08/11/2024

El capitalismo como patriarcado productor de mercancías y el protagonismo de las mujeres en los Movimientos de Trabajadores Desocupados

 
 
Contexto
 
La posibilidad de este artículo surge del cruce de experiencias teóricas y prácticas.[1] Por un lado, evidentemente, este trabajo no hubiera sido posible sin los trabajos de Roswitha Scholz, Norbert Trenkle y el grupo Krisis.[2] De no haber sido por esas lecturas, no habría accedido a comprender la naturaleza específica del patriarcado en el capitalismo y su vínculo con la construcción de las identidades obreras masculinas. Por otro lado, esta elaboración surge como reflexión en el seno de la práctica política. Durante un taller de formación política con un viejo compañero de los Movimientos de Trabajadores Desocupados de fines de los años noventa, aprendí que, para  organizar asambleas de base, crear comedores, cooperativas, etc., era clave convocar a “las doñas” de los barrios. El comentario sobre la importancia de convocar a “las doñas” (madres y a menudo también sostenes de familia) en la militancia territorial en general, se repitió más de una vez. Mientras que la mayoría de los “referentes” públicos y mediáticos del movimiento continuaron siendo hombres, en la cotidianidad de la organización de base, las mujeres de las barriadas se organizaron y politizaron temprana y decididamente.
La historia de la relación entre la política feminista y las organizaciones sociales que provienen de la militancia territorial, por lo demás, es compleja y requeriría en sí misma uno o varios estudios. Estas agrupaciones sociales y políticas se caracterizan en general por un énfasis especial en las problemáticas de género. En este trabajo, sin embargo, no me propongo reponer las (en sí mismas ricas y vastas) elaboraciones de las organizaciones mismas. En cambio, intentaré reflexionar sobre el vínculo entre protagonismo de las mujeres, crisis del trabajo asalariado (y sus patrones masculinos de subjetivación) y experimentación de formas autogestionarias de organización de la producción. Sostendré que puede establecerse una relación interna entre el trabajo sin patrón encarado desde los MTD y la crisis de la subjetividad obrera heredada, construida sobre la división capitalista entre un trabajo asalariado masculinizado, jerarquizado, y un trabajo reproductivo feminizado, desvalorizado.
 
Patriarcado productor de mercancías y división del valor
 
Tenemos que desembarazarnos de una representación habitual según la cual la devaluación social de la mujer es ante todo un resabio feudal, rémora de formas de dominación precapitalistas que la modernidad del capital vendría a desterrar. Esta representación heredada supone, más o menos, que la sociedad capitalista es igualitaria en sus cimientos, de modo que la desaparición final de la dominación de género es en definitiva sólo una cuestión de tiempo: el “desarrollo” del capital traería, a largo plazo, las condiciones para la liberación femenina. El patriarcado sería simplemente un remanente de tiempos pretéritos en proceso de desaparecer. No es antojadizo que se piense así: esta lectura se basa, si bien de manera ideológica, en determinaciones efectivas de la lógica capitalista que es, a diferencia de otras formas de dominación históricas, compatible –paradójicamente– con la igualdad formal de las personas. Siguiendo a Moishe Postone, con el capitalismo se da un pasaje de formas de dominación personales o directas a formas de dominación impersonales y cuasi-objetivas. La sociedad asume así la forma de una totalidad auto-moviente, que se opone a los particulares como si fuera una objetividad ajena, dotada de un movimiento automático: “la sociedad, como otro cuasiindependiente, abstracto y universal que se opone a los individuos y ejerce una coacción impersonal sobre ellos, se constituye como una estructura alienada por el carácter dual del trabajo en el capitalismo” (Postone 2006: 225). Estas estructuras cuasi-objetivas, mediadas por el trabajo abstracto, se constituyen sobre la base de la disolución de las formas precapitalistas de dominación, basadas en jerarquías directas o personales de grupos o de individuos sobre otros. La transformación de la lógica fundamental de la dominación hace que la igualdad se convierta en un principio jurídico normal en el capitalismo. La dominación específica del capital, en otras palabras, aparece como la dominación mediante estructuras universales y anónimas que suprimen las formas directas de poder personal. “El sistema monetario [capitalista], es en todos los hechos el sistema de la igualdad y la libertad” (Marx, 1971: 187).
A pesar de la correlación entre las formas de sociabilidad del capital y la difusión de la igualdad formal entre las personas, la dominación patriarcal parece insistir decididamente en nuestras sociedades. El patriarcado, aparentemente “premoderno” y “precapitalista”, parece persistir a pesar de la supuesta tendencia del capital a la igualdad formal, garantizada por la disolución de los lazos tradicionales de dependencia personal. Precisamente, el feminismo marxista de Roswitha Scholz permite interpretar esta tenaz “persistencia” de la dominación sobre las mujeres, mostrando que no se trata de una rémora del pasado, sino que el capital genera una forma de patriarcado que le es característica.
Roswitha Scholz, partiendo a su vez de los planteos de Frigga Haug y articulándolos con la crítica del valor, sostiene que el capitalismo es una forma históricamente específica del patriarcado, al que podemos llamar “patriarcado productor de mercancías”. Su punto de partida coincide con el de Postone, en torno a la mutación histórica de las formas de dominación en el capitalismo: “En las sociedades premodernas, por el contrario, se producía bajo otras relaciones de dominación (personales en vez de cosificadas por la forma de la mercancía) y principalmente para el uso” (Scholz, 2014: 48). En el capitalismo, la dominación se funda en la subordinación de las personas a la dinámica “tautológica” del capital que se autovaloriza, como “sujeto automático” basado en “mecanismos anónimos ciegos” (Scholz, 2014: 48), antes que en la violencia física directa ejercida por un grupo. La peculiaridad feminista de su análisis radica en que pasa de la crítica del valor a la crítica de la escisión del valor [Wert-Abspaltung]:
 
