Desde el asesinato de tres estudiantes y la desaparición de otros 43 de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa, Guerrero, el 26 y 27 de septiembre pasados, México ha estado en protesta continua. Tal movimiento en ascenso –literalmente, un nuevo momento histórico– ha sido encabezado por los padres de los estudiantes de Ayotzinapa, quienes han recorrido todo el país, compartiendo su “dolor y su rabia”, en busca de sus hijos. Más aún: han desafiado al gobierno en todos sus niveles, incluyendo al ejército y a la policía, al cuestionarles hasta qué punto estuvieron involucrados en los eventos de Ayotzinapa; siempre y en todo lugar han gritado: vivos se los llevaron; vivos los queremos. Sin embargo, ha habido otros focos de protesta: el cuasi levantamiento armado que se está llevando a cabo en Guerrero; el crecimiento y desarrollo de un movimiento estudiantil, particularmente en la ciudad de México; la participación de sectores sociales masivos en las manifestaciones en la capital del país y otros estados, etc. Esta dialéctica de la lucha es fundamental para la transformación social-revolucionaria en México.
¿En qué momento estamos?
Mientras participamos en el desarrollo del movimiento social, hemos atestiguado una profundización en su dialéctica; en este caso, nos referimos a la vinculación decisiva entre los zapatistas y los padres y compañeros de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Éstos han estado en dos ocasiones en territorio zapatista: en noviembre y en diciembre-enero; primero, para reunirse con las comunidades zapatistas y con la Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN); después, para compartir sus experiencias con los miembros del Congreso Nacional Indígena (CNI) y con los adherentes nacionales e internacionales al zapatismo durante el Primer Festival Mundial de las Resistencias y las Rebeldías contra el Capitalismo.
No obstante, la semilla de esta unión entre familiares de Ayotzinapa y zapatistas fue sembrada algún tiempo atrás, poco después del 26 y 27 de septiembre, cuando los zapatistas escribieron: “A los estudiantes de la Escuela Normal “Raúl Isidro Burgos”, de Ayotzinapa, Guerrero, México, y a sus familiares, condiscípul@s, maestr@s y amig@s, sólo queremos hacerles saber que: no están sol@s. Su dolor es nuestro dolor. Nuestra rabia es también su digna rabia”.
Pero no sólo eso: los zapatistas le dieron realidad a sus palabras cuando llamaron a sus simpatizantes a participar en la primera jornada global por Ayotzinapa, el 8 de octubre; en esa fecha, alrededor de 20,000 indígenas zapatistas se congregaron para marchar en silencio en San Cristóbal de las Casas.
Para la segunda jornada, el 22 de octubre, los zapatistas declararon:
Los pueblos zapatistas iluminaremos con nuestra pequeña luz algunos de los caminos que nuestros pasos andan. A la orilla de carreteras, caminos de terracería, caminos de extravío y brechas, los pueblos zapatistas uniremos nuestra indignación a la de nuestros hermanos de Ayotzinapa y al heroico pueblo yaqui […]. Es con rabia y rebeldía, y no con resignación y conformismo, como abajo nos dolemos.
A mediados de noviembre, los padres de Ayotzinapa encabezaron tres caravanas, las cuales recorrieron todo el país contando sus historias, buscando apoyo. Fue entonces que los padres se encontraron directamente con los zapatistas. Las caravanas llegaron a territorio zapatista, a Oventic, y hablaron con el EZLN y con las comunidades autónomas indígenas. Allí, el subcomandante insurgente Moisés sintetizó cuál era el significado de las lucha de los familiares de los desaparecidos de Ayotzinapa:
Sus palabras de ustedes. Su rabia, su rebeldía, su resistencia […] Han sido ustedes, los familiares y compañeros de los estudiantes muertos y desaparecidos quienes han conseguido, con la fuerza de su dolor, y de ese dolor convertido en rabia digna y noble, que muchas, muchos, en México y el mundo, despierten, pregunten, cuestionen. Por eso les damos las gracias […] Les damos las gracias por su heroico empeño, su sabia terquedad de nombrar a los desaparecidos frente a los responsables de su desgracia, de demandar justicia frente a la soberbia del poderoso, de enseñar rebeldía y resistencia frente al conformismo y el cinismo. Queremos darles las gracias por las enseñanzas que nos han dado y nos están dando. Es terrible y maravilloso que familiares y estudiantes pobres y humildes que aspiran a ser maestros, se hayan convertido en los mejores profesores que han visto los cielos de este país en los últimos años.
