El punto de partida
Una de las condiciones básicas para que se produzca un hecho revolucionario es que sea precedido por una acumulación de poder de las clases transformadoras, acumulación que debe combinarse con una crisis de hegemonía de las clases dominantes. En el momento de arranque del proceso bolivariano, la crisis de dominación era evidente, pero la acumulación del poder popular estaba muy “floja”. Un hecho popular de masas, el Caracazo (una rebelión popular ocurrida en 1989, reprimida por el Ejército con más de tres mil muertos), había desencadenado una aguda crisis política en las clases dominantes venezolanas, alentando también el crecimiento de diversas manifestaciones de la lucha de clases (invasiones, manifestaciones, huelgas), pero ese crecimiento se dio a partir de niveles paupérrimos.
Quienes militábamos allá por los años setenta en el cono sur de Nuestra América, veíamos a Venezuela como una colonia gringa o, en el mejor de los casos, un tranquilo lugar de exilio, como de hecho lo fue para muchos perseguidos por las dictaduras. No por casualidad, mientras las posibilidades revolucionarias del continente eran clausuradas por una seguidilla de dictaduras, en Venezuela se mantuvo una democracia constitucional burguesa; es cierto que durante la IV Republica hubo represión, torturas y asesinatos políticos, pero en una escala sustancialmente diferente a lo que ocurrió en otros países de Sudamérica.
De allí también la confusión que produjo en buena parte de la militancia de izquierda sudamericana la aparición de Chávez. El 4 de febrero de 1992 Chávez lideró una breve rebelión militar. Derrotado (“por ahora”, dijo el joven teniente coronel), se convirtió al mismo tiempo en el héroe popular más rutilante de la Venezuela contemporánea. Después de las experiencias de Torres en Bolivia y Velasco Alvarado en Perú, resultaba impensable la presencia en las fuerzas armadas de cualquier país del sub-continente de algún militar con ideas de izquierda y, mucho menos, que pudiese haber llegado al grado de coronel. No se advertía que en éste aspecto Venezuela fuera una excepción. Tampoco podíamos imaginarnos qué se trataba de un país en el cual lo elemental de la lucha de clases y el descreimiento en las posibilidades revolucionarias habían fomentado el descuido de una burguesía lúmpen y la distracción del Imperio, sorprendidos ambos por un avatar de la historia que se expresó en el liderazgo de Chávez.
Así fue que el chavismo, fuerza política sumamente heterogénea pero con un liderazgo revolucionario, llegó al gobierno. Chávez triunfa electoralmente el 6 de diciembre de 1998, en 1999 se elige la Asamblea Constituyente y aprueba mediante referéndum la Constitución Bolivariana y el 30 de julio de 2000 Chávez es elegido nuevamente Presidente, ahora de la V República. Entonces sí comenzó a plantearse el problema del poder popular y del escasísimo poder acumulado previamente. Tras quince años de gobierno y la experiencia de haber derrotado un golpe de Estado que depuso a Chávez en abril de 2002, los niveles de conciencia y organización del pueblo venezolano han dado un salto importantísimo. Pero los procesos de conciencia y organización llevan tiempo, y quince años representan un período relativamente corto. Insisto en recordar cuál fue el punto de partida, porque no se trata de un dato suelto. Cuando advertimos en muchos esfuerzos de organización popular que los dirigentes de base y los servidores públicos que actúan como “facilitadores” carecen de conocimientos básicos de organización popular, cuando vemos que funcionarios del Estado y líderes comunitarios reproducen prácticas asistencialistas y clientelares, ese punto de partida se hace presente. Cuando escuchamos a honestos dirigentes de base chavistas quejarse por “la apatía de la comunidad”, sin hacerse cargo de su propia incapacidad para convocar y movilizar, ni advertir las limitaciones de su “caja de herramientas” para promover conciencia y organización popular, esa carencia inicial se hace visible. En cuestiones de conciencia y organización no valen los bautizos transformadores, ni la magia. Lo que cuenta es el gran obrador de la conciencia que es la lucha de clases, más el trabajo sistemático de formación política y el tiempo que requieren esas transformaciones.
