23/11/2024

¿Un modelo socialdemócrata para China? Comentarios críticos sobre el libro La Vía China

 
Introducción
 
Dicho libro, La Voie chinoise : capitalisme et empire por Michel Aglietta and Guo Bai, publicado por Odile Jacob (París) en 2012, desarrolla exhaustivas y originales tesis sobre China,- originales en comparación con el consenso de medios según el cual el sistema chino es una combinación aberrante de dictadura "comunista" de partido único y derivas de capitalismo salvaje. Según Michel Aglietta y Guo Bai, nos enfrentamos en China a un “capitalismo sui generis” controlado por un poder burocrático, que con el fin de salvaguardar sus intereses y su legitimidad, mantiene un control sobre los intereses privados capitalistas y buscaría maneras de mantener un consenso social. Y más original aún: este sistema sería mucho más eficiente que el capitalismo occidental no sólo para aumentar la "riqueza real”, que no debe confundirse con el crecimiento del producto interno bruto - porque el desarrollo debe ser sostenible, conservar los recursos naturales y preocuparse por las generaciones futuras -, sino también para mejorar el bienestar social, algo que depende de las decisiones políticas. En este sentido, el sistema político chino se muestra mejor que las democracias liberales por su capacidad de planificar el futuro, la ética (de inspiración confuciana), su voluntad de llevar a cabo formas de democracia participativa   compensando su autoritarismo. Según la línea argumental de los autores, los aspectos positivos del sistema chino incluso acaban superando a los negativos. Pero a condición de que sean superados por un nuevo "Reglamento" los desequilibrios actuales, para los que el libro ofrece una serie de recomendaciones específicas. En última instancia, como veremos, se propone a los líderes chinos una especie de compromiso socialdemócrata - a pesar de que este compromiso se haya descalabrado en los países occidentales - pero adaptándolo a la era de la globalización y el desafío ambiental. Estas son las teorías, abruptamente resumidas, que proponemos someter a un examen crítico.
¿Un "capitalismo sui generis"?
 
El análisis central, que se describe en detalle en el inicio del libro es el de la teoría de la regulación, del que Michel Aglietta es uno de los líderes y, tal vez, el más prestigioso representante. Aquí están los fundamentos. Desde el momento en que las personas están separadas por el intercambio monetario y en el que el trabajo se separa del capital, único propietario de los medios de producción, obtenemos regímenes capitalistas. Estos se diferenciarían tan sólo en las instituciones que regulan esta doble separación - relacionadas por tanto con el mercado y la propiedad privada. Estos capitalismos también implican a mercados particulares, llamados de "futuras promesas" que son el mercado de crédito y mercados financieros, indispensables para una adecuada asignación del capital productivo, y cuyo objetivo es hacer dinero con el dinero. Finalmente las relaciones entre estados están mediadas por las finanzas, ya la distribución de diferentes categorías de capital se controla a nivel mundial utilizando diversos modos de regulación. A partir de estas premisas, el actual sistema chino puede ser concebido como una forma particular de capitalismo, que se opondría a la "época socialista" de la era maoísta (y la de los países del "socialismo real" ex-comunista). Debe tenerse en cuenta que, de manera implícita, los autores no tienen en consideración los análisis de otros teóricos “regulacionistas” que veían en esos sistemas también una forma particular de capitalismo, en el que la economía estaba más dirigida y ordenada por el estado que una economía de mercado. Y tenderíamos a estar de acuerdo con ellos, aunque a partir de otros referentes teóricos, en cuanto a la misma conclusión de lo que podríamos llamar un "capitalismo sin capitalistas". El problema es que creemos que para todos estos autores, el socialismo parece no poder ser nada menos (ni más) que eso.
Destacamos, en primer lugar, que Michel Aglietta se ha inspirado hasta finales de 1970 en esta interpretación, en que no hay mucho de marxismo.  El capitalismo es más complejo para el análisis marxista. Implica una mayor separación entre la propiedad de los medios de producción y mano de obra. Para Marx, los propietarios de capital son tendencialmente colectivos, y ya no realizan ningún trabajo en la producción. Esto es más cierto aún en el actual capitalismo financiero: la gestión se delega a los administradores, y las ganancias corporativas revisten la forma de valor para los accionistas ("valor creado para el beneficio de los accionistas", definido como excedente en relación al interés). Siendo así, parece que muchas pequeñas empresas chinas están más cerca de la pequeña producción familiar o artesanal que del modo de producción capitalista. En segundo lugar, la lógica del capitalismo es la maximización de la tasa de ganancia de los propietarios (forma especial de plusvalor según Marx). Pero esto no es exactamente lo que se observa en las empresas estatales chinas, como lo demuestra la ausencia o escasez de dividendos pagados al Estado, que son más bien un impuesto sobre el capital. Tercera observación: la separación capital / trabajo puede ser, y es a menudo muy relativa en el contexto chino. Veremos que es limitada en el caso de las empresas públicas – lo que impide considerarlas simplemente como una forma de capitalismo de Estado -, y lo es aún más en la economía "colectiva", donde los trabajadores participan en la propiedad del capital, o tienen la plena propiedad como en las cooperativas (por acciones o no) o en las comunas. Por supuesto, en estos casos, la gestión aparece más o menos separada de la propiedad, pero todo este campo de la economía no estatal está totalmente olvidado en el libro, y no podría ser agrupado en la categoría de un "capitalismo sui generis”.
Los análisis de Michel Aglietta y Guo Bai se alejan de los discursos que los principales líderes chinos hacen en sus declaraciones públicas. Más allá del contenido ideológico, la "jerga" que caracterizan a muchos discursos oficiales -ya sea chino u occidental- y la mezcolanza de terminología, los funcionarios chinos, obviamente, no niegan que existe hoy en su economía un sector privado capitalista nacional o extranjero importante. Pero este es un componente de una "economía socialista de mercado" mixta donde “se otorga predominio al sector público" y donde se debe “fortalecer el poder general del estado socialista”. De acuerdo con muchos de los líderes chinos, su país estaría en una "etapa primaria del socialismo", “imprescindible” para desarrollar las fuerzas productivas. El fin histórico de este proceso es el socialismo desarrollado y el comunismo -si bien es cierto que sus contornos no se definen claramente-. Para nuestros autores, aunque no lo digan claramente, estas declaraciones sólo son una fachada, encubren una forma particular de capitalismo, y en realidad no merecen ser tomadas en serio. Para ellos, el socialismo está muerto y enterrado con el fracasado "período socialista". ¿Será también China el final de la historia?
 