Con el valor o el trabajo abstracto no queda suficientemente especificada la forma fundamental del capitalismo en cuanto relación fetichista. También habría que dar cuenta del hecho de que en el capitalismo se producen actividades reproductivas que realizan sobre todo las mujeres. De acuerdo con esto, la escisión del valor remite a que las actividades reproductivas identificadas sustancialmente como femeninas, así como los sentimientos, los atributos y actitudes asociadas con ellas (emocionalidad, sensualidad, cuidado, etc.), están escindidos precisamente del valor/trabajo abstracto. Así pues, el contexto de vida femenino, las actividades reproductivas  femeninas tienen en el capitalismo un carácter diferente al del trabajo abstracto; por tanto no se las puede subsumir sin más bajo el concepto de trabajo. (Scholz, 2014: 49)
 
La constitución de la lógica “abstracta”, anónima y cuasi-objetiva de dominación en el capitalismo, que puede vincularse con la universal proclamación de la igualdad formal en la modernidad, sin embargo, se monta sobre una forma específicamente capitalista de dominación patriarcal. Esta dominación se estructura a partir de la “escisión del valor”, que masculiniza y jerarquiza el trabajo asalariado al tiempo que feminiza y desvaloriza las actividades reproductivas. Marx y Engels, por su parte, sentaron las bases de la crítica del valor pero desconocieron su articulación con esta división, que está en la base de la reproducción de la fuerza de trabajo y por lo tanto forma parte de las condiciones de posibilidad de la acumulación de capital. La dominación patriarcal tiene, claro, una historia premoderna, pero “con la universalidad de la forma de la mercancía alcanzó una cualidad completamente nueva” (Scholz, 2014: 50). El capitalismo se construye sobre una división patriarcal de las actividades humanas, que asocia el trabajo creador de valor a la masculinidad (y a una serie de valores socialmente masculinizados, como la eficiencia, la competitividad, la agresividad); al tiempo que degrada y feminiza las actividades reproductivas, que aportan de manera indirecta a la reproducción de capital y se asocian a una serie de valores considerados femeninos, como el cuidado, la ternura, el afecto o incluso la irracionalidad. El capitalismo puede así ser considerado como un patriarcado productor de mercancías, que erige un completo proyecto civilizatorio de dominación masculina:
 
Podría hablarse de manera algo exagerada del género masculino como del «género del capitalismo»; y, desde este trasfondo, cabría decir que una comprensión dualista de masculinidad y feminidad es la concepción dominante del género en la modernidad. El modelo civilizatorio productor de mercancías tiene su condición de posibilidad en la opresión de las  mujeres. (Scholz, 2014: 51)
 