La matriz petrolera
La Constitución de 1830 que consagró la traición a los sueños de Bolívar, fue redactada por hombres de la clase terrateniente, propietaria de la tierra desde los inicios de la época colonial. El reclamo de los desposeídos, expresado en la Guerra Federal encabezada por Ezequiel Zamora, fue derrotado por esa oligarquía.
Esa historia de cuatrocientos años en que la propiedad de la tierra definía privilegios económicos y poder político y quien tenía poder político se hacía latifundista, empezó a torcerse a principios del siglo XX, con la aparición de la explotación petrolera. La riqueza pasó del suelo al subsuelo. Por entonces, asumió el gobierno Juan Vicente Gómez, un hacendado que tras veintisiete años de dictadura se convirtió en el mayor latifundista de Venezuela. Gómez manejó el flamante negocio del petróleo repartiendo tierras petroleras entre sus familiares y compinches, para que estos las negociaran con las empresas extranjeras. Este gesto de patrón de estancia cierra un ciclo histórico. Los terratenientes no abandonarán el control de la tierra y continuarán las disputas con campesinos y pequeños propietarios, pero de allí en adelante toda referencia a la economía venezolana y las clases dominantes aparece empapada de petróleo.
La aparición del petróleo postergará la modernización de la agricultura y promoverá la migración de las poblaciones campesinas a las grandes ciudades, en particular Caracas y Maracaibo. Movilizada por la necesidad de sustituir exportaciones, la industria venezolana tuvo un desarrollo tardío, con capital de composición extranjera, alta tecnificación y fuertemente asociado al sector externo. Aun llegando a emplear un 16% de la mano de obra ocupada en 1960, su incidencia en la economía nunca dejó de ser marginal.
El panorama de un campo atrasado, una industria marginal y un próspero negocio minero-petrolero que generaba abundantes ingresos pero poca ocupación, se completó con las masas de sub-ocupados que se agrupaban en las grandes ciudades, malviviendo de la provisión de servicios y la venta informal, en condiciones de indigencia, desprotección social y asistencial, analfabetismo y ausencia o pérdida de la cultura de trabajo.
La recuperación de PDVSA por parte del gobierno de Hugo Chávez, concretada cuando fue derrotado el paro petrolero en 2004, y la política internacional del gobierno que promovió la recuperación de la OPEP y los precios del petróleo, generaron un desplazamiento parcial de los negocios de la burguesía vinculados al negocio petrolero. Si bien sectores tradicionales de la burguesía fueron desplazados, nuevos sectores vinculados al gobierno empezaron a operar como contratistas o fueron designados al frente de empresas que empezaron a canalizar intereses privados.
El aumento de los ingresos del Estado por la vía del crecimiento del valor de los ingresos petroleros y la redistribución de esa renta creó dos fenómenos: se triplicó el PBI per cápita y se duplicó el consumo popular. La duplicación del consumo se tradujo en forma directa en ampliación del negocio de la burguesía que controlaba las redes de importación y comercialización. El crédito bancario con tasas extremadamente bajas, concebido para favorecer la producción agropecuaria, la industria o el turismo, es capitalizado inmediatamente por la burguesía que cuenta con la necesaria estructura administrativa-contable, contactos y experiencia financiera. Así, la mentalidad parasitaria de la burguesía y la sobrevaluación del bolívar que favorece la importación sobre la producción, completan el círculo según el cual los dineros del Estado van a parar a los bolsillos de los burgueses y terminan favoreciendo las actividades especulativas. Los capitalistas le sacan dólares baratos al Estado para importar mercaderías, que después venden con precios fijados según la cotización del dólar en el paralelo. Vale destacar que en la ampliación del mercado del consumo, la participación de las fábricas recuperadas, empresas de producción social, cooperativas y otras formas de la nueva economía popular es insignificante: no supera el 2%.
De hecho, en quince años de gobierno se ha reforzado la matriz petrolera. En el valor total de las exportaciones, el petróleo pasó de representar el 67% del valor total de las exportaciones (en el año 1998) al 96% en los últimos años. La contribución de la industria al PBI bajó del 17% al 13% en el año 2013.
