Palabras clave: Estado capitalista, Periferia, Debate latinoamericano, Subdesarrollo, Dependencia, Exogenistas, Endogenistas.
Summary
In this essay we will study, under a perspective of critical analysis and from the viewpoint of crucial role of State in the capitalist social reproduction, the terms of the Latin American debate on underdevelopment and dependence, occurred in the sixties and seventies of the twentieth century. The main contributions to this debate will be exposed here. Nevertheless, we will neglect the discussion on underdevelopment that took place in the conventional social science, with the exception of the “school” of ECLAC (United Nations Economic Commission for Latin America and the Caribbean). We will focus on the main contributions of Latin American critical thought that is claimed of the left. These contributions were polarized into two extreme positions: the so-called “exogenists” versus the so-called “endogenists”. For the former, the causes of Latin American underdevelopment are mainly of foreign origin, which have brought the region to a structural dependence on central dominant countries in the world economy. For the latter, underdevelopment stems from internal causes of peripheral Latin American countries themselves, derived from its own contradictions, which obey to their congenital malformation as underdeveloped capitalist economies.
Keywords: Capitalist State, Periphery, Latin American Debate, Underdevelopment, Dependency, Exogenism,Endogenism.
Introducción
Es un hecho notable que, por encima de sus divergencias teóricas e ideológicas, los diferentes estudiosos del problema del subdesarrollo latinoamericano se remiten en último término .a una u otra de dos posiciones (exogenismo vs. endogenismo)ii, aun cuando media entre ellos una amplia gama de matices y diferencias. En este trabajo se analizarán los términos en que se da este debate en el pensamiento económicosocial latinoamericano, tomando como representativas de las posiciones en pugna algunas de lascontribuciones más importantes al mismo. Como sabemos actualmente, el debate entre “endogenistas” y “exogenistas” condujo finalmente a un impasse, extinguiéndose con el tiempo. Dejó su lugar a la presencia avasalladora del neoliberalismo, el que configura a partir de los años ochenta la respuesta ideológica y política del capitalismo global a su propia crisis estructural (Herrera, 2007: 58-59). Frente a esta constatación y ante la incapacidad histórica del pensamiento crítico latinoamericano para construir un paradigma alternativo, nos interesa demostrar las siguientes hipótesis:
1. Que en la base de la incapacidad para superar la falsa disyuntiva entre “endogenismo” y “exogenismo”, está la ausencia de una teoría del Estado capitalista y de su especificidad en el contexto de la “periferia” del sistema capitalista mundial;
2. Por lo tanto, en todos los análisis existentes del subdesarrollo y la dependencia (salvo honrosas excepciones), el Estado y las clases sociales aparecen como entidades yuxtapuestas, manteniendo entre sí relaciones de exterioridad, lo cual dificulta la comprensión de la naturaleza del capitalismo periférico y del subdesarrollo.
Bajo esta perspectiva, en un primer capítulo expondremos las determinaciones fundamentales del Estado capitalista desde una perspectiva de análisis estructural, así como la especificidad que éste reviste en la periferia subdesarrollada. En un segundo capítulo discutiremos los antecedentes directos del debate latinoamericano, es decir, la contribución de la corriente CEPAL-Prebisch a la teoría del subdesarrollo y la dependencia. Finalmente, en un tercer capítulo analizaremos tanto el argumento “exogenista” como la posición “endogenista” a la luz de las contribuciones más representativas de ambos enfoques.
Debemos hacer una aclaración necesaria para explicar la relativamente anacrónica bibliografía que hemos utilizado: el debate latinoamericano sobre el subdesarrollo se dio fundamentalmente en los años sesenta y setenta del siglo XX, por lo que, a partir de mediados de los ochenta, el debate perdió interés en los círculos académicos, intelectuales y políticos latinoamericanos, más preocupados en general por alinearse al “nuevo paradigma” neoliberal. No obstante, dicho debate reviste el carácter de una “cuenta pendiente” que es necesario resolver de una vez por todas en el plano político y en el plano teórico-ideológico.
Lo cierto es que a partir de la caída del Muro de Berlín y la posterior disolución de la URSS y del llamado “bloque socialista”, todo lo que sonara a marxismo o socialismo fue considerado “políticamente incorrecto”, lo cual influyó también en la percepción de que el debate sobre el subdesarrollo había perdido pertinencia para los países de la región. Sin embargo, como lo señalaron A. Borón et al (2006) en una obra relativamente reciente, muy oportuna y esclarecedora, el marxismo como método de análisis científico para la interpretación de nuestra realidad social latinoamericana y, sobre todo, para la acción revolucionaria encaminada al cambio de la misma, sigue estando más vigente que nunca.
1. El problema del Estado capitalista y su pertinencia en el debate latinoamericano sobre el subdesarrollo
El objetivo de este capítulo es el de contribuir a la discusión sobre el problema del Estado y de su intervención en la acumulación de capital, particularmente en los países capitalistas periféricos subdesarrollados. Para ello, tomaremos en cuenta algunas polémicas que se han dado a lo largo de la historia de las ciencias sociales, especialmente dentro del pensamiento marxista, para iluminar el debate latinoamericano sobre el subdesarrollo y la dependencia bajo una perspectiva diferente. Nuestro propósito es comprender la relación Estado/capital y las determinaciones que la misma asume en situaciones históricas concretas de subdesarrollo.
1.1. El estatuto teórico del problema del Estado capitalista: determinaciones generales
Evidentemente, la cuestión del Estado y su relación con el capital constituye uno de los problemas “mayores” en las ciencias sociales, sobre el cual se han pronunciado de una manera muy desigual e insuficiente no sólo las corrientes oficiales del
mainstream académico, sino también las diversas corrientes inspiradas por el pensamiento crítico de Marx. Parecería incluso que el problema del Estado se hubiera convertido en un “punto ciego” del marxismo, olvidado tanto por Marx como por la mayoría de sus seguidores (Artous, 2015). No es sino hasta la década de los años setenta del siglo XX que algunos autores marxistas comenzaron a estudiar y a debatir con mayor profundidad esta relación
iii, en un momento donde el espectro de la crisis amenazaba de nuevo el conjunto de las economías capitalistas. En este contexto, la interrogante sobre la necesidad y los
límites de la intervención estatal pareció más perentoria y pertinente que nunca.
En la obra de los “clásicos” del marxismo se encuentran varias concepciones (algunas de ellas en oposición mutua), sobre el Estado capitalista (Lefèbvre, 1976: 212-256). Se puede, además, constatar que la “teoría política marxista” no ha alcanzado un grado de desarrollo comparable al de la obra teórica de Marx en el terreno de la economía política
iv. Las teorizaciones predominantes antes del debate “derivacionista” eran en su mayoría variantes de dos posiciones extremas, igualmente inadecuadas: el Estado es concebido o como un
instrumento de la clase dominante (“Estado-objeto”), o bien como una entidad dotada de un poder y una voluntad superiores, que le son propios y que le permiten elevarse
por encima de los conflictos de clase (“Estado-sujeto”).
La primera de estas posiciones teóricas suscribe un principio de socialización
v basado en la acción omnímoda y todopoderosa del capital que impondría,
sin mediaciones, su dominio al conjunto de la sociedad. En esta óptica, el Estado es pensado como una suerte de “
petit comité” de los capitalistas (Marx y Engels, 1965: 35), una correa de transmisión impuesta por los capitalistas según sus necesidades. La segunda, erige al Estado en el principio de la socialización capitalista (el “Estado-Leviatán” de Hobbes), sea porque engendre las relaciones sociales propias de la sociedad capitalista, a través de la creación de la relación monetaria y la relación salarial, sea porque sustituya al “funcionamiento ciego” del mercado por la organización planificada y administrada de la sociedad en su conjunto, o porque se constituya en “un árbitro por encima de las clases” (Engels, 1970: 73).
Estas concepciones polares del Estado se encuentran igualmente en la mayoría de los teóricos del “subdesarrollo”. Para aquéllos que comparten una concepción “instrumental” del Estado, las modalidades asumidas por la intervención pública en los países “periféricos” son el resultado de la utilización más o menos deliberada del Estado por parte del capital imperialista y sus aliados locales, o por el capital y los Estados de los países del “centro”, con miras a perpetuar los lazos de dependencia y dominación económica y política impuestos por éstos para superar las dificultades de la valorización del capital en las formaciones sociales “subdesarrolladas”. Se descuidan las
formas sociales de los conflictos de clase, reduciendo las “instituciones” (entre ellas al Estado) a su solo aspecto “cosificado”
vi. Se tiende de hecho a atribuir el control del Estado a “los capitalistas imperialistas”, ante las insuficiencias y/o la inexistencia de una burguesía nacional que “marche sobre sus dos piernas”.