La división del valor, principio estructurante de la sociedad capitalista, evidentemente no es estática sino que asume una serie de formas históricas variables. En los actuales tiempos “posmodernos”, por caso, las mujeres se ven sometidas a una “doble socialización”: al tiempo que siguen siendo responsables de los cuidados y las actividades reproductivas en el hogar, participan también del trabajo asalariado fuera de casa. Esto no cuestiona la raíz de las relaciones de género capitalistas, sino que las flexibiliza en un marco que no altera las bases formales de la escisión del valor estructural.[3]
 
Identidades masculinas y trabajo asalariado
 
En la sección anterior intenté reconstruir mínimamente la relación interna entre la constitución del valor (basado en el trabajo abstracto) como mediador social y la escisión del valor que feminiza las actividades reproductivas, degradándolas, y masculiniza el trabajo asalariado, jerarquizándolo como superior. Ahora intentaré esbozar algunas consideraciones sobre la relación entre el trabajo asalariado y la construcción moderna del género masculino.
La crítica del valor, a diferencia del marxismo tradicional, cuestiona centralmente la forma capitalista del trabajo, como trabajo creador de valor o trabajo dividido en un aspecto concreto y uno abstracto. Esta categoría es, entonces, comprendida como específicamente capitalista y no como transhistórica. La crítica del capital, en este marco, es la crítica de la forma capitalista de trabajo o del trabajo, ya no comprendido como actividad humana en general sino como una categoría social capitalista (Kurz y Trenkle, 1999). El trabajo capitalista se caracteriza como una actividad separada del resto, donde el trabajador debe disponerse a la sumisión a las metas impuestas por las exigencias de la auto-reproducción del capital (es decir, no determinadas de manera consciente y colectiva). “Trabajar”, en sentido capitalista, no es transformar la naturaleza conforme fines humanos o amoldar las materias primas para que satisfagan necesidades de las personas, sino someter las propias capacidades y la propia actividad a los designios y necesidades del capital. La crítica del capital, en este marco, coincide con la crítica del trabajo, entendido como trabajo específicamente capitalista, dividido en un aspecto concreto y uno abstracto y constitutivamente sometido a los imperativos fetichistas de la reproducción del valor.
Liberarse del capital, según este planteo, significa liberarse del trabajo creador de valor. Esto pone en cuestión una identificación inmediata entre el históricamente auto-constituido movimiento obrero y la crítica del capital. En efecto, la crítica del capital no se dirige a asegurar la posición de los trabajadores en el seno del capitalismo, a afirmar su identidad o reforzar su lugar socialmente constituido.[4] La afirmación del trabajo aspira como tal a la –frágil, no siempre posible, pero a menudo deseada– complementariedad entre trabajo y capital. Esa complementariedad no es meramente contingente (según la crítica del valor) sino que se basa en la “identidad interna entre trabajo y capital” (Kurz y Trenkle, 1999: 1), esto es, en el hecho de que la categoría moderna de trabajo (y, con ella, la de “clase trabajadora”) es constituida bajo los parámetros históricos y lógicos del capitalismo. De lo anterior se sigue, pues, que la crítica del capital no aspira a la “realización del proletariado” sino a su superación histórica, en aras de una sociedad sin trabajo capitalista.[5]