Nuestro análisis
 
Por nuestra parte vamos a hacer una lectura diferente del "socialismo con características chinas" que sería en general un socialismo de mercado, o con mercado, bajo un marco de análisis diferente. 
El socialismo, según nuestro criterio, se basa, en pocas palabras, en los siguientes siete pilares, que son en gran medida ajenos al capitalismo:
  1. la persistencia de una planificación de gran alcance, que adopta diversas formas y moviliza diferentes instrumentos en función del sector de que se trate;
  2. una forma de democracia política que hace posibles las decisiones colectivas que están en la base de esta planificación;
  3. servicios públicos que condicionan la ciudadanía política, social y económica y que como tales, están fuera del mercado o débilmente mercantilizadas;
  4. formas de propiedad diversificadas y adecuadas a la socialización de las fuerzas productivas: las empresas públicas lo son durante un largo período de transición, y sin embargo, difieren de la empresa capitalista en varios aspectos, principalmente en cuanto a la participación de los trabajadores en su gestión, u otras formas que van desde la pequeña propiedad privada individual a los distintos tipos de propiedad socializada, en una economía en la que la propiedad de la tierra y de sus recursos naturales son de dominio público. La propiedad capitalista se mantiene, incluso se fomenta, durante la transición para dinamizar la economía y fomentar otras formas de propiedad y contrastar su eficacia;
  5. la orientación general es aumentar la renta del trabajo en comparación con otras fuentes de ingresos, y promover la justicia social en profundidad en una perspectiva igualitaria;
  6. la preservación de la naturaleza, considerada como inseparable y no antagónica con el progreso social, y como uno de los objetivos centrales del desarrollo económico, a fin de maximizar la riqueza efectiva y
  7. las relaciones económicas entre los estados se dan sobre la base de un principio de beneficio mutuo y las relaciones políticas en la búsqueda de la paz y el equilibrio entre las naciones y los pueblos.
Al analizar el “socialismo con características chinas" bajo esta perspectiva vemos que a pesar de las muchas críticas, no está tan lejano, aunque se pueden distinguir dos líneas que se oponen: una que está cerca de una social-democracia renovada, propuesta por Michel Aglietta y Guo Bai, y otra que está más cerca del camino socialista.
 