En otro extremo, aquellos que conciben el Estado como un poder situado por encima de las clases sociales (“Estado-sujeto” que arbitra y dirime los conflictos sociales), ven las modalidades de la intervención pública como manifestaciones concretas de una voluntad racional capaz de encarnar (no se sabe cómo) los intereses generales del Pueblo/Nación, como una suerte de “demiurgo de la Historia”
vii. En el caso de los países capitalistas “subdesarrollados”, enfrentados a precarias condiciones nacionales para alcanzar el desarrollo y la modernidad, y frente a la constante agresión del colonialismo, se hace del Estado el “protagonista principal”
viii de la evolución social, atribuyéndole una suerte de “vocación modernizante” que, con el apoyo de las masas, es capaz de orientar a la sociedad hacia el “desarrollo nacional autónomo”. Así,
sin determinación estructural de clase, el Estado es considerado capaz de engendrar no sólo las “condiciones generales” de la producción social (infraestructura productiva) sino también, a través de subvenciones y otros apoyos a las empresas privadas y del crecimiento de su propio sector productivo (empresas estatales y paraestatales),
el capital mismo y sus representantes, los capitalistas. Se estaría entonces frente a una forma específica de acumulación (“periférica”) del capital, regulada por el Estado, en la cual la lógica de la valorización capitalista le estaría subordinada.
Y sin embargo, a pesar de su aparente oposición, estas corrientes de pensamiento tienen en común que la relación Estado/capital es concebida como una relación entre dos entidades
externas, ajenas entre sí: el Estado no es introducido en el análisis más que por el sesgo de funciones consideradas como “necesarias” para el desarrollo de la acumulación de capital; como algo exterior al conjunto de relaciones sociales Al mismo tiempo, se presupone que el Estado puede llevar a cabo efectivamente dichas funciones, atribuyéndole por consiguiente un conocimiento y una capacidad de acción
prácticamente ilimitados. Así, los límites de la intervención estatal permanecen
indeterminados. Las relaciones sociales de producción son reducidas a una pura relación de comando/dominación instrumentada desde lo alto, sea por el Estado, sea por la omnipotencia de los capitalistas mismos. La
naturaleza capitalista de clase del Estado queda entonces mal fundada
ix (cuando se la atribuye al personal que administra el aparato de Estado y/o a la penetración de éste por las “quintas columnas del imperialismo”), o bien
indeterminada cuando se hace de la “política de masas” del propio Estado la fuente de su poder, confundiéndola con el
carácter del régimen político en turno.
En suma, el funcionalismo que prevalece en estos enfoques los vuelve globalmente incapaces de pensar al Estado y a la acumulación del capital como momentos particulares de un conjunto históricamente determinado de relaciones sociales, como modalidades diferenciadas del antagonismo capitalista (Solís González, 2015: 98) tal como aparece y se desarrolla en formaciones sociales concretas, sean “centrales” o “periféricas”. Incapaces entonces de aprehender el carácter contradictorio e históricamente abierto de la evolución social. Así, la polaridad teórica “Estado-objeto” / “Estado-sujeto” constituye una falsa dicotomía, que descuida lo específico de las relaciones sociales constitutivas del modo de producción capitalista, sea en el “centro” o en la “periferia” del sistema capitalista mundial, es decir, un proceso de socialización que es el resultado, simultáneamente, del funcionamiento de la ley del valor y de la acción del Estado, en su interdependencia mutua, y que define una forma históricamente determinada y única del dominio de clase: la de la propiedad privada capitalista.
Sin embargo, estos “deslices” teóricos tienen como base un mismo error: ignorar, ocultar el Estado en tanto que universal concreto, en tanto que unidad contradictoria de sus determinaciones fundamentales (su forma general y su contenido de clase social) y de la forma fenoménica o particular que reviste en la realidad inmediata. Esta forma fenoménica de exteriorización del Estado en la superficie de la sociedad no es otra que el régimen político. La existencia real del Estado capitalista no se ubica ni al solo nivel de sus determinaciones fundamentales (su “realidad esencial”), ni al solo nivel de su forma de aparición externa (su “realidad fenoménica”): ella es la unidad contradictoria de estos dos niveles de existencia de su ser social.
El valor es la forma “económica” de las relaciones sociales capitalistas. Como tal, se trata de una abstracción, pero de una abstracción de un carácter distinto del de las abstracciones puramente intelectuales. Según Marx, se trata de una abstracción que se realiza de manera cotidiana en la realidad de la producción y el intercambio de mercancías (Marx, 1977b: 10), pero que no aparece en sus términos esenciales (como objetivación del trabajo humano indiferenciado), sino bajo una forma externa, como relación cuantitativa de intercambio entre mercancías y dinero, como precio de mercado cuyas determinaciones parecen derivarse del juego entre la oferta y la demanda. La forma externa se convierte así en el medio de expresión necesario de la esencia, pero ésta se expresa de manera invertida e incompleta, es decir alienada.
Ambos, el valor y el Estado, son abstracciones reales consumadas por el propio movimiento de la realidad capitalista cuya particularidad es la de presentarse a los ojos de los agentes sociales al revés, invertida. Por lo tanto, la forma externa que reviste el Estado, esta “violencia concentrada y organizada de la sociedad” (Marx), la constituye el régimen político, cuyas determinaciones parecen emerger del campo inmediato de las fuerzas sociales. Como el valor, el Estado es parte de ese “[…] mundo encantado e invertido” (Marx, 1977a: 750) del capital. El Estado capitalista es, entonces, “[…] una abstracción que se consuma en la realidad de la lucha de clases bajo la forma de régimen político”. (Salama, 1979: 225)
El régimen político es, pues, el “portador” efectivo de las determinaciones fundamentales del Estado. Del mismo modo, el dinero en tanto que precio de mercado es el portador efectivo de las determinaciones fundamentales del valor. Pero como el dinero, el régimen político está al mismo tiempo provisto de toda la riqueza de determinaciones de lo concreto real, las cuales no aparecen ni en toda su plenitud, ni en su concatenación interna. El régimen político -no importa cuál régimen político capitalista- tiene así una determinación compleja. Por un lado, como forma fenoménica del Estado, contiene las determinaciones de base de éste, por lo tanto él es la materialización de una relación social de dominación de clase históricamente dada, enraizada en la relación social de producción misma; por otro lado, dada su pertenencia al nivel de lo concreto sensible, al mundo de lo “pseudo-concreto” (Kosik, 1967), su conformación particular y sus acciones cotidianas tienen siempre por contexto y referente los conflictos de clase tal y como aparecen en la realidad inmediata.
El régimen político, además de que contiene las determinaciones fundamentales del Estado capitalista, incorpora también toda una serie de determinaciones que no surgen del mundo de la mercancía. Estas responden a la evolución particular de una determinada formación social: la influencia de las tradiciones precapitalistas, la existencia de otras capas y/o clases sociales que responden a la sobrevivencia de antiguos modos de producción, las modalidades particulares de ejercicio del poder heredadas del pasado, las instituciones que han sobrevivido al advenimiento del capitalismo, etcétera.
La intervención pública refleja entonces como proceso la síntesis de determinaciones que es el régimen político: en primer lugar, las determinaciones fundamentales del Estado capitalista y del movimiento del capital; enseguida, aquéllas que se derivan del tejido social que confiere su particularidad a una formación social capitalista dada.
A pesar del creciente proceso de globalización del capitalismo, del poder en aumento de las firmas transnacionales y de la preeminencia del “mercado global”, la instancia política representada por el conjunto de los Estados/nación resulta fundamental para la permanencia del sistema capitalista mundial. Así, lejos de desaparecer como resultado de su sustitución por organismos de poder supranacionales, los Estados/nación modernos constituyen la mediación necesaria para que el capital enfrente las crisis del sistema, a nivel nacional y global; para constituir bloques geopolíticos regionales con el objetivo de disputar la hegemonía en el sistema mundial, y para tratar de asegurar la supervivencia (agónica) del modo de producción capitalista a escala planetaria.
1. 2. La especificidad del Estado capitalista en la periferia
Marx analiza el modo de producción capitalista en su media ideal (Marx, 1977a: 751), donde la realidad concreta de los distintos países capitalistas se aparta en mayor o menor medida de la misma. Los países capitalistas desarrollados (Inglaterra básicamente) sirvieron de objeto de estudio a Marx para descubrir las leyes generales y abstractas de ese modo de producción, las cuales están enunciadas y desarrolladas en El Capital y los Grundrisse.
Pero la realidad de los llamados países periféricos subdesarrollados es distinta y se aparta de esta media ideal. En estos países, el capitalismo se instauró no por el desarrollo de las contradicciones internas de las viejas sociedades feudales europeas, sino por un acto de extrema violencia, por una agresión imperial externa por la cual el capital impuso por la fuerza las relaciones mercantiles, el dinero y la salarización en un espacio-tiempo muy breve y accidentado. En economías periféricas, la legitimación del Estado no se desprende por lo tanto del fetichismo de la mercancía y el dinero, como en los países del capitalismo central. La difusión de las relaciones de cambio fue incompleta y específica.
A diferencia del centro, la penetración de las relaciones mercantiles y la dominación del modo capitalista de producción no implicaron necesariamente la disolución o la eliminación de las relaciones sociales de producción preexistentes (Assadourian et al, 1973). Estas fueron sometidas a un proceso de desestructuración/adaptación en función de las exigencias impuestas por la valorización del capital, pero sin transmutarse necesariamente en relaciones mercantiles capitalistas. El campo histórico de clases sociales en estos países es así profundamente heterogéneo. El fetichismo mercantil no opera plenamente, por lo que no permite (más que en cierta medida) que las relaciones de explotación capitalistas aparezcan y se realicen como relaciones de cambio de equivalentes. La “interiorización” de las relaciones de cambio en los agentes sociales es, en consecuencia, parcial y defectuosa (Mathias y Salama, 1983: 72-74).