Ante estas contradicciones, lo que urge es que la revolución empiece a modificar esa matriz petrolera, capitalizando los avances que ella misma generó. La baja del precio del petróleo (en los últimos meses ha perdido un 25% de su valor) es un dato negativo, pero puede alentar un cambio de las orientaciones productivas, apoyándose ahora en que el pueblo venezolano no es el mismo de hace quince años. Ha crecido en conciencia y en organización. Ha erradicado el analfabetismo, ha elevado el nivel educativo de la población y cuenta con la matrícula universitaria más alta de Sudamérica. Las posibilidades en la producción de alimentos son extraordinarias y existe capacidad industrial instalada sub-ocupada. Estas condiciones pueden ser capitalizadas.
Un mundo hostil
El proceso bolivariano se en un mundo donde los grandes poderes capitalistas concentrados en el G5 (Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia y Japón) están en una profunda crisis económica y han desatado una loca carrera guerrerista y saqueadora para apoderarse de recursos naturales de la periferia (petróleo, gas, oro, litio, coltan, biodiversidad, agua) y de sus mercados internos. Venezuela, con las reservas de petróleo más importantes del mundo, grandes reservas de otros minerales, agua, biodiversidad, bosques y tierras vírgenes, ha pasado a ser un objetivo de primer orden en el plan de saqueo. Si quince años atrás el Imperio estaba distraído, hoy una buena parte de su atención está puesta en someter este solitario experimento de transición al socialismo.
Es importante puntualizar esta cuestión de la soledad (que comparte con Bolivia y con Cuba) para no confundirnos con respecto a los aliados de Venezuela.
A la política guerrerista y saqueadora de los países centrales capitalistas se oponen hoy los llamados países emergentes que, mediante las integraciones eurasiáticas y latinoamericanas, buscan desarrollar mercados comunes tratando de ponerse a salvo de la declinación abrupta e intensificada rapiña de los países centrales. La mayor de esas alianzas es el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que en cuanto a su peso económico ya ha conseguido equiparar al G5. La sola mención a quienes son las locomotoras de los países emergentes, permite advertir que esta disputa mundial no es una disputa de sistemas (capitalismo vs. socialismo) sino de intereses, y que las políticas de saqueo, con niveles de agresividad y guerrerismo diferente, están presentes en los dos bloques.
Pero no se trata de caer en un autismo suicida. Es por ello comprensible que el Estado de Venezuela se aproxime a los únicos aliados posibles: su activa participación en la construcción de iniciativas regionales como UNASUR y CELAC le ha permitido construir un paraguas de protección político sin el cual difícilmente hubiera sobrevivido. Es imposible hacer un serio análisis del proceso bolivariano, con sus múltiples problemas y dificultades, sin considerar este escenario internacional. La guerra económica, las iniciativas de desestabilización política, el accionar terrorista con inclusión del paramilitarismo colombiano, la red mundial de medios complotada para demonizar a Venezuela, la conspiración de las guarimbas, los lazos que vinculan a la casi totalidad de la dirigencia de la oposición con intereses imperiales asociados a las políticas de saqueo, no son inventos del gobierno.
Un año político muy difícil
No ha sido fácil para el gobierno bolivariano transitar este año 2014. Tampoco lo fue para la oposición, que comprometió enormes esfuerzos en desestabilizar al gobierno. Finalizando el año, el gobierno y la oposición ofrecen la imagen de dos boxeadores muy cansados, que se lanzan golpes por compromiso pero conscientes de que difícilmente podrán mandar al rival a la lona. El gobierno ha ganado este round, por puntos. La Salida (la consigna convocada por Leopoldo López a las acciones insurreccionales fascistoides llevadas adelante en febrero de 2014) fracasó y toda la oposición quedó comprometida en la frustración que dejó un saldo de más de cuarenta muertos. El dirigente de la ultraderechista Voluntad Popular está encarcelado; María Corina Machado perdió su banca y la Mesa de Unidad Democrática ha quedado deshilachada en tendencias dispares que no pueden ponerse de acuerdo ni en el trazo grueso de la orientación a seguir.
