Este artículo, en forma de ensayo, realiza una relectura de las tesis de Walter Benjamin en “Sobre el concepto de historia” (1940), a partir de partes de siete de ellas; al mismo tiempo se debaten cuestiones neurálgicas de la última ofensiva israelí en Gaza (julio de 2014) –que victimizó cerca de dos mil personas- y se esbozan algunas respuestas, pero, sobre todo, se formulan preguntas y reflexiones sobre una de las mayores tragedias de nuestro tiempo, aterrorizadamente humana, insistentemente presente y posiblemente superable.
Una anécdota alemana de profundo mal gusto consiste en preguntar por qué las calles francesas están casi todas arborizadas. La respuesta es: “¡porque el ejército alemán gusta de marchar a la sombra!”. A excepción de algún remanente o simpatizante de Vichy
[1], todavía hoy el chiste –que alude tanto a la guerra Franco-Prusiana (1870-71) como a la ocupación del
III Reich (1940) en Francia durante la Segunda Guerra Mundial‒ causa constreñimiento por “remover” el nacionalismo, la xenofobia, el revanchismo con el “otro”. Incomoda porque existe una herida que cerró, pero no cicatrizó.
Dos meses después de Vichy, un judío alemán heterodoxo, marxista, filósofo, crítico literario y traductor moría en la ciudad catalana de Port-Bou al huir del cerco nazi: Walter Benjamin, tal vez el pensador marxista más “inclasificable” (Löwy, 2005: 14) de todos. Un intelectual marginal y “hereje” (Rebuá, 2014), un estudioso del misticismo judaico, un outsider de la Escuela de Frankfurt, un romántico materialista y un ensayista subversivo. Benjamin produjo una obra fragmentaria, pero originalísima, la cual todavía hoy nos ayuda a pensar el mundo concretamente, bajo la perspectiva de los vencidos, sin mecanicismos o fórmulas, dentro de un pesimismo revolucionario y, por sobre todo, organizado, fuente del método revolucionario de Marx.
A inicios de 1940, meses antes de poner fin a su propia vida para no ser capturado por la Gestapo, Benjamin dejó como testamento político fundamental las tesis “Sobre el concepto de historia”
[2] (último escrito publicado póstumamente), que en opinión de Michael Löwy, profundo estudioso del filósofo alemán y uno de los principales divulgadores de este texto en Brasil, representa uno de los escritos filosóficos-políticos más importantes del siglo XX, que incluso puede ser considerado el documento más significativo, dentro del pensamiento revolucionario, desde las
Tesis sobre Feuerbach (1845): “Sus tesis ‘Sobre el concepto de historia’ son de una universalidad admirable: ellas nos proveen herramientas para comprender realidades culturales, fenómenos históricos, movimientos sociales en otros contextos, otros periodos y otros continentes” (Löwy, 2014: 3).
En total concordancia con la afirmación del intelectual brasileño radicado en Francia(que en Walter Benjamin: Aviso de incendio comenta pormenorizadamente cada una de las dieciocho tesis), osamos releer las tesis de Benjamin teniendo como telón de fondo una realidad cultural, un fenómeno histórico de larga duración y difícil solución, como es la cuestión palestina, en particular, la actual ofensiva (julio de 2014) de Israel en Gaza. Absortos por la descripción de Löwy acerca del carácter universal de las tesis y por la actualidad y potencia del pensamiento de Benjamin –en un esfuerzo anacrónico, tal vez, y provocativo, ciertamente‒, agregamos partes de siete tesis en un solo fragmento, que intenta dar una mirada panorámica sobre tales eventos y, al mismo tiempo, encaminar cuestiones que nos parecen importantes.