El fetichismo de la mercancía y del dinero no es susceptible, entonces, de representar por sí solo una base sólida y homogénea de legitimación del poder. A esta interiorización parcial y defectuosa de las relaciones de cambio en los agentes sociales corresponde entonces una interiorización frágil y superficial de la democracia formal burguesa: los agentes sociales no se realizan ni se reconocen entre sí en su supuesta calidad de “ciudadanos libres y jurídicamente iguales”. El Estado capitalista periférico deberá buscar en su propio fondo cultural (en la tradición, la religión, el nacionalismo e incluso en la violencia) los contenidos legitimantes necesarios a un mínimo consenso social (Solís González, 2015: 117).
De hecho, el proceso de legitimación del poder en las economías capitalistas subdesarrolladas incorpora tanto elementos del mundo de la mercancía como elementos del mundo de la no-mercancía, en una mixtura variable según las condiciones históricas concretas de cada sociedad. Paralelamente, los procesos de acumulación del capital en estas sociedades se han basado generalmente en modalidades extensivas de explotación de la fuerza de trabajo (plusvalía absoluta) asociadas a bajos niveles de remuneración salarial y a mecanismos de pauperización (no sólo relativa, sino también absoluta) tendientes a debilitar aún más el fetichismo mercantil: el trabajo no aparece como una mercancía enteramente pagada por el salario y, en consecuencia, la naturaleza explotadora del sistema queda al desnudo.
Por consiguiente, los regímenes políticos periféricos son también específicos, como lo demuestra la experiencia histórica de América Latina. Las dictaduras policíacomilitares o los llamados regímenes “bonapartistas” fueron la regla durante varias décadas del siglo XIX y XX. Posteriormente, con el asalto neoliberal a las sociedades latinoamericanas a partir de los años ochenta del siglo XX, han surgido otras formas de Estado capitalista (y de regímenes políticos): “Estados narco” y economías de mafia (Solís González, 2012). Esto ha sido sin duda uno de los resultados de las políticas impuestas por el llamado Consenso de Washington para promover la apertura externa, el retiro del Estado de la economía y la precarización del trabajo. Ello para impulsar el modelo y la ideología neoliberal en todo el mundo, con el propósito de enfrentar la crisis del capitalismo global y transferir su costo a los desposeídos, en lo que Harvey (2007) llamó “la acumulación por desposesión”.
2. Los antecedentes del debate latinoamericano: la CEPAL y el pensamiento “desarrollista”
En el período que va de la crisis de 1929 al fin de la Segunda Guerra Mundial, algunos países latinoamericanos experimentaron un proceso de industrialización de cierta importancia basado en la sustitución de importaciones por producción interna. Parecía que, después de todo, “la larga espera de América Latina” (Halperin, 2005: 135-206) llegaba a su fin y que al menos los países “punta” de la región (Argentina, México, Brasil) traspasarían el umbral que separa el “desarrollo” del “subdesarrollo”.
Sin embargo, los años que siguieron a la terminación de la Guerra fueron testigos de una disminución del ritmo de crecimiento de estas economías; la sustitución de importaciones comenzó a hacerse cada vez más problemática. Parecía que este proceso de industrialización entraba en agonía aún antes de haber salido de su infancia. La perspectiva del estancamiento se perfiló como una realidad concreta para América Latina.
A partir de esta coyuntura específica, el debate sobre las causas del subdesarrollo entra en una fase particularmente álgida cuyos ecos aún perduran en nuestros días. Sin embargo, lo cierto es que se comenzó a desarrollar como una discusión al interior de la economía y la sociología académicas convencionales. El panorama de las ciencias sociales en Latinoamérica estaba dominado por la teoría económica neoclásica (y, en menor medida, keynesiana) y por las teorías sociológicas funcionalistas del “cambio social” y la “modernización”. Estas teorías, en general, concebían el subdesarrollo como un “fenómeno natural” debido a causas intrínsecas a las propias sociedades “subdesarrolladas”. La inadecuada dotación de “factores productivos” (capital, recursos naturales), la sobrepoblación, el clima, las actitudes y los patrones de comportamiento, las estructuras e instituciones “tradicionales”, etc., eran los obstáculos más comúnmente invocados, que impedían el acceso al desarrollo y la modernidad.
La teoría neoclásica del comercio internacional, basada en las obras de Heckscher (1919), Ohlin (1933), y, posteriormente, Samuelson (1949) y Lerner (1952), postula que el intercambio internacional, al descansar en la especialización productiva de cada país de acuerdo a su correspondiente dotación de factores, tendería a resolver las desigualdades entre las naciones, toda vez que existiría una tendencia a la equiparación (relativa en Heckscher-Ohlin y absoluta en Samuelson-Lerner) en la remuneración de los factores productivos entre los distintos países. En esta concepción existiría “subdesarrollo” porque la dotación de factores fuese .insuficiente, o bien, porque la asignación de recursos existente no funcionara de acuerdo con las reglas prescritas por la teoría. La salida obvia al “subdesarrollo” era entonces, la especialización productiva de cada país conforme a su dotación de factores, para derivar las “ventajas mutuas” del intercambio.
No se evaluarán aquí los argumentos neoclásicos, que por lo demás ya han sido criticados dentro y fuera del
mainstream del pensamiento económico y social
x.Baste por el momento señalar que, contra estas teorizaciones y sus consecuencias prácticopolíticas se constituye la
escuela de la CEPAL a fines de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta. Esta corriente se vertebró alrededor de la figura de Raúl Prebisch, cuyos trabajos conforman el núcleo del pensamiento cepalino.
La obra de la CEPAL-Prebisch (1962) fue ampliamente reconocida y difundida en el ambiente académico y político latinoamericano.Sin embargo, no se debe soslayar el hecho de que la CEPAL constituyó, sobre todo, el proyecto ideológico de la incipiente claseindustrial latinoamericana, surgida en el período de la industrialización sustitutiva de importaciones y enfrentada bruscamentea la renovada hegemonía del capital internacional norteamericano a raíz de la recuperación de los centros hegemónicos del poder mundial durante la posguerra. Proyecto que expresó esta contradicción desde el horizonte ideológico de una burguesía nacional cuyas utopías de desarrollo autónomo se vieron pronto descartadas por la realidad.
Sin embargo, la obra de la CEPAL constituye un punto de referencia obligado en la historia de la teoría del capitalismo “periférico”, y antecedente necesario del actual debate sobre las causas del subdesarrollo. De hecho, es un ejemplo clásico de interpretación “exogenista” que muestra las limitaciones -y las posibilidades- de dicho enfoque.
2.1. Las tesis de la CEPAL
La esencia del argumento cepalino es la siguiente: son las relaciones económicas entre el “centro” y la“periferia” las que tienden a producir y reproducir el “subdesarrollo” y, por consiguiente, a aumentar la brecha entre países “desarrollados” y países “subdesarrollados”. La accidentada evolución de estos últimos está determinada por factores externos vinculados a la economía mundial y a la dinámica propia de los países “centrales”.
La CEPAL periodiza la historia de la región en cuatro etapas: (a) la etapa anterior al “crecimiento hacia fuera”, que correspondería en grueso al período colonial y a los primeros años de la “vida independiente”; (b) la etapa de “crecimiento hacia afuera”; (c) la etapa de “industrialización sustitutiva de importaciones”; y (d) la etapa de estancamiento de las economías latinoamericanas (Rodríguez, 1974). La CEPAL no desarrolló una teorización de la vida económica del periodo colonial, concentrando su análisis en las últimas tres etapas.
La etapa de “crecimiento hacia fuera” comienza con la gran expansión de comercio mundial durante la segunda mitad del siglo XIX y termina con la gran crisis de los años treinta. En esta etapa, el centro dinámico de la economía latinoamericana se encuentra al exterior; es la demanda de bienes agrícolas o mineros por parte de las economías “centrales” lo que desata la acelerada expansión de un sector primario-exportador, sobre la base de la existencia de una cierta dotación de recursos naturales. La mayor productividad del sector exportador permitió que se canalizaran ahí las inversiones, operándose una especialización de la producción en bienes primarios. Paralelamente al aumento de los ingresos derivados de la exportación, hay una relativa ampliación y diversificación del consumo, particularmente de artículos manufacturados, que son importados de las metrópolis.
Se opera también un cierto grado de “modernización” en la estructura económicosocial en función de la extrema especialización del sector exportador: la intermediación comercial y financiera, la creación de infraestructura de transporte, la creación y equipamiento de los centros urbanos, etc., muestran el surgimiento de un sector “moderno”, que gira alrededor de la economía de exportación, coexistiendo con un sector “tradicional” atrasado, que frena constantemente el desarrollo del primero, volviéndolo sumamente vulnerable a las oscilaciones del mercado mundial. La economía agroexportadora se presenta entonces como una sociedad “dualista” donde la relación entre ambos sectores es unívoca y de exterioridad: el sector “atrasado” induce una “dinámica perversa” al sector moderno.
