23/11/2024

Puerto Madero, a 25 años de su creación. Escindido de la ciudad, se termina el barrio premium

 
Cumplidos 25 años desde su constitución, en el año 1989, se aproxima la finalización  de la urbanización que cambió drásticamente el paisaje de Puerto Madero y su articulación con la trama del resto de la ciudad. Es un momento interesante para reflexionar sobre su origen, los objetivos propuestos, quiénes lo hicieron, quiénes lo habitan, la repercusión y las consecuencias físicas y socioculturales que impuso y que se reproducen en una serie de  proyectos que siguen su patrón.
 La remodelación de las 170 hectáreas que dio lugar al barrio más nuevo, más caro y más alto de la ciudad, formó parte de una tendencia global que involucró el reciclaje y también la modernización de zonas portuarias obsoletas, cambiando el destino original para asignarlas  a usos comerciales, culturales, residenciales y turísticos destinados preferentemente a sectores de alto consumo.
Paradigma de la ciudad neoliberal, pensada como espacio de inversión, negocio y consumo su evolución se realizó sin contratiempos, atravesando crisis locales e internacionales, y salvo por la crítica de un reducido número de profesionales, la mayoría de la sociedad lo considera un proyecto urbano exitoso, habilitando una operatoria signada por la conjunción de emprendedores inmobiliarios e inversores, apoyados por un Estado promotor, auspiciante y facilitador, que los transformó en  los nuevos y reales hacedores de la ciudad.   
La urbanización capitalista siempre ha generado las necesarias modificaciones en el espacio, que le permitieron adaptarlo para garantizar su reproducción; en la época de su globalización, este mecanismo se explicita con más notoriedad en los llamados  grandes proyectos urbanos. Las intervenciones a gran escala como en La Defense en Paris, Barcelona, los Docklands de Londres,  la Postdamer Platz en Berlin, el puerto de  Rótterdam y el más reciente Puerto Maravilla en Río de Janeiro, con las particularidades propias de su localización y de quiénes y cómo lo realizaron, expresan una manera de pensar el  funcionamiento, el paisaje y  la  vida social de la ciudad, un nuevo modo de concebir el urbanismo, acorde a los procesos de transformación de las metrópolis, con una reasignación de roles y relaciones entre el  Estado y  los actores privados.
Áreas centrales estratégicas en estado de deterioro, abandono, y consideradas disfuncionales, son intervenidas para ponerlas en consonancia con los ciclos actuales del capital y las  nuevas demandas funcionales y de consumo requeridas por las elites, acciones que aprovechan el crecimiento de  la renta potencial del suelo urbano, un bien acotado, escaso e  irreproducible, más aún,  cuando su localización ofrece el plus diferencial de poder combinar un paisaje  privilegiado, con la proximidad de  recintos que representan el poder económico y político. La política de abandono y devaluación de amplias zonas centrales es el vicio de origen de casi todos los proyectos de renovación, es la justificación de la necesidad de actuar del mercado. La refuncionalización de baldíos urbanos con localizaciones  privilegiadas pasó a ser el principal objetivo de los fondos  inmobiliarios concentrados, motor protagónico de la nueva economía urbana. La renovación urbana se vuelve más exclusiva, dirigida a sumarse a un mercado mundial que la asimile a la red de ciudades globales, donde se compite por un sitio que le asegure el ingreso de capitales, el turismo y los negocios. Al  Estado le corresponde, para asegurar la ejecución y la rentabilidad de estas operaciones, aportar y gestionar el suelo urbano en la dimensión necesaria para la escala del proyecto, proveer de la infraestructura y los servicios y, en caso de ser requerido, garantizar la contención del conflicto social que pueda generarse por la oposición al plan.
En el caso de Puerto Madero, sólo tuvo que dar respuesta a los  primeros requisitos, pues pudo eludir el conflicto, dado que los terrenos eran baldíos, sin habitantes que pudieran resistir su desplazamiento, y esencialmente tuvo a favor el sustrato ideológico que auspiciaba el desguace de bienes públicos, por lo que contaron con la aquiescencia entusiasta de amplias capas de la población y la indiferencia del resto, incluidos sectores políticos y sociales que cuestionaron  la políticas neoliberales, pero que aún subestiman la importancia de defender el patrimonio urbano y el carácter social del suelo.
 