El gobierno ha realizado cambios en el gabinete y, pese a todas las presiones, pudo sostener una coherencia política e ir conformando un equipo más cercano al Presidente. De conjunto, se advierte en Nicolás Maduro la voluntad política de ganar en gestión, coherencia política e imagen pública. Los golpes asestados por el terrorismo y en particular el asesinato del diputado más joven y popular del chavismo, Robert Serra, y de María Herrera, han provocado un efecto contrario al deseado por sus autores. El chavismo ha cerrado filas en torno al único liderazgo posible que es el del presidente Nicolás Maduro, quien, no siendo Chávez, ha demostrado estar a la altura de circunstancias muy difíciles.
Sin embargo, este análisis resultaría incompleto sin incluir otros aspectos que son parte sustantiva y preocupante del proceso bolivariano. La suba de precios, las desalentadoras “colas”, el retroceso en los niveles de consumo, la persistencia de prácticas burocráticas, los nichos de corrupción y otros males endémicos como la delincuencia, provocan descontento en la base popular del chavismo y promueven la desmovilización.
Un descontento popular que está lejos de las imágenes distorsionadas que se difunden en el exterior, pero existe y se expresa en una caída de la participación popular en las convocatorias cotidianas que realizan los consejos comunales, los comités de aguas o de tierras o las instancias partidarias. Se mantiene la ilusión de un pueblo movilizado, sin advertir que esta “movilización” está cada vez más motorizada por la expectativa de que en esas instancias se aprueben recursos y que la participación se despolitiza.
El
Plan de la Patria convertido en ley por la Asamblea Nacional
[1] marca un rumbo estratégico, pero no aparece una orientación de movilización clara: ni desde el gobierno, ni desde los movimientos populares. Y en la desmovilización, empieza a valorizarse el tipo de militancia y discurso político que encarna una figura polémica como la de Diosdado Cabello, que aparece como un “duro” (algo así como un Stalin criollo), que no promueve protagonismo popular pero promete que no habrá negociación con la oposición, ni vuelta atrás. Contracara de lo cual es la exaltación del “centro político” que anima José Vicente Rangel, promoviendo el acercamiento con sectores “blandos” de la oposición como Henry Falcón en busca de un acuerdo político que supuestamente blindaría al país de las amenazas desestabilizadoras y conservaría las conquistas del chavismo, pagando el precio de despolarizar y no profundizar el proyecto bolivariano.
La línea de “congelar la revolución para defender los avances” está en sintonía con la deriva política de un sector de la izquierda latinoamericana que alegando la necesidad de “ser inteligentes” frente a la ofensiva de Estados Unidos y la Alianza del Pacífico a los que mira de rodillas propone protegerse buscando alianzas con las burguesías locales. Más allá de no compartir tales opciones, entiendo que el descontento y la desmovilización popular representan una pérdida de energía creadora del proceso bolivariano y mucho más que una amenaza capitalizable por la oposición. Porque la apatía política se redobla frente a una contra que ha perdido credibilidad. Es posible entonces rechazar las iniciativas que en nombre de urgencias patrióticas proponen salidas desde arriba que desvirtúan el rumbo del proceso bolivariano, y concentrar esfuerzos en las cuestiones que merecen atención prioritaria.
Siendo indudable que el gobierno ha demostrado capacidad de sortear enormes dificultades, apuntándose éxitos palpables como los golpes dados a las redes del contrabando, quedan pendientes cuestiones de mediano plazo, como resolver el problema de la sobrevaluación del peso que favorece la importación sobre la producción, corregir el precio de los combustibles y meter mano a la empresas estratégicas fuertemente impactadas por la ineficiencia y la corrupción. Y, sobre todo, avanzar en una planificación capaz de integrar esfuerzos de orientación socialista hoy desarticulados. La articulación entre las incipientes comunas, los aguerridos conucos, las empresas recuperadas y de propiedad social, los esforzados innovadores y sabios populares y las iniciativas de gestión transformadoras desde el viejo Estado, debe convertirse en una preocupación de primer orden, porque la disociación es funcional a la metabolización del sistema capitalista. Como bien decía Chávez, a los esfuerzos que están desarticulados “el sistema viejo se los traga. Es una gigantesca ameba, es un monstruo, el capitalismo.”
