mosca blanca. Podríamos decir que los gobiernos latinoamericanos se ubican en un continuo que va desde el nacionalismo populista abiertamente enfrentado con el imperialismo de Chávez hasta los gobiernos más inclinados al servilismo, como el de Lucio Gutiérrez en Ecuador. Kirchner y Lula se ubican en ese continuo. En la combinación de conflictos económicos, sociales y políticos que es rasgo común, las posiciones de los actores son y seguirán siendo cambiantes, obedeciendo más a las variables relaciones de fuerza que a estrategias definidas.
Por supuesto que se pueden señalar trayectorias más o menos precisadas. Por ejemplo, el gobierno brasileño viene llevando adelante una política económica y social a gusto del FMI y en contra de los intereses de los trabajadores. Pero, en el contexto mundial crítico y cambiante, con un futuro económico lleno de nubarrones, nada impide que los acontecimientos impongan un cambio de orientación.[6] Lo que Lula no quiera hacer bajo la presión de las masas, tal vez termine haciéndolo en defensa de la burguesía brasileña.
En el caso de Kirchner, su rumbo es ya mismo mucho más zigzagueante que el de Lula (¿vale la pena recordar nuevamente que su origen está en el alzamiento de diciembre de 2001?).
No se trata, como lo hacen algunos sectores, de postular un apoyo (sea incondicional o crítico) al gobierno de Kirchner o sus medidas. La izquierda debe continuar contraponiendo a las distintas variantes capitalistas su propio proyecto de transformación socialista, el único que puede terminar completa y duraderamente con la explotación y, en consecuencia, con la miseria y marginación de la mayoría.
Igualmente, es absolutamente correcto denunciar, someter a una crítica descarnada y resistir cada medida que vaya en contra de los intereses populares y que favorezca al gran capital.
Pero eso no es incompatible con una matización más precisa del carácter del Gobierno, para no perder de vista la posibilidad de que la crisis política y social mundial (así la como la crisis económica en ciernes) puede acentuar rasgos autárquicos y hasta nacionalistas. Sin duda, esas veleidades de las burguesías nacionales, si efectivamente se produjeran, tendrán límites en su alcance y duración. Pero mientras duren darán lugar a roces e incluso conflictos con el imperialismo que el movimiento de masas no puede permitirse el lujo de ignorar. Un análisis unilateral de los gobiernos en nada puede ayudar a aprovechar esos momentos para desarrollar la lucha de las masas. Sólo puede conducir al abstencionismo estéril o (no faltan precedentes) a virar bruscamente para constituirse en furgón de cola de los gobiernos burgueses frente a acontecimientos cuya posibilidad no se previó.
"No toda es vigilia la de ojos abiertos", advertía el poeta Macedonio Fernández. En efecto, no basta con tener los ojos abiertos para estar realmente despierto. Los análisis simplistas y unilaterales equivalen, en política, a dormir con los ojos abiertos. Es preciso no olvidar que la astucia de la razón de la que hablaba Hegel a menudo se realiza a través de los instrumentos menos adecuados.
[1] El levantamiento popular que el 19 y 20 de diciembre de 2001 puso fin al ya deshilachado gobierno de De la Rúa y la Alianza UCR-Frepaso.
[2] Esto no es un descubrimiento novedoso. El tipo de análisis que propongo es el que Marx empleó en sus escritos políticos. Por ejemplo, pero no exclusivamente, en La lucha de clases en Francia y El 18 de brumario.
[3] Como gusta ser llamado el actual senador Adolfo Rodríguez Saá, que ocupó la Presidencia durante una semana, después de la caída de De la Rúa, declaró el default de la deuda externa y cayó, a su vez, empujado por una nueva movilización popular y abandonado por los dirigentes de su partido.
[4] Que su crisis y descrédito den lugar a una nueva etapa de acumulación es posible, pero hoy por hoy es pura especulación. Eso fue lo que ocurrió en los años 30, con la crisis del viejo liberalismo, pero esperar la repetición de tal cambio puede ser tan ilusorio y tedioso como lo ha sido pronosticar incesantemente la inminencia de una nueva "crisis del ‘29".
[5] Joaquín Morales Solá, en su programa televisivo del 17/5/2004, por el canal TN.
[6] Un economista argentino, Eduardo Curia, con impecables pergaminos procapitalistas, acaba de hacer una curiosa observación sobre las actuales dificultades de la economía brasileña: que Brasil cometió un error al no declarar el default de la deuda cuando devaluó la moneda a comienzos de 1999. Esto ejemplifica que las burguesías nacionales, por mucho que se hayan arrodillado ante el poder imperial una y otra vez, y por decididas que están a volver a hacerlo, no están dispuestas al suicidio para agradar al capital imperialista.