El primer puerto
 
Hacia la segunda mitad del siglo XIX el puerto de la Boca resultaba precario e insuficiente para el transporte de mercancías y de pasajeros, que debían trasladarse en lanchones hacia los barcos que de más en más crecían en tamaño al ritmo de la revolución industrial. La fábrica de proteínas y granos de nuestra pampa requería de un puerto acorde con el intercambio de productos primarios del  país agroexportador y las mercancías  manufacturadas que llegaban de Europa.  En 1880 las condiciones políticas y económicas permitieron atisbar la posibilidad de llevar finalmente a cabo las obras de un gran puerto; el Ing. Huergo imaginó una solución impecable y novedosa para la época: un sistema de dársenas en peine, oblicuas a la costa y protegidas por una escollera. El empresario Eduardo Madero, sobrino del vicepresidente Julio A Roca, Francisco B. Madero, con el apoyo financiero del inglés  Banco Baring, consiguió imponer el suyo, basado en el  diseño de dársenas cerradas con características más propias de un puerto militar que de uno destinado a las actividades comerciales y de pasajeros. Los trabajos se realizaron en varias etapas entre 1889 y 1897. Pero a  solo dos décadas de terminado, ya resultó incapaz de dar repuesta a los requerimientos y demandas del tráfico pluvial y marítimo, por lo cual se debió entonces retomar el proyecto del Ing.Huergo que se inició en 1911 y que funciona hasta el día de hoy conocido como Puerto Nuevo. Entre  la ciudad y el río quedó el viejo puerto en situación de creciente abandono.
Pero por su ubicación estratégica, su tamaño y su costa, empezó a ser considerado un espacio potencial para todo tipo de proyectos. Le Corbusier, en el año 1938, planeaba transformarlo en un amplio sector de recreación y deportes y poner un núcleo de rascacielos en islas artificiales, sumándose  erróneamente a quienes siempre consideraron que ganarle tierra al Río de la Plata es un practica inocua. Hasta la década del 80 varios proyectos sumaron ideas sin llegar a su concreción, Plan Regulador de la Ciudad de Buenos Aires, Esquema Director del año 2000 o el Plan de Renovación de la Zona Sur de Buenos Aires.  En el 81 la dictadura militar presentó el plan Ensanche del Área Central, que coincidía con la euforia demoledora del Intendente Cacciatore, que para realizar su programa de autopistas descargó miles de metros cúbicos de escombros sobre la costa del río.
En este momento, en distintas ciudades se imponía una tendencia internacional de remodelación, reciclaje, modernización y nuevos usos en las centrales zonas portuarias obsoletas. Estos cambios estaban acordes a las modificaciones impuestas por las nuevas tecnologías del transporte marítimo, la jerarquización  del papel de las actividades financieras, la competitividad entre ciudades para buscar su lugar en el mundo global y las nuevas pautas del consumo y los modos del vivir de la elite urbana.
En 1985 se firma un acuerdo de cooperación entre la Municipalidad de Buenos Aires y el Ayuntamiento de Barcelona para el Plan Estratégico para el Antiguo Puerto Madero. Luego de las transformaciones realizadas con motivo de las olimpiadas, el paseo marítimo de la ciudad catalana alcanzó el rango universal de experiencia a imitar.
Puerto Madero con las tierras urbanas más valiosas del país ofrecía todas las condiciones para adaptar estos estándares globales al territorio  rioplatense. En los 90, la aplicación de una política neoliberal basada en la enajenación del patrimonio público del gobierno nacional, del presidente Carlos Menen y su delegado municipal, el intendente Carlos Grosso, en plena concordancia y ávidos de convertir al Estado en un generoso gestor de negocios, empalmó con la irrupción de grandes operadores inmobiliarios interesados en materializarlo.
El 12 de noviembre de 1989 se crea la Corporación Antiguo Puerto Madero (CAPMSA) una empresa  de carácter autónoma, integrada por representantes de los gobiernos Nacional y Municipal. Esta estructura se creó bajo la figura de sociedad anónima, lo cual le otorga las atribuciones de no rendir cuenta ni informar por ley sobre sus actividades, entre ellas, la administración y destino de su presupuesto, y fijar sus propias normas, lo que le permitió actuar con la rapidez y la agilidad que los intereses de las partes reclamaban, sin necesidad de  someter los proyectos a consulta y evaluación pública.
 