El collage de trechos de estas tesis específicas (II, III, VI, VII, VIII, IX y XIV), alternadas, si bien respetamos el orden en que aparecen en el texto, atendió a una elección personal, pero no fortuita: a nuestro entender, este “mosaico benjaminiano” traduce vigorosamente la capacidad del autor de El libro de los Pasajes para captar la dinámica del tiempo presente, al recuperar lo que permanece del tiempo pasado en el hoy y apuntar de forma asombrosa posibles desenlaces en/del tiempo futuro. El resultado del “mosaico” es incitante:
¿No resuena en las voces que escuchamos un eco de las que están, ahora calladas? Nada de lo que alguna vez sucedió puede ser dado por perdido para la Historia. Los muertos no estarán seguros delante del enemigo, si él fuese victorioso. Y ese enemigo no ha cesado de vencer. Los dominantes de turno son los herederos de todos lo que, algún día, vencerán. La tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘estado de excepción’ en el cual vivimos es la regla.
El ángel de la historia se debe parecer a esto. Él tiene su rostro volcado hacia el pasado. Donde una cadena de eventos aparece ante nosotros, él presiente una única catástrofe, que sin cesar amontona escombros sobre escombros y los arroja a sus pies. La historia es objeto de una construcción, cuyo lugar no es formado por el tiempo homogéneo y vacío, y sí por aquel saturado por el tiempo-de-ahora.
Israel x Palestina: la violencia como cotidiano
La guerra entre israelíes y palestinos representa la más catastrófica herida no cicatrizada del mundo contemporáneo, con efectos muchos más devastadores que en el caso franco-germano de la anécdota que citamos. Se trata de un conflicto territorial con matices geopolíticos (legitimidad del Estado, definición de fronteras), económicos (control de reservas energéticas y de agua), culturales (intolerancia religiosa, combate al “eje del mal” de rostro islámico); con fuerte injerencia externa (claramente estadounidense: desde 1967, Israel recibió cerca de 92 mil millones de dólares en inversiones); asentado sobre un pasado de dolor y revanchismo, en una disputa por la paternidad de aquello que Žižek (2014: 99) denomina “violencia fundadora”, al tratar la cuestión palestina: ¡el otro siempre es el primer verdugo!
Las disputas de estos dos pueblos por la región de Palestina –que tiene raíces en la Edad Antigua (siglo IV a.C.) y episodios importantes narrados en la Biblia, como el “éxodo” (retorno de los hebreos a Canaán liderados por Moisés)‒ se tornaron todavía más difíciles con los episodios que marcan el fin del siglo XIX y el inicio del siglo pasado, especialmente el periodo de expansión del imperialismo sobre regiones periféricas del globo, donde el Medio Oriente desempeña un papel estratégico hasta hoy.
La memoria histórica afecta profundamente la colectiva voluntad política de transformación (García, 2010: 75). Si, por un lado, la política expansionista e implacable de exterminio impuesta por Israel en los últimos sesenta y seis años –con el decisivo apoyo de “Occidente”‒ logró la ocupación de la casi totalidad de las tierra fértiles y habitables, por otro, como en otros casos históricos de ocupación militar (por ejemplo, la guerra en Irak iniciada en 2003 y el actual surgimiento del grupo Estado Islámico o “Isis”), logró el “reverso de la moneda”, o sea, el odio hacia Israel y el contraataque árabe, no cesaron de aumentar.
En Palestina, las “memorias subterráneas” ‒como las conceptualiza Michael Pollak (1989: 4)‒ no son memorias sin voz, aunque sí silenciadas. Y silencio no significa olvido. Las décadas de guerra y de ocupación forjaron una relación entre etnias, religiones, nacionalidades que quedan subsumidas en la dicotomía ocupado-ocupante. El “tiempo-de-ahora” (Jetztzeit), para valernos de una cita de Benjamin, en la óptica palestina de los “ocupados”, no cesa de “colorear el pasado” (ibíd.: 8), y generación tras generación resuena el eco de las voces calladas que no se pierden en la Historia. En Benjamin, a partir de su perspectiva romántico-revolucionaria (Löwy: 2011: 1), hay una dialéctica entre el pasado más distante y el futuro emancipado: no hay seguridad para los muertos si el enemigo vence, si continúa venciendo. Hay un continuum entre aquellos que vencieron y aquellos que perdieron (y que todavía hoy ocupan los mismos “lugares”), una vez que sus herederos en el hoy permanecen bajo la misma asimetría dominador-dominado, en una regla de “excepción” (bajo un Estado de excepción belicista y duradero) que es cada vez más atroz y al mismo tiempo legítima. Un genocidio cotidiano que usurpa la subjetividad de los dominados, masacra su identidad y veda la memoria, con el objetivo de hacer retroceder a la sociedad palestina, al eliminarla como pueblo, como afirmó el intelectual palestino Edward Said (2014: 3ss). Esta memoria subterránea, que es “prohibida”, y luego clandestina, cuando irrumpe e invade el espacio público, precipita un proceso imprevisible e incontrolable (Pollak, 1988: 5), sobre todo en un mundo donde el bombardeo de una escuela o de un hospital (y aquí cabe preguntar quién es y quién no es “civil” en la Palestina ocupada) circula el globo en pocos segundos.
