23/11/2024
Autor: Asuka Hatano (FFyL, UBA)
La evolución filosófica de Lukács, después de Historia y conciencia de clase, que, a pesar del repudio de su autor, continúa siendo considerada la obra paradigmática de su actividad teórica, encuentra la más acabada expresión en la Estética, impresa por primera vez en 1963 en Alemania Federal. Esta obra debe ser comprendida en el marco del proyecto filosófico y vital de Lukács luego de la caída del estalinismo. El proyecto consistía en recuperar la dimensión progresista y crítica del marxismo, en su "renacimiento".
La Estética lukácsiana busca determinar la especificidad de lo estético en términos radicales mediante la reconstrucción genética del conjunto de las capacidades y actividades humanas. La verdadera génesis recién empieza a encontrar su inicio cuando la sociedad y el ser se aferran desde su raíz. Y la raíz de la historia es el hombre que trabaja, que crea, que configura su mundo y supera lo dado. De lo que se trata aquí es de recuperar el método de Marx, ya no descender del cielo de las ideas a la tierra de los hombres, sino ascender de la tierra de los hombres reales y actuantes en su proceso vital al cielo.
Al comienzo de los Prolegómenos para una estética marxista, Lukács explica que hay que partir de la inmediatez de la vida cotidiana, pero también ir más allá de ella, para poder captar el ser como puro en-sí. Es de este modo que la lectura de La peculiaridad de lo estético nos enfrenta, tal como explica Werner Jung, una y otra vez con el concepto de cotidianidad, con las estructuras del mundo de la vida y el trabajo.
La vida cotidiana de los hombres concretos es el oculto centro de gravitación de la filosofía tardía de Lukács, el punto de partida y llegada de todos sus movimientos de pensamiento.
En este punto parece pertinente recordar el impacto filosófico que produjo en Lukács la lectura de los Manuscritos de París de Marx y el descubrimiento del concepto de "esencia genérica". La noción del hombre como ser corporal activo, dotado de fuerzas vitales que sólo pueden expresarse mediante su exteriorización, con la producción de objetos reales que son el resultado de su actividad, se torna de capital importancia. El hombre es hombre, es decir, expresa su esencia genérica sólo mediante la elaboración del mundo objetivo. El producto del trabajo es, por lo tanto, la objetivación de la vida genérica del hombre, en la medida en que éste se duplica no sólo intelectualmente, como en la consciencia, sino también laboriosamente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él. La extrañación del trabajo, así como también la imposibilidad de ejercer la capacidad humana de llevarlo adelante (pensemos en la situación actual, cuyo rasgo esencial es la negación del trabajo al hombre), enturbia y, a veces, hasta destruye para el individuo su la consciencia de pertenencia al género humano, pues al serle arrebatado o negado el objeto de su producción, se le arrebata o niega su real objetividad genérica. En este esquema de la concepción del hombre y el trabajo se encuentran los fundamentos filosóficos de la teoría estética lukácsiana.
· brotado ha de lo más íntimo. de mí a él: /de mi razón. de mi vida.
La relación sujeto-objeto de la esfera estética no podrá ser comprendida en toda su complejidad si no se parte de la estructura correspondiente en el campo del trabajo humano. En el trabajo, la subjetividad y la objetividad tienen que unirse inseparablemente; sin embargo esa unidad no suele reflejarse como tal en la consciencia, según explica Lukács. Domina por lo común en la vida cotidiana el ser-en-sí-del-objeto -como entrega absoluta al trabajo objetivo o, de un modo corriente en niveles más desarrollados, como un estar perdidos en el mundo de los objetos al cual nos sentimos condenados-, o bien impera una imaginaria omnipotencia de la subjetividad que impone fines y deseos. De esta manera el hombre se siente como un extraño en el mundo que él mismo ha creado.