La corporación y el Masterplan
 
Durante décadas una dualidad marcó a Buenos Aires, el contraste entre el centro y los suburbios, ese límite cambió su cartografía hacia fines del siglo, una parte de las capas medias y altas se suburbanizó en barrios cerrados en  un archipiélago de islas amuralladas rodeadas de pobreza, y otra se queda en la ciudad  pero recluida en los nuevos edificios autosuficientes, countries verticales, blindados, con  la nueva moda de servicios y equipamientos denominados amenities. Su símbolo más significativo es Puerto Madero, una urbanización de registro universal que tuvo como consecuencia aumentar la grieta con la trama urbana, la segregación y la fragmentación socioespacial de la ciudad.
El marketing estatal hizo centro en la falacia de la  autofinanciación del proyecto, ya que los gastos de infraestructura y de la viabilización del proyecto se cubrirían con la venta de terrenos a desarrolladores para viviendas de lujo y oficinas. El fraude fue velado por la  publicitada idea de un proyecto que no tendría  costo para el resto de la comunidad. Si bien el valor integral es imposible de mensurar por la cantidad de variables y porque hay bienes no cuantificables como el paisaje, pero medido en términos del mercado inmobiliario la CAMPSA vendió terrenos que las cuentas más conservadoras valúan en 4.000 millones de dólares, a cambio la sociedad porteña no recibió nada.
La retórica basal de integrar estas tierras ociosas a la ciudad se constituyó en la tesis argumental que logró cubrir el mayor despojo de suelo urbano de la historia del país.
Los operadores y emprendedores inmobiliarios que pagaron hasta 40 millones de dólares por un lote, ¿a quién se lo pagaron? y ¿cuántos de estos recursos fueron destinados a  mejorar la vida de los habitantes de la ciudad? Compraron  metros de tierra y su potencial de espacio a construir, pero también las vistas a un río que siempre estuvo allí, la perspectiva aérea sobre una ciudad que es creación colectiva, los diques, la historia y la estética de un puerto que fue pagado con el erario público. Los nuevos propietarios se beneficiaron de plusvalías urbanas preexistentes y de las  nuevas que se crearon con los recursos administrados por la CAMPSA.
El puerto actual de Buenos Aires adolece de obsolescencia crónica, es insuficiente y costoso porque los canales de acceso requieren mantenimiento permanente, tendencia que se irá agravando por el crecimiento del tráfico fluvial y marítimo. La pregunta obvia es: ¿Por qué parte de lo recaudado por los terrenos del viejo puerto no tuvo como prioridad  la  modernización sustancial del puerto en uso, tal como se hizo en Róterdam, o la realización de uno nuevo en otro lugar más favorable? La respuesta también es obvia: porque Puerto Madero siempre fue pensado como un negocio inmobiliario y nunca en función de los intereses de los habitantes de la ciudad y el país.
Según la Dirección General de Estadística de la ciudad, para 2012 el barrio 48 de la grilla porteña tenía 6.765 habitantes, cifra muy lejana de los 40.000 habitantes que en su programa establecía el Masterplan o incluso de los 17.000 que se propuso la CAMPSA. Aunque se llegara a esa cantidad de habitantes, el análisis de los usos y la densidad poblacional comparativa deja claro el destino de los millones de metros cuadrados construidos. San Cristóbal, un barrio próximo con una densidad muy por debajo del promedio capitalino, tiene 60.000 habitantes en una superficie similar a la de Puerto Madero. Es evidente la impronta especulativa que atravesó todo el emprendimiento desde su inicio, más pensado como inversión que por su potencial uso, los lotes multiplicaron su precio diez veces y a pesar de los vaivenes de la situación económica del país y del mundo, el  precio en dólares del metro cuadrado construido no deja de subir. Si bien se terminó diez años después de lo previsto, cumplidos los 25 años desde su lanzamiento, los operadores tienen motivo para sentirse satisfechos.
Puerto Madero no es un centro turístico ni de residencia que figure en los primeros puestos  de atracción mundial, ni es una plaza privilegiada del comercio internacional, tampoco cumplió con la fantasía de una postal en la que se retratarían jeques petroleros, actores, magnates y deportistas, estrellas del firmamento internacional, pero fue suficiente con los personajes de cabotaje, funcionarios de todos los poderes de la república, políticos oficialistas  y opositores, figuras del espectáculo y el empresariado vernáculo, sumado a algunos inversores extranjeros. Ni los escándalos de corrupción ni otros delitos que lo tuvieron como escenario lograron detener las inversiones y los negocios, por el contrario, en tiempos de farandulización, le han servido para publicitarlo. La existencia del edificio Madero Center  cobró notoriedad por los manejos financieros del poder político que le valieron el apodo de “la rosadita", y hoy se conocen las torres Le Parc porque es el lugar, abrumadoramente expuesto, donde murió el fiscal de la causa AMIA.