Bajo los escombros de esta única catástrofe, oriunda de muchas y productora de tantas otras, el aspecto demográfico
[3] muchas veces pasa desapercibido. La política de exterminio de Israel
[4] es, casi en su totalidad, el ejercicio directo de la coerción con un bajísimo nivel de consentimiento, a despecho del genocidio creciente desde la primera mitad del siglo pasado, no ha sido capaz de disminuir a su gusto el “tamaño” de la población palestina, que hoy oscila en torno a los 11 millones de personas (con una tasa de crecimiento de 2,9% anual). En Palestina (con cerca de 4 millones, donde su presencia es más fuerte), en Gaza, en Cisjordania, en Israel, en el Líbano, en Egipto y en otros países, los palestinos siguen creciendo. La población de Israel oscila en torno a los 8 millones de personas (con una tasa de crecimiento de cerca de 1,54% anual). La fertilidad media de las palestinas es de 3,6 niños/mujer, en tanto que para las mujeres en Israel es de 2,6. En esta lectura demográfica sumaria, un dato nos parece de enorme importancia: la cuestión etaria.
La población palestina es bastante joven mientras que en Israel la sociedad envejece. Nada difícil de explicar, si tenemos en cuenta medio siglo de una guerra de enormes dimensiones y de gran asimetría. Seis décadas de ocupación redujeron drásticamente –por la acción del tiempo y por la guerra‒ el número de “viejos” palestinos, fuente de memoria y ejemplo de resistencia para las generaciones más jóvenes, nacidas “dentro” de los campos de concentración israelíes. Ni los judíos de Hitler, ni las víctimas del gulag soviético. La más duradera de las ocupaciones del siglo pasado nos recuerda a todos, claramente, que millones de personas mantienen vivos los campos de concentración –antesala más chocante de la muerte‒, en otro contexto histórico, más perturbador, porque rebosa de “información”; más duradero diplomáticamente, permeado por una opinión pública que efectivamente puede influenciar las reglas del juego. En el caldero étnico, religioso y político en que se transformó Palestina, la resistencia de este pueblo, sea por la vía institucional o clandestina, armada o de traje y corbata, está cada vez más en las manos de una población joven (no excluimos a los líderes más antiguos de la Autoridad Nacional Palestina o de Hamas, por ejemplo, pero intentamos analizar al conjunto de la sociedad palestina) y que no dejó de crecer, como pretenden las “soluciones” sugeridas para la resolución del problema. Jóvenes cuya existencia vilipendiada y limitada por el alambre de púas cada vez tiene menos que perder, porque ya perdieron todo, como el joven palestino que recientemente le dijo a un periodista en Gaza, después de otro bombardeo israelí, que estudiaba para ser médico, pero que los actuales ataques a su tierra no le permiten escoger el camino de la universidad. Marchará hacia el enfrentamiento. Una diferencia importante (en medio de muchas otras) entre la resistencia del pueblo palestino y la resistencia europea contra el nazifascismo se encuentra justamente en el dato etario: en el caso de estos no hay una considerable generación de viejos combatientes y/o “testimonios vivos” del pasado próximo (como aquellos de las guerras coloniales, de la Gran Guerra de 1914, de la Guerra Civil Española, etc.) que se suma a los más jóvenes, aunque la memoria de los antiguos permanezca viva, subterráneamente o no, en las luchas de las generaciones más recientes. Un paralelo rápido con la llamada “Primavera Árabe” no nos parece inapropiado: una decena de países con gobiernos autocráticos enfrentaron protestas masivas, mayoritariamente liderados por generaciones “jóvenes”, nacidas durante estas dictaduras.