Algunos desequilibrios de la economía china actual
 
Michel Aglietta y Guo Bai parten de un hecho difícilmente discutible como son los graves desequilibrios en la economía china. La parte dedicada a la inversión en la renta nacional en vez de disminuir a medida que se realiza la fase de acumulación necesaria para un rápido desarrollo de la economía, continúa aumentando, a expensas del consumo, incluso aunque el nivel de vida ha aumentado enormemente. Las inversiones en servicios (a los hogares o negocios) crecieron más lentamente que la inversión en la industria. El sector inmobiliario ha tendido a dispararse, una tendencia que se debe combatir constantemente mediante restricciones de crédito. La parte de los ingresos de los hogares en el ingreso nacional sigue disminuyendo. La tasa de ahorro es excesiva; esto se debe especialmente a la falta de cobertura de la seguridad social a los hogares lo que incentiva el ahorro por precaución. Los recursos naturales no son tasados suficiente para evitar el despilfarro y los daños al medio ambiente, y para permitir la transición energética. La economía China es demasiado dependiente de las exportaciones y no se centra lo suficiente en el mercado interno. Esto da lugar a un desequilibrio en la balanza de pagos, que se traduce en una acumulación cada vez mayor de las reservas de divisas, que se colocan en el exterior, especialmente en deuda del tesoro estadounidense, con todos los riesgos que ello conlleva. Los autores de “La vía china” creen que el gobierno chino es consciente de estos desequilibrios y trata de remediar esta situación, pero sin mucho éxito. Y proponen soluciones – a las que volveremos más adelante, punto por punto.
Observaremos, por nuestra parte, que es evidente que una de las características más llamativas de la expansión de la economía china es el dinamismo de sus exportaciones de mercancías desde la década de 1990 y especialmente desde la del 2000, y que sólo el impacto de la crisis mundial interrumpió su crecimiento en 2008-09. Pero sería precipitado concluir que las exportaciones de bienes y servicios son el principal motor del crecimiento. La estrategia de desarrollo aplicada por la dirección china se basa en un modelo relativamente "centrado en sí mismo" y coherente en comparación con el resto de economías del Sur. Para la mayoría de los empresarios chinos de los sectores manufactureros, las oportunidades se encuentran básicamente en el mercado nacional. Esto se debe sobretodo a la expansión de la demanda interna, impulsada por el aumento del consumo de los hogares y el apoyo de los gastos del gobierno en capital (especialmente en infraestructura), que guían al optimismo a sus planes de inversión. En consecuencia, las mejoras aceleradas en la productividad del trabajo han permitido acompañar el rápido aumento de los salarios reales sin que el crecimiento relativo de los costes laborales deteriore su competitividad. Las exportaciones (como la inversión directa en el extranjero) juegan un papel de apoyo; y esto es precisamente lo que permite entender que en 2011, por ejemplo, la contribución neta de las exportaciones al crecimiento económico fuera negativa sin haber obstaculizado el dinamismo de este último.