La gestión de Carlos Grosso, quien debió renunciar acosado por las denuncias de corrupción, situación que no afectó la continuidad del proceso privatizador de Puerto Madero, se sostuvo en el discurso que proponía sacar a la ciudad de la decadencia e integrarla al primer mundo, relato que hicieron propio, además de los actores directamente beneficiados, los medios de comunicación, políticos y profesionales de la arquitectura y el urbanismo, como parte de un mensaje que auspiciaba la llegada de un nuevo paradigma urbano, la metáfora de Puerto Madero, como puerta de entrada a la ciudad globalizada, alegoría que sirve para entender  cuáles eran las ideas que hegemonizaban la cultura y un estilo de vida de la década final del siglo XX, y que aún perviven en el segmento social que las adoptó.
La aprobación de una legislación a medida permitió al Estado Nacional vender y concesionar predios e inmuebles considerados innecesarios apoyándose en distintos organismos creados a este fin, el Onabe, Enadief y actualmente ADIF, estructuras que “actúan como agentes mediadores del negocio inmobiliario y convierten al Estado en la vanguardia de los negocios privados de la ciudad, introduciendo la novedosa figura de la urbanística de los promotores”. (A. Gorelik, 2011:240)[1]
En un comienzo, los profesionales nucleados en la Sociedad Central de Arquitectos expresaron su rechazo, pero no a la idea fundante; sus objeciones y reparos apuntaron a la decisión de la CAMPSA de convocar para el Masterplan a una consultora española.
“El obstáculo, menor si se quiere, se saldó rápidamente con el llamado a un concurso nacional de ideas que, para colmo de males, terminaba en la selección de varios equipos obligados a elaborar, en conjunto y sin jerarquizaciones, una propuesta común. De este modo no solamente se perdió una oportunidad de colocar a la ciudad en la consideración internacional y de ampliar el patrimonio de ideas para la resolución de un tema sobre el que pocas experiencias reales locales podían servir de antecedente, sino que además se obligó a la constitución de un híbrido cuyo resultado final no podía ser mucho más que mediocre”.       (F. Liernur, 2004)[2]
Si bien un par de propuestas intentaron superar los límites que ofrecía el programa y enlazarlo con el resto de la ciudad, el resultado final no pudo modificar la idea original, las condiciones y objetivos prioritarios con las que nació el proyecto, cuya impronta  se mantuvo hasta su finalización.  
Estudios de arquitectura nacionales e internacionales de reconocida  trayectoria y capacidad profesional pusieron su sello distintivo en  los edificios, sus nombres son una marca calificada integrada a la comercialización del producto. Varios de estos arquitectos son titulares de cátedra en la FADU; Berardo Dujovne, socio del estudio que proyectó las  torres El Faro, fue decano desde 1996 al 2002, lo cual explica lo poco controversial que fue Puerto Madero en el ámbito académico. Pocas fueron las voces que asumieron una postura crítica en su lanzamiento; hoy con los resultados a la vista que desmienten varios de los planteos argumentales que se esgrimieron al comienzo del proyecto, tampoco es motivo de debate, ni  de un estudio exhaustivo sobre sus efectos. Más grave aun es que en este cuarto de siglo, varias camadas de jóvenes profesionales se han formado en la universidad pública admirando acríticamente este modelo, transformando en un canon del ejercicio profesional una ciudad de objetos y no de sujetos.
Lo imperioso y necesario no son los enclaves diferenciales, con edificios corporativos, hoteles y viviendas de lujo, el principal desafió para los arquitectos y urbanistas y por tanto para la formación de estudiantes, debe ser cómo resolver el hábitat social, vivienda, educación, salud y recreación de las mayorías. Ninguno de los principales problemas diagnosticados a la urbe porteña tuvo respuesta con la urbanización de Puerto Madero, por el contrario, el déficit en la infraestructura de servicios, la creciente  polución y la congestión del tránsito en el área central se agudizaron al igual que todos los síndromes sociales de segregación y fragmentación. Puerto Madero se realizó sin evaluar su impacto en la trama existente; a pesar de su teórica articulación con la urbe porteña, terminó negándola y  no tuvo como sustrato un análisis de la ciudad real, sus necesidades y prioridades actuales o futuras.
 