Sin embargo, la economía de exportación muestra una tendencia sistemática a deteriorarse, arguye la CEPAL, contrariamente a lo que sería de esperar de acuerdo a la teoría neoclásica del comercio internacional. La especialización productiva no asegura una distribución equitativa de las ganancias del intercambio sino que, al contrario, los países metropolitanos especializados en la producción de manufacturas tienen la capacidad de apropiarse de las ventajas derivadas del progreso técnico. El mecanismo: la tendencia al deterioro de los términos del intercambio entre los bienes primarios producidos en las economías agroexportadoras y los bienes manufacturados procedentes de los países industrializados; deterioro que se verifica en beneficio de éstos últimos.
Por el lado de la oferta, la tasa de crecimiento de la productividad en los sectores manufactureros de los países “centrales” es más alta que la correspondiente a la producción de bienes primarios en la “periferia”, por lo cual sería de esperarse que los precios de los productos industriales creciesen a un ritmo menor a los precios de los productos primarios, puesto que los aumentos de productividad se deberían reflejar en un menor valor agregado por unidad producida. No obstante, esto no sucede porque en los países “centrales” la producción está organizada bajo formas oligopólicas que impiden la baja en los precios de acuerdo a los aumentos de la productividad, y porque existen organizaciones sindicales de los trabajadores industriales cuya presión se ejerce sobre el nivel de los salarios; la rigidez de éstos hacia la baja mantiene el nivel del costo primo, y la estructura oligopólica existente permite mantener la tasa de ganancias. En consecuencia, para la CEPAL, los obreros y los empresarios de los países “centrales” bloquean los mecanismos demercado por medio de su fuerza organizativa y producen, a nivel del comercio internacional, una tendencia al deterioro en los términos del intercambio en perjuicio de los países primario-exportadores.
Por el lado de la demanda, la elasticidad-ingreso de la demanda metropolitana de productos primarios tiende a ser menor que la unidad, mientras que la demanda de los países “periféricos” por productos manufacturados muestra la situación contraria: los incrementos relativos en las cantidades demandadas de estos bienes tienden a. ser mayores que los incrementos relativos en el ingreso. El efecto neto: un agravamiento del deterioro de los términos de intercambio contra las economías primario-exportadoras.
Por el lado de la oferta y por el lado de la demanda, los precios de los productos de la “periferia” tienden a disminuir como proporción del precio de los productos del “centro”. Este fenómeno, que implica una disminución en los ingresos de las economías primario-exportadoras, se acompaña de una menor capacidad de ahorro (por la débil productividad de la economía doméstica y por una propensión exagerada al consumismo de las élites locales), todo lo cual se traduce en una menor capacidad de acumulación para la economía en su conjunto. La única vía, de acuerdo con CEPAL, para salir de esta situación de “subdesarrollo agro-exportador” es proceder a una política de industrialización, conscientemente dirigida por el Estado y afincada sobre la base del “interés nacional”: el crecimiento “hacia afuera” debe ser sustituido por el crecimiento “hacia adentro” fundado en una “industrialización intencional” (Pinto, 1975).
Los planteamientos “desarrollistas” son ratificados por el análisis cepalino de la industrialización sustitutiva de importaciones. Esta fase, llamada también por CEPAL de “crecimiento hacia adentro”, comienza con la crisis de 1929 y se extiende hasta mediados de los años cincuenta. En algunos países latinoamericanos donde existían ciertas condiciones previas configuradas en la fase primario-exportadora
xi, la crisis en las economías “centrales” y luego el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial provocan una serie de reacciones que desembocan en un
proceso de industrialización especifico y limitado, “no intencional”, más bien producto espontáneo de la crisis inducida en la economía de exportación por el aflojamiento relativo de los lazos con el exterior.
La crisis en el “centro” provoca una disminución del valor de las exportaciones de la “periferia”. Esto agrava la escasez de divisas de por sí existente como resultado del deterioro de los términos del intercambio, contrayéndose drásticamente la capacidad de importar. De aquí surgen dos consecuencias importantes e íntimamente ligadas: la primera es que disminuye la producción interna de bienes de consumo ligero y de bienes de producción simples, porque baja la importación de bienes de capital necesarios a estas industrias (la oferta interna de bienes manufacturados se vuelve rígida); la segunda es que los gobiernos del área adoptan una serie de medidas arancelarias y cambiarias encaminadas a reducir el monto de las importaciones (lo cual crea un efecto proteccionista hacia el mercado interno), además de comprar excedentes del sector exportador con el objeto de mantener su nivel de ingresos.
Esto trae consigo una relativa estabilización del nivel de empleo y el mantenimiento de la demanda global que, frente a la rigidez de la oferta de bienes manufacturados, se traduce en una elevación de sus precios y en expectativas favorables a la producción interna de los mismos. El resultado-es que la crisis del comercio exterior valoriza la producción de estos bienes, que es lograda por un incremento en la rotación del capital y una mayor utilización de mano de obra, con una capacidad instalada de producción constante.
De esto resulta un incremento en la producción de bienes de consumo ligero y bienes de producción simples sin que exista, sin embargo, un aumento previo en las inversiones. Pero este incremento en la producción interna causa dos efectos: por un lado, incrementa el nivel de empleo y la masa de salarios, aumentando así la demanda inducida de bienes de consumo; por otro lado, bajo la restricción de una débil capacidad para importar, modifica la composición de las importaciones a favor de los bienes de capital y los productos intermedios. Las importaciones de bienes de consumo ligero comienzan a ser sustituidas por producción interna, continuando así la valorización de la producción industrial en este sector y comenzando a valorizarse la producción de algunos bienes intermedios y de capital de cierta complejidad. El aparato industrial se orienta poco a poco hacia la producción a intensidad capitalista relativamente elevada.
Esto permite el flujo de capitales hacia estos sectores “de punta” donde la rentabilidad es mayor, pero conlleva a la vez nuevos requerimientos de equipo y tecnología que tienen que ser importados. Sin embargo, las condiciones en el mercado mundial mantienen la capacidad de importación a un nivel sumamente reducido, agravándose así la contradicción inicial; la rentabilidad creciente del capital utilizado en la producción sustitutiva de importaciones choca con la imposibilidad de importar los bienes de capital necesarios a tal producción. “Esta rentabilidad lo es en potencia, mas no en acto” (Salama, 1976: 934). El proceso de industrialización se acompaña entonces de graves desequilibrios en la balanza de pagos hasta llegar al estrangulamiento externo
xii.
Por otro lado, el hecho de que, paralelamente a las importaciones de bienes de capital se tenga que importar la tecnología correspondiente (propia de los países “centrales”, de tipo labour saving) se traduce en un volumen de empleo sumamente restringido frente a una oferta de trabajo abundante, a la vez que representa capacidad productiva ociosa. El lento crecimiento de la masa de salarios se asocia a una tendencia a la concentración del ingreso y a la consecuente restricción del mercado interno, mientras que los bajos niveles de productividad conducen a una aguda escasez de ahorros.
Ocurre entonces que la industrialización conlleva un desequilibrio intersectorial de la producción; los pocos ahorros disponibles sobrecapitalizan los sectores de “punta” mientras que su escasez impide el desarrollo de los otros sectores. El desajuste tecnológico impone una utilización excesiva de capital en algunos sectores mientras que en otros existe un bajo nivel de ahorro-inversión. En síntesis a la larga se opera una baja en la rentabilidad del capital que compromete laacumulación.
El sector agrícola, arguye la CEPAL, sufre también de desequilibrios cuya fuente principal no es, como en el caso de la industria, el desajuste tecnológico sino más bien las condiciones estructurales específicas de dicho sector en relación a la propiedad y al régimen de tenencia de la tierra. La existencia de un sector agrícola moderno, fundado sobre el latifundio, con utilización de capital y técnicas ahorradoras de mano de obra (orientado a la agricultura de exportación) va parejo con la existencia de un sector agrícola atrasado, minifundista, basado en la explotación de mano de obra familiar y con bajos niveles de productividad, orientado a la autosubsistencia. Esta estructura “dual” muestra una tendencia general hacia una escasez en la oferta de alimentos, materias primas y productos primarios exportables, conjuntamente con un excedente de mano de obra que no puede 'ser absorbido por la industria o los otros sectores. Esta situación repercute en los costos industriales y en la capacidad de importar.
Aparece la “inflación estructural”, conjuntamente con los fenómenos de “marginalización”, desempleo y subempleo y la hipertrofia del sector “terciario”. Por su parte, el Estado se enfrenta a una aguda crisis fiscal. Los bajos niveles de imposición se relacionan con una débil base impositiva y un anacrónico e ineficiente sistema de recaudación. En cambio, los elevados niveles de gasto público están en función de los requerimientos de infraestructura, servicios y “protección industrial” requeridos por el proceso sustitutivo de importaciones. El resultado: acudir al endeudamiento externo para hacer frente a estos requerimientos, lo cual a la larga agrava más aún la situación de las finanzas públicas (“espiral del endeudamiento”).