No los igualamos, pero consideramos que existen trazos fundamentales del fascismo “clásico” en la elaboración hegemónica de Israel (militarismo, expansionismo, nacionalismo, racismo, bajo el “método” alemán de la “limpieza étnica”, donde los campos de concentración representan su expresión concreta), bajo las nuevas
[5] formas viejas, partiendo del presupuesto de Palmiro Togliatti (1974: 7): es necesario no considerar al fascismo como algo caracterizado definitivamente; es preciso analizarlo en su desarrollo, nunca como un modelo fijo, como un esquema. A partir del paradigmático trabajo de Leandro Konder,
Introducción al fascismo (1977), entendemos que es razonable acordar en que existen exageraciones en los usos del adjetivo “fascista”. No se puede negar que la sintomática preocupación de científicos sociales con el concepto tiene fundamentos concretos (véase el neonazismo en diversas partes del mundo y el crecimiento electoral de partidos políticos de inspiración fascista, sobre todo en Europa), caso contrario, sería improbable que esta atención se manifestase de forma tan amplia y con tanta repercusión. Nuestro abordaje aquí no intenta desmenuzar el tema del fascismo, pero sería liviano no dedicarle una inflexión necesaria. Es imperioso estar atentos, como vaticina Konder, a las “dimensiones mundiales con que el fenómeno fascista puede reaparecer, modificado, en nuestra época, en el interior del capitalismo” (Konder, 1977: 107). De acuerdo con el marxista brasileño, otro notable estudioso de la obra de Benjamin:
Privado de grandes respiros bélicos, el fascismo evolucionó contrahecho, camina con dificultad. Pero el sistema se rehúsa a dejarlo morir, porque precisa de él: le da inyecciones, lo reanima, le sugiere sucedáneos para los alimentos que le faltan, guerras “localizadas”, guerras “intestinas”, “agresiones internas”, etc. Si no es posible venderlo por el mayorista, lo intenta vender en el minorista, en cuotas.
“Salidas” por la izquierda y el vigor de las tesis
En 2009, el historiador marxista Eric Hobsbawm afirmó incisivamente que desde el genocidio/expulsión de los palestinos de lo que resta de su tierra natal no ha existido otro programa práctico que no sea la destrucción del Estado de Israel. Para él, solamente una coexistencia negociada en igualdad de condiciones entre israelíes y palestinos puede garantizar un futuro con estabilidad (2014: 3). Para Žižek (2014: 106s.), una salida necesaria y posible sería lo que él llama “Círculo de tiza de Jerusalén”: como una pieza brechtiana, inspirada en el juicio del Rey Salomón, el “bebé” disputado por israelíes y palestinos –Jerusalén‒ debería ser alzado, a través de un común acuerdo, a la posición de un no lugar; con ambos pueblos uniéndose en torno de su pasado diaspórico, que conformó sus identidades colectivas. El filósofo esloveno defiende no la ocupación de la ciudad sagrada, y sí la división, abierta, coexistente, mediada por la renuncia de ambos. A su vez Edward Said (2014: 4s.) defendía que solamente por medio de un liderazgo unificado, que avance con la resistencia y la liberación de la ocupación israelí, un horizonte diferente puede ser posible.
Nos parece que tanto Hobsbawm, de forma más crítica, como Žižek –en una perspectiva hasta cierto punto idealista, en la medida en que afirma que estamos frente a un “falso conflicto” (defendiendo una universalidad política “paulina”, en un esfuerzo de anulación de sus diferencias: ¡no hay judíos ni palestinos!)‒, entienden que la “salida posible” para el conflicto árabe-israelí en Palestina, pasa por la negociación, coexistencia, por la igualdad en la diferencia. Ya Said, en una clara crítica a las posiciones y acciones de la OLP de Arafat, en los inicios de la década de 1990, defiende la organización de la lucha y no las salidas “a la”Oslo. Hobsbawm y Said debaten la cuestión de una forma más amplia, mientras que Žižek restringe su abordaje a Jerusalén, en cuanto Gaza y Cisjordania no son citadas.