De los docks al skyline
 
El plan original no preveía la realización de torres, proponía la recuperación de los antiguos docks del puerto, reciclaje y remodelación que una vez rehabilitados se destinaron  mayormente a oficinas tipo loft en planta alta y servicios gastronómicos en planta baja, excepto dos, el que se vendió a una universidad privada, la UCA, y otro destinado a salas de cine, ocupando en total una superficie de aproximadamente 320.000m2.
El éxito comercial estimuló a los promotores, que lograron en 1996 que una dócil legislatura porteña modifique el Código de Planeamiento Urbano para permitir  la construcción de edificios de gran  altura en la zona más próxima al río. Una normativa a medida que les permitió un uso intensivo del suelo que supera  holgadamente el promedio del Factor de Ocupación Total (FOT) de otras zonas de la ciudad, se logro así una mayor renta relativa de suelo. Una posibilidad única, exhaustivamente aprovechada con construcciones que superan los 100.000m2
El nuevo barrio Puerto Madero quedó divido en tres áreas diferentes: los docks y los diques, una segunda zona de construcciones de perfil mediano, hasta  siete pisos, que quintuplica el área de los viejos almacenes, y la franja donde se asentaron las torres vidriadas de gran alzada con la vista privilegiada para el disfrute de la belleza escénica que ofrece el río para una platea con pocas localidades. Cuanto más avanzaba el desarrollo del proyecto, los emprendimientos se volvieron cada vez más lujosos, ampliando la superficie de las unidades y multiplicando las inversiones millonarias en dólares.
Hoy tiene 26 edificios de más de 20 pisos. Esta verdadera muralla  que separa a la ciudad del río, contiene viviendas, como las torres Chateau, Le Parc, El Faro, Mulieris o  Madero Center, edificios de oficinas y corporativos, YPF, Madero office, Malecon, el banco Macro o el Word Trade Center y los hoteles Hilton, Faena , Sofitel y Alvear.
Como coronación, finalizando la construcción del barrio, se concretaron los dos proyectos más grandes y emblemáticos. La Alvear Luxury Tower, que con sus 56 pisos y 325 metros se convertirá en el edificio más alto del país. Su superficie total de 72.000 m2 multiplica 12 veces el tamaño del lote. Con departamentos valuados a partir de 7.500 dólares el m2, un departamento de 500 m2 se ofrece a 3.000.000 de dólares. El otro emprendimiento es Madero Harbour, desarrollado por Gnvgroup, sobre 21 hectáreas en el dique1, cuenta con múltiples usos, Harbour Residences y Harbour House con 300.000 m2, un shopping center con 120 locales, 10 salas de cine y cocheras para 3.000 autos, un hotel boutique 5 estrellas y el centro empresarial Word Trade Center Buenos Aires, con helipuerto incluido.
El Masterplan no logró, tampoco se lo propuso, superar el desafió de dar una solución a la falta de un hiato que uniera el centro de la ciudad con el río, las avenidas que lo atraviesan en su dirección este - oeste se diluyen, desaparecen sin costura  alguna. El caso más evidente es el eje histórico monumental de la Av. de Mayo que remata en la Casa de Gobierno, dejando  atrás de ella esta zona que fue barranca, aduana, puerto, luego baldío y ahora barrio premium. 
En la fórmula neoliberal, el discurso se sustenta en un mensaje donde no se busca la integración, la totalidad es solo una suma de fragmentos, distritos diferenciados, con  roles asignados por una cultura que produce y consume la ciudad como cualquier otra mercancía de alta gama. No hay urdimbre tejida en común, es una colección de artefactos urbanos que aspiran a la poco probable autosuficiencia, una arquitectura que resalta el lujo y la sofisticación, que son transparentados para calificar a sus poseedores. Las normas que organizan el espacio son básicamente patrones de separación y diferenciación social;
Puerto Madero es un barrio escindido, sin nexos ni umbrales, que no tiene transporte público, sin escuelas ni colegios ni jardín de infantes, donde la palabra vecino no tiene identidad, porque vecino es familiaridad fuera de la familia, es vínculo colectivo, es apego al lugar, la exterioridad de los espacios comunes donde se teje el lazo que une por fuera de lo privado y lo estatal.
Puerto Madero es un barrio donde el silencio no es armonía sino falta de pulsión, sus pocos moradores arriban en automóvil por autopistas veloces sin ver la urbe, que les resulta ajena, extraña y amenazadora, su hábitat es aséptico, tan neutro y genérico como los shoppings o los aeropuertos que frecuentan. Por la noche entre sus calles vacías, la ciudad extraviada alucina un desierto urbano, un espacio sin tiempo.
Todos los edificios han incorporado entre sus atributos de venta la combinación de seguridad, tecnología y cultura ecológica. Están saturados de vigilancia pública y privada, cámaras y estrictos controles de acceso, condición primordial en tiempos de inseguridad y miedo. La estética de la seguridad es un atributo, un símbolo de status, el barrio paraíso está cubierto por miles de ojos electrónicos que observan y controlan. Son presentados como inteligentes, racionales en su consumo, con terrazas verdes, equilibrados y amistosos con el medio ambiente. La carga publicitaria busca ocultar que donde podría haber un parque recreativo con viviendas populares y usos múltiples con un tejido barrial auténtico, hoy hay millones de metros cuadrados en su mayoría desocupados. Lo verdaderamente inteligente y necesario hubiera sido no construirlos, pues no responden a ninguno de los principios y teorías que fundamentan la calidad del hábitat urbano ni dan respuesta a las urgencias socioespaciales de la ciudad. 
Puerto Madero puede considerarse como el fin de un modo de pensar y hacer la ciudad, la  aspiración que tuvo el urbanismo moderno, un espacio finito de recorridos infinitos, la búsqueda de integrar armónicamente formas y funciones, basada en el interés colectivo, sus representaciones socio-culturales, el lenguaje y las grafías de un imaginario comunitario. Aunque su ideario fuese de hecho más un debería ser que un proyecto realizado. 
Varios de los emprendimientos que se realizaron o tienen previsto ejecutarse en esta etapa en las ciudades argentinas tienen lugar en predios portuarios o ferroviarios, que a través de distintos mecanismos e instancias de gobierno, fueron rezonificados para permitir nuevos usos para realizar emprendimientos inmobiliarios y aumentar su rentabilidad. Los concursos de las playas de maniobras ferrocarrileras de Palermo, Liniers y Caballito, la concesión sin licitación del terreno donde IRSA levantó los Arcos del Gourmet, práctica repetida en predios linderos de estaciones urbanas y suburbanas, o las propuestas para las antiguas áreas ferroviarias en Mendoza y Rosario, aplican esta mecánica, reiteran los vicios constitutivos  y muestran la tendencia a continuar enajenando suelo urbano público. En términos de David Harvey,  una de las formas de capitalización por desposesión. 
En el mismo período que se desarrolla el barrio Puerto Madero, countries y barrios cerrados  se desplegaron en el conurbano en la búsqueda de homogeneidad socioespacial y  autosegregación, una burbuja entrópica, una representación presente de un futuro idílico impermeable a los conflictos.