La cuestión de la tierra y su acceso
 
La tierra sigue siendo pública en China hoy en día. A partir de una observación muy justa, que muchos agricultores están muy mal compensados ​​por la venta de su derecho a utilizar la tierra, Michel Aglietta y Guo Bai llegan a proponer que los agricultores deberían tener "el derecho de vender, transferir, arrendar e hipotecar sus tierras - a condición de que dichas operaciones sean legales y compatibles con la planificación del gobierno" (p. 361). Sin embargo, aunque parezca inofensiva, esta propuesta acabaría con todo el sistema todavía socialista de la China rural, que permite a los agricultores ese arrendamiento o transferencia a terceros de su derecho de uso. Esto daría lugar a sistema occidental, que combina una agricultura capitalista a gran escala con la pequeña agricultura familiar, pero que de hecho está dominada por los oligopolios que controlan la por arriba los insumos y el crédito y por abajo la comercialización.
Cabe recordar que el sistema rural de China ha tenido un éxito notable: La agricultura ha ayudado a alimentar a una creciente población urbana y garantizar la soberanía alimentaria del país. Además, este tipo de agricultura familiar es aún capaz de exportar. Una cosa es asignar concesiones y autorizar un mercado agrícola de estos arrendamientos, y otra es autorizar la venta y la hipoteca, lo que implica una privatización de la tierra. En cuanto a las tierras edificables, los agricultores también podrían alquilarla para su uso, donde la expropiación residencial, comercial e industrial de sus derechos sea necesaria, y la compensación podría ser a precio de mercado, lo que resolvería el problema de la compensación a bajos precios, con todos sus efectos negativos. 
El "despegue" de la economía china a menudo se atribuye a la apertura de la globalización. Pero hay que añadir - que no suele ser el caso en la literatura sobre el tema – que este último ha sido posible gracias a los logros del periodo anterior, a saber, los de la revolución socialista, lo que explica en gran medida el lugar especial que ahora ocupa China en el grupo de los países del Sur "emergente". Esto es, incluyendo - además del progreso social y de infraestructura realizada y el éxito de industrialización - la eficacia de la respuesta que se le dio a la cuestión agraria.
Hay que hacer hincapié a este respecto que China es uno de los pocos países en el mundo que garantiza el derecho acceso a la tierra para la gran mayoría de las masas campesinas –algo sin igual entre sus vecinos-, con excepción de aquellos que también experimentaron una revolución, como Vietnam.
Ciertamente, en los últimos años, ha habido intentos de desafiar el uso público de la tierra, y numerosas violaciones de la ley (con cesiones de tierras públicas y expropiación de familias, por ejemplo), pero tanto ambas se encontraron con la resistencia campesina, a menudo auto-organizada fuera del Partido Comunista y la cuestión del acceso a la tierra fue objeto central de debate interno en la dirección política del país. La primera restricción vigente en China, es la de tener que alimentar al 22 % de la población mundial con sólo el 6 % de la tierra cultivable en el mundo y con una tierra cultivada per cápita en las zonas rurales de sólo 0,25 hectáreas, frente a cerca del doble en la India o a diez veces más en Francia. Una estrategia clave que permitió elevar este reto es encontrar la forma de acceso a la tierra para el campesinado chino, siendo esta la contribución más valiosa del legado maoísta. Si los patrones actuales de organización y la producción agrícola de China no tienen nada que ver con las del periodo maoísta, tan penetrado por los mercados, el hecho es que aún hoy la propiedad de la tierra sigue siendo colectiva - aunque en formas degradadas. Este es un punto fundamental que diferencia la situación en China de otros países "emergentes", que en parte siguen basándose en estructuras sociales agrarias (en 2010, el 37% de la población china era rural). Este enfoque, en contra de la corriente de muchas interpretaciones actuales, también se justifica por la contribución histórica del sector agrícola tanto al desarrollo económico general - a través de enorme excedente que se transfirió a la industrialización- como por la atención que las autoridades deben prestar a las zonas rurales después de cada caída en el crecimiento económico. 
 
¿"Normalizar " las empresas públicas?
 