Las tesis “Sobre el concepto de la historia”, producidas bajo tensión, en un cuarto de exilio y sin la intención de publicación (Gagnebin, 2014: 1), fueron gestadas por Benjamin entre 1937 y 1940, en medio del avance del nazifascismo por Europa, culminando con la eclosión de la Segunda Guerra Mundial. En ellas, el ensayista alemán expresa, laberínticamente, marcas indelebles de su pensamiento, como la crítica a la ideología del progreso lineal e inexorable, el espanto frente a la barbarie capitalista, el mesianismo judío, la lucha de clases, la revolución. Las tesis tal vez representan la elaboración teórica más sensible y heterodoxa, sintonizada con el pensamiento crítico, de aquellos “tiempos sombríos” que van del final de la Primera hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial. En esta obra, el mesianismo –posible, porque humano‒ representaba un vector fundamental de refundación del materialismo histórico, como apunta Löwy (2011: 2).
Dios está ausente, y la tarea mesiánica es enteramente atribuida a las generaciones humanas. El único mesías posible es colectivo: es la propia humanidad [...], la humanidad oprimida. No se trata de esperar al mesías, o de calcular el día de su llegada –como lo hacen los cabalistas y otros místicos judíos que practican la gematría‒ pero sí de actuar colectivamente. La redención es una auto-redención, cuyo equivalente profano puede encontrarse en Marx: los hombres hacen su propia historia […]
Para Benjamin, la historia no es una sucesión de hechos, homogénea, positiva, no es solamente el desarrollo mecánico de las fuerzas productivas, y sí “un combate hasta la muerte entre opresores y oprimidos” (íd.). Los subyugados representan la fuerza emancipadora de la humanidad y en nombre de las generaciones derrotadas emprende una obra de liberación. A partir de Marx, el “marxista de la melancolía” entendía que sólo es verdaderamente genuina la revolución que esté sintonizada con las ansias y aspiraciones de libertad y justicia de toda la humanidad, principalmente de los explotados. En síntesis, en Benjamin es clara una opción ética, social y política por las víctimas de la opresión (¡todas!), y por aquellos que combaten por ellas (Löwy, 2005: 159). En Educación después de Auschwitz (Adorno, 2005: 119-138), Adorno termina sus consideraciones citando una conversación entre él y Benjamin, su amigo:
En París, durante la emigración, cuando yo todavía retornaba esporádicamente a Alemania, cierta vez Walter Benjamin me preguntó si allí aún había verdugos en número suficiente para ejecutar lo que los nazis ordenaban. Había. A pesar de esto, la pregunta es profundamente justificable. Benjamin percibió que, al contrario de los asesinos de gabinete y de los ideólogos, las personas que ejecutan las tareas actúan en contradicción con sus propios intereses inmediatos, son asesinas de sí mismas en la medida en que asesinan a otros. Temo que será difícil evitar el resurgimiento de asesinos de gabinete, por más amplias que sean las medidas educacionales.
Las tesis no representan una melancólica teoría de rememoración (García, 2010: 90) ni el resultado de una mirada sobre una coyuntura histórica trágica y traspasada (Löwy, 2005.: 152), mucho menos un documento cerrado, perteneciente al pasado, por el contrario, significan un elogio y redención del pasado por la memoria: “¿No resuena en las voces que escuchamos un eco de las que están, ahora, calladas?” [Tesis II]. “Nada de lo que alguna vez sucedió puede ser dado por perdido para la Historia”[Tesis III]. Un pasado vinculado dialécticamente al presente (Jetztzeit) y al porvenir, “vivo” porque tiene como costura entre el ayer, el ahora y el hoy la lucha de clases (Löwy: 2011: 2s) –que no existe sin la indignación‒, los embates entre los subalternos y los dominantes. Beatriz Sarlo (2005: p.34) defiende que hay en Benjamin una tensión importante, materializada en dos de sus escritos más conocidos: El narrador (1936) y “Sobre el concepto de historia” (1940). Para la escritora argentina, si en el primero Benjamin aborda la disolución de la experiencia, de la capacidad de intercambiar y narrar lo vivido, en el segundo el filósofo alemán rescata, restituye la experiencia por la memoria.