Pero a diferencia de los enclaves suburbanos, que explicitan su rechazo a la integración y niegan la ciudad, Puerto Madero fue presentado como una expansión beneficiosa para Buenos Aires, una recuperación de tierra ociosa para transformarla en un centro de  múltiples actividades, acorde a los cambios que se operan  en un mundo donde se impone la excelencia del diseño y la high tech, asumiendo los costos millonarios necesarios para lograr un lugar de consideración en la disputa dentro de la red global de ciudades.
Mientras el barrio cerrado materializa su frontera, define sin simulaciones un adentro y un afuera, ofrece la fantasía de un refugio insular, de uso residencial exclusivo, negado a las visuales externas, y puede ser construido en cualquier sitio indiferenciado; Puerto Madero tiene un anclaje único y excepcional, es una vidriera cuyo conjunto es símbolo de  ostentación y poder, donde vivir, trabajar y consumir son señales de prestigio y éxito. Para  empresas e individuos estar ahí es imprescindible, una central de negocios y vínculos para interactuar con sus pares. El diseño del conjunto y el proyecto de cada edificio fue pensado  y realizado para dar forma y reforzar este estilo que pondera la pertenencia selectiva, apoyada en el concepto de meritocracia.
El mensaje de un barrio abierto en contraposición al barrio cerrado disimula el carácter elitista, donde la exclusión no solo se define al momento de establecer los precios para acceder a sus usos, sino por la clara percepción que tienen las mayorías de sentirse foráneas, ajenas, vedadas a la posibilidad de ser parte de esa maqueta de los triunfadores.
Cuando se traspone la Av. Huergo, una vía de transito febril, limite interno, pasando por una franja indefinida hasta llegar al borde de la Av. Alicia Moreau de Justo, la sensación de  transitar en otro lugar, un tajo sin costura, mal empalmado, un fragmento desgajado del todo, de atravesar una frontera virtual se refuerza por el control territorial que ejerce la Prefectura.
Un hecho anecdótico confirma esta apreciación de feudo autoreferencial y la fobia a los pobres: en  marzo de  2006, el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD) inauguró un comedor popular en un predio cedido por un empresario a quien le clausuraron uno de sus restaurantes. La CAMPSA inmediatamente mostró su disconformidad “ya que esto provoca una caída del nivel que tiene la zona”. Finalmente logró su desalojo utilizando una norma propia que no existe para el resto de la ciudad.
La relación con el entorno se acota en la proximidad, sus parques no tienen contacto con el tejido urbano, son una proyección de los edificios privados, para solaz de quienes los habitan y a quienes se les adjudicó el mças alto nivel de espacio verde, más de 20 m2 por habitante, sin considerar la reserva ecológica, mientras que en  el resto de  Buenos Aires el promedio es de 6 m2, muy por debajo del ideal que establece la OMS de 15 m2/h.
En su linde ribereño se encuentra el Paseo de la Costanera sur, que junto al Balneario Municipal  fue por décadas sitio de esparcimiento y recreación popular. Se inauguró en 1919 con proyecto del agrónomo Carrasco, con el objetivo de “caminar por la costa entre jardines y gozar al mismo tiempo de la fresca brisa del río”; fue ampliado en 1924 con el Paseo de los Italianos, diseño del paisajista francés Forrestier, que contiene obras referenciales como la antigua cervecería Munich del arquitecto húngaro Andrés Kalnay y la magnífica fuente de las Nereidas de la escultora Lola Mora, una obra cuya  audacia y creatividad fue todo un desafío feminista para la época. El reverso es la escultura en bronce de Juan Manuel Fangio junto al Flecha de Plata, el Mercedes Benz de carrera, emplazada en  Azucena Villaflor y Juana Manso, la figura del quíntuple campeón del mundo sintoniza mejor con el estilo de los ganadores que habitan y frecuentan el barrio.
El balneario fue víctima, primero de la contaminación del río y luego de la reserva ecológica, la involuntaria creación del intendente de la dictadura militar, brigadier Orlando Cacciatore. La pérdida del balneario, un hito de la democratización del ocio para los vecinos de la zona sur, fue asociada a los años nefastos de la dictadura, la esperanza de su recuperación quedó trunca, ninguno de los sucesivos gobiernos lo tuvo entre sus planes. El Paseo de los Italianos se mantuvo, pero aprisionado entre las torres y la llamada  laguna de los coipos, barrial de una laguna sin agua, tan inconsistente como la costanera que perdió su río. El sitio reconfigurado conserva parte de su carácter popular para quienes transitan entre puestos parrilleros que ofrecen sus clásicos de chorizo y bondiola. La proximidad contrastante entre los valores de cambio y los de uso, entre lo selecto y lo masivo, lo público y lo privado, un muro signo de la tensión de una sociedad donde las disparidades se amplifican. 
Un rasgo distintivo de Puerto Madero, respecto de las urbanizaciones cerradas  del conurbano, emplazadas en tierras vírgenes sin rastros, ni pasado, muchas de ellas rodeadas de asentamientos paupérrimos, es la apropiación de una parte de la historia de la ciudad, el río aluvional, su referencia fundacional, río fértil que fue la razón de ser de Buenos Aires, el origen del término “porteño”, que definió a todo el resto del país como “el interior”. La puerta de ingreso de la inmigración acorde al mito del “crisol de razas”, las grúas eléctricas alarde industrialista, el estilo inglés ladrillero de los docks, y su asociación nostálgica con un país ubérrimo, agroexportador, orgullo de una clase oligárquica obscenamente rica, cuya generación se atribuyó el mérito de transformar un territorio salvaje en una Nación a la imagen de Europa. Imágenes de una corriente historicista donde la decoración iconográfica se desprende de la función, son elementos jugados como escenografía, que fueron ignorados en las otras áreas del proyecto; los silos Bunge y Born, ejemplo virtuoso de la arquitectura industrial en ladrillo, no lograron sobrevivir ante el empuje de la picota, fueron demolidos en 1998 en un operativo relámpago.
En una triste parábola, los sectores herederos de esa aristocracia, que también deben sus ingresos a los commodities de la producción primaria agropecuaria y extractiva, entreverados con los ejecutivos de la compañías financieras y de servicios, habitan y trabajan en calles que llevan los nombres de mujeres que estuvieron en la antípoda de los intereses que ellos representan; los nombres de Aime Pane, Azucena Villaflor, Alicia Moreau de Justo, Feina Chertkoff, Micaela Bastidas, Juana Manso y Juana Manuela Gorriti, entre otras figuras  notables de nuestra historia, fueron usurpados en una manipulación maniquea que supera la metáfora discepoliana y es parte de una puesta en escena donde todo vale para vender, en el sentido más literal del término, nombres de la historia evocada por decreto. El  remate de esta impostación es el Puente de la Mujer, diseñado por el catalán Santiago Calatrava, regalo del dueño del hotel Hilton, que recorta su estilizada estructura de tracción delante del puerto de yates.
 