La constitución de las identidades y subjetividades masculinas en la modernidad, a su vez, está enredada con la gestación del trabajo capitalista. “La crisis del trabajo es la crisis de la masculinidad moderna. Porque el hombre burgués moderno es constituido y estructurado en su identidad, de manera fundamental, como hombre trabajador” (Trenkle, 2008: 1). “Crisis del trabajo” se refiere a la creciente incapacidad de la sociedad capitalista para reproducir sus propios fundamentos en el valor y el trabajo. En los fenómenos de desempleo masivo se manifiesta, pues, la coincidencia entre crisis del capital (desfasaje de la valorización con las condiciones que ella misma genera) y la crisis del trabajo.
Trenkle explica el vínculo entre la construcción de la subjetividad masculina moderna y las demandas del trabajo capitalista. Como vimos, en el corazón de la dominación del capital hay una escisión del valor entre el trabajo (masculino y que produce valor) y las actividades reproductivas (femeninas y que no valorizan capital directamente). Luego, las determinaciones simbólicas y subjetivas de la masculinidad moderna se constituyen a partir de las exigencias del trabajo asalariado. La masculinidad pasa a definirse por la disciplina sobre el propio cuerpo, la objetivación distanciada de los otros, la naturaleza, y los propios sentimientos y la asunción de una racionalidad instrumental que maximiza el cálculo medios-fines, tratando a la realidad exterior y al propio sujeto como un objeto de manipulación fría y distanciada. “Un ‘verdadero hombre’ debe ser duro, consigo mismo y con los otros” (Trenkle, 2008: 2). La auto-disciplina sobre el cuerpo y las emociones, pero también la disposición a imponerse competitivamente sobre los demás, vertebran la configuración moderna de la masculinidad, en correspondencia con las exigencias subjetivas del trabajo sometido al capital. “La moderna identidad masculina se corresponde exactamente con las demandas del trabajo en la sociedad capitalista, basada en la producción universal de mercancías. Porque el trabajo en el capitalismo es en esencia una actividad desensualizada y desensualizante” (Trenkle, 2008: 2). En otras palabras, a lo largo de las mutaciones históricas de la división del valor, hay una construcción correlativa entre las demandas subjetivas del trabajo capitalista (predisposición a tratar el propio cuerpo como una herramienta, disciplina ante finalidades ajenas, violencia sobre la propia sensibilidad, inclinación a la competencia con otros) y la construcción de las identificaciones modernas de la masculinidad.
Finalmente, la escisión del valor construye las determinaciones de la subjetividad femenina en oposición simétrica (y complementaria) con masculinidad dominante. De ahí que lo femenino, como es constituido en términos capitalistas, no es como tal un reservorio de valores emancipatorios, sino el complemento desvalorizado de la masculinidad burguesa. La construcción de la masculinidad moderna “no podía triunfar sin la creación de una contra-identidad femenina” basada en “la construcción de un ‘otro’ femenino, en la sensual, emocional e impulsiva mujer que no puede pensar lógicamente” (Trenkle, 2008: 5). La identificación masculina con las cualidades dominantes en la sociedad del trabajo asalariado se corresponde con la identificación de lo femenino con la sensibilidad, la irracionalidad, la susceptibilidad emocional, la debilidad ante los impulsos e incluso la animalidad o la recaída en la naturaleza. Estas cualidades, al mismo tiempo, se corresponden con la división del valor, que subjetiva a las mujeres para las actividades reproductivas y la dispensación sensiblera del cuidado de otros: “‘El varón’ es visto así como hombre/espiritual/vencedor del cuerpo; la mujer, por el contrario, como no-hombre, como cuerpo” (Scholz, 2014: 7).
 