En este manifiesto filosófico, Benjamin presenta una concepción de historia que es apertura (Löwy, 2005: 147) –donde lo “nuevo” es posible‒ y no cierre, que es imprevisibilidad y no fatalismo; una historia no de una temporalidad uniforme, y sí de múltiples tiempos, sentidos, interpretaciones, atravesada por el conflicto. En lo que Löwy denomina como “marxismo de la imprevisibilidad”(ibíd.: 149), Benjamin presenta una historia abierta que significa, en un sesgo político, posibilidad y no inevitabilidad, tanto del caos como de la emancipación. Esta última representa una “apuesta” del filósofo, aunque el término no esté presente en sus escritos, como apunta Löwy. Apuesta que traduce la incertidumbre de un futuro que no sea la barbarie, sino que al mismo tiempo explicite que el tren que se dirige hacia el abismo (alegoría utilizada por Benjamin) todavía no llegó allí, pudiendo ser frenado por la acción emancipadora revolucionaria, que aparece en el autor muchas veces como un intento desesperado para evitar el despeñadero. De ahí la fuerza del mesianismo en el autor marginal de la escuela de Frankfurt.
Ahora, si es evidente que la historia no se repite y que nuestra época no recuerda mucho a la de los años 1930, parece difícil creer, a la luz de la experiencia de fines del siglo XX, que las guerras, los conflictos étnicos, las masacres, pertenecen a un pasado remoto. O que el racismo, la xenofobia o el propio fascismo no representan más un peligro para la democracia. A estas amenazas de catástrofe, que recuerdan a las del pasado, podríamos agregar otras más nuevas: por ejemplo […] la posibilidad de nuevas formas de barbarie, imprevisibles, no como las del pasado, que pueden ser reproducidas a lo largo del siglo, mientras las sociedades modernas continúan sumisas a las relaciones de desigualdad y de exclusión (García, 2010: 91).
Tanto el recelo de Benjamin, endosado por Adorno, como el señalamiento anterior de Löwy convergen hacia una misma mirada sobre las estrategias de nuestro tiempo, aterrorizadamente humanas, insistentemente presentes y posiblemente superables. El intelectual que confirió un sentido político para la melancolía (entendida no como patología, sino como sensibilidad al mismo tiempo incapaz de adaptarse y capaz de captar/sufrir, señalando aquello que no va bien en la cultura, en el mundo real
[6]) lanzó un “aviso de incendio” que puede ser traducido en el axioma “la catástrofe es posible –sino probable‒ a no ser que [...]”(Löwy, 2005.: 152).
En Palestina, tierra del Mesías histórico –no reivindicado ni por judíos, ni por musulmanes‒, asistimos todos, diariamente, a la perpetuación de la guerra (“localizada”, “intestina”, como dice Konder) en cuanto imposición/manutención de hegemonía; la permanencia de amenazas de catástrofes ya conocidas, hibridadas como nuevas formas de barbarie. Los “asesinos de gabinete”, civiles y/o militares, legitiman cotidianamente la ausencia de Dios explicitada por Benjamin; una “falta” que exhorta/exige de las generaciones humanas la acción colectiva, transformadora, redentora en el límite.