Hacia el sur y hacia el norte
 
La CAMPSA no agotó su rol en Puerto Madero, continúa como consultora para otros proyectos nacionales e internacionales, en Chile y Colombia entre otros.
Según su propia presentación en la web, “La Empresa” se propone: “...Identificación de operaciones urbanísticas que tengan la capacidad de desatar efectos positivos sobre el contexto inmediato, acompañadas por acciones de promoción tales como cambios normativos, incentivos fiscales, que estimulen la inversión”. [3]
A medida que se acercaba el final de la urbanización de Puerto Madero, creció el interés por otros objetivos que pueden darle continuidad sobre la línea costera y sostener la posibilidad  de encadenar nuevas inversiones aprovechando el impacto que generó esta operación  urbana y su exitosa rentabilidad.
El que mayor polémica ha generado es el llamado proyecto Nuevo Retiro, realizado en 2006 a solicitud el Estado Nacional y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en una franja de 17,3 hectáreas, paralela a la Av.del Libertador desde la Estación Retiro hasta el Parque Tais. Prevé la fusión de las terminales ferroviarias del San Martín y del Mitre, y la propuesta incluye áreas residenciales, hotelería, áreas comerciales y culturales. Con una inversión próxima a los 6.000 millones de dólares, la firma de acuerdos con la República Popular  China, cuyo gobierno ha mostrado interés en financiarlo, renovó la posibilidad de su implementación. Como ocurre desde su casi completa erradicación  durante el  golpe militar del 76, desplazar a los habitantes de la Villa 31 es parte de todo proyecto para la zona, pero esta proyección de Puerto Madero hacia el norte enfrenta la resistencia de quienes viven en la segunda villa más poblada de la ciudad.
En la ex Ciudad Deportiva, cuya historia es una cronología del saqueo y la corrupción, en una superficie de 70 hectáreas, adquiridas por IRSA en 1997, el proyecto conocido como Solares de Santa María, incluye 16 torres de viviendas de más de 50 pisos, docks, embarcaderos, un hotel, un centro comercial y equipamientos varios. Con una proyección poblacional de 15.000 personas, el emprendimiento de este barrio premium fue definido por  los especialistas del segmento inmobiliario como "el Dubai de Buenos Aires".
Fue  aprobado por un decreto durante la gestión  de Jorge Telerman, un mes antes de terminar su mandato, esa autorización fue anulada por la Justicia; como requiere un cambio de zonificación, debía pasar por la Legislatura, con doble lectura, es decir, con una audiencia pública, se encuentra a la “espera de un clima político más propicio para su aprobación”,  según palabras del titular de IRSA, Eduardo Elzstain (Schachter, 2012).[4]
El miércoles 10 de septiembre de 2014 la presidenta Cristina Kirchner dio a conocer el proyecto ganador del concurso para la construcción del Polo Audiovisual en la Isla Demarchi, frente a Puerto Madero, cuya iniciativa fue lanzada hace dos años con la intención de crear un centro destinado principalmente a la creciente producción audiovisual local. Al anunciarlo  a fines de agosto de 2012, la presidenta dijo sentirse como "la reencarnación de un gran arquitecto egipcio", un apotegma que define al proyecto y a su promotora. La empresa RIVA SA desplazó a las otras dos interesadas, IRSA, de Eduardo Elsztain, y CPC, de Cristóbal López, ambos empresarios también de muy buenas relaciones con el gobierno Nacional y de la Ciudad.
La Isla Demarchi, una enorme área delimitada por la avenida Dellepiane, la Reserva Ecológica, el Río de la Plata, la desembocadura del Riachuelo y la Dársena Sur, ubicada en el sur de Puerto Madero, era sede de un enorme complejo industrial, que incluía fábricas, astilleros, plantas químicas y silos graneros.
El proyecto ganador de Riva S.A. tiene como núcleo un rascacielos de 360 metros de altura, casi de la misma altura del Empire State Building de Nueva York. En su totalidad, Argentina Audiovisual constará de cuatro sectores -naves industriales, educativo, institucional y privado- distribuidos en 216.000 m2.
La empresa Riva S.A. nació hace más de 80 años, llegó a la ciudad de la mano de Fernando de la Rúa y entre  sus obras se destacan el Aeroparque Jorge Newbery, el Centro de Convenciones de Salta, el reciclaje del Hotel Hyatt-Palacio Duhau y la Terminal de ómnibus de Santiago del Estero. Construyó para el gobierno porteño el Metrobus de la Avenida 9 de julio. El proyecto de tres kilómetros y 17 paradas costó 195 millones de pesos, es decir, 65 millones por kilómetro o 11,5 millones por parada. La suma final fue bastante superior a los 115 millones que se presupuestaron inicialmente. Riva también estuvo a cargo de la construcción de la nueva terminal de ómnibus de Córdoba Capital; el edificio se levantó en un terreno inundable justo al lado de la vieja terminal, y cuando llueve mucho suele inundarse la planta baja.
Riva S.A. conoce a Macri desde hace años, tuvo a su cargo en 1996 la construcción de la nueva tribuna oficial de la cancha de Boca, la adecuación de obras laterales y otras anexas como el foso nuevo perimetral de la cancha y la nueva sala de prensa entre otras.
 