Michel Aglietta y Guo Bai encuentran anormal que se prioricen las empresas estatales en comparación a las empresas privadas, puesto que durante mucho tiempo ni siquiera pagaban dividendos al Estado, e incluso ahora pagan bien poco. También se benefician de ventajas en términos de préstamos a bajas tasas de interés, por lo que no entrarían en competencia leal con el sector privado. Por otra parte, son estimuladas a realizar inversiones intensivas en capital en exceso, algo que, según su punto de vista, se haría a expensas de los hogares y el consumo. Los autores sugieren que se debería volver a una norma común, y que paguen grandes dividendos al presupuesto estatal, lo que podría ser utilizado especialmente para mejorar la protección social.
Al hacerlo, ignoran por completo lo que hace específicas a las empresas públicas chinas, que es precisamente el no enriquecer a su propietario. Pagan impuestos, y canon por el uso de capital público, algo completamente normal; pero otra cosa es que estén sujetas al objetivo de la rentabilidad financiera, ya que no se diferenciarían de cualquier empresa privada. Es lo que dan a entender nuestros autores, cuando sólo les encuentran razón de ser "cuando es difícil introducir la plena competencia o eliminar externalidades de monopolio" (p. 364).
Creemos, en cambio, que la justificación de estas empresas estatales es triple: que pueden distribuir más a sus empleados; el gobierno es libre de definir su modo de gestión (por ejemplo, la estructura salarial); y también pueden servir más fácilmente a sus proyectos, sin restarles autonomía y sin someterlas a planes demasiado imperativos. Entonces es normal que destine, a través de la SASAC (el organismo de gestión de la propiedad estatal en China), los dividendos que les reclama, a un fondo especial para apoyar el crecimiento de las empresas públicas. Aquí vemos las ventajas de un camino socialista frente a una visión socialdemócrata, según el cual el sector público es sólo el apoyo del sector privado, o simplemente sirve para absorber pérdidas antes de regresar al sector privado (como en Occidente, con el debate sobre "las nacionalizaciones temporales"). 
Una explicación de la fuerza de las empresas estatales chinas es precisamente que este sector no se gestiona como si fuesen empresas privadas occidentales que cotizan en bolsa y se adaptan para la maximización de valor de los accionistas, distribuyendo dividendos, la valorización bursátil de las acciones y un porcentaje de beneficios sobre la inversión muy elevado, presionando a las cadenas de subcontratistas, ya sean locales o deslocalizadas. Si las empresas estatales Chinas se comportasen de forma codiciosa y rapaz, sería perjudicial para la economía local, lo que obviamente no es el caso. Estaríamos frente a una forma salvaje de "capitalismo de estado", y no veríamos en que sería superior al capitalismo privado. Sin embargo, parece que, de hecho, aunque estas empresas estatales son (o han llegado a hacerse) rentables, lo que las guía no es el enriquecimiento de los accionistas, sino aumentar la inversión productiva y el servicio que ofrecen a sus clientes. En el fondo, poco importa que den menos beneficios que sus competidoras occidentales, si éstos se utilizan en parte para estimular la economía como un todo. Estas empresas pagan muchos impuestos, pero apenas distribuyen dividendos a su principal accionista, el Estado (en torno al 10 %), a diferencia de las empresas públicas francesas, por ejemplo, que tan pronto como logran obtener beneficios, los utilizan para rescatar a estos últimos. Es por ello que, en nuestra opinión, el pago de dividendos al Estado supone una práctica de inspiración capitalista que es una fórmula correcta. Sería suficiente con que el gobierno introdujera un impuesto sobre el capital, como un alquiler por el préstamo de sus bienes. Las empresas que funcionan bien podrían mantener una proporción mucho mayor de sus beneficios para la inversión, la investigación y el desarrollo - a sabiendas de que el impuesto sobre los beneficios ya es un impuesto proporcional sobre sus ganancias. 
 
¿O preservar la especificidad y los puntos fuertes de las empresas estatales chinas? 
 
Hoy en día muchos expertos del Banco Mundial y otras organizaciones internacionales abogan por el aumento de los dividendos que entregan al Estado; y la Comisión de regulación a veces incluso parece incidir en esta dirección. Nos parece una mala política, porque las empresas estatales chinas se verían privadas de su activos, y a pesar de que siguen siendo controladas por el Estado, tendrían la tendencia a ser guiadas como las empresas capitalistas occidentales a distribuir cada vez dividendos para atraer a los accionistas privados –quienes a menudo, como es bien sabido, dependen de las estrategias de cartera de los oligopolios dominantes del mundo financiero.
Las empresas estatales chinas no deberían, en nuestra opinión, ser gestionadas como empresas privadas. El socialismo de mercado "chino" se basa en el mantenimiento de un fuerte sector público, que desempeña un papel estratégico en la economía. Todo indica que se trata de uno de los "secretos" del éxito de la economía china en términos de crecimiento, aunque esto ofenda a los liberales que defienden la propiedad privada y la maximización del beneficio individual. Esto está ligado también probablemente al tamaño de estas empresas públicas, verdaderos mastodontes de sectores como la energía, los materiales básicos, la construcción… Se trata de empresas que suministran insumos baratos a una enorme cantidad de pequeñas y medianas unidades de producción permitiéndoles, entre otros factores condiciones de producción que favorecen su éxito en el mercado global.
Una "superioridad" de las empresas estatales chinas es la participación (aunque demasiado limitada, pero real) del personal de las unidades de producción, a través de sus representantes en el Consejo de supervisión y el Congreso de los trabajadores. El desarrollo de una “lógica accionarial" haría imposible esta participación - que a nuestro juicio, fortalece a las empresas. La propiedad del empleado, a veces se pone en práctica en las grandes compañías occidentales, pero sigue siendo minoritaria, no da ningún peso en la gestión y pone a los trabajadores en una contradicción entre los intereses de los empleados y accionistas.
Otra "superioridad " de las empresas estatales chinas es que pueden fácilmente cumplir con los objetivos de la planificación. No se trata de imponerles las tareas a cumplir, con fines políticos, lo que pondría en peligro su independencia y pesaría sobre sus resultados. El plan también puede dirigir las actividades de las empresas privadas a través de medios indirectos (impuestos, subvenciones...). Sin embargo, al controlar la nominación y la gestión de los dirigentes, los poderes públicos -el Estado central y los gobiernos locales, de los que dependen un gran número de empresas- tienen los medios para asegurarse que actúan de manera apropiada, incluso en sectores de mercado, especialmente cuando así lo exija el interés del "servicio público". La especificidad de las empresas públicas tiene un efecto aún más fuerte cuando proporcionan bienes sociales dentro de los servicios públicos. Estamos de acuerdo en que tienen algunas ventajas injustas en materia de crédito, pero sólo si distorsionan la competencia que puedan tener con las empresas privadas, y sólo si producen "mercancías ordinarias".
 