Luego de haber escuchado a los padres de Ayotzinapa, “su rabia, su rebeldía, su resistencia”, los zapatistas decidieron que no serían ellos, sino los propios familiares y compañeros de los estudiantes desaparecidos quienes compartirían sus experiencias con los distintos pueblos originarios y con los adherentes al zapatismo que participarían en el Primer Festival Mundial de las Resistencias y las Rebeldías contra el Capitalismo, organizado por los zapatistas y por el CNI. Así, dijeron: “les avisamos que ya están nuestr@s delegad@s list@s para participar con el oído atento y respetuoso. Vamos con el rostro descubierto para que no nos identifiquen. O, mejor aún, para que nos identifiquen como un@ más entre nuestros compañeros, compañeras y compañeroas de la Sexta”.
De esa manera, el Festival adquirió un nuevo sentido, lo cual dio origen a un nuevo momento en la dialéctica de la lucha. El 31 de diciembre, el Festival arribó al caracol de Oventic para celebrar el 21° aniversario del inicio de la guerra contra el olvido, es decir: el levantamiento zapatista del 1 de enero de 1994. Fue entonces cuando, a través del subcomandante insurgente Moisés, los zapatistas dieron a conocer un importante documento en torno al significado de Ayotzinapa, tanto para México como para el mundo.
El significado de Ayotzinapa, de acuerdo con los zapatistas
En primera instancia, los zapatistas se dirigen en dicho documento a “las compañeras y compañeros familiares de los estudiantes de Ayotzinapa asesinados y desaparecidos por el mal gobierno de este sistema capitalista”. Reconocen “su dolor y su rabia”; los felicitan por organizar su propia búsqueda por la verdad y la justicia; por seguir luchando. Como vemos, la cuestión de la organización es fundamental para los zapatistas: “Hay que construir y crecer organización en cada lugar donde vivimos. Imaginemos cómo puede ser una nueva sociedad”.
En la lucha por encontrar a sus hijos, los padres y compañeros de Ayotzinapa han mostrado cómo el propio sistema –“esta enfermedad que se llama capitalismo”– es el responsable último de lo sucedido. Los zapatistas interpretan así esta toma de conciencia colectiva: “Ayotzinapa no está en el estado mexicano de Guerrero, sino que está en todo el mundo de abajo. De su mano [de los familiares de Ayotzinapa] entendemos que el enemigo común del campo y de la ciudad es el capitalismo, no sólo en un país sino en todo el mundo”.
La cuestión, entonces, consiste no sólo en hacer evidente la represión del sistema, sino en mostrar la resistencia, la rebeldía: “Pero esta guerra mundial capitalista encuentra en todos los rincones a gente que se rebela y resiste. Esta gente en rebeldía y resistencia se va organizando según su propio pensamiento, según su lugar, según su historia, según su modo. Y en sus luchas de rebeldía y resistencia se van conociendo entre sí y hacen sus acuerdos para lograr lo que se quiere”.
Asimismo, los zapatistas preguntan:
¿Cómo se resiste para que ese mal del capitalismo no destruya? […] ¿Cómo se construyen la democracia, la justicia, la libertad?” Y responden: “No hay una respuesta sola. No hay un manual. No hay un dogma. No hay un credo. Hay muchas respuestas, muchos modos, muchas formas. Y cada quien va viendo sus resultados y va aprendiendo de su propia lucha y de otras luchas […] Con mil formas vamos a tener que luchar para conquistar esa nueva sociedad.