También la formación política es un asunto de mediano plazo. Mucho se habla del asunto, pero cuando nos remitimos a los hechos concretos, el panorama es desolador. La formación política no luce, no permite montar escenarios televisivos ni parece urgente, pero aporta a destrabar nudos en las organizaciones populares de base territoriales, en las empresas de propiedad social, en las industrias y en la administración pública. También permite ampliar y elevar políticamente el contingente de militantes y cuadros que contribuirá a fortalecer las articulaciones y tareas que impone una planificación socialista y seleccionar tropas de refresco para asumir responsabilidades estratégicas. Ausente el gran formador Chávez y más allá de los grandes anuncios, la cuestión de la formación política está pendiente.
Los limites estructurales del proceso bolivariano
Algunos compañeros han planteado su preocupación sobre el ejercicio de la democracia participativa: en una economía donde la matriz petrolera es dominante, las comunidades tienen un piso productivo muy bajo y finalmente las decisiones políticas se toman en las estructuras más concentradas y verticalizadas del Estado. Este diagnóstico o foto de la realidad parece muy acertado. Sin embargo, es importante ver la cuestión en su desarrollo histórico y perspectivas.
Está bastante extendida una mirada negativa sobre los intentos realizados por Chávez de transferir recursos al pueblo para que pusiera en marcha emprendimientos productivos, con la Misión Vuelvan Caras e iniciativas similares. Se afirma que la mayoría de estos emprendimientos fracasaron, que mucho dinero fue dilapidado y que solo sirvieron para ejecutar un poco de reparto social, con el agravante de que los recursos se distribuyeron en forma desigual.
La experiencia realizada en la Argentina, a menor escala, pero donde algunos proyectos contaban con la ventaja comparativa de haber sido conquistados con movilización y algunos niveles previos de organización, me permite tener otra mirada. No es sencillo pasar de experiencias capitalistas de trabajo con patrón, o de la carencia de experiencias de empleo previo, a experiencias cooperativas o autogestionarias. Desde nuestra propia experiencia, muchas veces advertimos que era más fácil rebelarse u organizarse para enfrentar a la represión en la calle, que organizarse para trabajar sin patrón. Y en una sociedad como la venezolana, donde durante generaciones el modelo rentista petrolero rompió toda cultura del trabajo, ese desafío era mucho más difícil. Los fracasos eran previsibles y, en todo caso, corresponde valorar los proyectos que sobrevivieron, porque esa experiencia acumulada puede proyectarse.
Si seguimos apostando al desarrollo endógeno de base comunal, junto a reconocer que el piso es muy bajo, corresponde valorar que no es el mismo del que partimos hace una década. Me animo a sugerir que en todos los rubros que abarcaron estos emprendimientos productivos existe por lo menos una experiencia exitosa, de la que se pueden obtener aprendizajes y proyectar, afrontando nuevas responsabilidades.
A partir de esta nueva realidad, la cuestión de promover el desarrollo endógeno de base comunal ya no puede poner el acento en lo redistributivo, sino en el reconocimiento de las capacidades demostradas. Debemos transformar a las experiencias exitosas en escuelas de formación productiva, que permitan capacitarse a quienes quieran iniciar una experiencia similar. Ese reconocimiento debe además validar la asignación de responsabilidades y recursos para incidir decisivamente en la trama productiva correspondiente. A modo de ejemplo: a quien demostró capacidad de criar pollos o ponedoras, hay que proponerle (y darle recursos para que lo haga) que resuelva el problema de la fábrica de balanceados, la cría de pollos BB, y el manejo de los acopios con cavas de frío. A quien demostró que es eficiente para plantar y cosechar maíz hay que proponerle que se haga cargo de la producción de semillas, de fertilizantes naturales y de los centros de acopios. Hay que proponerles que disputen al capitalismo los nudos estratégicos de la trama productiva y apoyarlos para que lo hagan.
¿Comunas o nada?