Todo el cuadro anterior nos indica, de acuerdo a los teóricos de la CEPAL, una tendencia al estancamiento inherente a este tipo de industrialización periférica. La contracción de la capacidad de importar debida a la crisis, que en un primer momento favoreció la producción industrial interna, se convierte a la larga en su principal obstáculo. Los factores externos que son causa de la industrialización sustitutiva de importaciones son causa también de su estancamiento posterior. Como corolario, la CEPAL preconiza la necesidad de una intervención consciente e intencional del Estado para implementar una política de industrialización nacional que sustraiga la economía de los vaivenes del mercado mundial; proponen la sustitución de la variable motriz externa (demanda exterior) por una variable motriz interna (inversión industrial) que permita desligar a las economías periféricas de los efectos negativos resultantes de su inserción en el mercado mundial.
En el esquema “desarrollista” de la CEPAL, el Estado es pensado como el agente dinámico principal del proceso de industrialización nacional e independencia económica (aunque para ello se tuviese que recurrir “provisionalmente” a la inversión extranjera), y la planificación en economía mixta asumió el papel de “[…] instrumento fundamental para superar la condición de subdesarrollo” (ILPES, 1968: 13).
A grandes rasgos, hemos expuesto lo esencial del argumento cepalino cuyas repercusiones, como veremos, fueron notables, tanto en el plano teórico como también en la práctica de los gobiernos del período “populista” latinoamericano que, de una forma u otra, hicieron suyas las concepciones “desarrollistas” y trataron de traducirlas en medidas de política y en acciones concretas de intervención económica estatal (Álvarez, 1976: 306).
2. 2. Evaluación crítica de la corriente cepalina
En primer término, el vínculo entre “centro” y “periferia” aparece como una relación de exterioridad entre naciones, donde los intereses de una nación son enfrentados en bloque a los intereses de las otras, desdibujándose así las relaciones y los antagonismos de clase. El “exogenismo” de la CEPAL está basado en una suerte de fetichización de la figura del Estado/nación, que la lleva a una visión mecanicista de la determinación de lo interno por lo externo; las naciones del “centro” determinan unívocamente el destino de la “periferia” en función de una división internacional del trabajo con un carácter meramente tecnológico, desprovisto de sus-principales connotaciones históricosociales. Así, las tendencias de la acumulación del capital, como expresión del conflicto de clases en el ámbito nacional e internacional no son aprehendidas efectivamente.
Segundo (y en íntima relación con lo anterior), no hay en los trabajos de CEPAL un análisis de la estructura de clases sociales en los países “periféricos”, que hubiera permitido estudiar laforma específica que asume la penetración y expansión capitalistas en estas sociedades. En la óptica aséptica del tecnócrata, los actores efectivos de la historia son desplazados por el juego de mecanismos y agregados keynesianos. Un tercer aspecto, relacionado también con su concepción general, es que hay una incomprensión absoluta de la naturaleza de clase del Estado y de los límites de la acción estatal. El Estado aparece desprovisto de todo contenido de clase, como una cosa exterior al proceso de acumulación capaz de revertir, en el ámbito nacional, los obstáculos al desarrollo nacional impuestos por el capital mundial.
En el eclecticismo, con dominante keynesiano, propio de los cepalinos, las determinaciones fundamentales (de forma y contenido de clase) del Estado no aparecen en ningún lado, quedando indeterminados también los límites de la acción estatal; el Estado se convierte en una instancia neutra todopoderosa, que representa los “intereses generales de la comunidad” (ILPES, 1968: 33) o del “Pueblo/Nación”. Lanaturaleza represiva de la maquinaria estatal queda así camuflada por sus capacidades técnicoadministrativas y por su vocación para armonizar, por medio del arbitraje, los eventuales conflictos entre los “factores de la producción”.
En síntesis, en la concepción cepalina tenemos una visión economicista, empíricodescriptiva, del subdesarrollo; los hechos están “en bruto”, por más que un pretendido análisis estructural haya procedido a ordenarlos formalísticamente. Si bien es cierto que esta corriente constituye un avance neto en relación a las anodinas concepciones neoclásicas y funcionalistas, no constituye (como en su tiempo lo pensaron, algunas corrientes de la izquierda latinoamericana) una alternativa teórica que rinda cuentas adecuadamente de la realidad. Como bien señala A. G. Frank (1969), la CEPAL ha reunido “los elementos de un análisis incisivo de los síntomas del subdesarrollo latinoamericano”, si bien no ha logrado “el desarrollo de un análisis igualmente incisivo de las causas del subdesarrollo”.
3. Los términos del debate: “exogenismo” versus “exogenismo”
3.1. La teoría latinoamericana de la “dependencia”
Los trabajos de la CEPAL significaron el punto de partida de una serie de análisis y de ensayos que constituyeron una parte importante del acervo disponible de nuestro conocimiento sobre el capitalismo periférico latinoamericano. Estos desarrollos teóricos conformaron una vasta corriente de pensamiento conocida como “dependentista”, que representó en muchos sentidos una reacción interna a la propia CEPAL. Haciendo abstracción de sus distintas variantes y numerosos matices, se puede catalogar a esta corriente como “exogenista”, en virtud del lugar central que en ella ocupa la categoría de la “dependencia”. Entre sus más connotados representantes están, por un lado, Celso Furtado, Aníbal Pinto y Aldo Ferrer, entre otros, los que constituyen el grupo más antiguo y cercano a la concepción cepalina original. Por otra parte, se desarrolló poco después una tendencia dependentista “de izquierda”, donde se puede ubicar principalmente (pero no de manera limitativa) a André Gunder Frank, RuyMauro Marini, Theotonio Dos Santos, Aníbal Quijano, Fernando Cardoso y Enzo Faletto, y cuyo proyecto teórico se ve a sí mismo como la superación crítica del “desarrollismo” cepalino. El análisis que presentamos se centra básicamente en la vertiente “de izquierda” de la teoría de la dependencia.
Lo esencial del argumento sustentado por los dependentistas es que el “subdesarrollo”, como el “desarrollo”, son el producto de la expansión del capitalismo mundial; ambos son el resultado de la inserción, desigual y asimétrica, de las distintas economías nacionales en un sistema mundial estructurado y jerarquizado en función de la extracción y la apropiación privada de plusvalía (o del “excedente económico”, en la versión Baran-Frank). Las relaciones que existen entre el “centro” (desarrollado) y la “periferia” (subdesarrollada) de este sistema son de dominación/dependencia. La dependencia configura la vida económica, política y social de las naciones subdesarrolladas, en función de los intereses de los países centrales dominantes, impidiendo la plena realización de las posibilidades de desarrollo de los primeros. Por consiguiente, la vía del desarrollo pleno y autónomo sólo podrá ser franqueada por medio de una revolución socialista que rompa de raíz los lazos de dependencia y que instaure un Estado “popular” conforme a los intereses de las grandes mayorías explotadas de los países de la periferia.
Es un hecho verdaderamente sorprendente el que los autores dependentistas hayan descuidado tan notablemente el problema del Estado y su relación con el capital. Marini, por ejemplo, en su principal trabajo teórico (Dialéctica de la Dependencia, 1973), no realizó una sola referencia teórica al Estado. La única referencia expresa es hecha “de pasada”, al señalar que ante los eventuales problemas de realización que enfrenta la nueva planta industrial latinoamericana, “[…] el recurso utilizado para solucionarlos ha sido el de hacer intervenir al Estado a través de la ampliación del aparato burocrático, de las subvenciones a los productores y del financiamiento al consumo suntuario” (Marini, 1973: 73). Esto deja la impresión de que: a) la intervención del Estado es producto de una voluntad superior y exterior al proceso de acumulación (la de la clase burguesa): b) que esta intervención en la economía se da ex-post, es decir, en los momentos de dificultad por parte del capital; c) que el Estado es un instrumento ad-hoc que responde funcionalmente a las necesidades de la acumulación. Esto revela una concepción del Estado bastante alejada del análisis marxista contemporáneo.
La otra ausencia notable en el análisis de Marini es la no especificación de las determinaciones que la lucha de clases introduce en los fenómenos descritos. La tasa de plusvalía, la productividad, el valor de la fuerza de trabajo, etc., son categorías que expresan la lucha de clases, no simples variables de un modelo cuya mecánica es ineluctable. Así, el mismo concepto de “superexplotación”, que es central en su análisis, exige ser precisado y relativizado; detrás de él parece haber, por ejemplo, una concepción ahistórica del “nivel normal de subsistencia”, cuando habla de la reproducción de la fuerza de trabajo. Por otra parte, la superexplotación parecería ser el “destino manifiesto” de todas las formaciones dominadas, independientemente del resultado concreto de las luchas de clase. En síntesis, cualquier intento de reconstruir teóricamente el proceso histórico de la formación del capitalismo en el centro y en la periferia no es viable sin introducir desde el principio al Estado y a las determinaciones históricas de la lucha de clases. Lo más probable entonces es que un tal análisis padezca de un grave sesgo economicista y mecanicista.