Entonces, los zapatistas les dan a los padres de Ayotzinapa “un abrazo de cariño, de respeto, de admiración”, y recuerdan a los 43 estudiantes desaparecidos y a los 3 asesinados, nombrando a cada uno en voz alta. A continuación, los zapatistas se dirigen en el documento a las compañeras y compañeros del CNI:
Desde hace más de 500 años nos hemos buscado como pueblos originarios en los caminos de la rebeldía y la resistencia. Desde hace más de 500 años han sido el dolor y la rabia el día y la noche en nuestro camino. Desde hace más de 500 años ha sido nuestro empeño el de conquistar la libertad, la verdad y la justicia. Desde hace más de 18 años nos hemos encontrado como Congreso Nacional Indígena de la mano de la finada Comandanta Ramona.
Las empresas trasnacionales, en su intento por despojar a los pueblos originarios de los recursos naturales y de su territorio, constituyen hoy en día uno de los brazos más agresivos del capital; ante ello, los zapatistas se pronuncian claramente: “Todos debemos decirle no a las transnacionales […] Quiere [decir] que nos organicemos y nos cuidemos. Porque nos van a querer comprar, nos van a regalar migajas, nos van a ofrecer puestecitos. Nos van a buscar todas las formas de dividirnos y que nos peleemos y nos matemos entre nosotros mismos”.
De igual forma, reconocen que la lucha de los pueblos originarios no está separada de la de Ayotzinapa: “Nosotros los zapatistas, las zapatistas, queremos pedirles a los pueblos originarios del Congreso Nacional Indígena que abracen a los familiares de Ayotzinapa recibiéndolos en sus territorios. Les pedimos que inviten sus pasos y sus corazones”.
En un tercer momento, el texto se dirige a las compañeras, compañeros y compañeroas de la Sexta nacional e internacional; entonces, los zapatistas hablan de la compartición con las familias de Ayotzinapa, la cual estaba teniendo lugar en ese momento, constituyendo así un punto decisivo en la lucha: “Hay veces en que la historia que corre nos pone ante algo en lo que nos unimos, sin importar la geografía que ande nuestro sueño y sin importar el calendario de nuestra lucha. Ayotzinapa ha sido un punto donde nos hemos reunido”. Pero añaden que “no basta” con ello: “Formemos un remolino de vientos en el mundo, para que nos entreguen con vida a nuestros desaparecidos […] Es hora ahora que nosotros los pobres del mundo empecemos ya por construir otro mundo más justo, donde dejemos preparadas las generaciones que no permitan que vuelva el salvaje capitalista neoliberal”.
Acto seguido, el documento vuelve a hablarle directamente a los padres de Ayotzinapa: “Nos muestran que es hora de organizarnos. Que es hora de que decidamos nosotras, nosotros mismos, nuestro destino. Así de simple y complicado. Porque eso quiere organización, trabajo, lucha, rebeldía y resistencia. Sólo con movimiento y organización los de abajo podremos defendernos y liberarnos”.
Finalmente, para cerrar su primera parte, el comunicado se dirige a las propias compañeras y compañeros del EZLN: “Ha sido un año difícil […] De por sí lo sabíamos De por sí lo sabemos […] De por sí lo sabemos que tenemos que luchar todos los días, a todas horas, en todos los lugares. De por sí sabemos que no nos rendiremos, que no nos venderemos y que no claudicaremos. De por sí sabemos que falta lo que falta”.
“Ni sola la práctica, ni sola la teoría”
En su segunda parte, el texto se dirige a todos; entonces, los zapatistas nos comparten su metodología, su modo de hacer y pensar:
Como zapatistas que somos, aunque pequeñas y pequeños, lo pensamos el mundo. Lo estudiamos en sus calendarios y geografías. El pensamiento crítico es necesario para la lucha. Teoría le dicen al pensamiento crítico. No el pensamiento haragán, que se conforma con lo que hay. No el pensamiento dogmático, que se hace Mandón e impone. No el pensamiento tramposo, que argumenta mentiras. Sí el pensamiento que pregunta, que cuestiona, que duda. Ni en las condiciones más difíciles se deben abandonar el estudio y el análisis de la realidad. El estudio y el análisis son también armas para la lucha. Pero ni sola la práctica, ni sola la teoría. El pensamiento que no lucha, nada hace más que ruido. La lucha que no piensa, se repite en los errores y no se levanta después de caer. Y lucha y pensamiento se juntan en las guerreras y guerreros, en la rebeldía y resistencia que hoy sacude al mundo aunque sea silencio su sonido. Pensamos y luchamos las zapatistas, los zapatistas. Luchamos y pensamos en el corazón colectivo que somos […] Son diversos los tiempos y los lugares y muchos los colores que brillan abajo y a la izquierda en la tierra que duele. Pero el destino es el mismo: la libertad. La Libertad. La Libertad.