La intervención del Comandante Hugo Chávez en el Consejo de Ministros el 20 de octubre de 2012, conocida y difundida como Golpe de Timón, trazó un rumbo político que asocia la construcción de las comunas y el espíritu comunal con el porvenir del proyecto del Socialismo del Siglo XXI en construcción en Venezuela. La consigna “Comunas o nada” sintetizaba esa orientación. Es interesante hacer un balance de lo avanzado en ese terreno. La experiencia desarrollada por el Ministerio del Poder Popular para las Comunas y Movimientos Sociales durante la gestión 2013-2014, promoviendo y facilitando el desarrollo de la organización popular, puede cualificarse con el dato de que, en poco más de un año, se constituyeron más de 800 comunas.
Pero dos años después del Golpe de Timón advertimos que, si bien la cuestión de las Comunas sigue siendo importante en la agenda de gobierno, ya no es el tema principal. ¿Qué sucedió? Unos dicen que el crecimiento de las Comunas generó fuertes resistencias en el PSUV, en Alcaldías y Gobernadores, que vieron amenazados sus poderes y privilegios y que, a consecuencia de esa resistencia, el Presidente Maduro cambió la orientación traicionando el mandato de Chávez.
Otros, que lo del poder comunal no tenía sustento real en la movilización de las bases populares y que, en la mayoría de los casos, la construcción de Comunas fue producto de que despoblados Consejos Comunales se juntaron para obtener recursos. También están los que afirman que sometidos a una guerra económica y fuertes intentos de desestabilización lo urgente era afianzar el gobierno (la gestión del viejo Estado) dejando para después esfuerzos estratégicos que, en lo inmediato, eran conflictivos y generaban tensiones en la necesaria “Unidad” de las fuerzas chavistas. Finalmente, hay quienes afirman que los sucesores de Chávez tienen una percepción más conservadora con respecto a las potencialidades populares para actuar en la coyuntura y se sienten más seguros con respuestas políticas controladas desde el gobierno que con una apuesta a lo que genere la movilización popular desde las bases.
Francamente, creo que ante un problema tan complejo lo mejor es eludir las respuestas simplistas y que en todas las afirmaciones planteadas hay un poco de razón. El crecimiento de las comunas molesta a sectores burocráticos del chavismo; la convocatoria a construir comunas no es una palabra mágica que desata los nudos que frenan la movilización popular; en una situación de emergencia mantener la unidad es necesario; Maduro es más conservador que Chávez…
Lo cierto es que los mayores esfuerzos del gobierno apuntan a gestionar y atender la coyuntura, postergando las políticas de mediano y largo plazo. La respuesta coyuntural permite derrotar políticamente a la oposición, pero es insuficiente para enfrentar al Imperio que planifica y formula estrategias con tiempos largos, y también es insuficiente para un país que no solo se plantea defenderse sino que se propone transitar hacia el socialismo.
Por todo esto parece necesario puntualizar que aquella convocatoria de Chávez “Comunas o Nada”, sigue vigente y que deberá ser encarnada en un trabajo sistemático y profundo por todos aquellos que sigan apostando a este experimento revolucionario desde una perspectiva socialista, de emancipación humana. Corresponde celebrar las iniciativas que se impulsen desde el gobierno, o criticar la ausencia de las mismas, pero la cuestión de la construcción de las Comunas es, necesariamente, una tarea del pueblo y sus vanguardias, que aún dispersas, no pueden eludir sus responsabilidades. Para esa tarea deben generar su propia agenda, que debe articularse con el Estado y puede coincidir puntualmente con la agenda de los que gobiernan, pero no puede ser la misma.
Convertir a la construcción de las Comunas en el tema principal y a las Comunas en las locomotoras del proyecto socialista, no se decreta, se construye cotidianamente desde el lugar bajo el sol que nos toca o elegimos para desarrollar nuestra militancia.
Este artículo se terminó de escribir en Venezuela en noviembre de 2014. Una versión más extensa y ligeramente modificada será parte del libro Crónicas Venezolanas, de próxima publicación en dicho país.
[1] Es el programa elaborado por Chávez, con el que ganó las elecciones del 7 de octubre de 2012. Fue asumido luego por Maduro y el 3 de diciembre de 2013 fue convertido en ley por el Parlamento Venezolano. Ratifica el socialismo del siglo XXI como objetivo de la revolución bolivariana.