Critica general al “exogenismo” dependentista
Intentaremos sistematizar un conjunto de críticas que inciden sobre algunos aspectos generales presentes en las posiciones de los autores que hemos tomado como representativos del paradigma “exogenista”; estas observaciones críticas intentan captar la “generalidad específica” de esta corriente. Un primer aspecto de la crítica se refiere a los presupuestos ideológicos implícitos en que descansan sus planteamientos. Un segundo aspecto hará referencia (aunque general también) a las consecuencias de estos presupuestos en el análisis.
En primer lugar, podemos decir que el “exogenismo” dependentista permanece en las redes de una concepción ideológica que sitúa al binomio “desarrollo-subdesarrollo” como centro de sus preocupaciones. En ellos encontramos un sentido teleológico en la problemática estudiada de modo que, más que una visión de clase determinada de la marcha de la historia, lo que tenemos es una sistematización de los deseos y aspiraciones de la “humanidad doliente”, una filosofía de la historia procesada a través del espejo de un prisma pequeño-burgués. Nacida como una respuesta en gran parte interna al “desarrollismo” de la CEPAL, esta corriente de hecho no experimenta un cambio de problemática: continúa sujeta a la misma problemática que animó a la CEPAL, por más que la hayan sometido a una crítica valiosa en muchos aspectos. Frente al argumento “desarrollista” de que el subdesarrollo se debía a la insuficiente penetración del capitalismo, de la industria y la modernidad en las sociedades “periféricas”, los dependentistas respondieron que, a la inversa, el origen del subdesarrollo radicaba en la penetración “ubicua” del capitalismo en estas sociedades. Al permanecer así en el mismo campo de los “desarrollistas”, frente a una misma problemática aunque con respuestas diametralmente opuestas, la corriente de la dependencia se convirtió en una especie de “desarrollismo de cabeza”. En efecto, el carácter ideológico de su discurso reside en la fetichización de la noción de “desarrollo” (y, por consiguiente, de “subdesarrollo”), que si bien no excluye totalmente el concepto de contradicción como motor del movimiento histórico, sí le asigna una “finalidad moral” que lo desnaturaliza.
Esto es particularmente claro en A. G. Frank cuando, siguiendo los lineamientos de P. Baran (1967), plantea que:
Las soluciones a los problemas del subdesarrollo se tornan cada vez más imposibles en el marco del sistema capitalista que los engendra y, frente a la incapacidad creciente de la burguesía para enfrentar estos problemas con programas burgueses, es el mismo pueblo, largo tiempo explotado, que está en proceso de aprendizaje y preparación para abrir la vía que conduce fuera del capitalismo y del subdesarrollo. (Frank, 1979: 202)
De aquí resulta, razonando a contrario, que si el desarrollo fuese asegurado en el contexto del sistema capitalista, no habría entonces la necesidad de plantear la alternativa socialista. Como no es así, el “pueblo” (nótese, no el proletariado) se dará finalmente cuenta de la imposibilidad de obtener esa preciada meta (el “desarrollo”) y se preparará a abrir la nueva vía que sí la asegurará. Conclusión: la necesidad del socialismo es función de la necesidad de “desarrollo”. Es evidente que una visión humanista-teleológica como ésta tiene poco que ver con el marxismo.
Cuando Marx plantea la necesidad del socialismo no lo hace en función de “imperativos morales”, v.gr. las dificultades -estructurales o coyunturales- del capitalismo para asegurar un cierto nivel de vida de la población. Al contrario, encontramos en él una crítica aguda a las teorías “miserabilistas” del empobrecimiento absoluto, juntamente con una justa apreciación de las potencialidades de creación del propio capitalismo. Marx plantea la necesidad histórica del socialismo a partir de la naturaleza también histórica -vale decir, no eterna- del capitalismo; la forma específica que toma en este último la explotación de clase es la base de un proceso contradictorio de lucha de clases que, bajo ciertas condiciones, desemboca en una etapa de transición hacia la sociedad sin clases (Castañeda y Hett, 1978: 79-87).
Así postulado el capitalismo como el factótum de la situación de subdesarrollo, la conclusión se impone: si el capitalismo fue impuesto desde el exterior de las sociedades hoysubdesarrolladas, lo que explica y reproduce el subdesarrollo son las relaciones de dependencia establecidas en el marco de una economía mundial dominada por los países capitalistas “desarrollados”. En el contexto de la dependencia, el desarrollo de unos genera el subdesarrollo de los otros; la acumulación a la escala mundial es un juego de “suma-cero” donde lo que unos pierden los otros ganan. El carácter contradictorio del capitalismo aparece, en la visión dependentista-subdesarrollista, como una pseudocontradicción desde el momento que, en el marco de la periferia, sólo se enfatizan los aspectos destructivos del mismo; la dependencia fija los límites absolutos de la expansión de las fuerzas productivas y las tesis estancacionistas vuelven por sus fueros. Nosotros pensamos que la noción de dependencia, así erigida en absoluto, lleva aparejadas dos desviaciones metodológicas específicas en el análisis “exogenista”; por un lado, una suerte de mistificación de la “Nación”, como el recipiente que delimita el espacio “interno” de las relaciones económicas y sociales en los países periféricos; por otro lado, y en relación con lo anterior, la economía mundial pensada como una “falsa totalidad”.
Veamos el problema de la nación. La idea de dependencia sugiere necesariamente que algo depende de algo. Si el definiendum es el mercado mundial dominado por los grandes centros imperialistas, el definiens para los dependentistas es la nación y todo lo que ocurra dentro de ella. Así, Marini (1973: 18) nos dice que “[…] ladependencia (debe ser) entendida como una relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la [propia] dependencia”. Cardoso, en un trabajo escrito en colaboración con Correa Weffort (1973: 52-53), escribe:
Las relaciones de dependencia suponen -y en esto reside el problema central del status teórico del concepto de dependencia- la inserción de dos estructuras de modo específicamente desigual: la expansión del mercado mundial creó relaciones de dependencia (y de dominación) entre naciones, estableciendo diferencias en el interior de la unidad constituida por el sistema capitalista internacional.
En general, los diversos autores dependentistas toman la nación como dada. De aquí resulta que es el recipiente (la nación) el que determina los límites entre “lo interno” y “lo externo”. En efecto, el recipiente, al separar lo interno de lo externo, define al primero como interno, sin que este deslinde se deba a la propia naturaleza del contenido (Castañeda y Hett, 1978: 145 y sig.). La naciónse constituye así en premisa del análisis de la dependencia y, por lo tanto, en premisa de cualquier análisis posterior de clases o de relaciones de producción. Con esto, la determinación histórica concreta del “problema nacional” (es decir, la génesis del Estado/nación), que debería aparecer como resultado del análisis, se constituye en su a priori.
Además, para Marx lo interno es definido por el contenido y no por el recipiente, y el contenido es el propio proceso histórico. Lo interno es la determinación de un proceso dado, el cual define su propio exterior a partir de sus propias contradicciones, sin recurrir en ningún caso a la noción espacial de “recipiente-límite”. Así, lo “externo” sólo se interioriza si pasa a formar parte del mismo proceso. Esto fue claramente mostrado por Rosa Luxemburgo (1967) cuando definía los “mercados externos” no en términos de naciones, sino en términos de las propias relaciones sociales capitalistas: las “terceras personas” estaban presentes también al interior de las naciones capitalistas avanzadas. La incorrecta determinación lógica e histórica del problema del Estado/nación en la perspectiva dependentista., está en la raíz de su imposibilidad de superar la dicotomía externo-interno, aún en el caso de Cardoso y Faletto, que se plantean explícitamente esa tarea.
Debemos precisar, sin embargo, un punto importante: la expansión capitalista mundial sí descansó de manera fundamental en la intervención de
-los Estados/nación de las economías capitalistas del “centro”; hay evidencia histórica de sobra para corroborar este hecho
xiii. El problema reside en que, en el caso de la periferia, se suponga
la existencia previa de lanación para efectuar el deslinde entre lo interno y
. lo externo siendo que, en rigor, ese deslinde es efectuado por el
proceso de penetración de las relaciones capitalistas mismas, donde el Estado/nación es un
resultado de este proceso, que se torna a su vez imprescindible para su continuación ulterior.
A esta noción metafísica de lo interno, los autores dependentistas hacen corresponder una determinación externa pensada como una totalidad inmediatamente dada, como un sistema mundial animado por una especie de “voluntad superior” (la acumulación mundial de capital) que tiene la facultad de determinar unívocamente el destino de las partes. En esta concepción fatalista y mecánica, lo externo crea ipso facto lo interno. Para A. G. Frank, todo desarrollo en los “satélites” es necesariamente un “desarrollo del subdesarrollo”, un “anti-desarrollo”. Marini plantea que la acumulación por la vía de plusvalía relativa en el “centro” significa forzosamente superexplotación y predominio de plusvalía absoluta en la “periferia”. En Cardoso y Faletto hay un matiz desde el momento que plantean la posibilidad de desarrollo con dependencia, aunque el “destino manifiesto” de la periferia sea la dependencia. Como señala Kalmanovitz críticamente: “El complejo mundo de lo concreto no requiere ni siquiera ser reconstruido por el investigador, porque ya todo está allí aparentemente dado. La única búsqueda es en torno a qué tipo de subordinación sufren las partes frente a la totalidad imperialista” (Kalmanovitz, 1983: 9).