Trabajadores desocupados: cuestionar las subjetividades heredadas
 
Ahora, ¿qué tiene que ver todo lo anterior con la historia de las doñas y el movimiento piquetero? Si la construcción de subjetividades masculinas y femeninas no es ajena a la lógica del capital, sino que está articulada estructuralmente con ella; entonces los movimientos que intentan cuestionar el trabajo capitalista se ven atravesados, irremediablemente, por problemáticas de género.
La expresión “trabajadores desocupados” encierra una ostensible contradicción en los términos: si son desocupados, no son trabajadores. Evidentemente, la persistencia del significante “trabajador” mienta una adscripción de clase: aunque estén desocupados, pertenecen a la clase trabajadora, en el sentido amplio de los desposeídos de los medios de producción, los que no son propietarios del capital. La expresión se complejiza todavía más si le sumamos “trabajo sin patrón”. Según el análisis anterior, el trabajo sin patrón, no orientado a la lógica de la ganancia que reproduce valor, no es trabajo en sentido capitalista. Efectivamente, podemos decir que el trabajo sin patrón es un intento (socialmente minoritario) de cuestionar aquí y ahora el trabajo capitalista como tal. Las organizaciones cooperativistas, que practican el trabajo sin patrón, politizan este concepto cuando hablan de prefiguración del socialismo en la construcción de poder popular.[6] Prefiguración se refiere al intento, parcial, limitado y trunco dentro de los límites de lo existente, por organizar la actividad humana de una manera que ya no sea trabajo capitalista. El trabajo sin patrón se instala, pues, como un intento, una anticipación o un anhelo –necesariamente incompleto, dado el contexto en el que surge– de superar el trabajo capitalista. La contradicción entre la persistencia de la identidad trabajadora (constituida en términos capitalistas) y su superación posible (hacia una actividad “sin patrón” que ya no sería trabajo en el sentido moderno) marca la tensión constitutiva de todo intento de autogestión de la producción que prefigure el socialismo.[7] Por un lado, es una actividad llevada a cabo por trabajadores (separados de los medios de producción). Por otro lado, cuestiona la forma capitalista de trabajo (creador de valor) y explora la posibilidad de una actividad humana que ya no sea trabajo en sentido capitalista.
Finalmente, puede esbozarse una hipótesis sobre el protagonismo de las “doñas” en la construcción histórica de los MTD. Si hay una relación interna, como vimos, entre subjetivación masculina y trabajo asalariado, podemos imaginar los varones tuvieran más dificultades que las mujeres a la hora de asumirse como desocupados o desocupadas. En efecto, asumir la identidad de trabajador desocupado implica la traumática aceptación del propio fracaso como varón en sentido capitalista. No estar empleado, no poder vender la propia fuerza de trabajo, no es accesorio para el “hombre” sino que pone en cuestión un pilar de la identificación masculina moderna como tal. Si las identificaciones masculinas burguesas se constituyen a partir del trabajo y sus demandas, asumirse como “trabajador desocupado” implica deponer una parte de esas identificaciones constitutivas y de la cuota de poder social que acarrean. Un macho sin trabajo es un macho fracasado, no sólo en sentido económico sino en el nervio de su masculinidad. De ahí que la asunción militante y la politización de la identidad “desocupado”, acarrea una zozobra, una puesta en crisis de la subjetividad masculina capitalista.
La despatriarcalización de los sujetos no tiene una relación casual con la autogestión de la producción, el trabajo sin patrón y los movimientos de trabajadores desocupados. Se trata, en cambio, de una exigencia política y una potencialidad emancipatoria implícitas en el cuestionamiento del trabajo asalariado como garantía de la subsistencia, pero también como vehículo de la integración social y la dignidad personal. De ahí que es obligatorio que el movimiento del trabajo sin patrón se asuma plenamente antipatriarcal y combata todos los elementos de la dominación masculina que persisten o resurgen en su seno. Sin feminismo, no hay prefiguración del socialismo: el lazo entre ambos es interno, no casual. Comprender la lógica de la escisión del valor en el patriarcado capitalista debería permitirnos iluminar este vínculo.
En el contexto descrito es comprensible, también, que las mujeres tuvieran un protagonismo especial a la hora de organizar los MTD en los barrios. La doble socialización contemporánea de las mujeres (que les impone las labores reproductivas en la casa y el trabajo asalariado) les exigía sostener económicamente sus hogares, al tiempo que aminoraba la vivencia del fracaso social y subjetivo ante la asunción de la propia identidad como “desocupada”. Las mujeres estaban subjetivamente mejor preparadas para organizarse activamente como desocupadas y lanzarse a la crítica práctica del trabajo asalariado, aun cuando sus motivos inmediatos tuvieran relación con la subsistencia familiar antes que con el cuestionamiento del capital y sus relaciones de género. Para los varones, la aceptación de la condición de “desocupado” y, más aun, su politización conflictiva, implicaba un duro trámite desde el punto de su identidad masculina; trámite que no se daba de la misma manera para las mujeres. De ahí que, para armar una asamblea u organizar una cooperativa, las “doñas” resultaran más receptivas: preocupadas por el sostenimiento de la familia, al mismo tiempo se vieron menos afectadas por la destitución subjetiva implicada por el desempleo.
Las mujeres, por su posición social preexistente, estuvieron en condiciones de oficiar de vanguardia de un movimiento social cuyas posibilidades liberadoras no pasan por reafirmar lo masculino o lo femenino tal cual existen, sino por cuestionar la división de géneros actualmente constituida (ligada al trabajo capitalista). La crítica del capital, teórica y práctica, no puede hoy ser sino crítica del trabajo asalariado y simultáneamente crítica de la jerarquía de los géneros. Los movimientos que, como el del trabajo sin patrón, exploran alternativas de existencia y sociabilidad frente a las formas del capital y el trabajo, movilizan ese espacio de contradicciones entre la posibilidad de una modernidad porvenir, más allá del capitalismo y el patriarcado, y la persistencia del capital, la escisión del valor y su lógica totalizante de dominación.
 