Lukács explica la génesis de la esfera estética como un proceso que se origina en la necesidad de vivir un mundo a la vez real, objetivo y adecuado a las más profundas exigencias del ser humano. El hombre experimenta la necesidad de volver a traer teleológicamente el mundo a su propia condición humana, a situarlo en la totalidad de los fenómenos y experiencias en relación con sus propios impulsos y aspiraciones. El acto estético originario se caracteriza, justamente, porque en él la entrega incondicional a la realidad y el apasionado deseo de superarla, van juntos, logrando de esta manera, y por este doble movimiento destacar rasgos de la realidad que en sí son intrínsecos a ésta, y en los cuales se hace visible la adecuación de la naturaleza al hombre y se superan la extrañeza y la indiferencia respecto del ser humano, sin afectar por ello a la objetividad natural y aun menos querer aniquilarla. El rasgo filosóficamente más esencial de la posición estética y de la necesidad social que le da vida es la intensificación simultánea de la subjetividad y la objetividad por encima del nivel de la cotidianidad.
· concentración en ese sauce. hay que resucirlo a. hay que:/ las líneas principales. ¡captarlo!. el lápiz: es un ser vivo. ¿lo/ lograrás? ¿jamás?. esa herida: ¡hay que ponerla!/ atención: ¡no te dejes despistar! atención: ¡las/ líneas principales! poco a poco: cuidadoso.
En la esfera estética la dialéctica de la apariencia y la esencia se impone en su legalidad general y, además, en su inmediatez, tal como se presenta al hombre en la vida. Ella es el fundamento para la aparición de la subjetividad estética: "Pues dentro del sujeto creador se decide dónde y cómo hay que trazar líneas divisorias, poner distancias, síntesis unificadoras, etc., con objeto de realizar en la materia real aquellas generalizaciones concretas, sensibles y significativas, que son capaces de hacer de su objetividad -sin destruir su auténtico En-sí- una animada refiguración del hombre y de sus actos" (Lukács 1982: 2, 282). De esta manera, el reflejo estético se presenta como una refiguración de la realidad objetiva, pero en los términos de una verdad humana para los hombres, y por lo tanto el problema del en-sí y el para-nosotros de las objetivaciones toma una nueva fisonomía. La forma artística como forma de un determinado contenido, crea siempre un "mundo" para sí, llamado a evocar activamente el para-sí propio de los seres humanos. En el arte el hombre produce un mundo que sólo tiene existencia en tanto es para el hombre. La esencia del reflejo estético se basa precisamente en que levanta la unidad sensible y significativa de lo humano y su entera y contradictoria riqueza a un efecto evocador que aspira a hacer vivenciables conexiones como actos y sufrimientos, éxitos y derrotas, florecimientos y decadencias del género humano.
En la realidad objetiva, y también en la mímesis estética, domina una unidad indivisible de contenido y forma. Lo que distingue la cotidianidad del arte es la diversidad cualitativa que cobra en cada una de ellas la relación forma-contenido. La cotidianidad puede ser descrita como continuidad carente de método, de tendencias heterogéneas. Es la intersección de los momentos más diversos y contradictorios. Por el contrario, y en contraposición, la obra de arte consumada es aquella que ha logrado finalmente llevar a la identidad el contenido y la forma, luego de un juego complicadísimo de tendencias contrapuestas en el que la destrucción de las formas inmediatamente dadas de la realidad se presenta como una superación dialéctica que no puede descuidar la preservación y la elevación de lo superado. Para comprender la modalidad de esta superación convendría detenerse a considerar la categoría de la particularidad. Ella se define negativamente por su renuncia a representar la totalidad de la realidad; y positivamente por ser un fragmento de realidad que en cuanto reproducción de su totalidad intensiva y de la orientación de su movimiento, hace visible la realidad a partir de un aspecto determinado y esencial. En su voluntad por convertir la totalidad extensiva de la realidad en totalidad intensiva de la obra del arte, el reflejo estético descubre lo esencial por detrás de lo meramente transitorio. Se advierte entonces la eficacia desfetichizadora del arte, su capacidad para elevarse por encima de las estructuras de pensamiento y experiencia cosificadas de la vida corriente y mostrar las mediaciones que en la vida cotidiana han sido enturbiadas. El mundo, mudo en sí para los hombres, y la propia mudez del hombre ante el mundo y ante sí mismo, se disuelven con esa autoconsciencia en una nueva capacidad de expresión. Esta autoconsciencia abarca todas las alegrías y todos los sufrimientos que el hombre puede experimentar y vivir ante el mundo, y cobra en las obras aquella voz que eleva esa mudez específica a lenguaje autoconsciente y la articula en él.