La noción de totalidad, imprescindible en el análisis marxista, es despojada por los dependentistas de su carácter dialéctico: es el todo abstracto el que determina a las partes, sin tomar en cuenta que, a la vez, ese todo existe como totalidad concreta porque es determinado por las propias partes en su relación mutua y contradictoria. Ciertamente que la parte existe porque está en relación al todo, pero simultáneamente el todo no tiene una existencia separada e independiente de las partes (Kosik, 1970).
En resumidas cuentas, el problema no es que los dependentistas conciban a las economías periféricas como partes integradas orgánicamente al sistema capitalista mundial. Esto es un hecho consumado y procesado conceptualmente por la teoría marxista del imperialismo. El enfoque totalizante es justo y necesario. Pero el problema real es cómo se piensan las leyes de movimiento que animan a esa totalidad. Si se postula, a partir del imperativo moral del “desarrollo”, la determinación mecánica del todo sobre las partes, ya sea implícita o explícitamente, el proceso incesante de reconstrucción teórica de la realidad histórica como totalidad concreta se vuelve superfluo. Las referencias a las relaciones de producción, a las clases sociales, al Estado se convierten en “coartadas” para justificar a posteriori la dogmática dependentista. Es por esto que ningún análisis de los realizados hasta ahora dentro de esta corriente ha podido integrar correctamente “lo económico” y “lo político”, lo “interno” y lo “externo”, lo “real” y lo “aparente” del proceso histórico en la periferia. No es casual entonces que en todos los análisis dependentistas encontremos la misma incapacidad teórica para pensar el problema del Estado y su relación con el proceso de acumulación capitalista.
3.2. La corriente “endogenista” latinoamericana
La otra posición involucrada en el debate “interno-externo” no comienza a conformarse sino hasta los años setenta del siglo XX, y representa a su vez una reacción tanto contra la formulación “exogenista” tradicional de CEPAL como contra el “exogenismo” dependentista. Esta corriente pretende (como el dependentismo) un restablecimiento de la utilización de las categorías marxistas en el análisis, pero a través de lo que ellos conceptúan como las determinaciones internas del proceso de acumulación nacional de capital de los países latinoamericanos. Mucho más difusa que la corriente “dependentista” dado que no se mueve en torno a un concepto “carismático” y unificador como el de la “dependencia”, la corriente “endogenista”, sin constituir propiamente una “escuela de pensamiento” ha formulado críticamente algunos de los problemas soslayados o insuficientemente tratados por los “dependentistas”, aunque a su vez, como veremos, quedó lejos de haber llegado a formulaciones teóricas satisfactorias.
Sintetizando, podemos decir que los aspectos principales de este enfoque son:
a) Toda formación social debe considerarse como “normal”, respondiendo primeramente a las leyes de funcionamiento de su conformación productiva interna. A partir de allí se deberá analizar su vinculación externa;
b) En las formaciones sociales dominadas por el modo de producción capitalista,
[…] el desarrollo capitalista es una función de la tendencia hacia la acumulación de capital por la vía de la innovación técnica, como parte integral de una estructura desarrollada de relaciones de clase basadas en el trabajo libre asalariado […] ni el desarrollo económico ni el subdesarrollo dependen directamente, o son causados, el uno por el otro. Cada uno es el resultado deuna evolución específica de clases, en parte determinada históricamente 'fuera' del capitalismo, en relación con modos de producción no-capitalistas. (Brenner, 1977: 61)
Los límites al desarrollocapitalista no son fijados entonces por la dependencia, sino por la relación contradictoria fuerzas productivas/relaciones de producción al interior de cada país, relación que se materializa en una dinámica interna concreta de clases sociales;
c) Así constituida la trama interna de relaciones sociales, los factores externos no determinan la dinámica de la acumulación sino que sólo la influyen: “[…] la influencia externa modifica la configuración interna, pero sólo en la forma como su esencia absorbe el efecto externo” (Kalmanovitz, 1983: 15). Por consiguiente, en los países capitalistas subdesarrollados,
[…] no es el imperialismo, y por lo tanto las necesidades de la acumulación de capital en las economías desarrolladas lo que imprime a las llamadas economías periféricas su especificidad propia, sino su propio proceso de acumulación de capital, aun cuando este último sea influido por las llamadas economías del centro. (Salama, 1976: 938, énfasis original).
Es decir, la especificidad de estas formaciones capitalistas está fundada en su configuración interna.
Estos son, en términos generales, los componentes principales de la posición “endogenista”. Algunos autores “endogenistas”, como Kalmanovitz, intentan conciliar esta posición con “el punto de vista de la totalidad”, es decir, reconocen la existencia de un sistema capitalista mundial que englobaría las distintas economías nacionales. Otros, por el contrario, niegan la existencia de esa totalidad de orden superior. Castañeda y Hett, por ejemplo, señalan:
Cada ley del capital presupone la historia de la lucha de clases, y hasta nueva orden, el valor de la fuerza de trabajo se fija ahí donde hay una unidad de lucha de clases que lo determina. El mercado mundial no es el sitio y no establece un sistema capitalista mundial, si sistema ha de tener un sentido riguroso. Si lo estableciera, habría en efecto un solo valor mundial de la fuerza de trabajo, una sola unidad mundial de la lucha de clases y una sola formación social mundial. (1978: 58, énfasis propio).
Es innegable que los “endogenistas” representaron en muchos aspectos un avance conceptual neto con respecto a la teoría de la dependencia, la cual mostró muy pronto sus límites, especialmente cuando tuvieron que explicar la expansión capitalista en América Latina de los años sesenta y setenta del siglo XX.
Así, la aparición de algunos trabajos de investigación que hacían hincapié en la necesidad de encontrar la respuesta a la expansión capitalista de algunos países latinoamericanos en el seno mismo de estos países significó:
a) Un enfoque más directo de la realidad concreta, es decir, el estudio de las formaciones sociales en la región durante períodos específicos de su historia. Esto permitió la profundización de aspectos fundamentales de la investigación, como la articulación de los modos de producción, tantoen el caso de Brasil (Oliveira) como en el de Colombia (Kalmanovitz).
b) Una cierta desmitificación del concepto de “subdesarrollo” y de la ideología humanista pequeñoburguesa en la cual estaba inscrito dicho concepto. La “crisis del paradigma estancacionista” de la CEPAL y la incapacidad de la mayoría de los autores “dependentistas” para explicar el inusual desarrollo capitalista de los países más importantes de la región, proporcionó algunos puntos de referencia fundamentales para esta crítica al subdesarrollismo dependentista.
c) Un mayor énfasis en el análisis concreto de las clases sociales, las alianzas de clases y la escena política, considerando que el desarrollo concreto de estas sociedades respondía a contradicciones entre clases “internas”. Existió una especie de “movimiento compensatorio” hacia la política, a partir del rechazo al “economicismo” de los dependentistas.
d) Asociado con este último aspecto, hubo en los endogenistas una mayor preocupación por la cuestión del Estado y su relación con la economía. De hecho, esta problemática comenzó a tener una presencia más sistemática en los análisis nacionales, sin por ello suscribir una interpretación teórica definida. A lo más, hubo un creciente interés en la obra de Gramsci y los neogramscianos (en Poulantzas, por ejemplo) por parte de los autores endogenistas.
Crítica general de la corriente “endogenista”
Sin embargo, a pesar de las ventajas netas del enfoque endogenista, sus partidarios retrocedieron en relación a algunos aspectos básicos ya abordados por los “dependentistas”. Hubo un cierto estancamiento en el análisis con relación a la superación de las deficiencias metodológicas de sus oponentes porque, después de todo, la corriente endogenista no pudo ir más allá de su campo de análisis y ofrecer un enfoque diferente.
Con relación a sus retrocesos teóricos hay que señalar que, en los “endogenistas”, hubo una subestimación excesiva del papel del imperialismo y el capital internacional. El énfasis puesto en las determinaciones “internas” de la acumulación de capital (los factores “nacionales”) llevó a descuidar la naturaleza “supranacional” del capital. Esto es particularmente claro en Oliveira, cuando concibe la expansión capitalista en Brasil como una “[…] posibilidad definida en sí misma, [que reposó en la] dialéctica interna de las fuerzas sociales en conflicto” (Oliveira, 1973: 438-439).
Este argumento, llevado al extremo (por ejemplo, en Castañeda y Hett), conduce a rechazar la existencia de un sistema capitalista mundial y del papel realmente jugado por las empresas multinacionales en la acumulación. Las investigaciones más destacadas en este campo muestran, sin embargo, que estos dos fenómenos (el sistema capitalista mundial y la presencia activa de las empresas multinacionales en el mismo) son inseparables. (Michalet, 1976: 114 y sig.).
Hay entonces una incongruencia manifiesta en los autores endogenistas, que están por un lado obligados a reconocer la presencia activa de las empresas multinacionales en la dinámica “interna” de la acumulación y, al mismo tiempo, reducir la importancia del sistema mundial. Esta incongruencia pretendió eliminarla, por ejemplo, Tavares el cual señaló que: “[…] todas las teorías dinámicas requieren un esquema “endógeno” de movimiento, concebido como un soporte analítico a partir del cual su modo de funcionamiento puede ser “abierto” o generalizado a la totalidad del sistema” (Tavares, 1971: 116-117). Esto significó una especie de “internalización” de los factores “externos” los cuales, a partir de esta “endogenización” adquirirían su título de legitimidad en el análisis. Con ello, Tavares se acercó a las tesis de Cardoso y Faletto (1970) en este sentido.