¿Abrir los servicios públicos al sector privado?
 
En China, los servicios sociales (educación, salud, pensiones, prestaciones diversas) están en su totalidad o mayoritariamente en manos del Estado - es decir, del gobierno central o, con más frecuencia, de los gobiernos locales. Michel Aglietta y Guo Bai lamentan "su ineficiencia y rigidez." No plantean su privatización, sino poner fin a este monopolio: "El Estado debe dejar entrar a los actores privados en el mercado de la protección social y reorientar las funciones del gobierno. Su tarea pasará de la mediación de la gestión diaria de los proveedores sociales a la regulación y al control de los mercados que deben incluir actores públicos y privados”. De acuerdo con ellos, debe tender hacia un sistema mixto, con competencia de mercado.
Creemos que esta evolución no es para nada deseable. Los servicios públicos no suministran bienes como los demás, sino bienes sociales, en oposición a los mercantilizados por el sector privado, lo que significa primero que son bienes necesarios para el ejercicio de la ciudadanía, que dan a las personas la capacidad de ser sujetos políticos (educados, informados), sociales (en buena salud, con medios de transporte colectivo...) e incluso económicos (con formación, acceso al empleo...). No tiene nada que ver con la definición economista estándar de "bienes públicos" dada por nuestros autores, como bienes "no rivales y no excluyentes," es decir, con características técnicas que los hagan difícilmente comercializables.
Porque la definición que utilizan Michel Aglietta y Guo Bai se basa en realidad en la de los teóricos neoclásicos dominantes. Para ellos, los bienes producidos por el mercado y asignados por él son para uso privado, y las interdependencias entre los agentes son mediadas por precio. Una categoría de bienes, que ellos llaman "bienes públicos", que presenta sin embargo, la singularidad de ser objeto de consumo colectivo, que puede ser obligatorio (justicia y orden público) o no (cultura), pero no es divisible, porque está al alcance de todos. No puede haber exclusión de su uso imponiendo un precio como suceden con los bienes, un "racionamiento”. Ninguna empresa privada tendrá, por tanto, interés en producirlos. Frente a esta "ineficiencia del mercado", los economistas ortodoxos (neoclásicos) mismos admiten que la producción de estos "bienes públicos" puede ser confiada al Estado - mientras se esfuerza en limitar el llamado comportamiento "de pasajero clandestino".
Nuestra interpretación es diferente, y se opone frontalmente el análisis "neoclásico". Porque creemos que los servicios públicos son bienes sociales que no pueden ser comercializados (seguridad, justicia o incluso la educación), o totalmente mercantilizados (para bienes "de la civilización" como la electricidad, el teléfono o el agua, cuyo uso es común, pero a la discreción de los individuos). Están como tales bajo la responsabilidad del Estado.
Tomemos el ejemplo de la educación. Se debe proporcionar de forma gratuita, esencialmente a todos los ciudadanos en igualdad de condiciones. Se puede llegar a admitir, por supuesto, que – por razones de libertad personal, religiosa… - haya una educación privada pero deberá ser obligada a proporcionar una educación obligatoria con profesionales validados y pagados por el Estado; y para todo lo demás, que será de pago. En el caso de la salud, pueden existir clínicas privadas, donde la mayor parte de atención es reembolsada por la seguridad social, y donde otros beneficios sean de pago. Sin embargo, en un caso como en el otro, lo que no es debatible es que si quieres individuos ciudadanos, que esos bienes sociales sean sometidos a un régimen de competencia; la competencia quedará distorsionada (por ejemplo, muchas clínicas privadas sólo ofrecen los servicios más rentables y dejan a los hospitales públicos las tareas más ingratas pero indispensables, o incluso la formación de los médicos). Aquí vemos la diferencia entre la orientación socialdemócrata (o más bien " social-liberal ") y la perspectiva socialista.
 