· no es el azar. / no es de buenas a / que me ha traído:/ el caso que me toca
· no./ no fue el azar no gobierna/ fue: mi caso/ fue: mi vida es.
De lo dicho anteriormente, se concluye que la piedra angular de la autonomía estética en la teoría lukácsiana es el concepto de conciencia de sí del hombre. El arte es para Lukács la memoria de la humanidad. Entendiendo que
el ‘re-cuerdo’ es realmente la forma de interiorización en la cual y por la cual el individuo humano -y la humanidad en él- puede apropiarse el pasado y el presente como obra propia, como el destino que le compete. El ‘re-cuerdo’ evoca una realidad objetiva, pero tal que se encuentra penetrada de actividad humana en todas sus fibras, y en todos cuyos objetos el entendimiento humano, el sentimiento humano, han invertido lo mejor que tienen y se han enriquecido al mismo tiempo internamente en ese proceso del dar y el hacer (Lukács 1982: 2, 273).
· desde:/ ir a buscar atrás a remontarme. allí dolor./ allí he: frente a la./ cada injusticia he: cada recuerdo./ hoy mismo aquí
En la obra de arte, lo que el hombre ha entregado generosamente a la realidad objetiva (y a la realidad de sí mismo y de sus semejantes) en las diversas formas de la alienación, aquello por lo cual posee él en cada momento su propia riqueza de pensamiento y sentimiento, se retrocapta ahora en el sujeto, y el mundo se vive como mundo propio del hombre, como posesión que ya nunca puede perderse. En estos dos actos inseparables nace, se difunde y se profundiza la autoconsciencia humana.
· los comienzos. cuando advertí: / lo imposible: palabra./ cuando advertí. empecé a ver./ por eso: aquí estoy.
La vivencia artística receptiva no puede comprenderse sin considerar el Antes. El Antes se encuentra en la cotidianidad. Y la especificidad de la vida cotidiana consiste en que aquí, siempre se encuentra implicado el "hombre entero". La fuerza de lo estético se orienta siempre, por lo tanto, al hombre de la cotidianidad, el hombre entero que piensa, siente y actúa, el hombre que se dirige a la realidad con toda la superficie de su existencia y que conserva aquí su unidad y totalidad. En la experiencia estética el hombre de la cotidianidad se aleja del contexto inmediato y mediado de la vida, se desprende de él para orientarse temporal y exclusivamente a la contemplación de la obra. Es así como, en la recepción estética, el poder orientador y evocador del medio homogéneo de la obra de arte penetra en la vida anímica del receptor, subyuga su modo habitual de contemplar el mundo, le impone ante todo un "mundo" nuevo, lo llena de contenidos nuevos o vistos de modo diferente y le mueve a recibir ese "mundo" con sentidos y pensamientos rejuvenecidos, renovados. Es decir, la experiencia estética posibilita otro acceso a la realidad; una visión sintética hacia la unidad, visión capaz de descomponer más agudamente y de componer más audazmente de lo que puede hacerlo el hombre de la cotidianidad. Es por ello, explica Lukács, que en lo inmediato se mezcla a la conmoción del receptor por lo nuevo que desencadena en él cada obra individual un sentimiento concomitante negativo, un pesar, una especie de vergüenza por no haber percibido nunca en la realidad, en la propia vida, lo que tan "naturalmente" se ofrece en la conformación artística. En este contraste y en esa conmoción se contienen una anterior contemplación fetichizadora del mundo, su destrucción por su propia imagen desfetichizada en la obra de arte y la autocrítica de la subjetividad.