Aquí, Moisés –y, con él, todos los zapatistas– pone de relieve una relación entre teoría y práctica que contrasta claramente con lo que buena parte de la izquierda –en México, América Latina y el mundo– piensa y pone en práctica hoy. Tanto el marxismo “ortodoxo” –en realidad, un dogmatismo disfrazado de teoría marxista–; como el marxismo académico –una “marxología” totalmente desligada de los movimientos emancipatorios–; como cierto anarquismo, el cual se mantiene alejado de la teoría y de su necesaria relación con las prácticas liberadoras; como, incluso, un vasto número de colectivos, los cuales (acertadamente) rechazan el elitismo de los partidos vanguardistas, así como el “juego electoral” de las organizaciones políticas, pero no van más allá de la idea del colectivismo para plantearse una nueva forma de relación entre práctica y teoría –todos ellos fallan en explorar la unidad entre teoría y práctica, tal como Moisés y los zapatistas lo han hecho.
Ahora bien: esta metodología no es de reciente creación. La unidad entre teoría y práctica como método de transformación social, revolucionaria, constituye justamente el núcleo del marxismo de Marx. Y es precisamente en la filosofía de la revolución de Marx –anclada, tanto en el pensamiento dialéctico, como en las voces y las acciones masivas de los de abajo– en la que está fundamentado el zapatismo: “Pensamos y luchamos las zapatistas, los zapatistas”. Esto no es así, por supuesto, porque los zapatistas sean “fieles seguidores” de Marx (si bien probablemente lo han estudiado), sino porque la revolución en la filosofía que dio origen a la dialéctica hegeliana, así como la filosofía de la revolución creada por Marx, no desaparecieron con la muerte de estos dos pensadores: sus ideas no viven sólo en sus escritos (a pesar de lo importante que pudiera ser esto), sino que la dialéctica de la transformación revolucionaria constituye la verdadera historia de la humanidad, pues reside en los pensamientos y en las acciones de las masas vivas.
Pero, ¿cómo es que los zapatistas han podido enunciar este tipo de relación entre teoría y práctica? Porque ellos la han vivido durante sus más de dos décadas de lucha. Decimos la han vivido porque la unidad entre práctica y teoría, núcleo de la dialéctica revolucionaria, no es cuestión de aplicación, sino de recreación: debe surgir de los procesos mismos de lucha. Los zapatistas son claros en esto: “No hay un solo camino. No hay un paso único. No tiene el mismo modo quien camina y lucha. No es uno el caminante”. Es decir: no hay una receta única para la liberación.
Por ello mismo, los zapatistas, al hablarnos de cómo entienden la relación entre teoría y práctica, han buscado compartirnos la metodología que han encontrado en sus propias prácticas y pensamientos. Un estudio de tal metodología es necesario hoy en todas nuestras luchas. Históricamente, ésta alcanzó su punto máximo de exposición con la dialéctica de Hegel, la cual fue concebida bajo el impacto de la Revolución francesa –así como con la filosofía de la revolución en permanencia, planteada por Marx. Y, nosotros, ¿podemos sumarnos a los zapatistas en el intento de recrear esta metodología, esta unidad entre teoría y práctica, en todas nuestras luchas? Lograr esto requiere, por una parte, explorar profundamente la historia y la filosofía emancipatoria; por otra, ponernos en sintonía con los movimientos masivos de liberación del aquí y el ahora –sea con los zapatistas, con los padres y madres de Ayotzinapa o con las distintas luchas de liberación que surgen aquí y allá, tanto en México como en el resto del mundo.
Enviado por el autor, para su publicación en Herramienta. 3 de febrero de 2015. Traducción de G. W. F. Héctor.