Bibliografía
 
Haug, Frigga, Frauen-Politiken. Berlín: das Argument, 1996.
–, “Hacia una teoría de las relaciones de género”. En: Borón, A. et al. (comps.), La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas. Buenos Aires: CLACSO, 2006.
Kurz, Robert / Trenkle, Norbert, “Die Aufhebung der Arbeit. Ein anderer Blick in das Jenseits des Kapitalismus”. En: Kurz, R. / Lohoff, E. / Trenkle, N. (eds.), Feierabend! Elf Attacken gegen die Arbeit. Hamburgo: Konkret, 1999.
Lukács, Georg, Historia y conciencia de clase. Trad. de Manuel Sacristán. Madrid: Grijalbo, 1985.
Martín, Facundo Nahuel, Marx de vuelta. Hacia una teoría crítica de la modernidad. Buenos Aires: El Colectivo, 2014.
Marx, Karl, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Tomo 1. México: Siglo XXI, 1971.
Mazzeo, Miguel, El sueño de una cosa. Introducción al poder popular. Buenos Aires: El Colectivo, 2007.
Pacheco, Mariano, De Cutral-Có a Puente Pueyrredón. Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados. Buenos Aires: El Colectivo-Asociación Gremial del Subte, 2010.
Postone, Moishe, Tiempo, trabajo y dominación social. Madrid: Marcial Pons, 2003.
Scholz, Roswitha , “Wert und Geschlechterverhältnis”, 1999. Disponible en: http://www.exit-online.org/textanz1.php?tabelle=autoren&index=21&posnr=37&backtext1=text1.php (último acceso: 1/7/2015).
–, “El patriarcado productor de mercancías. Tesis sobre capitalismo y relaciones de género”. En: Constelaciones. Revista de Teoría Crítica 3 (2014). Disponible en: http://www.constelaciones-rtc.net/05/05_04.pdf (último acceso: 1/7/2015).
Trenkle, Norbert, “Aufstieg und Falls des Arbeitsmanns”, 2008. Disponible en: http://www.krisis.org/2008/aufstieg-und-fall-des-arbeitsmanns (último acceso: 1/7/2015).
 
 

Artículo enviado especialmente para su publicación en Herramienta.
 
[1]. Agradezco especialmente la lectura y comentarios que Gabriela Mittidieri, Adriana Pascielli, Norbert Trenkle y Marcela Zangaro hicieron del manuscrito original. Todas las citas del alemán son de traducción propia.
[2]. Debo agradecer especialmente a José Antonio Zamora y Jordi Maiso por esto. Cursando con ellos el seminario “En el horizonte de la crisis: nuevas lecturas de Marx y crítica radical del capitalismo” en el año 2014 en la Universidad Complutense de Madrid, di por primera vez con los trabajos que cito en este artículo, que fueron indispensables para mi propia formación teórica y política.
[3]. Puede decirse, evidentemente, que el capitalismo apeló a diversas formas de trabajo asalariado femenino mucho antes de la actual “doble socialización” posmoderna. Esto no quita que exista una escisión del valor, ya que normalmente el trabajo de las mujeres ha sido minusvalorado (y peor pagado) en relación con el de los hombres.
[4]. Es imposible discutir en profundidad la “crítica del trabajo” y su relación con la lucha de clases en este artículo. Desarrollé una discusión más detallada de este problema en Marx de vuelta. Hacia una teoría crítica de la modernidad (Martín, 2014: cap. 7).
[5]. El propio Lukács, a pesar de ser en varios aspectos el principal teórico del “mito” del proletariado como sujeto-objeto idéntico de la historia, advierte ya en Historia y conciencia de clase que la peculiaridad de la lucha contra el capital radica en la disolución de la clase proletaria, no en la consolidación de su posición histórica. Véase Lukács, 1985: 126s.
[6]. Para una elaboración sobre el poder popular en las luchas recientes en Argentina, véase Mazzeo (2007).
[7]. Me veo obligado a hacer una advertencia acá, para no deformar la experiencia de la que parto ni arrogarme atribuciones que no me corresponden. No puede decirse que los movimientos de desocupados hayan realizado en todos los casos, o siquiera de modo dominante, una crítica consciente y articulada del trabajo que confluya necesariamente con la del grupo Krisis o Postone. Por el contrario, muchas veces mantienen un reclamo “por trabajo” y una identidad afirmativa como trabajadores. De ahí que mi propuesta (el trabajo sin patrón no es propiamente trabajo) no pueda tomarse como una representación de acuerdos colectivos, sino como una elaboración individual, que busca introducir categorías teóricas desde la práctica militante, pero no tiene pretensiones usurpatorias de representar a los movimientos, que de todos modos no necesitan representantes intelectuales o mandatan sus propias representaciones cuando lo juzgan necesario.

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