Es en el tiempo de ahora, o Jetztzeit, que está el punto de partida benjaminiano. Es en él que tomamos conciencia de nuestra temporalidad, de nuestras herencias del pasado y es con base en éste tiempo de hoy que podemos relacionarnos de otra forma con el pasado. En una paráfrasis sesgada de Marx en la décima primera Tesis sobre Feuerbach, es posible afirmar que lo que los palestinos –y sus defensores de la/en la intelectualidad, de una manera general‒ hicieron hasta hoy fue interpretar y osar transformar esta nueva barbarie vieja cotidiana. Cabe ahora “rememorar”, en el sentido dado por Benjamin a la “rememoración” (Eingedenken): aquello que mantiene vivo en nosotros la conciencia de que no hay nada definitivamente perdido para la Historia. Para el judío Benjamin, que entreveía el mundo por el “lado palestino”, la rememoración es una capacidad que la memoria histórica puede estimular en los sujetos que viven íntimamente los peligros de ahora y se rebelan contra la situación en que están. La Eingedenken nos libera de la finitud de las cosas, una vez que lo que rememoramos no tiene límites, pero lo que vivimos –encerrado en la esfera de lo vivido‒ sí. Rememorar es “colar” lo que veo antes con lo que veo después, en un esfuerzo colectivo, así como es colectivo el único Mesías posible en aquellas tierras de “convicciones grandes” que no mueren porque permanecen vivas, en la memoria de los que luchan en el tiempo de ahora:
Para tomar la imprescindible iniciativa y lanzarse a la praxis, los hombres precisan poseer una fuerte convicción y precisan estar poseídos por ella. Debe ser, por lo tanto, una convicción, grande, capaz de canalizar hacia la acción todas las energías libertarias disponibles. Debe ser un movimiento suficientemente vigoroso para recuperar simbólicamente todo lo que fue dicho y hecho, todo lo que fue deseado y presentido por los rebeldes del pasado, por los que se rebelaron contra la injusticia y buscaron justicia. Un movimiento que alcanza una dimensión en la cual le es posible a la revolución honrar a sus vaticinadores y vengar lo que sucedió con ellos (Konder, 2002: 99).
Bibliografía
Adorno, Theodor W., “Educação após Auschwitz”. En: –, Educação e Emancipação. San Pablo: Paz e Terra, 2005, págs. 119-138.
Benjamin, Walter, Magia e técnica, arte e política: ensaios sobre literatura e história da cultura (Obras escolhidas v. 1). San Pablo: Editora Brasiliense, 1987.
‒, O anjo da história. Belo Horizonte: Autêntica Editora, 2012.
Gagnebin, Jean Marie, Seis teses sobre as teses. Revista Cult, s/d. En:
García, Luis Ignacio, “Constelación austral. Walter Benjamin en la Argentina”. En.: Herramienta 43(marzo de 2010), págs. 75-92.
Hobsbawm, Eric, O que Eric Hobsbawm pensava de Gaza?, 2014. En: http: //www.pragmatismopolitico.com.br /2014/08/o-que-eric-hobsbawmpensava-de-gaza.html (último acceso: 25/08/2014).
Konder, Leandro, Introdução ao fascismo. Río de Janeiro: Edições Graal, 1977.
‒, A questão da ideologia. San Pablo: Companhia das Letras, 2002.
Löwy, Michael, Walter Benjamin: aviso de incêndio: uma leitura das teses “Sobre o conceito de história. San Pablo: Boitempo, 2005.
Pollak, Michael, “Memória, esquecimento, silêncio”. En: Estudos históricos 3 (1989), págs. 3-15.
Sarlo, Beatriz, Tiempo pasado: cultura de la memoria y giro subjetivo: una discusión. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005.
Togliatti, Palmiro, “Lezioni sul fascismo”. En: Santomassimo, Gianpasquale (comp.). Opere Scelte. Roma: Riuniti, 1974.
Žižek, Slavoj, Violência: seis reflexões laterais. San Paulo: Boitempo, 2014.
Artículo especialmente enviado por el autor para ser publicado por Herramienta.
Traducción del portugués: Raúl Perea.
[1]Régimen colaboracionista francés durante la Segunda Guerra Mundial que existió entre 1940 y 1944.
[2]Texto producido probablemente entre septiembre de 1939 (inicios de la segunda Guerra Mundial) y abril de 1940 (construcción del campo de concentración de Auschwitz).