¿O tomar seriamente la concepción china ampliada de servicios públicos?
 
Pero el alcance de los servicios públicos no se detiene ahí. La concepción china lo extiende, con razón, a nuestro juicio, a lo que podríamos llamar "productos estratégicos", los que proporcionan insumos esenciales a toda la economía nacional. Se hará mención aquí, entre otras cosas, a diferentes tipos de infraestructura, energía en sentido amplio, materiales básicos, así como también a la banca, la investigación básica, etc... Por eso el gobierno Chino define en 1999 los "sectores estratégicos" que son confiados a empresas públicas a las que apoya en todos los sentidos: un acceso privilegiado al crédito, intervenciones de "bancos políticos"... El sector privado no fue excluido, y podría complementar o servir de estimulante, pero el gobierno chino no duda en apoyar al sector público en el ejercicio de la competencia – a la vez que permite una competencia real entre las empresas de propiedad estatal entre sí. El poder de estas empresas de servicios públicos “estratégicos” es ahora una de las mayores fortalezas de la economía china.
Con frecuencia escuchamos en Occidente que el éxito de las exportaciones de China se debería principalmente al extremadamente bajo costo de la mano de obra. Es en gran parte un error, porque el costo de la mano de obra es sólo una parte muy pequeña del precio de venta (de aproximadamente 4-10% de promedio); algo que sin duda no es suficiente - incluso aunque los salarios chinos tienden a crecer más rápido que el del resto de las economías del Sur con quienes compite - para compensar los costos de transporte a los países importadores del Norte. El éxito de las exportaciones de China se debe en gran medida, al precio mucho más bajo de diversos insumos (energía eléctrica, materiales básicos, el teléfono y el transporte marítimo incluso); y este nivel de carga relativamente más barata a los productores deriva precisamente del hecho que estos insumos son provistos por empresas públicas con precios fijos (por ejemplo, para la electricidad o combustibles) o fuertemente controlados por el Estado. Sin duda, debemos tener en cuenta el hecho de que los salarios chinos en estas empresas son significativamente más bajos que en Occidente, pero sin omitir que son mucho más altos que los famosos "salarios de miseria de los talleres clandestinos" donde se producen bienes de exportación. ¿Cómo podemos olvidar que, a pesar de la crisis del año 2008, el ingreso neto de los hogares urbanos creció en términos reales y per cápita un 8,0 % en 2010, 8,5 % en 2011 y un 10,0 % en 2012?
Lo que está en juego en este diseño de los servicios públicos estratégicos, es la soberanía nacional. Un término criticado por los partidarios de la globalización, que hipócritamente, no se sienten dolidos cuando someten a los estados nacionales al servicio de sus intereses. Es una constante acusar a China de nacionalismo, mientras que su ambición es preservar su civilización y los logros de la revolución. Pero vayamos más allá. Consideramos que las naciones, cuando no son imperialistas, son una riqueza de la humanidad, una especie de socio-diversidad a salvaguardar de la estandarización de los estilos de vida, de consumo y de cultura, una delicia para los viajeros y el mestizaje. Por nuestra parte, no observamos vanidad alguna en el tan repetido “socialismo con características chinas” o de la "civilización espiritual china", más allá del deseo de no mezclarse con el magma circundante de valores y modas occidentales. Esto no excluye, por supuesto, el deseo de compartir valores universales, que se han expresado muy bien en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
¿No tenemos en los países occidentales muchos ejemplos de la degradación aparente los servicios públicos después de su privatización (incluso parcial)? ¿Acaso no sabemos que numerosas empresas del sector privado encuentran maneras de eludir sus misiones de servicio público, o hacer cualquier cosa con falsear la competencia en los mercados en beneficio propio ("optimización fiscal", publicidad inútil o engañosa...)? Esperamos firmemente que las autoridades chinas resistan la tentación del liberalismo en la materia. Está en juego, en gran parte, el destino del "socialismo con características chinas". Más allá de los beneficios asociados a la introducción de mecanismos de mercado, en particular en términos de aceleración del crecimiento económico -que ayuda a legitimar la estrategia adoptada en la actualidad-, pensamos que la elección de la vía capitalista por parte del gobierno chino sería la forma más segura de lograr el fracaso de su estrategia de desarrollo.
 