· un momento hay:/ un encuentro. el comienzo de mí./ en todas las vidas hay:/lo por hacer. la cosa
· un camino nuevo: lo por hacer. la cosa por./ la revolución por. ese fue. lo vi desde. fuego: un grito
La función social del arte encuentra su fundamento en la relación entre la vivencia estética y su Después en la vida. El Después de la vivencia receptiva puede pues describirse simplificadamente del siguiente modo: en la experiencia estética el poder evocador de las formas, mediado por el medio homogéneo, mantiene al hombre enteramente tomado por la recepción en el encanto de un mundo nuevo, y le impone el sello de su esencia como un nuevo y propio contenido. El Después consiste en el modo en que el hombre entero, libre ya de esa sugestión, elabora lo así adquirido. Lo adquirido es inmediatamente contenido, y por eso plantea al hombre la tarea de insertar ese contenido en su anterior imagen del mundo, de transformar ésta del modo correspondiente para adaptarla a aquél.
La conmoción ética promovida por el arte se basa, ante todo, en la aptitud que él posee para crear, sobre la base de materiales extraídos de la vida, un pequeño mundo, una mónada provista de una armonía que buscamos en vano en el mundo externo; el arte puede, pues, ejercer una función valiosa de índole ética, pero no convirtiéndose en un simple medio de propaganda, sino en la medida en que contribuye a desarrollar una nueva visión del mundo. Y la percepción de nuevos contenidos es al mismo tiempo un estímulo y una orientación para reconocer también en la vida lo que les es análogo y para apropiárselo, o para transformar las formas del mundo de acuerdo con esos nuevos contenidos.
El reproche al Antes, la exigencia para el Después, aunque ambos parezcan casi borrados en la inmediatez de la vivencia, constituyen un contenido esencial de la catarsis: "una sacudida tal de la subjetividad del receptor que sus pasiones vitalmente activas cobren nuevos contenidos, una nueva dirección, y, así purificadas, se conviertan en basamento anímico de ‘disposiciones virtuosas’" (Lukács 1982: 2, 508).
· allí yo: nacen. una gota cayendo. mis obras contra. yo sé que aún./ una gota en un océano de: que es este mundo. una gota cayendo en: la/ injusticia. un océano. mis obras contra. yo sé que aún.
En su Estética, Lukács esboza una filosofía de la historia dentro de la cual la unidad del individuo y el género aparece como la verdad de la historia. En el arte y a través de él, emerge y se resuelve la cuestión de la verdad de la historia. En este sentido, Agnes Heller señala que esa filosofía de la historia inherente a La peculiaridad de lo estético abre la dimensión de esperanza (en el sentido de la esperanza garantizada).
Lukács consideraba que el arte y la literatura no son utópicos, pues les resulta imposible representar una perspectiva de futuro, excepto como una orientación del mundo presente al que conceden forma. Explica, a su vez, que, sin embargo, existe por otro lado, un modo de superar lo existente que es característico del arte, y que concede a éste una orientación que bien podría ser designada como utópica, en la medida en que se eleva por encima de su aquí y ahora específico y le permite conceder voz a lo latente, a lo que solo se encuentra insinuado en el mundo actual.
A riesgo de caer, en lo que Agnes Heller llama "ingenuidad filosófica" es pertinente considerar en este mismo sentido, que la filosofía de la historia lukácsiana no es ninguna utopía.
Bibliografía
Heller, Agnes, "La filosofía tardía de Lukács". Traducc. de Adrián Navigante. En: Vedda, Miguel (comp.), Antología de estudios sobre Lukács y Marcuse. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras, 2002, pp. 5-20.
Jung, Werner, "Para una ontología de la vida cotidiana. La filosofía tardía de Georg Lukács". Traducc. de Miguel Vedda. Buenos Aires, 2002.
Lamborghini, Leonidas, Las reescrituras. Buenos Aires: Dock, 1996.
Lukács, Georg, Estética I. La peculiaridad de lo estético. 4 vv. Traducc. de Manuel Sacristán. Barcelona: Grijalbo, 1982.
-, Prolegómenos a una estética marxista. Traducc. de Manuel Sacristán. Barcelona: Grijalbo, 1987.