Según los análisis de Tavares y de Cardoso de Mello (1975), el Estado interviene en el proceso de acumulación porque es necesario que el sector productor de bienes de capital surja y se consolide. El Estado reemplaza así a los capitalistas privados en la realización de funciones necesarias al sistema y que éstos no pueden llevar a cabo. De esta forma el fundamento de la intervención estatal reviste un carácter tecnológico; el Estado aparece como un deux ex machina destinado a resolver las dificultades de los capitales numerosos (Salama, 1976: 940-941). Por otra parte, en el enfoque “endogenista” hay una subvaloración del papel decisivo jugado por el imperialismo en la conformación de las formaciones sociales periféricas; por ende,
[…] el contexto mundial en el cual se constituyen los Estados capitalistas modernos es, o ignorado o grandemente subestimado, con lo que no solamente la génesis de estos Estados permanece incomprendida sino que tampoco explica el hecho de que estos Estados hayan intervenido en una época determinada y no en otra, de manera simultánea en la mayoría de las economías actualmente semi-industrializadas. Por consiguiente, la especificidad y los límites de esta intervención no pueden ser fundamentalmente comprendidos. (Salama, 1976: 941, énfasis propio).
Sin embargo, para nosotros el problema no radica en la “interiorización” de lo externo sino, en primer lugar, en la determinación del criterio de demarcación entre lo “interno” y lo “externo”. Sólo después de haber dado una respuesta satisfactoria a esta pregunta, es que se podrá abordar otros aspectos del proceso.
De acuerdo con los “endogenistas”, es la Nación la que determina los límites entre lo interno y lo externo. Esto es explícito en Kalmanovitz por ejemplo, pero está más o menos explícito también en los otros autores “endogenistas”. Como lo hemos señalado antes, el problema es que la nación se toma como premisa y no como resultado del proceso real de la propia expansión capitalista. Según nosotros, es la naturaleza misma de este proceso la que debe ser considerada. Es este proceso el que crea su propio “interior” (y “exterior”), basado en la reproducción del capital como una relación social que tiende a superar constantemente sus propios límites, y donde la división entre países o Estados/nación le está subordinada.
Por lo tanto, si existe algún significado en la dicotomía interno-externo, ésta deberá referirse al proceso capitalista mismo, y no a la oposición mecánica entre la economía nacional y la economía mundial. El “hecho nacional” contemporáneo adquiere su correcta dimensión en relación con este proceso. La organización política del capital en Estados/nación es un fenómeno inherente al propio despliegue del capital global, convirtiéndose a su vez en una condición necesaria para su existencia continua y ampliada.
No es por casualidad que los análisis “endogenistas” (al mismo título que los de los “exogenistas”) no alcanzaron a comprender la verdadera naturaleza de los vínculos entre el Estado y la acumulación de capital. Por un lado, permanecieron prisioneros de una dicotomía interno-externo basada en una mistificación del Estado-nación; por el otro, como lo hemos constatado antes, no recurrieron a una teoría materialista del Estado que pudiera dar cuenta de su relación orgánica con el capital. En última instancia, podríamos explicar esta dicotomización interno/externo por la ausencia de una teoría adecuada del Estado capitalista en el debate latinoamericano sobre el subdesarrollo.
Conclusiones generales
El debate entre “exogenistas” y “endogenistas” se basó en premisas falsas, referidas en última instancia a la exclusión en el análisis del problema del Estado, lo que lo convirtió en un falso debate. El análisis “exogenista”, al hacer hincapié en el peso de la economía mundial y del imperialismo, no supo derivar las implicaciones pertinentes en razón de un contexto ideológico moralizante y de una inadecuada interpretación del fenómeno de los Estados/nación. Por su parte, el análisis “endogenista”, al poner el acento en la economía nacional y las clases sociales “internas”, no logró superar significativamente la problemática “dependentista”, dado que permaneció prisionero también de una noción fetichizada del Estado-nación. De ello se observa una insuficiencia teórica (común a ambos enfoques) sobre la cuestión del Estado y su relación con el capital.
Como balance general de este trabajo, se puede afirmar que, en la mayoría de las contribuciones al debate interno-externo, las relaciones de producción, el Estado y las clases sociales aparecen como entidades yuxtapuestas, externas entre sí, donde sus vínculos orgánicos tienden a desvanecerse. Las teorizaciones existentes sobre el capitalismo “periférico” y el subdesarrollo, reclaman ser reconstruidas a la luz de un nuevo enfoque, que ponga por delante la cuestión del Estado y su relación orgánica con la economía en el contexto de la sociedad capitalista. En nuestra opinión, sólo un enfoque de este tipo podría superar el falso debate entre “endogenistas” y “exogenistas”, dado que el mismo significaría desplazar el campo del análisis y poner en obra una problemática diferente.
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iiMutatis mutandis, un antecedente histórico de este debate se puede encontrar en la discusión que a finales del siglo XIX y principios del XX se dio a propósito de la interpretación de los esquemas marxistas de la reproducción del capital, entre los "proporcionistas" que negaban la necesidad de los mercados externos para la reproducción capitalista y los "subconsumistas", que afirmaban lo contrario. Ver al respecto Rosdolsky (1978, pp.491-554).
iii Este debate, llamado de la “derivación” del Estado del capital, se originó en sus inicios entre representantes de la llamada “escuela de Frankfurt” en Alemania y teóricos de la Universidad Libre de Berlín, extendiéndose rápidamente a otros países. Cfr. principalmente Holloway y Picciotto (1978) y Vincent (1975).
iv En el pensamiento de Marx
no hay lugar para desarrollar una “teoría política” del capitalismo, por la sencilla razón de que Marx no escinde su crítica de la sociedad burguesa en una crítica “económica” (contenida supuestamente en
El Capital), una crítica “política” y una crítica “ideológica”, al estilo de las ciencias sociales convencionales. El proyecto científico original de Marx contemplaba como punto de partida el análisis crítico de la mercancía, el dinero y el capital (la “anatomía de la sociedad civil”), para posteriormente analizar las formas sociales derivadas de estas categorías: Estado, comercio exterior y mercado mundial (Marx, 1975). Desgraciadamente Marx murió antes de completar su monumental obra, de la cual en vida sólo publicó el primer libro de
El Capital (la producción capitalista), encargándose Engels de la edición y publicación del segundo (la circulación capitalista) y tercer libro (el proceso global de la producción capitalista) a partir de los manuscritos dejados por Marx.
v Se entiende por socialización el proceso por el cual se opera la unidad-en-la-separación de los agentes sociales en el marco de un modo de producción determinado (en este caso, el capitalista); es decir, el movimiento por el cual se reproduce a la vez la separación de estos elementos y su pertenencia común a la totalidad social, reproduciendo al mismo tiempo la totalidad y las partes (Palloix, 1981).
vi Así como el capital es percibido por los instrumentalistas
no como una relación social sino como una masa de riquezas, el Estado es, en esta concepción,
no una relación social sino una herramienta neutra, susceptible de ser utilizada a discreción por los poseedores de esa masa de riquezas. Se confunde así el “núcleo duro” material, común a todos los Estados (es decir, el conjunto de mecanismos burocrático-administrativos y represivos del Estado), con el Estado mismo. Esto equivale –
mutatis mutandis- a la reducción de la mercancía
a su solo valor de uso, olvidando que se trata de una relación social constituida por la contradicción entre su valor de uso y su valor de cambio.
vii Tal es el supuesto implícito en la teoría del “contrato social” de J. J. Rousseau, y en las teorías de J. Locke, Hobbes y demás teóricos burgueses clásicos de la política.
viii Este es el planteamiento original de la CEPAL, presente en la obra de R. Prebisch y demás autores cepalinos de la primera época.
ix Desde el momento en que la naturaleza de clase del Estado es erróneamente fundada en el análisis, no es posible establecer prácticamente
los límites de la acción estatal. Sobre la
naturaleza práctica del conocimiento teórico, recordemos la
Segunda Tesis de Marx sobre Feuerbach (Marx-Engels, 1976: 7).
x Ver la crítica de Shaik (1999) a la teoría económica convencional.
xi Estas condiciones son precisadas por Salama (1976: 933): “[…] fue necesario que la economía de exportación suscitara un mínimo de industrialización en las ciudades y en los puertos, que existiera un mínimo de infraestructura, que la política gubernamental sostuviera la demanda subvencionando los ingresos de los exportadores dañados por la crisis. El conjunto de estas condiciones aseguró la valorización del capital para la producción de bienes anteriormente importados”.
xii Este estrangulamiento del sector externo se refiere al hecho de que el desequilibrio en la balanza de pagos se traduce en una escasez de divisas que impide llevar a cabo nuevas sustituciones de importaciones.
xiii Basta mencionar, por ejemplo, el papel jugado por la corona española para financiar los viajes de Cristóbal Colón a las supuestas Indias occidentales.