¿Qué tipo de "planificación estratégica"? 
 
Una característica del sistema político y económico de China es una poderosa planificación que, aunque ha cambiado considerablemente en sus objetivos y sus instrumentos en las últimas décadas, continúa aplicándose. Michel Aglietta y Guo Bai están claramente impresionados por la planificación,  que se proyecta hacia el futuro en un mundo marcado por la todavía creciente incertidumbre, y el libro está salpicado de referencias a una "planificación estratégica”. Sin embargo, ambos autores las entienden como políticas públicas que orientan a los agentes económicos, en particular en lo social, ambiental y la urbanización. No se sitúan en el horizonte del "estado estratégico" en boga en Occidente – Estado que se retire de la economía para “regular". Las políticas públicas que según su punto de vista son necesarias son mucho más intervencionistas, actuando sobre los precios de los factores, en particular para "reequilibrar la riqueza hacia el capital intangible y el capital natural". Se puede leer en su obra excelentes páginas del libro, por ejemplo, sobre qué urbanización fomentar y qué medidas lograr para permitir un desarrollo sostenible que satisfaga el reto energético y del cambio climático.
Sin embargo, esta planificación "estratégica”, propuesta por los autores de “La vía China”, aparece principalmente como un simple útil gubernamental, semejanza de aquello a lo que había aspirado la "iniciativa de planificación" en paises occidentales en los treinta gloriosos. Nosotros defendemos que la planificación tiene un ámbito completamente diferente. Debe ser el lugar en el que se desarrollen y decidan las orientaciones colectivas, por lo tanto, debe ser un centro de democracia; porque las decisiones colectivas son otra cosa que "una muestra de preferencias colectivas”: son la expresión de una voluntad general. La planificación es el espacio en el que una nación elige un destino colectivo, y el medio mediante el cual las personas se convierten en un maestro de su propio destino. Y esto, en todas las áreas de la vida: en estilo de vida, por ejemplo, más individualista o más colectiva, maneras de consumir o de vivir y de ocupar el espacio... Actualmente, en China quien realiza estas decisiones para los ciudadanos es el Partido Comunista, en nombre de todo el pueblo -lo que nos llevaría a la discusión sobre dicho sistema político, que no vamos a discutir aquí, excepto para decir que el principio de la consulta es cada vez más planteado como una necesidad básica. En cualquier caso, este fuerte sentido de planificación se revela en las prácticas oficiales del discurso y del gobierno.
Y esta planificación potente con medios modernos y adaptados a las exigencias de la época actual, es precisamente una de las principales señas de identidad de un camino socialista. Nada que ver con la "buena gobernanza" de inspiración neoliberal, que es el reverso exacto lo que uno esperaría de un "buen gobierno", ya que sólo fija las reglas que operan para el beneficio de las fuerzas dominantes de los mercados, despojando al Estado de su poder. Por el contrario, las herramientas técnicas, de planificación "estratégica" son muy diversa. Entre ellas, la que destacan los autores de “La vía china” son los impuestos. De hecho, es una herramienta muy importante, pero no es ni de lejos el único del que dispone el Estado en China. Lamentamos que no se haga mención a las tasas "subvencionadas" ampliamente utilizadas en China. No se alude a la regulación de ciertos precios, o el papel que desempeñan los pedidos públicos. Y sin embargo son los más eficaces en la planificación china.
Nuestro hilo argumental es muy diferente del adoptado por Michel Aglietta y Guo Bai, en que interpretamos la realidad china de otro modo. Nos parece que el camino socialista no ha sido abandonado. Creemos que existe una lucha soterrada – no  abierta como en la era maoísta - en el seno del Partido, de los organismos de investigación e incluso, más discretamente, de los medios locales, entre dos líneas políticas; la orientación socialdemócrata (a la que algunos llamarían "liberal") y una orientación socialista. Esta última se atribuye en parte a la "nueva izquierda" que se coloca en una cierta continuidad con el legado maoísta.


 
Traduccion del frances: Asociación Cultural Jaime Lago.
  

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