La saga continúa
 
La persistencia de un enfoque sobre el modo de concebir la ciudad y actuar en el ejido urbano no ha variado a pesar de que el gobierno de la ciudad ya no depende de la Nación, como cuando se creó la CAMPSA, y de que actualmente ambos gobiernos puedan manifestar orientaciones políticas distintas. Es interesante notar que la Corporación Puerto Madero nunca fue puesta en cuestión a pesar de estar signada por una matriz típica del neoliberalismo apropiador. Sigue siendo sostenida por ambas instancias de la administración pública; el arquitecto Alfredo Garay, mentor principal y representante de la Ciudad en la gestión de Carlos Grosso, hoy continúa como integrante de su directorio, pero por el gobierno de la Nación. En la cuestión urbana, como en otras áreas, la megaminería o la sojización, la continuidad de la ideología neoliberal mantiene su lógica implacable.
Desde el Estado, en todas sus instancias, se considera a Puerto Madero un modelo a seguir,  intendentes y gobernadores sueñan con su propio gran proyecto urbano, toda intervención en el espacio forma parte de la vidriera electoral. Funcionarios, periodistas, políticos y profesionales de la arquitectura han adoptado este lenguaje para referirse a la ciudad y las operaciones sobre ella; no hay pudor en la verbalización de este mensaje que asume como verdad axiomática presentar las intervenciones urbanas justificadas en el atractivo que tienen para captar inversores.
Puerto Madero concentra en su ejecución una operatoria extendida en las prácticas de la producción capitalista del espacio, en las metrópolis en general y en Buenos Aires en particular, la transferencia, hacia un selecto grupo del capital inmobiliario concentrado, de tierras y edificios públicos que eran patrimonio de toda la sociedad. Así se apropió de las plusvalías generadas por el trabajo y el aporte colectivo, sin reinvertir los recursos generados en el resto de la ciudad, el efecto derrame nunca se concretó. Lo hizo a través del formato de una sociedad anónima que fue eximida de rendir balance público, fórmula que sentó jurisprudencia y se repite en otras empresas estatales, como el caso del Banco Hipotecario o en YPF que en maridaje con capitales privados subordinan el bien común al interés de las corporaciones.  
El encandilamiento por Puerto Madero no solo seduce a la elite propietaria o locadora, los fines de semana sectores de la clase media lo recorren para ver cómo gastan su dinero los ricos, cómo gozan de una calidad de vida cuyo precio pocos pueden pagar; comparten su recorrido con miles de turistas variopintos que lo visitan como parte del itinerario obligado para conocer lo más sofisticado y rutilante que ofrece Buenos Aires. La narración que sostiene una visión apologética del consumo, la manera hedonista y egoísta de vivir de una clase cosmopolita y triunfadora, ha logrado consenso como espejo de éxito.
Una vez finalizado Puerto Madero, el perjuicio producido a la ciudad y sus habitantes es imposible de revertir. Su matriz disruptiva, la amputación de un espacio comunitario, la materialidad de sus edificios y las relaciones de propiedad ya consolidadas perdurarán en el tiempo como símbolo de lo que no debe hacerse. El Estado y los sucesivos gobiernos han sido los garantes para encubrir esta operatoria patológica y las consecuentes asimetrías generadas. Lamentablemente, ante el resultado y sus secuencias reproductivas en marcha, fruto del desapego por lo público y la falta de una cultura urbana colectiva, una parte de la población sigue indolente ante el despojo y otra lo justifica y alienta. El único signo aislado de resistencia es el predio del Colegio Nacional Buenos Aires, que gracias a la acción de la comunidad de estudiantes y docentes no pudo ser apropiado. A pesar de la tentadora oferta varias veces millonaria que hizo la CAMPSA y la velada presión de las autoridades de la UBA para aceptarla, el campus del colegio sigue allí para actividad de sus alumnos. Una sencilla y potente señal desde dónde empezar a revisar críticamente el pasado reciente y el porvenir socioespacial de nuestra ciudad, promoviendo el necesario debate que desborde el universo acotado de los dilemas estéticos y tecnológicos de arquitectos y urbanistas.
 
 
[1] Adrian Gorelik, “Correspondencias”, S.C.A-Nobuko, 2011, p. 240
[2] Jorge Francisco Liernur, «Buenos Aires y su río: del puerto de barro al barrio global», Arquitextos, noviembre 2004.
[3] Pagina oficial de CAMPSA, http://www.corporacionpuertomadero.com/mision_esp.php
[4] Silvio Schachter, Santa Maria de los malos aires, www.herramienta.com.ar/content/santa-maria-de-los-malos-ayres, 2012
 
 

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